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Yo empaté aquel partido. Soy descendiente de húngaros y odio a los rusos desde la invasión soviética a Hungría en 1956.

(JOAO ETZEL FILHO, árbitro paulista que arbitró el recordado 4 a 4 en el Mundial de Chile 1962 entre las selecciones de Colombia y la URSS, que ganaba 4 a 1 a falta de 22 minutos para terminar el partido)

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No hay tiempo para atender las extravagancias de la FIFA y sus socios. El Mundial debía servir a Colombia y no Colombia a la multinacional del Mundial.

(BELISARIO BETANCUR, ex Presidente de Colombia, 1982-1986, dando las razones por las cuales ese país renunciaba a la organización de la Copa del Mundo de 1986)

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Diego tiene muchas cosas a favor, pero aunque uno tenga el título de técnico, en la práctica no es técnico. Y Diego todavía no es técnico ya que no le ha tocado resolver problemas aunque puede tenerlos en abundancia.

(FRANCISCO MATURANA, actual entrenador de Trinidad y Tobago, opinando a fines de Enero de 2009 sobre la nueva función de Maradona en la Selección Argentina)

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Se enfrentaban en 1969 Deportivo Cali y Millonarios en el estadio “Pascual Guerrero”: los caleños tenían en sus filas al delantero argentino Juan Carlos “El loco” Lallana (foto), jugador rápido y de temible cabezazo, mientras que los azules contaban con el experimentado Amadeo Carrizo en el arco.
El arquero argentino estaba cerrando su ciclo por el fútbol y le ofrecieron una tentadora suma por venir a Millonarios y cayó en la tentación...
Lallana prometió que la haría gol a Carrizo y éste dijo que lo dejaría con las ganas. La prensa montó el duelo y la gente concurrió en masa a apreciarlo.
Llegó el momento esperado, mano a mano, en un balón aéreo: Lallana se levanto, cabeceó muy fuerte...el balón pasó por encima de Carrizo....los hinchas verdes y los locutores cantaron el goooolllll...
..Pero Carrizo voló hacia atrás, se dobló como un gato...y cayó con el balón atrapado, antes de producirse el gol...
El público y Juan Carlos Lallana terminaron aplaudiéndolo y nadie pudo hacerle un gol al gran Amadeo esa tarde.
Meses más tarde, en la final de ese mismo año entre Deportivo Cali y Millonarios, también fueron protagonistas Juan Carlos Lallana y Amadeo Carrizo.
A cinco minutos del final, se sancionó un penal favorable al Cali. Muchos decían que Lallana no debía cobrarlo, porque había sido compañero de Carrizo y éste lo conocía. Pero el mismo delantero tomó el balón y dijo: “Yo también conozco a Carrizo”.
En efecto, cobró el penal, anotó el gol y Deportivo Cali fue campeón.

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Oscar Córdoba pondrá en riesgo el nombre que tiene, porque es difícil ganarse la titularidad en buena forma a los 39 años. Yo desearía recordar a Oscar como lo ví.

(JORGE BERMÚDEZ, ex jugador de Boca Juniors, en el programa “Un buen momento”, de radio La Red, Argentina, opinando horas atrás sobre la posibilidad que el arquero colombiano retorne a la entidad de la Ribera)

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Llegó alto Willington Ortiz con su metro sesenta y nueve. Tanto que en el podio del fútbol colombiano está en el escalón de arriba. Ni la evolución del balompié cafetero, ni la aparición de varios talentos de renombre, ni siquiera la gigantesca silueta de Carlos Valderrama han logrado destronarlo. El recuerdo de las gambetas profundas, la velocidad, la potencia y los goles del "Viejo Willy" resiste al paso del tiempo, a las desventajas (para él) de la televisión y a todas las tempestades.

(JORGE BARRAZA, periodista argentino, opinando sobre uno de los mejores futbolistas colombianos de todos los tiempos)

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Un matrimonio sagrado


La mejor manera de explicar lo que significa ser hincha de un equipo de fútbol la dio el escritor inglés Nick Hornby en su libro “Fiebre en las gradas”, donde cuenta su relación de amor con el Arsenal londinense. Es como un matrimonio. Pero no cualquier matrimonio como los de ahora, que duran menos que el noviazgo. No, éste es un matrimonio estricto, espartano, victoriano. Indisoluble. Como dicen los sacerdotes, “hasta que la muerte los separe”. “Un matrimonio sagrado”, agregaría el cantante dominicano Juan Luis Guerra en su canción “Como abeja al panal”.
Un matrimonio, además, que no concibe la infidelidad. El hincha de Santa Fe jamás tendrá un affaire clandestino de dos semanas con Millonarios, el otro equipo de Bogotá. Si acaso, furtivos y pasajeros amores platónicos con equipos de otras ciudades, como el Deportivo Cali, el Unión Magdalena o el Júnior de Barranquilla, amores platónicos que se desintegran y vuelan por los aires el día en que estos equipos enfrentan a Santa Fe.
El hincha se comporta como un marido ejemplar, sumiso y leal. Acepta y asume los defectos de su equipo, como un esposo acepta que su señora ya no sea tan delgada como el día que se enamoró de ella, o que ronque, o que tenga ojeras y haga mala cara 18 de las 24 horas del día. Más allá de las iras momentáneas cuando el equipo juega mal. (En el caso concreto del Santa Fe, son veintidós años sin ganar ningún título.) Más allá de los airados reclamos al técnico de turno o a los ineptos jugadores que son incapaces de defender con decoro los colores del equipo. El hincha siempre termina en el estadio, siempre acompaña a su equipo en las buenas y en las malas y le cantará siempre, así sea en voz baja: “Olé olé olá/ cada día te quiero más.”
Y así como el marido paga cumplidamente las cuentas del hogar sin importar que a ratos éste se parezca más a un infierno que a otra cosa, el hincha le gasta plata al equipo. Y mucha. Antes bastaba con las boletas. Ahora no. También hay que comprar camiseta del equipo (que cambia de diseño o de fabricante en promedio cada seis meses y, por tanto, toca actualizarla), bufanda, bandera, el disco oficial con las canciones de la barra...
¿Y qué gana a cambio? Una serie de intangibles que sólo conoce quien es hincha de verdad. Un sentido de pertenencia tribal que no se consigue en ninguna otra parte del mundo, llámese triunfo electoral, concierto de rock de 100.000 personas o victoria militar. Un delicioso corrientazo por el espinazo cada vez que el equipo hace un gol, o le gana al enemigo eterno, y que se transforma en una sensación indescriptible que dura varios días. O años. En 1992 Santa Fe le ganó 7 a 3 a Millonarios y ese recuerdo, siete años después, todavía nos llena de orgullo a los hinchas del equipo rojo y se lo restregamos cada vez que podemos a los seguidores del equipo azul.
Una razón para aferrarse a la vida: no me puedo morir sin saber antes quién queda campeón este año o por cuánto le vamos a ganar a Millonarios en el próximo clásico.
Sin importar si uno elige bien o mal (Athletic de Bilbao o Real Sociedad, Boca Juniors o River Plate, Inter o AC Milan, Arsenal o Tottenham Hotspurs), el equipo de fútbol es sólo eso y nada más que eso: el único y verdadero amor de la vida.

(artículo de Eduardo Arias, periodista e hincha del
Deportivo Independiente Santa Fe, Bogotá, Colombia -1999-)

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Cuatro líneas para cuatro arqueros (Arturo Corcuera - Perú)


Vitoreaban gol cuando 'el Mago' Juan Valdivieso se sacaba la pelota de la manga.

Jorge Garagate, relámpago dotado para atrapar la luna o una golondrina en el aire.

Teódulo Legario, portero suicida capaz de atenazar la pelota de los chimpunes de un tornado.

René Higuita, guardavallas que convirtió el veneno del escorpión en el dulce manjar de las tribunas.

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Willington Ortiz ha sido y es importante para el fútbol de Colombia. De haber estado en otro país hubiese tenido mayor trascendencia. Yo a Ortiz lo conocí muy bien y es un jugador excepcional en todo el sentido de la palabra. Como futbolista, todos lo saben, con las cualidades técnicas que lo convirtieron en insustituible. Él sabe hacer todo y con una modestia conmovedora. Debe quedar claro que Willington Ortiz significaba para la Selección Colombia que yo dirigí, lo que ahora significa para Argentina la presencia de Diego Maradona.

(CARLOS BILARDO, ex jugador y director técnico argentino, opinando en 1987 sobre el extraordinario delantero colombiano)

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Si Willington Ortiz hubiera jugado el mundial de Italia 90 hubiera sido el Rey del Futbol a nivel mundial.

(EFRAÍN "El Caimán" SÁNCHEZ, ex futbolista y director técnico colombiano)

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Pedernera, el Beethoven del fútbol


El fútbol tiene memoria débil y no siempre devuelve lo mucho que le dan y permite que se pierdan en el olvido nombres de futbolistas muy grandes, que contribuyeron a la evolución y crecimiento de este deporte.

Uno de esos grandes olvidados es el argentino Adolfo Pedernera, un genio que supo adelantarse a la época que le tocó vivir y que entendió el juego como nadie lo había hecho.
En una nota que publicada en el año 2007 en la página web del prestigioso Diario “As”, de España, y firmada por Oscar García, se señala que “sus compañeros y rivales sí supieron valorar la aportación de Pedernera al fútbol y hombres como Alfredo Di Stéfano no ahorran elogios cuando hablan de Adolfo, uno de los principales referentes de La Saeta en sus comienzos en River. Rivales como el legendario capitán uruguayo Obdulio Varela también lo tenían claro: "Yo he jugado contra Pedernera, y cómo él, nadie".

Agrega el comentario que “Pedernera fue el gran ideólogo de 'La Máquina' dentro del campo, el hombre que con su calidad, inteligencia y visión de juego hizo posible que un grupo de excelentes jugadores marcara una época en la historia del fútbol, no sólo argentino, sino mundial. La paternidad de ese equipo legendario ha sido atribuida a los técnicos Renato Cesarini y Carlos Peucelle”. Cansado de la disputa, Peucelle quiso acabar con el debate muchos años después: "La Máquina de River fue un invento de doña Rosa, la madre de Adolfo Pedernera".

La casualidad, como en casi todos los aspectos de la vida, también hizo su aportación. Y es que Pedernera comenzó jugando como delantero por la izquierda, pero el excelente marcaje al que le sometió en dos ocasiones Ignacio Díaz, defensa de San Lorenzo, motivó que retrasara su posición.

García también dice en su nota que "así, actuando como un moderno mediapunta, más que como delantero centro, se convirtió en el generador de todas las acciones ofensivas de River. Sus magníficas cualidades hicieron de él un futbolista ideal para ese puesto y sus excelentes pases encontraron en Ángel Labruna el mejor destinatario posible".

La perfección que alcanzó aquel bloque la trató de explicar el propio Adolfo: "En la práctica nosotros hacíamos una WM, con Moreno, yo, Rodolfi y Ramos en los cuatro vértices de lo que se llamaba el cuadrado mágico. Pero lo fundamental de ese equipo era que cubríamos todos los sectores de la cancha moviéndonos con permanentes cambios de puesto". Eran los años 40 y el fútbol total había llegado a este juego. Y no sólo había llegado, sino que bajo el liderazgo que ejercía Pedernera era interpretado a la perfección.

Famosos, ricos y admirados, en aquella época la presencia de los futbolistas también era requerida en los principales círculos sociales. Pedernera recurría a la ironía para justificar la fama de mujeriegos que les acompañaba: "No es cierto que anduviéramos por ahí corriendo mujeres. Nosotros no las corríamos: ellas se dejaban agarrar".

Conocido como El Beethoven del fútbol, El Gardel del fútbol o El Maestro, Pedernera jugó posteriormente en Millonarios de Bogotá, donde se reunió con Pipo Rossi y Di Stéfano para hacer historia en el fútbol colombiano con un equipo que alcanzó tal grado de brillantez que fue conocido como "El Ballet Azul".

Se retiró en Huracán e inició entonces su trayectoria como técnico. Dirigió a Independiente, América de Cali, Colombia, Gimnasia y Esgrima de La Plata, Boca Juniors, Quilmes, Independiente y Argentina, con la que fracasó en su intento de clasificarla para el Mundial ’70.

Fallecido en Mayo de 1995, pocos meses antes transmitió la principal diferencia que veía entre el fútbol de su época y el actual: "Ya no existe la bohemia de antes. Hoy el mensaje es más claro: si ganas, sirves; si pierdes, no".

"Ojalá hubiera muchos Pedernera" (por Alejandro Dolina)

La palabra código no me gusta mucho, porque uno enseguida la puede asociar a la mafia. Pero, de todas maneras, creo que algunos están bien. Son una especie de lealtad de discreción.

El código parece algo corporativo. Muchas veces conviene no decir ciertas cosas. Cuando uno va a criticar a una persona pone todo en la balanza. Si es buen tipo, si se mandó alguna macana, en fin. Para criticar hay tiempo. Entonces es bueno reflexionar antes de abrir la boca. Uno no puede actuar como un fiscal.

En el caso de los entrenadores que acusan a los que trabajaron antes, hay que ser pensantes y tener en cuenta que no hubo una “botoneada” directa. No es para tanto. Ellos necesitan dar una respuesta ante un público que no admite el fracaso. Tienen muchas presiones, se sienten perseguidos. Los entiendo.

¿Si yo hubiera hecho lo mismo? Hay que estar en un lugar, en una posición para poder decir u opinar. A mi no me gusta decir que en lugar de tal tipo yo no haría lo mismo. Es una cuestión de principios. Por ejemplo, yo jamás digo que nunca haría un programa de concursos, con premios y esas cosas que se hacen a menudo. Hoy por suerte me va bien y tengo trabajo. Pero si en el futuro lo necesito, quizás lo tenga que realizar.

Un tipo con códigos fue Adolfo Pedernera, una persona que mantenía sus conductas. Pero claro, estamos hablando de un fuera de serie. Un tipo como los que no hay. Ojalá hubiera muchos Pedernera. El sostenía todo lo que decía con sus actos y jamás te iba a dejar a mitad de camino, pero no todos pueden ser Pedernera.

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Caídos en desgracia (clubes grandes con archivos chicos)


A lo largo de su historia tuvieron todo dado para festejar, pero la sucesión de fracasos y extraños hechos de diverso tipo los transformó en los antihéroes del fútbol mundial. Estos son los elegidos-

No nacieron un martes 13 ni son un producto genuino del vudú. Sus hinchas tampoco rompieron una producción en masa de espejos en el día de su fundación. O tal vez sí, porque de manera casi inexplicable, estos clubes entraron en el imaginario popular por ser víctimas de una especie de conjura eterna.

Son clubes enyetados, resignados a que les sucedan las cosas más increíbles, clubes que se doblan, se achican y se retuercen en un sufrimiento no perecedero, pero que no quiebran (al menos, sentimentalmente) y ante cada fracaso sólo aumentan la pasión de sus hinchadas, todas ellas multitudinarias.

Son clubes que ven cómo sus rivales ganan mientras ellos pierden de las formas más ridículas, que aceptan que sus mejores jugadores se van y sólo llegan peores, que si llegan a traer grandes nombres inevitablemente presencian cómo son devorados por fantasmas que nadie tiene idea de cómo entraron, mucho menos de cómo hacer que se vayan.

Es la liga de la malaria. La misma a la que pertenecía el Chelsea que, hasta la llegada de Mourinho en 2003, hacía 50 años que no ganaba nada, con planteles riquísimos.

Es la misma liga a la que pertenecía -¿o pertenece?- el Inter, otro de planteles inigualados, gestor de derrotas increíbles como la del 5 de mayo de 2002 en la última fecha, el mismo Inter que se pasó 16 años sin salir campeón, que echó más técnicos que ninguno (con Moratti padre e hijo), y que cuando por fin logró el título este año, tuvo que cancelar los festejos previstos porque el Milán le arruinó la fiesta al ganar otra Champions con dos descartes interistas: Pirlo y Seedorf. Es la misma liga por la que pugnó para entrar el Bayer Leverkusen (2° en Bundesliga, Copa y Champions 2002) y donde estaría Inglaterra, si se contaran selecciones: siendo los inventores del fútbol, nunca pudieron ganar ni una Eurocopa, y el único Mundial que festejaron, hace 41 años, llegó como país organizador y con un gol que nunca cruzó la raya.

Los hinchas de éstos y otros clubes que no aparecen aquí podrían argumentar que sus equipos son más merecedores de figurar en esta lista. Y quizás tengan razón: pueden ser tan desgraciados que ni siquiera tuvieron la suerte de salir publicados en esta nota.

1 TORINO (Italia)

Si ser rival de la Juventus, el equipo más ganador de Italia, ya de por sí es una desdicha, el sufrimiento de los hinchas granates trasciende mucho más que ese.
En el campeonato de 1914/15 al Torino le faltaba jugar el último partido contra el líder del torneo (a quien había vencido 6-1 en la primera vuelta) y si le ganaba, era campeón. Empezó la Primera Guerra Mundial y al torneo se lo dio por finalizado como estaba. ¿Mala suerte?
En 1928, le revocaron un campeonato ganado por tentativa de soborno a Allemandi, un jugador de la Juventus, que luego fue sobreseído, aunque el título nunca devuelto. En los años 40, llegó a tener el mejor equipo del mundo: había ganado cinco títulos consecutivos, hasta que el 4 de mayo de 1949 el avión en el que volvía el equipo cayó en la Basílica de Superga, cerca de Turín. Todos los jugadores y miembros del cuerpo técnico murieron.
A mediados de los 60, la aparición de Gigi Meroni -el fantasista más refinado de su generación- relanzó al Torino a lo más alto, hasta que a los 24 años Meroni murió atropellado en una avenida. Quien manejaba el auto era un fanático del Torino, de 18 años, que años más tarde, curvas del destino mediante, se transformó en el presidente de un club al que pocas veces le sale una bien. Tuvo 5 descensos desde 1989, perdió una final de UEFA por gol de visitante, pegando tres tiros en los palos, y quebró en 2005: por este motivo no lo dejaron ascender aunque ya habían celebrado el retorno a la Serie A.

La frase: “Un club que el destino acarició como una flor y perforó con una espada sarracena” (Sandro Ciotti, periodista italiano)

2 RACING CLUB (Argentina)

La historia arranco demasiado bien para uno de los gigantes de Avellaneda. De los clubes que aún existen (Alumni desapareció), fue el primero en reinar en el amateurismo al lograr siete campeonatos seguidos (1913-19), y ganarse el mote de Academia. Fue el primer tricampeón del profesionalismo (1949-51) y el primer argentino en ser campeón del mundo (1967). Ostentó el récord de victorias consecutivas (39) durante 32 años (1967-99). Hoy, tras los 35 años sin festejos, Racing quedó como el grande con menos campeonatos locales (7), con Vélez pisándole los talones (6). El día que padeció la peor humillación de su historia y se fue al descenso, el escenario pareció montado por el Diablo: 22/12/83, cancha de Independiente, última fecha y el rival eterno dando la vuelta olímpica en las narices. Peor imposible. El DT era una gloria del club: Pizzuti. Estuvo dos años en la B, época en la que la barra golpeó a otro ídolo como Cejas, y logró el ascenso por un octogonal, sin ganar el campeonato. Al regresar, como se habían modificado las estructuras de los torneos, debió alquilar su equipo completo, que jugó para Argentino de Mendoza, para que no estuvieran seis meses parados y pudieran pagarle los sueldos. Apeló a manifestaciones religiosas para ahuyentar los malos espíritus, su estadio funcionó como depósito de papas, le dictaron la quiebra, fue el primer y único equipo grande gerenciado, tuvo que soportar que las hinchadas rivales le cantaran “a esta empresa le tenemos que ganar” y el esperado día en que se consagró campeón luego de 35 años, el día tan soñado y anhelado, coincidió con la peor crisis de la historia argentina (De la Rúa yéndose en helicóptero) y el hecho pasó casi inadvertido.

La frase: “Hoy Racing ha dejado de existir” (síndico Liliana Ripoll, Marzo de 1999)

3 GENOA (Italia)

El club más antiguo de Italia, fundado en 1898, comenzó dispuesto a ser uno de los grandes, pero el último de sus nueve scudettos data ya del año 1924. Todo lo glorioso del Genoa hay que verlo en blanco y negro. En 1925 ya empezaron sus penas, cuando una invasión de campo de los hinchas del Bologna obligó al árbitro a convalidar un gol aunque la pelota se había ido afuera. Ese gol le robó el décimo campeonato, que no llegaría nunca más, ni con la llegada de Guillermo Stábile, con el que se fueron al descenso.
Los hinchas, pasionales, llegaron a llenar el estadio Luigi Ferraris unas horas después del bombardeo inglés de 1941, que había dejado 144 muertos. La venta de Gigi Meroni al Torino provocó un cisma: muchos hinchas que habían hecho una colecta para que se quedara se sintieron traicionados por la sociedad: uno de ellos fue el inversor Paolo Mantovani, que en el 70 compró al clásico rival, la Sampdoria y la llevó a ganar la Copa Italia, la Recopa europea y el scudetto 91. En 2005, encontraron a un dirigente del Venezia saliendo de las oficinas del presidente del Genoa con 250 mil euros. Del ascenso a la A, ya celebrado, terminaron yéndose a la Serie C1 por soborno.

La frase: “En Génova, es la Sampdoria o el psicoanálisis” (graffiti)

4 ATLAS (México)

Los Zorros de Guadalajara fueron el primer equipo de México en tener escuelas de fútbol por lo que también se ganaron el apodo de “La Academia”, que reafirmó con los años ofreciendo juego de alta calidad. Atlas fue el primer campeón del estado de Jalisco, en 1951. Jamás imaginaron sus seguidores que sería el último. Y que el rival más encarnizado de la ciudad, Las Chivas, sumaría alegrías en la misma proporción que su adversario recibía cachetazos, hasta erigirse en el máximo campeón del país, con 11 títulos. De su cantera salen los mejores proyectos. En el último Mundial la base era “atlista”: Rafa Márquez, Pardo, Guardado, Oswaldo Sánchez y Borgetti. Llegó tres veces a la final, la más recordada fue la última (1999), con La Volpe como DT: cayó por penales con Toluca.

La frase: “La gente ve al Atlas como un equipo con alguna maldición, y por eso a su afición se la llama La Fiel Rojinegra; es ilógico que siendo vecinos de las Chivas, le vayamos al Atlas” (Fernando Clouthier, editor del diario Público Milenio e hincha del Atlas)

5 FEYENOORD (Holanda)

Ser uno de los grandes de Holanda es tener fortuna, dirán los equipos chicos de ese país. Pero el Feyenoord está dispuesto a rebatirlos: en una liga que sólo ganan tres, el Feyenoord es el grande más sufrido, que tuvo su apogeo en los 60 y llegó a ganar la Copa de Europa del 70, pero inmediatamente vio su logro opacado por la aparición del gran Ajax. Resignado a no jugar la Champions por culpa del Ajax y del PSV, el año pasado sufrió la descalificación de la Copa UEFA porque sus hinchas, cansados de perder, destrozaron la ciudad de Nancy. No ganan un título local desde 1999 y sólo ganaron tres en los últimos 32 años. Esta es la primera temporada en 16 años que ni siquiera clasificó a Europa.

6 BOTAFOGO (Brasil)

La máxima expresión del fútbol carioca reducida a un montón de escombros: el Botafogo llegó a ser un equipo muy próspero y terminó en el puesto 12° en la lista que hizo la FIFA entre los grandes clubes del siglo XX. Base de la selección brasileña muchos años, con Garrincha, Nilton Santos, Zagallo, Jairzinho o Didí, jamás pudo traducir su reinado a nivel local, perdió su estadio por falta de pago y cuando recuperó los terrenos la sede ya había sido demolida. Tiene sólo dos títulos nacionales, 1968 y 1995, y se pasó 21 años sin siquiera ganar un trofeo carioca. La increíble eliminación con River en la última Sudamericana fue sólo una más de su cadena de hechos aciagos, que por supuesto incluyó el descenso, en 2002.

La frase: “Hay cosas que sólo pasan en el Botafogo” (dicho popular)

7 GIMNASIA Y ESGRIMA LA PLATA (Argentina)

En ciudades como La Plata o Rosario, no hay escapatoria. Se es de uno de los equipos o del otro, y si se pierde el clásico, hay que encerrarse una semana en casa. Ni el River-Boca, más universal, es tan cruel con sus simpatizantes como el clásico rosarino o platense. Así, lo de Gimnasia podría asemejarse a un martirio inigualable. El Lobo no ganó ni un solo campeonato de los buenos en 76 años de profesionalismo mientras que su rival, Estudiantes, tiene 4. No sólo eso: el Pincha además logró 3 Libertadores (más que River, Racing y San Lorenzo), 1 Intercontinental y 1 Interamericana. Cinco Copas internacionales contra ninguna de Gimnasia. En la disputa directa, si bien no existe una diferencia sensible en el historial (Estudiantes ganó 4 partidos más), el Lobo lleva 115 clásicos y 64 años sin ir arriba. Y carga con las peores humillaciones. La mayor diferencia en un clásico la alcanzó Estudiantes (7-0 en 2006), la segunda mayor también es de Estudiantes (6-1 en tres ocasiones) y la tercera mayor lo mismo (5-1 una vez). La victoria más amplia de GELP fue por tres goles. Demasiado desparejo. Para peor, el Lobo dejó escapar cuatro campeonatos que tenía en la mano: 1933, 95, 96 y 2005. La más increíble fue en el Clausura 95: con un empate en la última fecha, en su cancha y contra un Independiente fuera de combate, daba la vuelta. Perdió 1-0 (gol de Mazzoni). ¿El colmo? El año pasado, los hinchas amenazaron a sus jugadores para que perdieran contra Boca y así perjudicar a Estudiantes. Después de la grotesca pantomima, el Pincha igual fue campeón.

8 AMÉRICA DE CALI (Colombia)

Es el segundo equipo más campeón en Colombia, detrás de Millonarios, con lo que resulta extraño rotularlo de “maléfico”. Sin embargo, a pesar del descomunal respaldo económico del cartel de la droga en los 80, en el continente hilvanó estrepitosos fracasos. Disputó cuatro finales de Libertadores y perdió las cuatro, tres consecutivas. La primera (1985) ante Argentinos, debutante en la Copa, por penales. La segunda (1986) ante otro que jamás la había conseguido por múltiples hocicadas (River). Y la tercera (1987), frente a Peñarol, fue la más insólita. Ganó 2-0 en la ida, perdió 2-1 la vuelta tras ir en ventaja y aguantar el 1-1 hasta faltando tres minutos. En el desempate fue al alargue tras el 0-0. Si mantenía el resultado era el primer club colombiano en alzar la Copa, pero cayó 1-0 en la última jugada del partido, el reloj clavado en 14´ 58´´ del ST. La cuarta final la perdió con River en el 96.
Es decir: River, con sus traumas coperos, sólo pudo ser campeón con el América enfrente. Encima, Atlético Nacional y Once Caldas fueron campeones de América en su primera final.

9 SCHALKE 04 (Alemania)

Hace 49 años que no salen campeones y se les escaparon tres títulos en la última fecha luego de ser líderes en buena parte del año: 1972, 2001 y 2007. El de 2001 fue el peor porque Bayern lo ganó en el cuarto minuto de descuento mientras el Schalke celebraba. Uno de los equipos más populares de Alemania, a sus hinchas se les conoce porque muestran un raro deleite ante la cultura del fracaso permanente y se enorgullecen de seguir siendo una pasión casi irracional. Su victoria en la UEFA por penales llegó ante otro candidato a este club, el Inter. Pero ni siquiera la filiación del papa Juan Pablo II como socio honorario les cambió la providencia: ese año se fueron al descenso. Eternos cebollitas, ahora suman tres subcampeonatos en los últimos siete años.

La frase: “Tengo malas noticias para ustedes, soldados. El Schalke hoy perdió 5 a 0” (famosa línea del capitán del submarino en el filme Das Boot)

10 TOTTENHAM HOTSPUR (Inglaterra)

Bautizado originalmente Hotspur FC en homenaje a un personaje de Shakespeare, su historia tiene mucho de tragedia, especialmente en las últimas décadas. El primer club inglés en ganar en Europa (al Atlético de Madrid, curiosamente), tuvo su último momento de gloria en las FA Cups de 1981 y 1982, con Ossie Ardiles y Ricky Villa, y la Copa UEFA del 84. Y aunque tuvo a jugadores como Venables, Gascoigne, Klinsmann, Lineker, Sheringham o Waddle en su plenitud, no sólo no logra ganar el campeonato local desde 1961, sino que tuvo fracasos estrepitosos, marcados además por el crecimiento del Arsenal y la explosión del Chelsea. Estuvo al borde de la quiebra en 1990 y hace 17 años que lo único que gana es una cosa: para elegir un equipo antihéroe en Inglaterra, frente al Tottenham cualquiera pelea por el segundo puesto.

11 ATLÉTICO DE MADRID (España)

Pese a los fichajes estelares de jugadores y entrenadores (Bianchi duró 6 meses), el segundo club en simpatizantes de España conquistó una liga de las últimas 30. En ese lapso, el Madrid logró 13 y el Barcelona, 9. Si hace 30 años, el Aleti peleaba con el Barcelona por el segundo lugar del podio (9-8 en títulos), hoy está tercero lejos y con chances de ser superado por el Athletic de Bilbao (8).
Acumula 12 años sin levantar la Copa del Rey, lapso en el cual perdió dos finales. Es el único grande que se fue al descenso (99/00) y salió 4° en su primer intento. Suma ocho años sin ganarle al Madrid (7 PP y 4 PE). Una sola vez llegó a la final de la Copa de Campeones, en 1974: vencía 1-0 al Bayern Munich y a un minuto del final le igualaron con un disparo de mitad de cancha porque su arquero le estaba regalando los guantes a un fotógrafo. Desempataron a los dos días y perdió 4-0. El clásico por excelencia, que en los 70 era Madrid-Atlético hoy es Madrid-Barcelona. Eso sí: tiene la hinchada más fiel.

12 UNIVERSIDAD DE CHILE (Chile)

Colo-Colo y la u son los clubes más populares de Chile. A ese nivel, que uno de los dos esté 25 años sin ser campeón (1969-94), cuando el otro estuvo como máximo 7, y que encima en ese lapso se vaya al descenso (1988, Pellegrini DT) cuando el otro jamás cayó a Segunda, invita a la comparación y el encasillamiento. Allí cimentó su rasgo de equipo sufrido.
Colo-Colo, además, fue el único chileno en ganar la Libertadores, en 1991, año en que la U zafó del descenso (fue 14° de 16). En 1996, con Russo como DT y Salas como figura, la U llegó a la semifinal de América: fue superado por River Plate por un gol, con un arbitraje escandaloso en la revancha. Hoy, lleva 6 torneos sin ser campeón y ganó 1 de los últimos 12.

13 PARIS SAINT-GERMAIN (Francia)

Un equipo sin mucha fortuna desde sus comienzos, en 1904, ya que el Paris Saint-Germain nunca pudo situar a la capital en el lugar que se merecía (a pesar de la pretenciosa cuna real que muestra en su escudo) frente a otras ciudades como Marsella, Nantes o Saint Etienne que sí tenían equipos dominantes. En 1970 se fusionó con el FC Paris pero la unión duró lo que un suspiro y el PSG fue obligado a recomenzar en Tercera División. Ganó sólo dos títulos en su historia, el último en 1994, a pesar de haber tenido cracks como Just Fontaine, Djorkaeff, Ginola, Weah, Rai, Okocha, Anelka y Ronaldinho. La creciente inversión millonaria en sus planteles y la falta de resultados los transformó en el hazmerreír de Francia, un equipo que de tan parisino, hasta aprendió a perder con estilo.

(nota publicada en la revista argentina “El Gráfico”, en la edición de Diciembre de 2007)

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Todos tenemos problemas económicos. Pero yo, la verdad, nunca me he preocupado por la parte económica. La base que tengo es que nacimos desnudos y así nos vamos. Le agradezco a Dios que tengo que ponerme en los pies, un par de pantaloncillos, unos pantalones, una camisa. Y hasta de pronto un cachaquito para estar bien presentado. A mí eso nunca me ha faltado. Llegué sin tener una casa, ahora tengo una casita. Llegué sin tener carro, ahora lo tengo. Entonces le doy gracias a Dios. Tengo poco y ese poco que tengo me hace poca falta. Entonces vivo bien, vivo tranquilo. Me han puesto como el más rico del mundo, me han puesto el más pobre del mundo. Pero verdaderamente, sí soy rico, muy rico, porque tengo dos pies, dos piernas, unas manos, tengo fe en Dios. Por eso soy rico.

(RENÉ HIGUITA, futbolista colombiano)

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Di Stéfano o la guerra Barcelona-Madrid


Con toda la nativa arrogancia de sus compatriotas, pero también con mucho del encanto natural del latino, Alfredo Di Stéfano hizo la gloria del Real Madrid en los años sesenta. Y la suya personal como uno de los grandes futbolistas de la historia. Pero hasta que llegó a España, su carrera había sido bastante tormentosa. Nacido en Buenos Aires el 4 de Julio de 1926, ingresó en el famoso River Píate, donde destacó muy pronto. Se le llamaba la "saeta rubia". Sin embargo, tentado por las ofertas de un equipo colombiano, el Millonarios, Di Stéfano dejó el River y marchó a Bogotá junto con Pedernera, Néstor Rossi y otros "ases" de la época. Esta situación creó un grave conflicto entre las federaciones de ambos países. Colombia rechazó todas las demandas y fue expulsada de la FIFA, y Di Stéfano, aunque jugador proscrito, se hizo famoso.
Cuando la "burbuja colombiana" explotó, dos clubes españoles, el Real Madrid y el Barcelona, contrataron a Di Stéfano. El Madrid trató directamente con el Millonarios, y el Barcelona con el club de origen, con el que Di Stéfano aún tenía pendiente su compromiso. Y aquí viene lo curioso y anecdótico.
La Federación Española quiso desenredar aquella maraña sugiriendo salomónicamente que Di Stéfano terminara la temporada en el Real Madrid, trasladándose a Barcelona para la siguiente, y así sucesivamente hasta que ambos clubes conviniesen una solución definitiva. Pero, conociendo la rivalidad de los dos grandes clubes españoles, era imposible de llevar a la práctica. El Barcelona tenía ya en sus filas a Ladislao Kubala, un fenómeno llegado a España desde Hungría tras mil vicisitudes. El entonces presidente del Barcelona, D. Enrique Martí Carreto, resumió el proceso en una carta pública que decía entre otras cosas:
"Una vez conseguida la anuencia del River Plate, nos pusimos en relación con el club Millonarios de Bogotá, y después de largas gestiones y vicisitudes se nos manifestó por su delegado que el club que presentara el pase del River obtendría también el de ellos. Esto no sucedió, ya que más adelante tuvimos conocimiento de que el presidente del Millonarios había cedido sus derechos al Real Madrid.
Hecha pública la disposición de la Delegación Nacional de Deportes sobre jugadores extranjeros, orden que acatamos respetuosamente, hicimos todo lo posible para traspasar a Di Stéfano a un club extranjero. Como para esto necesitábamos la conformidad del Real Madrid, me trasladé a dicha capital y, bajo los auspicios de un miembro de la FIFA, que se ofreció para ello, se hicieron todas las gestiones para efectuar el traspaso, sin lograrlo en definitiva. En esta situación y tratando ya sólo de defender los intereses deportivos y económicos de mi club, y bajo el arbitraje del Dr. Muñoz Calero, presidente de la Federación Española, se dirigió una súplica conjunta al Delegado Nacional de Deportes, en solicitud de excepción para dicho jugador, ya que los trámites reglamentarios se habían cumplimentado con anterioridad. No obstante, era necesario que ambos clubes se pusieran de acuerdo, y tras arduo empeño mío en superar todas las dificultades, en un caso que más que difícil me pareció especialísimo, sintiendo él pesar de presumir que no satisfaría la decisión, acepté el laudo y firmé el pacto, que establecía una igualdad económica y un contrato alternativo entre los dos clubes, con la salvedad de que, de mutuo acuerdo, podría ceder un club al otro, definitivamente, al jugador.
Inmediatamente después de dar cuenta al Comité Directivo de mi club de este acuerdo, y sabiendo que el criterio de muchos socios hubiera preferido que se realizara de otra forma, se confirmó mi creencia de que cualquiera de ellos, con más acierto, podría cumplir la misión mejor que yo, y exclusivamente por mi propia voluntad, presenté mi dimisión irrevocable."

Prácticamente aquí concluyó el caso. Di Stéfano fichó por el Real Madrid y lo condujo por la senda del triunfo durante ocho temporadas. Vistiendo de "blanco" jugó 510 partidos y marcó 428 goles, 49 de ellos en la Copa de Europa, que conquistó en cinco ocasiones.
Di Stéfano hizo fama y dinero. Pese a su arrogancia, jamás olvidó lo que debía al fútbol. En el jardín de la lujosa residencia que se construyó en Madrid tenía un pequeño monolito con una pelota de fútbol encima y esta inscripción: "Gracias, vieja".
El estilo de Di Stéfano requería una forma física espléndida. Nunca soslayó los entrenamientos y la práctica constante. Fue un "zar del fútbol", pero un "zar" inimitable. Imponía su ley y nadie le discutía. "Ases" extraordinarios como Kopa, Didí o Simonsson fracasaron en el Madrid porque a Di Stéfano no le gustaba su manera de actuar. Se asegura incluso que afirmó de Didí que éste "era demasiado viejo y no valía para sucederle". Pero orgullo aparte, Di Stéfano era un excepcional director de juego, un todo-terreno que defendía y atacaba inagotablemente durante los 90 minutos.
El Barcelona, que había dispuesto de todos los derechos sobre él, flaqueó a la hora de adquirirlo. Un poco porque entonces el prestigio del jugador no era el que luego fue, y un mucho por el peso de unas circunstancias adecuadamente manejadas por el club rival.
Cuando en un partido amistoso inolvidable, que se jugó en el estadio del Barcelona, Kubala y Di Stéfano actuaron conjuntamente bajo la camiseta azulgrana, se vio el fútbol más rutilante de muchos años. Tal vez será difícil repetir algo semejante.

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El árbitro que expulsó a Pelé (Alberto Salcedo Ramos - Colombia)


Explosivo, visceral, El Chato Velásquez tenía un sentido singular de la justicia: confiaba más en sus puños que en el silbato. Dice que si pitara de nuevo aquel partido de Colombia contra el Santos, volvería a expulsar a Pelé.

Guillermo Velásquez, más conocido como El Chato, debe de ser el único árbitro de fútbol del mundo que registra en su hoja de vida por lo menos cinco jugadores noqueados.

Ni Alberto Castronovo, ni Eduardo Luján Manera, ni los otros futbolistas aporreados por él, se enteraron de que su verdugo, antes de ser árbitro profesional, había sido boxeador.

Velásquez sonríe mientras se mira los dos puños apretados. Luego los voltea para donde yo estoy, como para notificarme que en esos gruesos nudillos, pese a sus 69 años, todavía quedan restos de la potencia telúrica del pasado.

A continuación, aclara que él no se hizo respetar por la fuerza -pues no era invencible- sino porque tenía un temperamento sanguíneo que se incendiaba ante el mínimo intento de atropello y un amor propio que le impedía soportar humillaciones. Si tuviera que arbitrar otra vez, volvería a sancionar al saboteador y a castigar al tramposo. Y, sobre todo, no ofrecería la otra mejilla para que el patán le repitiera el golpe, ni pondría el otro ojo para que el cochino le lanzara un segundo escupitajo, ni amonestaría con una simple tarjeta al grosero que le mentara a la madre, sino que se vengaría en el acto de cada agresión.

El Chato estima que la compostura que se les exige a los árbitros es hipócrita y tiene más vínculos con la política que con la ley. Según él, un ser humano que recibe una patada en la yugular y en vez de aparentar cortesía tiene la oportunidad de desquitarse, resulta menos peligroso porque se libera de odios futuros.

“Yo no andaba por las canchas repartiendo coñazos”, explica, “pero cuando había que pegar, pegaba, porque después me iba a matar la angustia de no haber reaccionado como hombre cuando me provocaron. Cuando se tiene un carácter como el mío, responder a las agresiones es una necesidad”.

Le digo a Velásquez que cambiar la justicia por la venganza nos devolvería a la época de las cavernas y añado que si al árbitro le dan un pito y unas tarjetas, es justamente para que no tenga necesidad de utilizar un garrote.

“Así es”, admite El Chato, con una rapidez que me indica que no le estoy diciendo nada que él no haya pensado antes. “Pero fíjese usted que a los futbolistas les dan una pelota para que le peguen patadas y quieren pegarnos es a nosotros”.

Vuelvo a la carga con el argumento de que el día que se apruebe la Ley del Talión en las canchas, tendremos más sangre que goles. Y El Chato repite la misma frase de hace un momento: “Así es”. En seguida, con un movimiento resuelto de las manos, afirma que para evitar ese riesgo hay que pedirle a los futbolistas que reclamen en buenos términos y no con violencia.

-¿Y por qué no les pedimos a los árbitros que no les peguen a los jugadores?

-Bueno, ahí le voy a contestar lo mismo que le contesté a un periodista brasileño, el día que expulsé a Pelé: no es bonito responder a un golpe con otro golpe, pero todavía no he visto la parte del reglamento que diga que los árbitros tenemos que dejarnos pegar.

***

Guillermo Velásquez mostró su vocación de juez desde la adolescencia. Cuando sus padres discutían, lo buscaban a él para que decidiera quién tenía la razón. Cuando sus hermanos peleaban, sólo él lograba reconciliarlos. Muy pronto, su capacidad de discernimiento y su sentido de la justicia fueron célebres en la familia. Primos, tíos y otros parientes menos cercanos apelaban a él, porque confiaban en la ecuanimidad de sus sentencias.

Más tarde, cuando jugaba fútbol en el Colegio Deogracias Cardona, de su natal Pereira, no asistía con sus compañeros de equipo a la charla técnica de los entretiempos, sino que se iba con el árbitro a analizar el reglamento.

Cuando finalmente reemplazó el balón por el silbato, se liberó del destino gris que le esperaba como futbolista y recuperó el respeto que había conocido como consejero familiar. En ese momento descubrió que la satisfacción del que aplica la ley depende más del poder que ostenta que del bienestar que supuestamente le procura al prójimo. Si la cancha es el universo completo y los jugadores son todas las criaturas posibles, entonces el árbitro, que todo lo ve y todo lo juzga, encarna una autoridad más divina que humana, una presencia omnímoda que gobierna las acciones aunque no nos demos cuenta. Él y sólo él es capaz de detener la carrera del veloz atacante, con un simple movimiento de su mano. Él decide cuándo parar el partido y cuándo reanudarlo, y en ambos casos determina el punto exacto de la tierra en el que hombre y pelota se reencuentran. Ni el que es genio como Maradona ni el que es bravucón como Chilavert tienen licencia para tutearlo: deben dirigirse a él con una cierta reverencia caricaturesca -manos atrás y cabeza agachada- y además están obligados a acatarlo por los siglos de los siglos, aun cuando valide como gol una pelota que pasó a 15 metros del arco. Como a Dios, al árbitro habría que inventárselo si no existiera. Los jugadores lo necesitan para justificar sus pecados y para que él los ayude a ganar el cielo que ellos solos no alcanzarían jamás de los jamases.

Desde el principio, El Chato disfrutó esa sensación de importancia que, según él, les gusta a casi todos sus colegas aunque no lo reconozcan en público. Por eso ahora, mientras sorbe su café, levanta la voz para decirme que no es ningún delito, como afirman algunas personas, que el árbitro sea protagonista. “¿Cómo no va a ser protagonista el juez que condena al matón o que evita una desgracia?”, se pregunta, alzando aún más el tono y adoptando un cierto aire de orador. “Usted debe saber, como periodista, que el problema no es la fama sino la mala fama”.

Estamos sentados en la cafetería del Parque El Salitre. Nuestros vecinos, muchos de ellos jóvenes que no lo conocen, lo miran con insistencia, y él se regodea en su silla comprobando por enésima vez que no nació para pasar desapercibido.

Estimulado por la atención del público, Velásquez enumera sus méritos en voz alta: fue -me dice sin ruborizarse- el árbitro que les abrió las puertas internacionales a sus compañeros colombianos. Participó en la Copa Libertadores entre 1968 y 1982, pitó en cuatro Juegos Olímpicos y fue juez de línea en uno de los partidos más bellos que se hayan disputado jamás, el de Italia contra Alemania en el Mundial del 70.

Después observa que nunca se tomó un trago el día antes de un compromiso, que siempre se entrenó como si cada jornada fuera una final y que cuando se retiró, en Diciembre de 1982, era el árbitro que había pitado el mayor número de partidos en los cuales ganaban los equipos chicos. “Y de visitantes”, añade.

“Lo mejor de todo”, dice ahora, “es que puedo jurar ante el país que nunca me torcí. Cuando me equivoqué, me equivoqué de verdad y no me hice el equivocado. Y no solamente por honesto, sino porque siempre me quise mucho a mí mismo. Mi orgullo no me permitía quedar como un chambón”.

Le pregunto si pegarle a los jugadores, como él lo hizo, fue un defecto o una virtud.

El Chato sonríe, me mira con malicia por encima de su pocillo. Calla.

-Ay, hermano, dejemos eso quieto. No me haga enfermar.

-Por su sonrisa, parece que no se arrepiente.

-Mire: yo no me siento feliz de haber tenido un genio como el que tuve. El temperamento me traicionaba y ese fue mi único error.

Después de unos segundos de silencio, en los que parece apenado, encuentra un argumento que le devuelve la seguridad. “¿Sabe una cosa?”, me dice, con el rostro iluminado. “Ser peleador me sirvió para conservar la pureza. Cuando uno quiere imponer siempre su autoridad, ya sea a las buenas o a las malas, no puede darse el lujo de tener rabo de paja”.

Llegado a este punto, El Chato estima pertinente un par de aclaraciones: cuando le pegó a un jugador fue porque, indefectiblemente, éste le había pegado a él primero. Y en todo caso, aquellas fueron calenturas pasajeras que nunca traspasaron los linderos del estadio. Eso sí: insiste en que para no quedar rumiando odios, era absolutamente necesario que le atizara un porrazo al agresor.

Desde 1957, año de su debut en el torneo profesional, aparecieron los problemas. Alberto Castronovo, jugador del Atlético Nacional, aprovechó un embrollo para darle a Velásquez una patada alevosa en la canilla. Velásquez se retorció en el suelo, durante varios minutos. Cuando se repuso del golpe actuó como si no supiera quién le había pegado. De pronto, en un tiro de esquina, vio, nítida, la oportunidad de desquitarse. Calculó que, por el momento, los espectadores estarían pendientes del jugador que iba a cobrar y se colocó en el área, al lado de Castronovo. A continuación, lo conectó con un derechazo en la barbilla. Castronovo rodó por el pasto pero se levantó en seguida, furioso, y se lió a golpes con el árbitro, en medio de la sorpresa del público. Entonces, varios agentes de la policía entraron en acción, dispuestos a retirar al jugador por la fuerza. “No, señores” , les dijo El Chato, autoritario. “¡Háganme el favor y dejan al caballero en la cancha, que no está expulsado!”.

-¡Pero cómo que no está expulsado, si vimos cómo le pegó a usted!

-¿Y no vieron cómo le pegué yo a él? Si se va Castronovo, me voy yo también. Pero como donde manda árbitro no manda policía, he dispuesto que ni se va él, ni me voy yo.

El Chato guiña un ojo y advierte que la justicia depende más del sentido común de quien la aplica que de simples leyes escritas en un papel. Para ilustrar su teoría, recuerda la vez que Miguel Ángel Converti, atacante de Millonarios, recibió un pase de espaldas al arco, en un clásico contra el Santa Fe. Desde antes de que Converti tomara la pelota, Velásquez había sancionado fuera de lugar. Pero el jugador, que al parecer no escuchó el silbato, llevó el lance hasta sus últimas consecuencias: durmió el balón con el pecho, lo hizo rebotar sobre su muslo izquierdo y luego se suspendió en el aire -cabeza hacia abajo y pies hacia arriba- en una chilena espléndida. El proyectil se clavó en un ángulo imposible de la portería y Converti corrió como loco hacia el banderín de córner, mirando hacia el cielo y zafándose de los compañeros que querían abrazarlo, como si pensara que su virtuosismo lo alejaba de los atletas y lo acercaba a los dioses.

“Si yo hubiera sabido que Converti iba a concluir esa jugada como la concluyó”, dice Velásquez, “no habría pitado el fuera de lugar. Fue la única vez que quise hacerme el equivocado en una cancha y créame que lamento mi acierto como si fuera un error. Es lo que le vengo diciendo: según las normas, yo actué bien, pero no fue justo que yo le robara semejante joya al público. Donde yo valide ese gol, hasta los hinchas del Santa Fe se ponen contentos”.

Le pido a Velásquez que me haga el inventario de los futbolistas a los cuales golpeó y me responde, aparentemente apenado, que “eso no vale la pena”.

-¿Por qué?

-Hombre, porque no fueron tantos. Pero ya que insiste en este punto, diga que una vez le hinché el ojo a Orlando Herrera, del Tolima, porque se propasó conmigo en un reclamo. ¿Y sabe qué pasó en el partido siguiente que me tocó arbitrarle en Ibagué? Que el tipo fue a buscarme a mi camerino y me llevó abrazado hasta la mitad de la cancha. ¿No le parece bonito? Si no me reconocieran sentido de la justicia, no me perdonarían. Yo habré sido brutal, pero soy más humano que muchos de los que se creen mansas palomas, porque pegué puños pero no maté a nadie con el pito.


***

El Chato, que no cesa de ufanarse de su ecuanimidad, señala que si hoy fuera otra vez el miércoles 17 de Julio de 1968, volvería a expulsar a Pelé.

Ese día, El Santos de Brasil, considerado el mejor equipo del mundo, enfrentaba en un partido amistoso a la selección Colombia que participaría en los Juegos Olímpicos de México.

Muy temprano, Velásquez validó un gol de Colombia en aparente fuera de lugar. Los brasileños se pusieron histéricos y cercaron al árbitro. Uno de ellos, de apellido Lima, fue expulsado. Como se negaba a abandonar la cancha, fue sacado por la Policía. Cuando iba por la pista atlética se les soltó a los agentes, se devolvió al terreno de juego y le asestó una patada a Velásquez. Éste le respondió con un leñazo en el estómago, que generó un amago de gresca.

El partido continuó con muchas tensiones hasta el minuto 35 del primer tiempo, cuando Pelé vio la tarjeta roja por reclamar, de mala manera, un supuesto penal en su contra. En principio lució desconcertado, pero no tardó en aceptar el fallo. Entonces emprendió el retiro de la cancha con un gesto irónico y desafiante, como un monarca que se mofara de la orden de destierro impuesta por su vasallo. “Ese tipo está loco”, repetía Pelé, una y otra vez, ante el cronista de “El Espectador” que lo esperó en la pista atlética.

En ese momento, los jugadores del Santos rodearon al árbitro. “De 28 personas que tenía la delegación brasileña”, recuerda El Chato, “me agredieron 25. Los únicos que no me pegaron fueron el médico, el periodista y Pelé”.

Velásquez se sintió empequeñecido, arruinado, cuando los 60 mil espectadores del estadio El Campín comenzaron a maldecirlo a gritos y a pedir el regreso de Pelé. Después, cuando los directivos de la Federación Colombiana de Fútbol decidieron que volviera el futbolista y se fuera el árbitro -un hecho único en los anales del deporte- se acordó del refrán según el cual la justicia en nuestro país “es para los de ruana” y hasta agradeció que a Pelé no se le hubiera ocurrido asaltar un banco, “porque con seguridad aquí todavía lo estuviéramos aplaudiendo”.

Adolorido más por la humillación pública que por los golpes recibidos, El Chato demandó penalmente a la delegación brasileña. Lo hizo por recomendación de Lisandro Martínez Zúñiga, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, que esa misma noche lo visitó en el camerino para ofrecerle sus servicios como abogado.

Los jugadores del Santos permanecieron en Colombia casi dos días más de lo previsto, retenidos en una comisaría, y al final tuvieron que pagarle a Velásquez 18 mil pesos y ofrecerle excusas por escrito, para poder viajar a su país.

Años después, ya retirado del fútbol, Velásquez buscó la manera de encontrarse con Pelé. Entendía, como siempre, que más allá de las leyes escritas necesitaba un acercamiento humano para quedar en paz y salvo con su conciencia. El rey lo atendió en Miami y hasta lo invitó a almorzar.

Ahora le pregunto a El Chato qué habría sucedido si Pelé le hubiera pegado cuando él lo expulsó, y me pide, muy serio, que por favor no le haga una pregunta tan perversa. “Mire que me voy es a enfermar”, añade.

-Es sólo una suposición, no más que una suposición.

-Bueno, en ese caso, permítame responderle con una pregunta. ¿Usted qué cree que hubiera pasado?

(Un gracias enorme al gran escritor colombiano Alberto Salcedo Ramos por permitirme publicar este cuento y enviarme la foto del protagonista. ¡¡Muchísimas gracias Alberto!!)

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Willington Ortiz (Colombia)


Considerado uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol colombiano, Willington Ortiz nació en Tumaco (Nariño) el 26 de Marzo de 1952.
De pequeño, y fiel al mandato del fútbol tumaqueño destaca por su habilidad para proteger el balón y su velocidad, cualidades que hacen que con 17 años, en 1969, integre la selección juvenil de su departamento.
Tiempo más tarde es observado en un amistoso por Jaime Arroyave quien lo lleva a filas del Millonarios.

Millonarios (1971 - 1979)

Previo paso por las divisiones inferiores de esa institución, debuta en el segundo tiempo de un amistoso entre el cuadro embajador y el Internacional de Porto Alegre, Willington sería tenido en cuenta y haría su debut como profesional, nada más y nada menos que anotando el gol del triunfo.
Sus 1.69 metros de estatura, eran compensados y superados por las notables habilidades que poseía. Gambeta, velocidad, precisión, visión del campo y por supuesto el gol, destacaban Willington entre sus compañeros, por ese entonces albiazules.
En Millonarios lograría dos campeonatos locales: 1972 y 1978; el primero de la mano del también reconocido director técnico Gabriel Ochoa Uribe y de Pedro Dellacha en el segundo. Con Millonarios en 1972 tres jugadores se destacaron por su rendimiento e integraron la tripleta goleadora que se conoció como BOM artífice del título: Willington Ortiz, Alejandro Brand y Jaime Morón. Con los Embajadores estaría presente en las Copa Libertadores de América de 1973, 1974, 1976 y 1979.

Deportivo Cali (1980 - 1982)

Para finales del 79, Willington Ortiz dejaría a Millonarios para irse al Deportivo Cali por la suma de 13 millones de pesos, todo un récord para esos tiempos y dejando atrás ofertas de equipos españoles como el Barcelona y Valencia. Ya en la escuadra azucarera, su trayectoria no sería menos importante. En la temporada de 1980, sería el goleador del equipo con 17 tantos.
Su principal figuración vistiendo los colores verde y blanco de Cali, tuvo lugar en el Monumental “Antonio Vespucio Liberti” de Buenos Aires, Argentina. Se jugaba el último partido de la primera fase en la Copa Libertadores de América de 1981, entre el local River Plate y el equipo colombiano, encuentro que terminaría con victoria para la visita por 2-1 con goles de Capiello y Ortiz, siendo este último el de más grata recordación para los espectadores ya que en la jugada, Willington en velocidad y desde el medio campo, supera en velocidad a José Luis Pavoni, elude a Ubaldo Matildo Fillol, (uno de los mejores arqueros del mundo por esos momentos) y define ante el cierre desesperado de Alberto “Conejo” Tarantini.

América de Cali (1982 - 1989)

En 1982 sería el rival de patio del Deportivo Cali, América de Cali, quien se haría a los servicios del jugador. Con los Diablos Rojos fue tetracampeón consecutivo del Torneo Colombiano en los años 1983, 1984, 1985 y 1986 y además finalista de la Copa Libertadores de América en los años de 1985, 1986, 1987, para finalmente terminar su brillante carrera en el año de 1988.
América de Cali le organizo un partido de despedida el 15 de Marzo de 1989; América invitó al club Nacional de Montevideo. Los Diablos Rojos se reforzaron para ese partido con el arquero argentino Hugo Orlando Gatti, Norberto "Beto" Alonso y el uruguayo Jorge "Polilla" Da Silva. El día de su despedida el Alcalde de Cali, Carlos Holmes Trujillo, le entregó al “Viejo Willy” la Medalla al Mérito Deportivo “Alberto Galindo Herrera”.

Selección de Colombia (1972 - 1985)

Integró la Selección Colombia a los Juegos Olímpicos de 1972 en Munich, los equipos de las eliminatorias de los campeonatos mundiales de Alemania, Argentina y España, y los de la Copa América de 1975 y 1979.
Con la Selección de Colombia disputó su último partido el 3 de Noviembre de 1985: Colombia 2 / Paraguay 1, en Cali, partido de Eliminatorias a la Copa del Mundo de 1986 (Willington Ortiz anotó uno de los dos goles, el otro lo marco Sergio "Checho" Angulo). Lamentablemente Willington Ortiz jamás logró exhibir su extraordinaria gambeta en un Mundial.

Willington Ortiz, fue elegido por la Revista “Nuevo Estadio” como el mejor jugador de Colombia durante las décadas del 70 y 80. También recibió propuestas de ir a jugar a Argentina, Europa y en Estados Unidos para jugar en el New York Cosmos.
En 1993 participó en la televisión con un papel secundario en la seria colombiana "De pies a cabeza" donde era instructor de una Escuela de Fútbol.
En Marzo del 2002 se lanzó como candidato al Senado de la República, en representación de “Negritudes” obteniendo tiempo más tarde la banca a la cual se postulaba.
En 2005 presenta en el Senado un Proyecto en donde pide “el reconocimiento al derecho a la propiedad colectiva a las comunidades negras que han ocupado tierras baldías en zonas ribereñas de los ríos” en su permanente defensa de los derechos de los ciudadanos de origen afro-colombiano.
Es considerado por FIFA el mejor futbolista de la historia del Fútbol Profesional Colombiano, integra la lista de la IFFHS - 2006 que contiene los 46 mejores jugadores sudamericanos de la historia.
En síntesis, un excelente puntero derecho, veloz, habilidoso, de pique demoledor, con mucha potencia en los hombros y piernas que dejó siempre muy bien parada la exquisita escuela de toque del fútbol cafetero.



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Si hubiéramos sabido que el gol en contra provocaría eso, habríamos preferido perder aquel partido.

(THOMAS DOOLEY, centrocampista de Estados Unidos, tras el asesinato del colombiano Andrés Escobar, que marcó un tanto en propia meta en el partido contra el equipo norteamericano en el Mundial de 1994)

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-¿Qué tiene que tener un arquero para ser bueno?

-Los buenos arqueros son esos a los que le llegan cuatro veces y resuelven las cuatro. La inatajable es gol, pero es la inatajable. Hay otros que no, que le llegan cuatro veces y uno dice: Las que van afuera no las metás. Es muy complicado hacerle entender a la gente qué es un buen arquero. Para mí, los arqueros que siguen haciendo escuela y tienen un plus sobre los demás son los que atajan como los de antes. No me digan que Córdoba no se parecía a cualquiera de los de hace 20 años atrás.

-¿En qué se parecen?

-En que resuelve desde la facilidad lo que otros hacen muy complicado. Mientras todos dan rebotes, Córdoba las mata y las agarra abajo. El arquero es el que puede llenar de energía a un equipo y el que puede llenar de intranquilidad a un equipo. Por algo es el último tipo; atrás del arquero está el gol, no queda nada más, salvo algunas circunstancias, dependiendo de qué compañeros tenga.

(NORBERTO "Ruso" VEREA, ex arquero del ascenso argentino, columnista en programas de radio y TV, en declaraciones al diario "Página 12" del domingo 31 de Agosto de 2003)

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Jugar limpio es no hablar con el árbitro, no pegar... pero hay circunstancias en el juego que te hacen que tengas que meter una patada.

(MAURICIO "Chicho" SERNA, ex futbolista colombiano)

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Pelé es el único rey en el que creo.

(DANIEL SAMPER, periodista colombiano)

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