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Boulahrouz ha dado un salto de calidad: ha pasado del segundo mejor equipo del mundo al primero.

(JOSÉ MARÍA DEL NIDO, presidente del Sevilla F.C., en la presentación del futbolista holandés, cedido por el Chelsea, 13 de Julio de 2007)

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Pregón del Centenario del Sevilla F.C. -2ª parte- (Antonio Garcia Barbeito - España)


Se acuestan dos medias lunas
que bajan para juntarse
perfecta línea, que al darse,
cierra un siglo de fortuna.

Once barras,
blancas unas,
rojas otras.

No lo dudo,
me queda el pecho viudo
si me quito tu razón,
que más que mi corazón
a mí me late tu escudo.

Un símbolo manifiesto,
una clara identidad,
cuasi, cuasi santidad
para el que te lleva puesto.

Siempre tu orgullo enhiesto,
firme aquí, ajustado nudo.

Prefiero quedarme mudo
antes que negarte a tí
que lo mejor que sentí
lo sentí por este escudo.

¡Qué primavera destapa
este azahar rojiblanco!

¡Qué otoño si me lo arranco
del ojal de mi solapa!
Ninguna sombra lo tapa.

Nadie puede,
nadie pudo,
desteñir este menudo
símbolo de mi pasión.

Morirá mi corazón
pero quedará tu escudo.

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El gol (Jesús Alvarado - España)


Era el minuto cien.

Andábamos por el segundo seis mil.

Seis mil segundos de sufrimiento. Seis mil segundos de pensar en lo bonito que sería poder ir a Holanda al lado de toda esa gente que hacía parecer que la grada de Nervión fuese de goma. Seis mil segundos en un estadio en el que se almacenaba más energía que en una central nuclear. Energía de rezos y de plegarias. Energía de horas robadas al sueño en las noches anteriores y de anhelos jamás antes sentidos. Energía de Fe, de Esperanza y de Caridad.

La Caridad que implorábamos a los dioses para los nuestros, para nuestra legión de corazones rojos al borde del estallido.

Y desde la banda de fondo Alves la toca suave para Navas, Navas para Alves y Alves otra vez para el Duende de Los Palacios. Desde allí la envía, buscando yo creo que a nadie en particular porque nadie había en los alrededores.

La pelota bota una vez pero nadie la toca. Bota el balón en la nada de nadie. Renato está adelantado al cuero y se gira de espaldas a la portería para ver pasar impotente el balón de su vida; Maresca todavía está haciendo por llegar. Dos defensas han sido arrastrados por el brasileño. El italiano hubiese querido encontrar algo más de gasolina en su depósito con luz roja parpadeante para llegar puntual a la cita más soñada con aquella pelota. Pero espacio y tiempo, como tantas otras veces en el fútbol, en la vida, no ajustan sus parámetros.

Bota el balón.

Y sigue su trayectoria. No va fuerte, no va rápido.

Soledad de un balón que avanza preñado de alegría, a punto de dar a luz.

Pero el balón no lo sabe.

Bota una segunda vez.

Y en ese segundo contacto con la hierba el balón ya sabe que en milésimas de segundo una bota le golpeará con la fuerza de cien mil corazones concentrados en la zurda de un chaval de Nervión.

Está solo Puerta. Rafinha se da cuenta de su mortal error al ir a tapar a Renato. Se gira y quiere convertirse en muralla, en dique, en pared de cemento.

Pero el látigo del chaval de Nervión ya ha sido lanzado y cruza el espacio sin posibilidad de marcha atrás.

Y Rafinha sólo puede encogerse. Encogerse porque sabe que el volcán sevillista está a punto de estallar.

Se posiciona Puerta. Se gira levemente a su derecha, el cuerpo todo. Venía en carrera el 27 con la mirada fija en el Duende con el que compartió tanto albero y tanto polvo masticado en las bocas resecas, mañanas de Carretera de Utrera. Venía en carrera y la pedía, con la mano alzada. La pedía y pedía a los dioses una oportunidad.

Los dioses fueron generosos. Y tras perfilar el escorzo perfecto, allá inclina el cuerpo, allá suelta la izquierda y en ese momento, en ese momento de unión perfecta entre el cuero de la bota zurda en su parte exterior y el cuero del balón…

Ahí, justo ahí, es cuando se congela la noche. Se detiene todo, hay un flash. Hay noventa mil ojos clavados en esa cópula fugaz de cueros que se encuentran porque nacieron para encontrarse. Hay cientos de miles de corazones que, en algún lugar del mundo, en todos los lugares del mundo, esperan.

Esperan, siguen esperando. Esperando desde hace más de cien años.

Hay un stop en nuestras vidas. Las leyes físicas se cortocircuitan y el tiempo se estira como el chicle de fresa con sabor a nada que estiraba cuando era pequeño, demasiado pequeño, y el fútbol era para mí otra cosa, desde mi asiento de Preferencia en aquellas mañanas soleadas de inviernos infantiles haciendo como el que ve al Sevilla Atlético, con mis pipas y mis estampitas de Bazooka Joe.

Pregunto a los demás sevillistas y casi todos coinciden: se para el tiempo. Dios le da al botón de pausa de su mando a distancia. Creo que lo hace, magnánimo en su Grandeza, para que ese medio segundo de éxtasis supremo no pase tan rápido como pasa medio segundo.

Tarda más en pasar. El balón dibuja el arco perfecto, la parábola soñada, la curva de la felicidad.

Y sí.

Sí.

Besa la red y, como si cada nudo de la red fuese un imán y la pelota fuera de hierro, no se despega de ella y se pasea por dentro como queriendo sentir su tacto casi hasta el rincón opuesto.

Pegada la pelota a la red como los gatos se pegan a tus piernas en invierno.

Gol.

El GOL

El Big Bang que nos cuenta Hawking no debió diferir mucho de lo que sucedió inmediatamente después.

El término Big Bang se utiliza para referirse específicamente al momento en el tiempo en el que se inició la expansión observable del Universo.

Y eso fue lo que pasó.

Ese minuto cien del día 27 en el que el 27 golpeó con su pierna zurda la pelota que venía enviada por el Niño Jesús fue el momento en el tiempo en el que se inició la expansión (europea) observable del Universo.

Del Universo Sevillista, claro está.

Y, al igual que sucede con esos ingenios técnicos que parecen haber captado el eco de esa explosión primigenia, dentro de cientos de miles de años, los científicos serán capaces de escuchar un eco lejano que se podrá ubicar en un punto del planeta Tierra que alguna vez fue el Sur de todos los Sures.

Un eco rotundo y lejano, saturado de energía cuyo sonido será muy similar a un infinito rosario de “oes” con una ge al principio y algo que parece ser una ele al final.

(Mi agradecimiento a Jesús Alvarado por su autorización para publicar este hermoso texto que hace referencia al histórico gol del malogrado Antonio Puerta el 27 de Abril de 2006, en la semifinal de la Copa UEFA entre el Sevilla FC y el Schalke 04 de Alemania. Puerta inscribía su nombre con letras de oro en la historia del sevillismo)

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Historias de un abuelo (Fátima Zulátegui - España)

 

Sevilla, 2 de Febrero de 1937.

Estaba más triste que nunca. Con un frío que superaba al abrigo y se calaba en los huesos, yo corría entre caras pálidas, pobreza y hambre.
La ciudad había perdido su color, estaba bañada de un gris apagado que expulsaba desdichas gritando que cualquier tiempo pasado, fue mejor.
Yo, soldado de las tropas nacionalistas no por devoción, me dirigía a la calle Francos número 6 a la búsqueda de un chivatazo. Decían que en aquella casa se estaba fabricando propaganda republicana y teníamos orden de búsqueda, captura y muerte.
Una mujer me observaba por la calle pidiendo ayuda con los ojos, mostrando el cuerpo de su hijo desnudo tiritando y agarrado a su madre sin entender nada, sólo lloraba.
Sólo lloraba.
La casa era un edificio de tres plantas, subí las escaleras corriendo, como si estuviera huyendo de la conciencia que tanto me atormentaba…
Mi general me dio orden de tirar la puerta abajo.
A pesar del silencio requerido intenté hacer todo el ruido posible para que notaran nuestra presencia. No quería manchar mis manos de nuevo por algo que ni yo entendía.

A mi padre no le habían dejado elegir. Teníamos una tienda; una acogedora panadería en la calle Pureza, rozando a la iglesia de mi Esperanza. La Virgen a la que no me volvería atrever a mirar a la cara. A la que tanto me había llevado mi padre, y yo tanto me había enamorado. No tenía valor para volver y que viera en lo que me convertido.
Un asesino.

La puerta cayó como mi alma caía en picado en el reino de Hades.
Había mucha gente en la casa; dos o tres familias. Se oían gritos desesperados, gritos de muerte, llantos de pérdida, angustia, mucha angustia.
Nos desplegamos según las instrucciones. Yo me dirigí a una habitación. La puerta crujía y una bruma de polvo me nubló la vista.
En el centro, una cama cubierta de una manta azul y bajo la luz de la ventana una mesa corroída con lápices de colores desparramados. Era el cuarto de un niño.
Mis pasos respiraban venganza y mi corazón mostraba vergüenza. Sentía el hastío de mi respiración, vaga, confusa y turbia martilleando mi alma que cada vez pesaba más.

Miré detrás de la puerta, nada. Debajo de la cama, nada. Estaba vacía.
Me di la vuelta y pobre de mi oído cuando oyó un sonido de terror cautivo dentro del armario. Detrás de esa puerta había alguien. Me acerqué a ella rezando… por no encontrarme a nadie dentro.
Inocente de mí.
Allí, empotrados contra la pared, me encontré con cuatro ojos mirándome entregados al miedo, rojos de horror aguantado la mínima lágrima que pudiera hacer ruido.
Un padre aguantaba a su hijo delante de él, silenciándole la boca.
Tuve un diálogo con su alma. Me pedía piedad, me pedía vivir, me pedía que dejara seguir respirando a lo que más quería.
Su hijo miraba hacia arriba inmóvil, con esos ojos.
Qué ojos.
Azules intensos, dando luz a tanta oscuridad. Plenos de inocencia, de asombro, de miedo, de comprender nada. Sólo comprendía que tenía miedo.
Agarrando a su padre como si la misma vida fuese, en su mano tenía un cuaderno y en la otra un lápiz rojo. No le había dejado su padre ni dejarlo en la mesa.

No pude evitar mirar el dibujo. Un escudo.
Al mirarlo sentí mi corazón arder de melancolía… mi memoria me había alcanzado.
Me vino a la mente imágenes de mi niñez, de mi padre, cuando entre cliente y cliente me decía: Jesús, tiene once, once barras…
Sentí una tarde de domingo, sentí ese sol abrasador acariciando mi piel. Sentí un grito, un abrazo, un gol, un “uy”, un vamos, un sentimiento, un equipo, mi equipo.
Sentí los colores de Sevilla. Sentí de nuevo felicidad, amor, cariño. Sentí a mi Esperanza haciéndome soñar con esos ojos marrones penetrantes rogándome valentía.

Los pasos firmes del pasillo me hicieron regresar a la realidad.
Miré al padre y me leyó la mirada. No pudo reprimirse y la lágrima más pura de agradecimiento se escapó.
Miré al niño, al escudo y cerré la puerta.
Una voz fría como el hielo me hizo girarme: ¡Gutiérrez! ¿Hay alguno aquí?
“No señor, no hay nadie”

—–o—–

Pasó tiempo, mucho tiempo hasta que el sol volviese a pasearse por aquí. Ya entonces Sevilla volvía a ser Sevilla. El azahar se encargaba de perfumarla cada día, el río la acompañaba y la Giralda la vigilaba. Yo, sin molestarla, la observaba. Se estaba poniendo guapa.
Había derbi.

Cogí mi bandera casi tan vieja como yo y con mi nieto, nos fuimos los tres a soñar.
El respirar de mi pecho jadeante, ahincando el paso con el cuerpo hacia delante, vencido y apoyado sobre un bastón notaba como los años no pasan en balde.
Le mandé a comprar un paquete de pipas mientras yo iba adelantando. Poco duraría mi equilibrio al venir un muchacho tocándome lo justo para perderlo. Ya me veía yo viendo mi derbi vestido de marrón cuando unos brazos me agarraron con fuerza. Agradecido, me di la vuelta cuando…

...esos ojos...

Eran esos ojos, los que nunca olvidé, esos ojos azules como el mar, a los que un día les regalé vida.
Él, ignorante, me sonreía ante mi mirada asombrada de saber que le había vuelto a encontrar. Y sin buscarlo.
No supo que era yo, pero yo sí sé quién era él y acariciándole el brazo sin dejar de ver esos ojos intactos al tiempo comprendí todo lo que había regalado aquel 2 de Febrero de 1937.

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Recuerdos finales (tributo a Antonio Puerta)


(1) Un rival entró por mi banda. Dio un pase en profundidad a mi espalda. Quise cubrir el espacio, pero no pude, me había entrado un mareo, un dolor de pecho, algo inexplicable. Por suerte el balón salió fuera, entonces me agaché y se oscureció mi visión. De repente estaba rodeado por Palop, Drago, el preparador y su ayudante. Supuse que había perdido la conciencia. ¡Qué fastidio! Tenía que dejar al equipo en una situación complicada. En fin, tenía que ponerme en las manos del doctor, que es el que sabe.
Mientras dejaba el campo, muchas cosas me pasaban por la mente…

(2) Habíamos iniciado la nueva temporada de la mejor manera: con el capitán Martí levantando un trofeo. Es que antes de empezar la Liga ya habíamos conquistado la Supercopa de España. Pero comenzó el partido y a los dos minutos de juego el Getafe nos recordó que nunca se gana sin darlo todo: Pablo la clavó en nuestra escuadra en un tiro de falta. Estábamos atrás y tendríamos que sudar, como otras veces...

(3) En las dos últimas temporadas el equipo había estado en la gloria. En un año ganamos la Copa UEFA, torneo más importante de la historia del club; mi gol en semifinales fue mi más valioso aporte y, quizás, el más recordado por la afición, por ser en el momento más apurado de la competición. Pero el año siguiente nos superamos. Empezamos conquistando la Supercopa Europea aplastando al Barcelona. Conquistamos una Copa del Rey después de casi 60 años. Y coronamos con un nuevo título de la UEFA, una conquista sudada, que llegó apenas en los penales. ¡Qué recuerdos!

(4) Yo había visto hoy, entre la hinchada, una pancarta que decía: "Puerta, tu club de fans siempre contigo". No se trataba simplemente del apoyo que el equipo tiene de su afición. Era un apoyo hacia mi persona (otro cantar eran las pancartas para Alves, ojalá el partido sirviera para calmar los ánimos). Y la verdad es que esto me daba empuje para correr, para disputar cada pelota, luchar para dar vuelta en cada situación adversa. Aunque no siempre se puede, somos humanos.

(5) Recuerdo que comenzamos a buscar el gol, pero el partido estaba particularmente difícil. El rival de esta noche, Getafe, endureció el partido. Uno de los suyos, Sousa, fue expulsado tras ver dos amarillas en un minuto. En aquel momento pensé que el partido debería mejorar en los minutos siguientes, pero no fue así -especialmente para mí-.

(6) Dije una vez que sería sevillista hasta la muerte. Esto no significa apenas mi deseo de permanecer siempre en él. Significa que disfrutaré cada nuevo triunfo con el equipo como disfruté los demás, buscando poner mi nombre en su historia. Significa que en los momentos más complicados mostraría mi amor por mi club. Yo no temblaba ante la derrota, mi deseo de superación crecía y de esta manera estaba jugando hoy.

(Texto cúbico escrito por Jordi Gómez (España) y Manoel Castanho (Brasil) de modo tal que los seis párrafos sean leídos en cualquier orden)

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