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Me rajaban de todos lados, no me quería nadie. Yo nunca soñé con jugar en Primera... me veían con las zapatillas agujereadas y el físico esmirriado y salían corriendo.

(HÉCTOR CASIMIRO YAZALDE [1946-1997], temible goleador argentino de la década del ’70, recordando sus humildes orígenes)

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Purrete de la orilla... (Osvaldo Ardizzone - Argentina)

*dedicado a Héctor "Chirola" Yazalde [1946-1997]



Purrete de la orilla...
La vida, de salida,
te tiró la bolilla más fulera
y, en la ruleta pequera
del que gana y del que pierde,
la frontera del Riachuelo
te llevó para su lado
y desde entonces fuiste Sur,
Sur anónimo y postergado...

Dueño del baldío
que era tuyo por derecho,
poeta inculto de todos los ocasos,
erudito botánico de toda la maleza,
aterido gorrión de mil amaneceres,
sabio pescador de charcas y zanjones...

Y, cuando ya las aulas
clausuraron el árido
tributo de su cultura...
Cuando el remendado guardapolvo
colegial le quedaba chico
para su madura adolescencia...
¿qué le faltaba por aprender?

Si ese Sur ya lo había nutrido
con toda la filosofía
de su código orillero,
donde los pibes son hombres
antes del séptimo grado,
donde los Reyes no pasan
porque los chicos son malos...

Tal vez te crezcan las alas
cuando cruces la frontera,
tengas un banco en la escuela
un seis de Enero con Reyes
y estrella en las Navidades...

Y allá en el Sur de tu orilla
habrá sol en todo el cielo,
flores en vez de cardos,
arroyos en vez de charcas
y andará tu historia nueva
hecha canción en el aire...


Glosario
Pequero: delincuente dedicado a la estafa por medio de trampas en juegos de azar.
Purrete: niño

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Me pone mal que cualquier 'cabeza de pescado' opine sobre mi forma de trabajar.

(CLAUDIO BORGHI, en 2008, cuando era entrenador de Independiente de Avellaneda)

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En su libro, "Simplemente Fútbol", Enrique ‘Quique’ Wolff destaca los mejores momentos de su vida deportiva. Relata que a su regreso de Europa, a fines de los '80, mientras se le cerraban las puertas para un retorno a River, o a Racing, se lo convocó para un partido amistoso como parte de los festejos por los 75 años de vida de Argentinos Juniors.
Escribe Wolff: "El 15 de Agosto de 1979 se organizó un partido en la cancha de Vélez Sarsfield, contra Talleres de Córdoba, que tenía un equipo bárbaro, con la ‘Pepona’ Reinaldi, Valencia, el ‘Chupete’ Guerini, Ludueña. Para la ocasión nos invitó al ‘Loco’ Gatti, a Bochini y a mí, a integrar el equipo junto a Diego Maradona. Fue un partido bárbaro que terminó 5 a 4 a favor nuestro, con un gol de Bochini, después de tirar mil paredes con Diego que fueron increíbles".
Y continúa su recuerdo: "Pasados dos días de ese partido, me llamó Delem, en ese momento director técnico de Argentinos. Lo había tenido como técnico en River, y no solo empecé a respetarlo por todo lo que sabía y transmitía, sino porque se trata de un tipo muy querible. Él me dijo que tenía una idea, la de hacer con Argentinos con Maradona una especie de Santos con Pelé y para eso quería rodearlo de algunos jugadores conocidos y así salir por el mundo. Definitivamente me convenció. Arreglé un contrato a préstamo por tres meses con una opción con Don Próspero Cónsoli y Cía. Yo cerraba mi carrera con un ciclo realmente espectacular, haber jugado contra Pelé, Johan Cruyff y con Diego Maradona. Diego era muy chico, aunque ya era Campeón Mundial Juvenil y tenía una magia incomparable. Verlo en los entrenamientos era un privilegio de pocos. Y los domingos era como tener el as de espadas en todas las manos. La idea de Delem me pareció bárbara, pero impracticable en nuestro fútbol. Jugamos dos partidos por el campeonato, empatamos los dos y luego echaron a Delem".

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El primer torneo Nacional de fútbol argentino se disputó en 1967, y allí Independiente se consagró primer campeón. De tal modo el equipo de Avellaneda quedó en la historia cuando dio la vuelta olímpica el domingo 17 de Diciembre de 1967 cuando por la 17ª fecha, le ganó a su clásico rival, Racing, por 4 a 0. Fue como un doble festejo.
Esa tarde Independiente alineó con Santoro; Ferreiro, Monges, Acevedo y Pavoni; Mura, Pastoriza y Savoy; Bernao, Artime y Tarabini.
Los goles fueron convertidos por Artime (2), Tarabini, de penal y Savoy. El técnico era el brasileño Oswaldo Brandao quien renunció tras la finalización del torneo.
El goleador de ese Nacional fue Luis Artime, con 11 conquistas. Le siguieron en la lista de artilleros rojos, Yazalde con 10, Tarabini 7, Savoy 6, Bernao 3, Mura 2, y De la Mata, Diéguez, Pastoriza y Pavoni con una conquista cada uno.
En esa temporada, Independiente incorporó a Héctor Yazalde, proveniente del club Piraña, le rescindió el contrato a Héctor Zerrillo, y a comienzos de ese año se transfirió al arquero Osvaldo Toriani a Newell's Old Boys, dejando en libertad de contratación a Pedro Novel, Alfredo Méndez, Osvaldo Carneglia, Enrique Esclavo, Juan Lezcano y a Jorge Félix Loustau.

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Argentina siempre adhirió mucho al jugador de toque y de gambeta, por eso la gente tuvo como ídolos a los jugadores de esa calidad. Eso se está perdiendo ahora porque el periodismo hace que la gente joven se conforme con un resultado y aunque el equipo juegue mal, porque ya lo preparó para eso.

(RICARDO BOCHINI, ex jugador argentino, Revista “La Maga” Nº 2, Enero/Febrero 1994, pág. 56)

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En un minuto y medio no se pueden hacer demasiadas cosas. Sin embargo, Eduardo Andrés Maglioni (foto) consiguió en ese lapso convertir tres goles. Fue el 18 de Marzo de 1973, en el 4 a 0 de Independiente sobre Gimnasia y Esgrima La Plata por la tercera fecha del Torneo Metropolitano. Y, por supuesto, es un récord vigente.
Aquella tarde en Independiente, el primer tiempo finalizó con la mínima diferencia a favor de los locales gracias a un gol del uruguayo Ricardo Pavoni. Esa victoria apretada se transformaría en goleada a poco de iniciado el segundo con la triple conversión de Maglioni.
Independiente, dirigido por Humberto Maschio, formó con: Santoro; Commiso, Miguel Angel López, Sá, Pavoni; Martínez, Montero Castillo, Semenewicz; Balbuena, Maglioni y Mendoza.
Gimnasia y Esgrima, con José Varacka como DT, presentó a: Gurruciaga; Gonzalo, Gottfried, García, Carnevale; Della Savia, Pedraza, Palacio; Pignani, Bulla y Villagra.
Roberto Goicoechea fue el árbitro que dirigió el partido y que cronometró la sorprendente serie goleadora del 9 de Independiente, Eduardo Maglioni, un centrodelantero que le pegaba a la pelota con ambas piernas y que era un especialista dentro del área.
Jugó en el club de Avellaneda entre 1969 y 1973, 135 partidos oficiales y marcó 58 goles. Fue campeón de los Metropolitanos 70 y 71, de las Copas Libertadores 72 y 73 y de la Interamericana e Intercontinental 73.

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Hay dos equipos que hacen la diferencia: Estudiantes y Vélez. Si Estudiantes lo agarra ahora a este Racing le hace seis o siete goles porque cada vez que te pisa el área, sacás del medio.

(AMÉRICO GALLEGO, DT de Independiente, "atendiendo" a sus vecinos de Avellaneda luego de la clara victoria del 'rojo' ante Racing el domingo pasado)

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Podemos ganar si hacemos la nuestra: tocar, rotar y usar nuestra superior habilidad. A correr no le vamos a ganar seguro.

(ROBERTO "Pipo" FERREIRO, técnico de Independiente de Avellaneda, el 25/11/73 en su llegada con el plantel al Aeropuerto de Fiumicino para disputar la Intercontinental contra la Juventus de Turín a quien derrotó por 1 a 0 con recordado gol de Ricardo Bochini)

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El primer clásico de barrio entre Independiente y Racing, se disputó el 9 de Junio de 1907, lógicamente, dentro del fútbol aficionado.
Esta primera versión del duelo de los equipos de Avellaneda, terminó con el triunfo de Independiente por 3 a 2, pese a que los pronósticos lo daban como al equipo más débil, porque venía de perder por goleada frente Atlanta.
La expectativa era mucha. El primer tiempo había terminado 2 a 2 y ya era toda una sorpresa, porque Independiente ofrecía enorme tenacidad a su poderoso adversario.
Pero la sorpresa fue mayor cuando, faltaban solo 3 minutos para el final, el delantero Rosendo Degiorgi anotó el gol de la victoria.
Los diarios de la época reflejaron las alternativas del juego, iniciándose una rivalidad futbolera que aún perdura en estos tiempos, seguramente hoy con mucho más fervor.
Racing alineó con Marengo; Mignaburo y Deluchi; Werner, Juan Ohaco y Larralde; B. Ochoa, Collazo, Bruzone, Ibáñez y Piatti.
Independiente formó con Bazara; González y Paist; Zetti, Hermida y Degiorgi; Pumarini, Arregui, Tagliaferri, Peluffo y Rosendo Degiorgi.

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Profesionalismo vs. Amor a la camiseta


Los ídolos de equipos grandes que de chicos hinchaban por “la contra”

Racing e Independiente tienen técnicos con pasiones cruzadas. Pero también los tuvieron Boca y River y San Lorenzo y Huracán. ¿Es condición ser hincha para triunfar en un equipo? El listado de los que cuando eran niños alentaban a los rivales.

La llegadas de Claudio Borghi y de Juan Manuel Llop a las direcciones técnicas de Racing e Independiente y sus pasados como hinchas de la “contra” provocaron revuelo entre los fanáticos de ambas instituciones de Avellaneda. Mientras que a unos poco parecía importarles el pasado de “tablón” de sus nuevos directores técnicos, otros salieron ofuscados a denostarlos en los distintos foros de Internet.

La historia demostró que no siempre los que fueron más admirados por las hinchadas de los equipos grandes de la Argentina fueron los que desde la cuna abrazaron los colores que los consagraron. Hasta en algunos casos, los más ganadores con una escuadra, cuando pequeños soñaban con gritar goles trepados al alambrado de la tribuna diametralmente opuesta a la que los admira.

Enumeramos entonces los casos de ídolos de los cinco equipos grandes que de niños eran hinchas de otros cuadros.

ÍDOLOS DE BOCA JUNIORS

Diego Cagna (hincha de River)
El padre del capitán del equipo que batió el récord de partidos invicto trabaja en el estadio Monumental de Núñez desde hace décadas. Cagna heredó esa pasión pero tantos años en el Xeneize llevaron a que declare que ahora le quiere ganar sí o sí al que fue el equipo de sus amores durante su infancia.

Carlos Bianchi (hincha de River)
El entrenador que más títulos consiguió en la historia de Boca Juniors, soñaba de pequeño con lograr lo que logró pero con una banda roja en su pecho y el “9” en su espalda. Hoy ya se considera parte de la “familia” del equipo de la Ribera pero no niega su pasado.

Diego Armando Maradona (hincha de Independiente)
¿Quién puede negar que el “Diego” sea fanático de Boca? Su padre era desde siempre seguidor del equipo de la Ribera pero el más grande de todos los tiempos se eclipsó ante la magia del “Bocha” Bochini y tiró durante un tiempo por el “Rojo”. Su palco en la “Bombonera” hace que ese pasado quede totalmente sepultado.



ÍDOLOS DE RIVER PLATE

Daniel Passarella (hincha de Boca)
El defensor más goleador de la historia de River Plate, en su Chacabuco natal pateaba con su zurda el balón soñando con ser Marzolini, Rattín o “Rojitas”. En el ’98 estuvo a punto de ser entrenador Xeneize pero por algunos detalles el acuerdo se cayó y el elegido fue Carlos Bianchi. ¿Qué hubiera pasado?

Norberto Alonso (hincha de Racing)
El “Beto” se probó en Racing varias veces pero lo rebotaron. Cansado de no poder cumplir su sueño, se fue hasta Núñez en una época en la que el “Millonario” contaba años sin títulos. Cuando la sequía cumplía 18, con la “10” en la espalda llevó al equipo a la gloria y la hinchada lo adoptó como ídolo.

Reinaldo Merlo (hincha de San Lorenzo)
En las veredas de La Paternal donde Paysandú y Añasco se cruzan, un nene de cabello rubio jugaba de delantero emulando a José Sanfilippo. Todo cambió con los años para Mostaza. Se quedó con la “5” de River hasta su retiro y dice que el Monumental es "su casa".

ÍDOLOS DEL RACING CLUB

Juan José Pizzutti (hincha de Independiente)
Uno de los máximos goleadores de la historia de Racing y el técnico más ganador con esa casaca, confesó que de chico le tiraba la contra. Con el tiempo esa pasión se le fue yendo y hoy nadie puede negar que “José” es tan de Racing como Gardel.

Claudio “Turco” García (hincha de Huracán)
Inolvidable es el “Turco” para los hinchas de la “Academia”. Su gol con la mano y los pantalones que se “dejaron caer” ante Independiente lo ponen entre los máximos ídolos de Racing. Pero ese atrevido wing nunca negó su pasado “Quemero”.

Rubén Oscar Capria (hincha de San Lorenzo)
Cuando era pequeño en General Belgrano, el “Mago” pateaba tiros libres con la misma precisión que lo caracterizó siempre pero soñando con que los hacía con la camiseta azulgrana. Su hermano Diego cumplió ese sueño pero al último “10” que tuvo Racing, le quedó como asignatura pendiente.

ÍDOLOS DE INDEPENDIENTE

Ricardo Bochini (hincha de San Lorenzo)
Nunca negó el “Bocha” que de chico era hincha de San Lorenzo. Poco les importa a los del “Rojo” que disfrutaron de sus pases milimétricos y de su talento por casi dos décadas. Una calle lindera al futuro estadio lleva su nombre por lo que su pasado “cuervo” queda para el álbum de fotos familiares.

Enzo Trossero (hincha de Racing)
En el ’83, Racing se estaba despidiendo de la Primera División e Independiente se estaba consagrando campeón. El árbitro sancionó un penal en contra de los más sufridos de Avellaneda y un férreo marcador central lo convirtió en gol. Ese era Enzo Trossero que de chico nunca hubiera imaginado ser protagonista de esa historia.

Luis Artime (hincha de Racing)
Su admiración por Rubén Bravo lo llevó a jugar siempre de delantero y a acostumbrarse a gritar goles. Uno de los más eficientes centro atacantes de los ’60 fue ídolo “Rojo” antes de pasar a River y Nacional de Montevideo pero nunca negó su fanatismo por la “Academia”.

ÍDOLOS DE SAN LORENZO DE ALMAGRO

Héctor “Bambino” Veira (hincha de Huracán)
“De la mano del ‘Bambino”, la vuelta vamos a dar” cantaba la hinchada de San Lorenzo. Veira fue la cuota de picardía de los “Carasucias” junto a Rendo, Doval, Areán y Casa pero de pequeño era ciudadano de Parque Patricios y como casi todos los de allí, el “Globo” era su pasión.

Néstor “Pipo” Gorosito (hincha de River)
Su padre le puso de nombre Néstor y de segundo nombre Raúl como claro homenaje a Rossi. De niño emulaba a su tocayo jugando de mediocampista central. Los años lo convirtieron en enganche y en símbolo “cuervo”.

Leandro Romagnoli (hincha de Huracán)
“Pipi” estuvo cerca del ring side en una oportunidad en la que se homenajeó a un ícono “quemero” como lo es Oscar “Ringo” Bonavena. Cuenta una leyenda que heredó esa pasión de su papá Atilio y hasta se hizo un tatuaje de un globo que ya tapó con otro.

Otros equipos

No es todo esto ya que podemos nombrar a otros símbolos de los equipos más importantes de la Argentina que simpatizan (o simpatizaban) por los denominados chicos.

En lo que respecta a Rosario Central cuenta como hinchas a Javier Mascherano (ex River) y Leandro Gioda (actual Independiente) e incluso al ex “leproso” Juan Simón. Su archirrival Newell’s tiene a Lionel Messi y al “Tolo” Gallego como simpatizantes.

Diego Latorre y el “Pipa” Jorge Nicolás Higuaín gritaron los goles del “Beto” Márcico en el Ferro de Griguol pero nunca pudieron ponerse la “verde” de sus amores, algo que sí pudo hacer Roberto Fabián Ayala.

Entre los cordobeses podemos decir que Pablo Aimar sueña con jugar en su querido Belgrano como lo hizo Mario Kempes en su amado Instituto y Oscar Dertycia en Talleres. Dos hinchas de equipos de La Plata como Ricardo Caruso Lombardi (Estudiantes) y Rodrigo Palacio (Gimnasia) nunca tuvieron vínculo alguno con los equipos de su corazón pero sueñan con poder conseguirlo.

El “Tigre” Gareca volvió de Colombia (tres veces finalista de la Libertadores con el América de Cali) para cumplir su sueño de jugar en Vélez. También Hernán Díaz pudo jugar en Colón (siempre dijo ser “sabalero”) cuando River lo cedió a préstamo. Cerca estuvo el “Chanchi” Estévez de jugar en su Huracán querido pero hasta ahora no lo concretó.

Si a equipos que están en el fútbol del ascenso nos referimos, podemos decir que Chacarita Juniors tendría un técnico que ahora dirige a un equipo grande (Carlos Ischia) y a un arquero de Selección (Oscar Ustari) si ambos se decidieran a trabajar en el equipo de sus amores. Siguiendo esa línea, Julio Cruz volvería al país para cerrar su carrera en su querido Témperley tal como lo hizo Néstor Fabbri (otrora capitán de Boca y Racing) en All Boys.

¿Amor a la camiseta?

Queda claro entonces que para triunfar en el fútbol no hace falta tener ese fuego sagrado que tienen los sufridos hinchas que pagan semana tras semana su popular para alentar al equipo. Profesionalismo, talento y garra son los condimentos necesarios para lograr ser ídolo.

Las viejas camisetas de piqué quedan archivadas y tanto futbolista como técnicos demuestran que con el pitazo inicial no hay pasado ni tradición que valga. Así entonces, los hinchas de Independiente podrán soñar con dar la vuelta de la mano del racinguista Borghi mientras que la “Guardia Imperial” anhela evitar la Promoción y por qué no construir una nueva estatua de un Juan Manuel Llop que cuando niño admiraba a Bochini.

Los verdaderos hinchas entonces están detrás del alambrado...

(artículo publicado en Abril de 2008 en el portal “26 Noticias”)

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Gracias Arsenio (Héctor Negro - Argentina)


¿En qué cabriola final se fue tu embrujo a
gambetear los ángeles con diabla voltereta?

¿Qué salto te mandaste más allás de las nubes,
que el cielo, en el crepúsculo, tiene tu camiseta?

Un algo de mi asombro de chiquilin se "pianta"...
Bailarín de leyenda al que amó la gramilla.

Y el pájaro redondo que te prestó las alas
rompe todas las redes y al vuelo lo hace astillas...

Arsenio de las canchas. Gran Erico, "Paragua"
no te vas por el túnel de esta bola que gira..

Te quedás en domingos. Regresás por la magia
de tus goles que la hinchada respira...

Arsenio de las canchas. Gran Erico, "Paragua"

Que ennoblezca tu clase al tablón y al cemento...
y gracias por tu fiesta que ya nunca se emparda.

Yo te brindo este pase. Jugalo de taquito...
que la muerte es cuento...

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Los finalistas de la Copa Libertadores de América en su edición de 1965, fueron Independiente de Avellaneda (foto) y Peñarol de Montevideo.
El primer partido se disputó en el estadio de los rojos el 9 de Abril de 1965. Los equipos formaron así: Independiente: Santoro; Ferreiro, Navarro, Guzmán y Decaria; Mura, Acevedo y Savoy; Bernao, Suárez (De la Mata) y Avallay.
Peñarol: Mazurkiewicz; Forlán, Pérez, Várela y Caetano; Ledesma, Goncálvez, Rocha y Silva; Sasía y Joya.
Esa primera final la ganó Independiente por 1 a 0, con gol de Bernao, pero los historiadores la recuerdan por una insólita acción del uruguayo Sasía, cuando para aprovechar mejor un tiro de esquina a favor de Peñarol, se le ocurrió la picardía de recoger tierra de la cancha para arrojársela al arquero Santoro cuando se disponía a cortar el centro.
Afortunadamente, el árbitro peruano Arturo Yamasaki observó la ocurrencia del ‘Pepe’ Sasía y Peñarol se quedó con 10 jugadores.
La revancha se disputó el 12 de Abril en el estadio Centenario y allí los locales vencieron por 3 a 1
Se debió jugar un partido desempate en Santiago de Chile, donde Independiente, el 15 de Abril, cumplió una tarea descollante venciendo por 4 a 1.
Fue la segunda Copa Libertadores de los rojos. La "tierrita" de Sasía que perjudicó al equipo uruguayo, provocó que los dirigentes de Peñarol, indignados, lo transfirieran a Rosario Central.

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Desde el día que nací... (Hernán Gávito - Argentina)


El fútbol se llamaba "la pelota", y la pelota la armábamos con trapos. A todos nos gustaba jugarlo y, desde lejos, nos llegaban los ecos de jugadores fantásticos y de grandes equipos: Alumni, River, Independiente, San Lorenzo ... se hablaba de ellos en los diarios que, a veces, traía mi padre.

No eran muchas las familias que vivían junto al río, pero en cada una había hijos como para que casi se pudiera armar un equipo completo.

Fue por entonces, que algunos vecinos empezaron a decir que ellos eran de Boca, otros de Colón, porque era de Santa Fe, explicaban.

Una tarde, mi hermano mayor, que tendría 13 ó 14 años, le preguntó a papá lo que todos nos empezábamos a preguntar:

-Nosotros ¿de quién somos?

Papá, con su habitual seriedad, pareció meditar unos segundos:

-Dejáme pensarlo.

Al rato, como todos seguíamos cerca de él en ansiosa espera, nos dijo:

-Cuando vaya a Buenos Aires, voy a hacer unas averiguaciones y les voy a decir.

Una vez por mes, papá se iba con un par de amigos a Buenos Aires. Salía el viernes al mediodía y volvía el domingo a la tardecita o, a veces, el lunes a la mañana.

Para nuestra preocupación, todavía faltaban casi dos semanas para que volviera a viajar. Durante todos esos días antes de su viaje, jugábamos a la pelota como con menos entusiasmo, como con cierta angustia, ¿de quién seríamos?

Los que lo sabían eran hinchas, llevaban la camiseta puesta en la ilusión.

Por fin, un viernes nublado, papá salió, con su ropa elegante, bien afeitado, bien peinado, con olor a colonia y con su bolso de siempre en la mano.

El fin de semana fue interminable. No se lo conté a nadie pero el sábado a la noche casi no pude dormir.

El domingo era un día de brillante sol de verano, supongo que de un calor tremendo pero, para nosotros, el calor no era calor, era la vida, como el Paraná, como los sauces, como los caminos polvorientos y el canto de los sapos.

En algún momento, mientras dormitábamos la siesta obligada, Laureano le preguntó a mamá si papá vendría esa tarde o el lunes a la mañana. Ella no lo sabía. Pensé que me iba a resultar espantoso pasar otra noche con aquella incertidumbre, con aquel cosquilleo del alma.

Al atardecer, estábamos metidos en el río, desnudos. Pescábamos anguilas. Pero yo me pasaba casi todo el tiempo dado vuelta, mirando la calle de tierra que bajaba por la barranca. De pronto, como si hubiera sido un duende portador de la felicidad, vi aparecer a papá: alto, flaco, morocho, caminado altivo con su paso rápido y ágil.

¡Llegó papá! -grité.

Creo que mis dos hermanas mujeres no, pero los otros siete salimos corriendo a recibirlo. Siempre nos alegraba su llegada pero esta vez era diferente. Era... emocionante.

Nos saludó con su cariño parco, tocándonos la cabeza. Entró a la casa. Saludó a mamá. Se sacó la camisa. Puso sobre la mesa algo que había traído para convidarnos y que empezó a desenvolver.

Estaba muy tranquilo, parecía que se había olvidado de la misión principal de ese viaje a Buenos Aires.

Al final, no aguanté más:

-¿Y papá? ¿de quién somos?

El adoptó un aire circunspecto y nos dijo con más pausa de la que le era habitual y que fue la única vez en mi vida que la sentí como una lentitud desesperante:

-Bueno... estuve averiguando, y estuve pensando... Somos de Independiente.

Lo escuché y sentí que el corazón me dio un salto, que no me hacía falta haberlo escuchado porque yo siempre había sido de Independiente; había nacido de Independiente.

Ahora todos sabíamos de quién éramos.

Papá siguió explicando que era un equipo de gran juego, que tenía su propio estadio ¡ de cemento ! y con visera, el único en América. Y que lo había construido el club sin pedirle plata a nadie.

Laureano le preguntó de qué color era la camiseta.

Imagino que es imposible que yo lo supiera pero la respuesta de papá fue, de nuevo, algo así como la confirmación verbal de lo que ya estaba en mi mente: roja, por supuesto. Eramos de los grandiosos 'Rojos de Avellaneda'.

Con la rosada luz del atardecer, antes de que nos fuera imposible por la oscuridad, salimos corriendo a jugar a la pelota. Teníamos un entusiasmo que jamás habíamos sentido. Estábamos orgullosos y felices. Llevábamos sobre el pecho una maravillosa camiseta roja invisible a los ojos.

Éramos de Independiente... para siempre...

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Fuimos a jugar un amistoso a Pergamino para pagar los trajes que tiene el plantel. Una cancha llena de pozos, cuatro velas como iluminación. No le salió nada en el primer tiempo y entonces empezaron los de Boca, los de River de allá de Pergamino: “Salí, pelado, andá a cuidar los nietos”. Yo dije éste para el segundo tiempo me pide el cambio. Vi a mil estrellas borrarse en casos así. Incluso le pregunté yo si seguía. “Sigo, sigo”, me dijo.
Entró y metió tres caños, dos pases de gol y ganamos 3 a 0. Dio vuelta el espectáculo, dio vuelta todo. Saltaron los hinchas de Independiente con el “Bo-Bo-chini”. Hasta los mancos aplaudían. Él quiere siempre y no se achica por nada.

(JORGE SOLARI, en entrevista publicada en la revista “El Gráfico” del 31 de Octubre de 1989, cuando era el entrenador de Independiente de Avellaneda y no escatimaba elogios hacia Ricardo Bochini)

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El cartero gana dos veces


El murmullo rompe las voces de la madrugada, y es extraño. Cualquier otra noche, a esa misma hora, el lobby del hotel estaría en silencio, el sonido del vacío, la nada gritando y aullando, pero no. Ahora hay gente, y mucha. Un hombre de traje charlando con otro hombre de traje, dirigentes bajando las escaleras, algunos recién ingresando al hotel. Hace algunas horas, Peñarol le ha ganado 3-1 a Independiente la segunda final de la Libertadores 65, se repuso del 0-1 en Avellaneda con el tanto de Bernao y habrá desempate en Chile. Pero la victoria es sombría, el misterio ronda Montevideo.

Se los acusa a los uruguayos por un desempeño extraño, una velocidad y una voracidad sospechosas. “Corrían como locos, estaban dopadísimos. Tenían una excitación terrible. Se volvieron nadando a sus casas para calmarse un poco”, le revela a Olé Horacio Sande, hijo de Herminio, presidente de Independiente por aquellos años. Y reconoce que él tampoco vio ni leyó la famosa carta.

Los dirigentes uruguayos no tienen tiempo para celebrar la victoria. Andan preocupados. Les dan charla a los de Independiente, buscan convencerlos para que el desempate no se juegue a las 72 horas, como está estipulado, sino dos días más tarde. “Nos presionaban de todos lados. Vinieron el presidente de Peñarol, periodistas, ¡hasta políticos! Y mi viejo que se hacía el sordo. ‘¿Cómo? Sí, sí, jugamos dentro de tres días’, les decía”, cuenta Sande.

Las crónicas del encuentro denuncian la extrañeza: “Peñarol rompió el esquema de Independiente triturándolo con un demoledor esquema físico donde alternaron, con muy llamativa eficacia, las diagonales, los cambios de ritmo y los piques imparables”, resalta el diario El Mundo. Y la frase queda flotando: “Con muy llamativa eficacia”.

Mientras tanto, los uruguayos se defienden y argumentan otros motivos para la postergación. “Se decía que estaba lesionado el Pepe Sasía, y por eso querían demorar el tercer encuentro. En aquella época, la Copa era fuego contra fuego. Se sacaban todo tipo de ventajas. Peñarol fue una locomotora en el segundo partido, es cierto, pero aquel Independiente también tenía sus leyendas”, tira la piedra Jorge Savia, de El Observador, Uruguay, para luego esconder la mano.

Osvaldo Mura, delantero del campeón, desembucha sin dramas: “Parecían incentivados, pero los tuvimos siempre en un área. ¡En la nuestra, ja! Después quisieron demorar la definición, pero nosotros sabíamos que Herminio, un pulpo, un vivo, no lo permitiría”.

El reloj no se detiene y el tercer partido se acerca. El futuro no encuentra una certeza, una conclusión inexpugnable. Enrique Escande, autor de “La viruta”, libro de anécdotas del fútbol argentino, hurga con su pluma, tinta detectivesca, y observa una luz entre tanta sombra, la bruma ensuciando el presente.

Escribe Escande: “Herminio Sande se comunicó con José Epelboim, que por ese entonces formaba parte de la subcomisión de fútbol, y le encargó una misión fundamental. ‘'Mirá, yo no voy a ir a Chile, pero llevale esta carta a Teófilo Salinas -en aquella época vocal de la Confederación Sudamericana de Fútbol- y decile que se ocupe del tema. Sólo eso. Si lo hace, ganamos nuestra segunda Copa’, explicó el presidente del club rojo”.

Salinas recibe el sobre, desenfunda la carta. Será el único testigo de esas letras. La lectura es pausada, atenta. Enigmática.

El tercer partido se juega en Chile y a las 72 horas. Independiente sacude 4-1 a Peñarol (Acevedo, Bernao, Avallay y Mura) y consigue por segunda vez la Libertadores. "Clarín" observa y escribe lo que mil ojos han observado: “No se podía entender cómo un cuadro (por Peñarol) que vence con cifras mayúsculas al mismo rival (..) podía desmejorar tanto de la noche a la mañana”.

Y la historia encontraba su certeza, una conclusión inexpugnable. Epelboim cumplió con lo suyo y Teófilo Salinas, al año elegido presidente de la CSF, cargo en el que se mantendría durante 20 años, se había salido con la suya. Como el Rojo, que defendió la corona. La estridente música del jolgorio no dejó escuchar cuando la sospecha pidió la palabra.

(artículo del periodista Ignacio Fusco, publicado en diario “Olé” del viernes 17 de Septiembre de 2004)

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Arsenio Pastor Erico y las anécdotas de mi viejo (Tomás Müller - Argentina)


Casi todo lo que sé de fútbol se lo debo a lo que me contaba mi viejo, un loco que se sabía de memoria las formaciones de todos los equipos de la Argentina de su época y, como no, era un jugador formidable que fue pasando por muchos de los equipos de mi ciudad e incluso fue tentado por los clásicos rivales de primera A, Rosario Central y Ñuls y los clásicos rivales de Primera B, Argentinos de Rosario y Central Córdoba.

Grande fue mi sorpresa por aquel entonces cuando descubrí que estaba asociado a casi todos los clubes de Rosario (incluso los que no eran específicamente de fútbol). Su explicación fue que él no era fanático de una camiseta sino del fútbol entero.
Así que se iba los sábados a ver a los unos y los domingos a ver a los otros, no se perdía un minuto de pelota y, claro, sabía (y sabe) todo.

Por supuesto que, con el paso del tiempo, le fue sumando a sus anécdotas esa dosis de fantasía necesaria para que se conviertan en leyenda, pero sin alejarlas ni un ápice de la dulzura de las verdades y convengamos en que casi todas eran jugadas que no fueron filmadas y todas, sin excepción, no televisadas. Yo las he ido memorizando y de a poco las saco a relucir. Esta que hace referencia a una gloria del Club Atlético Independiente de Avellaneda, Arsenio Pastor Erico, es una de mis favoritas.

“El paraguayo Erico pegó el brinco y se suspendió en el aire en frente de la pelota, le clavó la mirada bien desde cerquita y estuvo ahí colgando una inmensidad de tiempo. Toda la tribuna (tanto la local como la visitante) estaba muda, inmóvil, estupefacta. Cuando Erico sacudió el cabezazo la pelota salió como una bala, pegó en el travesaño, salió en perpendicular hacia el suelo, rebotó en la línea de cal, volvió a pegar en el travesaño, y otra vez en la línea de cal, y otra vez en el travesaño y así sucesivamente durante unos minutos interminables con el arquero dando manotazos para todos lados, hasta que entró. La tribuna (tanto la local como la visitante) no reaccionó, ni los veintiún jugadores restantes, ni los árbitros; todos quedaron congelados por la magia que conllevan los golazos, tal es así que se escuchó claramente como Erico gritaba el gol con la letra "o" estirada hasta el cansancio y corría como una hormiguita por el pasto verde medio pelado del área chica”.

Mi viejo contaba estas historias acompañando las escenas con la mímica correspondiente y a mi me parecía ver al mismísimo Erico en cámara lenta mucho antes de que naciera la puta televisión.

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Luis Artime (Argentina)


Fue el símbolo del goleador. El más formidable que yo vi y enfrenté dentro de una cancha. Mejor dicho: que soporté. Para marcarlo se necesitaba una concentración mental superior a la normal y no se podía hacer ninguna concesión física porque era un profesional riguroso. Conocía mejor que nadie sus limitaciones técnicas y nunca se complicaba. Eso hacía difícil encimarlo o anticiparlo. Cuando recibía fuera del área tocaba de primera y adentro del área era todo un drama encontrarlo porque siempre buscaba la espalda del defensor y aparecía para definir, generalmente por el segundo palo. Tenía un pique corto excepcional y una intuición fabulosa. Ponía todos sus sentidos en la jugada calculando dónde podía encontrarse con la pelota en el tiempo exacto. Llegaba junto con ella ganándoles la posición a los defensores y al arquero. Después terminaba la jugada con un solo toque. La metía con cualquier parte del cuerpo.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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Hubo varios apellidos que fueron campeones de la Copa Libertadores de América como futbolistas y, años más tarde, como directores técnicos. En el 2002, Olimpia de Paraguay tuvo como entrenador a Nery Alberto Pumpido, quien además de ser arquero del seleccionado de Argentina que ganó la Copa del Mundo en México '86, se había consagrado Campeón de América como futbolista con River Plate de Buenos Aires, también en 1986.
Los que antecedieron a Pumpido en tal hazaña, fueron los siguientes:

1) El argentino Humberto Dionisio Maschio, integrante de Racing, Campeón de América de 1967, y como entrenador de Independiente, campeón de 1973.


2) El argentino Roberto Ferreiro, quien fue como jugador campeón de la Libertadores con Independiente en 1964 y 1965 y como técnico, también con Independiente, en 1974.


3) El uruguayo Luis Cubilla, quien fue campeón como jugador en 1960 y 1961 jugando para Peñarol, y en 1971 defendiendo a Nacional de Montevideo y dio la vuelta olímpica como técnico en Olimpia de Paraguay con quien ganó las Copas de 1979 y 1990.


4) El uruguayo Juan Martín Mujica, quien jugó en el Nacional campeón de 1971 y dirigió a Nacional, ganador de la Copa en 1980.


5) El argentino José Omar Pastoriza, quien jugó en el Independiente ganador de la Copa Libertadores de 1972 y dirigió a la misma entidad cuando la obtuvo en 1984.


Nery Pumpido, Humberto Maschio, José Pastoriza, Luis Cubilla, Juan Mujica y Roberto Ferreiro, hombres y nombres que hicieron historia grande del fútbol sudamericano.

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El 10 (Ricardo Bochini)


En aquel tiempo, mientras me iba formando como jugador, estaba enamorado de Bochini. Me enamoré terriblemente y confieso que era de Independiente en la Copa Libertadores, a principios de los setenta, cuando estaba por dar el salto de los Cebollitas a la novena, porque ¡Bochini me sedujo tanto! Bochini. y Bertoni. Las paredes que tiraban Bochini y Bertoni eran una cosa que me quedó tan grabada que yo las elegiría como las jugadas maestras de la historia del fútbol.

"No se llama Maradona,
no es Alonso ni Pelé.
Es el maestro Bochini,
el mejor número 10"

(hinchada de Independiente)

Podría abrumarlos con las estadísticas. Decirles, por ejemplo, que Ricardo Enrique Bochini jugó al fútbol durante diecinueve años, siempre para Independiente, y que ganó trece títulos con la camiseta del rojo de Avellaneda. Podría agregar que esa cifra incluye cuatro copas Libertadores de América y dos Intercontinentales y asegurar sin temor a equivocarme que ningún otro jugador en el mundo consiguió jamás un record semejante. Podría empezar con ese golpe de efecto -al fin y al cabo, la suya fue una carrera espectacular-, pero no sería del todo justo. La historia de Bochini no se mide con números: es una historia épica y asombrosa, como todas las que incluyen hazañas y trucos de magia.

Es una sucesión de zagueros despatarrados en el suelo, de extáticos gritos de "¡Ole!", de domingos felices. Es un constante festival de lo inesperado, lo imprevisible, una de las más hermosas historias que puede contar el fútbol argentino. Es, también, el recuerdo de un pibe al que le alegró la vida, un pibe que jamás lo olvidará, que quiere compartir su emoción con los demás y que para eso escribe esta nota.

Las cosas han cambiado. Bochini tiene 46 años. Al cierre de esta edición, Independiente, el Rey de Copas, terminó decimotercero en un campeonato en el que intervienen veinte equipos, aunque sobre el final recompuso un poco su imagen con victorias frente a su clásico rival, Racing Club, y frente al reciente campeón intercontinental Boca Juniors. Los dirigentes lo convocaron para ver si -ahora desde afuera de la cancha- puede ayudar al rojo a recuperar la gloria que cosechó cuando él jugaba. Le dieron dos cargos a la vez: director general del fútbol amateur y asesor del fútbol profesional de Independiente. El Bocha está obsesionado con su nueva misión: por eso me cita en el complejo de Villa Domínico, donde entrenan tanto el primer equipo como las divisiones inferiores del club. Llega cuarenta y cinco minutos tarde: todo el mundo lo saluda, lo palmea, le dice "maestro". Los periodistas que rondan Domínico se acercan a nuestra mesa y lo ametrallan para las radios de Buenos Aires con preguntas sobre el futuro del actual entrenador Osvaldo Piazza -cuando se realizó esta nota, pendía de un hilo: luego comenzó a repuntar-, sobre el estilo de juego del equipo, sobre la manera de salir del pozo. Una vez que lo dejan en paz y se van, yo prefiero hablar de tiempos mejores.

Empezamos por la niñez. Le pido que me cuente cómo era Villa Angus, el barrio de Zárate -una ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires- en el que se crió. Su relato me traslada a la pequeña casa donde vivía la numerosa familia Bochini: papá, mamá, una tía, la abuela y los hermanitos, siete varones y dos nenas. Papá trabajaba todo el día, por contrato, en diferentes fábricas, y hacía changas (trabajos puntuales, encargos breves y específicos) de albañil para sumar unos pesos. La tía trabajaba en un frigorífico de Zárate. Lo bueno de la escuela eran los recreos, porque en el patio se podía jugar con pelotas de trapo. Después, nada. Ricardo dejó en sexto grado y se dedicó a repartir diarios a los quioscos en una bicicleta con portaequipaje especialmente preparada por el padre. Lo bueno del barrio eran los clubes de baby fútbol y los campeonatos. Su primer equipo fue el Estrada Fútbol Club. Su primer título lo ganó con un equipo cuyo nombre ya no recuerda, dirigido por un vecino de la cuadra.

-Se empezó a correr la bola. Todos me iban a ver jugar, todos hablaban de cómo jugaba. Desde chiquito hacía goles gambeteando a tres o cuatro jugadores. Me anoté en el club Belgrano de Zárate. Salí campeón con la sexta y con la quinta. A los 13 años, debuté en la primera y jugué las últimas cuatro fechas del campeonato de la ciudad, mezclado con gente que tenía 28, 30 años. El técnico no me quería poner porque era muy chico, pero la gente me pedía. En ese momento íbamos segundos: entré en el segundo tiempo de un partido, metí dos goles e hice hacer otros dos. Ganamos 4 a 2 y nos pusimos primeros. Después ganamos los tres partidos restantes y salimos campeones.

El técnico de Belgrano, un señor Enricó, comprendió enseguida que el pibe era demasiado bueno para jugar campeonatos de barrio y lo llevó a probarse a Independiente. El niño prodigio viajó en tren, llegó a Avellaneda al mediodía, almorzó frugalmente y se probó a las dos de la tarde. Anduvo bien. Hubo un penal para su equipo: lo pateó él y lo convirtió. Al poco tiempo, le hicieron una prueba más rigurosa: jugó un partido oficial con la Reserva del club. Apenas tenía 15 años. Jugó bien.

Nombre: Ricardo Enrique Bochini
Fecha de nacimiento: 25-01-54
Lugar: Zárate
Puesto: 10
Club: Independiente
División: Séptima
Ídolo: Pelé

En la opinión del técnico Fernando Bello: Gran futuro. Habilidoso, cerebral, goleador. Gran capacidad para jugar sin pelota. Arranca de atrás y llega con potencia para definir. Le pega con las dos piernas. Le falta continuidad y confianza para buscar el juego aéreo.

(Recuérdelo, en revista “El gráfico”, 3 de Noviembre de 1970)

-Hubiera querido que mis padres estuvieran, pero ni siquiera pude avisarles porque en Zárate no había teléfono. Yo vivía en la pensión del club. A veces extrañaba un poco, pero tenía tanta pasión por el fútbol que estaba todo el día pensando en llegar, en triunfar, en ser conocido, en mejorar la situación económica de mis padres. El fútbol era lo único que me podía salvar, porque no sabía hacer otra cosa.
El día de mi debut, entonces, estuve solo. Entré en el segundo tiempo, jugué de delantero y tiré un par de buenos pases, pero perdimos 1 a 0. Tenía 18 años, pero todavía no estaba listo para competir en Primera. Era rápido con la pelota, pero me faltaba fuerza, resistencia. En el Nacional del 72 jugué mi primer clásico con Racing. Fue en la cancha de Boca, bajo un diluvio. Perdimos 2 a 1, pero yo hice mi primer gol: fue una pared con Bulla, que jugaba de 9. Cuando me salió Fillol -el arquero rival- se la tiré contra el palo.

Los hechos se sucedieron vertiginosamente. Lo convocaron para la Selección Juvenil que jugaba un torneo en Cannes. En el Juvenil formó su sociedad creativa con otro chico de Independiente, Daniel Bertoni, el delantero que mejor lo interpretó. Se largaron a tirar paredes como locos. Cada uno adivinaba lo que el otro iba a hacer: Bertoni hacía goles con pases de Bochini; Bochini convertía en goles los pases de Bertoni. En 1973, los dos comenzaron la era de las hazañas. El Bocha entró en el segundo tiempo de la final de la Copa Libertadores contra Colo Colo de Chile, en el estadio Centenario de Uruguay. Independiente ganó 2 a 1 y se consagró campeón.

Yo no sé si Bochini le cambió el alma a este Independiente. Estoy casi convencido de que no. Pero de lo que sí estoy seguro es que le cambió la cara. Que le cambió esa sensación de dureza para querer más la pelota. Que con esa primera maniobra, donde la pidió con atrevimiento y se animó, gambeteando frente a cuatro chilenos, le transmitió al equipo otra dinámica. Más alegre. Más joven.

(Osvaldo Ardizzone en revista “El Gráfico”, 12 de Junio de 1973)

-Esa noche hacía un frío de locos. La cancha estaba llena. Los chilenos trajeron al arriero que les había salvado la vida a los jugadores de rugby uruguayos en la cordillera de los Andes y lo pasearon en andas por toda la cancha. Fueron vivos: así lograron que todos los uruguayos hincharan por Colo Colo. De cualquier manera, la gente no pesó en el campo de juego. Bertoni jugó de titular: yo entré en el segundo tiempo. La primera pelota que recibí fue por derecha, me gambeteé como dos o tres, tiré al arco y pasó rozando el palo. Después, en el tiempo suplementario, pateó Galván, tapó el arquero, yo vine a la carrera, le pifié porque había barro, entró Giachello e hizo el gol que definió el partido. Ganamos 2 a 1. Jugué bastante bien y la gente me empezó a pedir.

La parada siguiente fue aún más dura. El título de América clasificó a Independiente para jugar ante el campeón europeo la Copa Intercontinental, la final más importante que un club de fútbol puede disputar. En 1972, todavía sin Bochini, Independiente había sido derrotado por el poderoso Ajax de Holanda, cuya estrella principal era Johan Cruyff. En 1973, los holandeses repitieron el título europeo, pero no quisieron darle la revancha a Independiente: alegaron que el juego de los argentinos era demasiado brusco para sus piernas del primer mundo. Le pasaron el desafío a la Juventus de Italia, subcampeona de la copa UEFA. El equipo de Turín aceptó el reto, pero con una condición: debía jugarse un solo partido en el estadio Olímpico de Roma. Independiente recogió el guante y, de la mano de Bochini, escribió su página más gloriosa.

-Hacé memoria-, le pido. Saco el casete en donde estoy grabando la entrevista, lo reemplazo por otro con el relato de José María Muñoz. Es ese gol, el más importante de toda su carrera. El Bocha se avergüenza, le incomoda que los demás lo vean escuchando su propio gol. Ya está, ya está, gracias, sacalo si querés, propone antes que Muñoz redondee su relato con el resultado, Independienteeee unoooo, la Juventus cerooooo.

-¿Sabías que la Juve llevaba 10 partidos sin que le hicieran un gol?

-No, no conocía a nadie de la Juventus. Sabía que eran el favorito. Si perdíamos, no pasaba nada. Y si ganábamos. Era una cancha linda, con un pasto hermoso. Yo jugué tranquilo, como si estuviera en Avellaneda. En esa clase de partidos decisivos, podía estar un poco nervioso antes de que empezaran, pero una vez que tocaba la pelota, ya estaba bien. La Juventus era más rápido que nosotros, nos superaron. Tuvieron varias oportunidades de gol, nos pegaron dos o tres tiros en el travesaño, un penal errado. Pero el gol lo hicimos nosotros. Y fue un golazo. Es cierto que los europeos son fuertes, que tienen buena preparación física y todo eso, pero en Roma me di cuenta de que si tenés talento, habilidad y rapidez, podés jugar en cualquier lado.

La obra de arte que asombró a los italianos. El arranque perfecto en sociedad entre Commisso y Balbuena, el toque para Raimondo, el alargue de Perico para Bochini y ahí comienza el gran final. Gran pared entre Bochini y Bertoni, la recibe el Bocha en el área, se tiran a taparlo Zoff y Salvadore, el pibe de Zárate la "empala" con su botín derecho, la levanta con una serenidad y categoría increíbles, y la deposita suavemente en la red por encima del arquero de Juventus. Sensacional. Golazo.

(Julio Algañaraz en revista “El Gráfico”, 4 de Diciembre de 1973)

La llegada a Buenos Aires. Miles de hinchas esperaron y recibieron a los Campeones del Mundo quienes venían desde Italia.
Los campeones del mundo llegaron a Buenos Aires un viernes, descansaron el sábado y el domingo enfrentaron a Racing por el torneo local. La rivalidad entre los dos clubes es tan increíble como pintoresca. Independiente y Racing son de la misma ciudad, Avellaneda, pero además sus respectivos estadios están uno a doscientos metros del otro. Para que se entienda claramente, digamos que la idea de perder con Racing es insoportable para un hincha de Independiente. Y haberle ganado a la Juventus no los autorizaba a perder el clásico. Pues bien: jugaron en la cancha de Racing, Independiente ganó 3 a 1 y dio la vuelta olímpica con las tres copas que había ganado ese año -la Libertadores, la Interamericana y la Intercontinental- en la cancha de su eterno rival. La gran figura del encuentro fue, naturalmente, el héroe que nos ocupa, que participó en los tres goles del Rojo. Es probable que aquella tarde, la hinchada le haya cantado por primera vez.

La historia del Maestro es tan rica que nos permite dar un salto en el tiempo, omitir sus brillantes participaciones en las copas Libertadores de 1974 y de 1975, o en las copas Interamericanas de 1973, 1974 y 1976, todas ellas ganadas por Independiente. Digamos como al pasar que en la semifinal de la Libertadores de 1975, contra Rosario Central de Argentina, hizo un gol eludiendo a cuatro rivales y definiendo entre las piernas del arquero. No vale la pena hablar de ese gol si consideramos que en las semifinales de la Libertadores de 1976, ante Peñarol de Montevideo, eludió a siete jugadores -algunos de ellos dos veces- y definió suavemente, ante el estupor del arquero uruguayo Walter Corvo. ¿Recuerdan el legendario gol de Diego Maradona a los ingleses en el Mundial 86? ¿No se quedaron boquiabiertos? ¿No es el más bonito que han visto en sus vidas? Si es así, no han visto lo suficiente. Aquella tarde en el estadio Azteca, Diego eludió a cinco rivales, dos menos que Bochini ante Peñarol.

-Hice otras jugadas como esa, pero siempre se me iban rozando el palo. Esta vez entró.

-Debe ser muy parecido a la felicidad.

-Qué te parece. Fue la jugada soñada. Hace poco escuché por la radio a un periodista que decía que los jugadores profesionales no se divierten. Es un boludo, yo no sé si alguna vez habrá tocado una pelota. Yo me divertía apenas pisaba la cancha. El jugador se divierte en las prácticas, en los partidos, siempre. No hay nada más lindo que correr, saltar, jugar. Se divierte el que crea fútbol y se divierte el que quita pelotas, porque participar del juego es hermoso. Y si encima tenés la posibilidad de tirar una buena pared, hacer una buena jugada, una buena gambeta, un golazo, y que la gente te ovacione. ¿Qué más querés? Cuando termina el partido, si perdiste, puede ser que te amargues un poco. Pero enseguida te empezás a divertir pensando que el domingo que viene podés tener tu revancha.

Fuera de la cancha, Bochini siempre fue un tipo misterioso. No sabemos mucho acerca de su vida privada, no es mucho lo que él deja entrever. Nunca opinó sobre el Papa ni sobre Fidel Castro, nunca vistió camisas de Versace ni cantó una canción en público. Dicen que en los 70 y en los 80 alguna vedette le hizo perder el sueño. Dicen, pero Bochini, como Bob Dylan, siempre fue muy discreto. A mediados de 1976, súbitamente, dejó de jugar. Se recluyó en su Zárate con su familia, pasaron los meses y comenzó a circular el rumor. "Bochini cree que tiene cáncer pero no tiene nada. Está loco", era la comidilla en el ambiente del fútbol. Pasaron los meses hasta que, así como se había ido, un día volvió. Ha pasado casi un cuarto de siglo y todavía hoy no ofrece una explicación convincente de lo que le ocurrió. Se la guarda.

-No pasó nada. Estaba mal anímicamente, y físicamente muy agotado. Me cansaba mucho en los partidos y me vine a Zárate. Un dirigente, Galano, me visitó y me dijo que tenía todo el apoyo del club, que descansara lo que fuera necesario y que, cuando me sintiera bien, volviera. Así fue. Cuando volví había engordado cuatro o cinco kilos, pero los bajé enseguida.

-¿Y de verdad pensaste que tenías cáncer?

-No, eso era todo mentira. No sé quién lo inventó.

En 1977, Talleres de Córdoba era el equipo sensación del fútbol argentino. Ganaba y daba espectáculo, y además varios de sus jugadores habían sido convocados a la Selección Nacional. El entrenador de Talleres era Roberto Saporiti, ayudante de campo de César Luis Menotti en la Selección. El Mundial 78 iba a disputarse en la Argentina y la provincia de Córdoba estaba designada para ser una de las subsedes del torneo. Para ello, la dictadura estaba erigiendo en esos días un estadio enorme y moderno, a la altura del acontecimiento. Había múltiples razones para suponer que los militares veían con buenos ojos que Talleres saliera campeón por primera vez. Pero en su camino se cruzó Independiente.

Los dos equipos llegaron a la final del Campeonato Nacional 77. El primer partido se jugó en el estadio de Independiente. Empataron 1 a 1. Talleres era el gran favorito para la revancha, porque jugaba en su casa y porque la reglamentación establecía que, en caso de empate en puntos y en diferencia de goles, los goles obtenidos como visitante se computaban dobles. Con empatar 0 a 0, entonces, los cordobeses daban su primera vuelta olímpica.

-Yo supe que el general Luciano Benjamín Menéndez, que entonces era el Gobernador de Córdoba, estaba muy interesado en que Talleres saliera campeón. Y ese partido fue muy raro, muy raro.

El 25 de Enero de 1978, por la noche, el escenario estaba listo para la fiesta. No cabía un alfiler en la cancha de Talleres. Casi todos estaban de azul y blanco: miles de simpatizantes rojos en la cancha, y millones comiéndose las uñas por televisión.

Independiente arrancó mejor, más sereno, más pensante. A los veintinueve minutos, un frentazo del goleador Norberto Outes puso las cosas 1 a 0 para los Rojos. Así terminó el primer tiempo. Bochini estaba jugando bien, pero no era el único. Independiente ganaba con claridad. A los 15 minutos del segundo tiempo, el cordobés Valencia tiró un centro en busca de la cabeza de un compañero. En el camino, la pelota pegó en la mano del defensor rojo Pagnanini. Fue una mano casual. El árbitro Barreiro cobró penal. El delantero de Talleres Cherini lo convirtió. 1 a 1. Los jugadores de Independiente protestaron. No hubo caso. A los 29 minutos del segundo tiempo, un jugador de Talleres tiró otro centro: esta vez encontró la mano de un compañero. El delantero Bocanelli le pegó un puñetazo a la pelota, como en un remate de vóley, y convirtió. No tuvo el disimulo de Maradona en su primer gol a los ingleses, que hay que verlo en cámara lenta para detectar la infracción. No. Esta fue una mano burda, atroz. Barreiro cobró el gol. 2 a 1 para Talleres. Los jugadores de Independiente se sacaron de sus casillas.

-Tengo dos hijos y esto me da vergüenza. Écheme-, dijo el capitán del equipo, Rubén Galván. Barreiro le sacó la tarjeta roja.

-Esto es una usurpación. ¿Por qué no me echa a mí también? -dijo el mediocampista Omar Larrosa. Barreiro le sacó la roja.

El defensor Enzo Trossero le dijo de todo. Barreiro también le sacó la roja. Indignados, los simpatizantes del Rojo gritaban:

Ladrones, ladrones,
Así salen campeones.

El director técnico del equipo, José Omar Pastoriza, deambulaba por el campo de juego tratando vanamente de calmar los ánimos.

-Vámonos, Pato, nos están robando-, le dijo Bochini a Pastoriza. Afortunadamente, Barreiro no lo escuchó.

-Tranquilo, Bocha, tranquilo-, le contestó el entrenador.

Comienza la vuelta. Trossero, Pastoriza y Larrosa explotan de felicidad.
Quedaron ocho contra once. Demasiada ventaja para una final. Fuera de sí, Bochini le tiró un terrible puntapié al defensor cordobés Ocaño. Afortunadamente, Barreiro no le sacó la roja.
Pastoriza intentó lo imposible. Como gol de visitante valía doble, como en Avellaneda habían empatado 1 a 1, si Independiente conseguía el empate salía campeón. Claro que no es fácil remontar el resultado con tres hombres menos. El Pato reemplazó a los delanteros Britez y Magallanes. Se necesitaba con urgencia un socio para Bochini en el campo de juego. Pastoriza hizo ingresar al hábil Mariano Biondi y a Bertoni. Daniel Bertoni estaba en el banco de suplentes casi como un amuleto. Venía de una larga lesión y tenía cinco kilos de más.
Destino de héroe. Bochini festeja eufórico el empate ante Talleres. Fue la máxima hazaña que registra el fútbol argentino.

-A los 84 minutos, Pagnanini me dejó la pelota en el medio de la cancha. Gambeteé a uno, se la toqué a Bertoni, Bertoni se la dio a Biondi, le salió Guibaudo, el arquero de ellos, y Biondi hizo una gambeta larga para sí mismo, levantó la cabeza, me vio y me la tiró. Yo venía a la carrera y, como había dos jugadores de ellos tapando el arco, le pegué bien arriba. Entró ahí nomás, apenas debajo del travesaño. Fue el gol que más grité en toda mi vida. Después aguantamos el resultado hasta que terminó. Cuando dimos la vuelta olímpica, los hinchas de Talleres nos aplaudieron. Nos habíamos ganado el respeto de ellos.

El 25 de Enero de 1978, Ricardo Enrique Bochini cumplió 24 años. Sus compañeros le dedicaron el campeonato.
Era la desesperación, era el drama. Fue la gloria. La gloria que sólo pueden alcanzar los predestinados. Ricardo Enrique Bochini llegó a ella justo el día en que el calendario marcaba su 24 aniversario.

(Destino de héroe. Eduardo Rafael en revista “El Gráfico”, 31 de Enero de 1978)

Recuerdo a un pibe de siete años, desaforado frente a un televisor en blanco y negro. Recuerdo un quilombo de abrazos con los hermanos y con papá, un vaso que se volcó y que no lo importó a nadie, una mamá que dijo Bueno, che, qué exagerados, es un partido de fútbol. Recuerdo, pocos días después, el recibimiento a los campeones en la cancha de Independiente, la vuelta olímpica en casa, los aplausos de la gente. La bandera, el gorro. Y el cantito.

"Eh, chupe, chupe, chupe
No deje de chupar.
El Bocha es lo más grande
del fútbol nacional"

Pobre, pobre Talleres que fue a toparse con Bochini un año y otro. En la semifinal del Nacional del 78, cordobeses y Rojos volvieron a encontrarse. Independiente ganó los dos partidos. En la final le tocó River, con uno de sus equipos más lujosos, integrado por cinco jugadores del plantel campeón del Mundial 78. Empataron 0 a 0 en el estadio de River. Independiente venció 2 a 0 en su cancha y mostró una superioridad abrumadora. Adivinen quién marcó los dos goles.

El Maestro se cansa de bucear en su memoria. Pide que retomemos la charla al día siguiente. Un ex compañero le trajo a su hijo para que lo vea jugar. En pocos minutos, El Bocha vivirá un momento difícil: deberá explicarle a su ex compañero que el muchacho es de madera. Volverá tarde a su casa, apenas con tiempo para ver a su esposa y disfrutar de sus pequeños Ricardo Simón y Manuel Enrique. Me pregunto si alguno de los dos hermanitos llevarán en sus genes la información necesaria para convertirse en los herederos. Que me perdone la madre, pero yo no quiero que salgan abogados como ella. Me pregunto si alguna vez volveremos a estar en trance, gritando:

Bo-Bo-chini
Bo-Bo-chini

La segunda vez que nos encontramos, el Bocha llega una hora tarde. Hablamos durante veinte minutos: luego, simplemente comunica que debe irse. Son las 13 y él promete regresar a las 14, pero no cumple. A las 15 todavía no apareció. Sus designios son inescrutables. Me voy a casa. Si el Maestro cambió de idea y ya no quiere hablar por hoy, habrá que conformarse. Hemos hablado acerca del Independiente del 83-84, un hito en la historia del fútbol argentino.

-Si ese equipo jugara hoy, saldría campeón cinco fechas antes del final del torneo. Fue el mejor equipo de la década, lejos. Si hubiésemos tenido un número 9 éramos invencibles. Vos fijate que el centrodelantero cambiaba siempre y así y todo salimos campeones del mundo...

El Independiente de 1983-84, en realidad, tenía casi el mismo plantel que el de 1982. En el 82 se le escaparon los dos torneos ante el mismo rival, Estudiantes de la Plata. Estudiantes ganó el torneo Metropolitano por dos puntos, y el torneo Nacional por un gol. En 1983, el entrenador Rojo Nito Veiga fue reemplazado por José Omar Pastoriza. En su regreso al club, el Pato consiguió el Metropolitano del 83, la Copa Libertadores de América de 1984 y la Copa Intercontinental de ese mismo año, ante el Liverpool de Inglaterra. Más allá de Bochini, en ese plantel había jugadores de gran jerarquía como Jorge Burruchaga, Ricardo Giusti y Néstor Clausen -luego integrantes de la Selección argentina en el Mundial 86- y el exquisito volante central Claudio Marangoni.

-En el 82 jugábamos igual que en el 83 y en el 84. Tal vez mejor, porque en el torneo del 82 salimos segundos con 52 puntos y en el 83 salimos campeones con 48. Durante esos tres años tuvimos muchos partidos brillantes. Ese es el mejor equipo que integré: tal vez hayan aparecido en la Argentina otros equipos con tanta riqueza técnica como el nuestro, pero seguro que no apareció ninguno que tuviera a la vez una defensa tan sólida. Nos íbamos al ataque muy tranquilos porque confiábamos en nuestros defensores. Yo estaba bien libre, para crear fútbol. Anduve bastante bien. Nos entendíamos a la perfección con Jorge Burruchaga. Nos salían todas.

En nueve de los treinta y seis partidos que Independiente disputó en el Metropolitano de 1983, Bochini fue elegido por la revista El Gráfico como la figura de la cancha. El torneo concluyó con un regalo extra para los simpatizantes Rojos: Independiente se consagró campeón derrotando 2 a 0 a Racing. Como si esto fuera poco, esa misma tarde el eterno rival se despedía de la primera división.

En 1984, los Rojos reconquistaron la Copa Libertadores con un juego de lujo. El Maestro, perfeccionista, no quedó del todo satisfecho.

-Deberíamos haber salido campeones invictos. Perdimos un solo partido, 1 a 0 con Olimpia, en Paraguay, y en ese partido pegamos seis tiros en los palos.

En la revancha con Olimpia, en Avellaneda, Independiente necesitaba ganar para seguir en carrera. No había otra posibilidad: con el empate quedaba afuera. El partido estaba 2 a 2. Una tras otra, las jugadas de gol morían en las manos del arquero paraguayo Ever Almeida. Hasta que, dos minutos antes de que terminara el partido, el genio frotó la lámpara.

Barberón recogió en su campo por derecha, le dejó la pelota a Bochini, apenas pasada la línea central, el Bocha avanzó y la puso como él, como pocos como él saben, por detrás del pique del propio Barberón, que ya avanzaba por la izquierda después de cruzar todo el campo. El puntero se llevó a la rastra a su marcador y metió un centro a media altura para que Bufarini la metiera cerca del palo izquierdo. Fue el tres a dos, fue la victoria, fue el delirio.

(revista “El Gráfico”, 1° de Mayo de 1984)

La primera final de aquella Libertadores, en Brasil ante Gremio de Porto Alegre, no fue transmitida por televisión. Quienes vieron el partido se encargaron de otorgarle contenido mítico, de jactarse orgullosos de haber estado allí. Dicen que la superioridad de Independiente fue tan notable que aquello pareció más un entrenamiento que una final. Dicen que la actuación de Independiente fue tan pero tan brillante que el entonces campeón del mundo se sintió humillado en su propia casa.

-Es verdad. Dominamos el partido desde el principio hasta el final. Ganamos 1 a 0, pero nadie se hubiera quejado si el resultado era 2 o 3 a 0. No parecía una final de América. En la revancha en Avellaneda, los brasileños nos habían tomado tanto miedo que necesitaban ganarnos y vinieron a defenderse, a jugar de contragolpe. Por eso salió un partido trabado, empatamos 0 a 0 y dimos la vuelta olímpica otra vez.

Luego de la segunda entrevista, el ídolo desaparece durante casi una semana. Día tras día lo llamo a su casa y nada. ¿Cómo enojarse con él? Finalmente, después de muchos mensajes en el contestador, después de muchos diálogos con la Primera Dama -su esposa- un día suena el teléfono. Es él. Bochini condescendió a discar mi número y llamarme: ahora tengo mi propio "Teléfono Rojo". Concertamos el horario de la tercera entrevista. Arreglamos para el día siguiente, a las 11 de la mañana. Bochini llega a las 13, algo apurado. No importa. Llegó. Todavía nos quedan su paso por la Selección Nacional, el campeonato del 89 con Independiente, el partido homenaje.

A pesar de semejante curriculum, la Selección argentina le fue esquiva. Pocos meses antes del Mundial 78, César Luis Menotti lo dejó afuera del plantel que disputaría el torneo, al igual que a Diego Armando Maradona. Más allá del título obtenido por el seleccionado, en ambos casos la decisión de Menotti fue disparatada. Sobre todo, si se considera que en el combinado argentino, en el mismo puesto de Bochini y Maradona, Menotti llevó a jugadores de inferior calidad como José Daniel Valencia y Ricardo Julio Villa. En toda su carrera, Bochini disputó 28 encuentros para el seleccionado.

En 1986, Carlos Salvador Bilardo lo incluyó en el plantel que obtuvo el título mundial. Aquel fue el campeonato en el que Diego Maradona tocó el cielo de los futbolistas. ¿Qué hubiera pasado si Maradona y Bochini jugaban juntos? Tal vez aquel gran equipo habría rozado la excelencia. Bochini entró en la semifinal del Mundial 86, faltando cinco minutos para el final del partido con Bélgica. Dice la leyenda que Maradona le dijo:

-Pase, Maestro, lo estábamos esperando.

Le pregunto al Bocha si recuerda aquella bienvenida.

-Algo me dijo Diego, pero no me acuerdo qué. Yo estaba muy concentrado. Argentina ganaba 2 a 0 y yo quería jugar, aunque fueran cinco minutos. Siempre pensé que tenía la capacidad suficiente como para jugar un Mundial, pero bueno, los técnicos pensaron otra cosa.
En esos cinco minutos, Diego y Bochini alcanzaron a juntarse una vez a tocar. En su autobiografía, Maradona sostiene que: "Fue como tirar una pared con Dios"

Sólo le pido a Dios
que Bochini juegue para siempre,
siempre para Independiente
para toda la alegría de la gente

-¿Por qué no te fuiste nunca a Europa?

-Cada vez que me salía del país 10 o 15 días, me costaba mucho adaptarme. Extrañaba. Además estaba muy cómodo en Independiente, un equipo que jugaba partidos importantes, que peleaba el campeonato local, la Copa Libertadores. Estaba más cerca de la Selección: en mi época, los jugadores que estábamos en la Argentina eran más tenidos en cuenta que los que jugaban en Europa. Y además la gente me quería.

A los 35 años, Bochini consiguió su último título. Jugó grandes partidos en el torneo 88-89, especialmente contra los rivales más poderosos: contra Boca, contra San Lorenzo. Independiente se consagró campeón una fecha antes del final. El paladar negro del hincha del Rojo, sin embargo, no valoró en su justa medida aquella conquista.

-Ese equipo era muy bueno, pero no tenía el vuelo del 84. Tal vez no jugábamos brillantemente, pero salíamos a ganar en todas las canchas. A la gente no le gustaba tanto porque lo comparaba con el otro, que tal vez haya sido el mejor de la historia del fútbol argentino. Yo había perdido algo de velocidad, entonces trataba de que la que corriera fuera la pelota.

El 5 de Mayo de 1991, en un partido sin ninguna importancia contra Estudiantes de la Plata, el taponazo brutal de un tal Pablo Erbín lo sacó de la cancha con el tobillo destrozado. Yo hubiera recibido gustoso ese puntapié maldito si Dios me garantizaba a cambio que iba a cumplir con lo único que yo le pedía, que Ricardo Enrique Bochini jugara para siempre, siempre para Independiente, para toda la alegría de la gente.

El 19 de Diciembre de 1991, como tantas otras veces, bajé del tren en la estación Avellaneda, crucé la avenida Pavón, tomé la diagonal, corté camino por entre los monoblocks, saqué mi entrada y subí las interminables escaleras que llevan a la tribuna Cordero. Los ojos llorosos de la gente indicaban que aquella no era una noche como tantas.

Era el partido homenaje. La despedida. El adiós a tanta belleza irrepetible, tan irrepetible como mi adolescencia que se estaba yendo al mismo tiempo que el Bocha. Un equipo de históricos de Independiente -reforzado por estrellas de otros clubes- se enfrentó a los titulares de ese momento. Él jugó un tiempo para cada lado. Durante los últimos cinco minutos del partido lloré desconsolado. Hubo muchos como yo.

-Para mí -confiesa el Maestro- fue doloroso reconocer que no iba a jugar más. Las despedidas son tristes: son mejores los debuts, cuando tenés todo el futuro por delante. Cuando terminó el partido, la gente estaba emocionada. Algunos lloraban, recordaban todo lo que yo les había dado en mis años de jugador. Antes de la despedida, en algún momento se me había cruzado por la cabeza volver. Recién ese día me convencí de que se había terminado el fútbol para mí.

Y dale Bocha, dale Bocha, dale Bo.
Y dale Bocha, dale Bocha, dale Bo.
Porque te quiero
te vengo a ver
aunque esta noche sea la última vez.

Hubo 60 mil personas en la cancha. Todo el mundo pagó su entrada, socio o no socio. Se suponía que la recaudación total era para Bochini: le liquidaron 21 mil populares y cinco mil plateas. La Comisión Directiva del club no supo, no pudo o no quiso explicar quién se había quedado con el dinero de las 19 mil entradas que faltaban. Le pagaron así diecinueve años de magia, trece títulos, 109 goles, cientos de pases gol. Ahora está de nuevo en su casa. Ahora, desde afuera de la cancha, está tratando de aportar su experiencia para que Independiente se reencuentre con su identidad futbolera y su mística ganadora, esa identidad y esa mística que él expresó mejor que nadie. Ahora ese pibe al que tantas veces le alegró la vida está satisfecho. Ha compartido su emoción con los lectores. Les ha contado cómo fue que una vez la felicidad encarnó en un hombre pequeño con muy poco pelo y una camiseta roja con el número 10 en la espalda.

(texto de Daniel Riera, revista “Gatopardo”, Febrero 2001)


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