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El amor platónico de Bill Shankly

Bill Shankly, autor de las citas más audaces e ingeniosas de la historia del fútbol, se hizo hombre en East Ayrshire, Glenbuck, Escocia. Creció en el seno de una familia humilde de diez hermanos, tuvo una infancia durísima, llena de calamidades, y eso forjó en él un carácter tan crudo como irónico. No pudo darse un baño en condiciones hasta los quince años, trabajó a destajo en la mina y encontró en el fútbol, la válvula de escape perfecta para alegrar su complicada vida.

Shankly, un futbolista discreto, pronto entendió que su vocación estaba en el banquillo. Su primer equipo fue el Grimsby Town, luego pasó al Workington y más tarde, en 1956, ficharía para ser entrenador de un equipo modesto, el Huddersfield. Fue allí, en ese equipo, donde Shankly hizo debutar a un muchacho de clase obrera, con pies alados, mala leche y un descaro sobrenatural con la pelota en los pies.

Se llamaba Denis Law, era escocés, había crecido en un barrio marginal de Aberdeen y sólo tenía quince años. Después de unos cuantos partidos, Shankly habló con el presidente del Huddersfield, le pidió retener a cualquier precio a aquel muchacho y le dio un consejo:

-Oiga Presidente, saque su diario y anote esto. Algún día, Denis Law será transferido por 100.000 libras esterlinas.

El presidente no le hizo caso, Denis Law terminó en el Manchester City. Quizá inspirado en aquella jugarreta de aquel presidente, Shankly llegaría a definir a los directivos del fútbol de un modo tan crudo como lapidario:

“La Junta Directiva ideal estaría compuesta por tres hombres: dos muertos y un agonizante”.

Finiquitada su experiencia con el Huddersfield, el bueno de Shankly aceptó el reto de dirigir al entonces modestísimo Liverpool, un equipo sin grandes expectativas que deambulaba por la Segunda división inglesa. Allí fue donde forjó su legendario carácter ganador, donde se convirtió en el manager más famoso de todos los tiempos y donde dejó, con carácter vitalicio, el germen ganador de la filosofía Shankly.

En Liverpool fue donde obligó a su mujer, el día de su boda, a asistir a un partido… de Segunda División. En Anfield fue donde Bill implantó la costumbre de levantar a sus jugadores a las ocho de la mañana para que vieran, son sus propios ojos, cómo trabajaban los mineros de Liverpool. Y en ese club fue donde Shankly instauró reuniones con sus jugadores media hora antes de saltar al campo. Les hacía arrodillarse y les hablaba. Les hablaba de boxeo. De combates históricos, de boxeadores heroicos, de fajarse, de no rendirse. De respeto. De jugar y ganar. De ser los mejores.

Sin embargo, en toda la carrera de Shankly, sólo existió un sueño deportivo irrealizable. Fichar para su Liverpool a aquel descarado escocés que debutó de su mano en el Huddersfield. Shankly había profetizado en 1956 que ese niño prodigio, ese tal Denis Law, algún día valdría 100.000 libras.

La profecía se cumplió el 12 de Julio de 1962, cuando el gran rival del Liverpool, el Manchester United de Matt Busby, fichaba a Law por 115.000 libras esterlinas, una suma de dinero que escandalizó al mundo, y que acabó con el sueño de Shankly.

Denis Law ficha por el Manchester United, a su derecha Matt Busby

Aquel fichaje relámpago el United resultó muy doloroso para Shankly, cuyo ojo clínico ya había vaticinado el talento de Law. Con el tiempo, el patriarca de Anfield, acabaría rendido a la elegancia y clase de su compatriota escocés.

"Law es tan bueno -afirmaba Shankly- que podría bailar en una cáscara de huevo".

No hablaba por hablar. Denis Law inspiraba un fútbol alegre, contagioso, eléctrico y preciso. Alejado del cánon cavernario del patea y corre británico, se convirtió en una especie de volante atípico, más afín al arquetipo latino que al fogoso extremo de Las Islas.

Tan discontinuo en su rendimiento como letal en el área, el fútbol de Law fue el complemento perfecto para el talento de los otros dos grandes talentos del United: Bobby Charlton y George Best. Juntos pero no revueltos, Best, Charlton y Law formaron un triunvirato perfecto, armónico, imparable.

Lo que la política fue incapaz de conseguir, lo unió el fútbol, y un norirlandés, un inglés y un escocés fusionaron su magia, su carisma y su genialidad al servicio de una misma bandera, la del Manchester. Aquellos tres cruzados del Imperio Británico alzaron la Copa de Europa de 1968, y fue fueron considerados como el tercer corazón de Inglaterra, según la prensa de la época, después de Su Majestad La Reina y de The Beatles.

Charlton era el oportunismo, el estajanovismo, la tradicional flema inglesa y el liderazgo en el campo. Best era un genial e irreverente futbolista, un tipo con pie de terciopelo y una cabeza mal amueblada. Law, amén de su grave lesión de rodilla y de su permanente mala leche sobre el terreno de juego, era el goleador inesperado, la chispa adecuada, el tipo capaz de encender a la masa, el interruptor que conectaba una máquina de hacer fútbol.

Su miopía nunca fue un problema cerca del área, sus quiebros eran tan bruscos que hacían descarrilar defensas y su visceralidad le convirtió en uno de los fundadores del histórico club de futbolistas a los que hoy se conoce por ‘Bad boys’ (Chicos malos).

Law, el chico que creció en un barrio modesto de Aberdeen, llegó a hacer realidad el cuento de Cenicienta y se convirtió en una de las estrellas fugaces más brillantes de toda la historia del Imperio Británico. Amó al fútbol por encima de todas las cosas. Vistió la camiseta del Huddersfield, se hizo futbolista en el Manchester City, pasó una temporada en el Torino italiano, alcanzó la gloria con el Manchester United y por último, en su última temporada en activo, decidió colgar las botas en Maine Road, el hogar del Manchester City.

Además de ser internacional por Escocia en 55 ocasiones, Law disputó en toda su carrera un total de 587 partidos, anotando la friolera de 300 goles. Fue Balón de Oro en 1964. Ningún otro escocés ha logrado volar tan alto con una pelota en los pies. Bautizado como ‘El escocés volador’, Law ganó prestigio, fama y dinero durante los años sesenta.

En Julio de 1974, el padre deportivo de Law, el mítico Shankly, anunciaba su retirada del Liverpool. Ese día, los aficionados colapsaron la centralita del club y los trabajadores de las fábricas locales amenazaron con ir a la huelga si no regresaba su héroe, pero Shankly consideró que había llegado el momento de pasar más tiempo con su mujer Ness y su familia. Shankly ganó todo, pasó a la historia como el mejor manager de todos los tiempos, y su Liverpool jamás caminará sólo. Sin embargo, al bueno de Bill siempre le atormentó no haber podido conseguir el fichaje de Denis Law para su Liverpool.

Fue su amor platónico, el sueño frustrado e imposible de toda su vida. Law nunca llegó a jugar para el Liverpool. Fue el único sueño que Shankly no pudo alcanzar.

(publicado en el blog “Siempre fútbol” del lunes, 12 de Enero de 2009)

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La idea es que en Anfield jueguen los mejores, así se los quitas a los rivales y creas competencia en el vestuario. A cambio, prometo no alinear a nadie por favoritismo y no admito que nadie cuente historias en contra de algún compañero.

(BILL SHANKLY [1913-1981], célebre entrenador del Liverpool)

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Liverpool sin fútbol europeo es como un banquete sin vino.

(ROY EVANS, ex futbolista y entrenador inglés)

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¿Quién es más grande que el Liverpool?

(JAMIE CARRAGHER, futbolista del Liverpool F.C., al ser consultado meses atrás en "Sky Sports" si había pensado en mudarse a un club más grande)

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Odio hablar sobre fútbol, yo solo lo juego.

(ROBBIE FOWLER, ex goleador del Liverpool F.C., hoy en el North Queensland Fury australiano)

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Estábamos sentados en el vestuario y podía oír claramente miles de aficionados cantando “You'll Never Walk Alone”. ¿Te imaginás lo que sentí? Estábamos 3-0 abajo en la final de la Champions y todo lo que podía oír eran 45.000 personas haciéndonos saber que todavía creían en nosotros. Sabíamos que habían tenido que soportar un viaje largo y hacer muchos sacrificios para estar allí. Fue en ese momento que empezamos a pensar demasiado en ganar.

(LUIS JAVIER GARCÍA, ex jugador del Liverpool F.C., recordando la increíble remontada en Estambul ante el Milan en la final de la Champions League 2005)

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It's my life (Bon Jovi - USA)

* dedicada a Steven Gerrard

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A conquistar tu ideal (Javier Elizalde Blasco - España)


Qué pocos supieron verte
con la paz que da el domingo,
deleitándose en tu risa,
en tus gestos y en tu ritmo.

La impaciencia desbordaba
como un río de aguas bravas
al que añoraba un Mesías
desde épocas lejanas.

El contagio o la venganza
con desatada pasión
hervía en quien se empeñaba
mostrar su equivocación.

Te bautizaron “el Niño”
pero qué pocos veían
la comprensión y el cariño
que todos niños ansían.

Ellos están enzarzados
por ver quién tiene razón,
no tiene que ver contigo
su tozuda obstinación.

El fútbol no se ha inventado
para callar otras bocas,
sembrar asombro o elogios,
navegar en barcas rotas.

El fútbol, como la vida,
fluye por un ideal,
tan fuerte como una roca
tan profundo como el mar.

No quiero verte en portadas,
que digan que es tu Mundial,
lo que quiero que te lleve
a conquistar tu ideal.

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Los estadios de fútbol y sus administraciones son una vergüenza. Sitios sucios, peligrosos, donde la gente sólo acude por amor al deporte.

(editorial del diario inglés "Sunday Times" al día siguiente de la tragedia de Sheffield, en Abril de 1989, donde fallecieron 96 hinchas del Liverpool.
Como dato anecdótico, la victima más joven del desastre, Jon-Paul Gilhooley de 10 años,era primo de Steven Gerrard, y fue uno de los motivos por el que quiso hacerse futbolista y defender al Liverpool por todo el mundo)

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¡Él tiene el futbol en la sangre!

Seguramente tienes razón... el problema es que aún no le ha llegado a las piernas.

(Sabrosa respuesta de BILL SHANKLY a un ojeador del Liverpool al rechazar a un joven jugador)

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A nosotros siempre nos hicieron sentir que no éramos tan buenos como los anteriores. Nuestras tres Copas de Europa no valían igual que la primera...

(GRAEME SOUNESS, gloria viviente del Liverpool, recordando la gloriosa década del 70’ en diario “El País” de España, Febrero de 2008)

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Esta es la segunda vez que he golpeado aquí a los alemanes... La primera vez fue en 1944, manejé un tanque en Roma cuando la ciudad fue liberada.

(ROBERT “Bob” PAISLEY [1919-1996], recordado entrenador inglés después que el Liverpool ganó la Copa de Europa, en Roma -1977-, ante el Borussia Mönchengladbach)

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Mataron al Kennedy equivocado.

(ROBERT "Bob" PAISLEY (1919-1996), carismático entrenador inglés, opinando sobre el debut de Alan Kennedy, en el Liverpool de finales de los '70)

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No te preocupes Alan! Al menos vas a poder jugar cerca de un gran equipo!

(BILL SHANKLY, célebre entrenador del Liverpool, luego de que Alan Ball fichara por el Everton, eterno rival de los 'reds')

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Anfield Rap (Liverpool FC - Inglaterra)

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Discípulos de Goycochea


“¿A que no hay huevos de tirármelo por la izquierda, como el otro día en el Calderón? Se ve que tienes miedo, va a ir por la derecha”. Con estas palabras Julen Lopetegui consiguió intimidar a Salva Ballesta en un Valencia-Rayo Vallecano del 2001 antes de que el sevillano lanzara un penalti. Lo tiró por el centro y el hoy comentarista televisivo se lo paró. Es una de las mil historias en torno a una pena máxima.

En los vértices de la línea imaginaria de once metros que une la línea de fondo y el punto de cal, lanzador y meta intercambian roles. Al cancerbero nadie le mirará con lupa si no ataja el esférico, pero el delantero puede ser recordado por su error. Y si no que se lo pregunten a Djukic o a Trezeguet. A algunos porteros les brilla la mirada en las tandas de cinco. Son los parapenaltis, especie futbolística de moda gracias a la sensacional actuación de ‘Pepe’ Reina en las semifinales de la Champions.

“Los tiempos han cambiado”, asegura Santiago Cañizares, especialista en estas lides. “Ahora tenemos tantos vídeos, analizamos tanto los disparos que puedes volverte loco. 'Suele tirar por la derecha, pero sabe que yo lo sé', piensas. Pese a la proliferación de tecnologías siempre queda lugar para la improvisación y el análisis del momento”.

El portero del Valencia comparte la opinión de otro especialista, Javier Urruticoechea. El que fuera meta de la Real y el Barça dio a los culés una Liga merced a una pena máxima atrapada en la última jornada, consideraba que un penalti lo falla el delantero más que lo para un portero. Cañizares lo ve claro: “Comparto la opinión de Urruti. Existen lugares de la portería a los que no podemos llegar en tan breve espacio de tiempo, pero la psicología es clave y mérito nuestro, cuanto más tiempo pase más se comerá la cabeza el tirador, si el portero tiene fama de atajar penaltis, tiene envergadura y sabe cómo poner nervioso al personal, el lanzamiento está condicionado. Meter gol se convierte en obligación imperiosa. Cada uno tiene su método para meter presión”.

El meta del Villarreal, Sebastián Viera, también conoce la efectividad de las argucias. Cuando el árbitro señala los once metros, el charrúa se hace el loco. Busca una toalla, un bidón, se aparta de la portería Cualquier cosa con tal de que el lanzador tenga que pensar. De los siete lanzamientos en dos años sólo ha encajado uno.

No debe de ser casualidad, porque el parapenaltis de moda, Pepe Reina, también hizo de muralla en el Submarino Amarillo. Detuvo cinco de siete. Según Cañizares es el mejor especialista que nunca ha visto. “Y no soy ventajista, lo pensaba desde hace tiempo. Si te fijas, el primer lanzamiento que atrapa contra el Chelsea es de una calidad sublime. Más allá de adivinar el lado, la estirada es perfecta”.

Reina detuvo tres penaltis al West Ham en la final de Copa del año pasado. Juan Carlos Unzúe le da importancia, pero relativa. “Atrapar el primero es clave. Transmite confianza. Pero nunca daré prioridad a un portero sólo por ser bueno en esta suerte, todo va por rachas. En mi debut, detuve un penalti, y días después, con Osasuna, eliminamos al Barça en la tanda fatídica. Pero en un mismo año me lanzaron doce y paré uno”.

Reina no es el único parapenaltis que ha pasado por los vetustos vestuarios de Anfield Road. Ray Clemence fue uno de los primeros especialistas. El inglés atajó un penalti a Heynckes en una final de la UEFA, entre otras importantes paradas con el balón a once metros.

Grobbelaar y Dudek

La palma se la lleva el excéntrico Bruce Grobbelaar, que llevó a cabo un ritual mítico en la tanda de la final de la Copa de Europa ante la Roma en 1984. Antes de que le lanzaran, comenzó a moverse espasmódicamente, balanceando torpemente las piernas como si hubiese bebido alcohol en cantidades industriales. Graziani se despistó, y el balón apenas rozó el larguero. La imagen de aquella final, volvió a reproducirla Jerzy Dudek, portero de los reds, en la final de Champions de 2005.

Carragher, central y acérrimo seguidor de la leyenda de su equipo, le pidió antes de la tanda que lo imitara. El polaco reeditó la mueca, con menos salero, pero Kaká se la coló. Y es que el brasileño no se asusta ni ante una manada de leones. “Los penaltis están diseñados para jugadores técnicos, pero con el matiz de que deben tener la cabeza muy bien amueblada, o por el contrario, una inconsciencia plena” asegura Unzúe, que ha conseguido que Valdés tenga una estadística de tres penaltis parados de seis, por los dos de diecinueve que llevaba hasta la pasada temporada.

Algunos técnicos no parecen apreciar esta inusual virtud. Toldo llegó a la Euro 2000 por casualidad. Peruzzi renunció, y Buffon se lesionó. En la semifinal contra la anfitriona Holanda recibió seis penaltis, dos en tiempo de juego. Sólo uno entró, durante la tanda. Atajó cuatro.

Sergio Goycochea pasó a la historia por su acierto en Italia 90. Se convirtió en héroe nacional en Argentina, con permiso de Maradona, tras pasar dos rondas por penaltis con cinco penaltis detenidos. Paradójicamente, perdieron la final desde el punto fatídico, pero durante el tiempo reglamentario. “Es el mejor de los parapenaltis que yo he visto”, sentencia Claudio Bravo. Unzúe comparte la opinión, “aunque Buyo y Urruti siempre deben aparecer en la lista”. Dida, Franco y Duckadam completan la nómina.

La próxima final de Champions podría acabar a penaltis. En tres de las últimas siete ediciones se llegó con empate al minuto 120. En la ciudad de los Beatles seguro que firman la igualada, ya saben a quién aferrarse.

De Arconada a Claudio Bravo

Cuando enfrente del lanzador aparece un portero de la magnitud de Arconada no hay lugar para la parsimonia. Su apellido imponía. Por eso no pasaba nada cuando le pitaban un penalti a aquella Real. El título copero de 1987 contra el Atlético se materializó gracias al que detuvo en la tanda final a Quique Ramos.

Sin llegar a ese nivel de importancia, el también realista Claudio Bravo entró en la historia de los penaltis. En la final del Torneo Apertura de Chile, Mayer Candelo lanzó a lo Panenka y el chileno mordió el anzuelo, pero se reincorporó de forma espectacular: “En Chile conseguí parar bastantes, desde que llegué a la Real me han lanzado dos, y aunque no sirva de consuelo, acerté siempre el lado pero sin tapar. Yo como portero me muevo, me escoro a un lado, y me guío por la intuición, aunque veo bastantes vídeos. Cada portero tiene su ritual”. En el Liverpool-Chelsea no lo dudaba. “Sabía que Reina no perdonaría”.

El ex portero realista José Luis González saltó al estrellato tras detener el penalti crucial a Djukic en el último minuto de la última jornada de Liga en el 94.

José Ramón Esnaola, andoaindarra y ex portero realista, también tiene su historia. En la tanda de penaltis de la final de Copa de 1977 entre Betis y Athletic, Esnaola paró tres, pero pasó a la historia por meterle uno decisivo a Iribar. “No había lanzado un penalti en mi vida y no quería hacerlo. Tenía un miedo tremendo. ¿Meterle un gol a Iribar? Tenía en la cabeza a dónde lo iba a tirar y salió bien. Cuando nos cruzamos le pedí perdón”.

Años después, también marcó otro a Arconada. “Fue en mi homenaje, que jugamos Betis y Real en el Villamarín en 1983”.

(artículo publicado en “El diario vasco” Martes, 15 de Mayo de 2007)

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Un camarero de la ciudad de Liverpool, con un increíble parecido al futbolista español Fernando Torres, fue utilizado como doble del delantero del equipo local, para realizar las campañas publicitarias.
El muchacho se llama Joshus Orr, tiene 19 años y trabaja sirviendo cenas en el restaurante ‘The Gailery Bar and Grill’, en Fromby, una aldea cercana a Liverpool.
Orr, de asombrosa similitud física con el "Niño" Torres, fue contratado por una productora de publicidad para que a través de su imagen, como clon del famoso futbolista, pudiera ganarse un buen dinero para un cliente de una empresa española, haciendo más fácil la tarea del "original" Torres.
"Hago de su doble en algunos planos largos, jugando al tenis o fingiendo que soy un adiestrador de perros", expresó el joven de Liverpool.
"Nos llevamos muy bien, pero claro que no tengo su talento como futbolista, y mucho menos su salario ni su cuenta bancaria", puntualizó Orr jocosamente.
Pero de todas formas, con su trabajo extra, el camarero del bar de Fromby, pudo tener un desahogo económico, el que le permitió cambiar su viejo modelo de automóvil. Algo es algo.

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En aquel entonces Agüero era muy joven y Atlético pagó mucho por él, más 17 de millones de euros por un jugador que era riesgo.

(RAFA BENÍTEZ, entrenador español, tratando de explicar en “The Times” porqué el Liverpool desechó en 2006 comprar al jugador que brillaba, en ese entonces, en Independiente de Avellaneda)

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Por la Premier League inglesa en Febrero de 2000, se enfrentaron Liverpool y Leeds United, en Anfield.
Un partido que hubiera pasado sin pena ni gloria, pero que quedó en la historia por un hecho singular.
Puntualmente fue un cotejo que dejó ácidas críticas hacia el árbitro que dirigió las acciones, el inglés Mike Reed.
Sucedió que cuando el jugador checo Patrick Berger anotó el segundo gol de Liverpool, el juez Reed levantó su brazo, pero no para sancionar alguna falta que hubiera advertido, sino que fue en señal de alegría por el tanto conquistado por los 'reds'.
Cuando los hinchas de Leeds se dieron cuenta de la felicidad del árbitro, comenzaron a tirarle de todo.
Cuando terminó el partido, lógicamente que Reed debió dar extensas explicaciones. Y encontró una excusa muy buena; dijo que hizo ese gesto, festejando su decisión de haber otorgado la ley de la ventaja en la jugada anterior al disparo de Berger.
Explicó que "le habían hecho foul a Smicer (delantero de Liverpool), pero como éste logró pasarle la pelota a Berger, dejé seguir la jugada que finalmente terminó en gol. Por eso mi satisfacción, por lo acertado de mi actitud".
Pocos le creyeron, aunque nadie dudó de la legitimidad del tanto.

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La tragedia que cambió el fútbol


El tiempo no ha logrado borrar de la memoria el horror de aquella tarde en Sheffield. 96 hinchas del Liverpool murieron por aplastamiento y asfixia en la tribuna oeste del campo de Hillsborough, en Sheffield. La tragedia significó el final de una época, el acta de defunción del fútbol como rito tribal de la clase obrera en Inglaterra y, en buena medida, en el resto de Europa.

De las consecuencias de aquel drama se deriva el perfil actual del fútbol: un espectáculo que se interpreta prioritariamente en términos económicos, propulsado por las grandes compañías de televisión, gestionado por magnates y arribistas, generador de un nuevo tipo de aficionado (el espectador virtual a través de la teletaquilla), aceptado como un colosal juguete por la sociedad actual. Por supuesto, el fútbol había perdido su inocencia en Heysel, donde murieron 39 hinchas de la Juve tras el brutal ataque de los hooligans del Liverpool. Fue su momento de máxima degradación, pero aquella tragedia repercutió principalmente sobre la conciencia del fútbol, a través de una perspectiva moral. El efecto de Hillsborough tiene otra naturaleza. Se relaciona con una mirada práctica, con el nacimiento de una nueva época que destierra viejos hábitos y alumbra un tiempo diferente.

El 15 de Abril de 1989, las hinchadas del Liverpool y el Nottingham Forest se dirigieron en masa hacia Sheffield, el lugar elegido por la Federación Inglesa para disputar la semifinal de Copa. El partido convocó a 25.000 aficionados de cada equipo, en su mayoría menores de 25 años. El escenario del partido era Hillsborough, un estadio construido en 1899 entre las callejas de una ciudad industrial. Un típico campo inglés: viejo, mal acondicionado, símbolo de un tiempo que llegaba a su fin. El tiempo del fútbol como gran bandera de las clases populares en Inglaterra.

Todo lo que podía ir mal aquel sábado de Abril, fue rematadamente mal. La tribuna oeste de Hillsborough, conocida como Leppings Lane, observaba todas las condiciones para convertirse en un matadero. Pequeña, seccionada por barras de hierro que actuaban a modo de rediles, precedida por escasos y angostos pasillos, rematada por una valla que impedía el acceso de los hinchas al terreno de juego.

A las 14.45, un cuarto de hora ante de comenzar el partido, la parte central del fondo se encontraba atestada de gente. Pero los seguidores del Liverpool continuaban entrando hacia ese sector de la tribuna. Algunos aficionados comenzaron a protestar a los agentes de policía por los primeros síntomas de aglomeración. Pero lo peor estaba por venir. A David Duckenfield, el superindente encargado de la seguridad, se le había designado en su puesto sólo 19 días antes. No contaba con experiencia alguna para manejar esa situación.

El partido comenzó a las 15 horas, pero las cámaras de la BBC dedicaban más atención a lo que sucedía en el fondo oeste que en el campo. Se hacía evidente la posibilidad de una catástrofe. Agolpados en el sector central de la tribuna, los seguidores del Liverpool pedían a los agentes que cerraran las puertas de acceso. Fuera del estadio, un número insuficiente de policías no conseguía detener a la marea humana que se dirigía desde el callejón de Lepping a las puertas de entrada del fondo oeste, atestadas de hinchas, unos con entradas, otros sin ellas. Dentro y fuera del estadio, reinaba la confusión y el pánico.

En los dos primeros minutos del encuentro, el Nottingham lanzó dos saques de esquina. Algo terrible debía suceder: algunos espectadores saltaron las vallas y entraron en el campo. Querían detener el juego. "Ahí dentro está muriendo nuestra gente", le dijo un aficionado a Alan Hansen, capitán del Liverpool. Pero el juego continuó, mientras cerca de 2.000 hinchas pugnaban por acceder al fondo oeste.

Un policía solicitó al superintendente Duckenfield el permiso para abrir una de las puertas. Duckenfield, que luego aseguró que la puerta fue derribada por los hinchas, dio el permiso para abrirla. La gente entró en tropel, aplastando, derribando, asfixiando. La tragedia era irremediable. Sin embargo, la policía se negó a abrir las portezuelas que daban acceso desde las vallas al terreno de juego. Se sentían más preocupados por impedir la invasión del terreno de juego que por aliviar el drama de la muchedumbre atrapada en el matadero.

El partido terminó en el minuto siete, instantes después de un tiro al palo de Peter Beardsley. En el otro fondo del campo, la tragedia se había consumado. Las cámaras de televisión recogían la espantosa escena de cientos de hinchas luchando con desesperación por sus vidas. 96 personas no lo consiguieron. Se habló de la responsabilidad de los hoolingans, pero el desastre se consumó sobre todo por la incompetencia de la policía, por las deficientes condiciones del estadio, por el descontrol que presidió los acontecimientos de aquella tarde mortífera.

El juez Peter Taylor fue designado por el gobierno para investigar la tragedia, dirimir responsabilidades y elaborar un informe decisorio. En sus conclusiones, el juez Taylor propuso un nuevo escenario para el fútbol, en la confianza de evitar tragedias como las de Hillsborough. El gobierno asumió las directrices del informe, destinado a cambiar el destino del fútbol en el Reino Unido y, por extensión, en el resto de Europa.

Se eliminaron las vallas, se obligó a los clubes a disponer en los campos sólo de localidades de asiento, se instruyeron todas las medidas para convertir los estadios en lugares seguros y confortables. Fue el final del fútbol como una ceremonia tribal destinada a satisfacer el ocio de la clase obrera. Así había ocurrido desde el siglo XIX. A finales del XX, el fútbol es otra cosa. Es el tiempo del dinero, del comercio, de la televisión, del espectador virtual que no ocupa su asiento en el campo, sino en el sofä de su salón. Es el fútbol que nació de la tragedia de Hillsborough.

(artículo de Santiago Segurota publicado en el diario “El País” de España del 15/04/1999)


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