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Corazón marrón y blanco (Luis Alberto Méndez - Argentina)


¿Cómo no acordarme de la primera vez que la ví? Me pareció gigantesca, un monumento de la perfección. Yo tenía unos siete u ocho años. Una de las puertas laterales estaba abierta y con mi viejo nos metimos. Despacito, con cuidado, para que no se arruinara. Claro si era nueva. Estaba en plena construcción. La gramilla era tan verde que daba la sensación de nunca terminar. Lo mire al viejo y me pareció que se secaba una lagrima. Ahí me hablo por milésima vez de Manuela Pedraza y Crámer; del velódromo, el primero de la ciudad; del burro debajo de la tribuna. De cómo iba caminando con mi abuelo hasta la cancha. De tantas historias parecidas a tantas otras.

A mí me gustaba subirme al tanque de agua y mirar desde ahí como trabajaban. Era una sensación hermosa. Me sentía como en mi casa. Pero lo mejor fue cuando empecé el Cuerpo de Cadetes, un lugar donde te probabas en varias especialidades y de ahí a los inferiores. A mi me mandaron a fútbol, y nos llevaban a entrenar a la cancha. Justo cuando hacia la recuperación el "Negro" Juárez, después de una lesión que le produjo un arquero. ¡El "Negro" Juárez, que era un ídolo! Los pibes le corríamos alrededor y lo matábamos a preguntas. Y él, con una paciencia admirable, nos contestaba a todos.

Son miles de recuerdos los que vienen a mente. Como no acordarme de la tubular. El día que me entere que la sacaban sentí que me arrancaban una parte, un pedazo de mi historia. Me acuerdo el sonido de las chapas cuando la hinchada empezaba a saltar. Creo que amedrentaba a los rivales ese ruido de tropilla al galope. Era la época que llevar banderas no molestaba. La popular se vestía de gala todos los domingos, bañada en blanco y marrón, matizada con los colores de algunas banderas ajenas, recuerdos de “encuentros” con “amigos”. Alentando al equipo desde que salía a la cancha hasta el último minuto. Siempre con mi viejo y mis hermanos, soñando con vivir momentos de gloria.

Y hoy, acá estoy. Solo, parado frente a la pelota. Con las pulsaciones al ritmo de un formula uno. Sabiendo que lo único que nos separa de la gloria es ese maldito arquero. Si, nos dieron un penal a dos minutos del final. El gol nos da el campeonato. ¡EL CAMPEONATO!, el primero de nuestra historia. Y el técnico, no sé si en un arrebato de locura o de confianza, dijo que lo pateara yo. Me parece increíble. De frente a nuestra hinchada. Me parece distinguir entre la multitud a mi hijo junto a mis hermanos. Sé que en la platea está mi viejo con mis sobrinos. Y en aquella nube seguro está mi abuelo alentándome, el iniciador de esta familia de calamares que crece con los que van viniendo. De pronto un silbido me trae de vuelta a la realidad. El árbitro dio la orden. Estoy decidido a pegarle abajo a la izquierda. Siento la tensión en las piernas. Corro, me afirmo junto a la pelota y saco un tiro fuerte y seco. Silencio. Son segundos que parecen una eternidad. Y entonces, la red que abraza al balón, acariciándola, dibujándole una sonrisa inmortal. El grito que bajó de la tribuna se coló por cada uno de mis poros produciendo una explosión que casi me desmaya. No sabía como festejar. Corrí, con la boca llena de gol. Quería abrazarme con todos, sabia lo que sentían porque yo sentía lo mismo. Me arrodille y se lo dedique a él, que sí estaba sentado en esa nube. Claro ahora saltaba de alegría, abrazado a un Polaco loco que también sonreía.

Los festejos fueron interminables. La vuelta olímpica, las bengalas, fuegos artificiales, los cantos de la hinchada que no paraban. Pero una vez terminado todo y caminando por Zapiola con mi viejo, mi hijo y mis hermanos mire una vez mas al cielo y una estrella resplandeció con fulgor, enviando un saludo eterno. En ese momento observé a mi hijo y me sonrió con ternura. Quien podía negar que somos una familia calamar. Es que la unión que establece Platense no conoce de fronteras ni de edades. Porque el corazón marrón y blanco no desaparece con la muerte. Vive en cada uno de aquellos que cada fin de semana pueblan la Roberto “Polaco” Goyeneche.


A mi abuelo Horacio

A mi viejo


(Mi agradecimiento al autor y a la gente del Club Atlético Platense por autorizarme a la publicación de este cuento)

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Hasta la médula -no digas nunca- (Norberto Krause - Agentina)


Lucas no era tímido. Los otros chicos del barrio eran buenos pibes, pero no de esos que cuando fueran grandes se bajarían del auto a correr contrarios que tiraran piedras. Más bien parecían de esos que nunca se animarían a ir de visitante. De hecho, ni iban de locales a ver al equipo del barrio...
En cambio a Lucas parecía quedarle todo cerca y era de esos que van a todos lados. Él iba con su camiseta blanca con franja marrón cruzándole el pecho, erguido y orgulloso, de la mano del “Loco Mazzini”. No iba a ver al equipito del Barrio. Lucas iba a Saavedra a ver a su Calamar querido.

Mazzini era un personaje no tan extraño como entrañable, que por lo bueno que se mostraba con los pibes no faltaban los que lo veían parecido a un buen cura. Pero él sabía que los niños más felices eran los que podían disfrutar lo que querían con el corazón. De ahí su costumbre de hacer hincha de Platense a todos los pibitos que pudiera.

Laburaba de portero en la escuela de Lucas en La Paternal. No de portero solamente. Hacía el mate cocido para el recreo largo, y Lucas lo tomaba rapidísimo para hacerse el jugador y practicar tiros libres pateando la pelota de balón. La que tenía preparada el profe para la hora de gimnasia. Esa vieja, de cuero, rellena con trapos. Esa que pesaba y no rebotaba. Esa.

Así que la rutina obligada del Loco era ir todos los días de Saavedra a la escuela y vuelta. La de Lucas, clavarla en el ángulo del tragaluz abierto del baño de las chicas, para asomarse a pedirla y de paso mirar a Claudia, la de 2º B, y robarle un besito en la comisura de los labios para darle las gracias. Y la de Claudia era ir al baño en el recreo largo.

A Lucas no lo ibas a ver arriba del para-avalancha, porque no le daba la altura para subirse. Pero él estaba “ahí”. A la hora de alentar, se sabía todas las letras, pero gritando con toda su fuerza no llegaban a escucharlo en medio de La Banda. Tampoco podía pretenderse más de un pibito de 8 años.

Lucas era hijo no reconocido. Su papá, ese que sólo había colaborado en su concepción, se había borrado cuando Armanda le dijo que esperaba mellizos. Se lo dijo una noche en que él vino a buscarla, de nuevo, a una esquina de Villa Fiorito, confundiendo aquella madrugada de alcohol, Carnaval y música de “Los TNT” con el trabajo de Armanda. Borracho desubicado que no sabía diferenciar a una honesta vendedora de flores de un travesti.

Del mellizo de Lucas se sabía más nada que poco. Sólo que en el Hospital, cuando nació Lucas, le dijeron a Armanda que estaba equivocada, que lo que habían sentido no eran latidos dobles, sino un extraño caso de “pared de sonido” o “devolución de latido”. Y que sólo vino Lucas, que curiosamente traía enredado en el cordón un cuerpo extraño, del tamaño de una pelota de golf, que mandarían al laboratorio. Nunca más se supo del mellizo ni de la pelotita de golf. Nunca digas nunca.

Lucas no tenía un peso. Claro, era chiquito. Pero su mamá menos que menos. La mudanza a La Paternal, el kiosco de flores y la inflación se comieron todo. El Loco Mazzini habló con los directivos de Platense por si lo podían fichar. Le preguntaron adónde había que ir a verlo.

Al recreo de la escuela- les dijo El Loco.

Se le cagaron tanto de risa que El Loco casi creyó cierto su apodo. ¿Cómo iba a ser bueno un pibito que jugaba a ser jugador en el recreo? Pssst...

El Loco lo adoptó como si fuera su propio hijo. Bueno, es una manera de decir, porque el sueldo de portero cocinero del colegio apenas alcanzaba para bancarse seguir al Calamar a todos lados, y mientras Lucas fuera chiquito lo hacía pasar de garrón. Pero al pibe por lo menos, le alimentaba la ilusión de estar “ahí”, donde su Corazón y el del Loco palpitaban y no me importa lo que digan cada vez te quiero más. Y se miraban y cantaban. Siempre. Y ya lo escuchaban.

Cuando a los 12 le pasó a Lucas lo que le pasó, Armanda se había ido a probar la vida o a darle la razón al padre, como se quiera interpretar. Y el único que apareció fue El Loco, que lo tenía como un hijo propio desde que se lo había llevado a Saavedra a vivir con él. Y Los Pibes de la Banda. Fueron tres meses de angustia peleando para que ese tren de mierda que lo traía de Avellaneda, aquella tarde del 3 a 2 a Tigre en cancha de Racing, no se llevara puesta la Esperanza.

El médico entró mirando para los costados a ver si encontraba a alguien parecido a Lucas. Cuando lo vió al Loco, que más o menos tenía pinta de Señor Portero, se lo llevó a Terapia. Y le explicó.

-“Hay un pibe internado, de la misma edad que Lucas. Hace un mes que le buscamos cura a una extraña enfermedad” –dijo-.

Y el doc le contó al Loco que el pibe se llamaba Diego, que había nacido en Villa Fiorito y que hacía un mes que estaba en coma porque “... necesitaría una médula nueva para salvarse y usted sabrá que eso, hoy, en 1972, es imposible...”

-“El pibe es adoptado, y no se sabe nada de los padres biológicos” –agregó el médico-

Y siguió contándole lo más asombroso que el Loco jamás podría haber imaginado escuchar: “Usted sabe que estos casos son muy extraños, y prefiero contárselo de una manera sencilla. De los estudios que le hicimos a Lucas en este tiempo que está internado surge que las características anátomopatológicas de su propia médula ósea son exactamente iguales a las de Diego, con una sola diferencia”

-“¿Qué diferencia, Doctor?” –se apuró a preguntar El Loco-

-“Bien. Hay una enzima de la médula de Diego que tiene cierta deficiencia y que por ahora no se ha hecho notar claramente en su evolución debido a su corta edad. Es la enzima que regula la temperatura del pecho en los adultos y estimula la destreza deportiva. Esta enzima está muy poco presente en Diego, es prácticamente nula, y abunda notablemente en Lucas. Podríamos decir que si Diego no hubiera tenido este problema y lograra llegar a una edad adulta con su actual médula, en su madurez sería un terrible caso de “frius pectoris” o “hipotermia pectoral”. Sin embargo, la médula de Lucas produce células hipercargadas de esa enzima, diría que en cantidad suficiente para varios miles de personas”

-“¿Entonces?” –volvió a preguntar El Loco

-“Entonces, hay un grupo de cirujanos en el Hospital de Niños que están en condiciones de experimentar una nueva técnica quirúrgica por la cual es posible trasplantar médula ósea de una persona a otra, con la condición de compatibilidad necesaria que sólo puede darse entre padres e hijos o...”

-“¿O qué, Doc...?”

-“O...”

-“¿O qué Doc?... Decílo Doc, decílo...!!”

-“O.... entre hermanos mellizos.”

-“Entonces... cag... digo...sonó el pibe...”

-“No, de ninguna manera” –dijo el Doctor- “Lo que le quiero hacer entender es que todo parece indicar que Lucas y Diego son.... son... son...”

- “...son dos buenos pibes que están pasando una situación de mierda y que se van al tacho en cualquier momento y que me conforme porque no es el único caso y que la reput...”

-“No, no, no..!!” –lo cortó el Doc-

-“Sí Doc, hágala corta. Si me quiere convencer que el pobre Lucas no zafará, pero que eso le puede pasar a cualquiera, inclusive a otro pibe lleno de vida como el que está en la cama de al lado y que...”

-“No, no, no...!!” –volvió a interrumpir el Doctor, que no encontraba las palabras-

-“¡¿Entonces qué?, ¿me querés explicar o querés que llame a Los Pibes?!”

-“Lo que quiero decir es que el único ser en esta Tierra que resulta tener la compatibilidad necesaria con Diego para hacerle un trasplante de médula es Lucas porque.... porque....

-“Porque... ¡¿qué?!" –loco ya El Loco-

-“Porque son mellizos....!!!” ...así que usted sabrá con quién anduvo teniendo hijos por ahí y verá que Dios es Grande y existe, y lo ha tocado a este chico Diego para que usted decida si es capaz de salvar a su hijo de lo que no puede salvarse, o hace que Diego pueda seguir vivo, o...”

-“o nada...!! Espere, doc... ¡pare..! yo no soy el padre de Lucas, ni entonces soy el padre de Diego, así que a mí no me tire con la culpa. ¿Cuál es el riesgo para Lucas?” –bramó El Loco-

-“El mismo que si continuara vivo 24 horas más” –dijo el médico- “Pero usted, entonces, no es el padre, pero.. yo creía que... me...”

-“Si, si, lo entiendo, pero mire... así como me ve, Loco y todo, no soy tan idiota como para pretender que usted sea adivino, así que le informo que Lucas no tiene padres y que yo trato de “hacer de”, sólo porque quiero tener un hijo de Platense. Sólo por eso, pero no viene al caso.... dígame... ¿qué tengo que hacer para salvar a Diego?”

-“No, nada... eh... sólo autorizar la operación, pero si usted lo quiere tanto a Lucas y prefiere que todo quede así, también estará bien.... no sé... es su decisión....” –dijo el Doctor-

-“Prefiero que Lucas no sufra más y que alguien pueda disfrutar de su energía por el resto de su vida”

-“Ah, entonces operamos ya” –dijo el médico abrazando al Loco-

-“¿Y lo de la enzima de la temperatura del pechito frío y todo eso que me dijo?”

-“No –dijo el Doctor- eso no es impedimento, sino al contrario, la médula de Lucas trasplantada a Diego hará que éste jamás sufra como adulto de hipotermia pectoral, ese riesgo inminente desaparecerá para siempre y la nueva médula permitirá que lleve sus habilidades y destreza deportiva a un nivel supremo.... aunque eso dependerá de él y de los que lo rodeen cuando sea más grande... pero bueno.... eeehhh... eso ya lo veremos cuando crezca...”

La operación fue un éxito. Para Diego. Lucas se hizo Ángel.

Pasó el tiempo y Claudia fue a bailar un sábado. En su grupito de amigos y chicas de todos los fines de semana, alguien había invitado a Diego, “un pibe de Fiorito que no sabés cómo juega a la pelota” –le dijeron cuando los presentaron-

El beso en la comisura de los labios que le dió el zarpado de Diego le hizo acordar algo de su escuela primaria... algo de 2º B, del recreo largo...., pero no supo bien qué. Fue un flash.
Se terminó de enamorar cuando Diego le contó, agrandado, que desde la panza de su mamá que venía tirando paredes con una pelotita de golf.

-“Qué loco sos...!”, dijo Claudia, con mirada enamoradísima y sintiendo un extraño olocito a mate cocido que... nada.

“En serio, en serio, yo tiraba paredes y alguien me las devolvía en la panza de mi mamá...¿por qué no me creés, mi Amor?” –zarpándose más todavía, y totalmente seguro de lo que decía-

El mellizo Lucas los miraba desde el Cielo. Estaba como en Saavedra y nunca hacía frío. Sonrió.

El fútbol le debe Una a los Hinchas de Platense. A los Hinchas de Platense hasta la médula, como Lucas. Como Todos.

Nota del autor: En el sitio oficial de Diego Armando Maradona puede leerse la historia oficial de lo que fue el debut de Diego en una práctica del equipo que luego se hiciera famoso con el nombre de “Cebollitas”.
Allí dice: “Una vez que toda la familia convenció a don Diego para que lo dejara ir a la prueba al Pelusa, hubo que esperar. Faltaba todavía. Fueron un par de días, nomás, pero a Diego le pareció un siglo. Al fin llegó. Entonces, una banda de pibes de Villa Fiorito se tomó el colectivo 28 (el verde, como le decían) hasta Pompeya. De allí, el 44 hasta llegar al complejo de entrenamiento de Argentinos, que se llamaba Las Malvinas. Entre todos ellos, había tres pibes, el Diego, el Goyo y Montañita, que no se separaban ni un minuto. Eso sí, cuando llegaron, la decepción fue de todos: llovía tanto, pero tanto, que las canchas no se podían ni pisar... ¡Se suspendía la prueba! ¿Se suspendía la prueba?
Vale detenerse un instante. No había sido fácil para Diego llegar hasta allí: el permiso de don Diego no valía para siempre, la plata para los boletos de colectivo costaba conseguirla, los entrenadores no tenían tanto tiempo como para andar yendo y viniendo con un grupo de pibes de Fiorito. ¿Habrá pensado Diego todo eso?
La voz de don Francis Cornejo, el entrenador, el descubridor de talentos, el conductor de aquel grupo que empezaba a nacer, lo sacó de su tristeza: "¡Vamos! Todos a la camioneta de don Yayo... ¡Nos vamos a otra canchita!". La camioneta era un Rastrojero algo destartalado y don Yayo era José Emilio Trotta, ayudante de Cornejo. La otra canchita resultó ser el Parque Saavedra...

(Mi agradecimiento a Norberto Krause por su autorización para poder publicar este cuento así como a Marcelo Benveniste de la página de Platense por su gestión a ese efecto)

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Saavedra 2089 (Guillermo Valle - Argentina)


6 de enero de 2089

Mañana fresca, los 47 grados que anuncia el periodista del canal SE-927, desde el TV wall, presagia que este verano será uno de los mas fríos de las últimas décadas. ¿Será que se esta achicando el agujero de la capa de ozono? ¿Estarán creciendo mas árboles en la selva amazónica?... El clima esta cambiando, no hay duda...

Seis de Enero, día de reyes, hasta mediados del siglo anterior fue feriado...

Bajo por el descensor electromagnético de mi loft de un ambiente, ubicado en el piso 200 de la torre 9 de la Avenida Cabildo al 3700, aún me resisto a mencionar a la avenida por su nuevo nombre, “Chiche Duhalde”, aunque hace diez años que la rebautizaron.

Me propongo “caminar” por el Boulevard García del Río hasta el Parque Saavedra, quiero respirar un poco de aire puro, quiero ver un poco de césped natural...

La cinta transportadora de la margen norte del boulevard me llevara sin prisa hacia mi destino. Los locales de la feria de artesanos, ubicados en el centro del mismo –en lo que otrora hubo plazas- construidos de acrílicos de colores y techos de paneles de energía solar, “compiten” con los hyper-shopings instalados en ambas márgenes.

Escucho los gritos de alegría, provenientes de un “cyber-virtual café”, de unos chicos jugando al Counter Strike 89.3277, un anuncio que reza: “Lleve su microchip y vea el partido de hoy en su megacelular” me recuerda que esta noche juega la selección contra la de Federación del Caribe, como preparación para el Mundial Chipre 2090.

La selección... todavía se discute en cada esquina como debe formar, como debe jugar...

Unos dicen que el esquema 7-2-1 que utiliza César Luis Salvador Lorenzo, no va, que hay que usar el 8-2 como los equipos de Eurasia, otros dicen que hay que arriesgar mas, al modo brasilero con un 7-1-2, así de esta manera podrían jugar los dos volantes-delanteros juntos, Lacio y Supertuta, pero el “loco” Lorenzo dice que los dos juntos no van. Algunos dicen que los días del loco como técnico están contados, pero Lorenzo cuenta con el apoyo irrestricto de Sebaxtián Grondona, presidente de la AEFAYBA (Asociación de Empresas del Fútbol Argentino y Buenos Aires.

Me entretengo viendo a través del pavimento de cristal el arroyo que pasa por debajo del boulevard, cuentan que una vez estuvo al nivel de las veredas y hasta que pasaban embarcaciones, no creo que sea tan así.

La cinta entre Vidal y Cramer no funciona, tendré que caminar, intento realizar una queja en los buzones electrónicos que hay en cada esquina y este me devuelve un ticket que dice: “Lo sentimos mucho, el sistema esta saturado de reclamos, estamos trabajando para solucionarlos. Disculpe las molestias ocasionadas”.

Paso por el Hyper-shopimg “Argenchino”, donde se pueden comprar todas las novedades fabricadas en Honk Kong, desde una lapicera láser hasta un mini satélite de comunicaciones unipersonal con su propio propulsor para ponerlo en órbita, “láncelo usted mismo” dice la caja. Llego hasta el Hyper “Gelly y Obes”, entre Conesa y Zapiola, solo me faltan 100 m. para llegar a mi meta, desde Zapiola a Pinto, se extiende el Hyper “All for Hair” con sus 99 peluquerías, una para cada corte de pelo y color. Cruzo Pinto en diagonal y alcanzo a percibir el olor a verde. Me tomo de las rejas y me arrodillo, atravieso las mismas con mis brazos y siento el pasto en las palmas de mi mano, será real?...

Respiro profundamente...

Para envidia de muchos barrios, tenemos este magnífico parque con sus 10 metros de ancho y 10 de largo, con su enrejado y un pedestal con un busto semidestruido en el centro. ¿De quién? “. edra” se alcanza a leer. De Saavedra, obvio, pero cuál? Luis María, Cornelio, Miguel de Cervantes?

Mi abuelo me contaba que su padre jugaba fútbol aquí mismo, quince contra quince, esquivando a los contrarios y al monumento o tirando paredes con él. Exageraba un poco el viejo...

Me gustaría “caminar” hasta la Estación del subte “L” Luis María Saavedra, sobre la Av. Raúl Alfonsín, pero estoy cansado, quizás otro día. Me levanto y doy una vuelta al Parque antes de emprender el regreso. En la parte posterior del pedestal, se alcanza a leer “aguante tense”. Tense... como le dicen los vitalicios de la platea. Yo también soy hincha del Sony, del Sony Entertainment Platense Sport Club, es que viene de familia, el abuelo de mi bisabuelo era de Platense. Podría haber elegido cualquier otro, Microsoft River Plate Enterprise o Sevel Boca Juniors Group, por nombrar dos de los cuatro grandes, pero el barrio y la tradición familiar pesó más.

Este año voy a seguir su campaña, aunque sea voy a ir cuando juegue de local, en su modesto estadio techado con microclima y césped artificial. La verdad es que la nueva fórmula para los promedios del descenso nos tiene semi condenados. Es difícil pero ya me la aprendí. Se suman los puntos de los últimos 10 campeonatos jugados en la divisional Alfa, en nuestro caso son 7 porque ascendimos hace siete años. Entonces, sumamos los 7 y los dividimos por 7 + raíz de 3 (3 es por los años que no estuvimos en primera. A este resultado le quitamos un 8%, que luego se prorratea entre los cuatro grandes (no les sirve para el descenso pero si para clasificar para las Copas internacionales, como la Conquistadores de América, o la ALCA por ejemplo), luego de la quita dividimos el total por Pi, o sea por 3,141592 y este resultado (despreciando los decimales) da una cantidad de PIS.

Resumiendo, un equipo de primera categoría, o sea los cuatro grandes, necesita 10 PIS para estar salvado. Los de segunda categoría, necesitan 12 PIS para salvarse, del resto (Platense, entre ellos) los cuatro con menos PIS descienden directamente a la Beta, salvo que alguno de las otras categorías no consigan sus 10 y 12 PIS respectivos.

Y bueno... dicen que en el siglo pasado nos mantuvimos 23 años en similares condiciones.

La cinta transportadora de la mano sur del boulevard ya me acerca a Cabildo, con tantas cuentas se me hizo corto el viaje de vuelta. Un súper cartel luminoso en la esquina de Manzanares dice: “En breve inauguramos la Estación Shoping Balcarce de la línea D” “Viaje al megacentro en 5 minutos”, mi viejo dice que hace 35 años que está ese cartel...

Igual... quien quiere ir al megacentro, con sus supertorres de 600 pisos, las autovías de tres niveles, millones de personas pisándose unas a otras, los “piqueters” manifestando día por medio pidiendo mas Planes Descansar y elevación de 6.000 a 7.000 dólares de los mismos.

Noo... dejame en Saavedra, con sus torres de no mas de 200 pisos, los hypers de García del Rio, los casinos del Boulevard San Isidro, las disco y las cabinas de sexo virtual de Av. Ruiz Huidobro al fondo, ahí por donde pasa el monorraíl esquivando los edificios, el Parque, sí, el de césped de verdad y el Sony…Platense, como se le decía antes…

Te amo Saavedra...Te amo Platense, no cambien nunca.

(Mi agradecimiento a Guillermo Valle por la cesión de este cuento publicado en ”La página calamar” y también a Marcelo Benveniste por sus gestiones para poder contactarme con el autor. A ambos, muchísimas gracias)

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El orgullo de ser calamar (Eduardo Sacheri - Argentina)

Habían perdido. Habían perdido por robo. Estaban jugando el descuento, pero no había manera de remontar esa catástrofe. Las conexiones con las otras canchas hablaban de la algarabía de los cuadros que se habían salvado.

En un arrebato de amargura infantil se sintió despechado porque Dios hubiese hecho caso omiso de sus promesas de regeneración absoluta. Mientras tomaba la salida de la autopista hizo un último esfuerzo para que no le importara. Se detuvo en una cuadra desierta, llena de galpones en las dos veredas. Se dijo que no podía ponerse así. Que un dolor de ese tamaño solo podía sentirse por la pérdida de un ser querido. Que no podía tirar a la basura los esfuerzos de los últimos meses.

Y todavía le faltaba sobreponerse a la escenita que iban a hacerle los muchachos en la parada. Control, gordo, control. Mejor seguir haciéndose el distante, el superado, tal vez así lo dejaran en paz. Tardo quince minutos en arrancar de nuevo rumbo a la parada. Abelardo Celestino Tagliaferro dobló en la esquina sin prisa.

Apretó suavemente el embrague, puso la palanca de cambios en punto muerto, con las manos levemente posadas en sobre el volante arrimó el auto a la vereda y lo detuvo sin brusquedad al final de la hilera de autos amarillos y negros. Apagó el motor, quitó la llave del tambor, aspiró profundamente y dirigió la mano izquierda hacia la puerta.

Cuando logro incorporarse no se dirigió inmediatamente hacia la esquina. Fue a la parte trasera del taxi y abrió el baúl. Hurgó un momento bajo la caja de herramientas y encontró lo que buscaba.

Desplegó la enorme tela rectangular con ademanes tiernos. Se anudó la bandera blanca con la franja central marrón en el cuello y la extendió sobre su espalda como si fuera una capa. Tanteo otra vez y encontró el gorrito tipo Piluso. Se lo plantó hasta las orejas. Cerró el baúl. Levantó los ojos hacia la esquina.

Abiertos en un semicírculo los otros se pasaban el mate y le clavaban a la distancia siete pares de ojos inquisitivos. Tagliaferro no caminó enseguida, porque acababa de entender que todos los hombres son cautivos de sus amores. Uno no entiende porque ama las cosas que ama.

El intelecto no alcanza para escapar de los laberintos del afecto. Por eso es tan difícil enfrentar el dolor: porque uno puede engañarse inundando con argumentos razonables las llagas que tiene abiertas en el alma, pero lo cierto es que esas llagas no se curan ni se callan. Y por eso un hombre puede amar a una mujer que a los otros hombres les parezca funesta, o puede poner su corazón al servicio de amores que a los otros se les antojen inútiles o intrascendentes.

Abelardo Tagliaferro estiró los brazos, prendió las manos a la tela, como un extraño superhéroe excedido de peso, y supo que lo importante no es a quién o a que uno ama, sino el modo en que uno ama lo que ama. Recién entonces camino hacia la parada.

(extracto de Motorola, de Eduardo Sacheri, en "Lo raro empezó después". Ed. Galerna, Buenos Aires, 2003)

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