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Dirceu Lopes está entre los jugadores que son considerados grandes estrellas y cracks. En mi opinión estaba en el nivel de Zico, Roberto Dinamita, Tostao y Pelé, entre otros. He jugado con él en Cruzeiro y contra él, pude ver talento, velocidad e inteligencia. A pesar de la falta de altura no tenía miedo y encaraba las defensas con valentía. Un jugador extraordinario.

(BRITO, ex campeón mundial en México 1970, opinando sobre su ex compañero en Cruzeiro)

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Partido de ida por la final de la Copa Libertadores 1997 entre Sporting Cristal (foto) y Cruzeiro.
Un día antes del encuentro, mientras los de Belho Horizonte realizaban el reconocmiento de la cancha y la iluminación del Estadio Nacional de Lima, un grupo de socios de Universitario se reunió en la puerta del estadio, llamaron a un conocido hincha de la Trinchera y le solicitaron un trabajito urgente para cuando el campo quedara vacío.
El barrista debía ingresar al Estadio Nacional y en la pista atlética debía formar una "U" con 5 kilos de sal que le entregaron los socios. De esta forma iba a "salar" a Cristal para que no ganara la Copa y no supere la campaña de la "U" en 1972.
El muchacho esperó un descuido y aprovechó la cantidad de brasileños y pudo ingresar para cumplir su tarea.
Al día siguiente Sporting Cristal empató sin goles con Cruzeiro prácticamente perdiendo las posibilidades de ser campeón de América.
Desde entonces hasta el 2002 Cristal no ganó el campeonato nacional, para los hinchas "cremas", todo fue culpa de la "cancha salada".

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Pelé (Brasil)


Tenía el físico ideal para jugar al fútbol: altura, musculatura. Las piernas perfectas: grandes arriba y finitas abajo. El físico estaba siempre predispuesto a obedecer todo lo que mandaba el cerebro. Era malo. Devolvía golpe por golpe. Si recibía, esperaba el momento de la devolución y seguro que se cobraba. Nunca repetía una jugada. Era el rey del engaño y el que lo marcaba tenía que barajar diez posibilidades que el negro, seguramente, manejaba en un segundo.
En técnica individual era perfecto. Una vez jugando yo para Cruzeiro y él para Santos nos pusimos a charlar antes de la iniciación del partido en el medio de la cancha. En determinado momento me confesó: "No digas nada, pero a fin de año dejo de jugar al fútbol". Me rompió la cabeza. Estuve quince minutos desconcentrado pensando solamente en eso.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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Jugar “de sobra”


Un jugador, un defensor que ocupa el puesto que yo ocupé, tiene varias posibilidades para marcar al atacante contrario: anticiparlo o achicarle el terreno. Si el delantero tiene visión, panorama y precisión en la pegada, se hace muy difícil anticiparlo. Las posibilidades del defensor se acrecientan cuando se achican los espacios porque ahí es más probable que el delantero se equivoque. Allí el defensor tiene un ochenta por ciento de posibilidades a su favor.
Cuando llegué al fútbol brasileño, me pasé un tiempo largo sin tocar la pelota. Salía a interceptar y quedaba pagando porque el delantero tocaba la pelota en el camino, jugaba a un toque. Me salvó Dreyer, un muchacho argentino que había jugado en River y en Curitiba. Un día me dijo: "Roberto, tírate quince metros atrás". Le hice caso y empecé a jugar de zorro, arriesgando mucho menos. A esa función los brasileños la llaman “la sobra”, es como la viruta de las maderas. En otros lugares la denominan barrido, porque lo que el zaguero hace es barrer la sobra del anticipo perdido por un compañero, aprovechar el roce, el pase mal dado, socorrer al compañero que está luchando por la pelota.
Jugar "de sobra" requiere más inteligencia que despliegue físico. La gente de la tribuna dice: "No corre pero las agarra todas". Y las agarra porque siempre está bien colocado, porqué sabe deducir hacia dónde irá la jugada. Es todo lo contrario del que se la pasa rechazando de chilena y patadas voladoras, de los que hacen acrobacia.
Jugar "de sobra" es defender pensando. Es saber cuál es el momento justo para entrar en acción.

El defensor central siempre tiene que volver a la base, como los hacen los tenistas después de pegarle a la pelota. Cada vez que el zaguero central termina de intervenir en una jugada que tiene que volver a su zona, porque si se distrae y no lo hace, después llega tarde. Siempre hay que volver rápido y estar listo para defender bien ubicado.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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Las cábalas


Las cábalas son una institución dentro del ambiente del fútbol. Las respetan hasta los que no creen en ellas. Tiene mucho que ver con el miedo, con esa impotencia que siente el jugador antes de la competencia, con esa tensión nerviosa que le produce saber que algo va a pasar pero no sabe qué. El jugador siente mucho miedo, en esos momentos, pero no miedo físico, a una lesión o a una agresión. Su temor es de otro tipo. Le teme a lo desconocido. Por eso recurre a las cábalas.
Yo las tuve. Simples, inofensivas. Siempre me ataba primero los cordones del botín izquierdo. Cuando entraba a la cancha lo hacía con el pie derecho. Eran tan comunes como las de comer siempre en la misma mesa y con los mismos compañeros, la de ubicarse en el mismo asiento en el micro. Hay jugadores que se persignan al entrar a la cancha. Otros que se agachan, toman una matita de césped con la mano derecha y la besan. Mostaza Merlo venía a la concentración con un sobretodo largo y una bufanda roja cuando ya apretaba la primavera. Cuando River le cortó al Racing de Pizzuti su serie de treinta y nueve partidos invictos, nuestra reacción fue quemarle al Yaya Rodríguez el saco azul que había vestido durante tanto tiempo. Estábamos cansados de ese saco y la cábala ya se había cortado...
El espíritu cabulero aumenta cuando el jugador se hace técnico porque suma las propias a las del equipo. Lo curioso es cómo se mezclan las místicas con las paganas en el afán de encontrar una protección a lo que vendrá. Por las dudas se cree en todo y se mezclan las creencias.
El domingo que tenía que debutar en Cruzeiro, el masajista del equipo me despertó temprano. Muy temprano para lo que era habitual en mí: dormir hasta el mediodía los días de partido. Esa vez me despertó a las siete y media de la mañana:
-¡Vamos gringo que hay que ir a misa! -me dijo.
-¿Qué misa?, déjame dormir -le respondí.
El masajista insistió tanto que me tuve que levantar. Entonces ví como de una camioneta bajaban todo lo necesario para armar un altar. Estaban todos mis compañeros, el cuerpo técnico. No faltaba nadie. En medio de la ceremonia, el cura empezó a mezclar la liturgia con indicaciones tácticas hasta que terminó dándonos una verdadera arenga para ganar el partido, una charla técnica...
La misa terminó con una bendición general de los botines que íbamos a utilizar. Llegó la hora del partido, jugamos y perdimos.
Al domingo siguiente me acerqué al cura y le pregunté qué había pasado. Con una de esas sonrisas cancheras que identifican al mejor porteño me respondió de inmediato:
-Roberto... la bendición no es para un solo partido.
Las cábalas son una prisión de la cual no se sale más, por eso el sentimiento de culpa es tremendo cuando alguien se olvida de una y el equipo pierde. Yo no las niego, total no cuesta nada ponerse primero el botín derecho. Son parte del folklore y le dan material a la prensa. Pero yo nunca les di bola como jugador ni como técnico. Respeto a los creyentes, pero me incomoda pensar que un equipo gana por una cábala, porque hay demasiado pensamiento mágico en el fútbol con el que yo no estoy de acuerdo para nada.
Los éxitos sólo hacen aumentar la superstición.

(extraído del excelente libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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En el apartado de tácticas tiernas para "ablandar" al rival destaca la revelación que de Pelé hizo José Macia, "Pepe", segundo goleador del Santos brasileño, con 405 tantos entre los años 50 y 60.
Según Pepe, "el único defecto" que tuvo Pelé lo descubrió Píter, un defensa del modesto equipo Comercial, del estado de Minas Gerais. "Píter se le acercaba antes del partido y comenzaba a decirle: Pelé, ¿cómo está su madre, doña Celeste? ¿Y su padre, Dondinho? Me gustaría ir a su casa a tomar un vino con su hermano Zoca... "
Pepe asegura que "el negro se derretía con aquellas palabras y permanecía manso durante el partido". El desconocido Píter fue, quizá, el único en la tierra que supo anular al rey del fútbol.
¿Conversaciones o saludos en la cancha con el contrario? Ni pensarlo si en frente estaba el centrocampista Alejandro Mancuso, ex jugador de la selección argentina, Vélez Sarsfield, Boca Juniors y los brasileños Palmeiras y Flamengo. Mancuso, a quien le acusaban de recurrir "a una buena patada" al comienzo del partido para que el rival "pensara dos veces antes de intentar regatearlo", reveló que quedaba "indignado" cuando sus compañeros abrazaban o dialogaban con "los enemigos" antes del pitido inicial.
De ternura, mucha ternura, pudo haberse valido el Rosario Central en 1975 para desvelar e inquietar a varios jugadores del Cruzeiro la víspera de un partido de la Copa Libertadores. "No puedo probar que las mujeres que llegaron esa madrugada al hotel para despertarnos fueron enviadas por los directivos del Rosario Central. Pero coincide con la advertencia que nos habían hecho: que eso ocurría con los extranjeros que llegaban a jugar en el Gigante de Arroyito", dijo el ex guardameta Raúl Plassmann.
El Cruzeiro tenía la ventaja de poder perder hasta por dos goles sin poner en riesgo su continuidad en el torneo, pero volvió a Belo Horizonte eliminado tras sufrir una auténtica paliza. "Hacia las tres o cuatro de la mañana escuché que alguien tocaba la puerta de mi habitación y me levanté para abrir. ¡Qué sorpresa me llevé cuando vi una mujer bonita, sensual, maquillada!", relató.
"Mi reacción fue muy profesional, a pesar del impacto que una escena de esas puede causar a un hombre que lleva varios días en una concentración", dijo el ex jugador del Sao Paulo, el Cruzeiro y el Flamengo, y ganador de la Copa Libertadores en 1975 y 1981. "Casi lloro el resto de la noche. Al día siguiente, después del partido, me arrepentí por haber rechazado a la chica", admitió Plassmann, quien supo después que otros compañeros fueron tentados por tres mujeres más.

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Magia y fetichismo



Las cábalas son comunes al fútbol de todo el mundo y varían de acuerdo con las características culturales de cada pueblo. Las nuestras se cuentan entre las más inocentes, las más ingenuas.
Cruzeiro tenía contratados dos macumberos. Los tenía contratados el presidente del club. Cierta vez que jugamos una final con Palmeiras, los dos estaban en el vestuario. Los disfrazaron de reporteros gráficos. Entraron a la cancha con bolsones, cámaras y flashes. Su misión era pasar por detrás del arco de Palmeiras, ingresar a la cancha y tirar, en el arco, tierra de un cementerio recogida la noche anterior. Lo más gracioso era que los macumberos cobraban el mismo premio por partido ganado que los jugadores.
Yo fui testigo de una historia realmente impresionante que ocurrió con Dirceu Lópes, mi compañero de equipo y de habitación en las concentraciones. Dirceu era el ídolo de la hinchada. Con Cruzeiro, en esa época, peleábamos todos los campeonatos. El día anterior a una de las tantas finales, también contra Palmeiras, amaneció con un terrible dolor en el talón. No podía apoyar el pie. Lo teníamos que alzar. El médico le aplicó inyecciones, calor, masajes, le hizo de todo. Se sentía cada vez peor. Se decidió esperar hasta el día del partido. Probó entonces y no se podía parar. "No puedo jugar", me dijo. Todos le llenaban la cabeza diciéndole que le habían hecho una macumba, que en el último partido entró al vestuario una persona a la que nadie conocía y le hizo un "trabalho".
El mismo día del partido, después del almuerzo, el presidente del club se acercó a Dirceu, le habló en el oído y se lo llevó.
En el templo lo esperaban una macumbera y dos ayudantes. Lo acostaron en una especie de plataforma, se tomaron todos de las manos y se concentraron invocando a los espíritus. La macumbera, de pronto, pegó un salto hacia atrás y cayó sentada, como posesionada. Transpiraba, recurría a los pases mágicos, sacaba polvos extraños, dientes de ajo. Pero a Dirceu le seguía doliendo...
Cuando Dirceu le dijo que igual le dolía puso una palangana debajo del pie dolorido, estrechó la ronda alrededor de Dirceu, pidió a todos que recen con fe, agarró el talón dolorido de Dirceu y le aplicó un tremendo mordiscón. Enseguida escupió un hueso de víbora que, presuntamente, el jugador tenía clavado en su talón. Dicen que es la macumba mayor que se puede hacer. Pero lo cierto es que Dirceu Lópes jugó esa noche y no sintió ese dolor nunca más.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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