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Diego Maradona no reúne condiciones para ser entrenador del equipo nacional porque carece de estabilidad emocional y es incapaz de transmitir valores. Hay que separar al Maradona futbolista, nuestro gran ídolo, del puesto de seleccionador. Esos valores, lamentablemente, por la vida que llevó Diego a nivel privado, no eran los mejores. Un técnico tiene que dar otro tipo de imagen y ejemplo. Está representado a un país, a un grupo de jugadores.

(ROBERTO BONANO, ex arquero argentino y actual colaborador de Johan Cruyff en el seleccionado de Cataluña, en entrevista con el semanario español "Don Balón")

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Por la calle me gritan ¡Felicidades Diego!; y pienso ¿si todavía no es Navidad?: pero es por el gol a los ingleses.

(DIEGO MARADONA, actual entrenador de la Selección Argentina -1989-)

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Mi tango a Maradona (Leonel Capitano - Argentina)

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John Tate [1955-1998], un yanqui campeón mundial de boxeo, vino para un aniversario de la revista "El Gráfico" en 1979. Había que juntarlo con Maradona para la tapa.
No pudimos hablar con Diego, entonces fuimos a la cancha. No me dejaban pasar. “¿Usted cree que este negro de dos metros se va a querer colar*?”, le pregunto al guarda.
Al final aparecí en el campo de juego, corriendo a Diego mientras hacía calentamiento. El Negro no tenía idea quién era Diego. Hicimos la foto. Soy de los pocos que pueden decir: “Corrí a Maradona por toda la cancha… y lo agarré”.

(CARLOS IRUSTA, periodista deportivo argentino, especialista en boxeo)

Glosario
* Colarse: Ingresar sin entrada a un espectáculo

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Maradona Blues (Charly García - Argentina)

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Pelé ganó una Copa del Mundo con 17 años, Maradona jugó para Argentina con 17. Cristiano empezó con Portugal con 18. Va en el mismo camino que ellos. En cuanto a cualidades no tiene nada que envidiarles, y además juega en un club mucho más fuerte que ellos. Él sólo tiene 23 años y tiene capacidad para mejorar mucho más. Va camino de ser leyenda, porque su influencia en un encuentro es tremenda. Los otros equipos cambian todo cuando él está en el campo.

(ALEX FERGUSON, en Abril de 2008, cuando el portugués aún militaba en el Manchester United)

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Argentina sin Maradona va a sufrir como Brasil sin Pelé.

(ENZO FRANCESCOLI, ex internacional uruguayo -1999-)

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Maradona y el bidón de Branco

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Diego Armando Maradona (William Ferreira - Uruguay)

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Fragmentos (Francesco Castiglione - Italia)


Siempre fui hincha del Napoli.

Mis primeros recuerdos son los del papel impreso. Eran años en que la televisión todavía estaba en casa de pocos, y de todos modos no en mi propia casa. Reacio a otorgar la menor confianza a las ponderadas admoniciones de mi padre, me asomé al fútbol con el entusiasmo y el ímpetu de los años juveniles.

El ritual era más o menos el mismo. Después de las "extraordinarias" empresas de precampeonato, que nuestros diarios ciudadanos publicitaban oportunamente como un seguro presagio de que ese año el Nápoli era el esperado equipazo que haría grandes destrozos, se proveía a la fatídica sustitución una suerte de catarsis del joven hincha.

La hermosa fotografía del nuevo equipo tomaba el lugar de aquella ahora ya vieja y amarillenta, la de los tontos del año anterior. Esos rostros nuevos, esos lomos voluminosos y brillantes, las miradas mucho más asesinas que las de los borrachos de la pasada temporada eran la anunciación de empresas gloriosas. Llegaba después, finalmente, el primer domingo al que habrían de seguir todos los otros de la Resurrección.

Emocionado, como si fuera yo el que debutaba, el oído alerta a escuchar los resultados de los primeros tiempos, una aflicción creciente a medida que la robusta voz de nuestra radio de válvulas avanzaba según un riguroso orden alfabético: "En Milán: Inter 2-Bologna 0, en Roma: Lazio 1-Atalanta 0; en Nápoles (a esta altura hasta el año se contraía): Nápoli 1... Juventus 3".

Las cosas no cambiaron con el transistor ni con la televisión, ni con la frecuentación de las tribunas. Recuerdo una transmisión radiofónica dominical, que comentaba irónicamente los habituales problemas de nuestra ciudad, con una constante que tenía este pequeño motivo: "Es siempre lo mismo, no hay nada que hacer, es siempre lo mismo, y seguimos viviendo".

Y se volvió también el ritornello de los hinchas. Parecía que el Napoli tuviera todo: estaba el gran estadio, estaba el magnífico público, el A. C. Napoli se había transformado también en la S. S. C. Nápoli (rimbombante mutación a la cual -no se sabe por qué- se unió el signo de una segura inversión en la tendencia); todos los años llegaban los campeones que solamente algunos años antes -con casacas casi siempre de franjas verticales- nos habían flagelado, pero nada cambiaba. Jamás.

Parecía que el Asno tuviera el extraordinario poder de patear a sus propios adeptos.

Más o menos alrededor de los veinte años, también nosotros ex jovencitos no?, habíamos alineado con nuestros viejos, habíamos alcanzado su misma madurez futbolística: el escepticismo.

Existía la certeza -casi siempre no revelada, pero bien esculpida dentro de cada uno de nosotros- de que la Juve o el Milán o el Inter, que desde siempre nos habían mortificado, fatalmente seguirían haciéndolo, y siempre serían más poderosos que nosotros. Una década de desilusiones había signado nuestra pasión, imprimiéndole el estigma amargo de la derrota.

Relegada la conquista del scudetto a esa parte profunda del corazón donde reside la tropa abigarrada de nuestros deseos inalcanzables, ya no se daban tampoco las ganas de comprender, de preguntarse por qué este maldito equipo no funcionaba nunca. Se invocaba al Destino, o a la mala suerte, como diría años más tarde Ramón Díaz: ‘a ciorta’, como decimos nosotros. Así como había destinado que en Nápoles estuviera el Vesubio, evidentemente en virtud de los mismos inescrutables motivos, el Padre Eterno había decidido negar el éxito futbolístico a la Ciudad.

Atribuida a las esferas ultraterrenas la responsabilidad de las desventuras del ensamble azul, fue natural, ante todo en los momentos más negros, que la hinchada confiara a enérgicas intervenciones de San Gennaro, patrono al cual hasta ahora nadie se atreve a negar, el mérito de éxitos aislados del equipo, no por casualidad definidos como milagros.

El escepticismo no recibió siquiera un rasguño por la llegada de Sívori y Altafini, de Nielsen, de Sormani, de Hamrin, de Clerici, de Savoldi, de Krol, de Dirceu; a lo sumo, con los años, salió todavía más reforzada la convicción de la absoluta inalcanzabilidad de la meta del Scudetto.

El escepticismo no fue tampoco afectado por la llegada de Diego. La acogida triunfal -en la que seguramente encontraba lugar también la naturaleza curiosa, festiva y hospital de la gente napolitana- fue dictada más que nada por el deseo del público de presentarse al campeón, casi como para tranquilizarlo sobre la sabiduría de su decisión de imponerle al Barcelona su quiero irme. Pero realmente nadie pensó que aquella sociedad habría de quebrar la fuerza del destino.

Después Diego nos encantó. Entrenado o con el aliento corto, gordo o flaco, llegado apenas de vía Orazio o de Buenos Aires, contra los arbitrajes y contra las más vulgares agresiones periodísticas, Diego vencía. Diego rompía los encantamientos. Diego hizo verdad el sueño. Diego era indispensable.

Cuando, precedido por el habitual cancán semanal, llegaba el domingo pleno de dudas, no había quien, dirigiéndose al estadio, no tuviera necesidad de aquel reaseguro: “Pero Diego, ¿está?”, era la pregunta que aleteaba, antes de que los megáfonos, confirmando que el 10 -como siempre- era de Diego, nos permitieran arrojar el aliento suspendido y conquistar la certeza de no haber ofendido al estofado anteponiéndole el estadio.

Todos querían ver a Diego. El Inter, el Milan, la Juve, a veces llenaban y llenaban los estadios, pero la gente no va al estadio solamente para asistir a las atléticas prestaciones de Matthaeus, de Van Basten o de Schillaci. En cualquier lugar donde jugara el Nápoli, independientemente de lo que se ponía en juego, de los intereses de la tabla o de las rivalidades históricas, el todo-agotado estaba en cambio garantizado por una sola presencia: estaba Maradona, y hasta el más insípido amistoso se volvía una ocasión que era mejor no perder.

A los napolitanos los vicios de Maradona no les disgustaban. La indolencia matutina, la resistencia a las férreas reglas de cuartel, aquella vestimenta absurda, el aro en el lóbulo de la oreja, las trasnochadas en los night, usos y abusos, su disolución en suma, que tanto indignaba al periodismo pacato, ese su ser semejante solamente a sí mismo que es típico del fuera de serie, del caballo de raza, exaltaban hasta la leyenda sus empresas dominicales; cuanto más disoluta había sido la semana, tanto más sus goles valían el doble, y mayor era la satisfacción de ver burlados a los perfectos atletas, a las sociedades-modelo, a las S.p.A. del fútbol.

Para los Agnelli y los Berlusconi eran mucho más que derrotas, eran precipitarse en el ridículo. Para los hinchas napolitanos -todavía muy inclinados a ver en el fútbol el sentido del juego- era la ocasión para ejercitar una de sus actividades predilectas: lo sfottó (lo jodió). Una suerte de colectivo y gigantesco pedo con la boca -el de Eduardo, Don Ersilio Miccio del Oro de Nápoles, para entendernos- simbólicamente se elevaba desde Fuorigrotta a cada proeza de aquel zurdo maligno y divino.

Los napolitanos no son el pueblo alegre y descuidado que se tiende a proponer muy a menudo, aun hoy. Su cultura es densa de melancolía, invadida por un profundo sentido del límite, de la provisionalidad, del final. Acaso también por ello muchos de nosotros, en estos sin embargo increíbles años, no han podido liberarse de la obsesión del "después".

¿Qué hubiera sucedido cuando viéramos cómo aquella inconfundible cabeza desaparecía por última vez hacia abajo por las escaleras del vestuario? ¿Le hubiéramos preparado una fiesta de despedida tan grandiosa como había sido bien venido, o qué otra cosa? ¿Hubiéramos tenido el deseo de volver al estadio sin él? ¿Y para ver qué? ¿Y a quién?

Es cierto que los rieles del destino suelen correr a lo largo de recorridos imprevisibles. Nadie hubiera podido imaginar que lo vería por última vez, sin saber que era "la última vez". Se ha ido en silencio, sin un gracias, sin un apretón de manos, y ni siquiera una bandera azul que le dijera adiós.

Después de los Idus de Marzo, se ha desencadenado la Restauración. Los órganos de información pacata -aquellos que lo usaban para vender del lunes al sábado, pero a los que él, los domingos, hacía callar- han recibido las órdenes de la escudería: después del jugador, borrar también su modo destructivo de ser vencedor, destruir el símbolo, retornar a la "normalidad", devolver a los banderines el estilo Juventus.

De aquel adiós que no se dijo y de la furia provocada por las infamias y las mentiras propinadas a diestra y siniestra ha nacido en mí y en los otros amigos de "La calidad no es poca cosa" el deseo insuprimible de organizar el Te Diegum: una jornada de reconocido agradecimiento a quien nos resarcía de nuestras trescientas mil liras por año ofreciéndonos todos los domingos la ebriedad de un espectáculo de categoría absoluta.

Hoy he sentido la fuerza, no las ganas, de volver al estadio: ha sido como asistir a las vulgares exhibiciones de Jovanotti después de escuchar una suntuosa sinfonía de Mozart.

Escribe Gastón Bachelard: “Es necesario ir hacia... donde la razón quiere estar en peligro”. Y entonces, yo vuelvo a esperar realmente que Él vuelva.

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Ningún futbolista consagrado denunció como él a los amos del negocio. En la estructura profesional, fuente de prestigio político y tremendos negocios, los jugadores son los monos del circo. Pero él fue el más popular de todos los tiempos y supo romper lanzas en defensas de los que no eran famosos ni populares. Un ídolo generoso y solidario. También está todo lo demás. La gente lo adora por los dos goles. Por el más hermoso de la historia de los mundiales y por el tramposo, el de la mano. A veces es más digno de admiración el gol del ladrón que el del artista. Quizás ahí está la fuente de la veneración universal: no siempre la gente se reconoce en los Dioses intactos, purísimos. Él es un Dios sucio, pecador, el más humano de los Dioses. Es su tragedia: los Dioses no se jubilan por más humanos que sean. No regresan a la anónima multitud de dónde vienen. Están obligados a ser el muerto de cada velorio, el marido de cada boda. Es difícil dejar de creerse Maradona. Por eso, la droga más devastadora no fue la cocaína sino la exitoína, que los análisis de orina o sangre no detectan.

(EDUARDO GALEANO, escritor uruguayo, -2007-)

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Si no me siento interiormente feliz, no puedo expresarme, no puedo ser un campeón. En Nápoles, rendiré como en los mejores años, cuando gané el mundial juvenil. En Nápoles volverán a ver al verdadero Maradona.

(DIEGO MARADONA, a "La Gazzetta dello Sport", 3 de Julio de 1984)

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Creo que la mayor decepción de mi papá fue cuando dejé el colegio para irme al Campeonato Sudamericano de 1977, en Venezuela, porque ya no podía coordinar el estudio con la pelota, y ahí fue el quiebre. Mi papá estuvo una semana sin hablarme porque él quería que yo estudiase. Me decía: 'Quiero que estudies por si te pasa algo con el fútbol'. Pero bueno, yo aposté al fútbol, insistí... y le gané a mi papá.

(DIEGO MARADONA, en declaraciones a la revista argentina "Viva" del 8 de Junio de 2008)

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Yo soy el Diego bueno.

(DIEGO LATORRE, ex jugador y actual comentarista de TV -1991-)

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El día en el que Maradona deje de ser el ídolo nacional será el día en el que Argentina empiece a detener el hasta hoy inexorable avance hacia el subdesarrollo que comenzó en la primera mitad del siglo XX. Pero es poco probable que antes del Mundial presenciemos semejante revolución. No hay suficientes argentinos todavía capaces de entender que Maradona es el síntoma más visible de la gran enfermedad nacional, el símbolo por excelencia de la autodestructividad de un pueblo que una vez fue grande.
Así, por fin, quizá, se acabaría con el mito del milagroso, todopoderoso Maradona y el país con el más alto índice de psicoanalistas per capita del mundo (cuya mayoría prefiere a Martín Palermo como jugador a Messi) tendría la oportunidad de iniciar el proceso necesario para recuperar la salud mental.


(JOHN CARLIN, periodista británico, en “El País Deportes” de Madrid, 18/10/2009)

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Fuiste grande con una pelota en los pies y dentro de la cancha, pero fuera sos lamentable, miserable, un tipo soberbio y un autoritario patotero que sólo se agranda cuando gana.
Esta clasificación no hay que festejarla porque fue patética. Es hora de decir basta y dar un paso al costado, Diego. Te quieren llevar porque fuiste grande en una cancha. Pero hay que asumir responsabilidades. Porque el lugar que estás ocupando vos se lo serruchaste al “Coco” Basile. Sabés bien cómo fue la maniobra. Bilardo es el verdadero estratega de esta clasificación argentina, el único que se merece esto.
Es una de las peores performances de todos los tiempos, estadísticamente. Ya nos avergonzó en 1994 con la famosa efedrina que no se la puso nadie, se la puso él. Esto no es un mensaje de un líder y lo acuso porque se levanta a las 5 de la tarde para empezar a entrenar. Este Maradona está a kilómetros de distancia de lo que era.


(LUIS VENTURA, periodista de espectáculos, pegándole al DT de la Selección Argentina en la apertura del programa “Intrusos en el espectáculo”, que se emite por el canal “América”, el jueves 15/10/09)

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Casamiento de Diego Maradona en el estadio "Luna Park" en 1989. Estábamos con algunos jugadores y periodistas. Viene Carlos Bilardo y le dice a José Luis Brown que se pare al lado de Ciro Ferrara, que estaba en un estrado.
Vuelve y otra vez. “¿Qué pasa, Carlos?”, preguntamos. “Quiero saber bien la altura de Ferrara para ver si lo puede tomar en un córner en el Mundial del año que viene”.
Un Bilardo auténtico.

(EDUARDO "Ruso" RAMENZONI, periodista de TyC Sports)

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Vi a Dios en Devoto (Rodrigo Arias - Argentina)


Siempre que tomaba un taxi o algún remise para volver a mi casa de Devoto, me hacían las mismas preguntas: “¿Sos de Devoto?, ¿Me podés guiar?”. “Sí”, contestaba.

Generalmente, el intrincado laberinto de sus cuadras era un obstáculo para la gran mayoría de los conductores. Pasados unos minutos, venía la siguiente pregunta: “¿Vivís cerca de la casa de …?, ¿Lo viste alguna vez?. Por ese entonces, tenía 22 años.

Confieso que durante ese tiempo, nunca lo había visto. Ni siquiera a su sombra.

Hasta que un viernes, un amigo, “Dani”, me pasó a buscar con su moto para ir tomar unas cervezas. No se por qué, creo que por algún capricho del destino, cambiamos el recorrido que hacíamos habitualmente por la calle Pedro Morán.

Esa vez, fuimos por Habana. Cuando estábamos por llegar a la intersección con Segurola, vi que “una zurda” inconfundible se bajó de una 4 x 4. Enseguida la reconocí. Era una zurda ingeniosa, atrevida e hiriente; era aquella zurda que había agrietado a las defensas más rígidas.

Fue tan rápido y tan preciso el recorrido entre la camioneta y la puerta del edifico de Habana al 4310, como aquel tranco del gol a los ingleses. Cada paso, cada movimiento de su cintura, cada avance era un calco de aquella magnífica obra. Fue como un clip.

Todavía recuerdo que, eufórico, le dije a “Dani”, “Es…”. “Quién… qué pasó”, me contestó preocupado porque llegábamos tarde al lugar donde “parábamos”, el viejo bar 'Nastase' (en homenaje al gran Ilie, otro desfachatado del deporte).

Pensé en arrojarme de la moto en ese mismo instante, aunque ese arrebato de locura me significara un golpe. Pensé en decirle a “Dani”, “Pará, frená, por favor”.

Pensé en darle lo que tenía puesto: mi camiseta del Barcelona, aquella que usaba en ocasiones especiales para que no se deteriorara. Pensé en decirle que… pero desistí.

Su sola presencia, obnubiló todos los mecanismos de mi razón. Pensé que a Dios no puedo decirle nada.

Sólo contemplarlo. Admirarlo tranquilamente.

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Hablé con Grondona, él cree que los jugadores no dan todo en el campo de juego. Vi el partido con Paraguay y me dio la impresión de que los jugadores estaban desconcertados, no sabían qué hacer, miraban al entrenador, que estaba ahí y no decía nada. Aún quedan dos partidos, y, si se clasifican, Maradona volverá a ser el rey. Parece ser que tienen una crisis. El Sub 17 no se clasificó para el Mundial, el Sub 20 tampoco, la selección mayor tiene dificultades. Suena a algo así como una crisis.

(JOSEPH BLATTER, Presidente de FIFA, en declaraciones dadas horas atrás en Copenhague donde asistió al Congreso Olímpico del COI, y donde opina sobre la actualidad de la Selección Argentina)

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Los "muertos" también piden una convocatoria

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