Recordaba Villa en un libro escrito por el periodista Héctor Vega Onesime: “Estábamos en el medio del vestuario cuando se levantó Peter Taylor, encarándome. En ese momento me pasé mil películas hasta que el tipo estiró la mano derecha. Yo hice lo mismo. Me apretó tanto que casi me rompió los dedos. Entendí su saludo en inglés y lo retribuí. Al soltarme, noté algo duro en la palma de la mano ¡Me había quedado con un dedo postizo! Escuché una ovación. Los ingleses se tiraban al suelo de la risa y nosotros respiramos tranquilos”.
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Recordaba Villa en un libro escrito por el periodista Héctor Vega Onesime: “Estábamos en el medio del vestuario cuando se levantó Peter Taylor, encarándome. En ese momento me pasé mil películas hasta que el tipo estiró la mano derecha. Yo hice lo mismo. Me apretó tanto que casi me rompió los dedos. Entendí su saludo en inglés y lo retribuí. Al soltarme, noté algo duro en la palma de la mano ¡Me había quedado con un dedo postizo! Escuché una ovación. Los ingleses se tiraban al suelo de la risa y nosotros respiramos tranquilos”.
Mateo se retractó y dio tiro libre. Los jugadores del "Pincha" se le fueron al humo al árbitro, que terminó expulsando al joven Carlos Alberto De Marta (en la imagen), quién recién daba sus primeros pasos en el fútbol profesional.
El partido finalizó con la victoria de Huracán por 5 a 1, pero la cuestión continuó en la semana, ya que todos esperaban fuertes sanciones para De Marta por sus insultos, sin embargo el Tribunal de Penas le dio apenas una fecha al jugador por protestar el fallo.
No es que el tribunal fuera un órgano inmaculado que estaba desautorizando el informe arbitral, el tema fue que De Marta era sordomudo de nacimiento.
Tres semanas después, nuevamente en Sportivo Barracas, Boca consiguió vencer en el cuarto encuentro disputado el 27 de Abril de 1924 en cancha de Sportivo Barracas por 2 a 0, dos goles de Alfredo Garasini, y coronarse campeón pasados 390 minutos de juego a lo largo de 43 días.
La formación xenieze fue con: Tesorieri, Bidoglio y Mutis, Médici, Busso y Elli, Calomino, Cerrotti, Garasini, Pozzo y Pertini. El árbitro fue el señor D. R. Vallarino (Uruguayo).
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El gol más rápido en Primera División del fútbol argentino
Aquella tarde le tocó iniciar el juego a un delantero corpulento, que había llegado desde River luego de un inicio muy prometedor en el ascenso defendiendo los colores de Flandria, el equipo ‘canario’ de Jáuregui.
Carlos Dantón Seppaquercia (foto) había mirado de reojo el arco rival que defendía un arquero que estaba hacía poquito en el arco de Huracán. Era Jesús Osvaldo Borzi, quien tras un paso fugaz por Ferro en 1971 se fue a probar suerte a Australia y regresó en el 78 para jugar en el club de Parque Patricios.
La mirada rápida le permitió verlo adelantado haciendo sobre el área chica dos marcas sobre la raya de cal. Entonces, Seppaquercia no dudó y le pidió la devolución a Tutino y se animó a patear desde la mitad de la cancha.
Ese "globo" tardó apenas una ráfaga en traspasar la humanidad del sorprendido Borzi y también superó la línea para transformarse en gol de Gimnasia -el partido fue flojo y terminó 1-1; Carlos Babington empató de penal en el segundo tiempo- y quedó registrado como el gol más rápido del fútbol argentino en el profesionalismo.
Hubo antes y después de ese gol, miles de goles que compitieron con la rapidez de aquel grito. Luis Torres, de Acassuso, alcanzó a superarlo por un segundo cuando le hizo un gol a Juventud Unida, pero no fue en Primera División sino en Primera 'D', en Octubre de 1996.
Carlos Seppaquercia, que solo jugó 33 partidos en River y en Gimnasia y marcó 8 goles, entró en la historia con esa avivada: ese remate que tantos se perdieron de ver porque recién estaban sacando su entrada en la cancha del Bosque.
Historia de un 'cuervo' (Daniel Delfino “Maracho” - Argentina)
-Acá no digas que soy de San Lorenzo porque los de Huracán me achuran -le dije temiendo sus típicas humoradas. Painito es un Joker, un payaso, pero el ambiente de fútbol no entiende mucho de bromas. Y ni terminé de decírselo, que empezó con su show.
-Maaaaraaaaachooo es de Saaaannn Loren..... - y señaló mi cabeza con el dedo.
En el bar había más o menos diez personas, la mayoría tipos grandes, que al escuchar el cantito de Painito, comenzaron a mirarse entre sí, con ojos cómplices, informándose la presencia del cuerpo extraño, que lamentablemente, era yo. En voz baja le supliqué.
-No seas pelotudo, loco.
-No pasa nada, son toda gente buena -dijo en voz alta para que lo escuchen.
Un viejo que estaba apoyado en la barra abrió el fuego, el café se detuvo en mi garganta y retornó a mi boca.
-Che, por qué no vas a acomodar los changuitos al supermercado.
Yo lo miré a Painito con odio.
-Viste boludo, acá se arma el quilombo.
-No pasa nada, quedate tranquilo.
Un pelado desde una mesa me decía no sé qué. Yo no los miraba y observaba nervioso hacia afuera por la ventana. Painito hablaba con todos y todos juntos iniciaron un cantito: "San Lorenzo, no se diga, van a jugar un campeonato con Jumbo y Casa Tía".
Painito conducía la orquesta ampulosamente con los brazos y yo los miraba a todos presintiendo la catástrofe.
Como era de esperar, la jocosidad del cantito pasó a migas voladoras teledirigidas hacia mi cabeza. De repente uno con una remera verde se paró y con voz cruda dijo:
-Loco ¿qué tiene que hacer un cuervo acá? En este lugar no queremos pajarracos.
El clima se espesaba y Painito comenzó a defenderme tratando de calmar los ánimos. Pero la moción del de remera verde cosechaba nuevos adeptos a cada segundo.
-Loco paren, es mi amigo -Painito buscaba remendar el desastre que había desatado de puro fresco.
-Qué paren ni ocho cuartos. ¿Sabés cómo nos habrá puteado éste en la cancha? Que se vaya a acomodar changuitos con todos los cuervos piojosos a la Avenida La Plata.
No aguanté más y me levanté. Al verme de pie, todos enmudecieron como leones expectantes, saboreando a cuenta al cristiano próximo a devorar...
Houseman: La que tengo: Olga, mi esposa.
P: ¿Y sacando a tu esposa?
H: Jessica, mi hija.
P: ¿Y sacando a la familia?
H: TODAS!
(RENÉ HOUSEMAN, ex futbolista argentino, en revista "El Gráfico" -2005-)
Entrevista a Daniel Willington
Fue un crack deslumbrante. Nacido en Santa Fe pero criado en Córdoba, su lugar en el mundo. Es uno de los símbolos de oro de Vélez Sarsfield junto con José Amalfitani, Victorio Spinetto, Carlos Bianchi y José Luis Chilavert. Bohemio y polémico como en su época de futbolista, el crack cordobés repasa su historia en una nota inolvidable.
Hay futbolistas que marcan la historia y pasan a formar parte de la leyenda. Son los que conforman el Olimpo de cada club, los que el hincha se enorgullece en sentir propio. Como los de Vélez, que recuerdan a Don Pepe Amalfitani como el fundador, a Don Victorio Spinetto como la garra y el alma del Fortín, a Carlos Bianchi como el goleador temible y el técnico que los hizo grande entre los grandes, y a José Luis Chilavert como el futbolista ganador. Junto a ellos, Daniel Willington será por siempre el crack.
Nació el 1 de Septiembre de 1942 en Santa Fe, pero como su padre, que era un cinco batallador e inteligente, mudó toda su familia a Córdoba poco tiempo después, entonces Daniel fue para siempre "El Cordobés". Se fue formando como jugador y como hombre hasta que, a los veinte años, Vélez Sársfield puso sus ojos en ese enganche con llegada al gol que intimidaba con su físico y desequilibraba con una gambeta sorprendente.
¿Cómo jugaba? Mejor que lo diga ese maestro del periodismo que firmaba con el seudónimo Juvenal: "Era un futbolista diferente, porque quebraba la cintura con la soltura de los petisos y escondía la pelota con su físico prodigioso. Y era guapo. La carta que hacía de Vélez un equipo imbatible en El Fortín. Aunque es probable que la pegada haya sido la más llamativa de sus virtudes, porque en la década del sesenta, cuando se jugaba con una pelota anaranjada mucho más pesada que la actual, reunía fuerza y precisión en una combinación letal al rematar. Una pegada de billar, cuando usaba su inteligencia y panorama para meter cambios de frente, al pie del lateral, o un pelotazo de 50 metros para dejárselas servida a sus goleadores preferidos: ‘Pichino’ Carone o el ‘Turco’ Wehbe".
Rápidamente se hizo ídolo de la hinchada de Vélez que coreaba su nombre y lo despedía con el clásico ¡Cordobés! ¡Cordobés!, al mismo ritmo que el eterno canto de guerra tribunero ¡Elfortín! ¡Elfortín! (así, todo junto, sin separar en sílabas). Y referente del plantel por sobre los más grandes de edad, por su valentía a la hora de encarar y jugar aún en los campos más difíciles y ante los rivales más duros, y porque Don ‘Pepe’ Amalfitani lo elegía como preferido, lo que le permitía arreglar los mejores contratos. "Recuerdo que en el año 62, cuando llegué a Vélez, fui y le pregunté a los jugadores más grandes cuánto ganaban, cómo habían arreglado el contrato, para saber si había firmado bien o mal y cómo manejarme. Entonces ellos me respondieron: "Eso no se pregunta. Ya te vas a dar cuenta solo". Empecé a jugar y al año siguiente eran ellos los que venían a preguntarme: "Che, Cordobés, ¿por cuánto firmaste?" Entonces les sonreía y les decía: "Aaaaahhh.... ¿te acordás cuando recién había llegado y te pregunté lo mismo? ¿Te acordás lo que me dijiste? Bueno, yo aprendo rápido, así que viejo, esas cosas no se preguntan... Y me moría de la risa".
- Daniel, llegar en aquellos tiempos era mucho más difícil que ahora, ¿quiénes fueron los que más lo ayudaron?
- Mis padres, Don ‘Pepe’ Amalfitani, Talleres y Vélez. En definitiva, todos los que me dieron la posibilidad de jugar al fútbol. Don Pepe era un hombre cerrado, grande de edad, pero que conmigo se transformaba en un chico. No sé qué habrá encontrado en mí. Pero siempre me protegió. Cuando yo tenía 15, 16 años me vinieron a buscar varios clubes grandes de Buenos Aires pero al final no concretaban, por el tema de mi conducta..., y él lo sabía. Pero me llevó a Vélez igual. Y lo único que me dijo fue: "Yo confío en vos, no me hagás quedar mal". Desde entonces me trató como a un hijo. Me administraba la plata. Me enseñó a caminar...
- ¿Cómo es el tema de su conducta?
- Siempre me hacían fama... Pero nada que ver. Toda macana que me puedan achacar, habrá sido afuera de la cancha. Porque en lo deportivo nunca di motivo. Si no, Don ‘Pepe’ me hubiera echado. El manejaba todo. No quería salir campeón, el quería masa societaria. Y sin embargo, a mí me retuvo siempre. Una vez, River le ofertó 100 millones, creo, por el año 64 ó 65, y encima 5 jugadores bárbaros. Se me acercó como si nada y me dijo: "Che Cordobés, ¿vos te quedarías en Vélez?", y yo le respondí: "Pepe, si me paga esa plata...", "Entonces quedate. Que todos esos sigan en River que vos sos de Vélez". Y así estuve siempre entre los 10 jugadores mejor pagos del país. Estaba Amadeo Carrizo, Ramos Delgado, Onega y Artime en River, Roma, Rattin y Marzolini en Boca. Y yo...
- Es decir que se manejó muy bien...
- No tanto. Tendría que haberme dado más con el periodismo. Era antipático, no sé por qué... A lo mejor me daba bronca que se metieran en mi vida privada. Ardizzone, Panzeri, Diego Lucero, ponían con palabras simples que a lo mejor no jugaba bien. Pero no se metían con lo que yo hacía del domingo al miércoles. El resto...
- Ahora que pasó el tiempo, ¿se puede saber qué hacía?
- Y ¿qué iba a hacer? Era joven, andaba por los veinte años, con auto, que en aquel entonces lo tenían pocos... De lunes a miércoles salía, y a veces no me encontraban. Pero iba al centro, al bowling, al billar, a estar con mis amigos. Y también me gustaba milonguear. Yo bailo todo. Y en el tango, como en el fútbol, hice grandes amigos. Pero amigos en serio, ¡eh!
- ¿Quiénes, por ejemplo?
- Floreal Ruiz, Argentino Ledesma, Jorge Valdés, Abel Córdoba, el ‘Polaco’ Goyeneche, Roberto Rufino, Roberto Florio, Oscar Alemán... Sabía llevar los violines a la orquesta de Pugliese, cuando tocaban en Palermo... Íbamos con mi amigo ‘Piraña’, que vendía banderines en la cancha. Yo vivía con ese ‘busca’, y el bulín que teníamos se llamaba “La Yumba”, por el tango de Pugliese. Si hasta teníamos la letra escrita completa en la puerta.
- Una vida privada fabulosa, ¿de verdad usted conoció a todos esos maestros?
- ¡Y claro! Y aparte, en ese tiempo nos juntábamos los jugadores de todos los equipos después de los partidos para hablar de fútbol... Tengo muy presente al uruguayo Eduardo Collado, al Heber Mastrángelo...
- ¿Es verdad que, además, usted canta muy bien?
- Soy un aficionado. Me gusta todo lo que sea popular. Mi tema es el tango "Mis consejos", ese en el que el padre le habla al hijo. Me acompaña el maestro Nieto, que es director de la Orquesta del Tango de Córdoba. Canto para mis amigos, que son muchísimos. Eso es lo mejor que me dejó el fútbol. Nos juntamos siempre y yo canto.
- Recién me dijo lo mejor que le dejó el fútbol, ¿y lo peor?
- El haber estado durante diez años en la Preselección para jugar los Mundiales y que no me hayan elegido nunca. A los mejor en ese momento no quería quedar en la Selección, porque era distinto, no era lindo, se sufría más de lo que se disfrutaba. Pero ahora, viéndolo a la distancia, me hubiese encantado jugar un Mundial.
- ¿Qué le diría a los que lo criticaban y después de su retiro comenzaron a extrañarlo?
- Nada, el fútbol es así. Además, siempre los que juegan mejor son los más cuestionados, parece que la gente elige una patada antes que una gambeta. En ese entonces muchos creían que yo jugaba solo cuando quería. Pero a lo mejor uno que no sabía ni silbar me marcaba y no me dejaba jugar. Había un jugador de Atlanta, Collado. No me pegaba una sola patada pero igual me tenía de hijo. Y no era culpa mía, me marcaba muy bien.
- ¿Todavía sueña con goles propios?
- No, más bien recuerdo algunos. Como el que hice acá, en Belgrano, para Talleres, como de cuarenta metros. O el de la Copa de Oro de Montevideo, jugando para Vélez contra el Spartak. Arranqué gambeteando desde la media cancha y pasé hasta el arquero. Ah! también le hice uno a Ladislao Mazurkiewicz, el famoso arquero de Peñarol: le mandé un tiro libre de treinta metros y quedó una cosa blanca colgada de la red...
Daniel Willington, genio y figura. Jugador fantástico, entrenador romántico, cantante apasionado. Estatua viviente de Vélez Sársfield. Patrimonio cultural de fútbol argentino.
(entrevista realizada por el periodista Oscar A. Martínez y publicada el 14/03/05 en “Diario Castellanos”, de Rafaela, Santa Fe)
De huracanes y ciclones (Juan Garlos Guastoni - Argentina)
Encono singular. Domingo denso
de pasión y de grito futbolero...
se enfrentan Huracán y San Lorenzo.
Las hinchadas del “cuervo” y el “quemero”
Hoy concuerdan un único consenso:
les parece más linda “la de cuero”
y el verde de la cancha más intenso...
Son noventa minutos de porfía
ciñendo el corazón. Y de repente
¡la explosión!; ¡el clamor!; ¡la algarabía!
De un ”Goooooool” inapelable y concluyente
trayendo tu pesar o tu alegría.
(Mi alegría o pesar, inversamente).
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Dicen que se había corrido la bola de que había un flaquito al que la hinchada de Defe le decía ‘Quenó’ y hacía firuletes en la cancha. ‘Quenó’ quedó porque yo decía "qué no voy a animarme a ese marcador o a esa chica". Un día fue a verme el ayudante del Flaco Menotti, Rogelio Poncini, y parece que le gusté. Se te vino toda la fama encima. Y... Me compré un Torino, les daba plata a mis amigos de la villa, a veces desaparecía de las concentraciones. Bah, no, llegaba algo tarde…
¿Es verdad o mito lo de la jugada que hacías en las prácticas, en la que ibas por la raya gambeteando y tocabas con la mano el banco de suplentes?
No, es verdad, Menotti me pedía que la hiciera en un partido pero no me animé. Si la hacía, me iban a romper todo con un guadañazo.
(RENÉ HOUSEMAN, ex jugador argentino, en revista “Viva” del domingo 4 de Enero de 2009)
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(RENÉ HOUSEMAN, ex jugador argentino, participó en los Mundiales de 1974 y 1978)
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(MATÍAS DEFEDERICO, flamante jugador del Corinthians, tras su polémica desvinculación de Huracán, a su llegada a San Pablo, Brasil, en el día de ayer -24/08/09-)
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Santafesino de nacimiento y cordobés por adopción, Willington fue uno de los más perfectos prototipos del jugador argentino 'vago', incapaz de transpirar más de lo estrictamente necesario, pero con una capacidad extraordinaria para jugar con elegancia de un artista.
Victorio Spinetto lo llevó a Vélez en 1961, a los 19 años, y la hinchada aprendió rápido a disfrutarlo por su extraordinaria habilidad, con la que realizó jugadas que provocaban admiración y también a perdonarle su displicencia ya que a veces se lo veía lento y hasta parecía sin muchos deseos de jugar. En 1968 fue la gran figura del equipo que, en el Nacional, le dio al club el primer título profesional de su historia.
En 1971 dejó Vélez, que le dio el pase libre en mérito a su trayectoria tras diez temporadas de romance con la hinchada velezana. Se fue a jugar a México.
Volvió a la Argentina en 1972 tentado por el famoso boxeador Oscar “Ringo” Bonavena, hincha de Huracán, quien habló con el presidente Luis Seijo para que se lo incorpore. En el Globo no rindió y regresó a Córdoba. Jugó en Instituto y luego en Talleres, donde se destacó en los Nacionales, dirigido primero por Labruna y luego por Pedernera y Rubén Bravo. Regresó a Vélez, 7 años después, para terminar su carrera.
Su campaña:
Vélez Sársfield: 1962/71 y 1978, 212 partidos, 65 goles.
Huracán: 1972, 8 partidos.
Instituto (Cba.): 1973, 8 partidos.
Talleres (Cba.): 1974/76, 35 partidos, 3 goles.
Jugó 263 partidos y convirtió 68 goles.
Como técnico dirigió a Vélez (1987/1988 y 1988/1989), a Instituto (1988) y a Talleres de Córdoba, con el que logró el ascenso a Primera División en la temporada 1993/1994. La última gestión de Willington en Talleres fue a principios de 2005. En ese momento fue acompañado por José Trignani. Luego, renunciaron por algunos conflictos con el Fideicomiso que maneja el club.
En la Selección (1962/1970) disputó 11 partidos y convirtió un gol. Siempre se quejó por las pocas oportunidades que le brindaron, pero cuando le tocó estar no rindió como se esperaba.
Menotti me sacó bien, era muy irregular. Yo no anduve muy bien, pero el equipo era un equipazo.
No hubo nada raro, ¿no?
No, basta de boludeces. Yo nunca vi nada raro. En el famoso 6 a 0 a Perú, en el primer tiempo fueron mejores ellos. Son partidos que se dan... Te digo una cosa, yo si sabía que se estaba matando gente, no jugaba. Mira cómo ignoraba a los milicos que cuando terminó el partido vino Videla al vestuario y lo recibí en bolas porque terminaba de bañarme. Todos corrían a arreglarse, pero yo le di la mano en bolas.
(RENÉ HOUSEMAN, ex jugador argentino, en revista “Viva” del domingo 4 de Enero de 2009)
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En un momento del partido Vladislao Cap, entrenador de la visita, tuvo intenciones de hacer ingresar a René Houseman (foto); pero miró al banco y no lo encontró... le preguntó a uno de sus colaboradores "¿y René dónde está?", mientras le hacía un gesto para tranquilizarlo el masajista dijo "no se preocupen, ya vuelvo" y se fue hacia al vestuario; al minuto "el Loco" salió al campo de juego para hacer de las suyas.
Según explicó después, se había ido a fumar ahí dado que tenía entendido que afuera estaba prohibido.
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Recordaba Zapata que cuando era muy joven iba a la cancha de Huracán, pero mucho antes del partido se dirigía a un bar de Alcorta y Luna para ver de cerca a su ídolo, Masantonio, habitué del lugar.
Y fue en una previa a enfrentar a Newell's, cuando en dicho bar, un ignoto hincha quemero le insistía a Masantonio para que aceptara la invitación de tomarse un anís.
Pese a las insistentes negativas del goleador (el máximo de la historia de Huracán con 254 tantos), y para no resultar antipático, finalmente aceptó la invitación, pero apenas dio un sorbito a la copa con anís.
Horas más tarde, ya en la cancha, Masantonio tuvo una opaca actuación. Y había un hincha en especial que lo insultaba a los gritos.
Grande fue la sorpresa del adolescente Zapata cuando advirtió que ahí en la tribuna, ese hincha que agredía al goleador y que le decía a otros simpatizantes, "¡Masantonio juega así de mal porque es un borracho! Antes del partido estuvo dándole al anís como loco...
¡Borracho hijo de p...", vociferaba el mismo hincha que lo había invitado, con exagerada insistencia, en el bar de la esquina del estadio horas antes.
Aquella fría tarde (Rodrigo Damián Gaite - Argentina)
-Pero con el 2 a 0 del miércoles ya está- dijo Mingo acercando una silla a la mesa.
Emilio le salió al cruce arremangándose el puño y tratando de ocultar su nerviosismo.
-No pará viejo, que ya está ni ya está. A los partidos hay que jugarlos.
Ya van como cuatro veces que se nos escapa- suspiró el Negro.
Durante la semana a pesar del mal estado del campo de juego lograron sacar una diferencia importante, pero dos goles jugando de visitante no aseguraban nada y más teniendo en cuenta que a igualdad de puntos y goles el rival corría con ventaja deportiva.
La capacidad del bar estaba en su totalidad, las mesas estaban ubicadas de tal manera que todos los presentes pudieran ver con comodidad hacia el televisor de 29 pulgadas que estaba casi tocando el cielorraso en un soporte de metal.
César, que era hincha de Boca y don Pascual que era de Racing, abrigados hasta las narices, se tomaron el 46 en Pompeya que los dejaba en la esquina. Ellos habían estado casi todos los sábados de los últimos años, así que a pesar de ser domingo no iban a faltar en esa ocasión haciéndoles el aguante a los muchachos de la barra.
Todos aprovecharon la mañana y cumplieron con sus deberes de ciudadanos para elegir al nuevo Jefe de Gobierno porteño.
El Gordo Miguel, miraba de tanto en tanto por la ventana en dirección al taxi estacionado en la vereda de enfrente. Ya habían dicho que podía faltar GNC y se le ponían los pelos de punta.
El relator anunciaba la salida de los equipos y los más exaltados alentaban con cánticos tribuneros.
La voz de un niño hizo caer en la cuenta del detalle a más de uno.
-¡Mirá, van a jugar con la camiseta azul! -gritó entusiasmado.
-Con tal que ganemos que jueguen con cualquiera- comentó Pedro repasando el mostrador con una franela.
Las cámaras mostraban la imagen del árbitro mirando su reloj y esperando la orden de la televisión; en ese momento antes de que comenzase a rodar la pelota y aunque fuesen cábalas de carácter individual, la mayoría de los parroquianos se dieron vuelta para contemplar detenidamente la enmarcada fotografía de colores sepia que colgaba en la pared de fondo. El tipo del retrato tenía un aire pintoresco, el torso desnudo y los brazos abiertos mostrando los puños desafiantes.
Casi religiosamente, cada uno a su modo miraba la imagen como si estuviesen orando en silencio, como quien se para frente a la figura de San Cayetano y desde lo más profundo de su ser le pide trabajo. A él no le iba a pedir trabajo, sino un triunfo. Palabras más, palabras menos que intercediera ante Dios para que ganaran como sea, pero que ganaran, por que había que volver. Solamente un caído del catre podía preguntar ¿Volver adónde? Al lugar del cual nunca debieron haberse ido.
La escena era muy similar a la que realizaban los Napolitanos antes de los partidos que jugaba su equipo con la foto del santo Diego, con la diferencia que aquellos habitantes del sur de Italia le pedían a uno que iba a estar a dentro de la cancha, en cambio este grupo de hinchas le pedían a alguien fallecido hace muchos años.
Retumbaron unos gritos de guerra por que se iniciaba la primera etapa. Él, que observaba todo desde arriba estaba más inquieto que de costumbre. Pensar que se fue de este mundo un par de años después de que el club de sus amores saliera campeón jugando un fútbol extraordinario, aquel equipo quedaría como uno de los mejores de todas las épocas.
Y él, que ya era querido en vida lo fue mucho más luego de su muerte corporal.
Menos mal que no estuvo presente cuando en la década del 80 se fueron al descenso por primera vez, pero como se habrá emocionado viendo desde el cielo el banderazo que 5000 hinchas hicieron en el 98 en la sede social. Para esos hinchas en el último lustro hubo más desazones que alegrías. Fueron años cargados de satisfacciones fugaces, transitando las canchas de una categoría que les quedaba chica.
Pero cuando las desgracias recaen sobre las personas recaen con todas las letras.
Para completarla el clásico rival, el de toda la vida ganó el campeonato haciendo renacer las cargadas. ¡Qué otra cosa les podía pasar!
El partido empezó con mucho nerviosismo, el rubiecito de pecas que había advertido lo de la camiseta agitaba una bandera sobre su cabeza. En los ceniceros comenzaban a caer las primeras colillas de cigarrillos.
Él, que había visto como le pedían a su foto, le rogaba encarecidamente al Señor que hiciese lugar a ese pedido, que hiciera lo imposible para que lograran el objetivo, pero el Rey de Reyes trataba de tranquilizarlo y le manifestaba que no debían invocar en vano el nombre de Dios.
-¿Cómo en vano?- le dijo desesperadamente, pero con sumo respeto. Cristo le decía que su Padre era nada más y nada menos que el creador del universo y por ende sabía todo lo que pasó e iba a pasar desde el inicio hasta los últimos días. Él le decía que si, que está bien, pero le mostraba su preocupación por los contragolpes y la presión del público local, Jesús, con un gesto de ternura lo hizo mirar hacia abajo, ahí fue cuando volvió a serenarse, por que a los pocos minutos de haberse iniciado el encuentro, se ponían en ventaja con un derechazo cruzado. Después del gol el equipo siguió con la misma actitud, con amor propio y sin renunciar al buen juego.
Ya más calmo en el transcurso del entretiempo, sin darse cuenta comenzó a reflexionar sobre su vida terrenal, en como él mismo había creado a ese personaje bohemio y fanfarrón, logrando meterse en el corazón de la gente. Pensaba en el barrio, en las pastas domingueras de la vieja, en tantas noches doradas y en como se le había escapado la posibilidad de alcanzar la gloria, cuando en aquella emblemática velada le fue de igual a igual al mejor de todos los tiempos, y aunque dejó el alma ante los ojos del mundo no le alcanzó, pero hubo que aplaudirlo de pie por su guapeza. Repasó el día de su trágico final estando tan lejos de su tierra y sus afectos.
A tal punto dejó su sello por estos pagos, que hoy en día una calle lleva su nombre y se rumorea la posibilidad de filmar una película sobre su vida.
Allá abajo algo lo hizo volver en si. Era el 2 a 0 para el alivio y la tranquilidad de todos.
A Mingo, su cara angulosa comenzaba a cubrírsele de lágrimas. Faltaba más de media hora para que terminase el partido y la dicha y la confianza eran enormes, la diferencia era holgada y salvo una fatalidad podía cambiar la historia.
A esa altura el Gordo Miguel seguía el partido de brazos cruzados, ya se había olvidado del taxi y del GNC. Emilio se frotaba las manos y se acomodaba el bigote una y otra vez.
Pero parece que el diablo metió la cola, por que los locales convirtieron dos goles en dos minutos empatando el marcador y si bien todavía los favorecía la diferencia obtenida en el encuentro de ida en el Palacio, en el ambiente volvieron a sobrevolar los fantasmas de tantos años de frustraciones, de las veces que alcanzar el tan ansiado objetivo se esfumaba, desaparecía como la luz del día cuando cae la noche; ya hacía cuatro años que no podían lograrlo.
Pero lo peor había sido lo de la semana anterior. Cuando por fin creían que se les daba en tierras cuyanas, apareció una mano negra. Mejor dicho apareció un sinvergüenza vestido de negro, un caradura que les robó el partido y les frustró las ilusiones.
Todavía duraba la bronca, la impotencia y el desconsuelo. Por que una cosa es perder deportivamente y otra muy distinta es que te roben en la cara.
En el bar volvieron a mirar la foto que pendía en la pared. Y desde lo más hondo de sus corazones le pedían por favor que intercediera ante Dios. Que ya era hora, que se remediaran de una buena vez los errores del pasado, que les diera una nueva oportunidad.
Afuera oscurecía y Pedro terminó de encender los tubos fluorescentes del cielorraso.
César, con don Pascual y algún otro que andaba por ahí, también le pedían al Supremo, como quien le pide por la salud y el bienestar de sus seres queridos. Él, que desde arriba veía todo claramente se preguntaba por que Dios permitía esos pasajes de angustia y sufrimiento, pero como era de imaginar, el Todopoderoso ya tenía todo fríamente calculado. Y como sabe que es cierto eso de que la fe mueve montañas, esperó el momento propicio y apoyándole tiernamente una mano en el hombro le dijo:
-Andá. Bajá y dale una mano en el arco a Leo Diaz.
Y así fue como el ángel de Ringo Bonavena descendió y cuando se paró bajo los tres palos, con todo el panorama del campo de juego por delante, distinguió algo que solamente él por su condición de ángel podía percibir. Eran unas figuras blancas y diáfanas que sobrevolaban el terreno de juego a unos centímetros del suelo, y mientras él hacía lo suyo en el área chica, los seres alados de Baldonedo y "Tucho" Méndez colaboraban en el mediocampo con Coyette y Poggi; entretanto los de Stabile, Onzari y Masantonio se juntaban en la delantera con Milano y Larrivey; y la figura candorosa del “Gitano” Juárez hablaba con el cuerpo técnico.
Entonces, como primero hay que saber sufrir, para que los logros se valoren de una manera especial, a tres minutos del final, y para que el cielo se volviese blanco con un globo aerostático rojo en el centro, y para que comenzaran a delirar los hinchas que estaban en el bar, en el club y los 6000 que había recorrido más de 1000 kilómetros para llegar al “Malvinas Argentinas” y todos se dieran cuenta de que ahora si, que valió la pena tanta espera, por que a la larga todo llega y el tan ansiado regreso ya era un hecho, llegó el angelito de Farid Mohamed para terminar de acomodar el balón bajo la red luego del tiro libre de Gordillo, sellar el 3 a 2 definitivo y ganarle la promoción a Godoy Cruz.
El Turco Mohamed, el hombre que sabe lo que es reponerse ante la adversidad con su boina negra, desde el banco de suplentes lloraba de emoción. Houseman, Brindisi y Avallay junto a todo el pueblo quemero gozaban de felicidad. Por que los que están físicamente y los que no, saben que desde aquélla fría tarde mendocina, Huracán es de Primera y lo será para siempre.
(tomado de la página “Sector 7G”)
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Yo jugué en River y en el Ajax de Holanda, pero ahora estoy cumpliendo mi sueño de hincha: jugar en Huracán, aunque sea en el Nacional "B".
(MARIANO JUAN, jugador argentino, al llegar a la entidad de Parque Patricios)
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Sin embargo, el libro del periodista Enrique Escande, "La Viruta, con anécdotas del fútbol", dice textualmente en unos de sus párrafos: "No existe documento alguno en el que figure que Gardel era hincha de Racing, y, por el contrarío, hay una entrevista publicada por la revista "La Cancha" (Nº 277), del 16 de Septiembre de 1933, en el que Gardel deja en claro que no tiene ninguna preferencia por un equipo y que, más que el fútbol, a él le gustaban los chuchos (caballos de carrera)".
El autor de la entrevista fue el periodista Julio César Marini, quien ante una pregunta referida al tema de su predilección, el cantante respondió: "Mis simpatías las distribuyo entre todos por igual. Me gusta Racing, Gimnasia, que dicho sea de paso está haciendo una campaña maravillosa, y Boca Juniors". Gimnasia y Esgrima La Plata era puntero del campeonato de ese año durante 27 fechas, con José María Minella como capitán.
Por último, Carlos Gardel, quien tenía como guitarrista y amigo personal a Guillermo Barbieri, (padre de Alfredo Barbierí y abuelo de Carmen Barbieri) acérrimo hincha de Huracán, aclara: "¿Si soy hincha de Huracán?.. A ciencia cierta no se si soy hincha de alguno. Me interesa el desarrollo de los campeonatos, me interesa ver algunos partidos de vez en cuando, pero... Vea, un domingo llegamos a la cancha, nos palpitamos el primer tiempo, pero no pudimos aguantar. Fue más fuerte la pasión por los burros y en un auto, a todo lo que daba, nos fuimos al hipódromo de Palermo".
Yo no soy ejemplo para hablarle a Ortega. Su papá me llamó, pero me daría vergüenza aconsejarlo. Sólo una vez jugué borracho: tuve la suerte de escaparle al alcohol.
(RENÉ HOUSEMAN, ex futbolista argentino, en declaraciones a Radio Mitre el 13/07/08, opinando acerca del jugador recientemente incorporado por Independiente Rivadavia de Mendoza)
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Gorosito. Lo mejor que tenía yo era la pegada. Pipo también, pero con derecha.
¿Cuál es la clave de una buena pegada?
Viene de nacimiento, a mí nadie me enseñó a patear. Al contrario: 20 técnicos me quisieron enseñar a patear con la derecha y nunca pude aprender. Me tenían pateando contra el frontón y me terminaba fastidiando porque le pegaba muy mal.
¿Cómo era Basile de compañero?
En el famoso Huracán del 73, Coco venía atrás de muchos en técnica, pero era el líder lejos. Sabía manejar el carácter y el tiempo de cada uno. A mí me puteaba porque sabía que yo reaccionaba; a Avallay, en cambio, lo trataba como una niña porque sabía que si lo puteaba, se caía.
¿Cómo demostraba su liderazgo?
Es una personalidad como la de ahora, avasallante. Atemorizaba a los contrarios y era capaz de pelearse por un compañero. El día que salimos campeones, Rivero, un uruguayo de Gimnasia, le dijo algo y a la noche, en vez de ir a festejar el primer título en la historia del club, fue a buscar al Negro a un boliche. Coco transmitía mucho, y cuando las cosas venían mal, imponía su respeto.
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