(ERNESTO LAZZATTI, excepcional jugador de Boca Juniors en la década del '40)
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(ERNESTO LAZZATTI, excepcional jugador de Boca Juniors en la década del '40)
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La más divertida anécdota del "Mono" Burgos
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El partido estaba muy disputado, hasta que el árbitro sancionó un penal favorable a River. Era la gran oportunidad para el local, pero Pedernera ejecutó el tiro desde los 12 pasos de manera muy anunciada, permitiendo que desviara el arquero de Boca, Juan Estrada, arrojándose hacia el palo derecho de su valla (foto). Ahí River perdió confianza y el partido. Era el primer triunfo de Boca en el nuevo estadio de River, la por entonces 'Herradura de Núñez'. Resultó un partido histórico para ambos clubes.
River formó con Besuzzo; Vassini y Blanco; Yácono, Rodolfi y Wergifker; Peucelle, Caffaratti, Maffei, Moreno y Pedernera.
Por su parte Boca alineó con Estrada; Ibáñez y Valussi; A.López, Angeletti y Suárez; Varallo, Alarcón, Liztherman, Pícaro y Danza.
El árbitro fue A. Destaillats. Los goles boquenses fueron anotados por Pícaro y el legendario Francisco "Pancho" Varallo. Un recuerdo a todo azul y oro.
Pero lo que vino a continuación no registraba antecedente alguno a la fecha y aún hoy cuando ya pasaron 10 años. Alfredo Moreno, que ya había puesto el 1-0 a los 3 minutos, se descolgó con la friolera de meter 4 goles más en los primeros 20 minutos del segundo tiempo, llegando al total de 5 goles en una noche imborrable que terminó de encaminar a Boca a la clasificación y sepultar las aspiraciones de los bolivianos por conseguir un empate.
Esa marca es la máxima conseguida por un jugador argentino en Copa Libertadores en toda la historia.
Cerca del final, Limberg Gutiérrez descontó y dejó el resultado final en un 6-1 que en un momento pareció hasta medio escaso.
Por su parte el brasileño Nilmar es el único goleador que fue máximo artillero de la Sudamericana y de la Copa Libertadores: fueron 5 tantos para Internacional de Porto Alegre, en la Sudamericana de 2008 y 5 conquistas en el Corinthians, en la Libertadores de 2006. Colo Colo, en 2006 marcó 25 goles en 10 partidos. Es el club más goleador de la Sudamericana en una edición. Detrás del equipo chileno, aparece Liga de Quito, que en en 2009 anotó 23 tantos en 10 cotejos.
En cuanto a futbolistas ganadores, el paraguayo Claudio Morel Rodríguez es el único tri campeón de la Copa Sudamericana: campeón con San Lorenzo en 2002 y campeón con Boca en 2004 y 2005. De los equipos campeones, se registra algo singular: mientras el ganador de la Copa en la última edición, la Liga de Quito, ganó sus 5 partidos como local y ninguno como visitante (3 empates y 2 derrotas), Arsenal de Sarandí, que obtuvo el título en 2007, no venció en ninguno de sus compromisos en calidad de local (4 empates y una derrota) pero se mantuvo invicto como visitante (venció en 4 partidos y empató el restante).
Fue una hazaña y la historia del fútbol lo seguirá sosteniendo. Los hinchas del Atlético San Martín que vivieron ese momento, hace 40 años, lo seguirán contando tan acaloradamente como esa noche del 16 de Noviembre de 1969.
Porque ese equipo transitaba su segundo torneo Nacional, luego de esos inicios en el '67, y era el mejor entre los cinco equipos del Interior que participaron esa vez. Los otros eran Talleres de Córdoba, Desamparados de San Juan, San Martín de Tucumán y San Lorenzo de Mar del Plata.
Todo era distinto y los jugadores de los equipos de la Primera división del fútbol argentino eran más conocidos por las figuritas, por las revistas “El Gráfico” y “Goles” que por la televisión.
Y además la trascendencia de un triunfo en esos torneos llegaba por la categoría y la calidad del rival. Imagínense tener enfrente al ‘Muñeco’ Madurga, al ‘Conejo’ Roberto Rogel, al peruano Meléndez, a Rojitas, a Silvio Marzolini a jugadores que vestían la camiseta de la selección nacional, a hombres que habían jugado mundiales. Era casi lo máximo que podía aspirar un futbolista de este país cuando no se pensaba y no había transferencias a Europa. Todo se cocinaba en nuestros límites.
Lo que debe haber sido para Eduardo Marillack o para el ‘Chupete’ Márquez enfrentar a esos fenómenos en Buenos Aires.
Y la historia del chico contra el poderoso, del desconocido del interior contra el famoso de la Capital se dio esa noche en La Bombonera.
Boca Juniors había traído nada menos que a Alfredo Di Stéfano, de España, para que lo dirigiera. Y le iba muy bien.
Llegaba con un récord de eficacia muy alta y había igualado la cantidad de puntos lograda por River en 1932 para un inicio de torneo. En 12 partidos había ganado 11 y empatado 1, con 29 goles a favor y sólo 7 en contra.
Y fue el ‘chacarero’ para dar la mayor sorpresa del torneo: El Gráfico tituló "La epopeya mendocina" y decía la crónica "San Martín quebró un invicto, frenó a un puntero, que parecía inexpugnable, pero acaso lo que más importa es la forma en que consolidó la hazaña con claridad futbolística, con limpieza de medios. Al final, el noble aplauso de la tribuna local. Una gran defensa, un inteligente mediocampo y un justo contraataque fundamentaron la victoria".
También se mencionó: "Este San Martín provocó el impacto más conmovedor de la temporada futbolística".
El ‘albirrojo’ manejó el ritmo del partido Márquez encimó a Madurga, Domínguez dejó patear poco al potente Nicolau, Fabián González no dejaba recibir a Ángel Clemente Rojas y así lo dejó a Boca contenido y sin reacción. Hasta que a los 19 del segundo tiempo Adolfo Soto se fue por la derecha y envió el centro para que Achával, de zurda, consiguiera el único gol del partido. La cancha de Boca, se quedó sin latir. Se paralizó.
Ese Nacional Boca salió campeón y la mancha negra, la única derrota fue esa ante San Martín. Frente a ese equipo que dejó su marca en la historia del fútbol argentino al cortarle el invicto a esos notables que salieron de las figuritas y los posters. Tocaron el cielo.
Síntesis: 13ª del Torneo Nacional, 16 de noviembre de 1969
Boca Juniors (0): Sánchez, Suñé, Meléndez, Rogel, Marzolini, Madurga, Nicolau, Medina, Ponce, Rojas y Peña.
DT: Di Stéfano
San Martín (1): Reggi, Vergara, Sosa, González, Marillack, Tebez, Domínguez, Márquez, Czentoricky, Soto y Achával.
DT: Mur
Estadio: Boca Juniors
Arbitro: Álvarez
Gol: ST 19' Achával
Cambios: ST al inicio Aldo Villagra por Peña (B) y Rubén Ambroggi por Domínguez (SM). A los 32' Achával se retiró lesionado.
Intervinieron Boca, Racing, la selección de Checoslovaquia, Inter de Porto Alegre, y lógicamente, River Plate.
River derrotó a los checos por 4 a 1, a Racing 4 a 0, al Inter 3 a 2, para derrotar en el último partido a su tradicional adversario, Boca Juniors, por 1 a 0.
Este partido, disputado el 12 de Febrero, dejó la siguiente síntesis:
River (1): Fillol; Comelles, Pavoni, Passarella, Saporiti; Juan José López, Lonardi y Alonso; Pedro González, Luque y Commisso (Galletti).
DT: Ángel Labruna
Boca (0): Gatti; Pernía, Bordón, Mouzo (Hugo Alves) Suárez; Benítez (Potente), Suñé y Zanabria; Mastrángelo, Salinas y Perotti.
DT: Juan Carlos Lorenzo
Árbitro: Roberto Barreiro
Gol: Galletti (River) a los 76'
Luego del partido y la vuelta olímpica, las declaraciones: Labruna, dijo: "Nosotros no somos la mitad más uno. Nosotros somos el país, menos algunos". Por su parte, Leopoldo Luque, goleador del torneo, manifestó: "Desde que juego al fútbol profesional es la primera vez que salgo goleador de un torneo". Recuerdos de un fútbol veraniego, allá por 1979.
(MARTÍN PALERMO, goleador histórico de Boca Juniors, 'blanqueando' su nula relación con Juan Román Riquelme, en declaraciones a radio 'La Red')
Según relata Sanfilippo en su biografía, escrita por Alfredo Di Salvo, cuando los dos estaban concentrados con el seleccionado, previo a un clásico entre San Lorenzo y Boca que se disputaría el 12 de Octubre de 1962, ocurrió la siguiente anécdota: "Los chistes y las jodas estaban a la orden del día; lo teníamos de punto a ese gran tipo llamado Antonio Roma; nunca se enojaba y mejor así, porque con su físico era mejor que te agarrara un tren. Estábamos almorzando (con la selección), le guiño el ojo al 'petiso' Menéndez (Norberto) y lo llamo a Don Victorio Spinetto (el técnico).
-Quiero hacerle una apuesta, Don Victorio, al Tano. Usted tiene que dar el consentimiento.
-¿Qué es lo que pasa, Nene?
-El tema es el siguiente; el domingo juegan San Lorenzo y Boca, y hago esta apuesta, a pesar de correr con desventaja, no importa. Si le hago dos goles el domingo a Roma, usted lo desafecta de la Selección. Y si no los hago, el que se va soy yo, ¿de acuerdo?
-Sí, Nene, está todo jugado.
Nos damos la mano en señal de conformidad. Se prendía Don Victorio en las bromas. Todos aplaudieron, formalizando el desafío. Se acerca Antonio y me dice:
-¿A quién le vas a hacer dos goles, enano podrido..?
El partido en cuestión, disputado en el Viejo Gasómetro de Avenida La Plata, finalizó 2 a 2. Los dos goles de San Lorenzo los convirtió Sanfilippo (el primero a los 5 segundos, de taco, -en la foto de la izquierda- y el segundo de tiro penal), pero tanto él, como Roma, siguieron siendo titulares de la Selección Argentina.
La mejor de las historias (Pablo Ramos - Argentina)
De golpe salté de la banqueta y le dije que estaba escribiendo, que las cosas me iban mal, que ya no me gustaba mi empresa ni mi familia, y que me había dado cuenta, de golpe, de que lo único que quería hacer era escribir historias. Se lo digo en un ataque de sinceridad alcohólica. Después me arrepiento, a él no le importaban esas cosas, siento que va a minimizarlo, a hacer de cuenta que no escuchó nada.
-Encontré la máquina de mi abuelo y la estoy usando -digo.
-Historias -dice él.
Yo sé la mejor de las historias.
Me quedé confundido, esperando para no decir una tontería, para que no se me notara la confusión. Mi padre iba a contarme algo: mi padre iba a ser mi padre. Pido otra vuelta y le digo que empiece.
Yo estaba borracho, felizmente borracho. Permanentemente al borde de la risa, como si en vez de tomar vermú me hubiera fumado un porro. Él, distendido y un poco, apenas, suelto de lengua. Miré la hora: mi madre ya debía tener la comida lista, pero nos conocía bien a mi padre y a mí; aparte de tener el corazón en la boca porque estábamos juntos, iba a tener la precaución de no echar los fideos en el agua hasta que nos hubiéramos sentado a la mesa.
Me quedé en silencio y él, ahora, fue al grano.
-¿Querés o no querés que te la cuente?
-Está bien, pero que sea una historia que a vos te interese no es garantía de que a mí me interese también.
-Sentí (siempre decía ‘sentí’ por ‘escuchá’), ¿te acordás de Ángel Clemente Rojas: Rojitas, el Pelado? Los pibes de tu generación no lo vieron jugar. Pero yo lo vi nacer, y crecer con la pelota. Lo más grande que tuvo Boca, lo más grande que tuvo este país, más grande que Bochini, más grande que Maradona. Lo que pasa es que eran otras épocas.
-Seguro que estás exagerando.
-No sé. El asunto es así: una noche de verano, un calor insoportable, estábamos Coco, el Pelado Rojitas, Rabanito y yo. En el club Brisas, sentados como ahora estamos sentados nosotros dos. Lo jodíamos al Pelado porque había firmado con Boca, él, que era hincha de Independiente, como el Diego, ¿entendés lo que te digo?
Le dije que entendía, y le pedí que nos apartáramos un poco. Mi padre nunca me había contado una historia. Pedí la botella de Gancia y un sifón, reforcé las medidas de Fernet y nos fuimos a sentar a la última mesa. Yo, con mi vaso en una mano y el sifón en la otra.
Mi padre dio dos pasos y apoyó su mano libre sobre mi hombro. Fue la primera vez que él tuvo un gesto así conmigo. Nunca me voy a olvidar de lo que sentí. ¿Con tan poco se podía allanar tanto el camino hacia la paz? La tormenta seguía, pero despuntaba algo parecido a un sol tibio en el horizonte. Si con solo un toque de su mano mis resentimientos le daban algo de espacio al amor, ¿qué no podía ser posible entonces con un poco de tiempo? Ese abrazo suave, corto, casual, sobre mi hombro. Ese abrazo único, pero tan cierto como aquella noche de verano, es lo importante, lo que recuerdo perfectamente.
Nos sentamos y siguió. De golpe entró mi hijo Cristian. Mi madre, que sabía perfectamente dónde estábamos, nos había mandado llamar. Cristian tenía pelada la nariz. Mi padre le dijo que le dijera a su abuela que le pusiera crema.
-Y decile también que en media hora estamos allá, hijo.
Era como si el chico fuera yo. Tantas veces mi madre me había mandado a buscarlo y mi padre que ya venía, que ya venía y terminábamos comiendo sin él. El club fue siempre la segunda casa, o la primera casa, de mi padre. Las cartas y el vermú, los rivales más duros de mi madre.
-Te sigo contando. El Pelado debutaba mañana, o sea, al otro día, ¿entendés?
-Mañana, está bien.
-Claro, como si fuera mañana, contra Vélez, en el Boca de Rattín, y ponele que ahora fueran la una o las dos de la madrugada. Se tenía que ir a dormir. Él tomaba granadina y nosotros todo lo que te puedas imaginar, en esa época sí que se tomaba. Dale que dale a la pavada hasta que la noche se cae, por el alcohol, y porque a veces la alegría es más grande que lo que uno tiene para decir. Vienen unos minutos de silencio. Ruidos de vasos, la risa tardía de Coco o de Rabanito, y así como así el Pelado nos invita a conocer su casa nueva de Flores. Se la había alquilado Boca y él la había puesto con todo porque había cobrado una prima que equivalía al sueldo de un año en la fábrica de fósforos, la misma en la cual trabajó tu madre hasta que me conoció a mí. Que vamos a verla, que vamos a verla; que sí, que no y fuimos nomás. Él estaba con el auto del padrino aunque apenas manejaba, o había aprendido hacía muy poco. Lo importante es que el Pelado era un peligro con el auto, y por más que le insistí quiso manejar él, aunque cualquiera de nosotros era preferible, aun con el pedo que teníamos. El viaje fue pura risa por cualquier cosa, bocinazos y gritos a todo lo que se pareciera a una mina. Yo iba atrás, en silencio, dejándole el monopolio del ruido a los otros tres; me había ensimismado, ¿entendés? Porque no es que ese carácter sea exclusividad de tu madre, yo también muchas veces soy así, y vos también sacás eso de mí.
-¿De verdad?
-Claro. Recuerdo eso: que yo estaba así, en ese estado, por las copas y porque estaba así. Sentía pena por todo lo que veía. Pero no una pena fea, quiero decir que no una pena porque menospreciara a las demás personas y a las cosas. Todo lo contrario, pena porque me sentía cerca de ellas. Porque la noche había sido hecha para nosotros, lodo era la noche. Los otros autos, los gatos, los árboles, los pocos perros que perseguían a algún linyera ladrándole al paso. Y de golpe un auto que nos venía de frente y las siluetas de mis amigos que se iluminaban como apariciones; lo recuerdo tan nítidamente. Y sé que no es una boludez, sé que es algo, aunque no pueda decirte qué.
-Seguí -le digo-, no te vayas a poner melancólico y rompas el invicto a esta altura de tu vida.
-Sentí. Llegando a la casa, nosotros íbamos por una de esas calles de Flores que de noche son todas iguales, doblamos en contramano. Estábamos a una cuadra y ninguno de los boludos se dio cuenta; entonces yo despierto de esa en la que me había quedado colgado y le digo que tenga cuidado, que se había metido contramano. No termino de decirlo que nos para un policía. Yo escucho el silbato primero y veo la moto después. Pensé que estábamos sonados. Pero después me tranquilizo, porque manejaba el Pelado y él no había tomado ni una copa. El cana nos ilumina con la linterna. Nos pide que bajemos despacio. Era una época tranquila, no se tenían los miedos que se tuvieron después. Un cana era algo más parecido al cartero que a un milico. Pero nosotros éramos unos pibes. Bajamos y supongo que mi cara no debería ser muy diferente de las de mis amigos.
El cana nos dice que nos pongamos todos abajo de la luz del farol, y es ahí que lo veo: negro, no como yo, como Louis Armstrong, ¿entendés? Negro mota. Rabanito suelta una risita pero la reprime enseguida. Los demás nos quedamos callados. El cana le pide al Pelado la licencia de conducir, así le dice, no registro, licencia de conducir, como si el tipo hiera de otro país, de otro planeta. ¿Y sabés qué? El Pelado no tiene. Me la olvidé, dice, y es mentira, y todos nos damos cuenta de que es mentira. Te la olvidaste de sacar, le dice el cana. Después nos hace hacer el cuatro, nos palpa de armas y dice que nos va a tener que confiscar el auto. Mi padrino me mata, señor, dice el Pelado.
Coco lo arenga a más: decile quién sos, decile, boludo. Al Pelado ya lo conocía todo el país porque le había hecho tres goles a Uruguay en una selección de la “C” que se había formado para jugar un amistoso. Todo el mundo hablaba de él porque Armando se lo compró a Arsenal de Llavallol después de ese partido. Soy Ángel Clemente Rojas, dice el Pelado, Rojitas, no el Tanque, eh, Rojitas. El cana lo mira, parece dudar. Pregunta qué hacemos tan tarde si mañana "el señor" debuta en Primera. El Pelado le cuenta lo de la fiesta, jura que no tomó, nosotros juramos que él no tomó, pide por favor. Entonces escuchá lo que dice el cana: Esta no es tu noche, pibe, dice. Te encontraste con un cana negro, hincha de Vélez e hijo de uruguayos. Qué le vas a hacer. Capaz que te meto en la gayola para satisfacción de mis viejos y para que no nos hagas ningún gol a nosotros.
El Pelado tenía una cara que no me voy a olvidar jamás. Le prometo que si me deja ir, no hago ningún gol, señor, dice. El cana se ríe, nos pregunta si alguno de nosotros tiene registro. Yo le muestro el mío, me lo revisa y me permite manejar el auto. Antes de dejarnos ir le recuerda la promesa. Rojitas, acuérdese, le dice. Ningún gol, repite dos o tres veces, y nos vamos.
-¿Nada más? -digo.
Sí, algo más. ¿Por un momento te pensaste que era una tontería, no? Sentí. Al otro día Boca le ganó a Vélez tres a cero. Tres goles de Corbatta, tres jugadas de Rojitas que lo dejaron solo a Corbatta. Tres jugadas electrizantes, así dijo el diario del domingo. Se habló de la generosidad del crack, ¿entendés? Generosidad. Tres gambetas dentro del área, pero ningún gol. ¿Por miedo al negro? No sé. El otro fin de semana pasó algo que no te incumbe, y yo nunca más volví a hablarle al Pelado. Tres jugadas electrizantes y ningún gol. ¿Entendés? Eso sí que es una historia.
Le sonreí. Pagamos y nos fuimos. Yo pensaba. Qué hombre, de qué está hecho que es tan difícil de entenderlo para mí. Pensaba esto con tranquilidad, sin poder salir del asombro todavía. Él sólo caminaba, adelante, en silencio, meneando de vez en cuando la cabeza. Jamás volvió a contarme una historia. Jamás volvió a tomarme del hombro.
(relato que forma parte de la novela “La ley de la ferocidad, Buenos Aires, Alfaguara, 2007)
Entre el Príncipe y el Rey (Washington "Canario" Luna - Uruguay)
No, yo quería jugar al fútbol. Nunca quise dejarlo. Y creo que si hubiera pensado en hacer otra cosa, mi padre no lo hubiera permitido porque él quería ver a su hijo jugar al fútbol. Igual yo siempre dije que sí. Digamos que fue una elección libre pero obligada.
En Argentina sos de Boca...
¿Sabes por qué me gusta más Boca? Porque es el club más popular. No tengo nada contra otros equipos, pero yo le pregunté a mi amigo David Trezeguet cuál es en Buenos Aires el club del pueblo.
¿Y si te mentía? Porque no es de Boca...
Es verdad, pero Boca es más de la gente. Por supuesto también me gusta por culpa de Maradona. Y por la camiseta. No puedo describirlo, pero la camiseta me llama. Los sentimientos son así, inexplicables.
(THIERRY HENRY, futbolista francés, en la revista argentina "Viva" del domingo 27/07/08)
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(HUGO GATTI, ex arquero argentino, opinando en 1985 de su ex director técnico en Boca Juniors)
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(HORACIO PAGANI, periodista deportivo argentino, en el programa “Estudio Fútbol” que se emite diariamente por el canal TyC Sports)
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(JORGE "Chino" BENÍTEZ, ex jugador y entrenador de Boca Juniors (2004-2005) opinando en "ESPN Radio" acerca del actual momento de la entidad de la Ribera)
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El domingo debutó el 'Negro' Fontanarrosa
Invitado por "El Gráfico", el entrañable 'Negro' experimentó su primer River-Boca en 1988. Una crónica que aún nos deleita y que fuera publicada en dicha revista el 20 de Septiembre de 1988.
Es sabido, el Negro Fontanarrosa es hincha de Rosario Central. Es, además, quien nos hace reír a diario con chistes unitarios o tiras como Inodoro Pereyra. O sea, un humorista de talento inmenso y creatividad permanente. Y como también sabe escribir, le pedimos que viajara desde Rosario para colaborar con nosotros. Aunque parezca mentira, y pese a su edad (que no quiso develar) fue la primera vez que presenció un River-Boca. Por eso no dudamos en anunciar su debut.
De la misma forma en que el coronel Aureliano Buendía ansiaba conocer el hielo para, de una vez por todas, saciar su curiosidad, empezar con buen pie “Cien años de soledad” y postular a Gabriel García Márquez como futuro Premio Nobel de Literatura, yo ansiaba ver un River y Boca.
He estado algunas veces en la cancha de River, pero, salvo en la tarde del Argentina-Holanda del 78, nunca la he visto tan llena. Sólo por esa final vi tanta gente. Y no creo que sea la misma. Al menos, no alcanzo a reconocer a ninguno. Es cierto que han pasado ya varios años pero no detecto rostros familiares. Cerca mío supongo reconocer a uno. Es un holandés, que también me mira con rostro de complicidad. Lo identifico porque no salta.
Es un domingo de sol esplendoroso. Con un estadio, el mayor del país, cubierto completamente. Está el colorido de las tribunas, las incontables banderas (hasta una inglesa veo, valioso aporte de los hooligans, quizás, al máximo encontronazo del fútbol argentino). Está el árbitro y los dos equipos formados para comenzar el partido. Y un césped verde impecable. Cierro los ojos y trato de recordar dónde he visto antes esta escena. Debo remontarme a la remota infancia: la he visto muchísimas veces en las tortas de cumpleaños.
Los dos arquitos, los equipos formados, los jugadores de pasta clavados en el bizcochuelo sosteniendo cada uno, una velita. En Rosario, esa escena era frecuentemente ocupada por los muñequitos de Central y Ñuls. Pero cuando el niño es pequeño, cuando aún no ha definido el color de su pelo, su ideología política ni su tendencia futbolera, no es raro que las madres se inclinen por la perdurabilidad de lo clásico: River, Boca y dulce de leche en el medio.
El estadio es de River, los colores son de River, los controles y auxiliares son de River, pero todo lo demás parece ser de Boca. Estoy rodeado de boquenses, atrás, a los costados, arriba. Y no son de los más tímidos. Gritan, saltan, vociferan. Debe haber gente de River, no lo dudo, pero no se dan a conocer, no se identifican. Se los puede adivinar por un gesto contrariado, un rictus severo, a veces, un manotazo veloz y crispado cuando alguna pelota da en un palo. La gente de Boca me hace acordar a la hinchada de Central. La de River a la de Newell’s. La hinchada de Boca, en cambio, se acuerda de Menotti. La de River de Alonso. Pero no se puede vivir de recuerdos.
Los primeros quince minutos son de River. Apenas larga, el Ruso Hrabina la toca para atrás buscando al arquero. Llega Centurión (viejo tiburón de aguas cálidas) y le entra flojito desde dos metros a las manos de Navarro Montoya. Estamos todos fríos, el Ruso, Centurión, el árbitro, los chocolatineros y nosotros. Parece como si nadie asumiese la importancia de esa jugada crucial cuando todavía no han pasado dos minutos. Si Centurión la metía, el curso de la historia podía volcarse. Pero también si Napoleón hubiese vencido en Waterloo, tal vez, los hinchas de River estarían ahora festejando.
Es difícil ver bien desde la platea. Hay gente parada en los pasillos y parada sobre las plateas. Me tengo que incorporar, a mi edad, por cada ataque de River y por los nervios. Entonces me pregunto: ¿por qué estoy nervioso, si yo soy hincha de Central? Es difícil no estarlo. Hay una carga eléctrica en estos partidos. Una energía que dinamiza y crispa, sea el partido bueno, malo o regular. Después los argentinos nos sobresaltamos cuando nos sorprende una sobrefacturación de fluido. Es por este tipo de cosas.
Van quince minutos y alguien grita: “¡Che, Boca, ya empezó el partido!”. Pese al estruendo del público, pese al ulular constante de las hinchadas, Boca lo escucha. Tapia cambia una pelota a la izquierda por la espalda de Basualdo y Barberón le pega un zurdazo bajo que se va junto al primer palo. Más tarde lo tendría Tapia, tras desborde de Graciani por la derecha. Llega como ocho y le da de zurda sacudiendo el triángulo lateral de la red por el lado de afuera.
River contesta, Basualdo se suelta como siete y la cruza al medio conde Centurión no alcanza con el arco descubierto. Pero después es de Perazzo, el goleador ausente, el hombre al que algunos memoriosos habían visto hacer goles. River juega al offside, una pelota terca, como en las maquinitas electrónicas de “pin-ball”, rebota en todos los rebotes y lo sirve a Walter disparando hacia el arco. La mida y la pone abajo, adonde no llega nadie. Ni el gol. La pelota pega en el poste, cruza el arco y se escabulle por el otro lado.
Hay una ley llamada “Ley de Murphy” que dice, sabiamente: “Si algo puede funcionar mal, funcionará mal”. Hay otra ley, más conocida y complicada, tal vez, que es la Ley de la Offside. A veces ambas leyes se entrecruzan y un marcador que no sale a tiempo o un zaguero que sale demasiado pronto o un linesman que desconoce ambas leyes, produce el cortocircuito. Y así como hay gente que se propone achicar el Estado, la última línea de River procura achicar el terreno. A los hinchas de River se les suben los sentimientos a la garganta durante los noventa minutos.
Visto de atrás, un jugador de Boca es un jugador de Boca. Usted puede ver un jugador de Boca en la cola del cine, adelante suyo y puede decir, sin temor a equivocarse: “Ese es un jugador de Boca”. Es más, si le ve el número puede decir: “Es Simón. O Marangoni”. Ahora, si usted ve un jugador de River de adelante es un jugador de River. Pero si lo ve de atrás, puede ser de River, de Huracán, de Argentino de Rosario o del Deportivo Cúcuta de Cúcuta jugando con la camiseta suplente. ¿Quién quitó la banda roja de las espaldas millonarias? No puede aducirse que sea un sitio destinado a publicidad. Al menos, yo no vi allí ningún reclamo de tal tipo. Tal vez están aguardando ofertas. Lo cierto es, que en algún lugar de los vestuarios locales deben estar, tiradas, las bandas rojas que ya no brillan sobre los dorsales de los jugadores riverplatenses.
Se agota el partido y ya, entre pelotazos para arriba y toques imprecisos, comenzamos a pensar en la ruleta rusa de los penales. Pero se va pico por la izquierda, la cruza larga, llega Tapia y no se anima de derecha, gira sobre la línea de córner y la cambia, suave y malintencionada, por arriba hacia el segundo palo. Por detrás salta Walter, la frentea débil y calculada y la mete adentro. Sin furia, como diciendo “¿Por qué tardaste tanto?”. Revienta el estadio y los de Boca van a caer, revueltos y sudorosos, bajo la cabecera que los ha alentado todo el partido.
No faltan las explosiones, los papelitos, los puños cerrados, los besos a la camiseta, esas venas hinchadas que hacen aparecer los cuellos como viejos troncos de árbol. Todo, todo lo que hace a un partido de fútbol en la Capital de los argentinos. ¡Es lo que he venido a ver, caramba! ¡Qué triste hubiese sido mi regreso sin ningún gol para contar! ¡Qué hubiese dicho en “El Cairo” si regresaba con la mecánica obligación de narrar penales o atajadas desde los doce pasos! Tal vez no hubiese vuelto, por vergüenza, y me hubiese radicado en Buenos Aires.
River quema las naves. Perdió el atildamiento y el intento por jugar con mesura la pelota. Ha entrado Rinaldi, quien, con Higuaín y Tapia es un compendio de amores cruzados y tumultuosos. Ayer de Boca, hoy de River. Ayer de River, hoy de Boca. Hay reproches duros, palabras ácidas, recuerdos de goles perdidos o encontrados. Una maraña de pasiones salvajes. Un tema medular para una telenovela de cariños traicionados. Enrique es el toque impulsivo y meridional de la trama. Arranca por la izquierda y le pega de zurda para los que vienen. Pero le sale al arco y el pelotazo sacude al primer palo de Navarro Montoya, el mismo que fuera castigado por Perazzo.
Hrabina anuncia un zurdazo desde el fondo y la cruza larga. Graciani, los ojos muy abiertos, la nariz filosa, como tantas y tantas veces en su destino de puntero, gana la posición en su diagonal hacia adentro y la mata cuando baja. Casi antes de que de que llegue al piso, atisba un resquicio junto a la cadera de Comizzo y se la toca allí. La bola se va picando hacia la red y Graciani sigue disparado hacia la tribuna de Boca, saltando los carteles de publicidad, especialidad que ya, hoy por hoy, debería exigírsele a todos los goleadores.
Conocí el mar ya de grande, cuando había pasado la veintena. Estuve después en las pirámides de El Cairo (el verdadero) atraído por la leyenda de Keops, Kefrén y Micerino, aquel terceto central como nunca más volverían a tener los egipcios. Y vi un River-Boca en cancha de River. “Puedo morir tranquilo -aseveró cierta vez un agudo estadista norteamericano-. He visto al hombre llegar a la Luna y he visto el perfil de Jane Mansfield”. Yo no tuve el gusto de conocer a la señorita. Pero vi una película de Isabel Sarli. Y he visto jugar al “Gitano” Juárez.
Entrevista a Francisco "Pancho" Varallo
Es el único futbolista sobreviviente de la final del Campeonato Mundial de 1930, el primero de la historia. Goleador de la Selección Argentina, figura de Gimnasia y Boca, club con el que ganó el primer título de la era profesional del fútbol argentino, en 1931, Francisco “Pancho” Varallo, que ya cumplió los 96 años, dialogó con “Página/12” sobre aquel Mundial y este que se viene:
-Usted es el único jugador vivo de todos los que participaron de la final del Mundial de 1930 y que Uruguay ganó por 4-2. A 76 años de aquel hecho, ¿por qué no fue campeón la Argentina?
-Teníamos un buen equipo, creo que fuimos los mejores de ese campeonato. Pero desde el primer partido, contra Francia, el público local nos hizo la guerra. Nos insultaron, nos tiraban cosas, era terrible. Y cuando jugamos la final contra Uruguay todo fue para peor. Ese día, además, nos mataron a patadas. El primer tiempo ganamos 2-1 y después en el segundo hubo jugadores nuestros que arrugaron. No se bancaron la presión, nos metieron tres goles y nos ganaron, porque fueron más guapos, nada más.
-¿Cómo vivió esa derrota?
-Fue una frustración terrible. La más grande de mi carrera, sobre todo por la forma en la que perdimos. Tenía 19 años, era muy joven y esa derrota me dolió mucho. El fútbol después me compensó con todas las alegrías que me dio. Lástima que después Argentina no participó de otros mundiales y no tuvimos revancha.
-¿Cómo cree que le irá a la Selección Argentina en el Mundial de Alemania?
-Y, jugadores hay. Debemos ser uno de los pocos países del mundo con material humano como para formar varias selecciones, además de Brasil, claro. Lo que pasa es que, después, depende mucho de las elecciones que realice el entrenador en función de los hombres que elija. Argentina tiene dos jugadores fundamentales y hay que saberlos acompañar: uno es (Román) Riquelme, y el otro es el pibe (Lionel) Messi, que para mí tiene un futuro enorme.
-Siempre se compara el fútbol que se jugaba en los años ’30 y ’40 con el actual y algunos dicen que aquél era mejor que el actual. Usted, que jugó en esos años, ¿coincide?
-No me parece justo comparar el fútbol que se jugaba en los años ’30 con el actual y decir que era mejor o peor. En definitiva, el fútbol es uno solo cuando se juega bien. Para mí, la diferencia pasa fundamentalmente por lo físico. Ahora los jugadores están más preparados que antes, se cuidan más que nosotros. Son más profesionales. Pero hay cosas de ahora que no me gustan nada.
-¿Por ejemplo?
-Hay mucha deslealtad, se juega muy fuerte y por momentos parece que quieren hacerle daño al rival cuando van a disputar una pelota dividida. Para mi gusto, existe demasiada violencia y mala intención. No quiero caer en el lugar común de decir que en mi época todo era mejor que ahora, pero me parece que nos respetábamos más, sobre todo porque nos conocíamos y éramos amigos. Por ejemplo, recuerdo que yo me llevaba muy bien con Arsenio Erico y Vicente De la Mata, que jugaban en Independiente, nos enfrentamos varias veces pero salíamos juntos, nos divertíamos dentro y fuera de la cancha. Al fútbol lo vivíamos con más alegría, y eso ahora se perdió, o al menos es lo que a mí me parece.
-Pero reconoció que ahora el jugador es más profesional. ¿Eso no es bueno?
-Y sí, por un lado sí. Pero ¿de qué te sirve cuidarte y hacer un buen contrato si no te vas a divertir? No digo que se tomen todo en joda, pero veo que no disfrutan lo que hacen, lo sufren, y eso me parece terrible, porque en definitiva el fútbol es un juego. Por eso me gusta verlo jugar al pibe (Sergio) Agüero, porque se nota que le gusta lo que hace. Cuando pisa la pelota e intenta gambetear a los rivales, se le nota que es feliz.
-¿Le parece que los hinchas también lo viven distinto?
-Seguro, si están todos locos. Gritan, insultan, se ponen mal. Van a ver un partido como si fuera lo último que hay en la vida. Todo parece ser una cuestión de matar o morir y por eso después pasan las cosas que pasan. Veo por televisión los incidentes en la cancha y la verdad es que me amargo. Esa violencia que se manifiesta en la cancha es hija de una manera de vivir este juego, y eso está muy mal.
-Hay quienes dicen que los jugadores como usted, que brillaron en las décadas del 30 y 40 no podrían haber jugado en un fútbol tan competitivo y dinámico como el que existe en la actualidad ¿Está de acuerdo?
-¡Pero si en el fútbol lo que importa es la técnica! Está bien, nosotros entrenábamos menos que ahora, pero tomemos futbolistas de la calidad que tenían Ángel Labruna, José María Moreno o un (Roberto) Cherro, preparémoslos en la parte física y vamos a ver si después no rinden en la cancha. Por favor...
-¿Está conforme con el reconocimiento que le tributa el ambiente del fútbol?
-Sí, a mí siempre me trataron bien y me respetaron. ¿Qué más puedo pretender? ¿Un monumento de bronce? Si no soy un prócer, apenas fui un jugador de fútbol. Nada más ni nada menos.
(entrevista del periodista Leonardo Castillo, publicada en el diario argentino “Página 12” del miércoles 12 de Abril de 2006)
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Gol de Atilio
Atilio estaba acostumbrado a los hachazos. Le daban con todo, sus piernas eran un mapa de cicatrices. Aquella tarde, en el camino al gol, recibió trancazos duros de Angeletti y Suárez, y él se dio el lujo de eludirlos dos veces.
Valussi le desgarró la camiseta, lo agarró de un brazo y le tiró una patada y el corpulento Ibañez se le plantó delante en plena carrera, pero la pelota formaba parte del cuerpo de Atilio y nadie podía parar esa tromba que volteaba jugadores como si fueran muñecos de trapo, hasta que por fin Atilio se desprendió de la pelota y su disparo tremebundo sacudió la red.
El aire olía a pólvora.
Los jugadores de Boca rodearon al árbitro: le exigían que anulara el gol por las faltas que ellos habían cometido. Como el árbitro no les hizo caso, los jugadores se retiraron, indignados, de la cancha.
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-A mí no me llama la atención, porque esto siempre sucedió en equipos como Boca y River. Lo he vivido en carne propia. Boca viene de diez años de triunfos y es lógica esta mala racha. Después de tantos triunfos, te aflojás, la motivación no es la misma. Fijate que hasta el público tiene paciencia. Igual, para esta mediocridad de este fútbol en descenso, Boca tiene un plantel para pelear. Yo lo sigo viendo con buenas pretensiones.
-¿No creés que más allá de los resultados hay una crisis en el club, la misma por la que se fueron Basile y Bianchi?
-Eso dicen los medios. Yo, si no lo veo, no lo creo. Desde que tengo uso de razón, los grandes quilomberos son los periodistas. Que si el técnico pone a un jugador, que si saca a otro, que hay cortocircuitos dentro de un plantel. El tema es que ahora a la gente le gusta consumir eso. Ya no hay paladar negro en el fútbol argentino. Nos venden pescado podrido y lo comemos. En este país, decir la verdad es estar loco. Yo hablo pelotudeces o genialidades desde los 16 años. Y si digo que se juega mal al fútbol, soy una mala persona. En todo el mundo se juega mal, pero en la Argentina peor. En mi época se podía jugar mal pero había otra entrega, otra profesionalidad. Lo digo con todo el dolor del alma.
-¿Por qué cambió tanto el fútbol?
-El fútbol no va a cambiar nunca. El que dice eso es un mentiroso. Acá confunden lucha física, correr rápido, con velocidad. El fútbol de ahora parece rugby. Se corre, se lucha, hay que apretar. En un partido europeo, están todos en su lugar. Hay un dibujo. Pero acá todos corren atrás de la pelota, presionan, y una vez que agarran la pelota no saben qué hacer. Ha bajado la personalidad de los jugadores. Sólo les importa cumplir lo que dice el técnico. Antes no era que no le hacíamos caso, pero había más libertad dentro de la cancha. En ese sentido, Riquelme es un jugador de antes. Hace lo que quiere, se divierte, maneja los árbitros y los partidos. Riquelme es hoy el Maradona que jugó en Boca, porque maneja toda la situación.
(HUGO GATTI, ex internacional argentino, en entrevista con Maxi Goldschmidt, 23/02/10)
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¡Atajó Roma! (Aldo Riera - Argentina)
"Si sabes encontrar el triunfo tras la derrota,
y recibir a estos dos mentirosos con el mismo
gesto, si puedes conservar tu coraje y tu
cabeza cuando todos los demás la pierdan,
entonces los reyes, los dioses, la suerte,
la victoria serán para siempre tus esclavos
sumisos y, lo que vale más que los reyes
y la gloria, serás un hombre, hijo mío".
RUDYARD KlPLING
-¡Hola, hola, probando!
José Bolzoni, don Pepe para el barrio, está probando los parlantes para transmitir la carrera.
Sí, otra vez carreras de bicicletas y el barrio está de fiesta. La Sociedad de Fomento organiza.
El micrófono conectado a la consola, los cables en su lugar, en minutos todo estará listo, con tiempo y a la perfección, como a él le gusta. No deja nada librado al azar. Es un perfeccionista, tiene experiencia, esta es la centésima carrera que va a transmitir. Una bocina colgada de cada plátano y las tres cuadras principales tendrán información. Todo está saliendo a pedir de boca.
Las densas nubes que se habían juntado en el poniente a las primeras horas de la mañana se van disipando. No lloverá, les espera otro día bochornoso de calor. La champion tapó los pozos. El regador por la tarde humedecerá la tierra, solo falta eso. Lo demás todo listo. Pero Pepe no está conforme, esa tarde tiene otra cita impostergable, esa tarde Boca puede asegurarse el campeonato; está aun punto de River; al que debe enfrentar hoy, ¡el clásico nada menos! El partido del siglo, exageraba la prensa capitalina. Ganar y la gloria.
El partido comenzará a las cinco, la carrera también. Lo que dura el partido, durará la carrera. Imposible escucharlo; estaba realmente malhumorado. No concebía a Boca jugándose un campeonato y él ausente, aunque solo fuera como oyente. La solución se la dio su sobrino Ricardo.
Rolando Narciso Rivero echa el agua de la palangana sobre su cabeza calva, no ha podido dormir la siesta, las sábanas se le pegaban en su piel lampiña, el calor es insoportable. Pero este hecho no lo ha puesto mal. Está feliz; debuta después de un centenar de carreras. Sí, debuta con la famosa bicicleta del Pescado Gaveglio, recientemente retirado, que con dolor y por necesidad tuvo que venderla. Aquella, casi una leyenda, la que encontró en un basural y con paciencia y artesanía puso competitiva. La que lo llevó a destacadas actuaciones por las rutas nacionales. Grande fue el esfuerzo de Rolando Narciso, pesito a pesito fue juntando con horas extras y changas. Y por fin se le cumplió su sueño. Hoy es el día. Hoy se va a prender con los Uturriaga, los Lomónaco, los Impala, en fin, con los líderes de la categoría.
Está lleno de expectativa y ansiedad. Se seca la cabeza con una toalla, arranca del almanaque el día 8, hoy es el día 9 de Diciembre de 1962, Boca puede ser La tierra, solo falta eso. Lo demás todo listo. Pero Pepe no está conforme, esa tarde tiene otra cita impostergable, esa tarde Boca puede asegurarse el campeonato; está aun punto de River; al que debe enfrentar hoy, ¡el clásico nada menos! El partido del siglo, exageraba la prensa capitalina. Ganar y la gloria. El partido comenzará a las cinco, la carrera también. Lo que dura el partido, durará la carrera. Imposible escucharlo; estaba realmente malhumorado. No concebía a Boca jugándose un campeonato y él ausente, aunque solo fuera como oyente. La solución se la dio su sobrino Ricardo.
Rolando Narciso Rivero echa el agua de la palangana sobre su cabeza calva, no ha podido dormir la siesta, las sábanas se le pegaban en su piel lampiña, el calor es insoportable. Pero este hecho no lo ha puesto mal. Está feliz; debuta después de un centenar de carreras. Sí, debuta con la famosa bicicleta del Pescado Gaveglio, recientemente retirado, que con dolor y por necesidad tuvo que venderla. Aquella, casi una leyenda, la que encontró en un basural y con paciencia y artesanía puso competitiva. La que lo llevó a destacadas actuaciones por las rutas nacionales.
Grande fue el esfuerzo de Rolando Narciso, pesito a pesito fue juntando con horas extras y changas. Y por fin se le cumplió su sueño. Hoy es el día. Hoy se va a prender con los Uturriaga, los Lomónaco, los Impala, en fin, con los líderes de la categoría. Está lleno de expectativa y ansiedad. Se seca la cabeza con una toalla, arranca del almanaque el día 8, hoy es el día 9 de Diciembre de 1962, Boca puede ser campeón, a él no le preocupa, ni le interesa. Solo piensa en ganar, ha participado en más de cien eventos y nunca ha ganado, pero ahora no es una utopía pensar en un triunfo. Por primera vez tiene máquina para pelearles a los más encumbrados de la Tercera Libre. Le puso grafito al piñón, la rueda giró y giró libremente durante largos minutos. ¡Es una maravilla!, está conforme. Se ató el pañuelo en la frente. Un beso a Matilde. "Que triunfe, hijo", su deseo de madre, "pero en caso contrario, recíbalo con el mismo gesto", y con ternura la anciana completa el consejo, "Serás un hombre, hijo mío". Le abre la precaria puerta; Rolando Narciso Rivero (Revire, para los muchachos del ambiente, apodo que se ganó por méritos propios, pues sus reacciones eran un tanto díscolas) salió del interior de la casucha montado en su máquina, parado sobre los pedales, balanceándose, camino a la gloria. Su madre se queda con el brazo levantado despidiéndolo hasta que se pierde en el fondo de la calle polvorienta. Será una sorpresa para todos, está seguro.
Un mundo de gente alborotada en derredor del palco. Por los parlantes el dúo Gardel-Razzano y sus guitarras amenizan. El sol cae a plomo, insoportable, no importa; un sombrero, una gorra, un pañuelo, una sombrilla y el entusiasmo por ver el espectáculo lo aplacan. Don Pepe, con la radio a válvulas al hombro, llega al palco.
-Mi sobrino es un genio. El transmitirá la carrera, el gordo Muñoz el partido y todos felices.
Marino Castellani, una gloria del pedal de las décadas de los cuarenta y cincuenta, bajó la bandera a cuadros y...
-¡Largaron! -gritó el viejo Bolzoni.
Nai Foino, pitó con energía.
-¡Comenzó el clásico! -tronó la voz del Gordo Muñoz- ¡Valentín para el Beto Menéndez! -pero no se escuchó, la radio bajita para que no interfiriera en sus relatos.
-¡Y, allá se va el pelotón, en busca de la grandeza que solo uno logrará. Son treinta pasiones, son treinta almas que ansiosas pedalean hacia la gloria! ¡Se pierden en el fondo de la recta! ¡Señores y señoras! acaban de presenciar la largada de la tercera edición de la vuelta del barrio Emilio Mitre, que organiza la Sociedad de Fomento. La Tercera Libre está en carrera; disputan el trofeo "Joyería Biondini". Don Miguel Difeo, representante de la firma, se ha hecho presente y él mismo en persona hará entrega en mano al ganador este bonito trofeo que ustedes están visualizando, aquí mismo en este palco.
Eufórico Pepe, en su lenguaje tan personal, transmite los primeros minutos del evento. Con sus gritos tapa la voz de Muñoz, que es difundida por el receptor casi sin volumen.
-Doblaron en la esquina de Irigoyen y avenida La Plata, Aquiles Tonarelli marcha en punta, muy de cerca lo escolta Felipe Impala, su compañero de equipo. Atrás los hermanos Cottini, luego el pelotón como un enjambre de abejas.
A Rolando Narciso Rivero el sudor se le desliza por la frente, el pañuelo que le hace de vincha se empapa, los lentes ahumados le cortan los reflejos. Está último, ni se da cuenta, está tan concentrado, tan poseído, solo piensa en su carrera. Me mantendré expectante, debo sorprenderlos, planea su estrategia.
-¡Centro laaargo de Sarnari, sale Roma y controla bien! -la vieja radio a válvulas sobre la mesa con el volumen muy bajo; Muñoz, relata, don Pepe no la escucha.
-¡Caballero quiere vestir elegante y distinguido, un traje a su medida, Casa Rizzo el as de la tijera! -los ciclistas transitan la recta opuesta, Rolando Narciso agacha su cabeza calva, los músculos de sus piernas se tensan, la bicicleta se desliza con una velocidad increíble, es liviana, una pluma, está sorprendido, es bárbara.
-¡Su Paperino lo espera en Casa Meypa, la moto del futuro! ¡Panadería La Equidad!; el petiso Conti, un amigo que aquí lo visualizo y saludo, le llevará el pan calientito a la puerta de su casa, patrona. El panadero con un gesto le devuelve la atención.
-¡Allá vienen, allá vienen! -gritó el público, los corredores han doblado y enfilan por la recta principal.
-¡Aquiles, el eterno Aquiles, comanda el pelotón, Impala, su compañero de equipo, le cuida la espalda; los siguen el Claro Cottini, atrás, su hermano Tarcisio, Cucaracha para todos; marchan bien los lecheros, después viene Jesús Domínguez, siempre firme con su piñón fijo, en tenaz persecución, el Nato Becerra, atrás de este Luisito Uturriaga, ganador de la última edición; luego muy juntitos vienen Mediasuela Jiménez y el Ladrillo Minervino, representante de Chacabuco... cierra el pelotón el Pelado Rivero.
Si una virtud tenía el Pepe, era lo claro y ligero que transmitía, habilidad de nombrar a todos los integrantes del pelotón sin equivocarse nunca en los puestos que cada uno llevaba al cruzar frente al palco. Tanta era su seguridad que los organizadores recurrían a él cuando había duda en alguna clasificación final. Y ya se había hecho costumbre pues el planillero oficial, don Prudencio Dell’ Gesso, no solo estaba viejo, sino que a causa de las cataratas estaba prácticamente ciego, y por el respeto a su larga trayectoria no lo desplazaban del puesto.
Sin grandes variantes transcurrieron las primeras vueltas. Pepe alternaba transmisión y publicidad, una cobertura muy profesional. Pero del partido, nada. Boca se iba con todo sobre el arco de Amadeo Carrizo. Muñoz, lo gritaba cada vez más fuerte, como para que Pepe lo escuchara. Pero éste no, seguía con la transmisión. Cuarenta segundos de relato, cuando pasaban frente al palco, un minuto de propaganda cuando los ciclistas transitaban la recta opuesta. Pero no aguantó más, perdió la paciencia. Entonces conectó la radio al equipo, y por los amplificadores, se empezó a escuchar la estridente voz del gordo Muñoz. El público lo recibió con una gran algarabía.
-Los anunciantes comprenderán, que me perdonen. En la quinta vuelta los hermanos Cottini se escaparon del pelotón y se mandaron a mudar. Van nueve minutos de carrera.
-¡Aquí pasan los Cottini, en punta! ¿Aguantarán el ritmo? Los persiguen, Impala, Aquiles, Luisito Uturriaga, el Omar Lomónaco, el Jesús, Ladrillo Minervino, Becerra, Gardenia, Mediasuela, De Biasi, Azcurra, Linares, el Pingüino Broggi, Chumillo, Crisanfulli, y... cerrando el pelotón el Pelado Rivero.
Y Rolando Narciso piensa, todo va bien, las gotas de sudor se deslizan por su cráneo brillante y mueren indefectiblemente en su pañuelo anudado.
Y en la repleta Bombonera: Primer tiempo minuto nueve.
-Pelotazo del Beto, para el pibe Pezzi, que lo deja solo frente a Carrizo, ¡tapa el arquero! -el gordo a voz en cuello, hace que los de River festejen a la distancia.
Rolando Narciso alarga las pedaleadas, la bici se desliza en la tierra, como pejerrey en la laguna. Se da cuenta que le sobra máquina, está tranquilo, no siente el esfuerzo, espera el momento.
Entran en la octava vuelta y los hermanos, abdican ante la tenaz persecución del pelotón, van catorce minutos de carrera.
-1º Uturriaga, 2º Impala, 3º Tonarelli, 4º Becerra, 5º Lomónaco, luego vienen el Aldo Chumillo, el Ladrillo, Gardenia, Jesús Domínguez, Claro y Cucaracha Cottini, Mediasuela, De Biasi, Azcurra, Linares, el Pingüino, el pibe Crisanfulli, y... cerrando el pelotón, el Pelado Revire, perdón Rivero.
-¡Catorce minutos, pared de Pueblas y Menéndez, toque para Valentín! ¡Ditro que queda en el camino, el brasileño en posición de gol, sale Amadeo lo engancha! ¡Penal! ¡Penal! ¡Claro penal! José María Muñoz le pone emoción a uno de los momentos culminantes del partido.
-No le quedaba otra al excelente arquero, era penal o gol. La pena máxima siempre da una posibilidad más. Enzo Ardigó y su criterioso comentario. Silencio total en el barrio.
-El mismo Valentín lo va a ejecutar. ¡Toma carrera, tiraaa... gol, gol, gol, goool de Boooca...! -por las bocinas se difunde el gol. ¡Goool de Boca! todos se llenan la boca de gol; nadie le presta atención a Aldo Chumillo, que ha comenzado a comandar la carrera.
¡Boca, Boca, Boca, para todo el mundo!
Es una topadora, su andar es firme y sostenido! Este grandote de gran porte y mucha polenta que es el Aldo, se ha cortado del pelotón y es el nuevo puntero. Veremos cuál será la reacción del resto. ¡Gana Boca viejo y peludo nomás!
Respira con ritmo, se siente bien, su corazón acelerado pero sin sobresaltos, le dice que esta es su carrera. Está último como de costumbre, pero en otras ocasiones ya las piernas le han aflojado. Hoy no, está entero. Rolando Narciso espera su momento.
-Fue un tiempo de poco fútbol, River no apareció. Sarnari no tuvo las luces prendidas, Delem deambuló por el medio campo sin poder hacerse de la pelota. Rattín y Gonzalito conduciendo a un Boca que, con más garra que fútbol, empujó dentro de su área a un River timorato y sin ideas. Merecido el uno a cero y el resultado no fue más abultado gracias al gran Amadeo, que como es su hábito siempre respondió con solvencia. Pero ya nadie escucha a Ardigó. Don Pepe ha bajado el volumen y comienza a ponerse al día con los anunciantes.
-Su Roma Sport está en Casa Carballeira. ¡Olvídese del carbón, la leña y el kerosén, sea moderna, patrona! Ahora, gas en garrafas en Casa Richelmini Hermanos.
El Aldo Chumillo les ha sacado más de trescientos metros de ventaja, siempre firme en el pedal -Bolzoni, transmite la carrera-.
Vuelta cuarenta y cinco, comienza el segundo tiempo, Aldo Chumillo pasa frente al palco oficial, lleva el pie estirado, a los pocos metros salta de la bicicleta, siempre con la pierna tensa, un calambre lo ha dejado fuera de carrera.
¡Se quedó el grandote, se quedó Chumillo!, ahora la punta es del Ñato Becerra, 2º Tonarelli, 3º Uturriaga, 4º Impala, 5º Minervino, 6º Gardenia, luego Lomónaco, De Biasi, Jiménez, Domínguez, Azcurra, Crisanfulli, Broggi, Linares, los lecheros Cottini que se van quedando, y... cerrando el pelotón, el Pelado Rivero.
-Este segundo tiempo no tiene nada que ver con el primero. River ha dado un vuelco total a las acciones. Delem se ha transformado en la figura del partido... se ha juntado con Pando y Sarnari y se han adueñado del medio campo. Enzo Ardigó comenta las vicisitudes del clásico. -Van treinta minutos; River está cerca del empate -los boquenses sufren, la carrera continúa.
-¡Uturriaga es el puntero ahora, el vasquito guapo! Van cincuenta vueltas, a este ritmo, llegarán a completar un total de sesenta. El Ornar Lomónaco se va para arriba, va a ser protagonista, el de Chacabuco también en franca avanzada, el Ñato no le da tregua -Pepe Bolsón comenta las vicisitudes de la competencia-. De estos cuatro saldrá el ganador, estoy seguro -ahora anticipa un pronóstico-. Luego vienen Aquiles, el Chiche Impala, Gardenia, Crisanfulli, Di Biase, Mediasuela, Azcurra, Broggi, Linares, Piñón Fijo, el Claro, el otro Cottini, Cucaracha ha abandonado y... cerrando el pelotón el Pelado Rivero. Faltan quince minutos de carrera y tendrá un desenlace de incógnita.
Pepe se prepara para transmitir un final emocionante.
Al partido también le faltan quince minutos.
-River dominador absoluto, Boca se defiende con garra y entereza, nada está definido, habrá un final de incógnita también -José María Muñoz, le pone cada vez más énfasis, para un final emocionante.
Ya pasaron las dieciocho y treinta. ¡Es el momento! Piensa Rolando Narciso. Solo depende de mí, una hora y media de carrera, y es como si recién hubiera largado, no he sentido el esfuerzo. Es la máquina, estoy entero. ¡Ahí voy! Hundió el pie izquierdo en el pedal y luego el derecho, y otra vez el izquierdo, agachó la cabeza, le puso toda su fuerza, le puso toda su alma.
Los tomadores de puesto se fueron preparando, tres vueltas más, y se cumple la hora de llegada. A la vuelta sesenta se define, ya no hay dudas. A Claro Cottini le pasó como un poste. Linares, Azcurra y Mediasuela, también fueron superados. Ahora Rolando Narciso busca a los punteros. Tengo aire, firmes las piernas, me sobra máquina. Sigue pasando rivales. ¡Esta carrera es mía! ¡Es mía! El pelotón enfila la última recta.
¡Ahí viene el pelotón, los corredores están por entrar en la última vuelta! ¡Última vuelta! ¡Campana de última vuelta! -grita don Pepe y clasifica-: 1º Uturriaga, 2º Lomónaco, 3º Becerra, 4º Minervino, 5º Gardenia, 6º Crisanfulli, y luego una sorpresa, Rolando Rivero, el pelado. Han quedado atrás, Aquiles, el Chiche, el Pingüino, Piñón Fijo Domínguez, Mediasuela, Azcurra, Linares y... cerrando el pelotón, el Claro Cottini. -Ha sonado la campana, los tomadores de puesto han clasificado, cotejan los puestos están de acuerdo.
El público se aprieta para ver -¡Un final ELECTRIZANTE! -enfatiza el relator-. El vasquito al frente, el Omar no le da tregua. Final abierto, nadie se pudo escapar del pelotón. Sorprendente lo del pibe Crisanfulli, en su avanzada, pero más sorprendente aún lo del pelado Revire, perdón, Rivero, que desde el fondo del pelotón se ha encaramado entre los punteros, pero lamentablemente no le va a alcanzar.
Nai Foino da tres minutos de descuento. Una eternidad piensa Pepe, pero mejor, la carrera terminará antes, la podré transmitir, luego disfrutaremos del triunfo de Boca, se consuela.
-Van cuarenta y tres minutos, este resultado se está haciendo insostenible para Boca, River carga con todo. Delem para Roberto, toque para Artime, que pisa el área, el Cholo Simeone se le tira atrás, ¡Penal!, ¡penal! -grita Muñoz, las bocinas aturden. Silencio helado en la tarde tropical del barrio.
Primero Crisanfulli y luego Gardenia, no le hacen resistencia en la curva opuesta. Faltan solamente ochocientos metros, ahora Rolando Narciso, va en busca de los punteros. ¡Es mía! ¡Es mía!
Pepe también Se quedó mudo. Ya estaba, dos minutos y ya estaba, se lamenta. Adiós campeonato.
Van por avenida República, las cabezas gachas, los lomos inflados, las piernas tensas, los corazones acelerados, nadie afloja. FINAL ELECTRIZANTE, al que ya nadie le presta atención, todos atentos a los parlantes que cuelgan de los árboles.
Última curva, último esfuerzo. Las gotas de sudor le bajan por la frente, el pañuelo se ha saturado, ya no las contiene, le arden los ojos. Los punteros están rueda a rueda; Rolando Narciso, media bici atrás. El pasacalle anuncia LLEGADA, es lo último que ve, cierra los ojos, aprieta los dientes. Va por la gloria. Uturriaga, Lomónaco, Becerra y ahora él también rueda a rueda.
Pepe los ve venir pero no reacciona, está totalmente compenetrado en el relato de Muñoz.
-Toma carrera Delem, tirooo... ATAJÓ ROMA! ¡ATAJÓ ROMA! Una explosión de júbilo y algarabía en el barrio. Don Pepe arrojó su sombrero al aire. Empezó a gritar como un energúmeno: -¡Atajó Roma! ¡Atajó Roma! Los cuatro ciclistas cruzaron la meta, pegados.
Los controladores se abrazaban entre sí, nada controlaron. Atrás el pelotón como un enjambre. Cuando le preguntaron a don Pepe, el partido había finalizado y contestó ¡Ganó Boca! ¡Ganó Boca! La decisión fue salomónica, clasificaron como pasaron en la vuelta anterior, la cincuenta y nueve. Coronaron a Luisito Uturriaga. Miguel Difeo, emocionado le entregó el trofeo. Nunca nadie supo quién ganó verdaderamente esa carrera.
¡Dale campeón, dale campeón! La barra de Boca, en una chatita de Ford ‘A’ embanderada de azul y oro, lenta y ruidosamente cruzaba por la plaza principal.
-¿Quién es ese?, ¿está loco?
Un pelado, totalmente desnudo, izaba su bicicleta en el mástil junto a la enseña patria.
-Es Revire, un tumbado, es corredor de bicicleta, un crudo, jamás ganó una carrera. Se volvió loco del todo.
La chatita siempre lenta y con su barra bullanguera se fue hacia el centro de la ciudad a completar los festejos. Las bombas estallan a lo lejos. Los últimos rayos del sol se reflejaban en su cuerpo lampiño y transpirado.
La ambulancia del Hospital Regional lo vino a buscar.
Este cuento está dedicado, a todos aquellos
que nunca ganaron y que siempre hicieron
deporte por amor a éste.
(tomado del libro “El fútbol chico y el fútbol grande”, Buenos Aires, 2003, edición del autor)
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