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En 1963 Brasil todavía respiraba el éxito de los Juegos Panamericanos de San Pablo y se preparaba para el Campeonato del Mundo de 1966 en Inglaterra.
Carlos Alberto Torres y Jairzinho habían sido revelaciones en ese Panamericano en el que el scratch se alzó con la medalla de oro, en un momento en que el fútbol brasileño, campeón del mundo en Chile 1962, pasaba por un momento de esplendor.
Pero lo que marcó Mayo de 1963 fue la inolvidable visita del equipo de Madureira a Cuba, donde sería recibido con honor y reverencia por Ernesto “Ché” Guevara, líder de la revolución cubana que llevó a Fidel Castro al poder en 1959 y una figura destacada de su tiempo.
"El contacto con el Che Guevara fue muy amable. Fue amor. Nos visitó en el hotel y asistió a uno de los encuentros en donde distribuyó serpentinas", recuerda Jorge Farah, hincha del Madureira presente en la gira por la isla.
El paso de Madureira por la isla era parte de una gira por América, dos años después que el club se había convertido en el primero en Brasil en hacer un viaje alrededor del mundo. Meses antes, el Che Guevara había recibido en Brasilia, de manos del presidente brasileño, la “Orden de la Cruz del Sur”.
En el mismo período Flamengo, Fluminense y Bangú viajaron de gira a Europa y Bonsucesso armó sus maletas para un amistoso en Guayaquil, Ecuador.
La gira del Madureira, concretada por José Correia da Gama da Silva, que presidió el club durante el período 1959/1960, se inició en Colombia, prosiguiendo luego por Costa Rica, El Salvador y México.
En Cuba, Madureira hizo un total de cinco partidos, ganando todos: el primero por 5 a 2 ante Industriales (campeón local), el segundo por 6 a 1 ante un combinado del Municipio de Morón, de la provincia de Camagüey, el tercero ante una Universidad (11 a 1) y dos presentaciones ante una selección de La Habana (el primero lo ganó por 1 a 0 y 3 a 2 el segundo, el 20 de Mayo de 1963, cuando contó con la presencia en la tribuna oficial del Ché Guevara, por entonces Ministro de Industria cubano.
"Llevaba el uniforme verde oliva del Ejército y después del partido saludó uno por uno a los veintidós jugadores. Parecía un hombre íntegro" recuerda Farah.
En 1963, Cuba llevaba cuatro años bajo el régimen comunista, establecido después del triunfo del Movimiento “26 de Julio”. La delegación brasileña se hospedó en el legendario hotel “Habana Hilton”, un símbolo de la opulencia de América durante la dictadura de Fulgencio Batista y renombrado luego "Cuba Libre" por Fidel Castro.
Después de tantos años, muchos recuerdos se desvanecen, pero Jorge Farah no olvida a Cuba, el Che y la fascinación suscitada por la gente cubana.

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Cuando en Cuba se jugaba al fútbol


En Cuba, durante los gobiernos de Prío Socarrás y Fulgencio Batista, en el arranque de la década que culminaría con la revolución de Castro y Guevara, floreció una efímera liga profesional en un país sin tradición aparente ni continuidad futbolera. Y no faltaron -como siempre sucede en cualquier lugar del mundo- las presencias argentinas, jugadores más o menos oscuros o conocidos que en la memoria de espontáneos historiadores dejaron huella de buen fútbol en una isla que no usa potreros.

Todos eran argentinos, como el Che. Viajaron a Cuba cuando ya alumbraban las ideas revolucionarias, un puñado de años antes del desembarco que lideró Fidel Castro a bordo del “Granma” y que culminó con la gesta de Sierra Maestra. Habían viajado a la isla sin el propósito de sumarse a la insurrección, pero sí con el afán de ganar dinero jugando al fútbol. Desde Buenos Aires partieron empujados por la huelga de 1948, la misma que provocó un éxodo masivo hacia Colombia de las principales figuras como Alfredo Di Stéfano y Adolfo Pedernera.

Un tal Boby Maduro, nacido en las Antillas Holandesas, precursor entre los intermediarios que hoy abundan como plaga, había tenido bastante que ver en esa aventura. Sus nombres, atesorados en la memoria de Juan Antonio Lotina, cubano, entrenador y pieza clave en la asociación de su país, han vuelto a cobrar vida en páginas repletas de estadísticas. Algunos estudiosos de aquí, como el periodista Alejandro Fabbri, contribuyeron para completar las trayectorias de estos hombres que, cuando en La Habana gobernaban Carlos Prío Socarrás y Fulgencio Batista, escogieron la efímera liga profesional de fútbol cubana como escenario para mostrar su juego.

“Amadeo Colángelo fue un futbolista extraordinario, el mejor de los argentinos que pasó por aquí. Llegó para la temporada de 1949-1950 y jugó en el Centro Gallego...”, cuenta Lotina desde Cuba, quien dirige la sección de Historia y Estadísticas del fútbol en su país. Se refiere a un entreala izquierdo -hoy sería un volante de creación- que integró el plantel de Boca entre 1955 y 1957, jugó 18 partidos y marcó 7 goles. Colángelo había surgido en Ferro cuando el equipo de Caballito militaba en el Ascenso y su campaña en Argentinos Juniors -posterior a su retorno de Cuba- le valió que el club de la ribera lo contratara al año siguiente. No era para menos. Había convertido 60 goles en 55 encuentros durante el torneo de Primera B, una marca que en la actualidad sería casi imposible de igualar. Chacarita, el campeón de la misma categoría en 1959 y El Porvenir en 1960 también contaron con él.

La Liga cubana se mantuvo entre 1948 y 1953, el año en el que fracasó la toma del cuartel Moncada. El primer campeonato lo jugaron cuatro equipos: Puentes Grandes -que ganó el título en tres temporadas sucesivas-, Fortuna, Juventud Asturiana e Iberia. Hasta que el fútbol profesional desapareció, se agregaron Centro Gallego (campeón de 1951) y Marianao. Casi todos contaron con el aporte de jugadores argentinos que incluso se quedaron en Cuba cuando la Liga finalizó. Aquéllos fueron tiempos de visitas deportivas ilustres, como las del Real Madrid y el Botafogo de Brasil. Lotina recuerda que “el estadio Latinoamericano de La Habana convocaba a 25 o 30 mil personas para ver a esos jugadores argentinos de mucha calidad. También había uruguayos, mexicanos y haitianos”.

Los pioneros que llegaron desde la Argentina entre 1948 y 1949 fueron Alberto Soto y Raúl Torrens, este último un volante izquierdo, cuyo rastro se pierde hasta 1956. Ese año jugó para El Porvenir, donde marcó cuatro goles en cinco partidos. Pero el grupo más nutrido arribó a la isla una vez comenzada la década del 50, cuando ni siquiera se había iniciado la segunda dictadura de Batista.

Juan Carlos Carrera integró el equipo de la Juventud Asturiana, el último campeón del profesionalismo cubano. Mediocampista ofensivo, había tenido una trayectoria respetable antes de jugar en Cuba. Entre 1945 y 1946 formó parte del plantel de Racing, donde hizo 28 goles en 18 partidos. Luego pasó por Newell’s (1947), Banfield (1948) y Atlanta (1949-51). Carrera tuvo como compañero en aquel conjunto de la colectividad española que residía en Cuba a Américo Belén, quien no es la “Bruja”, aquel delantero de Racing que se consagró campeón en 1959. El Belén menos conocido había jugado básicamente en el Ascenso, en clubes como Quilmes, All Boys y Talleres de Remedios de Escalada. Era un volante central de carácter y que no escatimaba poner la pierna fuerte cuando los partidos se ponían fuleros.

El memorioso Lotina, primo lejano del entrenador vasco que dirige en la actualidad al Celta de Vigo (Miguel Ángel Lotina), matiza sus recuerdos de aquella Liga cubana con algún comentario sobre la época: “Batista no se ocupó del fútbol ni nada de eso. No había apoyo ni presupuesto. Quienes conducían los principales equipos que tenían base en la colectividad española eran dueños de fábricas o empresas que les pagaban un salario a los jugadores extranjeros. Recuerdo que algunos, como los argentinos Torrens, Soto y Pelegrino se quedaron trabajando en Cuba o se casaron. Yo mismo llegué a entrenar con el Iberia en la etapa profesional”. El último de los futbolistas mencionados, Benjamín Pelegrino, jugó cuatro partidos como arquero en la primera de San Lorenzo durante 1948.

Del lustro de fútbol rentado que tuvo la tierra de José Martí ya casi no quedan huellas, a no ser por el trabajo de recopilación que ha ido desarrollando Lotina y que ansía editar algún día en un libro. Podría afirmarse, como sostienen aquellos que lo tratan a diario, que nadie conoce como él la historia del fútbol cubano. Martín Mendizábal, un periodista deportivo argentino que reside en La Habana y colabora con la Asociación de ese país, puede dar fe. Y el propio entrevistado lo corrobora cuando evoca la visita a Cuba de Vélez Sarsfield a mediados de la década del 20. De esa época (1924) data la fundación de la entidad que rige su fútbol y que se afilió a la FIFA en 1932. Seis años después y cuando se cernía sobre Europa la amenaza del nazismo, el seleccionado cubano jugaría su único Mundial. Ocurrió en Francia, donde el 9 de Junio de 1938 superó primero a Rumania por 2 a 1, para luego caer goleado por Suecia con un lapidario 8 a 0.

Por entonces, el fútbol cubano era tan amateur como ahora. El béisbol y el boxeo lo superaban con holgura en popularidad, tanto como sucede hoy. Sin embargo, durante el último Mundial de Corea y Japón, el pueblo siguió con mucho interés las campañas de Brasil y la Argentina, por sobre los otros equipos. En la isla, el actual campeonato está estructurado de acuerdo con su división administrativa -juegan dieciséis equipos de catorce provincias- y el último campeón salió de Villa Clara, la ciudad donde se hizo fuerte el Che en plena lucha revolucionaria.

Una pequeña curiosidad que los biógrafos del Comandante nacido en Rosario, hincha de Central y arquero en sus escasos ratos libres, no pasarían por alto.

(artículo del periodista Gustavo Veiga, publicado en el diario “Página 12” del lunes 10 de Marzo de 2003)

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Ernesto “Ché” Guevara prefería practicar los deportes fuertes, en los que era necesario desarrollar una intensa actividad física. A sus padres le preocupaba bastante esa preferencia de su hijo por el asma que padecía, pero él no le daba mucha importancia a la enfermedad y se sentía feliz cuando jugaba, por ejemplo, al fútbol y al rugby.
Cuando vivía en Alta Gracia (Córdoba), Ernesto practicaba el fútbol tanto en una cancha como en cualquier terreno libre de malezas.
Su padre afirmó que a él no le importaba tampoco que hiciera frío o calor ni que hubiera lluvia o vientos ya que el fútbol lo hipnotizaba.
En Buenos Aires en el club de San Isidro solía practicar el rugby. Particularmente su familia sentía cierto temor por la practica sistemática de este deporte tan violento e incluso algunos médicos le habían expuesto a su padre que eso ponía en peligro su vida puesto que era posible que su corazón no resistiese tal carga.
Ernesto Guevara Lynch trató de convencer a su hijo para que desistiese de la práctica de dicho deporte y le expuso lo que le habían manifestado los especialistas.
No obstante recibió una respuesta categórica del joven:
-Viejo, me gusta el rugby y aunque reviente lo voy a seguir practicando.

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Ernesto siempre fue hincha de Rosario Central. “Fuser” (como le decíamos) era centralista por dos razones: una porque nació en Rosario el 14 de Junio de 1928, y dos porque Ernesto era hincha del “Chueco” García (Ernesto, El poeta de la zurda), un wing izquierdo muy bueno que después pasó a Racing, mi equipo.

(ALBERTO GRANADOS, amigo personal y compañero de ruta de Ernesto “Che” Guevara)

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No es un simple juego. Es el arma de la revolución.

(ERNESTO "Che" GUEVARA, médico, político y guerrillero argentino)

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Venas plásticas (José Urriola - Venezuela)


Chamo, la final del mundial. La final final y yo aquí, parado. En este estadio trivergatario donde caben más de 100 mil, que queda en esta ciudad modernísima que no sé ni cómo coño se pronuncia pero sí que queda en el coño e’ la madre y que hay que agarrar como 7 aviones para llegarle.

Y estamos en el último penalti. Ronaldinho, el capitán brasileño, está a punto de cobrar. Si lo mete ganan el mundial. Otra vez. Qué ladilla. Pero si se lo paro ganamos nosotros. Y te lo juro que se la paro, marico, se la paro como que me llamo Spiderman Quevedo, se la paro porque soy el mejor arquero del mundo. Y se la paro además por mi revolución bonita, por mi amada Leidisrrún y por todos mis compatriotas revolucionarios, y por ese país que ahorita no tiene nombre -porque se lo están cambiando un pelo, aún no se han puesto de acuerdo- pero que se llamó Venezuela, o algo así (mierda, ya ni me acuerdo), hace un rato.

Hace un calor del carajo viejo, estoy que me derrito. Sudo, chamo, como si me hubieran abierto un grifo en la nuca. Me queman los guantes. No aguanto el cuello de la camisa, me pica como si fuera un collar de avispas. Esta tela cubana es como chimba, güevón. Mucho más finas eran las viejas, que eran Nike; pero esas las prohibieron porque no eran bolivarianas. Me bombea la sangre en la cabeza y me explotan adentro unas burbujas calientes y las venas laten, me hacen pum pum pum, como si estuvieran a punto de estallar. Chamo, qué calor tan coñoemadre, qué ganas de que este pajúo del Ronaldinho termine de chutar esa vaina a ver si se la paro y se acaba esta final del carajo. Y te lo juro que me voy a duchar con cubitos de hielo, te lo juro que apenas levante la copa esa de la FIFA le dejo el pelero a todo el mundo y me voy a quitar este calorón de encima con agua helada.

Se prepara Ronaldinho, pone la pelota en el círculo de cal, se aleja seis, siete, ocho, nueve pasos, toma impulso, lo vuelve a pensar, ahora recorta dos pasos. Se devuelve a la pelota, la acomoda otra vez. Coño e’ madre negro este, garimpeiro, muelón, ahora más feo que nunca con ese desriz. ¡Chuta, pues, no joda!

Se viene hacia la pelota, parece que flotara el pajúo, como si tuviera alitas en los botines, viene saltandito como si bailara samba. Ya no es ni la sombra de lo que era en el mundial pasado; pero sigue siendo Ronaldinho, compadre. Y tratar de pararle un penalti a ese carajo es algo que caga. Caga burda. Yo estoy cagado. Y las venas éstas de plástico que me pusieron en Cuba me arden por dentro, como si la sangre me estuviera hirviendo, como si el termómetro se hubiera jodido y yo estuviera a 100 grados debajo del uniforme.

Chuta Ronaldinho y la pelota viene flotadita, por todo el centro de la arquería. No hace falta que me lance hacia ningún lado. La pelota viene de bombita y me va a caer justo en los pies. Pienso en milésimas de segundo que apenas tengo que doblar un pelo las rodillas y bajar las manos para agarrar el balón y ya. Se acaba el mundial, ganamos nosotros.

Pero el cuerpo se me pincha cuando trato de atrapar la pelota. Se me derriten las venas y caigo desinflado sobre la hierba, desparramado justo encima del balón.

No sé todavía si fue gol o no. No me puedo mover, lo único que puedo mover son los párpados y un poquito los ojos. Pero se me viene a la mente, justo en ese momento, todo lo que me ha pasado antes de llegar aquí.

Estaba yo jugando béisbol con un poco de landros del barrio que son medio panas míos -aunque un coñoesumadre de esos una vez me asaltó en la escalera pasando de noche por la escuelita; pero bueno, en una caimanera de esas a uno se le olvidan las culebras y pa’ lante que es pa’llá-. Entonces yo estaba jugando ahí, bien fino, cubriendo la primera y había un poco de gente viendo el juego de pelota y en un momento ya eran un poco de gente más y hasta había unas personas así importantes que llegaron en un carro negro con escolta y con militares y con radios y vainas raras y tal. Entonces uno de ellos, de lentes oscuro, pistola en la cintura y una esclava de oro como de 5 kilos me hizo: “tss, tss, epa, tú carajito, vente para acá pa’ que hablemos”. Y yo le dije: “Tranquilo, viejo, aquí andamos en una de depolte y sano espalcimiento”, pero yo me medio cagué y todo. Porque esta revolución es bonita y yo estoy con ella, pero de repente a un chivo bolivariano se le ocurre que tú no estás tan con el régimen y te desaparecen rapidito, te torturan, te dejan con el mosquero en la boca en un basurero y después dicen: “fue víctima del hampa común”. Uno no es tan pendejo, esas cosas pasan.

Yo me fui con el jefe y el tipo me dijo, con un aliento a caña bien fina: “Mira, carajito, la revolución necesita un arquero para el próximo Mundial de fútbol y yo creo que tú tienes madera… ¿a ti no te gustaría venirte a Cuba para hacerte un tratamiento que te va a convertir en el portero más arrecho de la historia?”. Y yo le respondí: “Mire, señor, con todo respeto, ¿no?, pero a mí lo que me gusta es el béisbol porque el fútbol me parece un juego e’ jevas. Además yo esa mielda no la he jugado en mi vida. Eso sí, cuando es el mundial yo voy por Brasil y hasta me pinto la cara de verde, bebo caipirinha que jode y bailo samba en la principal de Las Mercedes”. El tipo encendió un cigarrito de tabaco negro, se metió los dedos en la boca y se sacó un pedazo de chorizo que tenía atorado entre las muelas y me dijo: “¿Entonces tú estás decidido a no contribuir con la Revolución? Tú te estás negando a un favor que te está pidiendo por la patria el Presidente mismo”. Y ahí sí que me cagué, me tiré un peo de esos que dejan frenazo e’ bicicleta en el interior. Creo que el tipo lo olió y todo, porque arrugó la cara. “¿Cuándo salimos pa’ Cuba, amigo mío? Yo le echo bolas ya” dije yo, y así firmamos el acuerdo.

De Cuba casi ni me acuerdo. Creo que La Habana olía a salitre con orine, había gente pobre por coñazos, igualito que en Caracas pero con la ropa más vieja, que había puros carros destartalados y las casas desconchadas, todo era como del año de la pera. A mí me metieron de una en el centro de entrenamiento. Me llenaron de cables hasta por el culo, me hicieron pruebas de resistencia y de reflejos, y me obligaron a ver horas y horas de videos de fútbol, casi todo de arqueros: que si uno ruso que se llamaba Yashin, otro alemán que se llamaba Sepp Mayer -o algo así-, otro ruso como de los ochenta que era algo así como Dasaev, del paraguayo Chilavert -que me cayó full mal, pana, rolo e’ mamagüevo-, y mucho también del venezolano “Guacharaca” Baena, de otro llamado Dudamel, y sobre todo del héroe bolivariano de la patria Gilberto Angelucci -que yo ni sabía que había sido arquero, porque yo me enteré de que existía ese carajo cuando lo nombraron Ministro de la juventud la cultura la artesanía popular y el deporte, además de presidente del IND, hace poquito-. Bueno, yo me pegué todo ese tratamiento enterito. Estaba que vomitaba fútbol, me metían fútbol hasta en enemas. Entonces un día vino el médico cubano, que era como el chivo que más meaba en el centro y me dijo: “Oye tú, estás listo ya para la operación”. Y acto seguido, sin pedir permiso ni un coño, ras, me metió una inyección que me puso tonto y ¡pum! a dormir.

Cuando desperté ya me habían abierto y vuelto a cerrar. Me sacaron las venas y las sustituyeron por un material nuevo trivergatario, una mielda rara que ni en la NASA, güevón. Una vaina que era de plástico, pero también hecha con tejido embrionario de fetos abortados de no sé dónde -a mí me dio medio paja preguntar porque era una cosa medio chimba-. Bueno, unas súper venas que me hacían un carajo súper arrecho, pues. Y cuando me pusieron a probar qué tal las venas, resulta que corría como 3 veces más rápido que antes, saltaba el doble, los reflejos los tenía como si fuera un gato, pana, una vaina que si me tiras un balazo te agarro la bala con los dedos. Y me ponían durante horas a tapar balones que salían disparados de una máquina que soltaba 20 pelotazos de fútbol por segundo y yo los paraba todos, marico, todos. Como si fuera el hombre araña, pana. Y me dijeron: “Eres el mejor arquero del mundo, Spiderman Quevedo” y yo me lo creí. Bueno, no me lo creí, yo me convencí de eso que ya sabía.

Se acabó el tratamiento, me regalaron mi uniforme de arquero del equipo bolivariano revolucionario de… (puntos suspensivos, no había nombre) y me montaron en un avión. Luego en otro. Y en otro. Después en otro, y otro y otro. Y cuando por fin me bajé no sé dónde coño e’ la madre, donde se enchufa el sol, me dijeron unos culos bien buenos en minifalda y con acento raro: “Bienvenido a la Copa Mundial de Fútbol”.

Jugamos todos los partidos y quedamos invictos gracias a mí. Ni un gol encajado en chorrocientos minutos. Me di cuenta de que había otro pana, el zurdo Macwilson Chacón, que también estaba operado porque el pana corría más que nadie, le quitaba la pelota a todo el mundo, driblaba como un demonio, se driblaba hasta él solito y chutaba con una fuerza, güevón, que si te atraviesas te abre un hueco, te parte como a un palito de helado. El pana, ya en octavos de final, había roto el récord Guiness de goles en un mundial; y él y yo éramos la sensación de la copa. Nos hicieron el antidoping como 20 veces y no encontraron nunca nada. Y un día, en las semifinales, se nos apareció un ruso que es dueño de un poco e’ vainas y hasta de un equipo arrechísimo en Londres que se llama el Chelsi, o por ahí, y me dijo en un acento rarísimo: “Ofrcerr 30 millón eurros ya, tú arquero de Chelsi”. Y yo creí que el tipo era presidente de un país igual al nuestro porque el carajo se sacó la chequera del bolsillo del flux y ya me estaba firmando el cheque con ese poco de ceros cuando yo le dije: “Ya va, míster, fréneme eso un pelo ahí. Es que yo este tipo de vainas las tengo que discutir primero con mi jeva, Leidisrrún, porque si no se me arrecha la cuaima y me meto en rolo e’ peo”. Y él me dijo: “Al finalizarr parrtida, tú y yo negocio, 40 millón eurro”. Y yo le dije: “¡Sí va, papá, plomo!”.

En la semifinal fue que Macwilson se derritió en la mitad de la cancha. Hizo pufff el coño e’ madre. Estaba así, corriendo para un mano a mano contra el arquero argentino, iba a marcar ya el 5 a 0 (y los argentinos con aquella arrechera porque era peor que aquél 5 a 0 famoso contra Colombia, nos molían las canillas a patadas y nada). 4 a 0 iba la vaina, papá, y yo las paraba hasta de taquito, hacía el escorpión, le paré una a Riquelme así con el culo y todo. Pero bueno, Macwilson iba listo pa’ meter el quinto cuando de la nada, como si le hubiera caído un rayo, se volvió como fruta y cayó como un vómito caliente sobre la grama. Quedó nada más que el uniforme rojo (antes era vinotinto, pero como no era un color muy bolivariano y además recordaba los malos tiempos, hicieron uno nuevo rojo, muy rojo, y con las 15 estrellas de la bandera y con el nuevo escudo nacional en el pecho, donde el caballo sale encabritado en dos patas y con el pipí parado que simboliza que somos los más arrechos y nos vamos a coger a todo el mundo si nos da la gana).

La final la tuvimos que jugar contra Brasil y sin Macwilson. Burda de chimbo. Nos pusieron una cinta negra y tricolor en la manga del uniforme bien bonita. Y decían que Brasil era súper favorito, que estaba en las apuestas como 100 contra 1. Y la pizarra del estadio, cuando entramos, decía Brazil vs …... (puntos suspensivos, marico, porque nombre no tenemos hasta que se pongan de acuerdo en la Asamblea o hasta que el presidente diga algo). Chamo, y no se había acabado el himno nacional (el nuevo, claro, porque el viejo está prohibido por decreto internacional del presidente) cuando ya nos estaban lloviendo pelotazos por todos lados. Una vaina muchísimo peor que la máquina cubana aquella. Pana, como 200 chutes por segundo. Brasil embalado y nosotros con un equipo de puros mortales, sin el finado Macwilson, así que ataque ni teníamos. Aguantamos los 90 minutos colgados del marco los 11 y yo sobrecalentado, parando lo imparable. Yo pensaba, “marico, si nos meten un gol nos van a fusilar antes de llegar a la casa. No llegamos vivos y en el avión nos van a torturar. Pero si ganamos esta mierda nos van a nombrar diputados, nos hacen estatuas, héroes de la revolución, nos ponen a escoger entre las misses para ver con cuál queremos echarnos uno, no joda, la gloria”. Pero me estaba fundiendo, marico, literalmente fundiendo.

Y así llegamos a la prórroga, que fue lo mismo que los 90 minutos anteriores pero peor. Burda de más peor. Y yo le eché la bola pareja y ni Ronaldinho ni Mariquinho, ni mamagüevinho, ninguno de esos pudo meternos el gol, papá. “Eu nao posso acreditar! Você acredita?” decían los carajos, que son igualitos a nosotros pero en brasileño. Hasta que se acabó el juego, tres silbatazos del árbitro y llegamos a los penaltis.

Es el turno para patear de Ronaldinho, que no es ni la sombra de lo que era antes pero sigue siendo Ronaldinho, viejo, nada más y nada menos. Y uno es humano -a pesar de las venas y el tratamiento cubano, uno es humano- y caga claro que te da.

Si la meten ganan ellos otra vez. Qué ladilla. Pero si se la paro ganamos nosotros. Y te lo juro que se la paro.

Chuta Ronaldinho el penalti. Caigo desinflado, como derretido sobre la pelota. No sé todavía si fue gol o no. No me puedo mover, lo único que puedo mover son los párpados y un poquito los ojos.

Y eso es lo que hago, mover los ojos para buscar el balón. La última imagen que tengo es la de la pelota cruzando la línea. Gol de Ronaldinho. Brasil campeón.

Antes de cerrar los ojos por última vez me llega clarita una visión. No seré héroe de la patria, no habrá estatua. Dentro de unos meses nadie se acordará de mí, panita, como si nunca hubiera existido.

Y te digo más: dentro de poquito ya ni siquiera habrá revolución. Se pinchará igualito que yo.


(Mi agradecimiento a José Urriola por permitirme publicar este cuento)

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El fútbol es ese juego nefasto que incita a la violencia porque es violento en sí mismo; se juega con los pies, y pocos movimientos hay tan feroces como el que supone dar una patada.

(GUILLERMO CABRERA INFANTE, escritor cubano, 1929/2005)

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La televisión argentina exprime el jugo que le queda a Maradona. Los programas de todo tipo que pierden audiencia viajan a Cuba, la tierra prometida, para que el mesías del fútbol les dirija la palabra a sus fieles. Maradona cobra entre 40.000 y 50.000 dólares por entrevista, pero rinde entre ocho y diez puntos en el porcentaje de audiencia.

(Diario AS, de España, viernes 16 de Junio de 2000)

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Bogotano (Víctor Rodríguez Núñez - Cuba)


Para Gustavo Adolfo Garcés



Yo juego fútbol con mis asesinos
les disputo el balón
gano tiempo y espacio
arriesgo esta jugada individual.

Arracimados
sobre el pasto tenaz
de este parque escogido
los gamines se sacuden el polvo
que Dios echó en su alma
y se bañan con sol.

El de ruana molida
busca en la bolsa plástica
el aliento de la felicidad
y el que tiene las costillas al aire
caza como un gorrión
migajitas de pan entre la hierba.

Yo juego fútbol con mis asesinos
me pasaron la bola
y pruebo el arco
hay más niebla en los huesos que en las calles.

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