(artículo de Ezequiel Fernández Moores publicado el 2 de Abril de 2013 en el suplemento "Cancha llena" del Diario "La Nación")
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El día del arquero
(artículo de Ezequiel Fernández Moores publicado el 2 de Abril de 2013 en el suplemento "Cancha llena" del Diario "La Nación")
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Un veneno sin antídoto (Tomás Furest - España)
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Furmiga, el fútbol de las hormigas (Pedro Pablo Sacristán - España)
* Cuento infantil
La pena máxima (Antonio Larrey - España)
PRIMERA PARTE
El estadio ha enmudecido en un instante. Cien mil gargantas que hasta hace tan solo un segundo jaleaban al delantero con delirio, con el alma puesta en el pecho en cada suspiro, se han callado por completo. La tensión se palpa en el aire y podría cortarse con un cuchillo, si es que alguien tuviera tiempo para semejantes experimentos.
Ahora sólo hay alma y corazón, sobre todo corazón, para un pedazo de cuero que descansa probablemente ajeno a todo, condenado a sufrir el maltrato de sus creadores sobre un pequeño círculo de cal. El campeonato nacional está en juego, de la gloria al desastre hay apenas nueve metros y dos segundos, los que tardará la pelota enviada por el delantero en resolver tanto misterio concentrado en tan poco tiempo. De poco servirán entonces las anteriores victorias, las goleadas, las grandes tardes de fútbol, nadie se acordará de nada, excepto de si aquel día el delantero de moda marcó o no el gol que dio el título al equipo.
El destino ha querido demasiadas cosas esta noche. Por un lado que el primero y uno de los últimos clasificados se jugaran la liga en el último minuto. El equipo más modesto se juega tanto o más que el posible campeón, se juega seguir vivo porque su excéntrico presidente, que llegó al palco para cargarse de millones y de fama, ha anunciado que si el equipo desciende lo vende al mejor postor. Pero el destino no tenía bastante con eso y ha hecho del partido una agonía más. Todos los demás han terminado, y tal y como están ahora las cosas, con empate, el modesto se salva y el campeón no lo será. Noventa minutos de la misma historia, el modesto lanzando pelotazos de su campo y el grande bombardeándolo cada vez con menos criterio artístico y más corazón. Y es el destino, que es como un escritor caprichoso y desconsiderado, quien ha dispuesto esta última escena.
El delantero de moda del país se adentra en el área, regatea en un metro a un par de defensas que a la desesperada se han lanzado a por él mientras que un tercero que no ha medido tanto su asedio ha rebanado sus piernas a media altura provocando un indiscutible penalti. Entonces fue cuando el público rompió en alegría; en ese momento el triunfo parecía hecho, nadie en pleno delirio podía imaginarlo de otro modo. Pero durante los segundos en los que se ha ido organizando la escena -con el portero situándose bajo los palos, el delantero pisando el césped que rodea al balón para facilitar un correcto golpeo, el árbitro colocando al resto de los jugadores- la euforia se ha ido transformando en duda. La fe del ser humano es así, es como las hojas que se caen en otoño, una leve brisa de duda y caen al suelo como fruta madura. Y de ahí el silencio.
Cada uno espera estos instantes como puede: unos miran a otro lado y esperan que el resto con sus gritos le anuncie el desenlace; otros se tapan el rostro a intervalos caóticos, dependerá de su valentía en el momento final que lo vean o no; y la mayoría se aferra a sus creencias para lograr la confabulación de sus mayores, esos que descansan en el imaginario común y particular, incluso recordando frases del tipo "Dios mío ayúdame" que no pronunciaban desde la más tierna infancia. Pero en el aire hay una enorme luz que les da a todos esperanzas, quien va a lanzar la pelota es el mejor jugador de la historia -eso dijo una prestigiosa revista especializada-, con su edad lo ha hecho casi todo menos esto: ganar un campeonato.
Máximo goleador, uno de los mejores del continente, internacional y el mejor tirador de penaltis del mundo entero, jamás ha fallado uno y ha tirado decenas en su carrera. Aunque son evidencias que descansan en la profundidad de cada uno cubiertas por una enorme capa de temor e incertidumbre. Y el destino, ese que es tan juguetón, ha querido que en el escenario del área se concentren dos conceptos opuestos de lo que es el fútbol: un delantero que quiere ver el cuero besar la red y el portero que sueña con no recogerlo nunca más de ella. El joven triunfador, el maduro portero que prometía y prometía y acabó fracasando. El genio y el demonio -que lo sabe todo por lo que ha vivido-. El portero sabe que si el delantero, como es imaginable, lanza como sabe y el balón acaba en la red, su carrera habrá terminado para siempre, nunca más volverá a los grandes campos, a sentir el delirio de la primera división, acabará en campos de mala muerte o como comercial de una marca deportiva. Es su última oportunidad, el clavo al que debe asirse y es evidente que está ardiendo.
La escena sigue su curso, el delantero ya ha colocado el balón besándolo antes. El portero salta un par de veces en el sitio y mueve los brazos como haría un espantapájaros si de golpe tomara vida. El delantero se aleja, siempre mirando al balón, sin querer enfrentarse a los ojos del portero, que sigue saltando. El murmullo del público va creciendo. El delantero frena su marcha atrás, respira e inicia la carrera. Un paso, dos, tres, cuatro y por fin su pierna se estira, primero hacia atrás y después hacia delante, hasta que su bota golpea el cuero. Éste se desliza raso sin demasiada convicción, el portero se inclina hacia el otro lado y con los ojos desencajados comprueba cómo le han engañado, pero el balón se va acercando a la portería a la vez que se aleja porque acaba saliendo a medio metro del poste ante el aullido general...
SEGUNDA PARTE
Está abrazado a su pecho. Aún guardan en la respiración la resaca de la batalla, en oleadas de suspiros que como el mar mueren en la arena que es ya el recuerdo de sus cuerpos formando parte de uno solo. Le encanta sentir la piel suave e incluso imaginar cómo se va durmiendo mecido por esa dulce resaca. No soporta a los hombres con demasiado pelo, por eso le gustó tanto desde la primera vez. Luego ha habido tantas cosas que le han ido subyugando que cree haber nacido para amarlo. Hoy ha sido un día duro para los dos, han vivido un momento demasiado tenso y el reencuentro ha servido para que esa tensión saliera a golpetazos pélvicos, el uno contra el otro. Casi no han hablado pero él, que acaricia su pelo con ternura, por fin tiene deseos de romper el silencio.
-¿Sabés una cosa? -le susurra casi al oído.
-No -responde sin darse la vuelta, algo sumergido en su interior, como si en el fondo la persona que a su espalda le habla y que un segundo atrás mordisqueaba fuera de sí su cuerpo no fuera más que un desconocido que le pregunta la hora en la calle.
-Creo que no te he dado las gracias todavía.
-¿Gracias por qué?
-Por lo de esta noche.
-Pero otras veces eres tú quien me recibes y no te doy las gracias... no te entiendo.
-No, tonto -le besa cariñosamente en la oreja-, gracias por fallar el penalti.
Se debía consensuar la Junta Directiva que dirigiría al FC Barcelona. Adolfo Suárez manifestó que prefería no meterse y fueron el subsecretario de Gobernación: Rodríguez de Miguel, Juan Gich quienes pactaron que Carrasco, Vilaseca, Lloveras pudieran entrar en la Junta, Ariño quedaría como en un segundo plano.
Y es que durante muchos años, las Juntas Directivas eran elegidas ‘a dedo’ desde la Capital de España y siempre entre personas afines al gobierno.
Como el propio Agustín Montal reconoce, ser presidente del Barça en aquella época era muy duro, ya que el Barça tenía encima los ojos del centralismo y sobre todo de la Dirección General de Deportes que dependía directamente del Ministerio del Movimiento y el mero hecho de hablar en catalán, incluso por la megafonía del estadio era "pecado". Tanto que en un partido ocurrió la siguiente anécdota:
Se dió un aviso por megafonía. El Ministro de la Gobernación que estaba invitado preguntó:
- ¿Qué idioma están hablando? -preguntó el Ministro.
- El Catalán. Ha sido una decisión de la Asamblea del club -le contestó Montal.
- La Asamblea del Barça es el acto politico antifranquista más importante que se ha hecho desde la Guerra. Si hablan este idioma otra vez, te lo diré en otro sitio y de otra manera -contestó el Ministro.
(tomado de la página “Mushofútbol”)
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(LUIS ARAGONÉS, entrenador español, declarando en Julio de 2008 a "Marca" los motivos que lo llevaban al Fenerbahçe turco, en donde estuvo hasta Junio de 2009)
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Ofrendas (Francisco Javier Uriz - España)
sabía que los éxitos necesitan su liturgia
y tienen sus servidumbres.
En la ofrenda de trofeos a la Virgen del Pilar
o a la de Monserrat
se borran las diferencias de religión y raza.
En esos momentos de embriaguez y religiosa unción
se lanzan promesas
que jamás se cumplirán:
El año que viene volveremos a ser campeones,
dice alguien que sabe que ni siquiera estará en el equipo.
Y sabiendo que no es verdad
gritamos enfervorizados.
La más divertida anécdota del "Mono" Burgos
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Juan Antonio Pizzi, nacido el 7 de Junio de 1968 en la provincia de Santa Fe, fue un delantero centro que triunfó en el fútbol español.
Comenzó en Rosario Central, para concretar una extensa y exitosa trayectoria, pasando por Tenerife, Barcelona, Valencia y Villarreal, en España; Toluca de México; Porto de Portugal y River de Argentina,
En la temporada 1995-1996, tuvo uno de sus mejores momentos, actuando para Tenerife, al anotar 31 tantos, obteniendo el ‘Pichichi’ como máximo goleador de la Liga Española y el Botín de Oro, como el mayor artillero de las ligas europeas.
Sus goles hicieron que, una vez nacionalizado español, fuera citado para jugar en el seleccionado de España.
En 1996, fichó para el Barsa y sus hinchas recuerdan un partido en el Camp Nou, cuando enfrentó al Atlético de Madrid. Al finalizar el primer tiempo, los "colchoneros" ganaban 3 a 0. En la segundo, el local, en franca recuperación, igualó 4 a 4 y cuando el árbitro estaba por pitar el final, Pizzi convirtió el gol que le dio el triunfo a los catalanes.
Los aficionados recuerdan ese gol relatado por el periodista Joaquim María Puyal, cuando a grito pelado decía al aire: "¡Pizzi, sos macanudo!", queriendo felicitarlo con una palabra bien "argentina" que quizás no venía al caso. A partir de allí, se lo apodó "Macanudo".
Pizzi jugó 22 partidos para España, con 8 goles, uno de ellos, el 20 de Septiembre de 1995, en un amistoso ante Argentina, partido que ganó España 2 a 1. El goleador jugó el Mundial de Francia de 1998, con escasa participación.
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(ALFREDO DI STÉFANO, ex jugador y entrenador argentino, emblema viviente del Real Madrid)
Futbolista (Abel Feu - España)
Un deportivo hortera y una rubia
todavía más hortera a la salida
de los entrenamientos. Un pendiente
en la orejita izquierda y el flequillo
tenaz que cae y cae sobre mis ojos
y yo aparto -¡qué tío!- con ese gesto
que hasta imitan los niños...
En fin, vida
vidorra, anuncios, goles, entrevistas,
vaya mansión, autógrafos y etcétera...
Lo juro: futbolista. No estos versos
ramplones y prosaicos. No estos años
cabrones. Ni las suposiciones. Ni esperar
a que nunca pase nada...
Y no poeta, no, ¡no!,
no poeta sobre todo,
cualquier cosa antes que este camelo
que mira a lo que lleva: a lamentarse mucho
de uno mismo, a exhibir trapos sucios,
a este strip-tease grotesco, qué vergüenza.
(RENÉ HOUSEMAN, ex internacional argentino, creaba buen revuelo a fines del año pasado -2009-, cuando daba a entender, sin más, que Diego Maradona saboteaba a Messi en la selección)
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(JULIÁN GARCÍA CANDAU, periodista y escritor español)
Spagna granata (Javier Elizalde Blasco - España)
* dedicada al Torino Football Club
del Torino del ayer,
de su romántica historia
que cautivó nuestro ser.
Nuestras almas ahora viajan
caminando sobre el mar
hasta Italia para, juntos,
un solo cuerpo formar.
Bajo la rugosa piel
de toro compartiremos
venas, corazón y sangre,
alegría o desespero.
Fuimos Toro y somos Toro,
nuestras ganas de embestir,
estarán hoy con vosotros,
unidos en un sentir.
A ganar, Toro, a ganar,
que la grandeza os aguarda,
es el grito que hoy os llega
desde la Spagna granata.
El más grande de todos, Alfredo Di Stéfano
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(ALFREDO RELAÑO, periodista del diario deportivo español "AS", Abril de 2007)
Un encuentro romántico (Jesús Castañón Rodríguez - España)
El fotógrafo serpenteó el paseo marítimo entre el rugir acompasado de las olas y las caricias del viento y llegó a un estadio entre un aroma de eucaliptos. Franqueó la puerta de prensa y recogió la acreditación. Se enfundó un peto entre un bullicio de gente con prisas, trípodes que parecían andar solos, luces de flashes dispuestas a iluminar un nuevo milagro y voces de saludos efusivos.
Fue engullido por largos y estrechos pasillos hasta salir al túnel de vestuarios. Subió los peldaños que accedían a la cancha mientras aumentaba el número de pulsaciones de su corazón. Abrió un sobre con una misión que le había sido asignada. Leyó su contenido y no movió ningún músculo. Había sido enviado allí para hacer un reportaje difícil: el arte en el campo más antiguo del fútbol profesional en España.
Lanzó unas primeras fotografías y recorrió las bandas cabizbajo para estudiar las posibilidades del campo. Pensaba que aquello era imposible. Vio cómo las diferentes personas que forman parte del espectáculo iban tomando posiciones. Se situó tras la portería del fondo norte. Se sentó en el suelo y preparó el equipo. Hizo más instantáneas durante el primer cuarto de hora de la primera parte.
En un mal paso, el fotógrafo resbaló y cayó al suelo. Temió haber roto la cámara y rápidamente comprobó que conservaba las fotos lanzadas. Descubrió que el brazo izquierdo de la estatua de la mujer le hacía un gesto para que cerrara los ojos. Por un instante todo se detuvo y se llenó de magia. Al volver a abrirlos muy lentamente, en un contrafundido, la cancha había tomado otro aspecto al haber sido conectada la luz artificial. Aparecía un nuevo mundo de colores y contrastes que le hizo sentarse en los fosos, subir a las gradas, tirarse en plancha a ras de suelo, colocar la cámara detrás de las porterías...
Ante la cámara digital El Molinón era ahora un museo especial y el partido un encuentro romántico con las bellas artes. Era el cuadro de una playa donde el rojo y el blanco iluminaban de ilusión un césped de colores verde y azul y la arena gris de las gradas mientras las gaviotas sobrevolaban en círculos.
Captaba estatuas fluidas. Fijaba paradas, remates, regates, fintas... mientras los jugadores y el partido seguían en su imparable discurrir. Detenía en el tiempo infantiles sonrisas ilusionadas, bocas abiertas y miradas de agua que ya no correspondían a escolares sino a futuros atletas.
Disfrutaba de la percusión de silbidos y palmas, de la sinfonía del picar de la pelota, de los ruidos contrapuestos de arrastres de botas, gritos de entrenadores o relatos periodísticos apasionados hasta estallar al unísono en una ola de fantasía envuelta en rugidos de ges, cimbreos de oes alargadas y eles en cascada cuando marcó el Sporting.
Notaba la gimnasia de las palabras en busca de expresiones populares, de esfuerzos de imaginación para conseguir una alquimia de los estados de ánimo. Estaba ante un juego de ingenio y de creación literaria para narrar la lucha por hacer realidad los sueños, para cantar que lo mejor está siempre por ser conquistado.
Gracias a aquella intervención de la estatua descubrió la arquitectura apacible del estadio y su capacidad para esparcir felicidad y crear nuevos sentidos. Comprendió que el fútbol es un bello arte en movimiento en el que los zapatos de la fantasía rematan desde la grada, los corazones unidos realizan parábolas junto al balón, los sentimientos corren la banda para buscar un contagioso estado de euforia y gratitud, las emociones hacen paredes de color esperanza para salvar tiempos de necesidad.
Posteriormente, cubrió el bullicio de la rueda de prensa entre crónicas realizadas al vuelo, relatos por teléfonos móviles, noticias rápidas saliendo con urgencia para diseminarse desde Internet, más fotos, imágenes de televisión... El fotógrafo entregó el peto y recogió el material. Salió feliz del estadio entre una riada de gentes porque ya tenía el reportaje de la misión que le había sido encomendada.
Volvió a pasar entre los eucaliptos, a ser abrazado por el viento. Se acercó a la estatua que le había sugerido ese punto de vista tras su caída. Con ternura, rodeó su cuello con una bufanda rojiblanca, agarró su mano izquierda y besó con suavidad sus labios de bronce. Un tintineo de lágrimas era su agradecimiento por abrigarle el corazón en aquella misión. Aquel lugar se convirtió para el fotógrafo en un puerto del que zarpar con nuevas energías.
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(MANUEL ALCÁNTARA, poeta, escritor y periodista español)