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Entrevista a John Carlin


John Carlin nos atiende desde Ifakara (Tanzania), donde escribe para “El País Semanal” un reportaje sobre la malaria. Una enfermedad que, como él mismo explica, mata anualmente a casi un millón de menores de cinco años; la gran mayoría, en África, un continente que no le resulta en absoluto desconocido.

Carlin, londinense de madre española, ha trabajado como corresponsal en México, Centroamérica, Suráfrica y Estados Unidos. Es un trotamundos y, además, un todoterreno. Desde hace algunos años nos deleita en las páginas de “El País”, donde lo mismo analiza el momento de Cesc o las rotaciones de Rafa Benítez que relata sus charlas con presos en el corredor de la muerte.

¿Se compagina bien el periodismo político con el deportivo?

Para mí, sí. Tengo el descaro de escribir de muchas cosas muy variadas. El límite que me pongo es el mundo financiero. Hasta ahí no llego.

¿Afrontas ambos de la misma manera?

Me suelto más cuando escribo de fútbol.

¿Se puede aportar al conocimiento de la realidad desde el periodismo deportivo o lo entiendes más como algo así como un entretenimiento?

Todo aporta a todo. Ahora estoy aprendiendo de la malaria, tema bastante nuevo para mí. Eso, de una manera u otra, aportará algo a todo lo que escriba de ahora en adelante, sobre cualquier tema. El periodismo deportivo es tan “real” como cualquier otra cosa, o más. Para muchos de los pobres y los jodidos del mundo, el fútbol es el gran consuelo, la mejor diversión. Que no lo menosprecie nadie.
Ahora, entretener es clave. En todo lo que uno escribe, porque si no la gente no te lee. Y entonces, ¿para qué? Cuando la gente me lee sobre fútbol espero que lo haga dispuesta a sonreír, con sentido del humor, porque así suelo intentar escribir. El día en que me convierta en uno de esos profetas del Antiguo Testamento, o solemnes ayatolás, que tanto abundan en la prensa deportiva, avísenme, por favor, ¡y prometo que lo dejo para siempre!

Conoces profundamente la realidad de Sudáfrica. ¿Están superadas las consecuencias del apartheid?

No están superadas de la misma manera que, por ejemplo, no están superadas en España las consecuencias de la Guerra Civil. Fenómenos sociales y políticos tan enormes dejan huella para siempre.

¿Está preparada Sudáfrica para albergar un Mundial?

Creo que sí. En cuanto a infraestructura general, no lo dudo. Hay un problema grave de delincuencia que me preocupa, en cuanto a la seguridad de los aficionados que vengan de fuera. Como selección, lamentablemente, NO están preparados.

¿La convivencia en igualdad de negros y blancos es más un lema que una realidad?

Conviven en igualdad de oportunidad hoy, pero tras tres siglos y medio de desigualdad pasarán muchos años antes de que haya paridad económica.

Has escrito también sobre la situación de Ruanda. ¿Cómo fue posible que en un país tan a priori idílico se gestara tamaña barbarie?

Lo mismo podrías preguntar de la Alemania de los años 30. Goethe y Beethoven para poco sirvieron.

¿Cómo ves la superación del conflicto y al gobierno de Paul Kagame?

Superado está hoy. No sé si podría volver a estallar. Al gobierno de Paul Kagame lo veo bien, lo mejor posible en las circunstancias, aunque eso signifique que no sea un democracia ni remotamente perfecta.

Y, finalmente, cuando Ruanda se clasificó por primera vez en su historia para la CAF se habló de un paso fundamental a la hora de superar la división del país entre hutus y tutsis. ¿Fue una exageración de la prensa deportiva o tiene esto algo de realidad?

De exageración nada. El deporte tiene una fuerza unificadora inigualable.

¿Cuál piensas que es el nivel deportivo relativo de la Premier y la Liga española?

A nivel deportivo veo a las dos ligas muy parejas, con quizá más técnica en España en los clubes menos fuertes.

¿No crees que en la popularidad de la primera -además de que está mejor vendida- influyen todo el mito que rodea al fútbol inglés y también el dinamismo de los partidos?

Sin duda la historia es un factor a favor. También el dinamismo dentro y fuera del campo, en las gradas, que se palpa en China, California y Singapur.

¿Qué debe hacer la Liga si no quiere perder la estela de la Premier como relatas en tu artículo del pasado domingo?

Mirar más afuera, abrirse y venderse al resto del mundo; no anclarse en los viejos estereotipos; entender que el fútbol es el espectáculo más grande del planeta, no sólo de España o de Europa, o incluso de América Latina.

¿Qué medidas debería tomar la Federación Española de Fútbol para convertir la Copa del Rey en una competición del carisma, la pasión y la trascendencia de la FA Cup?

Difícil. La historia no se compra. Un puesto en la Champions no vendría nada mal, claro.

Es curioso que en un país tan ligado a la tradición se haya terminado por sucumbir a la Ley Bosman ¿Cómo ves la masiva llegada de futbolistas extranjeros a los grandes de Inglaterra?

Como dijo Mandela una vez de la globalización, “es como el invierno, te guste o no te guste, ahí está”. Con lo cual, mejor disfrutarlo sin demasiadas lamentaciones.

¿Crees que han perdido parte de su esencia equipos como el Arsenal por no contar más que con dos jugadores ingleses en su plantilla?

Curiosamente, no. Es notable como jugadores de lugares tan dispares llegan a la Premier y de cierto modo asimilan esa furia que tiene el fútbol tradicional inglés. Lo ves hoy en el Arsenal, cuyos aficionados ingleses nunca han estado más felices, me consta.

¿Cuál es el motivo del descenso de competitividad, en general, de los equipos británicos cuando juegan fuera de las Islas?

Será que sigue la tendencia desde mediados del siglo XIX a que los demás mejoren y los ingleses se queden parados.

¿Por qué está teniendo la selección inglesa tantos problemas para clasificarse [finalmente ha caído eliminada] en su grupo de la Eurocopa?

No sé.

Se señala como culpable a McClaren, pero ¿crees que ha influido un posible descenso en la calidad media del futbolista inglés? ¿Crees que puede montarse una selección competitiva, o que hay problemas en algunos puestos? ¿Son compatibles Lampard y Gerrard?

Creo que sí que se podría montar una selección inglesa competitiva (Terry, los dos Coles, Gerrard, Rooney…). Por ejemplo, con Mourinho de entrenador, cosa que no veo, por cierto. Me parece absurdo que no sean compatibles los dos, que los seleccionadores sean incapaces de encontrar una solución.

¿Crees que el desembarco generalizado de millonarios inversores en el fútbol inglés será bueno a medio/largo plazo? Al hilo de esto, ¿qué futuro le ves al Chelsea? ¿crees que camina hacia una “galactización”?

Repito lo del invierno y Mandela… El Chelsea hará muy bien si logra seguir siendo altamente competitivo con Avram Grant, o con quien sea.

Tu libro "Los ángeles blancos" relata el momento cumbre del Madrid galáctico: la gira asiática nada más fichar a Beckham. ¿Por qué crees que ese equipo se desplomó de forma tan inesperada?

Desplome del Madrid; fue algo épico, extraordinario. En Marzo lo iban a ganar todo y a finales de Abril no les quedaban opciones en nada. Obviamente la explicación reside en el estado anímico de los jugadores (¡¡que no me vengan con estupideces de que la gira del verano anterior tuvo que ver!!). Me atrae la explicación de Florentino, que dijo que lo que pasó fue que cuando perdieron la copa y vieron que no iban a lograr el gran triplete histórico empezaron a perder la motivación (ya que lo demás ya lo habían logrado casi todo) y cuando el pobre Raúl falló esa ocasión contra el Mónaco y se fueron de la Champions, pues ahí se rindieron. Se aburrieron. Ese equipo galáctico con la cuarta parte de la garra del actual Madrid hubiera hecho cualquier cosa.

(entrevista publicada en “Diarios de fútbol”, 21 de Noviembre de 2007)

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En la temporada 1962/1963 un grupo guerrillero venezolano secuestró a Alfredo Di Stéfano mientras el Real Madrid estaba de gira por Sudamérica. Un grupo de hombres entraron en la habitación de Alfredo Di Stéfano en un hotel de Caracas (Venezuela) y se lo llevaron haciéndose pasar por policías. “Venga con nosotros”, le dijeron, “le vamos a tratar bien”.
El grupo guerrillero decidió raptar al astro ‘merengue’ para llamar la atención sobre “la aparente democracia en la que vivía el pueblo venezolano, que, en realidad, era un Gobierno corrupto que nos estaba asesinando”, como aseguró Del Río, uno de sus captores.
El secuestro fue también un homenaje al dirigente comunista español Julián Grimau, que había sido ejecutado cuatro meses antes por el régimen franquista. Desde el principio, el trato fue bueno. Además, Di Stéfano no opuso resistencia porque unos meses antes habían secuestrado a su amigo Juan Manuel Fangio en La Habana y le había contado detalles tranquilizadores sobre las condiciones del cautiverio. Fueron 72 horas en las que demostró ser además de un genio como futbolista, un personaje único a nivel personal: "A las 15 horas de estar secuestrado me dije: `Alfredo, estás jodido'. A partir de entonces, me relajé, dejé de sufrir. Mi destino no estaba en mis manos. Pese al mal rato que me hicieron pasar, con el tiempo llegué a perdonarlos: eran altruistas, gente con un ideal. No puedo olvidarme; tengo en casa un cuadro firmado por uno de los secuestradores. Me lo envió para resarcirme del sufrimiento. ¿Síndrome de Estocolmo? Ummmmm, no, hasta ahí no llego. Les he perdonado, pero no les guardo ninguna simpatía. Recuerdo que cuando me liberaron fui a la embajada española y la embajadora me regaló un loro que hablaba bastante, decía ‘chévere’ y varias palabras más. Al subir al avión de vuelta pedí que conectaran al máximo el aire acondicionado porque no dejaba de sudar del susto, quería dejar cuanto antes Venezuela. Parece ser que el loro se enfrió y murió a los cuatro días de llegar a Madrid".

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Maradona merengue (Leonardo Enríquez Gabeiras - España)


Las deudas del alma no se acaban nunca de pagar, Maradona y algunos de nosotros lo sabemos muy bien.

Lo de Di Stéfano fue como el primer amor, algo inolvidable pero difuminado por el tiempo y la experiencia. Pero ver a Maradona vestido de blanco, como una conjunción planetaria o un eclipse total de sol, hubiera causado trastornos permanentes en la afición, todo hubiera sido diferente.

Las Copas de Europa hubieran llegado antes, porque a Míchel y a los demás no les hubiera quedado más remedio que meter pierna y recibir balonazo, so pena de sufrir la media sonrisa de Diego. La combinación del poderío macarra argentino y la temerosa hidalguía española de la Quinta parece una poción mágica insuperable, y aquellos recuerdos borrosos de la infancia se hubieran convertido en realidad y gloria mucho tiempo antes.

Con Valdano y Butragueño a su vera, Maradona tendría ahora mejores modales, y sin renunciar a llevar la camiseta del Che a modo de ropa interior, ahora sería un discreto izquierdista en el Madrid, como Del Bosque o Breitner, e incluso se permitiría alguna licencia poética en las entrevistas, como mandan sus genes porteños.

Si Maradona hubiera gambeteado en Chamartín, quizá Mirtita habría venido antes a España, atraída por algo más concreto que aquello que le hizo venir, y ahora tendría, además de la albiceleste con el 10, otro fetiche aún más excitante. Si El Pibe hubiera venido aquí, es posible que Nachito nunca hubiera devuelto el carné de socio, y así probablemente habría cruzado alguna mirada de complicidad en la grada con aquella rubia argentina en el descanso de algún derby.

Las pasiones mutuas nunca realizadas siempre acaban en catástrofe, se convierten en terribles termitas que taladran el corazón de forma irreversible.

Que no vuelva a ocurrir.

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Ikeriónida (Elena Medel - España)


Hoy -como siempre- tú eres el protagonista,
supernova ángulo a ángulo de mi universo;
ningún meteorito de cristal rasga tu aura.

¿Cicatriz en azul, estigma de nube, mon très doux enfant?

Tú eterno, ahora imagina; lo que rechazas -pateado-
es mi corazón, que se precipita hacia tu red.

Rebota contra tus tobillos, carrilero a tu clavícula.

Así es: no entiende de contrarios ni tarjetas.
Iker Casillas, mírate rasgando el aire,
perfecto al derramarte de alegría, inmortal,
¿domador de serpientes, mi patria de cometas?

No dejes de competir en belleza con los astros:
tú eres uno, y esta batalla es tuya y de tus ojos,
tuya y de tus labios expectantes de elegía.

Frágil azar -brizna de aire atravesando tu templo-,
seré sacerdotisa servicial desde la banda, por siempre
admirándote crecido en tu estirpe de triunfo,
delicatessen tu mentón, Apolo mío Iker Casillas.

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Después de seis años defendiendo la camiseta del Real Madrid, un día Don Santiago Bernabéu, me llama a su despacho, para decirme que el club me iba a dar la libertad de contratación. En ese momento quedé sorprendido pero lo miré a la cara a Bernabéu y le dije: "Muchas gracias Presidente por haberme dado la oportunidad de jugar todas estas temporadas en este club tan importante en el mundo. Me voy muy feliz de haber pasado por acá". Se ve que esa respuesta, sincera de mi parte, lo debe de haber conmovido, porque antes de regresar a la Argentina, me dio una carta en la que decía que yo era el primer jugador que él había conocido, que pese a que se lo dejaba al margen, se iba agradeciendo por lo bien que se lo había tratado en la institución. Esa carta aún hoy la conservo en mi casa como un recuerdo inolvidable.

(JUAN CARLOS TOURIÑO, ex futbolista argentino recordando su paso por la entidad "merengue")

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La final de las botellas

El 11 de Julio de 1968 el Barcelona y el Real Madrid se enfrentaron en la final de copa. Había una enorme presión ambiental, ya que los madridistas consideraban que el árbitro mallorquín Antonio Rigo, era probarcelonista, y todo por que había concedido al Barça un penalti en la semifinal contra el Atlético.
El Barça jugó aquel 11 de Julio con: Sadurni, Torres, Gallego, Eladio, Zabalza, Fuste, Rifé, Zaldúa, Mendonça, Pereda y Rexach.
Por el Madrid jugaron: Betancort, Miera, Zunzunegui, Sanchís, Pirri, Zoco, Serena, Amancio, Grosso, José Luis, M. Pérez
Aquel día, el Real Madrid y el Barça disputaban la final de la “Copa del Generalísimo” y el conjunto blanco, que quería lograr el doblete tras conquistar el título de Liga, partía como claro favorito teniendo en cuenta la ventaja que suponía jugar el partido decisivo de esta competición ante su público.
A pesar de ello, el equipo barcelonista salió muy mentalizado al terreno de juego y supo sobreponerse a esta circunstancia. Así, al poco de empezar el partido, en el minuto seis, un centro de Rifé que fue desviado por el madridista Zunzunegui al fondo de su propia portería, suponía el 0 a 1. Los hombres de Salvador Artigas controlaron totalmente el encuentro y con este resultado se llegó al final de los 90 minutos. Aunque el nerviosismo del publico estalló al no castigar con penalti una caída de Serena en el área culé. A partir de aquel momento no dejaron de caer cientos de botellas sobre el terreno de juego, aunque la entereza de los jugadores azulgrana posibilito que el trofeo, aunque abollado, llegara a la Plaza Sant Jaume. El Barcelona había conseguido uno de sus títulos más difíciles, como verificaba la anécdota que contaría años más tarde el presidente Narcis de Carreras:
"En el palco presidencial estaban Franco y su mujer (Pilar), el Ministro de la Gobernación y su mujer, Samaranch y su mujer, Bernabéu...
La mujer de Samaranch, María Teresa Salisachs que es barcelonista a diferencia de su marido, que es del Espanyol, me dio un beso de satisfacción... pero la señora del Ministro de la Gobernación, que se llamaba Ramona, se acercó a Bernabéu:
- Santiago, hemos perdido que desgracia"
su marido, el Ministro, le dijo:
- Ramona, felicita al presidente del Barcelona"
Y ella..
- Ah si, si, claro, le felicito porque Barcelona también es España ¿no?
Y yo le contesté a la señora:
-No jodamos, señora, no jodamos...

Desde aquella final ganada por el Barça se prohibió la venta de botellas de vidrio en los campos españoles.

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Como suele ocurrir entre el Madrid y el Barça, la exasperación y la histeria se las ha trasladado el segundo al primero, y el primero le ha contagiado el aplomo al segundo. Ambos clubes, mientras tanto, se han hecho más antipáticos. El Madrid se asemeja demasiado a una empresa a la que importan enormemente los beneficios y escasamente lo que ocurre en el césped y en las gradas. En cuanto al Barça, se ha convertido ya del todo en el equipo oficial de la Generalitat, y todo equipo de los gobernantes es, por así decirlo, un equipo sin alma, usurpado.

(JAVIER MARÍAS, escritor, traductor y editor español; miembro de la Real Academia Española, opinando en el Diario español "El País" -19/11/05-)

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La Copa más triste (Antonio Gómez Rufo - España)


Tal vez la procesión de nubes negras que avanzaban por el cielo escocés ocultando la luna grande de Mayo no fue lo peor de aquella noche.

Cuando Fernando Hierro cayó en el área a la salida de un corner, derribado descaradamente por la brutal entrada de un defensa que llevaba el 5 a la espalda en lugar de un número asignado en la prisión de Alcatraz, como hubiese sido más acorde con la naturaleza de la agresión, a Raúl le dio tiempo para levantar los ojos hasta ellas y maldecir su suerte, antes de que el silbato del árbitro sonase larga y enérgicamente y su dedo índice apuntase el punto de penalti. Faltaban tres minutos para el final del partido y con ese gol el Real Madrid podía ganar la Copa otra vez. El estruendo de las gradas, celebrando la pena máxima, anticipando el tanto, lo ensordeció. Pero por su cabeza cruzó la más terrible de las sensaciones, la más amarga de las dudas, aquella de la que había logrado huir durante todo el partido aunque también era cierto que no había podido apartarla por completo de su pensamiento a lo largo de los casi noventa minutos jugados.

Se lo temía; y el temor no era infundado. Figo había sido sustituido poco antes, lesionado, y el gran capitán, maltrecho por la entrada de aquella mole incomprensiblemente libre de antecedentes penales, no podía tirar el penalti. Al comprenderlo fue cuando Raúl se echó las manos a la cara, para taparse el rostro y ocultar el dolor que lo embargaba, y aunque el mundo se había vestido de fiesta, él prefirió cerrar los ojos para no ver nada. Imaginó las caras de alegría de sus compañeros, que ya se estaban entrechocando las manos, esperanzados y emocionados: Helguera, Morientes, Makelele, Michel Salgado...; la sonrisa abierta y tensa de Roberto Carlos, juntando su mano a la de Solari; la seriedad trascendente de Zidane, que necesitaba ganar aquella Copa, un trofeo con el que había soñado toda la vida; el abrazo entre Íker Casillas y Pavón, allá al fondo, al otro lado del campo... Una explosión de esperanza tan profundamente marcada en el rostro de sus compañeros como en el de los millones de madridistas que permanecían allí en el estadio y también muy lejos, en sus casas o en torno a una barra de bar, al otro lado del televisor, al otro lado del universo. Eran unos momentos de máxima tensión en los que el mundo volvió sus ojos a aquel terreno de juego y a los jugadores blancos: un mundo que dejó de respirar y soportó expectante el prolongado instante de algarabía que se armó, como un castillo de fuegos artificiales, mientras el árbitro señalaba la falta. Un mundo que, a continuación, se detuvo como un navío atrapado en los hielos del Ártico para contemplar, inmóvil y silencioso, lo que instantes después habría de suceder.

Pero nadie lo miraba a él.

Sin apartarse aún las manos de la cara, Raúl comprendió al instante su drama: sin Figo en el campo ni Hierro en condiciones de hacerlo, él era el encargado de tirar el penalti. Así se había decidido en el vestuario y así se había ensayado en los entrenamientos. Pero él no podía tirarlo, él no... Por su cabeza pasó el demonio de la desdicha camino de consumar la peor de las tragedias, como si él fuese un barco deshabitado, a la deriva, devorado por la peste y el mundo un mar en calma incapaz de agitarse por el olor putrefacto de la epidemia. Sin ánimo para celebrar la falta final, aturdido y vencido por el destino mientras el masajista sacaba al gran capitán del campo para aliviar su dolor, se destapó la cara y miró hacia el banquillo. Del Bosque, en pie, le miraba desconcertado y fruncía el ceño, sin saber qué le ocurría al jugador. El pánico se había dibujado en la cara del jugador, como se marca el paso de los años o el dolor por la muerte de un ser querido, y su entrenador no comprendía por qué no compartía la euforia general, por qué no participaba de los sueños de todos sus compañeros. Alcanzar a entender qué era lo que le atormentaba era, en aquellos momentos, una pirueta intelectual imposible.

Vicente del Bosque cambió unas palabras con Grande, su segundo, y ambos afirmaron con la cabeza. Luego miró a Raúl y afirmó igualmente, alzando y bajando la cabeza. ¿Yo?, parecía preguntar el mejor jugador del mundo con los ojos; “Sí”, afirmó Del Bosque con la suya.

Y entonces, con la fuerza de una verdad irrebatible, el mundo se le cayó encima.

Durante el descanso, casi una hora antes, el entrenador había hablado con el jugador en un rincón del vestuario porque le daba la sensación de que no era el Raúl de las otras tardes, el jugador que con su actitud y su ánimo marcaba el termómetro del equipo. Había jugado bien, y se había esforzado durante todo el primer tiempo; pero las dos veces que pudo encarar y tirar a puerta prefirió pasar el balón a un compañero. De hecho, de uno de aquellas asistencias salió el gol de Morientes, el primero del partido. Pero Raúl, otra noche cualquiera, hubiese tirado él mismo a puerta. ¿Qué le sucedía?, quiso saber el entrenador. Pero los labios del jugador permanecieron sellados. Cuando Del Bosque le repitió la pregunta en la quietud de aquel rincón del vestuario, sólo dijo, con un hilo de voz, cuatro palabras:

- Nada. Todo va bien.

Pero no era verdad. Durante el segundo tiempo había luchado también, como siempre, pero los propios compañeros habían observado su falta de alegría, una actitud permanentemente triste y apesadumbrada, aunque a lo largo de todo el partido hubiese fintado, regateado, centrado y visto la jugada necesaria como en la mejor de sus tardes de fútbol. Pero no estaba cómodo, no; de aquello todos se habían dado cuenta. Por eso, cuando los rivales empataron el partido a la salida de una falta al borde del área, se redobló la preocupación en la mirada del delantero y los compañeros, al verla, comprendieron que algo le sucedía. Tal vez fuese la tensión de la gran final, quisieron creer algunos. O un disgusto familiar, pensaron otros; o acaso algún dolor muscular insoportable que ocultaba al cuerpo técnico para no perderse el partido, llegó a comentar el entrenador a Alfonso del Corral, el médico. Quién podía saberlo. Porque el pundonor, esa herencia recogida de Marquitos, Rial, Puskas, Di Stéfano, Pirri, Gento o Santillana, y de tantos y tantos otros grandes jugadores del Real, era la trinchera desde la que salía Raúl una y otra vez para doblegar a sus contrarios.

Pero ahora, cuando había llegado el momento crucial, la ocasión del lanzamiento del penalti que tendría que resolver el partido y dar la Copa al Real Madrid, todos los ojos se volvieron a él. Era extraño que todavía no se hubiera acercado al punto de penalti para disponerse a tirar la falta. No había corrido a buscar el balón, como otras veces, ni parecía querer asumir que estaba ante otro momento culminante de una carrera como la suya, llena de triunfos. Raúl parecía esconder su alma, rota como cristales de espejo, tras esas manos que le cubrían el rostro.

Fue Morientes quien le acercó la pelota y le habló al oído.

-Es tuya -Morientes se la entregó-. La vas a meter.

-Sí -respondió Raúl, sin convicción.

-Vamos...

Tomó el balón y caminó despacio a depositarlo en la cal marcada, como un sol de medianoche, a once metros de la portería. Lo acarició despacio antes de dejarlo en el punto de penalti, con el mimo con que se deposita un bebé dormido en la cuna, lenta y cansinamente, como por obligación, sin mirar a nadie, sin ver nada. Tenía los ojos perdidos, el rostro contraído, la mirada seca. Está raro Raúl esta noche, pensó Del Bosque desde el banquillo; lo va a fallar, pensaron Zidane y Solari, mirándose. Pero no dijeron nada.

En el palco, el Presidente y el Director General del Real Madrid cruzaron una mirada llena de sombras que nadie vio. Florentino Pérez y Jorge Valdano sabían lo que estaba ocurriendo, pero prefirieron no pensar en sus consecuencias. Sólo Valdano se metió un instante en la piel de Raúl y sintió un escalofrío que disimuló ajustándose el nudo de la corbata. La vida sabe elegir sus trampas, ¡la puta que me parió!, pensó mientras tragaba saliva y se pasaba la mano por la frente para aliviar el dolor que compartía con aquel jugador que era, sobre todo, su amigo.

Porque el dolor de Raúl era insoportable. Mientras se dirigió al punto de penalti, dejó el balón, lo afianzó y retrocedió unos pasos para golpear la bola, no pudo evitar pensar en lo que debía hacer. Y no estaba seguro de cuál era su deber. A veces el deber es un acto perverso y por eso la rebeldía no puede ser condenada. Hay ocasiones en que no es fácil delimitar dónde acaba el deber y dónde empieza la honestidad. Por una parte, se decía, debería intentar marcar el gol: tenía que concentrarse, tranquilizarse, golpear la pelota con la izquierda, su mejor pierna, y romper la red, sin darle al portero opción alguna; o también podría dar un pase a la red, como había visto hacer tantas veces a Butragueño, o había hecho él mismo. Pero por otra parte su deber era también fallar el penalti, utilizar su pierna derecha y golpear la pelota abajo, echando el cuerpo hacia delante, obligando al balón a salir alto, en dirección a la grada. Pero no. No podía hacer semejante cosa: él era un madridista de corazón, no se iba a permitir defraudar a los aficionados ni traicionarse a sí mismo de ese modo. Pero precisamente por ser madridista, precisamente por ello, debía fallarlo. ¿Cómo concebir la vida sin ser madridista, sin seguir rodeado de sus seguidores, para quienes creaba la magia de su arte cada tarde...? Pero si el balón entraba, si marcaba el gol de la victoria, ya nunca más podría presumir de su madridismo, durante muchos años tendría que ocultarlo, tantos como fuesen necesarios hasta que se olvidase lo sucedido. Pero si no entraba, si no marcaba el tanto, estaría traicionando también a sus compañeros, a su equipo y a todos los madridistas del mundo. Él mismo se odiaría por no haber conseguido ese gol.

Era verdad que aún quedaba una posibilidad, pensó durante unos segundos. Él podía fallar el penalti y de ese modo el partido continuaría con empate a uno. Más tarde, o en la prórroga, buscaría el modo de que su equipo marcase el definitivo tanto de la victoria. Pero, ¿y si no lo marcaba y era el rival quien conseguía el gol y se quedaba con la Copa? ¿Cómo perdonarse entonces el fallo deliberado del penalti? No podía ser. Tendría que intentar marcarlo, aunque hacerlo le acarrease un coste tan doloroso. Al fin y al cabo él era un profesional... Pero por otra parte, pensaba, él no era sólo un profesional, o un ídolo y todo lo que se quisiese decir: sobre todo era un ser humano, un hombre que no podría seguir viviendo si marcaba ese gol. Pero, ¿acaso podría seguir viviendo con la conciencia tranquila si no lo marcaba?

¿Por qué le tenía que suceder a él, precisamente a él, que siempre había soñado con ser lo que era, por estar donde estaba, por reír, llorar, disfrutar y sufrir con las peripecias de su equipo, por aquella camiseta blanca coronada por el escudo más hermoso del mundo? ¿Por qué ahora el destino lo colocaba en la irreversibilidad de una situación definitiva, entre los lindes de un dilema que se alimentaba de su propia esencia irresoluble? Aquella duda que Shakespeare puso en boca de Hamlet le parecía una broma barata en comparación con la que ahora vivía él: la de marcar un gol o no marcarlo. Al fin y al cabo Hamlet sólo dudaba entre ser o no ser, que era algo así como morir o no morir, esa era la cuestión. Pero lo suyo era mucho más grave: se trataba de marcar o no marcar, esto es, de seguir viviendo, pero de un modo o de otro muy diferente. No todas las vidas son iguales: unas merecen la pena ser vividas; otras son calderilla y cera usada. Frente a la duda que quebraba su espíritu, el hamletiano dilema del ser o no ser era una nimiedad, una cuestión menor. Al final, todos hemos de morir, ¿no? Pero la suya, en cambio, era algo más que una duda existencial. ¿O es que cabe duda mayor que la de amar o no amar cuando el amor es la única razón para vivir?

Miraba el balón y el inmenso hueco que quedaba entre el portero y el poste. Por ahí entraría el balón, como un soplo del diablo, si se decidía a transformar en gol el lanzamiento del penalti. No se lo pararía aquel portero: ni siquiera lo vería pasar. Ni tampoco llegaría a tiempo de detener el balón aunque el instinto lo impulsase a tirarse hacía allí. Junto a la cepa del poste no caben ni las manos más pequeñas, las manos de la lluvia de las que habla el poema de E. E. Cummings. Ni siquiera la lluvia tiene las manos tan pequeñas, decía el poeta... Por ahí entraría...

Pero había otro inmenso hueco, hacia fuera, precisamente entre el larguero y lo más alto de la grada, o entre el poste y el banderín del corner, tan grande que allí podía Satán instalar la carpa de la eternidad. También podría tirarlo por allá, lo más lejos posible del mundo de los sueños, y entonces no, no sería gol.

El silencio del mundo le dolía en los oídos como hiere la soledad en alta mar durante la medianoche. Millones de miradas estaban fijas en él, con la respiración contenida y el peso de una tonelada de mariposas negras aleteando para nublarle la vida. Miradas vivas, de hoguera, ardientes; y al mismo tiempo gélidas, atemorizadas, posadas sobre un hombre que no podía mirar ni pensar con claridad.

La idea de meter el gol era, sin embargo, la que empezó a crecer en su estómago con más fuerza. El sacrificio es necesario cuando la causa es justa, se dijo. Él se sentiría morir, se ahogaría en el desamor, pero tenía que entregar su porvenir a cambio del triunfo del equipo, debía cambiar su futuro por la desgracia propia que le arrebataría lo que más quería. El Real no era para él sólo un equipo de fútbol, ni una religión, ni siquiera una filosofía. Era más: el Real Madrid era un castillo construido piedra a piedra durante cien años que ahora estaba en sus manos defender o rendir; un palacio grandioso cuyos cimientos dependían esa noche de su voluntad; un imperio aferrado por unos momentos a la bota de su pie izquierdo. Y no podía traicionarlo.

Miró uno por uno a sus compañeros, que bordeaban el área: algunos lo miraban también a él, expectantes; otros escondían los ojos para no ver lo que iba a suceder y se juntaban a un rival, presionándolo, como les habían enseñado. Miró hacia el banquillo, y vio gestos de ánimo en los restantes miembros de la plantilla; y comprendió la mirada preocupada de los técnicos, quienes no entendían la actitud vacilante del jugador, la zozobra en que se asfixiaba. Finalmente miró hacia las gradas, donde estaban puestos de pie los aficionados, con los ojos asustados unos y confiados otros, en silencio, como si se fuese a oficiar la ceremonia de una inhumación o a practicarse una operación quirúrgica de máximo riesgo. Y por último miró al portero rival, que también lo miraba a él, componiendo el odio falso y artificial del portero al delantero ante el lanzamiento del penalti, ese gesto duro y desafiante, pretendidamente burlesco y amedrentador, aprendido en la escuela de interpretación de la vida en los primeros partidos de fútbol jugados con los otros chicos del barrio en las calles enfangadas del suburbio o el arrabal. Raúl sonrió al portero, como para demostrarle que conocía el falso color de ese gesto ensayado, y miró el balón que permanecía inmóvil a sus pies, esperando el golpe brusco que lo empujara a iniciar el viaje final que le llevaría a cumplir su misión.

Una vez más quiso pensar si habría de fallar o no fallar el tiro, pero la idea de ofrendarse al Real Madrid ya había ganado el partido que Raúl estaba jugando contra sí mismo. Era la víctima que ahora necesitaba el equipo y él no dejaría de ser lo que siempre había sido. Se ahogaría en la pena después, lo sabía, pero también había aprendido que sin honestidad y profesionalidad no se merece ser nada, y menos aún madridista. Así es que llenó los pulmones de aire, inició la carrera, se volcó sobre el balón y su pierna izquierda lanzó un relámpago de furia que voló hacia la cumbre de la montaña más alta del mundo, allá donde se tejen las cuerdas de la red que pesca el alimento de los hombres.

El clamor confundió a las aves del paraíso, que cantaron antes que el gallo, pensando en un amanecer anticipado. El griterío por el gol conseguido por Raúl desgarró las gargantas de medio mundo. Los saltos, los abrazos y las lágrimas fueron una epidemia de la que no quedó nadie sin contagiarse. Y la emoción corrió de piel en piel, de lágrima en lágrima, como el anuncio de un armisticio. Él, en cambio, ni siquiera alzó los brazos. Se besó el anillo, bajó la cabeza y se dirigió al banquillo, liberándose como pudo de los abrazos de sus compañeros; y pidió el cambio. Del Bosque aceptó y ordenó a Guti saltar al césped. Raúl, con los ojos llenos de lágrimas, se dirigió al vestuario sin esperar el final del partido.

El desconcierto fue general entre los compañeros, los aficionados y los medios de comunicación. Los jugadores salvaron sin grandes esfuerzos los pocos minutos de juego que quedaron hasta que el árbitro dio por finalizada la contienda y los periodistas de prensa, radio y televisión no hicieron otra cosa que preguntarse qué le había sucedido al jugador, lanzando al aire opiniones tan bienintencionadas como descabelladas, apelando a la emoción que lo había derrumbado, conjeturando una posible y prematura retirada del fútbol o imaginando una lesión al lanzar el penalti. Los propios compañeros apenas celebraron el final del partido. Sonrieron, felicitándose por haber ganado la Copa, estrecharon la mano de sus rivales, con quienes se intercambiaron las camisetas, y luego, antes de que se iniciase la ceremonia de entrega del trofeo, optaron por entrar en el vestuario. Porque si durante todo el partido les había extrañado la seriedad de Raúl y aquella tensión que traslucía su rostro, las lágrimas que había derramado al final y la prisa por abandonar el campo les había hecho pensar que algo grave ocurría.

Y más grave les pareció aún cuando lo vieron llorar desconsoladamente en el interior del vestuario, sentado en el banquillo y tapándose la cara con la camiseta con que acababa de jugar el partido.

No era propia del futbolista aquella actitud. El capitán le preguntó hasta tres veces qué le ocurría, pero no obtuvo respuesta. Uno a uno, los compañeros intentaron conocer los motivos de su desconsuelo, abrazándolo e invitándole a salir con ellos a recoger el trofeo por el que tanto habían luchado, pero él sólo negaba con la cabeza, en silencio, sin dejar de taparse la cara y llorar.

- Hay que salir a buscar la Copa -ordenó Hierro-. Es nuestra, Raúl.

- Vamos -animó Morientes.

- Adelante, amigo -Figo intentó ponerlo en pie.

- La gente espera -insistió Zidane-. Debemos salir.

- ¡Que no nos esperen! -gritó Casillas, animoso.

Pero Raúl se negó a moverse del banco, incapaz de cesar en su llanto. Tuvo que ser Del Bosque, entrando en el vestuario, quien ordenara a toda la plantilla regresar al césped, donde esperaba el público y los medios.

- Raúl no quiere, mister -informó Hierro-. No sabemos qué le ocurre.

- Ni yo tampoco -se encogió de hombros el entrenador-, pero es un profesional y actuará como tal. ¡Raúl: al campo!

El jugador no rechistó. Se secó las lágrimas con una toalla, se pasó la mano por los ojos y salió de los vestuarios, encabezando la piña formada por sus compañeros. Su seriedad era impresionante, el gesto adusto, el rostro dibujado de aristas, la sonrisa inexistente. Salió y esperó a que Hierro subiese al palco en busca de la Copa. Luego la levantó sin sonreír y la llevó entre sus manos mientras todo el equipo la ofrecía al público en el apresurado recorrido alrededor del terreno de juego. Y, nada más concluir el recorrido, sin atender a los periodistas que le acercaron sus micrófonos, volvió al vestuario donde, lenta y desganadamente, se duchó y comenzó a vestirse.

La plantilla regresó cuando ya estaba terminando de hacerse el nudo de la corbata. Seguía ensimismado y afligido, mortificado, sin decir palabra. En la barbilla, un temblor casi inapreciable contenía las lágrimas que estaban a punto de desbordarse.

- No puedes seguir así, niño. Necesitamos que nos digas qué está sucediendo -se le acercó Hierro, el capitán, abrazándolo y acariciándole la cabeza-. No puedes... Somos tus compañeros...

- Tus amigos -rectificó Zidane, acercándose.

- ¡Hemos ganado la Copa! -intentó alegrarle Roberto Carlos.

- ¡Sí! -gritó eufórico Pavón, abrazándose a Salgado.

- ¡Sí! -corearon todos-. ¡Somos los campeones!

- ¿No te parece cojonudo? -Morientes le palmeó la espalda-. ¡Es la mejor copa!

- No -musitó Raúl-. Para mí es la copa más triste.

Nunca hubo un vestuario más silencioso en una noche de triunfo. Los jugadores estaban eufóricos por la victoria pero a la vez cohibidos, sin ánimo para exteriorizar sus sentimientos. Se fueron duchando despacio, mientras en voz baja susurraban alientos de tristeza y ecos de preocupación. Algunos buscaron huir de la tensión explicando a quién dedicarían el triunfo; otros comentaban con palabras de hielo el peso de la tragedia en los momentos más inoportunos. Savio y Munitis preguntaron a Guti por qué no estaban allí el presidente, el director general y los entrenadores, cuando era costumbre compartir aquellos momentos con la plantilla, incluso para llevar a cabo el ritual de ducharlos, como en otras ocasiones. Guti, que conocía la casa como nadie, cabeceó:

- Están reunidos, seguro. Lo de Raúl debe de ser importante...

Volvieron sus ojos al delantero, que ya estaba vestido y sentado en el banco, mirando el suelo que sentía moverse bajo sus pies.

- Nunca lo vi así... -acertó a decir Solari-. Nunca sabés dónde se hace puta la vida...

Estaban terminando de vestirse cuando se abrió la puerta del vestuario. Los jugadores volvieron la cabeza y recibieron impresionados un cortejo de semblantes apagados, como si en verdad aquella hubiese sido una derrota o, como había dicho Raúl, la Copa más triste. El presidente y la junta directiva encabezaban un duelo formado por Valdano, Del Bosque, Grande y Chendo. Ni los masajistas ni los utileros dejaron de seguir ordenando sus materiales. En aquel silencio de luto, Florentino Pérez fue el primero en hablar.

- Atiéndanme ustedes, por favor -carraspeó antes de continuar-. En primer lugar queremos felicitarles por un triunfo tan trascendental para el Real Madrid. Toda la afición está muy satisfecha con ustedes, se lo aseguro. Celebran el triunfo aquí, en el estadio, y también en la Plaza de Cibeles y en millones de hogares en todo el mundo. Felicidades y muchas gracias. La compensación para todos nosotros es haber podido poner otra vez el escudo del Real en lo más alto; y para ustedes debe ser también un orgullo disfrutar de esa camiseta con que han hecho vibrar a medio mundo. Es la mejor compensación, la mejor. Pero también habrá otras, se lo prometo. Estamos felices hoy, otra vez, como tantas otras noches de gloria. Gracias y enhorabuena. Y ahora, una vez dicho esto, el director general, Jorge Valdano, quiere explicarles algo -miró a Valdano-. Jorge, tienes la palabra.

Valdano se adelantó un paso, carraspeó también y miró a Raúl, que permanecía con los ojos clavados en sus zapatos. Afirmó con la cabeza, con pesadumbre, y luego se enfrentó a los ojos de los jugadores, uno a uno.

- Nuestra felicitación ya ha sido expresada por el Presidente con la sintética y acertada concreción que caracteriza su modo expresivo. Por lo tanto, nada creo tener que añadir a ello. En todo caso parece preciso recordar que el fútbol es la excusa de nuestra vida y hoy esa excusa, otra vez, ha merecido la pena -guardó unos segundos de silencio, como buscando el modo de proseguir-. Pero a ninguno se nos oculta que hemos sido testigos de una aflicción tan incomprensible como justificada, se lo aseguro a ustedes, y por eso hemos decidido no guardar el secreto sobre la evidencia, sino comunicar una congoja compartida por todos y de la que, hasta ahora mismo, sólo el presidente, el propio Raúl y yo teníamos conocimiento. Intentaré ser lo más breve posible, aunque les ruego, a todos ustedes, la mayor discreción porque esperamos buscar pronto una solución que nos convenga a todos por igual.

- Dale, dale, boludo -pensó Solari inquieto-. Me dará un infarto...

- Los hechos son simples -continuó Valdano, cerrando los ojos y volviéndolos a abrir-: Un magnate italiano del mundo del automóvil, cuyo único soporte vital es la vanidad y se mueve por esa extraña musa del capricho, ha comprado un club de fútbol de la primera división italiana y quiere convertirlo en el mejor equipo de su país. Bueno, él dice que del mundo, pero esos afanes de grandeza son propios de los italianos millonarios, no cabe motivo para la preocupación. Pero el caso es que esta misma tarde, antes del partido, el representante de Raúl, el presidente y yo nos hemos reunido con ese magnate y ninguno hemos creído posible rechazar su oferta: cincuenta mil millones de pesetas por Raúl, trescientos millones de euros, y al jugador cinco mil millones al año por cada una de las siete temporadas del contrato que le propone. Ni el Real Madrid ni Raúl, hemos pensado todos, podían desoír una oferta tan espectacular...

Los jugadores se miraron más confundidos aún. Sólo Guti entendió los sentimientos que se estaban debatiendo en las tripas, el corazón y la cabeza de su compañero, arañándole las entrañas, y deseó no tener que encontrarse nunca en una situación así. No; no todo en la vida es el dinero, pensó. Pero no dijo nada.

- Lo que he de añadir -siguió Valdano su discurso-, es que ese magnate, como decía, es estrafalario y caprichoso. Y, fruto de tal esencia caprichosa, ha exigido incluir en el contrato dos cláusulas: la primera que, para que fuese efectivo el acuerdo, Raúl debía marcar hoy algún gol; y, en segundo lugar, que de esa cláusula no debía tener conocimiento nadie, absolutamente nadie, ni siquiera el entrenador Vicente del Bosque. Antes del encuentro hemos pedido la conformidad de Raúl, transmitiéndole las ventajosas condiciones del acuerdo para el Club, así como los beneficiosos emolumentos para él que se contemplaban en el contrato. Y le hemos pedido que tomara la decisión por sí mismo, porque el Real Madrid estaba tan confundido como él ante tan dramático dilema. - Entonces, ¿has firmado? -preguntó Hierro a Raúl.

- A eso contestaré yo, Jorge -intervino el Presidente, adelantándose un paso. Florentino Pérez tomó una bocanada de aire, esperó unos segundos que parecieron interminables a cuantos escuchaban y dijo-: Todos conocemos a Raúl y sabemos lo que ha sufrido durante el partido. Hemos sido testigos ustedes y nosotros. Su responsabilidad le ha hecho pensar en el beneficio del club por encima de sus propios deseos, lo hemos visto sobre el césped esta noche, ¿verdad? Incluso el drama de tirar o no el penalti se reflejaba en su cara. A Valdano y a mí se nos ha hecho un nudo en la garganta, como supongo que comprenderán ustedes. Y lo más doloroso de todo era que no podíamos decirle a Del Bosque que encargase a otro jugador el lanzamiento. La verdad es que tanto Valdano como yo, lo hemos comentado ya ahí fuera, contábamos con que el jugador podía fallarlo deliberadamente para poder quedarse en el Real Madrid, pero una vez más ha demostrado su profesionalidad y el amor a este equipo, prefiriendo darle al Club una copa más que cumplir su sueño de continuar aquí. - Así es -afirmó Valdano-. Profesional y humanamente es un ejemplo. Mirarse en él es como compaginar la gloria con el poder.

- Bueno... -Raúl levantó la cabeza y se levantó, mirando a sus compañeros-. Lo cierto es que, bueno, he llegado a pensar en fallarlo. Pero también he pensado que estaba en juego la ilusión de todos vosotros y una operación económica trascendental para el Madrid. No he tenido valor para tirarlo fuera... - ¿O sea, que te vas? -quiso saber Hierro, interpretando la mirada de todos sus compañeros.

Y entonces Raúl afirmó con la cabeza, volvió a desplomarse en el banco del vestuario y se tapó de nuevo la cara con las manos.

- No puedo hacer otra cosa... Era incómodo aquel silencio. Algunos ojos se habían enrojecido por la rabia, otros se empezaban a vestir de agua. Un utilero rasgó la noche sacudiéndose sonoramente la nariz. Guti negó con la cabeza, como si desease creer que aquello era sólo una pesadilla, y Zidane se volvió despacio para tomar asiento junto a Raúl. Los directivos estaban dispuestos ya a retirarse del vestuario cuando el presidente, con los ojos turbados por un arrepentimiento sincero, dijo:

- Ahora comprendo el mal que le hemos hecho al fútbol entre todos permitiendo que se haya convertido, además de un deporte, en un negocio -se lamentó-. Me gustaría pedir perdón por lo que a mí me corresponda de todo este tinglado, pero creo que ahí afuera nadie lo comprendería... Ninguno de mis colegas...

Jorge Valdano sabía que ya nada tenía que hacer allí y abandonó el vestuario, desolado. Por el pasillo, mientras se alejaba lentamente, caminando con la cabeza baja, buscaba una fórmula para deshacer aquel contrato maldito, una fórmula que satisficiera por igual los caprichos del italiano y las ilusiones del Real Madrid y de los suyos, incluido el jugador. Porque estaba seguro de que la encontraría.

Y, sobre todo, pensando en el modo de secar las lágrimas de Raúl, porque la procesión de nubes negras que avanzaban por el cielo escocés ocultando la luna grande de Mayo no fue lo peor de aquella noche...

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Sueños de Saeta (Alejandro Pérez García - Argentina)


Estoy en el estadio Santiago Bernabéu de mis amores, la barrera está formada delante de la portería del fondo sur, ligeramente escorada hacia el lateral de los banquillos y casi al borde del área grande. ¡Qué recuerdos me trae!, ¡Si habré visto a Ferenc Puskas y a Michel lanzar libres directos y meter goles desde allí! Desde esta posición siempre se le pega con la cara interior del pie derecho, con mucho efecto pero templando para que la pelota sobrepase la barrera lo suficiente y caiga de sopetón a pocos metros de la portería.

Nos miramos Gento, Zidane y yo. Acordamos que sea yo el que tire, hoy me veo bien y estoy seguro de hacerlo bien, Hugo Sánchez, como siempre, irá a la segunda jugada si hay rechace. ¡Si sabré yo como pegarle, que llevo una vida en esto!

Me hace una señal el árbitro, Roberto Carlos desplaza ligeramente el balón hacia la derecha y Stielike la detiene, doy dos pasos, me balanceo, chuto con rosca sobre la barrera, el balón coge efecto y se dirige a la escuadra, veo la jugada a cámara lenta, como si fuera la moviola de Estudio Estadio, el portero pone cara de estreñimiento al ver que el balón supera la barrera y salta como un muelle con el brazo izquierdo extendido en dirección al balón, con el rabillo del ojo veo a Raúl que corre a por el posible rebote del primer palo, el reportero gráfico de detrás lanza fotos en automático, el fondo sur se empieza a levantar de las butacas. ¡Que momento!, me pongo de los nervios por la lentitud de la jugada, el portero se estira mas y mas y a falta de 20 cm. de tocar el balón la secuencia cobra vida real, cierro los ojos y oigo ¡Uhhhhhh!.

El portero la ha despejado in extremis golpeándose contra el poste y cayendo como un muñeco sobre el césped, inmediatamente entran las asistencias a socorrerle. En ese momento me traslado a la sala de prensa y me lamento ante decenas de periodistas de la oportunidad perdida, un periodista interrumpe mis diatribas y me pregunta si no reconozco mérito alguno en la estirada del portero, habida cuenta de los 8 puntos que le han tenido que dar en la frente y que ha salido aplaudido por el Bernabéu en pie tras la magnífica parada.

La respuesta me sale de forma espontánea: -Este es mi sueño y ese era mi momento, no hay derecho a que se me robe la ilusión de un gol así, por lo que se suspende la rueda de prensa ¡Insolente! A preguntarle al portero pero en otro sueño, ¡Coño!

- Alfredo, Alfredo, ¿Qué te pasa, estás bien? -Preguntó su mujer con cierto sobresalto.

- Si, vieja, si estoy bien.

- ¿Volviste a tener el mismo sueño de siempre? -continuó.

- Si, el mismo de siempre… que se le va a hacer.

- ¿Pudiste marcar el gol? - preguntó inquieta

- No, lo atajó el arquero en el último minuto... como siempre.

- Bueno, viejo, no te preocupés y seguí durmiendo -le dijo su mujer intentando consolarlo.

- Tengo la sensación de que después de más de 40 años de soñar lo mismo cada noche, el día que consiga meter el gol, voy a terminar festejándolo en el córner con San Pedro... y realmente a estas alturas del partido creo que no me importaría ¿sabés por qué, vieja?

- No, Alfredo ¿por qué? -le respondió un tanto confusa

- Por que seguramente será el último y el mejor gol de mi vida.

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El ex jugador argentino Juan Carlos Touriño recuerda siempre con cariño y orgullo su llegada en el año Real Madrid. Ante su sorpresa por el gran cambio, lo primero que pensó fue: Un año como suplente y me voy a otro equipo. Incluso fantaseó con casarse en esos días de desocupado. Pero Miguel Muñoz lo puso de titular en lugar de Sanchís, papá del actual jugador del Real, y no le dio descanso.
Sin embargo, a los nueve partidos se lesionó los meniscos de la rodilla derecha. Enseguida, Santiago Bernabéu -entonces presidente del club- fue a visitarlo al hospital y le aconsejó: Aproveche y cásese ahora. Yo le respondí que buscaría una iglesia y él me contestó que ya estaba todo arreglado. Me había programado hasta la luna de miel, en un hotel cinco estrellas de Málaga. Y sin perder tiempo, Graciela Martínez se fue directo a España y desde el aeropuerto, al altar. Ya vuelto a las canchas y con el croata Miljan Miljanic como técnico, protagonizó una escena singular: En una práctica, me frené para vomitar y se acercó para preguntarme por qué no seguía corriendo. Y se despachó con un sermón: En la guerra nosotros vomitábamos corriendo porque si no nos mataban. Lo más hermoso que hay en la vida es hacer lo que a uno le gusta, poniendo todo el esfuerzo. Y encima, a ustedes les pagan. Me dejó pensando un rato largo. ­Menos mal que después me dijo que la había exagerado a propósito! Miljanic era así -sigue Touriño-.
Un día me citó para un entrenamiento y cuando llegué, mis compañeros no estaban. Hoy se entrena usted solo, me dijo. ¿Y la pelota?, le pregunté. No, sin pelota. Quiero que haga todos los movimientos que hace durante un partido. Estuve 20 minutos maquinando que jugaba: desbordé y mandé centros, saqué laterales, pateé tiros libres. Todo sin pelota. Cuando estaba por volverme loco me dijo que era suficiente. De esa manera, el tipo nos fijaba todas nuestras funciones.

(anécdota extraída del diario “Clarín” del 18/03/1999)

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El primer entrenamiento que hice con el Real Madrid, después de que el técnico Jorge Valdano me había dicho que yo era el quinto extranjero y tenía pocas chances de jugar, fue en una pretemporada en Suiza.
En ese primer entrenamiento estábamos haciendo un partido de nueve contra nueve. Yo estaba corriendo como un salvaje, porque entrenaba siempre como un salvaje. Y Valdano entró a jugar con nosotros... y sin quererlo, porque la pelota le llegó y no me pude detener, lo trabé fuerte, lo levanté por el aire y cayó al suelo.
Estando los dos en el piso, me dijo:
"¿Siempre entrenas así o sólo cuando odias a tu entrenador?

(IVÁN ZAMORANO, ex jugador chileno)

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Entrevista a Manuel Esteban y Tomás Roncero


A Tomás Roncero le delata la sonrisa con la que viste su saludo. Implacable en sus expresiones, el cuerpo le sigue para reafirmar lo que su boca exhala: un madridismo confeso que, en los últimos años, apenas sólo le da disgustos y le obliga a forzar más la mandíbula para mantener su faz alegre. Manuel Esteban, Manolete, es también rotundo en sus gestos. Bracea con insistencia en un orden casi siempre vertical para dejar bien claro que lo que dice va a misa, o al Calderón, según este colchonero de corazón, quien tiene en el feudo rojiblanco el templo de sus sueños y sus desvelos. Un seguidor del Real Madrid y otro del Atlético de Madrid, ambos acostumbrados a la discusión y al debate, separados por sus colores, pero unidos por el amor al fútbol y el convencimiento que en este deporte algo sobra: la violencia. Esta es la entrevista realizada a los dos periodistas de “As”:

Pregunta (P): Usted, Tomás, es del Real Madrid ¿me equivoco?

Tomás Roncero (TR): En absoluto. Más blanco que el Bernabéu.

P: Y Usted Manuel, evidentemente del Atlético ¿cierto?

Manuel Esteban (ME): Tenlo tan claro como que el Atleti es el mejor equipo de Madrid.

P: Sin embargo, ustedes son amigos.

TR: No me queda más remedio. El pobre Manuel se dio un golpe en la cabeza y mírale: está hecho uno más del Atlético. Le tengo que perdonar sus pecados e intentar llevarle por la buena senda del madridismo.

ME: A mí, fíjate, me pasa algo parecido. La gente descarriada me da algo de pena y siempre he sido generoso con los demás. Verdad solo hay una, es rojiblanca y a Roncero tengo que intentar enseñársela, aunque dudo de que algún día la vea.

P: Por lo visto, no dejan ustedes sus diferencias por los colores ni en una entrevista.

TR: Claro que no. Esto es lo más bonito que tiene el fútbol. Poder discutir con algún conocido en el bar de la esquina, en tu peña de amiguetes o en el trabajo aporta a este deporte una salsa sin la que sería bastante más aburrido. De hecho, presumimos de esa variedad. La afición en nuestro país es enrollada, latina, fresca, es, en definitiva, la representación de una forma de vivir natural y tolerante.

ME: Estoy totalmente de acuerdo. El fútbol es pasión, rivalidad, corazón y eso implica pasárselo bien discutiendo durante un partido con el que tienes al lado para, cuando el árbitro pita el final, irte con él a cenar y reírte a carcajadas de todo lo que ha sucedido durante ese encuentro. Todo lo que sea traspasar esa barrera de lo sano es de burros y gente que no merece un espacio en nuestra sociedad.

P: Entonces, ¿por qué tiene el fútbol esa fama de espectáculo violento?

ME: Es una mala fama que no se puede atribuir en ningún caso sólo al deporte por el deporte, al fútbol por el fútbol. Lo podemos comprobar con los chavalines que juegan cada fin de semana en los campos de toda España e incluso en los partidos que disputan los amigos a cualquier edad. Ahí no hay violencia. La violencia surge cuando insertamos el fútbol en un panorama social, cuando es la sociedad la que se une al fútbol y refleja, por lo tanto, todas sus miserias en un deporte. Pasa también en muchos otros espectáculos. No puede caerle al fútbol toda la culpa por ese estereotipo mal aplicado.

TR: Yo invito a otra reflexión que incluso va más allá de la que aporta Manolete. En los últimos años los casos de violencia en el fútbol, de vergüenza en este deporte, los han aportado los propios protagonistas del espectáculo y no tanto los aficionados a los que se les otorga el estereotipo de exaltados. Unos ejemplos: Rijkaard rompió un banquillo en el Lluís Companys de un puñetazo; jugadores de Valencia e Inter se lían a tortazos tras una eliminatoria de Champions League, los presidentes de Sevilla y Betis se enzarzan en discusiones subidas de tono por una simple foto. Son sólo unos cuantos casos que evidencian que la sociedad no tiene tanta culpa en esa mala imagen que se le quiere atribuir al fútbol. Las estrellas de este espectáculo son los que deberían reflexionar para dejar de creerse el ombligo del mundo y abandonar el egocentrismo que les impulsa a actos así.

P: Lo que dicen es cierto, pero no lo es menos que un aficionado pudo matar al entrenador del Sevilla, Juan de Ramos, por un botellazo en un partido de Copa del Rey.

TR: Sí, pero estoy convencido de que aquello no hubiera sucedido sin las provocaciones previas entre directivas. El ambiente estaba demasiado caldeado y ese acto de un necio fue sólo la consecuencia de un bochornoso comportamiento entre varios dirigentes que se desenvolvieron como dos miembros más de cualquier barra brava. Sea como fuere, son actos que se deben perseguir, no podemos dejar a los violentos impunes.

ME: Se deben perseguir tanto en la grada como en los despachos. Somos muchos los que llevamos tiempo reclamando sanciones duras contra los directivos que se comportan de manera grotesca, tal y como sucedió en los prolegómenos de ese Betis-Sevilla. Actuaciones así sólo sirven para alentar a los 50 imbéciles que acuden a un campo de fútbol con intenciones violentas. Si sus presidentes se permiten extralimitaciones verbales, ellos se sienten legitimados para sacar pecho y cometer las burradas que vimos en ese derby.

P: Quizá el primer fallo es permitir el acceso a los estadios a esos 50 violentos.

ME: Que no te quepa la menor duda y ahí son de nuevos los directivos del fútbol los que tienen que actuar, en ningún caso se puede responsabilizar al aficionado que acude a un campo.
Son los clubes los que permiten que los grupos ultras tengan cuartos donde guardar las herramientas con las que cometen sus tropelías, los que les facilitan carnés de socio a precios económicos, los que les ubican en gradas privilegiadas o los que les financian los desplazamientos. Hasta que no se consiga cortar el grifo de las gratificaciones a semejante chusma, no seremos capaces de avanzar seriamente para poner fin a la violencia en el deporte.

TR: Tampoco podemos dejar a los clubes solos delante de semejantes decisiones. También la ley debe actuar para criminalizar a todo aquel individuo inadaptado que pretende convertir el fútbol en una crónica de sucesos constante. El Estado posee una capacidad punitiva que debe esgrimirse con la máxima radicalidad posible para aislar al violento de cualquier deporte. Solo así conseguiremos que el fútbol deje de estar teñido por actos siempre aislados, pero nunca olvidables.

P: ¿Los medios de comunicación deben cambiar en algo para evitar la violencia?

TR: Está claro que podemos tener nuestra parte alícuota de culpa. Pero, sinceramente, no creo que sean los medios de comunicación los que alientan a la violencia en el fútbol.
Sólo reflejamos, siempre de manera muy comedida, la pasión que tiene este deporte. Si fuéramos totalmente asépticos, si no diésemos esa imagen de ímpetu que posee el fútbol nadie querría comprar un periódico o escuchar la radio o ver un partido por televisión. En general somos bastante honestos.


ME: En realidad solemos ejercer una función de barrera para frenar este tipo de actos violentos. Cuando detectamos que determinada actuación o determinado evento pueden alimentar la violencia, activamos los mecanismos necesarios para llamar a la calma, al sosiego y al espectáculo bien entendido; prever, en definitiva, cualquier desmadre de dimensiones incalculables.

P: Muchas gracias y que gane el mejor.

TR: Gracias a vosotros y seguro que ganará el Real Madrid. Siempre el Madrid.

ME: Gracias, pero no hagáis caso a Tomás. Si tiene que ganar el mejor, ese será el Atlético de Madrid.

(entrevista del periodista Francisco Javier Martín y publicada en la revista "Deporte y gestión de Madrid" Nº 14, Febrero/Marzo de 2007)

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Florentino Pérez (Josep Solé Balcells - España)


Solamente en castellano
un versito hice yo,
a un sobrino muy querido
que no pude decir no.

Pues mi hijo lo leía
con un ramo de azar,
a la novia que en su dia
esperaba en el altar.

Vamos pues por Florentino
que en las urnas arrasó,
de la mano de aquel Figo
que el bolsillo le llenó.

Y que ahora se lamenta
pues no es ya su blasón,
le ha salido un pez rana,
le ha salido un llorón.

Una cosa es pensarlo
otra es que salga bien,
si en negocios es un lince,
en el fútbol no llega a cien.

Que Zidanes y Pavones
un fracaso sin igual,
un galáctico cada año
en error monumental.

Porque son solo pesetas
lo que quiere el jugador,
los galones son por ellos,
marketing y no color.

Cambiando cada día
la banqueta no tendrá,
lo que falta en la casa
unión y bien estar.

Todo son lamentaciones,
si la culpa es arbitral,
porque tiene en los ojos
una paja colosal.

Que bonito pelotazo
con ayuda del PP,
lo que antes era gloria
gallinero vuelve a ser.

Que cantando el Sr. Carlos
nunca acierta en su canción,
en Diciembre o en Marzo
la primera posición.

Y hablando de arbitrajes
que recuerde el serñor,
en la Liga 2004
quince puntos a favor.

Si al final de la contienda
no ganaba el mandamás,
de Raúl el piscinazo
y tres puntos ganarás.

Lo que más me gustaría
a usted verle dormir,
de seguro que sus sueños
me harian divertir.

Si con Eto’o falló un día
Ronaldinho otro tal,
que el Barça con tal dúo
un eterno recital.

Y por fin haga las cuentas
que sus números no saldrán,
y que esto del fútbol
no es usted un gentilman.


(Toda mi gratitud para Don Josep Solé Balcells, que con sus 94 años de edad nos da lecciones de vida a través de la poesía, y también a su sobrina Patricia por su deferencia para que fuera posible poder publicar esta poesía que data de 2004.
Don Josep escribe en catalán, es por ello que ha tratado de acomodar de la mejor manera la rima al castellano, cosa que muchísimo agradezco)

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Si Drenthe juega como extremo, tiene que tapar esa zona cuando haya que defender y después debe atacar y demostrar el juego que tiene, que lo tiene. Además, debería cortarse el pelo y quitarse esos pendientes.

(ALFREDO DI STÉFANO, emblema viviente del Real Madrid, opinando ayer en Diario "As" de Madrid acerca del lateral holandés)

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Ronaldo


De todas las religiones diseñadas en el siglo XX, la más poderosa es el deporte, y muy especialmente el fútbol en Europa, América Latina, parte de África y Asia. La definitiva implantación del fútbol como religión no revelada se produjo en los últimos 50 años, y a pesar de que no tuvo profetas, ni dioses sobrenaturales que lo avalaran, dogmas y rituales dieron a este deporte la gravedad de toda comunión de los santos y dos superestructuras de poder, una iglesia (la FIFA) y un Dios.
El primer Dios futbolístico contemporáneo fue Alfredo Di Stéfano; a continuación Pelé, luego Cruyff, después Maradona y mediados los años noventa del siglo XX, recién derribado el muro de Berlín, se produjo una crisis teológica grave porque existía la religión, el ritual más mediatizado que nunca, presidentes de club a lo Berlusconi que aspiraban a ser Fu Manchú o Bin Laden, pero no había manera de encontrar un Dios irrebatible.
Fue entonces cuando la FIFA tomó la iniciativa de prefabricar un joven Dios aupado a los cielos en pocos meses, los que median entre su hibernación en un club holandés y su explosión en el FC Barcelona. A pesar de su juventud, Ronaldo demostraba que necesitaba estímulos económicos y deportivos por encima de lo común, y cuando consiguió el título de mejor jugador de la FIFA, el nuevo Dios de una religión de diseño y marketing fue coronado.
Cargo indiscutido hasta que empezaron a rompérsele las rodillas, prueba evidente de que los dioses artificiales no tienen el envidiable esqueleto de los dioses originales, y en el caso de Ronaldo su corpachón de sprinter no se correspondía con sus rodillas de primera bailarina del Bolshói. Es un decir.
Remendado y campeón del mundo, Ronaldo quiere ir al Real Madrid, lo cual suscita una compleja situación en la que Valdano no le quita ojo de las rodillas y Florentino Pérez lo considera una inversión sacramental, con o sin rodillas, ¿no hizo Di Stéfano propaganda de las medias Berkshire gracias al injerto de las excelentes piernas de una modelo?
Para Pérez, Ronaldo es Dios, marketing celestial puro, y cuando los técnicos le piden un defensa central, le hablan en prosa y alejan al Madrid de la teología, único ámbito situado más allá de la intercontinentalidad.

(artículo de Manuel Vázquez Montalbán, publicado en el diario español "El País" del 19/08/02)

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Lo realmente asqueroso es que el Real Madrid, como en su día fue el club del general Franco, posee una historia, antes de la llegada de la democracia a España, de conseguir a quien quiere y de la forma que quiere.
(Sir ALEX FERGUSON, entrenador del Manchester United, criticando a la entidad merengue quien pretendía a Cristiano Ronaldo, 28/10/08)

El único Franco que conozco fue uno que jugaba de interior en el Coruña. Nosotros íbamos por toda Europa y aquí regía el régimen franquista. ¿Y qué quieren que hiciéramos nosotros? ¿Tirar el balón al techo? Teníamos un buen equipo y por eso ganábamos.
(ALFREDO DI STÉFANO, Presidente de honor del Real Madrid, respondiendo a Alex Ferguson el 30/10/08)

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¿Usted cree que voy a llegar a un acuerdo con esa gente? ¡Jesucristo!, ni hablar. No les vendería ni un virus.

(Sir ALEX FERGUSON, entrenador del Manchester United, tras la victoria de su equipo por 5 a 3 ante el Gamba Osaka en semifinales del Mundial de Clubes, 18/12/08. Ferguson hace alusión al persistente interés del Real Madrid por Cristiano Ronaldo)

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Paul Breitner (Alemania)


Paul Breitner nace en Baviera el 5 de Septiembre de 1951. Comenzó su carrera deportiva con 17 años en el SV Kolbermoor. Posteriormente pasa al ESV Freilassing y de ahí es fichado por el Bayern de Munich en 1970 con el que forma parte de un mítico equipo con jugadores como Müller, Beckenbauer, Heynckes, etc.
Con su peinado "afro", su mal genio y sus enfados, Paul Breitner fue conocido como el rebelde del fútbol de Alemania Occidental.
Recordado como uno de los mejores jugadores alemanes de la historia, era un mediocampista y defensor polivalente, muy laborioso de gran versatilidad.
Su rapidez -era considerado un falso puntero- y la potencia de sus disparos lo convirtieron en un "defensor-goleador", Era de esos jugadores que parecían estar en todas partes, un todoterreno con una gran llegada a gol.
Tras ganarlo todo, tanto en su club como en la selección, decide marcharse al Real Madrid donde también consigue dos títulos de liga dejando su sello de su gran versatilidad.
Con la selección alemana ha vivido momentos históricos y sus goles han resultado decisivos para la conquista tanto de la Eurocopa de Naciones de 1972, en la que marcó un gol en semifinales, como en la Copa del Mundo del 74 en la que marcó un golazo en semifinales desde 25 metros a Chile (video, al final del post) y otro en la final contra la selección holandesa. Aquella misma noche, Breitner dimitió por primera vez de la selección nacional, porque los dirigentes estaban todos en el banquete y las mujeres de los campeones mundiales no pudieron entrar.
Pese a sus éxitos, y producto de su fuerte personalidad, entra en conflicto con su compañero, el "Kaiser" Franz Beckenbauer. Además, recibía muchas críticas del entorno deportivo por su espíritu provocador. Entonces decide probar suerte en el Real Madrid. Y su paso por el club merengue no pasó desapercibido: 2 Ligas españolas y una Copa del Generalísimo fueron acumulándose a su palmarés.
Guarda muy gratos recuerdos de su etapa como jugador del Real Madrid, “fue una etapa maravillosa, yo era muy joven cuando llegué a España en 1974”, rememora, “tuve la oportunidad de vivir el cambio hacia la democracia, algo que siempre es inolvidable en una sociedad”. Además, uno de sus hijos es nacido en España.
En Madrid, fiel a sus ideas progresistas, Breitner llamó la atención por su donativo de medio millón de pesetas a unos huelguistas de la fábrica Standard, en los últimos años del franquismo.
Con la misma desfachatez con que desafiaba a los federativos alemanes, reaccionarios hasta la médula, y se declaraba maoísta, Breitner se enfrentaba al agónico franquismo con su donativo a los metalúrgicos madrileños.
En 1977 volvió a Alemania, para jugar una temporada en el modesto Eintracht Brunswick, y en 1978 retorna al Bayern Munich en donde se encuentra con un joven delantero llamado Karl Heinz Rumennigge con el que tiene una gran conjunción formando la popular asociación sobre el césped denominada "Breitnigge" por el periodismo deportivo de su país.
En 1978 en un partido de clasificación contra Grecia, para el Mundial de Argentina ’78, se retira oficialmente de la selección pero regresa en el 82 en el Mundial de España quedando subcampeón.
En España, y aunque perdieron el primer partido (2-1) frente a Argelia, la RFA logró llegar a la final, donde fue desbordada por la Italia de Paolo Rossi (3-1). Breitner tuvo que contentarse con reducir el marcador con un disparo de afuera del área, convirtiéndose de paso en el único jugador, junto a Vavá y Pelé, en haber marcado en finales diferentes de la Copa del Mundo.
Durante el Mundial de 1982, Paul Breitner marcó fuertemente la pauta del comportamiento insolente de los jugadores de la República Federal alemana durante el Mundial, con sus salidas de tono y declaraciones a la Prensa y televisión del estilo de "me importa un carajo", o "eso son gilipolleces".
Tras su retiro, en 1983, se convierte en presidente del Bayern Munich y tras dejar la presidencia se dedica al mundo de la televisión y a representar marcas deportivas.
Ha sido 48 veces internacional con la selección alemana marcando 11 goles. En la Bundesliga ha jugado 285 partidos marcando 93 goles y siendo nombrado mejor jugador de Alemania en la temporada 80/81.
Breitner fue blanco de las críticas por el mal estilo, dentro y fuera del campo, de la selección. No parecía importarle mucho, porque él siempre fue un individualista, acostumbrado a nadar contra la corriente.

Trayectoria

* 1970-1974: Bayern Munich
* 1974-1977: Real Madrid (España)
* 1977-1978: Eintracht Braunschweig
* 1978-1983: Bayern Munich

Palmarés

Torneos Nacionales

* Ligas Alemanas: 1972; 1973; 1974; 1980 y 1981
* Ligas españolas: 1975 y 1976

Torneos internacionales

* Copa de Europa: 1974
* Copa Mundial de Fútbol: 1974
* Eurocopa: 1972


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El legendario puntero izquierdo español, Francisco Gento, ganó 6 veces la Copa de Europa vistiendo la camiseta del Real Madrid, 5 de las mismas de forma consecutiva.
La primera de ellas fue en 1956, cuando el equipo "merengue" venció en la final al Stade Reims, de Francia.
La segunda Copa de Europa fue la de 1957, derrotando en el partido decisivo a la Florentina, de Italia. La tercera la ganó en 1958, ganando la final al Milán, de Italia. La cuarta Copa de Europa la obtuvo en 1959, al derrotar nuevamente al Stade Reims de Francia y la quinta consecutiva fue la de 1960, al triunfar frente al Eintracht de Frankfurt, Alemania.
Hasta acá, eran tiempos en el que Real Madrid tenía un conductor absoluto: Alfredo Di Stéfano, acompañado por figuras de la talla de Puskas, Rial, Kopa, Santamaría y el velocísimo Paco Gento.
La sexta y última Copa de Europa ganada por Gento en la temporada 1965-1966, en su última etapa de jugador. Fue cuando el Real Madrid derrotó en la final, en el estadio "Heysel" (de Bruselas) al Partizán de Belgrado por dos a uno.
"A esta última Copa le di mucho más valor que las anteriores, porque en el equipo éramos casi todos españoles", recordaba años atrás el escurridizo Gento.

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A comienzos de 1959, el club Real Madrid le había echado el ojo a un brasileño que acababa de consagrarse campeón del mundo en Suecia '58: Waldir Pereira, Didí.
Era figura de Botafogo, como un futbolista fino, estilizado, al que se le adjudicaba ser el inventor de la "folha seca" (un disparo seco y fuerte).
Didí golpeaba la pelota con la parte exterior del pie, con bastante potencia, elevándolo por encima de la barrera, y por lo general marcaba el gol de forma espectacular.
Al principio daba la impresión que la pelota iba a la tribuna, pero enseguida bajaba hacia el ángulo del arco para convertirse, lentamente, en gol, como caen las hojas secas (folha seca).
El tema es que el entrenador Fleitas Solich lo llevó al Madrid, con toda la pompa de haber sido una de las piezas clave, junto a Pelé, del Brasil ganador de la Copa del Mundo en Suecia.
Pero todo terminó con una gran desilusión: Didí fracasó rotundamente. Su traslado cansino por el campo de juego y su escaso espíritu de sacrificio no cuajaron con la manera de transpirar la camiseta de Alfredo Di Stéfano o Gento. Didí duró muy poco jugando en Europa y pronto regresó a su país, mientras que el propio presidente del Real, Santiago Bernabeu, declaraba a la prensa, de manera irónica: "Hemos pagado las hojas secas a precio de oro dieciocho quilates".

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