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Primeros tiempos de Ramón Díaz como entrenador de River Plate (1996). Muy mala relación con la prensa. Un día me rezonga por unas declaraciones mías. Le dije que estuviera tranquilo, que iban a ganar la Copa Libertadores. Fue un pálpito, recién iba por cuartos de final. Me dijo que si se daba, me regalaba su 4x4 Mercedes de 60 mil dólares. Nos dimos un apretón de manos delante de unos cuantos colegas. La noticia trascendió por varios medios. ¿Vos viste las llaves? Yo no. Después me enteré, a través de un amigo en común, que la esposa de Ramón le había dicho “¿cómo le vas a regalar la camioneta a un periodista? ¿Te volviste loco?”.

(SERGIO RESK, periodista deportivo argentino)

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Uno de los goleadores históricos del fútbol argentino fue, sin dudas, Luis Artime (padre de Luis Fabián ‘Luifa’ Artime, ídolo de Belgrano de Córdoba).
Artime comenzó en Atlanta, se consagró en el River de los años 60, y también se cansó de hacer goles en Independiente, Palmeiras, Nacional de Montevideo y el seleccionado argentino, sin ejecutar penales. La única vez que lo hizo en Primera, se desgarró.
Fue un goleador excepcional, querido y respetado por todos y, por sobre todas las cosas, modesto y criterioso en sus procederes y declaraciones.
Pues bien, Luis Artime nunca negó su cariño por Racing, pese a ser el club al que le convirtió muchos goles. Uno de esos partidos en los que estaba inspirado, jugando para River y teniendo enfrente la camiseta de la Academia, se disputó el 26 de Mayo de 1963, en Núñez, por la 5ª fecha del torneo.
Racing era superior y en el segundo tiempo ya ganaba por 2 a 0, y con baile. Pedro Marchetta, de Racing, habilidoso y pícaro, hacía lujos, sombreros y caños, que dio insólito motivo para que el árbitro Roberto Goicoechea lo reprendiera por sus "cargadas".
Claro que sobre el final, Luisito Artime se despachó con 3 tantos en ocho minutos, para dar un vuelco fundamental al partido, ganando River por 4 a 2.
La síntesis de ese cotejo, fue la siguiente:
River Plate (4): Amadeo Carrizo; Ramos Delgado y Grispo; Sáinz, Cap y Varacka; Onega, Pando, Artime, Delem y Roberto.
Racing Club (2): Luis Carrizo; Anido y Mesías; Martín, Reynoso y Sacchi; Mattera, Marchetta, Mansilla, Julio San Lorenzo y Belén.
Goles en el primer tiempo: 35' Mattera (RC).
Goles en el segundo tiempo: 4' Julio San Lorenzo (RC), 25' Onega, de penal (RP), 35', 39' y 43' Luis Artime (RP).

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El Superclásico más espectacular de toda la historia


El recuerdo se dispara entre hojas amarillentas que se deshacen al contacto con las manos. Carlos Manuel Morete es un grito interminable, es la típica postal del gol. Tiene la boca abierta, los puños cerrados y Norberto Alonso, el “Capitán Beto” musicalizado por el ‘Flaco’ Spinetta, lo busca con la mirada para festejar.

Los dos son apenas unos pibes de pelo largo y cuidado, a la moda. Ese instante, congelado por la fotografía de la revista “El Gráfico”, marca el epílogo de aquella proeza del fútbol que Osvaldo Ardizzone tituló: “Un partido que no olvidaremos jamás”.

Acaban de cumplirse 30 años del clásico más electrizante y cambiante que River y Boca jugaron en casi un siglo de rivalidades bien entendidas y de las otras. Un 5 a 4 que no desentonó con el día de la madre y que cambió de dueño como los chicos de entonces cambiaban las figuritas. Era 2 a 0 para los de Núñez en nueve minutos, 4 a 2 para su rival en apenas 51 minutos y 4 a 4 hasta que Silvio Marzolini cometió un foul sobre la hora y al borde del área grande. El ya fallecido Jorge Dominichi tiró un centro, Ernesto Mastrángelo se filtró en el área chica y Morete le colocó la frutilla al postre, que River devoró sin contemplaciones y le provocó una indigestión a Boca.

Incomparable por sus alternativas, aunque no tanto por sus consecuencias -hasta ahora, la final que Boca ganó 1 a 0 en 1976 y lo consagró campeón no tiene contras en ese rubro-, será difícil que aquel clásico jugado el 15 de Octubre de 1972 por la primera fecha del torneo Nacional se repita. La cancha de Vélez, sin plateas sobre la calle Reservistas Argentinos y con una tribuna lateral y dos torres desde donde transmitían los relatores, resultó el escenario elegido. Apenas una verja separaba a las dos hinchadas sobre esa popular del costado. Los policías no se hacían notar como ahora y a casi nadie se le antojaba copar el sector del otro.

El sol iluminaba Liniers, Boca y River colocaban lo mejor que tenían sobre el césped y la primavera avanzaba entre ruidos de metralletas, el demorado regreso de Perón al país y los pavorosos asesinatos en serie de un criminal con cara de niño: Carlos Robledo Puch. La Argentina venía de dictadura en dictadura y era el turno de Alejandro Agustín Lanusse.

El 22 de Agosto, casi dos meses antes del clásico, la Marina masacraba a dieciséis guerrilleros detenidos en una base de Trelew. San Lorenzo ya había ganado el campeonato Metropolitano del ‘72, Boca venía dulce por la cosecha de títulos en la década del ‘60 y River intentaba, una vez más, despojarse de la malaria que lo perseguía; en 1957 había dado su última vuelta olímpica. Su sequía, en diciembre, cumpliría quince años.

Por entonces, Guillermo Vilas era “el mayor suceso del tenis argentino”, el Ford Falcon ganaba su primer título de Turismo Carretera con Héctor Luis Gradassi, Abel Cachazú y la ‘Pantera’ Saldaño se molían a golpes en un Luna Park desbordante y el campeonato Nacional que arrancó con aquel clásico imborrable desparramaba apellidos que nadie con menos de cuarenta años y la memoria de compañera, recordaría: Syeyguil de Belgrano, Parsechian de Independiente de Trelew, Pedone de Gimnasia y Esgrima de Mendoza y Chichozola de Bartolomé Mitre de Misiones, entre los más curiosos. En Córdoba ya se hablaba de un pibe que tenía condiciones para ser un fenómeno: Mario Alberto Kempes jugaba en Instituto y lo pretendía River, pero Central se quedaría con el pase.

En Octubre, la música progresiva seguía colocando mojones: Arco Iris estrenaba su ópera Sudamérica en el estadio Monumental. En Agosto, Sui Generis, con ‘Charly’ García y ‘Nito’ Mestre, había terminado de grabar su primer álbum, Vida y, al mes siguiente de aquel partido en el José Amalfitani, se desarrollaba Buenos Aires Rock III, que dio pie a la filmación de la película “Hasta que se ponga el sol”. El cine de ese año recibió con beneplácito una obra de Leonardo Favio que dejaría su huella: Juan Moreira.

Y, en la literatura, el éxito de la novela Las Tumbas, convirtió a Enrique Medina en un escritor de consumo masivo. El mundo, si se comparan las políticas que lleva adelante Estados Unidos desde que se constituyó en un imperio, no era demasiado diferente. Richard Nixon amenazaba a los vietnamitas, como ahora lo hace George Bush (h) con los iraquíes. “Estos bastardos no han sido bombardeados nunca como van a serlo esta vez”, dijo aquel antes de que el escándalo Watergate acabará con sus días en la Casa Blanca.

Voces del ‘72 y de hoy

La mayoría de los protagonistas del clásico que se jugó en una cancha de Vélez colmada, con hinchas increíblemente sentados sobre el cemento y sin incidentes, siguieron vinculados al fútbol cuando colgaron los botines. En River, Juan José López, Reinaldo Merlo y René Daulte son técnicos de Primera, Jorge Ghiso hizo su trayectoria en el ascenso, Ernesto Mastrángelo en las divisiones inferiores y Carlos Morete se dedicó a representar jugadores. En cambio, Norberto Alonso, tras una efímera experiencia como entrenador y un par de intentos frustrados como candidato a la presidencia de su club, hoy es columnista deportivo de la cadena Fox.

El Beto recuerda que se trató de “un partido impresionante. Nosotros veníamos de una gira por Europa con la selección y creo que habíamos jugado también por la Copa Libertadores. Yo llegué extenuado y me tocó disputar ese clásico de ida y vuelta. Fue un partidazo, pero no lo considero el mejor clásico, a no ser por la cantidad de goles. Será porque a mí siempre me gustó ganarles en la cancha de ellos y, los más gratos recuerdos, son de la Bombonera: el 3 a 2 que ganamos un día de mañana en el ‘81 o el de la pelota naranja con dos goles míos...”.

Si en River casi todos eligieron al fútbol como el medio de vida, aún después de la etapa como jugadores, en Boca sucedió otro tanto. Roberto Mouzo, Rubén Suñé y Osvaldo Potente trabajaron o trabajan en las divisiones inferiores xeneizes, Silvio Marzolini salió campeón como entrenador en 1981, con aquel equipo en el que brillaron Diego Maradona y Miguel Brindisi y ‘Cachín’ Blanco conduce en la actualidad a Atlético Rafaela. Carlos Pachamé acompañó a Carlos Bilardo durante toda su trayectoria en la Selección Nacional y Ramón Ponce ascendió con Banfield a Primera a mediados del 2001.

Este último, correntino, cantante y buen imitador, evocó del clásico un momento clave: “Cuando estábamos nosotros 4 a 2 arriba, los delanteros y los mediocampistas ofensivos nos perdimos casi diez situaciones de gol. Podríamos haber llegado a un resultado de catástrofe. Pero ellos se recuperaron y lo dieron vuelta. Ese mismo año, nosotros les habíamos ganado 4 a 0 en el Monumental con dos goles de Curioni y dos míos. Por eso, mientras un clásico significó una alegría enorme, al otro lo viví con bronca”.

Cuando Página/12 le leyó a Ponce una frase suya citada en El Gráfico en la edición posterior al partido, una auténtica muestra de su hidalguía -”Los felicito de corazón a los muchachos de River. Les tocó a ellos y que lo disfruten”-, el ex delantero comentó: “Mi manera de ser nunca cambió. Siempre pensé en frío en los momentos calientes”.

Otros tiempos, otro fútbol

En 1972, los nombres de los técnicos no aparecían en las síntesis con puntaje de la tradicional revista deportiva semanal, que el empresario Carlos Ávila discontinuó treinta años más tarde. Ni Juan Eulogio Urriolabeitía, ni José Varacka, los entrenadores de River y Boca, respectivamente, son mencionados, a no ser por alguna anécdota conocida en los vestuarios. El ‘Vasco’ debutó esa tarde como conductor del equipo ganador y siguió el clásico desde las plateas. Apenas pudo dar algunas indicaciones utilizando como correo al profesor Solé, el preparador físico.

Transcurridos algunos días, también se supo que el temperamental Pachamé -que había ganado todo con Estudiantes de La Plata y era una especie de caudillo- la había emprendido contra el juvenil Mouzo en pleno partido. Le reprochó que debía marcar a Morete y lo responsabilizó por los dos últimos goles de River.

Aquella tarde, José Perico Pérez, le atajó un penal a Rubén Suñé después de embolsar la pelota con una rodilla en alto y cometerle infracción en el área al cordobés Hugo Curioni. Gestual como pocos entre sus pares, el árbitro Luis Pestarino imitó la acción del arquero semejando un paso de baile, mientras recibía airadas protestas. Pérez, quien por entonces se perfilaba como un dirigente sindical incipiente de Futbolistas Argentinos Agremiados, llevaba desviados con ése, cuatro penales. Sería su especialidad, como ocurrió años después con otro arquero de River, Sergio Goycochea.

“Mandaron los sentidos. Y para los sentidos no hay decámetro, ni hectolitro, ni hectáreas, ni kilogramo”, escribió Ardizzone sobre ese acontecimiento al que no le encontró unidad de medida para juzgarlo. Al minuto de juego, ya ganaba River con un gol de Mastrángelo (foto). Había pescado un rebote que dio Rubén Sánchez tras un zapatazo con el sello de Oscar Más. Ocho minutos después, ‘Pinino’ metió el segundo. La defensa de Boca no hacía pie y el clásico parecía jugarse en Núñez, aunque se había mudado a Liniers.

River se lanzaba sin red al ataque y comenzaba a trastabillar atrás. Curioni descontó sobre la mitad del primer tiempo y Ponce, con un estupendo tiro libre, clavó el 2 a 2. Se agotaba la primera parte de un partido que ya tenía el voltaje por las nubes, pero todavía había más. Osvaldo Potente, un diez tan rechoncho de físico que no hacía honor al vigor que transmitía su apellido, aunque sí se destacaba por su rapidez e inteligencia para resolver en el área, estampó el tercero de Boca y la historia parecía trasladarse a la Bombonera. Pero no, no era cierto, seguía jugándose en aquel fortín neutral que sería escenario de unos cuantos superclásicos.

Cuando Potente estiró la diferencia a dos y su equipo se encaminaba a bajarle el telón a la tarde, Mas arrimó el bochín, el partido se convirtió definitivamente en partidazo y aún restaba el desenlace que lo llevaría a la categoría de inolvidable. River se ponía a tiro de Morete o del empate, que era como decir lo mismo. El ‘Puma’, uno de esos centrodelanteros de tranco largo, definiciones certeras y que, por esas curiosidades del destino, daría sus últimos pasos en el fútbol jugando junto a Maradona en el Boca del ‘81, empató a los 17 minutos del segundo tiempo. Cuatro a cuatro, más situaciones de gol en las dos áreas y aquella definición en la boca del arco del goleador riverplatense sobre la hora, hicieron crujir la cancha, aumentar las pulsaciones y acabar con la incertidumbre.

Mastrángelo, uno de los bromistas más festejados del fútbol en los años ‘70, viajó horas después a Rufino para depositar su camiseta con la banda roja en el nicho de su madre. La satisfacción de unos no pasó de las cargadas posteriores en la semana siguiente y el pesar de los otros se esfumó en 1973, con una de las tantas goleadas que registra la historia de los clásicos. El 27 de Junio de ese año, siete días después de ocurrida la masacre de Ezeiza en el definitivo regreso de Perón al país, Boca despachó a su rival de toda la vida con un 5 a 2 en la Bombonera. Pero había sido por otro torneo, el Metropolitano, sólo reservado a los clubes directamente afiliados a la AFA.

En cambio, el campeonato federal ideado por el fallecido Valentín Suárez en 1967 fabricaba goleadas de molde que los grandes equipos de Buenos Aires les propinaban a los semiamateurs del interior. Su arranque en la edición de 1972 no podía haber sido mejor. La exhibición de fútbol casi insuperable de aquel River-Boca debería ocupar un lugar en las vitrinas de nuestros mejores momentos deportivos. Como homenaje al fútbol, por la pasión que despierta y también como tributo a lo que simboliza aquel estribillo caído en desuso, que no vendría mal entonar en estos tiempos de sinrazón y puro exitismo.

“Ganamos, perdimos, igual nos divertimos...”.

(artículo de Gustavo Veiga publicado en el Diario “Página 12” del domingo, 27 de Octubre de 2002)



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Hice un gol de tiro libre jugando el clásico (River-Boca) y deseaba fervientemente que nadie hiciera ningún gol más. Sobre la hora se escapó solo Pedro González y yo rezaba para que no lo hiciera, así la historia iba a decir que habíamos ganado un clásico con un gol mío.
Un deseo muy loco, irracional y vanidoso, pero futbolero.


(ROBERTO PERFUMO, ex futbolista y entrenador argentino)

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Los clásicos son partidos especiales. Se juegan más por la gloria de ese momento que por cualquier otra cosa.

(CARLOS MARÍA GARCÍA CAMBÓN, ex futbolista argentino, muy recordado por sus cuatro goles a River Plate, el 3 de Febrero de 1974, defendiendo la casaca de Boca Juniors)

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Esta pequeña anécdota le ocurrió a Ángel Labruna, figura legendaria del fútbol argentino. Labruna fue principalmente un excelente goleador que marcó una época en el River Plate. Su vida está llena de anécdotas y de historias como la que sigue: A los 29 años Labruna enfermó de gravedad y como consecuencia dejó de jugar por seis meses. Al “feo” le habían recetado unos medicamentos equivocados y se le inflamó el hígado provocándole un derrame de bilis. Cómo el mismo dijo, "me salvé de casualidad".
Cuando pasó todo, volvió a la reserva, que se jugaba los jueves. En el periódico "La Razón" publicaron que el jugador estaba tan bajo que lo mejor que podía hacer era 'colgar las botas' (retirarse).
A Labruna le supo tan mal que su amor propio le obligó a trabajar como un loco para volver a ser el que había sido. Gracias a aquella nota en el periódico, Angelito pudo decir: "jugué trece años más en Primera División". Y es que Labruna se retiró a punto de cumplir los cuarenta y dos años.

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Alejandro fue mi primer amigo en Buenos Aires. Nos faltaba ganar la Libertadores, y él lo logró. Primero se dijo que el que sabía era yo. Después, el 'Tolo'. Pero hoy se ve que el que sabía era Sabella, je. Por eso me estoy dedicando a otra cosa.

(DANIEL PASSARELLA, flamante Presidente de River Plate, recordando sus tiempos de entrenador conjuntamente con Alejandro Sabella -actual DT de Estudiantes de La Plata- y Américo Rubén Gallego, entrenador de Independiente de Avellaneda. Diario "Olé" 15/12/09)

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Contento por mi debut, lo hice bien y por suerte pude lesionar a Francescoli.

(LUIS “Chiqui” CHAVARRÍA, ex futbolista chileno, participó en las Eliminatorias de Francia 1998, concretamente en un partido entre Chile y Uruguay, que finalizó con victoria para Chile por 1 a 0 y en el que lesionó al crack oriental)

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El primer superclásico del fútbol argentino en la era profesional, el primer River y Boca de 1931, se disputó el domingo 20 de Septiembre, en el estadio xeneize.
El partido, correspondiente a la 17ª fecha del torneo de Primera División, arrojó la siguiente síntesis:
Boca alineó con: Fossatti; Bidoglio y Mutis; Moreyras, Spitale y Arico Suárez; Penella, Varallo, Vargas, Cherro y Alberino.
River formó así: Jorge Iribarren; Balvidares y Juan Iribarren; Malazzo, Dañil y Bonelli; Peucelle, Marassi, Castro, Lago y Méndez.
Las crónicas de la época destacaron que cuando el cotejo estaba favorable a River en el tanteador, con gol anotado por Carlos Peucelle a los 16m., el árbitro del partido, N. Scola, sancionó un tiro penal para Boca, a solo 15 minutos del final del partido. Hasta allí todo normal, más allá de algunas protestas de los jugadores visitantes.
Ejecutó la pena máxima Varallo, detuvo a medias el arquero riverplatense Iribarren, recogió el rebote nuevamente Varallo quien remató y otra vez se interpuso el cuerpo de Iribarren, hasta que una vez más tomó el rebote Varallo quien finalmente pudo convertir el gol, aunque chocándose con Iribarren que salía desesperado a tapar.
Todo River protestó, aduciendo falta de Varallo a su arquero, pero Scola confirmó el tanto. Entonces, los jugadores de River se retiraron de la cancha, en señal de total disconformidad. En las tribunas hubo gran revuelo, con golpes e incidentes con la hinchada de Boca interviniendo la policía, mientras que en los vestuarios, varios jugadores de River fueron detenidos por los agentes del orden.
Así de caliente comenzaba a forjarse el duelo entre River y Boca en tiempos del profesionalismo.

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Yo quiero jugar en River, es una gran oportunidad para mí. Y espero no desaprovecharla. Todos saben el nombre que tiene River internacionalmente. Y yo sé que se trata de un club elegante, cuya hinchada admite únicamente al que sabe jugar, que tiene un estilo definido, que siempre se destaca por su buen fútbol. Por eso me tengo fe. Creo que mi estilo andaría bien en River Plate.

(ENZO FRANCESCOLI, ex internacional uruguayo, en 1983, en su llegada al Club Atlético River Plate)

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Dios no me dió la posibilidad de tener hijos. Pero me dio otra chance: ese lugar para mí lo ocupa River Plate.

(ANTONIO VESPUCIO LIBERTI [1902-1978], y toda su pasión por el Club Atlético River Plate, del que fue varias veces Presidente)

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River Plate fue el primer equipo argentino que jugó en Inglaterra: El 2 de Febrero de 1952 le ganó 4-3 al Manchester City con 2 goles de Ángel Labruna, uno Walter Gómez y otro de Santiago Vernazza (foto).
“Guito” Vernazza (26/09/1928) caminaba desde su trabajo en el centro hasta su casa en la calle Ruiz Huidobro sólo para fortalecer las piernas. Después de esa etapa, de su recordado gol a Huracán y de los chistes de Labruna algunos lo llamaban con el sutil mote de “comefierro”.
Debutó en la primera de Platense a los 19 años (1947): “Mi campaña tuvo un comienzo insólito. Yo jugaba en la quinta división de Platense y un domingo me hicieron debutar en tercera. Al jueves siguiente me pusieron en reserva y al otro partido en primera, contra River, de puntero izquierdo. La delantera formó con Belén, el uruguayo Vázquez, Gallina, Francini y yo”.
Nada menos: “Cuando no jugaba iba a ver a River, club del que era simpatizante. Mi espejo era Muñoz, el mejor puntero derecho que he visto. Curiosamente cuando River adquirió mi pase en 1951, Muñoz fue a Platense en trueque junto con Coll y Negri. Una gran paradoja porque yo lo fui a reemplazar”.
Además del pase de los tres jugadores, River entregó $ 250.000 por su pase. “Una fortuna que juegue en River -decía Amadeo Carrizo-, cuando jugaba en contra me dejaba las manos a la miseria”. Y casualmente su último partido en Platense también fue contra River en el último juego de 1950 (hizo un gol de penal).
“Los mejores equipos que vi fueron La Máquina de River e Independiente de 1939. Cozzi y Amadeo Carrizo los mejores arqueros. Entre los jugadores de campo, Labruna, Pedernera, Báez, Walter Gómez y Pontoni”.
Otros tiempos: “No se puede comparar el futbol de antes y el de ahora por los cambios de posiciones y de técnicas. Antes todos los equipos jugaban con dos punteros y un centroforward. Y los insiders bajaban y sibían para acompañar a los de arriba. Ahora todo es diferente. En mi época el juego era más franco, más limpio. Hoy no ocurre eso. Las acciones son más trabadas, más luchadas, abundan las infracciones y se desluce el espectáculo. Creo que el público de antes dejó de ir a las canchas”.

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Profesionalismo vs. Amor a la camiseta


Los ídolos de equipos grandes que de chicos hinchaban por “la contra”

Racing e Independiente tienen técnicos con pasiones cruzadas. Pero también los tuvieron Boca y River y San Lorenzo y Huracán. ¿Es condición ser hincha para triunfar en un equipo? El listado de los que cuando eran niños alentaban a los rivales.

La llegadas de Claudio Borghi y de Juan Manuel Llop a las direcciones técnicas de Racing e Independiente y sus pasados como hinchas de la “contra” provocaron revuelo entre los fanáticos de ambas instituciones de Avellaneda. Mientras que a unos poco parecía importarles el pasado de “tablón” de sus nuevos directores técnicos, otros salieron ofuscados a denostarlos en los distintos foros de Internet.

La historia demostró que no siempre los que fueron más admirados por las hinchadas de los equipos grandes de la Argentina fueron los que desde la cuna abrazaron los colores que los consagraron. Hasta en algunos casos, los más ganadores con una escuadra, cuando pequeños soñaban con gritar goles trepados al alambrado de la tribuna diametralmente opuesta a la que los admira.

Enumeramos entonces los casos de ídolos de los cinco equipos grandes que de niños eran hinchas de otros cuadros.

ÍDOLOS DE BOCA JUNIORS

Diego Cagna (hincha de River)
El padre del capitán del equipo que batió el récord de partidos invicto trabaja en el estadio Monumental de Núñez desde hace décadas. Cagna heredó esa pasión pero tantos años en el Xeneize llevaron a que declare que ahora le quiere ganar sí o sí al que fue el equipo de sus amores durante su infancia.

Carlos Bianchi (hincha de River)
El entrenador que más títulos consiguió en la historia de Boca Juniors, soñaba de pequeño con lograr lo que logró pero con una banda roja en su pecho y el “9” en su espalda. Hoy ya se considera parte de la “familia” del equipo de la Ribera pero no niega su pasado.

Diego Armando Maradona (hincha de Independiente)
¿Quién puede negar que el “Diego” sea fanático de Boca? Su padre era desde siempre seguidor del equipo de la Ribera pero el más grande de todos los tiempos se eclipsó ante la magia del “Bocha” Bochini y tiró durante un tiempo por el “Rojo”. Su palco en la “Bombonera” hace que ese pasado quede totalmente sepultado.



ÍDOLOS DE RIVER PLATE

Daniel Passarella (hincha de Boca)
El defensor más goleador de la historia de River Plate, en su Chacabuco natal pateaba con su zurda el balón soñando con ser Marzolini, Rattín o “Rojitas”. En el ’98 estuvo a punto de ser entrenador Xeneize pero por algunos detalles el acuerdo se cayó y el elegido fue Carlos Bianchi. ¿Qué hubiera pasado?

Norberto Alonso (hincha de Racing)
El “Beto” se probó en Racing varias veces pero lo rebotaron. Cansado de no poder cumplir su sueño, se fue hasta Núñez en una época en la que el “Millonario” contaba años sin títulos. Cuando la sequía cumplía 18, con la “10” en la espalda llevó al equipo a la gloria y la hinchada lo adoptó como ídolo.

Reinaldo Merlo (hincha de San Lorenzo)
En las veredas de La Paternal donde Paysandú y Añasco se cruzan, un nene de cabello rubio jugaba de delantero emulando a José Sanfilippo. Todo cambió con los años para Mostaza. Se quedó con la “5” de River hasta su retiro y dice que el Monumental es "su casa".

ÍDOLOS DEL RACING CLUB

Juan José Pizzutti (hincha de Independiente)
Uno de los máximos goleadores de la historia de Racing y el técnico más ganador con esa casaca, confesó que de chico le tiraba la contra. Con el tiempo esa pasión se le fue yendo y hoy nadie puede negar que “José” es tan de Racing como Gardel.

Claudio “Turco” García (hincha de Huracán)
Inolvidable es el “Turco” para los hinchas de la “Academia”. Su gol con la mano y los pantalones que se “dejaron caer” ante Independiente lo ponen entre los máximos ídolos de Racing. Pero ese atrevido wing nunca negó su pasado “Quemero”.

Rubén Oscar Capria (hincha de San Lorenzo)
Cuando era pequeño en General Belgrano, el “Mago” pateaba tiros libres con la misma precisión que lo caracterizó siempre pero soñando con que los hacía con la camiseta azulgrana. Su hermano Diego cumplió ese sueño pero al último “10” que tuvo Racing, le quedó como asignatura pendiente.

ÍDOLOS DE INDEPENDIENTE

Ricardo Bochini (hincha de San Lorenzo)
Nunca negó el “Bocha” que de chico era hincha de San Lorenzo. Poco les importa a los del “Rojo” que disfrutaron de sus pases milimétricos y de su talento por casi dos décadas. Una calle lindera al futuro estadio lleva su nombre por lo que su pasado “cuervo” queda para el álbum de fotos familiares.

Enzo Trossero (hincha de Racing)
En el ’83, Racing se estaba despidiendo de la Primera División e Independiente se estaba consagrando campeón. El árbitro sancionó un penal en contra de los más sufridos de Avellaneda y un férreo marcador central lo convirtió en gol. Ese era Enzo Trossero que de chico nunca hubiera imaginado ser protagonista de esa historia.

Luis Artime (hincha de Racing)
Su admiración por Rubén Bravo lo llevó a jugar siempre de delantero y a acostumbrarse a gritar goles. Uno de los más eficientes centro atacantes de los ’60 fue ídolo “Rojo” antes de pasar a River y Nacional de Montevideo pero nunca negó su fanatismo por la “Academia”.

ÍDOLOS DE SAN LORENZO DE ALMAGRO

Héctor “Bambino” Veira (hincha de Huracán)
“De la mano del ‘Bambino”, la vuelta vamos a dar” cantaba la hinchada de San Lorenzo. Veira fue la cuota de picardía de los “Carasucias” junto a Rendo, Doval, Areán y Casa pero de pequeño era ciudadano de Parque Patricios y como casi todos los de allí, el “Globo” era su pasión.

Néstor “Pipo” Gorosito (hincha de River)
Su padre le puso de nombre Néstor y de segundo nombre Raúl como claro homenaje a Rossi. De niño emulaba a su tocayo jugando de mediocampista central. Los años lo convirtieron en enganche y en símbolo “cuervo”.

Leandro Romagnoli (hincha de Huracán)
“Pipi” estuvo cerca del ring side en una oportunidad en la que se homenajeó a un ícono “quemero” como lo es Oscar “Ringo” Bonavena. Cuenta una leyenda que heredó esa pasión de su papá Atilio y hasta se hizo un tatuaje de un globo que ya tapó con otro.

Otros equipos

No es todo esto ya que podemos nombrar a otros símbolos de los equipos más importantes de la Argentina que simpatizan (o simpatizaban) por los denominados chicos.

En lo que respecta a Rosario Central cuenta como hinchas a Javier Mascherano (ex River) y Leandro Gioda (actual Independiente) e incluso al ex “leproso” Juan Simón. Su archirrival Newell’s tiene a Lionel Messi y al “Tolo” Gallego como simpatizantes.

Diego Latorre y el “Pipa” Jorge Nicolás Higuaín gritaron los goles del “Beto” Márcico en el Ferro de Griguol pero nunca pudieron ponerse la “verde” de sus amores, algo que sí pudo hacer Roberto Fabián Ayala.

Entre los cordobeses podemos decir que Pablo Aimar sueña con jugar en su querido Belgrano como lo hizo Mario Kempes en su amado Instituto y Oscar Dertycia en Talleres. Dos hinchas de equipos de La Plata como Ricardo Caruso Lombardi (Estudiantes) y Rodrigo Palacio (Gimnasia) nunca tuvieron vínculo alguno con los equipos de su corazón pero sueñan con poder conseguirlo.

El “Tigre” Gareca volvió de Colombia (tres veces finalista de la Libertadores con el América de Cali) para cumplir su sueño de jugar en Vélez. También Hernán Díaz pudo jugar en Colón (siempre dijo ser “sabalero”) cuando River lo cedió a préstamo. Cerca estuvo el “Chanchi” Estévez de jugar en su Huracán querido pero hasta ahora no lo concretó.

Si a equipos que están en el fútbol del ascenso nos referimos, podemos decir que Chacarita Juniors tendría un técnico que ahora dirige a un equipo grande (Carlos Ischia) y a un arquero de Selección (Oscar Ustari) si ambos se decidieran a trabajar en el equipo de sus amores. Siguiendo esa línea, Julio Cruz volvería al país para cerrar su carrera en su querido Témperley tal como lo hizo Néstor Fabbri (otrora capitán de Boca y Racing) en All Boys.

¿Amor a la camiseta?

Queda claro entonces que para triunfar en el fútbol no hace falta tener ese fuego sagrado que tienen los sufridos hinchas que pagan semana tras semana su popular para alentar al equipo. Profesionalismo, talento y garra son los condimentos necesarios para lograr ser ídolo.

Las viejas camisetas de piqué quedan archivadas y tanto futbolista como técnicos demuestran que con el pitazo inicial no hay pasado ni tradición que valga. Así entonces, los hinchas de Independiente podrán soñar con dar la vuelta de la mano del racinguista Borghi mientras que la “Guardia Imperial” anhela evitar la Promoción y por qué no construir una nueva estatua de un Juan Manuel Llop que cuando niño admiraba a Bochini.

Los verdaderos hinchas entonces están detrás del alambrado...

(artículo publicado en Abril de 2008 en el portal “26 Noticias”)

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Sentí que me faltaron el respeto, pero por algo River está como está. Con todos estos años de manejo ha quedado claro que los dirigentes de River no son lo suficientemente capaces en lo que hacen. Se portan muy mal y le faltan el respeto al técnico. River se portó muy mal conmigo, me ilusionaron, pero después ante la falta de respuestas me di cuenta que no querían abrirme las puertas. Nunca hubo una oferta formal: está claro que no le hacen caso al entrenador. Cuando estaba de vacaciones y viajé a la Argentina, viajé convencido de que me quedaba en River. Dije en su momento que mi prioridad en la Argentina era River, pero Murcia demostró mucho más interés y seriedad por contratarme. Me quedé con las ganas de volver y no sé por qué razón.

(GUILLERMO PEREYRA, ex jugador del Mallorca y flamante incorporación del Real Murcia, opinando ayer, 24/08/09, en el programa “Indirecto” que se emite por la señal TyC Sports acerca de su frustrada llegada a River Plate)

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La primera vez que me tocó concentrar compartí la habitación con Daniel Passarella. Recuerdo que cuando terminé de cenar esperé a que se levantaran todos, me fui al cuarto, me tapé y enseguida me puse a dormir. Al rato escuché que Daniel entró. ¿Cómo reaccioné? Me di vuelta para el otro lado y no le dije ni una palabra.

(LEONARDO ASTRADA, ex jugador y técnico argentino, recordando sus inicios en River Plate)

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El 28 de Julio de 1935, con sólo 16 años y ante Ferro Carril Oeste, Adolfo Pedernera debutó en River Plate como puntero izquierdo formando pareja con Carlos Peucelle. En el centro de la línea estaba el gran Bernabé Ferreyra: "Me marcó “Pechito” Della Torre, a quien yo había admirado cuando era back derecho de Racing -rememoraría años después. Recibí una pelota, amagué el centro de zurda y Pechito saltó. La enganché hacia atrás y amagué el centro con la derecha. Della Torre volvió a saltar y yo enganché nuevamente para centrar con la zurda. La hinchada de River deliraba. Terminé la jugada, me iba para el centro de la cancha y siento que alguien me llama. Era Della Torre. Y ahí, sin violencia pero con firmeza, me dio la primera gran lección que recibí en una cancha de fútbol: 'Es bueno que tenga habilidad y la demuestre, pero burlarse de los contrarios le va a traer más problemas que ventajas', me dijo. Y tenía razón.
Me enseñó lo más importante que uno debe tener en una cancha: respeto".

(ADOLFO PEDERNERA 1918-1995, célebre jugador y entrenador del fútbol argentino)

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El 4 de Mayo de 1949 acaeció una de las mayores tragedias en la historia del fútbol. El plantel del Torino, tetracampeón italiano, el mejor equipo, sin dudas, del momento en el Viejo Continente, perece íntegramente al colisionar el avión que lo traía desde Portugal contra una montaña. El hecho sucedió en el pueblo de Superga, por eso el dramático hecho se lo conoce como "La tragedia de Superga".
El hecho conmueve a un país todavía en ruinas luego de la Segunda Guerra Mundial. El pueblo argentino toma la tragedia como propia, y por iniciativa del Presidente Juan Domingo Perón, River Plate viajó hacia Italia para jugar una serie de encuentros amistosos en ayuda al club y la familia de las víctimas.
Los millonarios juegan una serie de partidos en Italia, cosechando una serie innumerable de elogios, no sólo por sus actuaciones en el campo de juego, sino por la constante actitud solidaria.
En homenaje y agradecimiento al club sudamericano, los dirigentes del Torino le regalaron a sus pares riverplatenses un juego de camisetas granates del 'Toro'. Y así fue que desde ese momento, River Plate, durante muchos años, usó el granate como color secundario.
En los últimos años, el granate fue usado en la camiseta que usó en un partido ante Banfield en 2002 (foto), y volvió, en 2005 con un diseño muy particular.
Pero lo importante y hermoso, es el gesto recíproco de amistad entre ambos clubes.

(tomado de la página “Xenen”)

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Como darte las gracias José Marcelo (José Miguel Guerrero Meza - Chile)


"Su rodilla no da para más”, esa fue la explicación que se deslizó entre sus cercanos. La cuestión es que después de cortos 15 años de carrera, José Marcelo Salas colgó definitivamente los zapatos de fútbol.

El Matador pertenece a esa casta de jugadores capaces de hacer felices a millones con solo tocar la pelota con su exquisita zurda. Una vez escuché: “Zamorano consiguió todo con esfuerzo, Salas lo hizo con clase”, que verdad más potente.

Lo que Marcelo Salas hizo dentro de la cancha es casi imposible explicar. José Marcelo Salas Melinao, es sin duda el mejor delantero de la historia del fútbol chileno, superando a Caszely, Sánchez, Landa, Zamorano y compañía, pero compararlo con otros jugadores es un ejercicio demasiado fácil, por ahora prefiero recordar su talento, su magia, su capacidad para lograr las lágrimas de hinchas y enemigos.

El espadachín de Temuco nació con una estrella que lo hizo distinto, por dónde paseo su zurda asesina provoco admiración. Bautizado "Matador" esa tarde que vacunó al archirrival y con tan sólo 19 años, meses después le dio un título, esperado por más de 25 años, a su equipo de siempre.

Explicar lo que hizo Salas es casi imposible, cómo explicar la categoría de sus goles. Sus corridas por Wembley, el Nacional, el Monumental de River, el Olímpico de Roma o Delle Alpi, no hay caso, Salas siempre hizo lo que quiso y como pocas veces me sentí orgulloso de ver a un jugador como él vistiendo esa casaquilla roja con la estrella en el pecho.

Hace tiempo escuché que “la selección chilena del 98’ era la mezcla perfecta de garra y calidad” y viendo con distancia lo que ocurrió en esa cita mundial no hay dudas que es verdad. Iván Zamorano y compañía entregaban el corazón, el tesón del chileno esforzado, que siempre tuvo que poner el doble para alcanzar lo mínimo para vivir, que sufrió hasta el último día de su vida para ver feliz a su vieja. Y por el otro lado, estaba él, un indiecito de tez blanca, frente arrugada y una zurda temible, aunque no lo parecía. Sí, ese mismo que dejó preguntándose a Cannavaro ¿por dónde cresta cabeceó? O como dijo Pedro Carcuro: “Se subió a una escalera mágica”. Magia, eso es lo que tiene el Matador, magia… podríamos quedarnos en eso, en magia, pero no es la mejor definición de lo que hizo Salas.

“Salas y River campeón, Salas y River Campeón, River Campeón, River Campeón”, escuchamos acá, al otro lado de la cordillera cuándo el shileno pasó a escribir su nombre entre los ídolos del equipo millonario. Sin embargo, no se contentó con eso, sino que siguió dando que hablar. “El fenómeno, el fenómeno, que golazo fenómeno”, gritaban cuando dejaba al portero colombiano del Atlético Nacional metido dentro del arco, mascando pasto, mientras el ‘Diablo’ Monserrat salía detrás de Salas para felicitarlo.

Rodilla al pasto y dedo al cielo, como diciendo “vengo de allá, del cielo, llegué para hacerte feliz”.

Decirte “Gracias Matador” es poco, lo que tendría que agradecer es que tuve la suerte de verte jugar en tu mejor momento, de presenciar frente a la TV y con una cerveza la final de la Supercopa, ante San Pablo y como con la derecha vacunaste a los negros, que no entendían como un chilenito era capaz de poner de rodillas a argentinos y brasileños, los dos dictadores del fútbol.

No sabes cuánto me molestaba cuándo imbéciles sin olfato futbolístico decían que estabas gordo, lento, que ya no sabías con la pelota. Cuántas veces te defendí y eso que tú me hiciste llorar muchas veces, me hiciste morder el polvo, como esa vez, cuando con tu gol (adelantado o no) nos pasaste y me dejaste con el apelativo de segundón para siempre. Aún te recuerdo corriendo con tus mechas tiesas hacía tu barra y gritando desaforado, sabiendo que lograbas un campeonato y, como tantas veces a lo largo de tu carrera, te instalaste en el rincón de los grandes.

¡Qué gol más maldito! Lloré, lloré como nunca.

Cuando tres años después haces lo mismo, pero ahora contra Uruguay, también lloré, pero de alegría. Hiciste la misma corrida, pero esta vez grité como nunca. Te hincaste en el suelo y acompañado por Víctor Hugo, nos abrías la puerta para Francia 98.

Cuántas veces lloré gracias a ti, no todas fueron felices. Ya venías de vuelta, peleabas la final con mi equipo y tú Espadachín nos vacunaste y nos robaste el campeonato invicto. ¡Ay Marcelo! Si algún día te pilló en la calle juro que te preguntaré cómo lo hacías.

Contra Perú… uhhhh, ¿te acuerdas cuando Valerio te tiró una patada de picado, envidioso de no poder contar con un iluminado como tú en su equipo? y usted, gigante, de frente tomaste la roja con la estrella en el pecho y se la enrostraste.

¿Sabés lo que decía yo ese mismo momento en el estadio abrazado a un tipo que nunca más en mi vida vi? ¡Vamos al Mundial conchesumare, vamos al Mundial! Cuando nuevamente volvía a botar lágrimas de hombre feliz.

Marcelo nunca podré terminar de agradecerte lo que hiciste por este idiota por la pelota. “Saben ustedes aún no dimensionan lo que es Marcelo Salas para el fútbol chileno”, dije con un tono filosófico hace unos días a unos pendejos, quienes a pesar de Internet y la tecnología, no saben nada de fútbol y se quedan en su exitismo de hincha imbécil.

No sabes cuánto me hubiese gustado verte con la casaquilla de mi equipo, sé que era imposible, tendríamos que haber nacido de nuevo los dos para que esto ocurriera, pero que va, al menos compartimos la nacionalidad, ambos sabemos que esa bandera provocaba las mismas sensaciones a los dos. Si para ese Mundial parecíamos un coro de quince millones de personas y las lágrimas aparecían de nuevo.

"El poeta del gol", así te decían en Roma, cuándo un imbécil sueco no te quería mucho y aún así te mandaste quince 'pepas', y eso que te hacía jugar bien lejos del área, aunque conocías el puesto, porque muy pocos saben que tú empezaste de 10, pero te enseñaron a celebrar los goles y no celebrar los de otros, una vez que empezaste no paraste más y Eriksson pudo ponerte de arquero y aún así harías goles como bestia.

Tu calidad se notaba más y eso, que cuando volviste a Sudamérica, ya no jugabas tanto. Ese gol a Liga Deportiva por la Libertadores. ¡¡Qué golazo mierda!!

Vi tú último partido, fue una cosa rara. Con mi hermano chuncho como pocos, decidimos ir a verte. Sentíamos en el ambiente que pasaría algo y claro que pasó. Dos pepas, una demostrando que te pueden tirar una piedra, pero igual te encargarías de pararla de pecho y marcar el gol. El segundo, solo fue fortuna, pero había que estar ahí y eso lo hacen pocos.

Ahora estoy en el Nacional, tú casa, despidiéndote para siempre de las canchas. Adiós y muchas gracias don José Marcelo, pero antes, antes de que te pierdas para siempre por esa escalera en la que muchas veces subiste para vacunar rivales, quiero que me digas: ¿Cómo puedo agradecerte?

Explícame cómo darte las gracias por todo José Marcelo Salas Melinao.

(un gracias inmenso a José Miguel por su generosidad al cederme este hermoso relato sobre el implacable goleador chileno)

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Si naciera de nuevo, quisiera que me pasaran las mismas cosas. Gracias a Dios que me tiró en River.

(NORBERTO ALONSO, símbolo de River Plate)

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En 1966, Daniel Onega (foto), de River Plate, logró la hazaña de anotar ¡17 goles! en esa edición de la Copa Libertadores de América.
Un número de conquistas aún no igualada, en un mismo torneo organizado por la Confederación Sudamericana de Fútbol, por ningún otro futbolista.
En ese año 1966, en el que precisamente Onega debutó en Primera División, River llegó a la final de la Copa, perdiendo en partido desempate ante Peñarol de Montevideo, cotejo disputado en el Estadio Nacional de Chile.
Daniel Onega, cuyo hermano Ermindo, el "Ronco", marcó toda una época de nuestro fútbol, nació en 1945, en Las Parejas, provincia de Santa Fe.
Daniel, apodado futbolísticamente como "El Fantasma", por su manera inesperada para aparecer frente al arquero rival, comenzó jugando en River, integrando su Primera División entre 1966 y 1971 y, tras un breve paso por Racing en 1972 (allí jugó 41 partidos anotando 9 tantos) regresó al club de Núñez.
En River jugó un total de 207 encuentros, convirtiendo 87 goles. Además, integró el seleccionado nacional.
Posteriormente viajó a España, fichando para el Córdoba, donde jugó 3 temporadas. Finalmente, en 1978 lo contrató Millonarios de Colombia, registrando excelentes actuaciones. Y se retiró del fútbol dejando bien parado el apellido ilustre que hizo conocer al mundo futbolístico su hermano Ermindo.

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