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La princesa futbolista (cuento infantil)


Había una vez, en un país muy lejano, una princesa que era preciosa. Casi todas las princesas de los cuentos se pasaban el día esperando a que llegase un príncipe azul, sentadas en la ventana bordando servilletas o pañuelos y haciendo todo tipo de cosas raras.

Pero nuestra princesa, la princesa Tesa, era distinta a todas las princesas del mundo: ni le gustaba bordar, ni esperaba a un príncipe azul asomada en la ventana de su palacio. ¡Qué aburrimiento!

A ella le gustaba hacer lo que a todos los niños de su edad: correr, jugar, saltar, divertirse con sus amigos y amigas, recorrer el castillo, ir al campo...

También le gustaba dibujar y leer. Desde que había aprendido a leer, todos los días leía un buen rato. Había leído muchos cuentos de princesas, de duendes y de castillos, por eso sabía que las princesas de los cuentos eran un poco raras y les gustaba hacer cosas extrañas. Ella era distinta, era como todos los niños y niñas de su ciudad.

Pero lo que más le gustaba hacer a la princesa Tesa era jugar al fútbol.

Por eso, le llamaban la princesa futbolista, y a ella le gustaba mucho ese nombre.

Jugaba siempre con otros niños y niñas que vivían en castillos de su barrio. Algunos eran príncipes y princesas azules, o verdes, o amarillas, como ella; otros eran niños y niñas normales, ni príncipes, ni princesas, ni nada parecido. Pero a ella le daba lo mismo: se lo pasaba muy bien con todo el mundo.

La princesa Tesa también iba al colegio y allí aprendía a contar: uno, dos, tres, cuatro... y a numerar: primero, segundo, tercero, cuarto... y a sumar: uno más uno dos, dos más uno tres, tres más uno cuatro. Ella siempre sumaba balones.

También aprendió a conocer todas las monedas de su país. Un euro, dos euros, cinco euros, diez euros, veinte euros... Las monedas son de metal y los billetes de papel, pero no de papel normal, no, sino de un papel especial. Con las monedas y los billetes se pueden comprar balones y muchas cosas más.

Pero la princesa Tesa no quería comprar otras cosas, sólo quería comprarse un balón reglamentario. El que utilizaba en sus juegos estaba ya muy viejo y ella era una gran futbolista. Cuando le pasaban el balón, podía meter muchos goles, ¡muchíííísimos goles!, y con un balón oficial seguro que podría meter muchos más. Pero esos balones eran muy caros, y ella casi no tenía dinero.

Sí, sí... ya lo sé. Como Tesa es princesa, tal vez estés pensando que debía tener mucho dinero ¿no? Pero Tesa era una princesa que tenía poco dinero, tan poco que no podía comprarse un balón.

Un día pensó que su padre, el Rey, y su madre, la Reina, tenían más dinero y que tal vez podría pedirles algo prestado y comprarse un balón. También podría pedirles que le comprasen el balón, como un regalo.

Por eso un día le pidió a su padre, el Rey, que le comprara el balón. Pero el Rey, que estaba en su Palacio, le dijo muy serio:

-Tesa, hija mía, cada domingo te doy unas monedas para que las gastes como quieras. Tú siempre te gastas esas monedas en golosinas. ¡Ahorra y podrás comprarte el balón que quieras!

Y es que, eso de que las princesas tenían todo lo que querían eran sólo mentiras de otros cuentos. Las princesas, los príncipes, las niñas y los niños bien educados, nunca pueden tener todo lo que quieren porque, después, no saben lo que cuesta conseguir las cosas y se vuelven tristes, aburridos y protestones.

El Rey del Palacio, que era el padre de Tesa, la princesa, pretendía dar una lección a su hija porque la quería mucho.

Otro día le pidió a su madre, la Reina del Palacio, que le comprase un balón reglamentario, pero la madre -toda una Reina- le dijo lo mismo que su padre:

-¡Ahorra hija mía! Ahorra y tendrás el mejor balón del mundo si tú quieres. Además, te voy a ayudar, para que empieces a ahorrar.

Y entonces, para sorpresa de su hija Tesa la princesa, le regaló un precioso cerdito de barro, que tenía una ranura en el lomo.

-¿Esto qué es? -preguntó Tesa, muy sorprendida.

-Es una hucha -le contestó su madre, la Reina-. Si vas metiendo monedas por esta ranura, ya verás como, en poco tiempo, te puedes comprar un balón reglamentario. En algunos países, como por ejemplo en Alemania, se dice que los cerdos traen suerte, por eso las huchas tienen forma de cerdito.

La princesa Tesa empezó a pensar que su padre, el Rey, y su madre, la Reina, tenían razón, por eso se puso muy contenta con la hucha de la suerte.

Cuando al domingo siguiente, los reyes, sus padres, llamaron a Tesa para darse la propina que le daban cada domingo, Tesa decidió que era el momento de empezar a ahorrar. En lugar de gastar todas las monedas en caramelos y golosinas para toda la semana, como había hecho otras veces, decidió guardar algunas monedas en el cerdito de la suerte que le había regalado su mamá.

-Así podré comprarme el balón que quiero -pensó.

Además, también pensó otros pensamientos, muy, pero que muy positivos: no tenía por qué comprar sólo caramelos y golosinas.

También podría comprar zumos, juguetes, cuentos... Ahora que empezaba a ahorrar podría comprar muchas cosas. El secreto estaba en saber esperar.

Y fueron pasando las semanas en el Palacio del Rey, la Reina y la Princesa. Cada domingo, Tesa guardaba parte de su propina en el interior de su hucha de cerdito y el resto se lo gastaba en cosas muy variadas: caramelos, zumos y otras cosas que compraba en las tiendas de chucherías y de cuentos del Palacio.

El resto del tiempo lo pasaba en el colegio o jugando con sus amigos con la vieja pelota de fútbol.

Ahora sabía, estaba segura, que algún día podría comprar su balón reglamentario. Por eso, para estar preparada, empezó a visitar diferentes tiendas en las que vendían balones. A veces, le acompañaba su hermano mayor; otras, su madre, la Reina, o su padre, el Rey.

Visitó muchas tiendas hasta encontrar el mejor balón, el más bonito y el más barato. Así aprendió que para comprar hay que comparar.

Una mañana, Tesa sintió curiosidad por saber cuántas monedas había ahorrado. Como se había aficionado a guardar monedas en su cerdito de la suerte, ya estaba lleno y no cabía ninguna moneda más. Cuando abrió su hucha y contó las monedas que había dentro, se puso muy contenta. Tenía dinero suficiente para comprar un balón nuevo, el balón que había visto en la tienda mejor de todas las que había visitado.

Pero además, se llevó una gran sorpresa, porque no sólo podría comprar uno, con todo ese dinero podría comprar dos balones.

Entonces se puso a pensar qué podría hacer con dos balones. Y como sucede siempre que piensas mucho, Tesa encontró la solución: se le había ocurrido una gran idea.

Rápidamente, corrió a la feria que se colocaba a las afueras del palacio en la que se podía comprar de todo. Allí estaba también la tienda que vendía los mejores balones, ella lo sabía porque había buscado y comparado antes de decidirse, como debe ser. Se acercó y le pidió al vendedor los dos mejores balones que tuviese.

Por fin tenía ante sus ojos los balones deseados, preciosos balones blancos y negros, hechos de cuero cosido a mano; tenían una pinta fantástica. Contó las monedas que había ahorrado y se las entregó al vendedor.

Él, a cambio, le dio dos balones reglamentarios magníficos. ¡Lo había conseguido!

Al llegar a casa, dejó un balón en su habitación, después se lo enseñaría a sus padres, el Rey y la Reina. Pero antes envolvió muy bien el otro balón y lo llevó a la oficina de correos. Quería enviar ese balón a los niños y niñas más pobres del mundo, tan pobres que ni siquiera podían ahorrar, para que, como ella, pudieran jugar al fútbol con un balón verdadero.

Por la tarde, en el patio del castillo, Tesa jugó por fin con su balón nuevo junto a todos sus amigos y amigas. Era la princesa futbolista más contenta de todas las princesas futbolistas de los cuentos que nunca han existido. Ese balón era suyo, se lo había comprado ahorrando.

Esa tarde metió más de diez goles. Fueron los mejores goles de toda su vida, porque los había metido con un balón que era verdaderamente suyo. Los Reyes dejaron de trabajar durante un rato y bajaron a contemplar el partido de fútbol. ¡Estaban tan orgullosos de su hija!

Los Reyes estaban también muy contentos porque su hija, la princesa Tesa, tenía un gran corazón.

La princesa futbolista en ese instante estaba pensando en comprar una portería nueva. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar?

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Regalo de Reyes (Guillermo Rönnow - Argentina)


* Cuento infantil

Facu había estado lodo el día escribiendo la carta.

-Dejala así y andá a acostarte -le había dicho la madre.

Era cinco de Enero y a él no lo conformaba que estuviera escrita así nomás. Quería que quedara linda. Pero sobre el regalo que esperaba no tenía dudas: una pelota de verdad. Número cinco profesional; la pelota oficial, la que usa la selección.

Se despidió, entró en el cuarto y se desvistió. Aunque no quería dormir. Quería aguantar con los ojos abiertos. Quería ver si los escuchaba. Al rato, el sueño empezó a empujarlo. Entonces, prendió el televisor y lo puso bajito, para que no lo oyeran y para no quedarse dormido.

Cambió de canal hasta encontrar algo que no fuera para grandes. En el siete, encontró un programa en el que daban pedazos de partidos. Vio goles de Cambiasso, de Riquelme y de Romagnoli.

Después de un par de propagandas, empezaron a dar los mejores goles de Maradona.

Empezaron a jugar y un defensor sacó la pelota por encima del alambre. Pateó tan fuerte que la redonda cayó donde estaban los tipos disfrazados.

El partido se corría con todo. El estaba jugando bien, aunque se sentía nervioso. La hinchada había coreado su nombre. Faltaba poco para que terminara el primer tiempo, cuando el cinco le pasó la pelota e hicieron una pared con Diego, que no terminó en gol por muy poco: pateó apenas desviado, pero igual el diez lo aplaudió. Se sintió orgulloso. En el vestuario lo felicitaron.

Empezó el segundo tiempo y se largó a llover. En esa parte hizo algunas jugadas buenas y otras, no tanto. Pero nadie le hacía reproches. Seguían cero a cero y todavía había tiempo para ganar.

Después de un rebote, volvieron a juntarse con Diego y cada uno hizo una gambeta hermosa. Cuando iba a marcarlo un defensor, "el genio" (Maradona) le devolvió el pase justo. Entraba al área y vio que el arquero se apuraba a salirle todo despatarrado. Apretó los dientes y sintió que su mamá lo llamaba. Ella lo besó y le mostró el regalo. Cuando la vio junto a sus zapatos, le pareció que la pelota estaba embarrada. Después se dio cuenta de que no. Se volvió a acurrucar y dijo que tenía mucho sueño. Dijo que quería dormir un poco más.

Cabeceaba de sueño, pero se mantenía con los ojos abiertos gracias al relator, que gritaba como un loco cada vez que Maradona convertía un gol. Hasta que volvieron a pasar publicidad y se quedó dormido. La tele quedó encendida.

Y, dormido, soñó que jugaba. Era la cancha de su equipo y aparecían todos sus ídolos. Ellos y él. Las tribunas estaban llenas y se jugaba la final del campeonato. Pero había un colado: a la izquierda de él, que jugaba de nueve, estaba Maradona. Antes de que empezara el partido, vio que desde la platea, Brenda, su compañera de banco, le deseaba suerte. Cerca de ella, estaban su mamá y su papá, y unos hinchas disfrazados de reyes. Uno tenía piel morena. Estar en la final, le parecía un sueño.

(tomado de el libro “Cuentos de fútbol para chicas y chicos”, Editorial Estrada, 2007)

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El niño que perdió la pelota (Guillermo Jiménez Pavón - España)


* Cuento infantil

Juanito jugaba a la pelota con su amigo Pepe, al lado de un río y en un lance del juego, la pelota se les cayó.
El río era muy peligroso, pues raro era el año que no se ahogara alguna persona en él.
Los padres sabedores de lo peligroso que era, siempre les aconsejaban a sus hijos que no se bañaran en él, si no estaban ellos allí.
Los dos niños con tristeza miraban como el río, dando salpicones se llevaba su pelota y se quedaban sin juguete para jugar. Aunque pensaron meterse en el río para cogerla, se acordaron de los consejos de sus padres y prefirieron perder la pelota y no otra cosa.
Juanito, que era el dueño de la pelota (con temor), le dijo a su padre como la había perdido y este, creyendo que su padre le iba a regañar, se quedó sorprendido, cuando el padre le dio un beso y le compró, la mejor de todas las pelotas.

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Transpirar la camiseta (Julieta Taz - Argentina)


* Cuento infantil

Estimados compañeros del club:
Hace mucho que tengo ganas de decirles algunas cosas que me duelen. Espero que me entiendan. Tengo tanto derecho a decirlas como cualquiera.
Sabemos que los partidos se ganan con coraje. Se ganan en el juego después de todo el trabajo semanal. Y en el juego participamos todos. Cada uno colaborando con su aporte, haciendo lo que mejor sabe hacer. Cada uno atravesando momentos personales mejores o peores.
Yo pasé por momentos feos, pero no por eso dejé de poner todo en cada partido. Jamás me negué a transpirar la camiseta. Y eso, sin embargo, casi nunca fue reconocido.
Los periodistas se ocupan de los goleadores; del arquero, cuando ataja un penal; del técnico, cuando pierde tres partidos seguidos; de los lesionados y de los violentos; del presidente del club y del encargado del vestuario. Pero casi nunca se ocupan de alguien como yo.
Jamás pensé en dejar de defender los colores de nuestra institución, ni siquiera aquella vez que recibí un piedrazo durante un partido. Me sacaron en camilla y el médico me aconsejó reposo. Pero igual, el fin de semana siguiente estaba otra vez con ustedes, como siempre. Y sigo estando, aunque parezca que ustedes lo ignoran.
Nunca me hicieron un reportaje. Nadie elogia los años que llevo con los colores del equipo. Y, en todo ese tiempo, apenas hubo un par de fotos mías en los diarios. No importa.
Todos somos necesarios en la cancha: el "Puma" cuidando el arco; el "Chapa" yendo y viniendo; el "Beto" ordenando el mediocampo; el "Colo" pegándole desde lejos a la pelota; y el "Hormiga", con su zurda. El técnico, el médico y el kinesiólogo. Tito, con el bombo. Y yo, sufriendo y alentando desde afuera.
Porque yo también me siento parte del equipo. Me gustaría verlos a ustedes en una cancha que parece el fin del mundo, en una tribunita de madera, sentados bajo un sol que carboniza o con una lluvia que moja tanto, que parece que los huesos van a oxidarse. Esto es lo que quería decirles. Que siempre estaré acompañando a nuestro equipo, cada vez que juegue. Y me gustaría que lo sepan.
Los saluda atentamente.
Florencia

(cuento tomado del libro “Cuentos de fútbol para chicas y chicos”,
Colección Azulejos, Editorial Estrada, Bs. As., 2007)

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Diego el futbolista (Rodrigo José Andrade Calderón - Bolivia)


* cuento infantil

Era un pueblo pequeño lejos de la ciudad con pocos habitantes y mucha pobreza.
En la familia del campesino más pobre el menor de los hijos soñaba con llegar ser algún día, "jugador de fútbol" de un equipo famoso.
Diego, jugaba en su pequeño patio con una pelota de trapo, no era muy buena pero para él era la mejor pues la había hecho con sus propias manos.
Pronto aprendió a jugar muy bien de tanto entrenar a escondidas de sus padres pues para ellos era una pérdida de tiempo patear una pelota en lugar de trabajar para poder ganar dinero.
Un día lo descubrieron y ese fue el más triste de su vida pues lo pegaron y lo que es peor botaron su pelota muy lejos, Diego lloró muchísimo.
Para cumplir su sueño sólo le quedaba una salida por lo que decidió escaparse.
Tuvo mucho miedo, se sentía solo y con mucha hambre pero nada borraba de su mente y su corazón el sueño de llegar a ser "el mejor futbolista", se fue para el estadio más importante de la ciudad y allí consiguió el trabajo de pasapelotas, consiguiendo así no sólo dinero sino muchos amigos futbolistas que lo ayudaron a ingresar a una importante academia de fútbol teniendo apenas 14 años.
Diego ya estaba a punto de hacer realidad su sueño, después de transcurridos los años, con mucho esfuerzo y disciplina logró ser muy buen jugador, ingresó a la Primera División del Club Bolívar y allí tuvo tanto éxito que lo contrataron en River Plate de la Argentina donde jugó por tres años.
Luego viajó a Europa para jugar en el Arsenal de Inglaterra, pero se lesionó y estuvo lejos del fútbol por un tiempo. Se recuperó y siguió jugando. A pesar de que su sueño se hizo realidad no podía dejar de pensar en su familia.
Diego tenía 28 años cuando volvió a su pueblo, al principio nadie lo reconoció, pero fue inmensa la alegría de su familia al volverlo a ver y de saber lo que había sido de él.
Diego les había demostrado que también se podía ganar dinero jugando fútbol. No sólo había cumplido con su sueño sino con su familia pues los ayudó a salir de la pobreza.

ESTA HISTORIA NOS DEMUESTRA QUE SI LUCHAMOS POR NUESTROS SUEÑOS ESTOS PUEDEN SER REALIDAD SI TRABAJAMOS CON ESFUERZO, DISCIPLINA Y DEDICACIÓN Y QUE CON EL FÚTBOL TAMBIÉN SE PUEDE GANAR.

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La apuesta (Edgardo Olivera - Argentina)


* Cuento infantil

El grupito de chicos estaba descansando a un costado de la cancha. Recién habían terminado de jugar un partido extenuante.
Caminando con cansancio, un hombre de setenta y pico de años se acercó a ellos:
-Hola, chicos, ¿puedo sentarme con ustedes? Me gustaría contarles algo que le sucedió a un chico llamado Sergio. Él tenía la edad de ustedes.
Los chicos, que tenían entre trece y quince años, le dijeron que sí. El anciano empezó a contar: “Sergio solía jugar en esta cancha hasta muy tarde. Él amaba el fútbol y, a veces, hasta jugaba solo. Una vez, se quedó jugando un partido “a penales” con su amigo Juan. No había nadie cerca, solo estaban ellos y empezaba a oscurecer. Entonces, un hombre que tenia la misma edad que tengo yo, se acercó a ellos y les propuso, a cualquiera de los dos, jugar una competencia a cinco penales. Si él perdía pagaría cien pesos al ganador. Ninguno de los chicos quiso aceptar. Era un viejito que ni podía patear una pelota. Pensaron que estaba loco. Pero el anciano insistió mostrándoles el billete. Sergio se tentó y dijo que si.
-¿Vos tenés plata?-le preguntó el viejo
Sergio dijo que no.
- Está bien. Si vos perdés, me vas a regalar años de juventud por cada gol que te haga.
Sergio sólo pensaba en los 100 pesos. Estaba ansioso. Por eso aceptó sin pensarlo”
-¿Y qué pasó? -preguntó uno de los chicos.
-El anciano pateaba mucho mejor de lo que se habían imaginado. Y atajaba. Sergio erró varios penales. Antes de patear sentía que se le nublaba la vista. Finalmente, el anciano ganó y se llevó los años de juventud.”
-¿Cuándo ocurrió eso? -quiso saber otro de los chicos.
-Hace una semana -contestó el anciano.
-Así que usted es el anciano que le ganó cincuenta años a Sergio -dijo el chico, con tono burlón.
Los ojos se les llenaron de lágrimas. Llorando, respondió:
-No, yo soy Sergio. ¿Alguno quiere jugar...?

(tomado del libro "Cuentos de fútbol para chicas y chicos", Editorial Estrada, Colección Azulejos, Pág. 35-37 -2002-)

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Pelota de cuero (Augusto Cortéz - Argentina)


* Cuento infantil

No se sabe dónde, cuándo y en qué lugar, creo que en Bell Ville, Córdoba, Argentina, Pedro, Lorena y Tadeo estaban aburridos y empezaron a patear piedras.
A Pedro sin darse cuenta, se le encendió la lamparita de las ideas y dijo: ¡Vamos a hacer una pelota de verdad, redonda y que no duela al patearla!
Agarraron papeles, gomas, hilos, agujas y pedazos de cueros y empezaron a coser en hexágonos como habían aprendido en geometría en la escuela.
Y se formó algo redondo que picaba y rebotaba en el suelo por la cantidad de goma que tenía dentro. Y la llamaron PE-LO-TA por Pedro, Lorena y Tadeo.
Al verlos los chicos del barrio con el nuevo juguete preguntaron ¿podemos jugar? ¡Sí, dijeron los tres, vamos a jugar a la PELOTA! y jugaron hasta que se puso oscuro.
Y todos quisieron una. El papá de Pedro que era zapatero hizo unas cuantas con cámara de goma y aire. Y así nació este juguete que tanto nos gusta a chicos y grandes.

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El lago de los monstruos (María José T. Molina - España)


* Cuento infantil

Érase una vez, en un pueblecito cerca de Bruselas, que se llamaba Tervuren, había un gran parque, y en medio del parque había un bosque gigantesco; y en ese bosque, había un lago oscuro y tenebroso en el que vivía un monstruo, que se llamaba Monsta.
Monsta se había comido todos los monstruos que vivían en el lago y todos los niños que se acercaban a la orilla del lago y por eso tenía una tripa enorme y redonda; ésta era tan grande que, cuando el monstruo se movía, le arrastraba por el suelo y, para moverse mejor, tenía que agarrarse a las ramas de los árboles que rodeaban el lago, y todas estaban medio caídas y casi a la altura del agua.
Monsta, el monstruo, estaba hambriento, tenía hambre; ya no había nada que comer; se había comido todos los monstruos, y los niños ya no se acercaban a la orilla del lago porque tenían miedo.
Hasta que un día, cerca del lago, había un grupo de niños jugando al fútbol y un niño chiquitito le dio un patadón al balón que fue a parar cerca de una esquina del lago.
Monsta, que cada día tenía más hambre, miró a esa cosa redonda, cerca de la esquina del lago, y pensó: me la podría comer.
Así que se fue hacia la esquina, arrastrando su tripa y agarrándose en las ramas de los árboles y, de un bocado, se tragó el balón.
Entonces, los monstruos y los niños que estaban dentro de la tripa, empezaron a jugar un partido de fútbol entre ellos, y un monstruo le dio un patadón al balón que lo explotó.
Todo el aire del balón salió fuera y la tripa empezó a hincharse e hincharse hasta que también explotó.
Entonces todos los monstruos salieron fuera de la tripa y todos los niños se fueron corriendo a sus casitas a decirles a sus papas ya estamos aquí y a contarles todo lo que había pasado.
La tripa de Monsta ya no estaba grande y redonda y no tocaba el suelo y él estaba delgado.
Podía caminar sin agarrarse a las ramas de los árboles y, además tenía amigos.
Había más monstruos en el lago y podía jugar con ellos.
Entonces Monsta pensó: Ya no voy a comer más monstruos ni más niños.
Y desde ese momento, Monsta solo comía las frutas de los árboles que había cerca del lago.
Y cuando los niños se acercaban a la orilla del lago, Monsta les daba un paseo por el lago en su enorme cola.
Y todos fueron felices, comieron las frutas de los árboles y colorín, colorado, este cuento se ha acabado…

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¿Dónde está la perfección de Dios? (Adaptación: Mirta Pedalino - Argentina)


* Cuento infantil

Algunos niños no concurren a escuelas comunes. Por alguna razón nacen con una capacidad de aprendizaje más lenta que los demás.
Ellos concurren a escuelas especializadas, donde son ayudados hasta que alcanzan el nivel de los otros niños. A veces lo logran y otras no. Los que no alcanzan el nivel se quedan en estas escuelas, mientras que los más aventajados pueden ser enviados a escuelas convencionales.
En una cena que se realizó en una escuela especial, estaba el padre de uno de los niños preparando un discurso, que jamás olvidarían
Después de la cena, todos los presentes, entre los que se hallaban, profesores, ayudantes y padres de todos los alumnos, se dispusieron a escuchar.
El hombre se levantó, miró a los presentes y dijo:
-¿Dónde está la perfección, en mi hijo Sebastián? Todo lo que Dios hace, está hecho a la perfección. Pero mi hijo no puede comprender cosas que otros niños, si entienden. Mi hijo no puede recordar hechos y figuras que otros niños si recuerdan.
¿Dónde está la perfección de Dios?

La audiencia quedó sorprendida ante esta pregunta, viendo la cara angustiada del padre, y murmurando entre ellos.
-Yo creo -continuó diciendo el padre- que cuando Dios nos brinda un niño así al Mundo, la perfección de Él, está en la forma de reaccionar de la gente ante estos niños.
Contó entonces la siguiente historia acerca de su hijo Sebastián.
Una tarde, Sebastián y su padre paseaban por el parque, donde algunos niños estaban jugando fútbol.
-¿Crees que ellos me dejen jugar?- preguntó Sebastián
El padre sabía que su hijo no era para nada un atleta y que los niños no lo querrían a él en su equipo.
Pero pensó que Sebastián, quería sentirse parte de un equipo de “normales”. Entonces llamó a uno de los niños y le preguntó si lo dejarían jugar.
El chico miró a sus compañeros de equipo sin obtener respuesta alguna de ellos. Tomó él la decisión y dijo:
-Estamos perdiendo 1 a 0, y el partido está a punto de terminar. Son muy buenos, es muy difícil que podamos empatar. Lo dejaremos avanzar hacia el área y le haremos algunos pases hasta que el referí dé el pitazo final.
El padre estaba atónito ante la respuesta del chico y Sebastián sonreía satisfecho.
El equipo avanzó hacia el campo contrario, cerca del área le hicieron el pase a Sebastián que avanzó confiado hacia el arco.
Uno de los defensores apenas rozó a Sebastián, entonces el referí le otorgó un penal.
Colocaron la pelota, y todos los chicos, de los dos equipos, alentaron a Sebastián para que pateara fuerte. Así lo hizo, el arquero premeditadamente se arrojó hacia el otro lado.
Todos los chicos lo alzaron en hombros y lo hicieron sentir un héroe, Sebastián logró empatar el juego para su equipo.
-Aquel día -dijo el padre de Sebastián, con lágrimas rodando por sus mejillas- esos 22 niños mostraron con un gran nivel, la Perfección de Dios. Es curioso como gente simple y normal nos muestra lo maravilloso que es vivir en Dios y con Dios. Es curioso como tantas veces estamos preocupados por lo que las personas piensan de nosotros, en vez de preocuparnos acerca de lo que Dios piensa de nosotros.

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¿Por qué publicar cuentos para niños?


“Leyendo y leyendo va el niño aprendiendo, y sabio se va haciendo”.

Amigos de “Los cuentos de la pelota”: a partir de hoy, y como una forma de abarcar todas las edades en su relación con el mágico mundo de la pelota, comenzaré a publicar cuentos para niños.
Mucho podríamos hablar acerca de los beneficios de la lectura en los niños, pero como una forma de ser breve mencionaré:
1º Con la lectura es posible hacer madurar la mente de los niños, haciéndolos más libres y tolerantes.
2º Aumenta sus habilidades de escuchar, desarrolla en ellos su sentido crítico, aumenta la variedad de experiencias, y crea alternativas de diversión y placer.
3º Ayuda a despertar la imaginación y la creatividad, estimula la concentración, la inteligencia y la capacidad verbal.
4º Aprenden valores por medio de las historias.
5º La lectura permite acumular mayor cantidad de significado de vocabulario, ayudando al niño a cometer menos errores ortográficos en sus trabajos escolares.
Es probable que ningún niño haya accedido a esta página, por desconocimiento de la misma o por simple desinterés, por tal motivo, está en ustedes iniciarlos en el fascinante mundo de la lectura a través de estos cuentos de fútbol ¿hay algún vínculo mejor que este deporte para ello?
Humildemente, creo que no.
Espero sea esta una pequeña ayuda para acercar a vuestros hijos al maravilloso mundo de la lectura.


Un cordial saludo
Totonet

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El balón (Francisco Ponce Carrasco - España)


* Cuento infantil

Había un niño que le gustaba mucho jugar al fútbol y siempre que lo hacía le daba al balón con potencia en dirección a la portería, al tiempo que gritaba palabrotas. El balón al escucharlas daba un giro rápido tomando otra dirección y se salía por un lado o por arriba, pues no le gustaba la actitud del chico… así una y otra vez.
El muchacho un día se enfadó y dándole al balón, una patada muy fuerte, lo maldijo, enviándolo tan lejos que lo “encalo” entre las ramas de un árbol muy alto, mientras seguía profiriendo insultos.

Acertó a pasa por allí una paloma de blanco plumaje y vio al balón llorando, entonces le preguntó.

-¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras?

El balón le contó lo mal educado que era su dueño y que no quería bajar de allí nunca.

El ave voló hasta donde estaba el niño, que continuaba soltando groserías, y le recriminó su mala urbanidad, luego le persuadió de que esa forma de actuar no era positiva y que si le prometía que no diría nunca mas esas barbaridades, subiría para convencer al balón, e intentar que bajara.

El joven se arrepintió y le aseguró que rectificaría.

De nuevo la paloma voló a lo alto del árbol y se lo comunicó al balón, quien accedió; la paloma lo fue empujando hasta que cayó en las manos del jovencito.

Desde entonces el balón entraba recto a la portería y el jugador marcaba muchos goles, que lo hicieron muy famoso como futbolista.

Si somos capaces de tener respeto hacia los demás, no blasfemamos ni nos mostramos maleducados, se pueden conseguir muchas cosas en la vida.

Según Pitágoras: Educar a los niños y no será necesario castigar a los hombres.

(Un sincero agradecimiento a Francisco Ponce Carrasco por su generosidad al autorizarme a la publicación de este cuento)

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