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El día del arquero

“A los penaltys que tan bien parabas
acechado tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto”. 

El poeta español Miguel Hernández jugaba de volante, pero su poema futbolístico más conocido se lo dedicó a un arquero, a “Lolo, portero del Orihuela”. El poeta escribió también el himno del equipo que fundó en Orihuela, su pueblo natal. “Vencedora surgirá / la terrible y colosal Repartiora”. En La Repartiora (así llamada porque todos tenían algo para repartir), Hernández, que tenía unos quince años, era “Barbacha”, porque su juego lento hacía recordar a unos caracoles pequeños. 

Su padre no lo quería ni cura ni escritor y lo obligó a que cuidara las cabras. De poeta pastor de Orihuela y su amigo católico Ramón Sijé (“compañero del alma, compañero”), Hernández, mudado a Madrid, pasó a poeta comunista y miliciano. Cavó trincheras y dio aliento con lecturas a los soldados en el frente. En 1942 tenía apenas 31 años. Murió tuberculoso, hacinado y hambriento en las cárceles franquistas, donde las ratas cagaban en su cabeza. 

Hace unos meses, el Tribunal Constitucional de España rechazó un pedido de la familia, de que se declarara nula la condena a muerte que le había decretado el franquismo en juicio sumarísimo. Los jueces ni siquiera le han permitido ahora reparar su honor. Sí lo hizo Jaén y su nuevo himno en 2013, que llevará la letra de uno de los poemas más célebres que Hernández escribió en plena Guerra Civil española: “Andaluces de Jaén / aceituneros altivos / decidme en el alma: ¿quién / quién levanto los olivos?”.

Lolo Sampedro, el arquero hecho poema por Hernández, muere al chocar contra un poste (“¡Ay fiera! En tu jaulón medio de lino / se eliminó tu vida”). El puesto del arquero fue siempre el más literario del fútbol. Más aún desde que la modernidad renunció a los wines, un puesto de locos, de Garrinchas y Housemans. “Oh Platko, Platko, Platko”, escribió en 1928 Rafael Alberti. El poeta español dedicó una célebre oda al arquero húngaro deBarcelona, Franz Platko, héroe en una final de Copa frente a Real Sociedad, porque volvió al campo con seis puntos de sutura y un vendaje aparatoso, tras recibir una patada brutal en la cabeza. 

El arquero más mítico de la propia España fue “El Divino” Ricardo Zamora, estrella de Real Madrid. Fue detenido por milicianos descontrolados porque, además de atajar, Zamora escribía artículos en el diario católico “Ya”. Zamora casi muere fusilado en la cárcel Modelo de Barcelona. Le salvó la vida, contó alguna vez su hijo, un miliciano que lo reconoció. Se refugió en la embajada argentina, hasta que el torpedero con bandera argentina “Tucumán” lo llevó hasta Francia. Su larga permanencia allí, paradójicamente, enojó luego al franquismo, que sospechó de él a la hora del retorno y hasta llegó a detenerlo algunos días. Quedó un dicho famoso, síntesis de que era garantía de seguridad: “Uno cero y Zamora de portero”. Lo contrario sucedió más de medio siglo después con Luis Miguel Arconada, a quien se le escapó infantilmente una pelota en un tiro libre de Michel Platini que dio un recordado triunfo a Francia en la Eurocopa de 1984. Su error provocó otro dicho célebre: “Ay Dios, ha hecho una Arconada”.

Tremendo error de Luis Miguel Arconada en la final de la Eurocopa de 1984. 
Minuto 57, tiro libre de Michel Platini, Francia 1 - España 0.

Es así. El arquero es el puesto más expuesto del fútbol. De Tarzán se pasa al ridículo. “Una difícil regulación de la autoestima”, me dijo alguna vez un psicólogo que atendió arqueros. Son los únicos que visten distinto y pueden usar las manos. Grandotes y hasta goleadores como José Luis Chilavert o extravertidos como Hugo Gatti o René Higuita, los arqueros suelen ser los futbolistas favoritos de los escritores. “Bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas”, escribió Eduardo Galeano. “La segunda muerte de Barbosa”, tituló un diario el 8 de Abril de 2000, al día siguiente del fallecimiento del primer arquero negro de la selección de Brasil. La primera ‘muerte’ había sido la de su error en el Maracanazo del Mundial 1950. Y eso que todavía no había TV como ahora, de 24 horas sobre 24. Imágenes que repiten y repiten goles, no atajadas. 

Moacir Barbosa comienza a pagar una condena que sería eterna

Cuando los arqueros dominan la escena, es por algún ridículo. Como le sucede hoy mismo al gran Gianluigi Buffon en Italia, señalado por sus errores en la derrota de Juventus ayer 2-0 contra Bayern Münich. La TV, en realidad, suele regodearse ya no ante el simple error humano, sino frente al exceso de confianza, el del superhombre derrumbado por el error infantil. ¿Cuántas veces se exhibieron en estas horas algunas torpezas del hoy encarcelado Pablo Migliore, como la del gol del Racing-Colón en el que sacó rápido, la pelota pegó en la cabeza del ‘Bichi’ Fuertes y se le metió en el arco? “En el puesto de los bobos -solía decir Hugo Gatti- yo soy el más vivo”. “El día del arquero”, sabemos, no es un homenaje; es el día que no llegará nunca.

Albert Camus fue arquero del primer equipo de la Universidad de Argel (R.U.A.). El Premio Nobel de Literatura de 1957 se hizo arquero de niño porque era el puesto en el que las zapatillas le duraban más. Aprendió a moverse siempre a último momento. Hoy no podría hacerlo porque las pelotas, pobres arqueros, son cada vez más livianas y traicioneras. Pero la zapatilla casi intacta evitaba a Camus el reto a latigazos de la abuela. ¡Cómo no citar la frase con la que, más que al fútbol, Camus buscó acaso reivindicar lo mejor del deporte!: “Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Más crítico, en cambio, fue siempre Umberto Eco. Algunos interpretaron que su mirada dura hacia el fútbol se debe a que, de niño, como nunca fue bueno, lo mandaban al arco. Cuando éramos niños, los malos iban al arco, salvo que fueran los dueños de la pelota. Puesto también de los más gordos, el arco dejó las bromas y pasó a ser un drama cuando en 2009 el arquero alemán Robert Enke, que todavía aspiraba a jugar el Mundial de Sudáfrica, se tiró debajo de las vías de un tren. Nueve futbolistas se habían suicidado antes en la Argentina en los últimos años. Cinco de ellos eran arqueros. Ocupaban el puesto más solitario y extremo. “El más ingrato del fútbol”, como lo llamó una vez Amadeo Carrizo.

Amadeo Carrizo cortando un centro con una mano

Hay numerosos ejemplos que se contraponen al supuesto modelo del "arquero bobo". Arqueros que analizan y se convierten en técnicos (habitualmente cautelosos). Arqueros lectores. Y arqueros poetas. Me quedo con Américo Tesorieri, seis veces campeón con Boca de 1919 a 1926, 37 veces selección argentina. Admirador de Quinquela Martín y amigo del Gordo Troilo, “Mérico” decidió escribir “poemas indigestos para matar el tiempo, antes de que el Tiempo me mate a mí”. En “Jonedick” recordó los viejos Boca-River en la isla Demarchi, con sus canchas separadas por un par de cuadras. En “Imploración” pidió a Dios: “¿No podrías darme por unos domingos mi perdida juventud?”. Y en “Ocaso” escribía: “Escuchemos, querida, por radio el partido/ está muy fría la tarde y más frío el olvido”. “U.S.A.” cita a Abraham Lincoln, Walt Whitman, Tomas Edison, Jack Dempsey, Babe Ruth, Bessie Smith y Louis Armstrong, entre otros. Pero el homenaje del poema no es para ellos. “No/ fue solamente porque alumbró mi feliz infancia/ con madre, padre y siete hermanos más/ una humilde lámpara de querosén/ acogedora luz, acariciadora luz, amorosa luz/ Se llamaba “Miller” y era de reluciente níquel/ con palabras enigmáticas, jeroglíficas, incomprensibles/ “Made in USA”/ pequeña lámpara, amiga nuestra/ es por ella mi querencia y deslumbramiento/ ¡Oh, U.S.A.!”

(artículo de Ezequiel Fernández Moores publicado el 2 de Abril de 2013 en el suplemento "Cancha llena" del Diario "La Nación")

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Un veneno sin antídoto (Tomás Furest - España)

“Niño, este equipo es de la ciudad en que tú naciste, pero nosotros somos del Sevilla”. 

El Betis acababa de ganar el Trofeo Concepción Arenal. Jesús, a pesar de las palabras de su padre, había tomado en silencio, con sólo cinco años, la primera decisión importante de su vida: hacerse bético. Miraba a Luis del Sol, que levantaba la copa, y sentía un orgullo tan grande de ser de aquel equipo que llegó a la conclusión de que era bético desde que nació, aunque no lo supiera. Lo que no podía comprender era que su padre, que lo sabía todo, no se lo hubiera dicho nunca y le viniera ahora con esa milonga de que ellos eran del Sevilla. Cosas de los padres, a los que no hay quien entienda, pensó. 

Para que no hubiera dudas de cuáles eran sus sentimientos, al llegar a su casa le pidió a su madre que le enseñara a escribir su nombre, Jesús Olmedo. De segundo apellido, en vez de Madroñal, se puso bético hasta los huesos. Como le resultaba complicado escribir hueso decidió pintar unos iguales a los que daba de comer a su perrita Niebla, un cruce entre Mastín y San Bernardo que engullía todas las sobras de la cocina de El Arsenal y que más que una perra parecía un caballo. 

Su madre lo abrazó con ternura y le hizo ver que era mejor que su padre no se enterara de que era del Betis porque se iba a llevar un disgusto. “Será nuestro secreto”, le dijo mientras le guiñaba un ojo y le daba un beso muy especial, distinto, “porque ya eres un hombrecito”. Aquella noche no pudo dormir. Cerraba los ojos y veía una y otra vez la película de la final: a Otero volando como un pájaro para impedir que marcara Suco; a del Sol corriendo sin parar y borrando a todo el centro del campo del Oviedo; a Kuzsmann dándole un pase magistral a Castaño para que consiguiera el primer gol, a Esteban Areta metiendo por la escuadra el segundo a centro de Paqui… 

No había en el mundo una camiseta más bonita que la verdiblanca ni un escudo más hermoso que el de las trece barras coronado. La camiseta y el escudo que a partir de aquel 31 de Agosto de 1958 llevaría para siempre en su corazón. Jesús había nacido en Sevilla, pero no tenía conciencia plena de ello, porque cuando apenas había dado sus primeros pasos a su padre, capitán de la Armada Española, lo destinaron a El Ferrol. Allí, en el Arsenal, entre barcos, cañones y marinos, creció como un niño feliz y se abrió la cabeza un par de veces sin que la sangre llegara por la ría al fascinante océano Atlántico, por el que navegaba cada noche en sueños venciendo con suma facilidad a cuantos piratas le salían al paso. 

A veces creía que se había caído al agua, pero al despertarse sobresaltado se daba cuenta de que sólo se había hecho pipí en la cama y que tendría que soportar la burla de sus hermanos una vez más. Se sentía gallego, pero había un par de cosas que le recordaban frecuentemente sus orígenes: las tortas de Inés Rosales que les mandaba su abuela Concha desde Sevilla y el tono despectivo con el que una monja rechoncha le decía “andaluz” siempre que lo castigaba por hacer alguna trastada en el colegio. 

Su padre se encerraba cada domingo en la salita junto a la radio para escuchar "Carrusel deportivo", un nuevo programa que había creado unos años antes Bobby Deglané y conducía Vicente Marco, conectando con todos los campos para que los aficionados estuvieran al tanto de cómo iba su equipo sin necesidad de bajar al bar para ver los resultados en la pizarra. Su madre decía que era un programa de locos, de tíos pegando gritos, pero a su padre nadie podía molestarlo mientras jugaba su equipo. Jesús, aunque no compartía colores con el bueno del capitán, le preguntaba cuando salía cómo había quedado el Sevilla porque sabía que si ganaba estaba de buen humor y él se libraba de algún que otro pescozón aunque se hubiera peleado con sus hermanos. Eso sí, cuando el Sevilla perdía era mejor acostarse temprano porque el horno no estaba para bollos y cobraban todos, aunque hubieran sido santos. 

A Jesús le gustaba jugar al fútbol, pero no era de ningún equipo todavía. Si acaso, del Racing de Ferrol porque allí jugaba Marcelino, del que se había hecho muy amigo porque compartía con sus padres la afición por la lectura y con frecuencia aparecía por su casa para llevarse libros de la enorme biblioteca que había en el salón. Marcelino, que iba para cura, cambió el seminario por los campos de fútbol después de llegar a la conclusión de que tenía más dudas que Unamuno, al que leía con especial devoción. Su decisión, entonces mal acogida por su familia, sería celebrada con alborozo años después por todo el país, al ser el de Ares el autor del gol que le daría a España el triunfo en la final de la Eurocopa del 64 ante Rusia, único título conquistado por la selección española absoluta en toda su historia. Marcelino invitaba a la familia Olmedo al fútbol y Jesús iba con su padre y su hermano Juan a ver al Racing, que entonces jugaba en Segunda. 

Un derby ante el Deportivo de La Coruña era lo más emocionante que Jesús había vivido hasta que aquel verano el Betis de Antonio Barrios superó al propio Racing y al Oviedo para conquistar el trofeo Concepción Arenal, que por aquellos años tenía un enorme prestigio, sólo superado por el Carranza y el Teresa Herrera. Desde aquel día, Otero, Portu, Santos, Oliet, Isidro, Paqui, Castaño, Areta, Kuszmann, Vila, Lasa y del Sol se convirtieron en los héroes de sus juegos y de sus sueños, en los que dejaría de hundir barcos piratas para dedicarse a marcar goles a cuantos rivales se cruzaban en el camino del Betis y si hacía falta, se colocaba bajo los palos para echarle una manita a Otero. Definitivamente, el Betis era lo más importante de su vida. 

Jesús hizo a Marcelino participe de su secreto: “Tú eres mi amigo y siempre querré que ganes, pero yo soy del Betis. Y si algún día vuelves a jugar contra mi equipo no puedes marcarle ningún gol, ¿vale?”. Marcelino le dio la mano sin decir palabra, aunque hizo por Jesús algo más importante, presentarle a su amigo Pancho, que era de Sevilla también pero que llevaba muchos años en El Ferrol porque lo mandaron allí a hacer la mili y se enamoró de Lina, con la que se casó y montó “Heliópolis”, un bar al que acudían los futbolistas del Racing después de los partidos. 

El bar estaba lleno de banderines de casi todos los equipos y de fotos de los mejores jugadores del mundo, con una muy grande dedicada a Pancho por Luis Suárez, que triunfaba en el Barcelona. “Pancho, te presento a Jesús, que dice que es del Betis”, le dijo Marcelino muy serio. Pancho lo tomó de la mano y lo condujo en silencio hasta un pequeño despacho presidido por un enorme banderín del Betis, firmado días antes por todos los jugadores después de dar cuenta de un gran mariscada a la que Pancho les había invitado. “¿Niño, estás seguro de que quieres ser del Betis? Piénsatelo bien porque se sufre mucho. Como se te meta el veneno en la sangre no hay medicina en el mundo que te pueda curar esta bendita enfermedad. Yo me hice del Betis cuando nací y no he dejado de serlo ni un segundo a pesar de que durante muchos años hemos estado en Segunda y en Tercera”. Jesús no se atrevía a abrir la boca. Creía que Pancho era Dios y pensaba que si Dios era del Betis él había elegido bien su camino. 

Pancho le trajo un refresco y un álbum de fotos, de fotos del Betis, y le dijo que las había hecho en Sevilla hacía sólo tres meses. “Niño, es que hemos vuelto a Primera. Hemos tardado quince años y pasado muchas fatiguitas por el camino, pero ha merecido la pena. Ascendimos en San Fernando el 25 de Mayo y lo celebramos en Heliópolis una semana después. Yo no podía faltar a la fiesta. Cerré el bar, cogí a mi mujer y nos fuimos en tren a Sevilla. Mira, éste es Benito Villamarín, nuestro presidente. Es gallego, pero tan bético como si hubiera nacido en la Puerta de la Carne. Y éstos son los jugadores que nos han devuelto a nuestro sitio: Menéndez, Portu, Santos, Isidro, Loli, Valderas, Lasa, Paqui, Vila, Areta, Castaño, Rodri, Seguer, Eugenio, Sobrado, Espejín, Ramoncito, Américo, Mundo, Luisín, Domínguez y Luis del Sol. No olvides nunca sus nombres, pero sobre todo el de Luis del Sol porque me da en la nariz que va para figura. Y ahora te dejo que tengo que atender la barra, pero ya le diré a Marcelino que te traiga de vez en cuando para que podamos hablar de nuestras cosas”. A partir de entonces Jesús se iba a “Heliópolis” cada vez que podía.

Pancho le contaba con enorme pasión sus vivencias como bético. Le recitaba de memoria el equipo que ganó en Santander la Liga en el 35: Urquiaga, Areso, Aedo, Peral, Gómez, Larrinoa, Saro, Adolfo, Unamuno, Lecue y Caballero, pero también le recordaba que el Betis se había hecho grande de verdad jugando en Tercera durante siete largos años en los que no desapareció porque los sentimientos nunca mueren. Se mostró orgulloso de haber acompañado a su Betis por esos campos de Dios con un bocadillo de tortilla bajo el brazo y los bolsillos llenos… de ilusión. Le habló de la rifa de vacas, mulas y hasta dormitorios para sobrevivir. 

Le explicó que el ‘Manquepierda’ era un grito de rebeldía, no de sumisión, y le pidió que le dijera a todos que no había nada más grande en el mundo que ser bético. Jesús se atrevió a interrumpirle para decirle:… “a todo el mundo menos a mi padre, porque como se entere me mata. El pobre cree que soy sevillista, como él y mi hermano Juan. Sólo mi madre, Marcelino y tú sabéis que soy del Betis, pero en cuanto empiece el colegio se lo voy a decir a todos los niños”

Jesús cumplió su promesa. Pregonó a los cuatro vientos su beticismo y le dijo a su madre que iba a pedirle a los Reyes la equipación completa del Betis, con botas y todo y cuando empezó la Liga le rogó a su padre que le dejara escuchar junto a él "Carrusel deportivo". Sólo pudo hacerlo en la primera jornada, en la que el Betis le ganó al Granada por 2 a 1 y el Sevilla empató a dos en Pamplona con Osasuna. Lo había pasado muy mal sin poder cantar los goles de Kuszmann. Y peor cuando Salía consiguió el gol del empate para el Sevilla casi al final después de ir perdiendo dos a cero. Su padre le pedía con la mirada que lo celebrara con el mismo entusiasmo que lo hacía él, pero no le salía. El capitán, muy serio, sentenció al terminar el Sevilla: “Nos hemos reservado para el próximo domingo, que recibimos al Betis en nuestro campo. Les vamos a meter cuatro. Cuando volvamos a Sevilla os haré socios a ti y a Juan y os llevaré al Sánchez Pizjuán. Me ha dicho mi hermano Rafael que es el mejor estadio del mundo”.

Jesús tenía claro que no iba a estar junto a su padre al domingo siguiente escuchando "Carrusel deportivo". Le pediría a Pancho que lo invitara a Heliópolis para seguir el partido juntos. Jamás podría olvidar aquel 21 de Septiembre. Antes de que Pancho tuviera tiempo de prepararle un refresco ya había marcado Luis del Sol el primer gol. Se abrazaron como si les hubiera tocado la lotería. El mundo se les vino abajo cuando antes del descanso el Sevilla le dio la vuelta al marcador. Valderas cogió el balón con las manos incomprensiblemente y Salía empató de penalti. Poco después hizo Diéguez el 2-1. Jesús estaba hundido, mudo, pero Pancho le animaba y le decía que de peores habían salido, que en la segunda parte ganaban seguro. Y así fue. Kuzsmann marcó dos goles y Esteban Areta redondeó un 2-4 que dio la vuelta al mundo.

“Así es nuestro Betis, niño. Pero no te confíes porque cuando menos te lo esperes dará la espantá. Y no olvides que hay que quererlo con sus virtudes y sus defectos, como a un hijo”. Pancho le hablaba sin parar a Jesús mientras esperaba que viniera a recogerlo Marcelino para llevarlo a su casa. Y Jesús se preguntaba si su padre lo querría cuando se enterara que era del Betis. El temor a perder el cariño del capitán, al que adoraba, le impedía disfrutar plenamente de ese triunfo que Pancho había catalogado de histórico. Sólo su madre logró convencerlo de que lo iba a querer siempre, aunque le aconsejó que no le hablara de fútbol esa noche porque había acudido a la salita hecho una fiera. 

Acudir cada domingo a Heliópolis a escuchar los partidos con Pancho era tan importante para Jesús que su madre lo amenaza con no dejarlo ir si se portaba mal. La amenaza surtió tal efecto que Jesús estuvo a punto de alcanzar la santidad en vida. Junto a su amigo lloró la primera derrota como bético, que llegó en la cuarta jornada ante el Español, y gozó de partidos memorables como aquel 7-0 al Zaragoza en el que Juan Tribuna a punto estuvo de perder la voz narrando los cuatro goles de Vila y los marcados por Kuszmann, Castaño y Azpeitia. Pancho aprovechaba sus encuentros semanales para compartir con Jesús sus vivencias verdiblancas. El Betis era para él como un hijo, y “por un hijo se da la vida si hace falta, niño”

Reconoció que había llorado de rabia cuando el Sevilla les robó a Antúnez y de alegría cuando el general Moscardó, que presidía la Delegación Nacional de Deportes, le obligó a volver al Betis. “No sabes lo importante que fue para nosotros que nos dieran la razón. Desde que acabó la Guerra Civil nos estaban machacando. A muchos no les gustaba que el Betis fuera el equipo del pueblo. Nos tenían el pie puesto en el cuello, pero no pudieron con nosotros entonces ni van a poder nunca. Ya te he dicho mucha veces que no hay fuerza humana capaz de destruir este sentimiento tan grande”. Jesús, despierta, que han venido los Reyes Magos. Entró en el salón como un loco, buscando la equipación del Betis que había pedido con letras bien grandes a Baltasar. No estaba. Había un balón y unas botas de fútbol, un coche de bomberos y algunas cosas más, pero no la camiseta verdiblanca con la que llevaba meses soñando. Buscó a su madre en silencio, sin atreverse a decir nada por miedo a que se enterara su padre. Cuando estaba a punto de empezar a llorar llamaron a la puerta. 

Era Pancho. Traía en sus manos un paquete grande de Casa Couto, la mejor juguetería de Ferrol. “Jesús, en el bar han dejado los Reyes un regalo para ti. No tengo ni idea de lo que es. Anda, ábrelo que me tengo que ir”. Ante sus ojos atónitos fueron apareciendo la camiseta, las calzonas y las medias del Betis. Jesús no sabía si reír o llorar. Abrazó a Pancho mientras el capitán decía muy serio que tenía que ser una equivocación, que allí todos eran del Sevilla. Pancho esbozó una sonrisa burlona y le contestó que era imposible, que los Reyes Magos nunca se equivocan y que él no conocía a otro niño que se llamara Jesús. 

El capitán le permitió quedarse con el regalo, pero dejó muy claro que no lo quería ver con esa camiseta puesta. La camiseta del Betis pasó a ser como una segunda piel para Jesús. Su madre tuvo que pelear lo indecible para que le permitiera lavarla al menos una vez por semana. Con toda la equipación puesta y más nervioso que nunca se presentó en Heliopolis minutos antes de que empezara el derbi sevillano. Pancho le dijo que parecía un ángel vestido así y le pidió que se tranquilizara: “Les vamos a ganar porque somos mejores. Ya se lo demostramos en su casa y hoy le daremos una nueva lección en la nuestra. Con Ríos en la defensa no pasa ni uno vestido de blanco, te lo aseguro”

Estaba claro que Pancho era Dios o que tenía un amigo en el cielo porque Moreira marcó el primer gol a los ocho minutos y Castaño el segundo al cuarto de hora. No había en el mundo nadie más feliz que Jesús, que al llegar a casa recibió un beso enorme de su padre sin que mediara palabra. Sabía que era por el triunfo del Betis, aunque pasaría mucho tiempo antes de que el capitán reconociera públicamente que su hijo era bético a pesar de que él había hecho todo lo humanamente posible para impedirlo. La gran temporada de Marcelino con el Racing hizo que varios equipos de Primera se interesaran por él. Un día, Jesús sorprendió a su padre recomendándole el fichaje a un amigo que tenía en la directiva del Sevilla. No podía ser. 

Cuando el domingo fue a recogerlo para llevarlo a Heliópolis le hizo prometerle que no se iría al Sevilla. Finalmente firmó por el Zaragoza y Jesús respiró tranquilo, aunque lloró desconsoladamente cuando fue a despedirse de su familia. Perdía a un amigo y, lo que es peor, a su enlace con Pancho. Le recordó su promesa de no marcarle nunca un gol al Betis y le pidió que no lo olvidara nunca. Jesús encontró en su madre la aliada perfecta para no perderse cada semana su cita con Pancho. La temporada empezó con un 7-1 encajado por el Betis en el Bernabéu que a Jesús le hizo temer lo peor, aunque los malos presagios no se cumplieron y al final fueron sextos. Días antes de que terminara la Liga supo que a su padre lo habían destinado a Sevilla y que volverían a su tierra cuando finalizara el curso escolar. 

El último partido fue especialmente doloroso para Jesús. Sufrió por la derrota de su equipo en San Sebastián, pero mucho más por tener que despedirse de Pancho, que lo consoló diciéndole que iba a tener la suerte de poder ver al Betis en directo. “Ya te llamaré de vez en cuando para que me cuentes cosas de nuestro equipo. Y si el negocio va bien, haré una escapadita a Sevilla para que veamos algún partido juntos”. Lo abrazó y le dio un sobre de manera solemne: “Toma, este es mi primer carnet del Betis. Mi padre me hizo socio el día que nací y jamás he dejado de serlo. Ni durante la Guerra ni después de ella dejamos de pagar cuando Tenorio venía a casa a cobrar los recibos. Todos teníamos claro que el Betis necesitaba el dinero más que nosotros, y eso que muchas veces mi madre no tenía ni para un ponernos un plato de puchero. Este carnet hará que no me olvides nunca. Y cuando termine la próxima temporada me mandas el tuyo. Ya hablaré con tu padre para que te haga socio”.

La vuelta de Jesús a Sevilla no resultó como la había soñado. Su padre se negó a sacarle el carnet del Betis; es más, lo hizo socio del Sevilla, aunque él siempre buscaba una excusa para no ir al Sánchez Pizjuán. Como no encontraba nadie que lo llevara a Heliópolis, tuvo que seguir los partidos como en Ferrol, por la radio, pero sin Pancho a su lado para comentarlos. El capitán aprovechaba la ocasión para hablarle del Sevilla, de lo buenos que eran Ruiz Sosa, Achucarro ó Pereda, pero Jesús tenía claro lo que sentía y sabía que jamás iba a dejar de ser bético. 

Para colmo, en el colegio casi todos los niños eran sevillistas. Le costaba un mundo reclutar a once béticos para jugar cada día en el recreo contra los infieles. Tenía que aceptar en sus filas a cualquiera, incluidos algunos sevillistas que no encontraban acomodo entre los suyos porque eran muy malos. Casi siempre perdían, pero él sabía que algún día cambiaría su suerte. Cuando la Liga finalizaba Jesús sorprendió a su padre diciéndole que iría el domingo al fútbol con él a ver al Sevilla… contra el Betis. El capitán lo miró fijo a los ojos y sentenció: “Recuerda que en esta familia somos todos del Sevilla. Ya sabes cómo tiene que comportarte en el Sánchez Pizjuán”. Dicho y hecho. No movió un músculo cuando Gargallo adelantó al Betis a los once minutos y soportó como pudo los abrazos de su padre y de algunos extraños tras marcar Ríos en su propia portería al intentar despejar un balón al que no llegaba Pepín. 

Peor fue la vuelta a casa, con su padre culpando a Ortiz de Mendibil del empate y recordando las muchas ocasiones que había tenido el Sevilla para ganar el partido. Al día siguiente, por fin, pudo sacar pecho en el colegio e incluso tuvo menos dificultades para formar el equipo en el recreo. Pero el gran día estaba todavía por llegar. Era sábado y estaba toda la familia Olmedo a punto de sentarse a la mesa cuando llamaron a la puerta. Jesús no pudo articular palabra cuando abrió y se dio de bruces con Marcelino, que dejó en el suelo el paquete de pasteles que traía y lo abrazó fuerte, muy fuerte, mientras le decía que había crecido muchísimo, que estaba hecho un hombre. 

El Zaragoza visitaba al Betis y el capitán lo había invitado a comer. Durante el almuerzo hablaron algo de fútbol y mucho de El Ferrol y de Ares, de lo mucho que echaban de menos a los amigos que tenían en común. Jesús, cuando pudo quedarse a solas con Marcelino, le hizo un interrogatorio a fondo sobre Pancho y le contó con tristeza que su padre no le había sacado el carnet del Betis y todavía no conocía Heliópolis. “Capitán, mañana me traes a los niños a la una al hotel Colón para que se vengan conmigo al fútbol”, dijo Marcelino al despedirse. El capitán aceptó a regañadientes y Jesús vio por primera vez el campo del Betis desde el autobús del Zaragoza, sentado al lado de su hermano Juan, que le decía que el del Sevilla era más bonito. Marcelino los tomó de la mano y entraron al estadio junto a Yarza, Cortizo, Benítez, Lapetra… como si formaran parte de la expedición comandada por César, el entrenador. Cuando accedieron al terreno de juego y Jesús tomó conciencia de dónde estaba no pudo contener las lágrimas. 

Marcelino le presentó a los jugadores del Betis, que lo preguntaron por qué lloraba: “Porque soy bético hasta los huesos desde que os vi ganar el Trofeo Concepción Arenal y nunca había estado en nuestro estadio”, respondió mientras su hermano se burlaba de él. Lasa le dijo que fuera a verlo al vestuario después del partido y le regaló un banderín firmado por todo el equipo. Un banderín como el que tenía Pancho en el bar. Lástima que ya no estuviera del Sol. A pesar de que lo habían traspasado al final de la temporada anterior al Real Madrid, continuaba siendo su ídolo. Al llegar a casa colocó el banderín en la pared, junto a su cama, para que fuera siempre lo último que vieran sus ojos antes de dormirse. 

Esa noche recibió otra alegría, la llamada de Pancho, al que le contó todo lo que había vivido y lo mal que lo había pasado cuando Murillo adelantó al Zaragoza. Menos mal que Yanko Daucick, el larguirucho hijo del entrenador, empató en la segunda parte. Eso sí, Marcelino había cumplido su promesa de no marcarle al Betis, que terminaba la temporada sexto, por encima del Sevilla. Se pasó el verano intentando convencer a su padre para que lo hiciera socio del Betis, que ya había comprado el campo en propiedad y le habían puesto el nombre del presidente, Benito Villamaría. Su madre lo ayudó todo lo que pudo, pero el capitán decidió quemar sus naves en un último y desesperado intento por recuperar a su hijo para la causa blanca. 

“Te voy a sacar otra vez el carnet del Sevilla y vas a venir a todos los partidos conmigo. Si al final de la temporada no has cambiado de idea y sigues empeñado en romperme el corazón, hablaremos”. No quería hacerle daño a su padre, pero tenía claro que nada ni nadie podía hacerle cambiar sus pensamientos. Ese pulso lo iba a ganar, seguro. Recortaba del ABC el marcador simultáneo para estar al tanto de lo que hacía el Betis. Vivió con indiferencia el triunfo del Sevilla ante el Athletic de Bilbao en la segunda jornada y sufrió lo indecible en silencio al ver quince días después al Zaragoza de su amigo Marcelino perder por 4-0. 

La prueba de fuego llegaría el 8 de Octubre con la visita del Betis al Sánchez Pizjuán. El Sevilla formaba con Mut, Juan Manuel, Campanal, Valero, Ruiz Sosa, Achucarro, Agüero, Mateos, José Luis Areta, Diéguez y Antoniet. El campo se caía cuando aparecieron por el túnel de vestuarios. Al hacerlo el Betis la bronca fue tan grande que Jesús se asustó. Allí estaban Pepín, Lasa, Ríos, Esteban Areta, Bosch, Martín Esperanza, Montaner, Pallarés, Yanko, Senekowitsch y Luis Aragonés. 

Recibían insultos de todos los colores, incluso de señoras muy bien arregladas y de algunos de los amigos del capitán que hasta entonces Jesús había tomado por perfectos caballeros. Cuando Pallarés marcó a los once minutos los exabruptos subieron de tono y alcanzaron a todos los que sintieran en verdiblanco. Jesús no entendía nada. Su padre jamás había dicho esas cosas de los béticos. El capitán le hizo un gesto con las manos para que se tapara los oídos, pero en su cabeza retumbaban palabras llenas de odio. 

Los ánimos se calmaron algo al marcar Bosch en propia meta el gol del empate. En el descanso se fueron a tomar un refresco y el capitán le dijo que no tuviera en cuenta lo que había presenciado, que había personas que se transformaban en el fútbol y que en realidad no pensaban lo que decían. Le aseguró que él había pasado por una experiencia similar en el campo del Betis cuando era pequeño. Le rogó que, pasara lo que pasara en la segunda parte, no abriera la boca. No pudo cumplir los deseos de su progenitor. 

Al marcar Luis Aragonés el 1-2 Jesús empezó a gritar gol como un poseso. No había forma de calmarlo. El capitán tuvo que aguantar todo tipo de improperios de sus vecinos de localidad, pero estalló cuando uno le dijo que le pusiera un bozal al perro bético. Saltó como un gamo tres filas y agarró por el cuello al energúmeno que había llamado perro a su hijo. Si no los separan lo mata. “Sí, mi hijo es bético ¿Pasa algo?” Nadie se atrevió a contestarle al capitán. Luego cogió de la mano a Jesús y se marcharon a pesar de que quedaba todavía casi media hora de partido. Apenas cruzaron dos palabras de vuelta a casa, pero Jesús se sintió muy orgulloso de su padre. Estaba claro que lo quería por encima de todo y que a partir de entonces lo iba a dejar tranquilo. En un bar se enteraron de que el partido había terminado con triunfo del Betis. 

Al llegar a casa el capitán se encerró en su despacho y Jesús le contó a su madre y a sus hermanos lo que había pasado. Hasta Juan, que no había podido ir al partido por estar con gripe, se puso de su parte. Sintió que tenía el apoyo y el respeto de todos, sin distinción de colores, aunque lo cierto es que hacía ya algún tiempo que había logrado captar para la causa verdiblanca a su madre y a dos de sus hermanas, y que en casa ya eran mayoría. Unos días después el capitán llamó a Jesús y le entregó su primer carnet del Betis. Le dijo que se lo había ganado a pulso y que disfrutara todo lo que pudiera pero sin insultar nunca a quienes pensaran de manera diferente tanto en el fútbol como en cualquier otro orden de la vida. 

El domingo pasaron a recogerlo para ir al Betis Jaime, Pedro, Manolo y Enrique, unos chavales del barrio que eran algo mayores que él pero igual de béticos. Ese día le ganó el Betis a la Real Sociedad con dos goles de Ansola y el camino de vuelta a casa andando se hizo muy corto comentando las jugadas con sus amigos. Después vendrían otros muchos domingos de victorias, empates y derrotas vividas en Gol Sur con los suyos. Cumplió su promesa de mandarle a Pancho su primer carnet y ahorró peseta a peseta para renovarlo año tras año. Si no le alcanzaba con los ahorros, allí estaban sus padres para ayudarle. Marcelino dejó de ir por su casa. 

El capitán decía que se le habían subido los humos desde que le metió el gol a Rusia, pero Jesús sabía que no lo hacía porque ya no era su amigo. Había roto su promesa y le había marcado dos goles al Betis en La Romareda. Había perdido un amigo pero había ganado un padre, con el que hablaba mucho, sobre todo de fútbol. Incluso volvió con él al Sánchez Pizjuán. Después de la bronca del 61 el capitán había buscado otra zona del campo para ver los partidos juntos sin que nadie los molestara. El fútbol los mantuvo unidos hasta en esos años difíciles en los que Jesús se fue de casa porque necesitaba buscar su propia identidad. En la Universidad había descubierto que Franco no era tan bueno como decía su padre, pero aprendió a no hablar con él de política. 

Si lo hacían de fútbol se entendían aunque cada uno defendiera lo suyo. Cuando Jesús acabó la carrera y ganó su primer sueldo hizo socio del Betis a su padre. Era la manera de verse todas las semanas, una en Nervión y la otra en Heliópolis, hasta que Carolina, una granadina de mirada tierna y bondad infinita se cruzó en su camino y las visitas al Sánchez Pizjuán se acabaron. Eso sí, al Benito Villamarín no faltaba nunca. Eso quedó claro desde el primer día. 

No le costó mucho que lo aceptara porque Carolina se hizo bética por amor. Sólo le formó la bronca cuando nació su primer hijo, Carlos, al que Jesús hizo socio del Betis antes de inscribirlo en el Registro Civil. Tuvo que salir al quite el capitán para hacerle ver a su nuera que esa batalla la tenía perdida, que él había fracasado a pesar de intentar durante años que Jesús renunciara a esa locura de ser bético por encima de todo. Jesús quería que Pancho fuese el padrino. Nadie mejor que él. Aunque un amago de infarto lo tenía acobardado, se presentó en Sevilla con una medalla de la Macarena para Carlos y una maleta en la que había metido toda su vida de bético grande. Se la entregó a Jesús y le dijo que cuando el niño creciera le enseñara todos esos recuerdos y le hablara de su padrino y del Betis. 

El bueno de Pancho se enfrentó al capitán cuando lo descubrió prendiendo un escudo del Sevilla en el faldón bautismal del niño al salir de la iglesia de san Vicente. “Pancho, tú me robaste a mi hijo, lo hiciste bético contra mi voluntad y debes entender que al menos intente que mi nieto sea sevillista”. “Capitán, es que no te enteras. Jesús nació con ese veneno en el cuerpo y contra ese veneno no hay antídoto. Me limité a reforzar algo que llevaba dentro, como lo lleva ya mi ahijado”. “Contigo no se puede hablar de fútbol, Pancho”. “Si quieres hablamos de política, capitán. Con el final de la dictadura se os acabó el chollo. Ahora el que gana los títulos es el Betis”. “Sí, y también el que se va a Segunda al año siguiente”. Jesús intervino para poner fin a la discusión. “Así es el Betis, papá, así es el Betis. Si fuera de otra forma a lo mejor no lo queríamos tanto. No olvides que nuestro grito de guerra es ¡Viva el Betis manquepierda¡” “Anda, niño, vámonos a comer que como sigamos hablando sois capaces de hacerme bético”.

(relato del periodista sevillano Tomás Furest publicado en el libro "Relatos en verdiblanco" dedicado a diveras historias relacionadas con el Real Betis Balompié. Este libro se publicó en 2007 con motivo del Centenario del equipo bético)

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Furmiga, el fútbol de las hormigas (Pedro Pablo Sacristán - España)


* Cuento infantil

Por aquellos días, el gran árbol hueco estaba rebosante de actividad. Se celebraba el campeonato del mundo de furmiga, el fútbol de las hormigas, y habían llegado hormigas de todos los tipos desde todos los rincones del mundo. Allí estaban los equipos de las hormigas rojas, las negras, las hormigas aladas, las termitas... e incluso unas extrañas y variopintas hormigas locas; y a cada equipo le seguía fielmente su afición.

Según fueron pasando los partidos, el campeonato ganó en emoción, y las aficiones de los equipos se fueron entregando más y más, hasta que pasó lo que tenía que pasar: en la grada, una hormiga negra llamó "enanas" a unas hormigas rojas, éstas contestaron el insulto con empujones, y en un momento, se armó una gran trifulca de antenas, patas y mandíbulas, que acabó con miles de hormigas en la enfermería y el campeonato suspendido.

Aunque casi siempre había algún problema entre unas hormigas y otras, aquella vez las cosas habían llegado demasiado lejos, así que se organizó una reunión de hormigas sabias. Estas debatieron durante días cómo resolver el problema de una vez para siempre, hasta que finalmente hicieron un comunicado oficial:

"Creemos que el que todas las hormigas de un equipo sean iguales, hace que las demás actúen como si se estuvieran comparando los tipos de hormigas para ver cuál es mejor. Y como sabemos que todas las hormigas son excelentes y no deben compararse, a partir de ahora cada equipo de furmiga estará formado por hormigas de distintos tipos".

Aquella decisión levantó un revuelo formidable, pero rápidamente aparecieron nuevos equipos de hormigas mezcladas, y cada hormiga pudo elegir libremente su equipo favorito. Las tensiones, a pesar de lo emocionante, casi desaparecieron, y todas las hormigas comprendieron que se podía disfrutar del deporte sin tensiones ni discusiones.

(mi agradecimiento al autor, Pedro Pablo Sacristán, por autorizarme a publicar este hermoso cuento)

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La pena máxima (Antonio Larrey - España)


PRIMERA PARTE

El estadio ha enmudecido en un instante. Cien mil gargantas que hasta hace tan solo un segundo jaleaban al delantero con delirio, con el alma puesta en el pecho en cada suspiro, se han callado por completo. La tensión se palpa en el aire y podría cortarse con un cuchillo, si es que alguien tuviera tiempo para semejantes experimentos.

Ahora sólo hay alma y corazón, sobre todo corazón, para un pedazo de cuero que descansa probablemente ajeno a todo, condenado a sufrir el maltrato de sus creadores sobre un pequeño círculo de cal. El campeonato nacional está en juego, de la gloria al desastre hay apenas nueve metros y dos segundos, los que tardará la pelota enviada por el delantero en resolver tanto misterio concentrado en tan poco tiempo. De poco servirán entonces las anteriores victorias, las goleadas, las grandes tardes de fútbol, nadie se acordará de nada, excepto de si aquel día el delantero de moda marcó o no el gol que dio el título al equipo.

El destino ha querido demasiadas cosas esta noche. Por un lado que el primero y uno de los últimos clasificados se jugaran la liga en el último minuto. El equipo más modesto se juega tanto o más que el posible campeón, se juega seguir vivo porque su excéntrico presidente, que llegó al palco para cargarse de millones y de fama, ha anunciado que si el equipo desciende lo vende al mejor postor. Pero el destino no tenía bastante con eso y ha hecho del partido una agonía más. Todos los demás han terminado, y tal y como están ahora las cosas, con empate, el modesto se salva y el campeón no lo será. Noventa minutos de la misma historia, el modesto lanzando pelotazos de su campo y el grande bombardeándolo cada vez con menos criterio artístico y más corazón. Y es el destino, que es como un escritor caprichoso y desconsiderado, quien ha dispuesto esta última escena.

El delantero de moda del país se adentra en el área, regatea en un metro a un par de defensas que a la desesperada se han lanzado a por él mientras que un tercero que no ha medido tanto su asedio ha rebanado sus piernas a media altura provocando un indiscutible penalti. Entonces fue cuando el público rompió en alegría; en ese momento el triunfo parecía hecho, nadie en pleno delirio podía imaginarlo de otro modo. Pero durante los segundos en los que se ha ido organizando la escena -con el portero situándose bajo los palos, el delantero pisando el césped que rodea al balón para facilitar un correcto golpeo, el árbitro colocando al resto de los jugadores- la euforia se ha ido transformando en duda. La fe del ser humano es así, es como las hojas que se caen en otoño, una leve brisa de duda y caen al suelo como fruta madura. Y de ahí el silencio.

Cada uno espera estos instantes como puede: unos miran a otro lado y esperan que el resto con sus gritos le anuncie el desenlace; otros se tapan el rostro a intervalos caóticos, dependerá de su valentía en el momento final que lo vean o no; y la mayoría se aferra a sus creencias para lograr la confabulación de sus mayores, esos que descansan en el imaginario común y particular, incluso recordando frases del tipo "Dios mío ayúdame" que no pronunciaban desde la más tierna infancia. Pero en el aire hay una enorme luz que les da a todos esperanzas, quien va a lanzar la pelota es el mejor jugador de la historia -eso dijo una prestigiosa revista especializada-, con su edad lo ha hecho casi todo menos esto: ganar un campeonato.

Máximo goleador, uno de los mejores del continente, internacional y el mejor tirador de penaltis del mundo entero, jamás ha fallado uno y ha tirado decenas en su carrera. Aunque son evidencias que descansan en la profundidad de cada uno cubiertas por una enorme capa de temor e incertidumbre. Y el destino, ese que es tan juguetón, ha querido que en el escenario del área se concentren dos conceptos opuestos de lo que es el fútbol: un delantero que quiere ver el cuero besar la red y el portero que sueña con no recogerlo nunca más de ella. El joven triunfador, el maduro portero que prometía y prometía y acabó fracasando. El genio y el demonio -que lo sabe todo por lo que ha vivido-. El portero sabe que si el delantero, como es imaginable, lanza como sabe y el balón acaba en la red, su carrera habrá terminado para siempre, nunca más volverá a los grandes campos, a sentir el delirio de la primera división, acabará en campos de mala muerte o como comercial de una marca deportiva. Es su última oportunidad, el clavo al que debe asirse y es evidente que está ardiendo.

La escena sigue su curso, el delantero ya ha colocado el balón besándolo antes. El portero salta un par de veces en el sitio y mueve los brazos como haría un espantapájaros si de golpe tomara vida. El delantero se aleja, siempre mirando al balón, sin querer enfrentarse a los ojos del portero, que sigue saltando. El murmullo del público va creciendo. El delantero frena su marcha atrás, respira e inicia la carrera. Un paso, dos, tres, cuatro y por fin su pierna se estira, primero hacia atrás y después hacia delante, hasta que su bota golpea el cuero. Éste se desliza raso sin demasiada convicción, el portero se inclina hacia el otro lado y con los ojos desencajados comprueba cómo le han engañado, pero el balón se va acercando a la portería a la vez que se aleja porque acaba saliendo a medio metro del poste ante el aullido general...

SEGUNDA PARTE

Está abrazado a su pecho. Aún guardan en la respiración la resaca de la batalla, en oleadas de suspiros que como el mar mueren en la arena que es ya el recuerdo de sus cuerpos formando parte de uno solo. Le encanta sentir la piel suave e incluso imaginar cómo se va durmiendo mecido por esa dulce resaca. No soporta a los hombres con demasiado pelo, por eso le gustó tanto desde la primera vez. Luego ha habido tantas cosas que le han ido subyugando que cree haber nacido para amarlo. Hoy ha sido un día duro para los dos, han vivido un momento demasiado tenso y el reencuentro ha servido para que esa tensión saliera a golpetazos pélvicos, el uno contra el otro. Casi no han hablado pero él, que acaricia su pelo con ternura, por fin tiene deseos de romper el silencio.

-¿Sabés una cosa? -le susurra casi al oído.

-No -responde sin darse la vuelta, algo sumergido en su interior, como si en el fondo la persona que a su espalda le habla y que un segundo atrás mordisqueaba fuera de sí su cuerpo no fuera más que un desconocido que le pregunta la hora en la calle.

-Creo que no te he dado las gracias todavía.

-¿Gracias por qué?

-Por lo de esta noche.

-Pero otras veces eres tú quien me recibes y no te doy las gracias... no te entiendo.

-No, tonto -le besa cariñosamente en la oreja-, gracias por fallar el penalti.

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Manel Grau era vicepresidente del FC Barcelona en 1973 y la Comisión Directiva se reunió en Palamos (Girona). La razón es que desde Madrid se quería que el Barça retirara de la directiva a: Raimon Carrasco, Josep Lluís Vilaseca, Gonçal Lloveras y Ferran Ariño todos ellos miembros de la directiva de Agustin Montal (foto), y asistieron por parte del Gobierno Central un jovencisimo Adolfo Suárez (era el director General de TVE), Juan Gich (que habia sido Gerente de la entidad, pero ahora estaba en el otro bando) y Bech Careda que eran miembros de la Direción General de Deportes. La razón es que eran considerados "catalanistas" y por lo tanto "peligrosos" para el régimen.
Se debía consensuar la Junta Directiva que dirigiría al FC Barcelona. Adolfo Suárez manifestó que prefería no meterse y fueron el subsecretario de Gobernación: Rodríguez de Miguel, Juan Gich quienes pactaron que Carrasco, Vilaseca, Lloveras pudieran entrar en la Junta, Ariño quedaría como en un segundo plano.
Y es que durante muchos años, las Juntas Directivas eran elegidas ‘a dedo’ desde la Capital de España y siempre entre personas afines al gobierno.
Como el propio Agustín Montal reconoce, ser presidente del Barça en aquella época era muy duro, ya que el Barça tenía encima los ojos del centralismo y sobre todo de la Dirección General de Deportes que dependía directamente del Ministerio del Movimiento y el mero hecho de hablar en catalán, incluso por la megafonía del estadio era "pecado". Tanto que en un partido ocurrió la siguiente anécdota:
Se dió un aviso por megafonía. El Ministro de la Gobernación que estaba invitado preguntó:
- ¿Qué idioma están hablando? -preguntó el Ministro.
- El Catalán. Ha sido una decisión de la Asamblea del club -le contestó Montal.
- La Asamblea del Barça es el acto politico antifranquista más importante que se ha hecho desde la Guerra. Si hablan este idioma otra vez, te lo diré en otro sitio y de otra manera -contestó el Ministro.

(tomado de la página “Mushofútbol”)

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El fútbol es siempre un juego de riesgos. Tenemos que asumir esos riesgos. Después de ciertos éxitos en mi carrera, decidí venir aquí. Me siento muy contento de estar en medio del fútbol turco. El fútbol turco ha hecho un gran progreso y está subiendo en Europa. Soy un hombre de trabajo. Vine aquí a trabajar y todo el mundo lo verá durante los dos años. Por mi carácter, siempre intento lo mejor.

(LUIS ARAGONÉS, entrenador español, declarando en Julio de 2008 a "Marca" los motivos que lo llevaban al Fenerbahçe turco, en donde estuvo hasta Junio de 2009)

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Ofrendas (Francisco Javier Uriz - España)


Aunque sólo creía en los portentos del agua milagrosa
sabía que los éxitos necesitan su liturgia
y tienen sus servidumbres.

En la ofrenda de trofeos a la Virgen del Pilar
o a la de Monserrat
se borran las diferencias de religión y raza.

En esos momentos de embriaguez y religiosa unción
se lanzan promesas
que jamás se cumplirán:
El año que viene volveremos a ser campeones,
dice alguien que sabe que ni siquiera estará en el equipo.

Y sabiendo que no es verdad
gritamos enfervorizados.


(Mi agradecimiento al Maestro Francisco J. Uriz quien, con toda generosidad, me envió su libro "Un rectángulo de hierba" de donde tomé este poema)

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Pat (España)

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La más divertida anécdota del "Mono" Burgos

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Juan Antonio Pizzi, nacido el 7 de Junio de 1968 en la provincia de Santa Fe, fue un delantero centro que triunfó en el fútbol español.
Comenzó en Rosario Central, para concretar una extensa y exitosa trayectoria, pasando por Tenerife, Barcelona, Valencia y Villarreal, en España; Toluca de México; Porto de Portugal y River de Argentina,
En la temporada 1995-1996, tuvo uno de sus mejores momentos, actuando para Tenerife, al anotar 31 tantos, obteniendo el ‘Pichichi’ como máximo goleador de la Liga Española y el Botín de Oro, como el mayor artillero de las ligas europeas.
Sus goles hicieron que, una vez nacionalizado español, fuera citado para jugar en el seleccionado de España.
En 1996, fichó para el Barsa y sus hinchas recuerdan un partido en el Camp Nou, cuando enfrentó al Atlético de Madrid. Al finalizar el primer tiempo, los "colchoneros" ganaban 3 a 0. En la segundo, el local, en franca recuperación, igualó 4 a 4 y cuando el árbitro estaba por pitar el final, Pizzi convirtió el gol que le dio el triunfo a los catalanes.
Los aficionados recuerdan ese gol relatado por el periodista Joaquim María Puyal, cuando a grito pelado decía al aire: "¡Pizzi, sos macanudo!", queriendo felicitarlo con una palabra bien "argentina" que quizás no venía al caso. A partir de allí, se lo apodó "Macanudo".
Pizzi jugó 22 partidos para España, con 8 goles, uno de ellos, el 20 de Septiembre de 1995, en un amistoso ante Argentina, partido que ganó España 2 a 1. El goleador jugó el Mundial de Francia de 1998, con escasa participación.

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No soporto que los periodistas escriban “la pasividad de la defensa”. ¿Qué pasividad de la defensa? Yo nunca vi a una defensa que dijera: “Pase, Alfredo, y meta gol”.

(ALFREDO DI STÉFANO, ex jugador y entrenador argentino, emblema viviente del Real Madrid)

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Futbolista (Abel Feu - España)


Si lo hubiera sabido, futbolista.

Un deportivo hortera y una rubia
todavía más hortera a la salida
de los entrenamientos. Un pendiente
en la orejita izquierda y el flequillo
tenaz que cae y cae sobre mis ojos
y yo aparto -¡qué tío!- con ese gesto
que hasta imitan los niños...

En fin, vida
vidorra, anuncios, goles, entrevistas,
vaya mansión, autógrafos y etcétera...

Lo juro: futbolista. No estos versos
ramplones y prosaicos. No estos años
cabrones. Ni las suposiciones. Ni esperar
a que nunca pase nada...

Y no poeta, no, ¡no!,
no poeta sobre todo,
cualquier cosa antes que este camelo
que mira a lo que lleva: a lamentarse mucho
de uno mismo, a exhibir trapos sucios,
a este strip-tease grotesco, qué vergüenza.

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Diego 'incendia' al Pibe porque quiere seguir siendo un mito, el mejor en la historia, la historia argentina al menos.

(RENÉ HOUSEMAN, ex internacional argentino, creaba buen revuelo a fines del año pasado -2009-, cuando daba a entender, sin más, que Diego Maradona saboteaba a Messi en la selección)

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Cuenta la leyenda que la primera pelota utilizada en Inglaterra, país al que se atribuye la paternidad del moderno fútbol, fue la cabeza de un soldado romano muerto en la batalla del año 55 antes de Cristo, en la que los bretones expulsaron a las huestes de Julio César. En el mismo país se relata también que la leyenda de la cabeza impulsada por el empeine parte de los martes de Carnaval de Chester y su antecedente fue el cráneo de un vikingo también muerto en batalla.

(JULIÁN GARCÍA CANDAU, periodista y escritor español)

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Spagna granata (Javier Elizalde Blasco - España)

* dedicada al Torino Football Club


Por hoy nos olvidaremos
del Torino del ayer,
de su romántica historia
que cautivó nuestro ser.

Nuestras almas ahora viajan
caminando sobre el mar
hasta Italia para, juntos,
un solo cuerpo formar.

Bajo la rugosa piel
de toro compartiremos
venas, corazón y sangre,
alegría o desespero.

Fuimos Toro y somos Toro,
nuestras ganas de embestir,
estarán hoy con vosotros,
unidos en un sentir.

A ganar, Toro, a ganar,
que la grandeza os aguarda,
es el grito que hoy os llega
desde la Spagna granata.

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El más grande de todos, Alfredo Di Stéfano

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Hay entrenadores que saben que no hay nada para decidir las batallas como el avance de la caballería por las alas.

(ALFREDO RELAÑO, periodista del diario deportivo español "AS", Abril de 2007)

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Un encuentro romántico (Jesús Castañón Rodríguez - España)


Llovía tímida y lentamente. Se difuminaban los límites entre el mar y el cielo. El tintineo de las gotas de agua acompañaba al sonido de los disparos de una cámara fotográfica que captaba la mirada triste, el dinamismo del pelo y el expresivo perfil de la estatua de una mujer.

El fotógrafo serpenteó el paseo marítimo entre el rugir acompasado de las olas y las caricias del viento y llegó a un estadio entre un aroma de eucaliptos. Franqueó la puerta de prensa y recogió la acreditación. Se enfundó un peto entre un bullicio de gente con prisas, trípodes que parecían andar solos, luces de flashes dispuestas a iluminar un nuevo milagro y voces de saludos efusivos.

Fue engullido por largos y estrechos pasillos hasta salir al túnel de vestuarios. Subió los peldaños que accedían a la cancha mientras aumentaba el número de pulsaciones de su corazón. Abrió un sobre con una misión que le había sido asignada. Leyó su contenido y no movió ningún músculo. Había sido enviado allí para hacer un reportaje difícil: el arte en el campo más antiguo del fútbol profesional en España.

Lanzó unas primeras fotografías y recorrió las bandas cabizbajo para estudiar las posibilidades del campo. Pensaba que aquello era imposible. Vio cómo las diferentes personas que forman parte del espectáculo iban tomando posiciones. Se situó tras la portería del fondo norte. Se sentó en el suelo y preparó el equipo. Hizo más instantáneas durante el primer cuarto de hora de la primera parte.

En un mal paso, el fotógrafo resbaló y cayó al suelo. Temió haber roto la cámara y rápidamente comprobó que conservaba las fotos lanzadas. Descubrió que el brazo izquierdo de la estatua de la mujer le hacía un gesto para que cerrara los ojos. Por un instante todo se detuvo y se llenó de magia. Al volver a abrirlos muy lentamente, en un contrafundido, la cancha había tomado otro aspecto al haber sido conectada la luz artificial. Aparecía un nuevo mundo de colores y contrastes que le hizo sentarse en los fosos, subir a las gradas, tirarse en plancha a ras de suelo, colocar la cámara detrás de las porterías...

Ante la cámara digital El Molinón era ahora un museo especial y el partido un encuentro romántico con las bellas artes. Era el cuadro de una playa donde el rojo y el blanco iluminaban de ilusión un césped de colores verde y azul y la arena gris de las gradas mientras las gaviotas sobrevolaban en círculos.

Captaba estatuas fluidas. Fijaba paradas, remates, regates, fintas... mientras los jugadores y el partido seguían en su imparable discurrir. Detenía en el tiempo infantiles sonrisas ilusionadas, bocas abiertas y miradas de agua que ya no correspondían a escolares sino a futuros atletas.

Disfrutaba de la percusión de silbidos y palmas, de la sinfonía del picar de la pelota, de los ruidos contrapuestos de arrastres de botas, gritos de entrenadores o relatos periodísticos apasionados hasta estallar al unísono en una ola de fantasía envuelta en rugidos de ges, cimbreos de oes alargadas y eles en cascada cuando marcó el Sporting.

Notaba la gimnasia de las palabras en busca de expresiones populares, de esfuerzos de imaginación para conseguir una alquimia de los estados de ánimo. Estaba ante un juego de ingenio y de creación literaria para narrar la lucha por hacer realidad los sueños, para cantar que lo mejor está siempre por ser conquistado.

Gracias a aquella intervención de la estatua descubrió la arquitectura apacible del estadio y su capacidad para esparcir felicidad y crear nuevos sentidos. Comprendió que el fútbol es un bello arte en movimiento en el que los zapatos de la fantasía rematan desde la grada, los corazones unidos realizan parábolas junto al balón, los sentimientos corren la banda para buscar un contagioso estado de euforia y gratitud, las emociones hacen paredes de color esperanza para salvar tiempos de necesidad.

Posteriormente, cubrió el bullicio de la rueda de prensa entre crónicas realizadas al vuelo, relatos por teléfonos móviles, noticias rápidas saliendo con urgencia para diseminarse desde Internet, más fotos, imágenes de televisión... El fotógrafo entregó el peto y recogió el material. Salió feliz del estadio entre una riada de gentes porque ya tenía el reportaje de la misión que le había sido encomendada.

Volvió a pasar entre los eucaliptos, a ser abrazado por el viento. Se acercó a la estatua que le había sugerido ese punto de vista tras su caída. Con ternura, rodeó su cuello con una bufanda rojiblanca, agarró su mano izquierda y besó con suavidad sus labios de bronce. Un tintineo de lágrimas era su agradecimiento por abrigarle el corazón en aquella misión. Aquel lugar se convirtió para el fotógrafo en un puerto del que zarpar con nuevas energías.

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Los futbolistas son los únicos profesionales que exigen ser recompensados por cumplir con su deber.

(MANUEL ALCÁNTARA, poeta, escritor y periodista español)

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Jugadores de fútbol en la playa (Pablo Picasso - España)

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