Una década de desmanejos llevó a Talleres de Córdoba a la situación límite que afronta en la actualidad.
27 de Marzo de 1999, sábado por la noche, Estadio Córdoba. Mientras Diego Garay, José Zelaya y Fernando Nicolás Oliva trataban de convertirle goles a José Luis Chilavert, el arquero de Vélez Sársfield, dos empleados de seguridad de Talleres ingresaban a las boleterías y llenaban sus gruesas camperas con billetes.
Por entonces, los embargos a la tesorería albiazul estaban a la orden del día, los gastos eran demasiados y había que agudizar el ingenio para llegar a fin de mes. Una vez cumplido el trámite, los custodios salieron presurosos en dos autos, acompañados por tres empleados y un directivo de la "T".
Lo que cambió la rutina fue la decisión de parar en un bar a mitad de camino, frente a la plaza Jerónimo del Barco de barrio Alberdi, quizá para brindar por la obtención del nuevo botín. Al bajar de los vehículos, el arma de uno de los policías se disparó, lastimándole el glúteo, el muslo y la rodilla derechos. "Siempre salíamos con los autos. Se manejaba muy mucha plata.
Aquella vez creo que eran 300 mil pesos-dólares", le reveló a La Voz del Interior uno de los implicados. Al accidentado, en aquel momento integrante de la fuerza de seguridad provincial, le costaría un año rehabilitarse y reintegrarse a sus labores.
Este episodio, que no figuró en ningún parte policial y tampoco en las crónicas periodísticas de la época, sintetiza como pocos lo que vivió Talleres en los albores del nuevo milenio. En lo deportivo, fue una época de nuevas sensaciones, seguramente dominadas por la embriaguez que provocan las copas. En lo institucional, significó el principio del fin.
Carlos I, el ambicioso
De aquello y mucho más fue capaz la gestión que se extendió entre 1999 y 2004. En ese lapso, fueron moneda corriente la doble venta de pases de futbolistas, las irregulares concesiones de las divisiones inferiores (Dimecor, Norton y Grupo Rex) y los golpes de efecto político que se consumaron a cualquier precio. Ni hablar de los 900 documentos emitidos con nulo respaldo, que le valieron al mandamás albiazul Carlos Dossetti el mote de "El rey de los cheques voladores", tal la expresión que hizo famosa el ex directivo Rogelio Egea durante un mitin opositor.
Apuntalado por el influyente gerente deportivo Antonio "Pichi" Fauro, el sucesor de Mario Martín (desplazado por una interna feroz, renunció argumentando razones de salud) no escatimó esfuerzos en su afán de cumplir con la ambición de "quedar en el bronce" como un nuevo Amadeo Nuccetelli. Reformó el estatuto a gusto y placer para asegurarse la continuidad sin elecciones, en dos asambleas donde las pocas voces opositoras fueron calladas por miembros de la barra brava "Las Violetas".
Con el constructor Jorge Petrone como Mecenas, Talleres edificó su propio castillo de arena. Y una vez embarcado en la aventura de la Copa Conmebol, a mediados de 1999, promovería una auténtica "timba financiera", seduciendo a prestamistas con tasas que ni la usura podía afrontar. En 2004, ya distanciada de sus principales sostenes económicos, aquella directiva apostó un pleno a la permanencia en Primera. El descenso ante Argentinos Juniors dejaría herido de muerte a su reinado.
Carlos II, el magistrado
"Si (Álvaro) Díaz Cornejo queda a cargo del club, en 10 días pide la quiebra", aseguró Dossetti en uno de sus tantos amagues de paso al costado, ya con el equipo en la B Nacional. Un problema cardíaco, mientras negociaba la venta de un futbolista para pagarle al plantel, que se negaba a concentrar antes de un clásico con Belgrano, precipitó su salida el 22 de Octubre de 2004.
De ahí en más, pasaron 61 días hasta que el vicepresidente pidió el auxilio de la Justicia. Su último acto de gobierno fue aceptar una colecta de 45 mil pesos para evitar el remate de la sede. Hacía rato que los "notables" no aportaban. La última vez había coincidido con un misterioso viaje a Paraguay de un "seguridad" del club, antes del recordado partido con Sportivo Alagoano de Brasil, que arbitró el guaraní Ricardo Grance y que terminó con la obtención de su título internacional.
El 28 de Diciembre de 2004, el juez Carlos Tale decretó la quiebra. Para desgracia de los hinchas albiazules, no se trató de una broma del Día de los Inocentes. El magistrado -ajeno a los desmanejos a pesar de tener a cargo la convocatoria de acreedores- optó por la administración fiduciaria, pero el triunvirato original no tardaría en sugerir el gerenciamiento.
Un semestre le bastó para darse cuenta de que no podía manejar al club vendiendo bonos de 5 pesos en la cancha, compitiendo con los ex socios aportantes y sufriendo las constantes amenazas de "la Fiel", la fracción que ya había usurpado del poder de las tribunas.
Carlos III, el pingüino
Carlos Granero llegó al mundillo del fútbol de la mano de Carlos Quieto, empresario que tuvo su cuarto de hora exportando jugadores al América de Colombia en los ’80, cuando ese club era manejado por el Cartel de Cali. Santacruceño, abogado y peronista, al igual que Néstor Kirchner, acunó en su restaurante de San Telmo la proclamación de la primera fórmula presidencial "K".
En Talleres desembarcó en 1996, como representante del entrenador Ricardo Gareca. Después acercaría sponsors, negociaría con los que reclamaban aquellos aportes que solventaron la campaña de la Conmebol y saldaría deudas del club a cambio de jugadores.
Si lo hizo de su propio bolsillo, nadie lo sabe. Su cercanía con el kirchnerismo siempre lo puso en la sospecha de estar moviendo dinero ajeno. Después de la quiebra, y entusiasmado por Fauro, creó Ateliers, formó una alianza estratégica con el club Saint Ettiene de Francia y se presentó como candidato para gerenciar a la "T". Le alcanzó con muy poco: un capital de 12 mil pesos y su condición de único oferente que se amoldó sin reparos al marco legal impuesto por el juez.
Las malas decisiones deportivas, los desmanejos en el semillero y el recelo de los hinchas por su cercanía a Dossetti (él fue quien regateaba por el pase de González aquel 22 de Octubre) le fueron minando el camino. "Éste es el sueño del pibe", declaró en Julio de 2005, cuando asumió y prometió hacerle una estatua a Emilio Commisso, su primer DT. En Enero de 2008 vendió Ateliers en 2 millones de pesos.
Carlos IV, el enigmático
El 9 de Julio de 2008 los porteños levantaron sus miradas y se sorprendieron con un espectáculo inusual: la nieve que caía en Buenos Aires después de 87 años. Nadie advirtió la llegada del avión que traía entre sus pasajeros a Carlos Ahumada Kurtz, un empresario cordobés que había hecho fortuna en México y que luego de 32 años volvía al país para alejarse de los escándalos y empezar a lavar su imagen.
En el ocaso de la gestión Granero, Ahumada Kurtz llegó como caído del cielo. De él se conocía poco. Que en tierras aztecas había manejado dos clubes (León y Santos Laguna) y que había estado involucrado en episodios de coimas a políticos, que le valieron el apodo de "El señor de los sobornos" y tres años en prisión. Apenas llegó a Córdoba se declaró hincha de Talleres y, bajo la consigna "hechos, no palabras" prometió el ascenso.
Más adelante, protagonizaría en Buenos Aires un intento de fuga, confirmado por Interpol. Con la remodelación de la Boutique se metió a los hinchas en el bolsillo. Sus diferencias con Tale, con quien dice mantener "una batalla", hoy lo ponen en jaque. "Talleres ni va a caer, ni va a morir, ni va a desaparecer", dice ahora. Con ese nuevo eslogan respondió, desafiante, cuando el magistrado comparó la situación del club con la caída del imperio romano.
(artículo del periodista Hugo Caric, publicado en el diario cordobés “La voz del interior” del Domingo 14 de Junio de 2009)