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Pasión por el fútbol (Ryszard Kapuscinski - Polonia)


En su libro "El Imperio", el periodista polaco Ryszard Kapuscinski, cuenta que en visita a un pueblo minero en Siberia, llega a la casa de un obrero, Yevgueni Alekséievich, con quien conversa acerca de la situación laboral y de la rigurosa vida que se lleva en esa apartada región de la ex Unión Soviética. Luego, mientras esperan que llegue la hora para reunirse con otros trabajadores, sucede lo que Kapuscinski cuenta de la siguiente manera: "Al cabo de poco rato empezaron a venir vecinos y la habitación de Mijaíl Mijáilovich se hizo pequeña. Yevgueni Alekséievich encendió el televisor, en color, que estaba sobre el aparador. La enorme caja granate oscuro rugió con tanta amenaza que parecía que se iba a erizar de un momento a otro. El Dinamo contra el Spartak, me aclaró en voz baja Yevgueni Alekséievich, sólo a mí, pues los demás hacía tiempo que lo sabían.
Clavé la vista en una pantalla que no transmitía ninguna imagen. Su cóncava curvatura de cristal la recorrían con frenesí y en todos los sentidos miles de chispas de todos los colores. El televisor estaba estropeado, y si una tele se estropea en el Komsomolski Posiólok, no hay manera de arreglarla.
Nunca había visto nada semejante. Una veintena de hombres con la vista clavada en una pantalla centelleante que cada dos por tres despedía columnas de chispas, como las que se levantan sobre el fuego cuando alguien le echa una rama de pino seco. Motas, rayos y granos de luz bailaban, latían y chisporroteaban como un febril y etéreo espejismo. Qué riqueza de formas de luz, qué pantomima tan alocada e incansable. Todo aquel fulgor se me antojaba delirante e ilógico, pero no tenía razón. Un orden perfecto gobernaba los movimientos de aquellas partículas multicolores, sus vertiginosas carreras y sus súbitos cambios de dirección. En determinados momentos el lado izquierdo de la pantalla empezaba a despedir un chisporroteo rojo que vibraba, ondeaba y corría de un lado para otro, y, de repente, la habitación se llenaba de un grito: ¡Goool! ¡El Dinamo ha metido un gol! ¿Cómo sabes que lo ha metido?, pregunté, perplejo, a Yevgueni Alekséievich, tanto más cuando en la tele tampoco funcionaba el sonido. ¿Cómo no lo voy a saber?, me contestó con gran asombro, ¡todo el mundo sabe que el Dinamo lleva camisetas rojas!
Al cabo de un tiempo en el extremo opuesto de la pantalla se producía una concentración de azul (el color del Spartak) y la habitación gemía: ¡Han igualado el marcador (puesto que los reunidos eran hinchas del equipo del Dinamo).
Durante la media parte las chispas se habían calmado, incluso se habían quedado inmóviles, dispuestas ordenadamente en toda la superficie de la pantalla, para, más tarde, volver a lanzarse a hacer nuevas piruetas y locuras, pero se nos había hecho tarde y tuvimos que dejarlas para acudir a la reunión.

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