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Llegué a Montevideo en Diciembre de 1973 y tras una reunión con Miguel Restuccia, un dirigente como pocos, solucioné me incorporación a Nacional.
En los primeros días de Enero de 1974 me instalé en Montevideo y trabajaba no menos de diez o doce horas por días. Del Parque Central a Los Céspedes y de nuevo al Parque. Así todos los días... Supervisábamos el trabajo de todas las divisionales. Me encontré con una camada de notables jugadores... Juan Ramón Carrasco, el "Polilla" De Los Santos, Rafael Villazán, Hebert Revetria, Miguel Caillava, José María Muniz, Martín Taborda, Adán Machado, Ricardo Pagola... También en las divisiones menores había jugadores de gran calidad. Recuerdo a Alberto Bica y a Daniel Enríquez -hoy gerente deportivo del club- que militaban en la sexta división y directamente, sin escalas los ascendí a la tercera. Los dos terminaron coronándose campeones del mundo con Nacional. Todos ellos verdaderos profesionales.
Cuando me hice cargo del plantel, solamente Hebert Revetria había debutado en primera, los demás procedían de las divisiones formativas del club. Unas divisiones formativas que supimos dignificar, gracias a nuestro trabajo y principalmemte a la maestría del gran Miguel Restuccia. Le dábamos de comer a ochenta chicos por día en el Parque Central. Se compraban y se tomaban ochenta litros de leche diarios. Porque primero los chicos tienen que comer y después jugar. Si no comen, no pueden entrenar y mucho menos jugar... Es mentira que pueden hacerlo sin alimentarse correctamente, como por otra parte, deben hacerlo los verdaderos deportistas. Y es mentira, porque indirectamente los estás matando... Hoy la mayoría de los futbolistas surgen de las villas de emergencia. Además los chicos llegan con 10 u 11 años a los clubes y a esa edad necesitan alimentarse para desarrollarse, lo necesitan también para estudiar y por supuesto para jugar al fútbol. A esa edad del desarrollo, a mí no me preocupa el 4-4-2 o el 4-3-3... Quiero que tengan a su disposición buenos botines, agua caliente en el vestuario, calefacción en los dormitorios y la alimentación correspondiente en los comedores. Toda la vida entendí que esto es lo primordial y fundamental que deben cubrir los conductores de jóvenes... Y así lo llevamos a cabo en Nacional. Formamos a verdaderos hombres que hoy tengo la dicha de llamar amigos.

(MIGUEL IGNOMIRIELLO, entrenador argentino, recordando su paso por Nacional de Montevideo, en Tenfield Digital del 27 de Mayo de 2008)

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Héctor “El Indio” Morán nació en Durazno, Uruguay, en 1962. Su ciudad marcaría para siempre su estilo, un duro. A los 20 años debutó en Cerro (1982-1986) y ya de pibe comenzaba a mandar en el medio, no por sus cualidades futbolísticas sino por su capacidad de meter y repartir patadas. Como todo proyecto interesante y respetuoso del estilo y tradición charrúa en 1987 Nacional puso sus ojos en él, donde permaneció hasta 1991. Allí ganó una la Copa Libertadores de 1988. Para 1992 en nuestro país Mandiyú necesitaba jugadores que dejasen la vida en la cancha, fuertes y guapos para salvar la categoría. Jugó hasta 1994 y en su primer campeonato corto lo expulsaron tres veces.
Decir que participó de la Copa América de 1993 con la selección uruguaya no es un dato menor pero no tan importante. Y menos que luego del descenso del verde correntino pasó a Olimpia de Paraguay (1995), retornó a Cerro (1996), vistió la camiseta de Unión Española de Chile (1997), la de Central Español (1998) de Uruguay y Alianza de Montevideo (2004).
El dato por excelencia es que el ‘Indio’ Morán ostenta un record único en el fútbol argentino. Es el único jugador que no solo lesionó a Blas Armando Giunta una vez, sino que lo hizo ¡¡en dos oportunidades!!… como para poder tomar un parámetro de quien estamos hablando. De un codazo le rompió la mandíbula a Diego Cagna que tuvo que usar una máscara durante tres semanas, y el tabique al ‘Tito’ Pompei con otro golpe igual.
Según "El Gráfico", era dueño de una técnica depurada… para pegar.
Tenía tanto trabajo como cirujano que tranquilamente pudo haber contratado una secretaria que le manejara los turnos. Pocas veces daba de frente, lo que elevaba su peligrosidad a límites insospechados.

(tomado de Taringa.net)

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Veo fútbol de todos lados, el alemán, el inglés, el que venga. El único que no me gusta es el fútbol chileno. No sé por qué. No lo puedo ver. De repente juegan mejor que uno, pero con el fútbol chileno me duermo o me voy a darles de comer a los pájaros.

(JULIO PÉREZ, ex futbolista uruguayo, campeón mundial en 1950)

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Se llamaba Schubert Gambetta y entró en la historia grande del fútbol de Uruguay al haber sido uno de los campeones del mundo de 1950, en el recodado Maracanazo.
Fue 9 veces campeón con la camiseta de Nacional de Montevideo (1940, 1941, 1942, 1943, 1946, 1947, 1950, 1952 y 1955) y una vez campeón Sudamericano con la Celeste (1942).
El “Mono” Gambetta había nacido en Montevideo en 1920, falleciendo en la misma ciudad en 1991.
Era un volante de entrega total, incansable, aguerrido, polifuncional y con mucha llegada al gol. Estaba donde tenía que estar y poniendo todo lo que había que poner. En cada acción era como si se jugara la vida, disputando la pelota como la última de su carrera.
En 1949, a menos de un año del Mundial de Brasil, sufrió una fractura de tobillo que, prácticamente, descartaba su participación. Pero con mucho amor propio se recuperó y fue convocado por el técnico Juan López.
Al final de su trayectoria, sus batallas en el campo de juego le dejaron un balance de fracturas en los dos brazos, rotura de ligamentos de rodilla derecha, fracturas en ambos tobillos, fractura de maxilar, y un hundimiento de pómulo, además de una operación de meniscos que le realizaron una vez retirado. Un retiro que se produjo a los 50 años, luego de deambular, despuntando el vicio, por varios equipos del interior del Uruguay, para terminar como empleado en el Casino del Parque Rodó. Schubert “Mono” Gambetta, fue un jugadorazo y un guapo de verdad.

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Gol de Atilio


Fue en 1939, Nacional de Montevideo y Boca Juniors de Buenos Aires iban empatados en dos goles, y el partido estaba llegando a su fin. Los de Nacional atacaban; los de Boca, replegados, aguantaban, entonces Atilio García recibió la pelota, enfrentó una jungla de piernas, abrió espacio por la derecha y se tragó la cancha comiendo rivales.
Atilio estaba acostumbrado a los hachazos. Le daban con todo, sus piernas eran un mapa de cicatrices. Aquella tarde, en el camino al gol, recibió trancazos duros de Angeletti y Suárez, y él se dio el lujo de eludirlos dos veces.
Valussi le desgarró la camiseta, lo agarró de un brazo y le tiró una patada y el corpulento Ibañez se le plantó delante en plena carrera, pero la pelota formaba parte del cuerpo de Atilio y nadie podía parar esa tromba que volteaba jugadores como si fueran muñecos de trapo, hasta que por fin Atilio se desprendió de la pelota y su disparo tremebundo sacudió la red.
El aire olía a pólvora.
Los jugadores de Boca rodearon al árbitro: le exigían que anulara el gol por las faltas que ellos habían cometido. Como el árbitro no les hizo caso, los jugadores se retiraron, indignados, de la cancha.

(texto tomado del libro “El fútbol a sol y sombra” de Eduardo Galeano)

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Me cuidaban, me protegían, me tenían como a una mascota, 'Tornillito pa' aquí y pa' allá'. Jugaba de back adelantado. El back central era un jugador policía, que se llamaba Cazón, un hombre de bigote, tremendo; asustaba. Antes la pareja de backs era Cazón y Silveira. A Silveira lo compró Peñarol y se vino para Montevideo. Después fue Cazón y Cordero. Cordero para Montevideo. Cazón y Viera. Vienen a buscarme de Montevideo. Y entonces Cazón grita: "¡Pero siempre eligen pa'l que está al lado mío, nunca para acá. Los promociono a todos y a mí no me ven!".
Seguro: era fuerte, guapo, unos bigotes que impresionaban, rompía todo el juego y nosotros salíamos jugando a lo Passarella, a lo Paolo. Ese año mi papá se enfermó de hemiplejia, había que comprar remedios y entonces el fútbol nos salvó. Fue en ese momento que llegó Peñarol para comprarme. Guelfi habló conmigo y arreglamos. Me subieron a un ómnibus y atrás mío subieron dos amigos arachanes, López y Morales, que eran de Nacional y querían convencerme de que no fuera a Peñarol. Yo era bolso.
"Dejá quieto, ya arreglé" les dije. Pero me estuvieron conversando por toda la ruta 8 hasta llegar a Montevideo.
Esa noche, como a las tres de la mañana, encontraron por la calle a mi hermano mayor, que ya estaba en la capital estudiando para maestro. Entonces, a la mañana, me llevaron al Parque Central y Nacional me ofreció el doble. Y como Guelfi había salido (se había ido al Mundial de Chile) pagamos los pasajes y me quedé nomás en Nacional. Estuve seis meses que me quería ir todos los días. Pero el ómnibus ponía ocho horas y el tren once. Después vino mi novia de Melo y me ayudó a aguantar. ¡Ah!... yo era muy canarito. Pero estaba con mis ídolos, y me estaban pagando por hacer lo que más me gustaba.

Al año siguiente la pareja de backs de Cerro Largo es Cazón y Mazzei. A Mazzei lo compran y se viene para Montevideo.

Pobre Cazón. Nos promocionó a todos y a él nadie lo veía.


(MILTON “Tornillo” VIERA, ex internacional uruguayo, recordando en "Tenfield digital" sus inicios en el fútbol ‘grande’ del Uruguay)

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Una vez contó Carlos Bilardo, que aquel plantel de Estudiantes pagaba premio doble a los que no se achicaban en el estadio Centenario. "Cuando repartíamos la plata de los premios, decíamos: 'vos fuiste para adelante en el Centenario contra los uruguayos así que tomá', y le pagábamos doble. Es que jugar contra Nacional y Peñarol en Uruguay era bravísimo", recordó Bilardo hace años en una entrevista.
Los duelos de Estudiantes y Nacional se convirtieron en clásicos de aquellas copas. Luis Artime con la blusa alba, y Juan Ramón Verón con la albirroja, eran los símbolos de cada equipo. "La Bruja" Verón recuerda que "con aquel equipo de Estudiantes era posible todo. El temperamento de Pachamé y Bilardo, el vigor y la personalidad de Aguirre Suárez y Malbernat. La base éramos todos muchachos jóvenes que veníamos jugando juntos desde las inferiores. Lo habíamos tenido a 'Pichón' Negri de técnico y después nos agarró Osvaldo Zubeldía. Él le impuso a Estudiantes todo un estilo. Le ganamos el campeonato a Racing en 1967 y para nosotros no fue ninguna sorpresa. En el ataque, junto con Ribaudo y Conigliaro, creo que ya hacíamos lo que después llamaríamos el fútbol total. Jugábamos sin posiciones fijas y se nos acoplaba el 'Bocha' Flores. Yo no exagero: lo dijo el mismo Rinus Michels, el técnico de Holanda en 1974. Él declaró que había sacado cosas del Estudiantes nuestro".

(tomado del blog “Club Nacional de Fútbol”)

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El hincha que todo sufre… (Manoel Castanho - Brasil)


Llego a mi casa, estoy solo. No falta mucho para empezar el partido. La TV ya está encendida, busco lo que puedo para hinchar: la camiseta, la bandera y los equipos de fútbol de botones. En los botones, hay dos con mi nombre y hay tambien dos con nombres de jugadores que estarán en campo: Marco Vanzini y Gonzalo Castro. Siendo brasileño y viviendo en Brasilia, son muy pocas las oportunidades que tengo para ver a Nacional por la televisión. (En realidad mucha gente pregunta cómo es que soy “Bolso” si soy brasileño).

El partido empieza, es Nacional quien va dominando las acciones. Yo siempre soy muy frío cuando veo partidos, pero ésta vez era distinto. No es que estuviera caliente, sino ansioso. ¿Cuántos goles haríamos? ¿Podría Nacional alcanzar un empate? La campaña del año pasado fue muy mala. Pero igual aquí estoy...

Llega el gol, lo grito a plenos pulmones, en la calle se podría escuchar, pero estaba en posición adelantada Castro, el auxiliar actuó bien. Caramba, qué diferencia podría marcar un gol tan temprano! Pero poco tiempo después vino otro, y ahora gol válido, otra vez de Castro, vamos ganando 1 a 0! En el primer tiempo seguimos mejor, pero tuve un susto en un ataque de Pumas.

Viene el segundo tiempo, Pumas tiene dos cambios que de nada sirven. Es Nacional quien sigue dominando las acciones. Algunos centros (con las manos, en laterales) terminaban en las manos del portero. Jaume pierde un gol, yo sigo conversando con la televisión... decía "maaaaaaaaal" cuando venía Pumas al ataque, o cuando Nacional perdía alguna pelota fácil. Pero vino otro centro, hubo un penal contra Vázquez. Lo primero que hice fue decir "eeeeh, es penal", pero a bien de la verdad fue un penal discutible. Cobra Castro, estoy con la bandera en la cara, y como ella es un poquito transparente, así veo el gol. Grito otra vez, la bandera es largamente agitada, Nacional va preparando su resultado.

Sale Castro, entra Garcés, el inepto comentarista brasileño siempre decía Cáceres... y en su primera participación Garcés ya mete un gol, otra vez festejo, él festeja un largo rato hasta darse cuenta de que no vale, que otra vez hay offside, y desgraciadamente otra vez el árbitro estaba acertado.

Seguido a esto viene un ataque peligroso de Pumas, yo tiemblo, porque Jorge Bava es un arquero que me da miedo, pero con gran actuación él tapa el gol. Gracias Bava, ¡desde hoy te respetaré bastante más!

Hay tormenta eléctrica en Brasilia, se acaba la luz por algunos minutos, no había hora peor para quedarmos sin luz. Pero amo al Bolso, no importa que haya tormenta eléctrica, sigo con la TV encendida... pero ahora estábamos sin luz. Y esto no es todo, esto es apenas la bomba de Hiroshima... la de Nagasaki viene después: a los 35 minutos la televisión deja de transmitir el partido para mostrar otro, un amistoso de mierda entre Peñarol y Flamengo!!!

Tengo ganas de mandar la gente de la TV a la palabra más fea que pueda imaginar! ¿Perder el final del partido por un amistoso de mierda? Y las tribunas estaban vacías!!! Mandaré un mail a la TV (quisiera mandar quinientos).

Muy furioso intento conectarme con alguna radio uruguaya, el comentarista hablaba como si el partido ya estuviera terminado, y cuando el relator dice “44 minutos”, se acaba la luz otra vez, y así fue hasta el final del partido. Mañana contaré el resultado a un par de compañeros de trabajo que son hinchas de Inter, que está en el mismo grupo de la Libertadores.

Así se sufre para apoyar a Nacional desde lejos, así es la vida de un Bolso por ahí en el mundo en una de las pocas veces que puede ver al equipo por la TV. Al menos pude ver una buena victoria, pude conocer mejor al equipo que apoyo desde aquí. Gracias Nacional, nos vemos otra vez cuando la televisión permita y cuando no haya ningun amistoso de mierda por ahí...

(Un gracias enorme a Manoel Castanho por autorizarme a publicar este relato)

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Canción del Centenario / Tricolores (Washington "Canario" Luna - Uruguay)

* dedicado al Club Nacional de Football

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La pasión desde lejos (Manoel Castanho - Brasil)


A los diez años de edad conocí a Nacional. Fue a través de un número de la revista Placar cuyo tema era 'los mayores clubes del planeta'. Datos, historia, ídolos y títulos de 31 clubes del mundo (y 13 de Brasil, por ser una revista brasileña). El que me interesó fue Nacional, uno de los últimos de la revista. Y decidí en aquel momento (mitad de 1991) que este sería mi equipo. Antes tenía alguna simpatía por Vasco (y no era Ostolaza precisamente), pero era pequeño. Nacional fue una decisión.

Lejos de Uruguay, casi no había manera de enterarme sobre su realidad. A veces encontraba resultados de la Libertadores en los diarios. Solamente cuando llegó el Libro del Año 1992, de la Enciclopedia Británica, pude saber que Nacional fue campeón uruguayo en aquel año.

En una noche normal de 1993 encendí la televisión para ver fútbol. La primera cosa que escuché fue un grito de gol de Nacional (al contrario de Uruguay, en Brasil los relatores gritan los goles de equipos extranjeros, aunque sin la misma fuerza). ¡Yo no sabía que hacer! Corrí por todo el ambiente en lo que estaba, gritando gol. Aquella noche vencimos a Cruzeiro por 1-2, con goles de Vidal Gonzalez y Severo, descontando transitoriamente para los brasileños el joven Ronaldo, todavía sin cumplir 17 años.

Algunas pocas veces, cuando Nacional jugaba contra equipos brasileños, lo podría ver por televisión. Recuerdo, por desgracia, algunos momentos malos: un partido contra Flamengo en 1995 (en lo que su portero, Clemer, recibió dos amarillas y no fue expulsado), otro contra Palmeiras en 1998 (perdimos 3-1). En este período aprendí a soportar las cargadas. La gente no creía que un brasileño era capaz de ser hincha de un cuadro uruguayo.

También fue en 1998 que comencé a aprender español y esto me abrió algunas puertas. En 1999 encontré un E-group en Internet, pero tenía muy poco movimiento. Sin embargo, me permitió conocer algunos amigos bolsilludos. De ellos destaco Gabriel Mancini (con quien tengo contacto hasta hoy), Ricardo Varela (me envió una vez el semanario Tricolores) y Andrés Saavedra (me envió una camiseta de Nacional a cambio de una de São Paulo).

Aquel año también conocí el sitio web futbol.com.uy. Semanalmente yo seguía los resultados. Esto mejoró cuando conocí otra web, elsitio.com.uy, en la que pude seguir las finales del campeonato uruguayo con transmisión de texto actualizada a cada 3 minutos. Para uno cualquiera puede sonar aburrido, pero lo viví con pasión.

Así empecé a seguir el Apertura 2000. En la sexta fecha, conseguí conectarme con la radio Sarandí Sports (hoy Sport 890). Jugaba Nacional contra Huracán Buceo. Ganaba Nacional 2-1 y yo estaba tan perdido que cuando vino el tercer gol, no sabía para qué equipo era. Y escuchando los relatos de 'la voz del gol' Alberto Sonsol, festejé aquel título conquistado un 11 de Junio, dos fechas antes, en la cara del rival de siempre (1-0, gol del Chengue). Al final del año salimos campeones uruguayos. Y los partidos que vi por TV fueron un par de derrotas contra Atlético Paranaense, además de una victoria y un empate contra Corinthians. Pero quedé tristemente impactado cuando el empate con Boca nos eliminó de la Copa Mercosur.[1]

El año siguiente, confieso que estaba medio desilusionado. Nacional había sido campeón uruguayo con dos goles de penal del Manteca Martínez. Pero la noche de 17 de Febrero es inolvidable: empezamos con goleada contra Deportivo Maldonado y el personaje que me devolvió la ilusión de hincha fue Vicente Sanchez, quien ingresó en el complemento y sufrió un penal. 'Que le corren de atrás, que le corren de atrás, penaaaaaaaaaaaaaaaaaal', escuché de Sonsol. Se tornó mi ídolo. 'Lástima que no va a durar mucho', pensé. Y así fue. En la mitad del año se fue (mi sueño de periodista y de hincha es entrevistarle un día). Pero vino Abreu y me trajo la mismísima ilusión, además de traer junto el bicampeonato. Pude ver los goles en el noticiero SportsCenter, lo que ya me daba mayor alegría.

Las preguntas de la gente seguían siendo las mismas. No comprendían como un brasileño era hincha de Nacional. Preguntaban cómo yo tenía noticias de Nacional, y yo les contaba, hasta que comprendieran que yo era un hincha en serio. Bajé de Internet todo el CD del Centenario de Nacional y me defendí de algunas cargadas regalando copias del disco a los que más me tomaban el pelo. Y a veces yo escribía poesías a Nacional.

En 2003, yo tenía unos compañeros con quienes hablaba en la radio cada lunes. A veces transmitíamos fútbol. Las cargadas seguían, pero me tuvieron que respetar cuando apenas por penales el campeón de Brasil (Santos) pudo eliminar a Nacional. Un empate por 4 goles en Montevideo y un empate por 2 en Santos, con derecho a un gol de chilena de Eguren! Pero fallamos en los penales, apenas Munúa convertió el suyo.

En 2005 fui a Rivera. Allí me compré lo que pude de Nacional: bandera, copa, banderín, llavero, papelitos, sombrero, me compré hasta una térmica! Ya tenía la camiseta. Mi segunda visita a Rivera, el año siguiente, me trajo un nuevo amor uruguayo: los alfajores! Y dejé un saludo, con el dedo central apuntado al cielo, cuando pasé ante un 'Club Atlético Peñarol'.

En 2006, pude ver todos los partidos de Nacional por la Libertadores por cable. Ahora los canales transmitían todos los partidos y pude ver más seguidamente el Bolso. Aunque a veces tenía que soportar cada inepto comentando... 'Ahí está el Parque Central, en donde Nacional es muy fuerte cuando juega por Libertadores' (y habíamos perdido los tres partidos en 2005); 'Este es (Rodrigo) Vasquez, el hombre de confianza del entrenador' (y él había quedado ausente dos partidos por pelearse con Lasarte). Pero la peor de todas fue interrumpir la transmisión del partido contra Tigres, por la Libertadores, ¡para empezar un amistoso de Flamengo contra nuestro rival! Tuve que escuchar por radio Oriental los últimos minutos.

Una curiosidad fue el partido final de la fase de grupos. Nacional jugaba con Tigres en México; Inter recibía a U.A. Maracaibo. La TV transmitió al partido de Inter, pero le quité el audio y me conecté con la radio. Empatamos, nos clasificamos... para jugar otra vez con Inter.

Desde que me casé ya no tengo TV por cable. Sigo apenas escuchando por Internet, enterándome de las noticias en decano.com y otros sitios, apoyando al Bolso de la manera que puedo. Desde lejos, busco ayudar a Nacional. Tengo pendiente un viaje a Montevideo -ya lo prometí a mi esposa- y ver allí un partido de Nacional (y si es en el Parque, mejor). Y cuando esté finalizada mi casa (que la estoy construyendo), querré guardar un dinero para tornarme socio del glorioso Club Nacional de Fútbol.

“Hoy celebraré con ganas
que juega mi tricolor;
estoy en tierras lejanas
pero tengo el mismo amor”.

[1]Supe unos años después que el árbitro (el brasileño Edilson Pereira de Carvalho) había sido presionado por directivos arbitrales brasileños para favorecer a Nacional. Enojado y sin aceptar la presión, él dejó de marcar un penal clarísimo sobre la hora, que hubiera significado la victoria y la clasificación.

(agradezco a mi amigo Manoel -en la foto de la derecha junto al actual presidente tricolor Ricardo Alarcón- su autorización para publicar este relato)

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Tal vez el capitán históricamente más emblemático de la historia del fútbol uruguayo, junto a Obdulio Várela, fue José Nasazzi (foto) quien lograra con la Celeste tres torneos Sudamericanos, dos Olímpicos y una Copa del Mundo, éste certamen cuando se realizó por primera vez, en 1930, siendo Uruguay el país anfitrión.
Lo que pocos saben es que Nasazzi trabajaba en los talleres de una marmolería que cortaba, destrozaba y pulía el mármol para el revestimiento del Palacio Legislativo de Montevideo.
Cuando a Nasazzi le anunciaron que iba a ser el capitán del equipo olímpico que iría a los Juegos Olímpicos de París de 1924, recién allí dejó la dura profesión de marmolista.
Y fue así nomás, porque al regreso de París, con la medalla de oro a cuestas, fue nombrado empleado de los Casinos Municipales de Montevideo, llegando con los años, a ocupar la gerencia general del mismo.
En aquéllos tiempos de un fútbol para nada mercantilizado, para Nasazzi, su nuevo trabajo, mucho menos sacrificado que el de la marmolería, resultaba como un premio a su jerarquía futbolística.
Nasazzi, quien murió a los 68 años, se había iniciado en el club Bella Vista (el conjunto Papal, por sus colores blanco y amarillo) para luego consagrarse en Nacional de Montevideo. José Nasazzi, un uruguayo que honró al fútbol sudamericano.

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"¡Esos sí que eran partidos! No había respiro y pasaba de todo. Adentro y afuera de la cancha. Eran partidos cerrados. Ellos (los de Estudiantes) nos habían ganado 1 a 0 en La Plata y nosotros acá 1 a 0, cuando tuve la suerte de marcar aquel gol. Con ese triunfo nos fuimos al desempate en Lima. Fue lo más lindo porque estaban agrandados", dice. Y agrega: "en Los Céspedes se leía El País y allí vemos, ‘qué lindo es darle la vuelta en la cara’. ¡Era Pachamé el que había declarado en el aeropuerto que nos venían a ganar! Después, cuando les ganamos, lo esperé en el medio de la cancha. Le toqué el hombro y le dije: 'Pacha... dale... da la vuelta olímpica que yo te aplaudo. Me mandó a la puta que lo parió... (se ríe) y le dije... mirá que si no diste la vuelta acá, no la das más’. ¡Y no la dio! Les ganamos flor de partido en Lima. Manga sacó cada pelota... si nos hubiesen hecho un gol, nos ganaban. En aquella época, hacías un gol y la pelota desaparecía. Faltaban cincuenta minutos y terminabas jugando diez, se las quedaban los suplentes o la tiraban a la tribuna, era bravísimo ganar.
Estaba muy bien armado Nacional. Jugamos trece partidos y sólo recibimos cuatro goles ¡uno solo de cancha!, el que nos hizo Romero en La Plata. Después fueron dos goles de penal y uno en contra de Ancheta. Hicimos 27 goles, era flor de cuadro".

(JUAN MASNIK, ex jugador de Nacional de Montevideo, recordando sus duelos con Estudiantes de La Plata por Copa Libertadores de América a fines de la década del 60, tomado de 'Ovación digital' del 24/06/09)

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¿Le gustó Europa?

Sí, pero estaba todo muy roto.

(Respuesta a un periodista atribuida al ex jugador de fútbol uruguayo JULIO MONTERO CASTILLO, -padre de Paolo Montero- en la década del '70, luego de volver de gira con Nacional de Montevideo por Grecia)

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El arquero brasileño Manga tuvo, en los años 60 y 70, las mejores actuaciones en equipos de su país y en el exterior.
Cuando atajaba para Nacional de Montevideo, en la década del 70, tenía una cábala que le dio excelentes dividendos.
Según lo escribió en su libro autobiográfico el ex titular del club montevideano, Miguel Restuecia, Manga manejaba muy bien sus contratos, y hasta la posibilidad de adelantos.
Un día, el arquero se acercó a la sede de Nacional, aduciendo que le debían dinero. Le informaron que estaba equivocado, pero él insistía en que aún le adeudaban el premio... ¡pero del domingo próximo cuando debían enfrentar a Peñarol!
Tomando su pedido como una fe ciega en el triunfo de Nacional en el clásico uruguayo, decidieron darle el "adelanto". Y Nacional ganó. A partir de esa instancia, y ya como cábala establecida por todos. Manga repetía el cobro del premio por adelantado cada vez que enfrentaba a Peñarol.
Y aquí lo insólito: Nacional, con Manga en el arco y el dinero en su bolsillo en los días previos, estuvo 16 clásicos consecutivos sin perder.
Y a propósito del "1", tiene en sus registros un golazo de arco a arco que marcó el 30 de Mayo de 1973, cuando Nacional se enfrentó a Racing de Montevideo y ganó 7 a 0. Manga convirtió el último tanto, con poderoso remate desde su área. Inolvidable.

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Ritual de resurrección (Sergio Villaverde - Uruguay)


A Alfredo Bello


Había levantado la enclenque estantería recostándola nuevamente contra la pared. Estaba agachado en el metro que la separaba del mostrador, cada vez más destartalado, donde seguían en pie y vacías las tres copas que habían servido al rubio ese y a sus dos ocasionales acompañantes. Era en esa parte de la ceremonia, mientras hacía el cuidadoso recuento de lo perdido, separando vidrios y botellas rotas, secando a medias dos paquetes de puerto rico y abriendo un tercero con el tabaco empapado en grappa, cuando lo asaltaba el impulso de fijar la estantería a la pared con dos clavos largos, suprimiendo definitivamente las condiciones del ritual de su resurrección. Él sabía que todo sería irrepetible si no seguía suelta, y dejaba que ese impulso se alejase poco a poco, junto con las risas del rubio ese y sus amigos en la puerta del bolichito, mientras se iba sumiendo lentamente en la tumba de su cotidianidad. Un tiempo muerto, indefinido, en el que Casella despachaba sombras acodadas que de vez en vez llegaban a mitigar, masticando sorbos, el tedio de la tarde.

Muy espaciadamente recibía la visita de los agentes viajeros que reponían en la estantería los vacíos de sus menguadas ventas.

Casella no esperaba nada ni a nadie, pero no podía reprimir aquel rumor que sentía en el estómago y en las piernas cuando el rubio ese de carrau, siempre con renovados acólitos, emergía del polvo de la calle, para, una vez salvado los gestos formales, instalarse en el ámbito que reiniciaba los actos y discursos de su extraño sacerdocio.

Era siempre en la tercera vuelta cuando el rubio ese, recostándose de lado al mostrador, dejando a su espalda la foto enmarcada que colgaba triste en la pared del bolichito, levantaba la copa de paredes gruesas y culo espeso y mirando el infinito a través del vidrio y de la grappa preguntaba:

- ¿Usté estuvo en Montevideo...no...?

- Si... hace años... - contestaba Casella, sabiendo que el tiempo le daba, apenas, para llegar en el veinte por la bajada de Carlos María Ramírez, el motorman sembrando arena en las vías para sofrenar aquel bólido bamboleante que se detenía chirriando a pocos metros del puente del Pantanoso, que abriéndose morosamente , daba paso a las chatas que entraban a las aguas espesas de la bahía; o para caminar por Suiza, antes del sol, la gorra hasta las orejas y el cuello de la campera levantado, saludando a los que se iban descolgando de aquellas calles empinadas, todos rumbo a las chimeneas del suif, que quemaban sin parar turno tras turno; o para trepar por la cuesta de Viacaba con el mate, el termo y los amigos, bajo la sombra de los paraísos, adueñándose, desde arriba, de la ciudad que se perdía, verde y gris, hacia el este.

Hasta que el rubio ese bajaba el cáliz, lo apoyaba en el mostrador y mirándolo a los ojos le inquiría:

- ¿Usté jugó al fútbol... no...?- Casella con una sonrisa atisbada, giraba un poco la cabeza y sin levantar las manos del mostrador, con un gesto de la pera decía: - Sí ... en Rampla... - señalando aquel cuadrito en la pared, el rojo y el verde pintados a mano sobre la foto gris, mientras rompía la pose para los fotógrafos y se iban a pelotear al arco de abajo; gringos, rusos y canarios, que venían del frío del nacional, de la sangre de la playa de matanza del Artigas o de aguantar remaches en el varadero. Y Casella, de batrasado se apoderaba del área, mientras atrás del mostrador sentía los tobillos firmes, le desaparecía aquel dolor en la cadera, la sangre trepándose a la cabeza, regándole el cuerpo con una leve excitación; momento en que el rubio ese, girando la grappa entre los dedos todavía con un fondito, mirando el cuadro le decía:

- ¿Y llegó a jugar en el Estadio?

-Sí... contra Nacional... - Casella ya en el túnel, y entraba corriendo hacia el medio a saludar, mirando nada, y apenas respiraba cuando entró Nacional y después, cuando aquella tromba de bigotes le metió el codo en los riñones en el primer centro.

-Yo marqué a Atilio... - agregaba Casella apretando los dientes, los puños cerrados, los ojos desorbitados, detrás del mostrador esperaba el centro bien plantado y saltaba y cabeceaba otra vez y la ventaba lejos de boleo y entonces toda la Villa lo conocía, todos lo saludaban, y se juntaban seis o siete y a las carcajadas en dos taxis, bordeaban la bahía hasta el bajo, y cerraban el mulín o el ancla y ya de vuelta amanecían en los ranchos de la playa... y el rubio ese, con el último buche de grappa, clavaba, también, su última estocada:

-¿Y... cuántos goles hizo Atilio...?

-Ninguno... empatamos cero a cero... - contesta Casella, que le ganó por alto toda la tarde, hasta que sobre el final, Atilio recibe al borde del área una pelota rastrera y de empeine se la levanta por arriba del moño, y Casella la huele al pasar, y el estadio casi se viene abajo, y se viene abajo nomás cuando, con Atilio ya en su espalda, se apoya en la zurda y estirando hacia atrás la derecha detrás del mostrador, -la saqué de taco- dice Casella, en la plenitud de su vida recobrada, en el vértice de su gloria rediviva, enganchando la estantería que se le viene encima con un estrépito de botellas y el Cerro se va ensombreciendo, el suif se recorta como un fantasma gigante y solitario contra el gris del cielo, las aguas de la bahía van pudriendo las embarcaciones en el varadero callado y quieto, y el rubio ese explota en risotadas que festejan la culminación de la ceremonia, mientras Casella levanta la estantería y se agacha detrás del mostrador, sintiendo, una vez más, aquel impulso de fijarla con dos clavos largos...


(Cuento incluido en el libro "Mientras voy cayendo" (Orbe, Montevideo, 2006)

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El 13 de Septiembre de 1903, un representativo enviado por la Liga Uruguaya de Fútbol a Buenos Aires, le ganó al combinado de Argentina por 3 a 2 siendo la primera victoria uruguaya, a nivel selección, ante sus clásicos rivales.
El partido, que se realizó en un campo de juego ubicado en el predio de la Sociedad Hípica Argentina, en Palermo, fue como revancha del que habían disputado, apenas unas semanas antes, los mencionados equipos, en Montevideo, donde los nuestros golearon ¡6 a 0!
Lo curioso es que por lo abultado de la derrota como locales, y ante la proximidad del viaje a Buenos Aires para el desquite, los clubes charrúas no quisieron ceder sus jugadores para el cruce del Río de La Plata.
Fue así que Uruguay trajo como integrantes de la delegación solamente a jugadores del Club Nacional de Football, el único club que pensó que la historia podría tener un final feliz.
El triunfo de Uruguay se debió a la efectividad de los hermanos Céspedes, Carlos y Bolívar. Fueron imparables. Carlos Céspedes convirtió 2 tantos mientras que Bolívar concretó el restante.
Dos años más tarde, los hermanos Céspedes fallecieron víctimas de una epidemia de viruela que asoló el Uruguay.

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El último gol anotado en la primera Copa del Mundo, realizada en Montevideo en 1930, fue obra de Héctor Castro, apodado el "Manco".
Faltando apenas un minuto para terminar la final ante la Argentina, el uruguayo hizo el gol de cabeza, y se desmayó. Así, Uruguay se consagraba campeón con un 4 a 2 concluyente.
Fue un día glorioso para todo Uruguay, donde se festejó la obtención del máximo trofeo hasta altas horas de la noche.
Pero claro, eran otros tiempos, porque el "Manco" Castro, al otro día debió concurrir por la mañana, bien temprano, a su trabajo en UTE (Usina Telefónica del Estado).
Firmó la planilla de ingreso, y a trabajar como todos los días por más Copa del Mundo que haya ayudado a conquistar con sus goles.
El "Manco" fue una figura legendaria del fútbol charrúa, respetado y admirado por todos. Mucho tiempo después fue director técnico del seleccionado "celeste".
Nacido el 29 de Noviembre de 1904, siendo muy joven se le debió amputar el antebrazo derecho a raíz de un accidente con una sierra eléctrica cuando trabajaba en una carpintería.
Pese a ello, fue un jugador de fútbol excepcionales características, actuando en Nacional de Montevideo, donde fue campeón en varias temporadas.
Con la selección uruguaya ganó el oro olímpico en 1928, además de la Copa América de 1926 y 1935.
Falleció el 15 de Septiembre de 1960.

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El portero titular de Uruguay para el Mundial de 1930 era Andrés Mazzali, Campeón Olímpico con su selección en 1924 y 1928, era un atleta tan completo, que además era campeón sudamericano de los 400 metros vallas, y jugaba al básquetbol en el club Nacional de Montevideo.
Por si fuera poco, Mazzali era una especie de sex symbol, fue así que una noche llegó una dama rubia muy bonita a la concentración, y Mazzali no tuvo mejor idea que irse con ella; cuando los dirigentes se enteraron de este suceso, el portero fue expulsado del equipo, pese a la negativa de sus compañeros, que querían brindarle otra oportunidad. Así Mazzali, por culpa de una rubia, se quedó sin Mundial, y sin la gloria de poder ser campeón.
Los jugadores ingresaban al terreno de juego con una chaqueta por encima de su ropa deportiva, esto con el fin de posar formalmente para la foto.
En la final se registró otro dato curioso, Argentina y Uruguay querían jugar con “su pelota”, por lo tanto el árbitro en una decisión salomónica, hizo que el primer tiempo se jugara con la pelota que habían traído los argentinos, y en el segundo tiempo con la pelota de los uruguayos.

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Sí, da la casualidad que me dicen Ojota y que las iniciales de mi nombre son la O y la J, por Oscar Javier...

(OSCAR JAVIER MORALES, jugador de Nacional de Montevideo, creyendo que su sobrenombre proviene en alusión a la popular ojota o sandalia playera)

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Vi al golero estético y se la tiré por arriba, fue un gol de odontología.

(NELSON PEDETTI, ex futbolista uruguayo de Nacional de Montevideo y con un extenso paso por el fútbol chileno, dejando para el recuerdo esta estupenda frase al ser entrevistado por Heber Pinto)

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