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Los profesores (Nicanor Parra - Chile)


*fragmento


La verdad de las cosas
es que nosotros nos sentábamos en la diferencia
quién iba a molestarse con esas preguntas
en el mejor de los casos apenas nos hacían temblar
únicamente un malo de la cabeza
la verdadera verdad de las cosas
es que nosotros éramos gente de acción
a nuestros ojos el mundo se reducía
al tamaño de una pelota de fútbol
y patearla era nuestro delirio
nuestra razón de ser adolescentes
hubo campeonatos que se prolongaron hasta la noche
todavía me veo persiguiendo
la pelota invisible en la oscuridad
había que ser búho o murciélago
para no chocar con los muros de adobe
ése era nuestro mundo
las preguntas de nuestros profesores
pasaban gloriosamente por nuestras orejas
como agua por espalda de pato
sin perturbar la calma del universo:
partes constitutivas de la flor
a qué familia pertenece la comadreja
método de preparación del ozono
testamento político de Balmaceda
sorpresa de Cancha Rayada
por dónde entró el ejército libertador
insectos nocivos a la agricultura
cómo comienza el Poema del Cid
dibuje una garrucha diferencial
y determine la condición de equilibrio.

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Cueca al Colo Colo ('Tito' Fernández - Chile)

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El seleccionado argentino logró por sexta vez la Copa América, en el estadio Nacional de Chile, en 1941.
El partido de su coronación lo realizó ante el anfitrión, a quien derrotó por 1 a 0, gol anotado por el “Chueco” García a los 26 minutos de la segunda parte.
En ese cotejo, la Argentina, dirigida por Guillermo Stábile (el primer máximo goleador de un Mundial, en 1930) alineó con Estrada; Salomón y Alberti; Roberto Sbarra, Videla y Battagliero; Pedernera; Moreno, Arrieta, Antonio Sastre y Enrique García.
El plantel del campeón se completaba con Sebastián Gualco, Lorenzo Gilli, Sabino Coletta, José Minella, Gregorio Esperón, Juan Marvezzi, Juan Gayol, Oscar Belén, Ricardo Alarcón, Bartolomé Colombo y Gabino Arregui.
Era un equipo con figuras indiscutibles, destacándose el talento de Adolfo Pedernera y José Manuel Moreno, ambos de River Plate.
Para la conquista, Argentina ganó los 4 partidos que disputó, con 10 goles a favor y 2 en contra. Derrotó a Perú por 2 a 1, a Ecuador 6 a 1, Uruguay 1 a 0 y a Chile por 1 a 0. El goleador fue Juan Marvezzi, con 5 tantos, con la particularidad que todos ellos los convirtió en un solo cotejo, ante Ecuador.

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El arquero más importante de la historia de Chile es Sergio "Sapo" Livingstone, quien ocupó la valla de su selección en el Mundial de Brasil de 1950, enfrentando a España, Estados Unidos e Inglaterra.
"El Sapo", -así se lo apoda-, se aproxima a los 90 años de edad y es uno de los periodistas deportivos trasandinos más importantes de la televisión. Jugó 22 temporadas en la Universidad Católica, un año en Racing de Avellaneda, y uno en el Colo Colo de su país.
En sus memorias recuerda con sumo orgullo su estadía en la Argentina, atajando para la "Academia". Para él fue un paso muy importante, jugando al lado de compañeros de gran renombre.
Claro que hoy rememora esa época, en 1943, cuando tenía 23 años, con cierto arrepentimiento en el tema de sus decisiones personales, porque en vez de continuar en nuestro fútbol, verdadero espaldarazo internacional para la posibilidad de irse a jugar en Europa, retornó a Chile, por estar enamorado de una compatriota.
Si bien el amor todo lo puede, dejó entrever que ese noviazgo finalmente no prosperó y le quedó trunco ese sueño ambicioso en cuanto a lo deportivo.
De todas formas, Livingstone, quien admite que el mejor futbolista que vio, el más completo, fue Alfredo Di Stéfano, defendió el arco de Chile en 75 partidos (34 en 6 Copas de América) retirándose el 18 de Noviembre de 1959, en el estadio Nacional de Santiago, cuando su representativo le ganó, en un amistoso y por primera vez en su historia, a la Argentina (4 a 2).
El padre de "El Sapo" había sido árbitro de fútbol, llegando a dirigir la final del Sudamericano de 1917, entre Argentina (1) y Uruguay (0). Fue un buen antecedente de un grande del fútbol sudamericano.

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Veo fútbol de todos lados, el alemán, el inglés, el que venga. El único que no me gusta es el fútbol chileno. No sé por qué. No lo puedo ver. De repente juegan mejor que uno, pero con el fútbol chileno me duermo o me voy a darles de comer a los pájaros.

(JULIO PÉREZ, ex futbolista uruguayo, campeón mundial en 1950)

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De Everton me fui porque me compró Unión Española y punto. No creo que en Viña hablen mal porque conmigo ganaron cerca de 80 millones de pesos. Ahora, no soy ningún santo y de repente me tomo un trago, fumo o salgo con mujeres. Mientras ellas me gusten seguiré haciéndolo. Peor sería salir con hombres.

(JUAN "Candonga" CARREÑO, ex futbolista chileno, recordando su amor por el fútbol y por la buena vida)

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A Santiago Wanderers se le llama el “Decano del fútbol chileno”, debido a que es una de las instituciones vigentes más tradicionales y antiguas del fútbol trasandino.
Esta tradicional institución tuvo su origen en el mismo puerto donde desembarcó el fútbol allá por el lejano Siglo XIX… Valparaíso.
El primer encuentro disputado por Wanderers en su historia habría sido frente al National Football Club del Cerro Artillería y la alineación del club habría estado compuesta por el portero Eduardo Real; Gilberto Hidalgo y Francisco Avaria en defensa; Romeo Real, Enrique González, Pedro Mujica en mediocampo y los delanteros Manuel Álvarez, Eduardo Pizarro, Arturo Acuña, Carlos Salar y Germán Sánchez.
Con el nacimiento del Siglo XX comenzó a participar en el campeonato de la Football Association of Chile, donde ganó varios campeonatos y protagonizó sus primeros clásicos con La Cruz Football Club y Everton de Viña del Mar.
Con la llegada de la primera Copa del Mundo de la historia (Uruguay ´30), un representante “caturro” fue seleccionado para representar a Chile en dicho campeonato: Humberto Elgueta.
En 1937 nace oficialmente los campeonatos nacionales organizados por la Asociación de Fútbol Profesional (lo que sería actualmente la ANFP) y si bien tiene un comienzo desastroso (12 derrotas en 12 partidos), con los años comenzaron a ser un equipo tradicional en dicho campeonato (ganándolo 3 veces) y la temporada 2010 lo tendrá como animador del torneo de Primera División del fútbol chileno.

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Te sigo (Los calzones rotos - Argentina)

* dedicado al Club Rangers de Talca (Chile)

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No lo necesitamos, tenemos a un arquero joven que va a ser figura: Jaime Tejeda.

(Dirigentes de Universidad de Chile despreciando a Roberto "Cóndor" Rojas -en la imagen-, quién había quedado sin club, en el año 1982)

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Cuando un equipo anda bien, no anda mal; y viceversa.

(MARIANO PUYOL, ex futbolista chileno, considerado uno de los máximos ídolos de Universidad de Chile de todos los tiempos, haciendo gala en 1985 de una inusitada filosofía socrática)

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El 7 de Febrero de 1997, el seleccionado argentino Sub 20 se consagró, después de 30 años y por segunda vez, campeón Sudamericano en el torneo Juventudes de América.
Fue en el estadio La Serena de Chile, al igualar en el último partido del hexagonal final ante Paraguay: 1 a 1.
La Argentina había obtenido dicho título por última vez en el torneo organizado por Paraguay en 1967. Pero en Chile, y con el empate, Argentina retomó la tradición de las vueltas olímpicas (Diego Placente a los 47' para los nuestros y César Cáceres para los guaraníes) en dicha categoría.
Claro que es importante hacer una revisión de los nombres de ese plantel argentino, luego en su gran mayoría convertidos en verdaderas figuras del fútbol internacional.
La alineación ante los paraguayos fue la siguiente: Leonardo Franco; Juan José Serrizuela, Leandro Cufré, Walter Samuel y Diego Placente; Juan Román Riquelme (Martín Perezlindo), Diego Markic, Esteban Cambiasso y Pablo Aimar (Luis Calvo); Bernardo Romeo (Sixto Peralta) y Diego Quintana.
El plantel lo completaron Cristian Muñoz, Martín Román, Aldo Duscher, Mauro Gerk, Gabriel Loeschbor y Pablo Rodríguez.
El director técnico era José Pekerman y la Argentina fue campeón con 11 puntos, seguida por Brasil y Paraguay que sumaron 8 unidades cada selección, luego Uruguay con 6, Venezuela con 4 y Chile con 2 unidades.

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Ocurrió durante el Sudamericano de fútbol realizado en Montevideo, en 1942. Argentina había derrotado a Paraguay, Brasil, Ecuador (este partido terminó 12 a 0) y a Perú. Y el 2 de Febrero de 1942, los argentinos debían enfrentar a los chilenos. El desarrollo era bastante parejo, aunque todos vaticinaban un fácil triunfo de Argentina.
Sobre el final de la primera etapa, con el resultado 0 a 0, se produjo una jugada que provocó un escándalo. Ante un avance chileno, el zaguero argentino Salomón rechazó con fuerza, pegándole la pelota, de manera casual, en una mano de su compañero Ramos, ubicado dentro de su área. Fue entonces que el árbitro, el peruano Enrique Cuenca, pitó dando señas que iba a sancionar un tiro penal favorable a Chile.
Inmediatamente, medio equipo argentino rodeó a Cuenca para reclamar que no hubo intención de Ramos de tocar la pelota. La insistencia dio sus frutos y entonces el juez sancionó un tiro libre fuera del área a favor de Chile.
En ese momento, los chilenos decidieron retirarse a los vestuarios, muy ofuscados. Durante más de media hora los argentinos se quedaron en el campo de juego, a la espera de novedades, hasta que finalmente también se retiraron.
En los vestuarios, los dirigentes buscaron un arreglo. Los chilenos querían que otro árbitro continuara el partido, pedido que los argentinos no aceptaron.
Finalmente, Chile se decidió por continuar con Cuenca (había transcurrido más de una hora desde la suspensión) pero los argentinos, ya duchados y cambiados, no quisieron saber nada de continuar el partido.
Al otro día, los organizadores dieron por ganado el cotejo a la Argentina. Nuestro seleccionado alineó con Gualco; Salomón y Alberti; Esperón, Videla y Ramos; Heredia, Pedernera, Laferrara, Moreno y Enrique García.
Argentina llegó a la final con Uruguay, partido que se disputó el 7 de Febrero de 1942 ganando el equipo local por 1 a 0 con gol de Bibiano Zapirain, delantero del Club Nacional de Football.

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Hay canales de televisión que están sovacando las bases del fútbol chileno.

(REINALDO “Don Choco” SÁNCHEZ, ex Presidente de la ANFP chilena)

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Descontrolado (Jóvenes Pordioseros - Argentina)

* dedicado al club Deportivo Universidad Católica (Chile)

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Buba (Roberto Bolaño - Chile)




para Juan Villoro

La ciudad de la sensatez. La ciudad del sentido común. Así llamaban a Barcelona sus habitantes. A mí me gustaba. Era una ciudad bonita y yo creo que me acostumbré a ella desde el segundo día (decir el primer día sería una exageración), pero los resultados no acompañaban al club y la gente como que te empezaba a mirar raro, eso siempre pasa, hablo por experiencia, al principio los aficionados te piden autógrafos, te esperan en las puertas del hotel para saludarte, no te dejan en paz de tan cariñosos que son, pero luego enhebras una racha de mala suerte con otra y ahí mismo te empiezan a torcer el gesto, que si eres un flojo, que si te pasas las noches en las discotecas, que si te vas de putas, ustedes ya me entienden, la gente empieza a interesarse por lo que cobras, se especula, se sacan cuentas, y nunca falta el gracioso que públicamente te llama ladrón o algo mil veces peor.

En fin, estas cosas pasan en todas partes, a mí personalmente ya me había sucedido algo parecido, pero entonces mi condición era la de nacional, jugador de la casa, y ahora mi condición era la de extranjero, y la prensa y los aficionados siempre esperan un plus extra de los extranjeros, para eso los han traído, ¿no?

Yo, por ejemplo, como todo el mundo sabe, soy extremo izquierdo. Cuando jugaba en Latinoamérica (en Chile y después en Argentina) marcaba una media de diez goles cada temporada. Aquí por el contrario, mi debut fue asqueroso, al tercer partido me lesionaron, tuvieron que operarme de ligamentos y mi recuperación, que en teoría tenía que ser rápida, fue lenta y trabajosa, para qué les voy a contar. De golpe volví a sentirme más solo que la una. Ésa es la verdad.

Gastaba una fortuna en llamadas a Santiago y lo único que conseguía era preocupar a mi mamá y a mi papá, que no entendían nada. Así que un día decidí irme de putas. No lo voy a negar. Ésa es la verdad. En realidad lo único que hice fue seguir el consejo que un día me dio Cerrone, el arquero argentino. Cerrone me dijo: "chico, si no tienes nada mejor que hacer y los problemas te están matando, consulta a las putas". Qué buena persona era Cerrone. Por aquella época yo debía de tener diecinueve años a lo más y acababa de llegar al Gimnasia y Esgrima.

Cerrone ya andaba por los treinta y cinco o por los cuarenta, su edad era un misterio, y entre los veteranos era el único que todavía estaba soltero. Algunos decían que Cerrone era raro. Eso me retrajo al principio en mi trato con él. Yo era un muchacho más bien tirado a tímido y pensaba que si conocía a un homosexual éste iba a querer acostarse conmigo al tiro. En fin, puede que lo fuera, puede que no lo fuera, lo único cierto es que una tarde en que yo estaba más deprimido que nunca, me cogió aparte, era la primera vez que hablábamos, podría decirse, y me dijo que esa noche me iba a llevar a conocer algunas muchachas de Buenos Aires. Nunca me olvidaré de esa salida.

El departamento estaba en el centro y mientras Cerrone se quedaba en el living tomando unas copas y viendo un programa nocturno en la tele, yo me acosté por primera vez con una argentina y la depresión comenzó a amainar. A la mañana siguiente, mientras volvía a mi casa, supe que todo mejoraría y que mi carrera en el fútbol argentino aún me iba a deparar muchas tardes de gloria. Las depresiones eran inevitables, me dije, pero Cerrone me había dado el remedio para atenuarlas.

Y eso fue lo que hice en mi primer club europeo: salí de putas y así fui capeando la lesión, el periodo de recuperación, la soledad. ¿Que si me acostumbré? Puede que sí, puede que no, no soy quién para emitir un juicio tan rotundo. Allí las putas son unos verdaderos bombones, las putas de categoría, quiero decir, además de ser en líneas generales unas chicas bastantes inteligentes y preparadas, así que aficionarse a ellas, lo que se dice aficionarse, pues tampoco es tan difícil.

En resumen, que me dio por salir de noche, incluso los domingos, cuando había partido y lo que se esperaba de nosotros, los lesionados, era que estuviéramos allí, en las gradas, convertidos en hinchas de lujo. Pero así uno no se cura de las lesiones y yo prefería pasarme las tardes de los domingos en alguna sala de masaje, con mi whisky y una o dos amigas a cada lado, hablando de cosas más serias. Al principio, por supuesto, nadie se dio cuenta. No era yo el único que estaba lesionado, debíamos de ser unos seis o siete los que estábamos en el dique seco, la mala racha parecía cebarse con nuestro club. Pero luego, claro, nunca falta el periodista culiado que te ve salir de una discoteca a las cuatro de la mañana y ahí se acabó el asunto. En Barcelona, que parece tan grande y tan civilizada, las noticias vuelan. Quiero decir: las noticias futbolísticas.

Una mañana me llamó el entrenador y me dijo que se había enterado de que estaba llevando un ritmo de vida impropio de un deportista y que eso se tenía que acabar. Yo, por supuesto, le dije que sí, que sólo había sido una canita al aire, y seguí con mis asuntos, porque, a ver, ¿qué otra cosa podía hacer mientras duraba la lesión y el equipo bajaba en la tabla que daba pena abrir el periódico los lunes para repasar las clasificaciones?

Además, como es lógico, yo pensaba que lo que me había servido en Argentina me tenía por fuerza que servir en España, y lo peor era que tenía razón: me servía. Pero entonces entraron los burócratas del club y me dijeron: "oiga, Acevedo, esto tiene que acabar, usted está resultando un mal ejemplo para la juventud y una pésima inversión de nuestra sociedad, en donde sólo trabajan hombres serios, así que a partir de ahora se acabaron las salidas nocturnas, usted verá". Y luego, sin decir agua va, me encontré de golpe con una multa que podía pagar, claro, pero que puestos a perder dinero hubiera preferido enviarlo a Chile, no sé, a mi tío Julio, por ejemplo, para que se lo gastara arreglando su casa. Pero estas cosas pasan y hay que aguantarse. Así que me aguanté y me hice el firme propósito de salir menos, digamos una vez cada quince días, pero entonces llegó Buba y los del club decidieron que lo mejor para mí era que dejara el hotel y que compartiera el departamento que habían puesto a disposición de Buba, un departamento bastante coqueto, con dos habitaciones y una terraza pequeñita pero con una buena vista, justo al lado de nuestros campos de entrenamiento. Y eso fue lo que tuve que hacer. Así que cogí mis maletas y me fui con un administrativo del club al departamento y como no estaba Buba, pues escogí yo mismo el dormitorio que quería para mí y saqué mis cosas y las metí en el closet y entonces el administrativo me dio mis llaves y se marchó y yo me puse a dormir la siesta.

Eran las cinco de la tarde, aproximadamente, y antes me había echado entre pecho y espalda una fideuà, un plato típico de Barcelona que ya había probado y que me encanta, aunque no es un plato fácil de digerir, y cuando me dejé caer en mi nueva cama me entró un sopor tan grande que sólo tuve fuerzas para sacarme los zapatos y ya estaba dormido. Tuve entonces un sueño rarísimo. Soñé que estaba en Santiago otra vez, en mi barrio de La Cisterna, y que estaba recorriendo con mi padre la plaza esa en donde estuvo la estatua del Che, la primera estatua del Che que hubo en América, exceptuando Cuba, y eso era lo que me iba contando mi padre en medio del sueño, la historia de la estatua y de todos los atentados que sufrió la estatua hasta que llegaron los milicos y la volaron definitivamente, y mientras caminábamos yo miraba hacia todas partes y era como si camináramos por en medio de la selva, y mi padre decía por aquí debe estar la estatua, pero no se veía nada, las hierbas eran altas y los árboles apenas dejaban pasar unos rayitos de sol, suficientes para ver, para darnos cuenta de que era de día, y nosotros íbamos por un sendero de tierra y de piedras, pero a los lados hasta lianas había, y no se veía nada, sólo sombras, hasta que de pronto llegábamos como a una especie de claro, un claro rodeado de selva, y mi padre entonces se detenía y me ponía una mano en el hombro y con la otra señalaba algo que se levantaba en medio del claro, un pedestal de cemento de color gris clarito, y sobre el pedestal no había nada, ni rastros de la estatua del Che, pero eso mi padre y yo lo sabíamos y lo esperábamos, al Che lo habían quitado de allí hacía mucho tiempo, eso no nos sorprendía, lo importante era que estábamos juntos mi viejo y yo y que habíamos encontrado el lugar exacto en donde antes se levantaba la estatua, pero mientras contemplábamos el claro sin movernos, como embebidos en nuestro hallazgo, yo me fijé en que bajo el pedestal, al otro lado, había algo, una cosa oscura que se movía, y me solté de la mano de mi padre (me tenía cogido de la mano) y empecé a rodear lentamente el pedestal.

Entonces lo vi: al otro lado había un negro en pelotas haciendo unos dibujos en la tierra y yo supe al tiro que ese negro era Buba, mi compañero de club y mi compañero de departamento, aunque, sí quieren que les diga la verdad yo a Buba sólo lo había visto en un par de fotos, yo y todos los demás compañeros, y nadie se hace una idea cabal de una persona sí sólo la ha visto en la prensa y además de pasada. Pero era Buba, de eso no me cupo la menor duda. Y entonces yo pensé: rechuchas, debo de estar soñando, no estoy en Chile no estoy en La Cisterna, mi padre no me ha traído a ninguna plaza y este huevón calato no es Buba, el mediopunta africano recién contratado por nuestro club.

Justo cuando acababa de pensar lo anterior el negro levantó la mirada y me sonrió, dejó el palito con el que estaba haciendo unos dibujos en la tierra amarilla (ésa sí una tierra completamente chilena) y de un salto se puso de pie y me tendió la mano, ¿tu eres Acevedo?, dijo, "me alegro de conocerte, flaco", eso dijo. Y yo pensé; tal vez estamos de gira. ¿Pero de gira por dónde?
¿Estábamos haciendo una gira por Chile? Imposible. Y entonces nos dimos la mano y Buba me la estrechó muy fuerte y no me la soltó, y mientras me estrechaba la mano yo miré el suelo y vi los dibujos en la tierra, garabatos no más, qué otra cosa iba a ser, pero como que le encontré el hilo a la cuestión, no sé si me explico, los garabatos tenían sentido, es decir, no eran garabatos, eran otra cosa. Y entonces yo me quise agachar y ver los dibujos más de cerca, pero la mano de Buba que estrechaba mi mano me lo impidió, y cuando quise soltarme (ya no para ver los dibujos sino más bien para alejarme de él, para tomar mis distancias, porque sentí algo parecido al miedo) no pude hacerlo, la mano de Buba, su brazo, parecían los de una estatua, una estatua recién hecha, y mi mano había quedado empotrada en ese material que por momentos parecía barro y por momentos parecía lava ardiente.

Creo que fue entonces cuando me desperté. Sentí ruidos en la cocina y luego pasos que iban desde el living hasta la otra habitación y yo me desperté con el brazo acalambrado (me había quedado dormido en una mala postura, algo que por aquellos días, antes de salir de la lesión, me solía pasar) y me quedé esperando, la puerta de mi dormitorio estaba abierta, así que él tenía que haberme visto, pero por más que esperé Buba no apareció en el umbral. Sentí sus pasos, carraspeé, tosí, me levanté, oí que alguien abría la puerta de la calle y luego, casi sin hacer ruido, la volvía a cerrar.

El resto del día lo pasé solo, sentado delante de la tele, cada vez más nervioso. Revisé (yo no soy curioso, pero no pude evitarlo) su cuarto: en los cajones del closer había puesto la ropa, ropas deportiva y algo de ropa de vestir y algunos trajes africanos que a mí me parecieron como disfraces pero que en el fondo eran bonitos. En el baño estaban sus útiles de aseo, una navaja (yo me afeito con máquinas desechables y hacía tiempo que no veía una navaja), una loción, un perfume inglés o comprado en Inglaterra, en la tina una esponja de color tierra muy grande.

A las nueve de la noche apareció Buba en nuestra nueva casa. A mí me dolían los ojos de tanto ver la tele y él, según me dijo, venía de una sesión con la prensa deportiva de la ciudad. Al principio nos costó un poco hacernos amigos, aunque a veces, cuando me detengo a reflexionar, llego a la amarga conclusión de que amigos, lo que se dice amigos, no lo fuimos nunca. Pero otras veces, ahora mismo sin ir más lejos, creo que sí, que fuimos bastante amigos y que, en todo caso, si Buba tuvo un amigo en el club, ése fui yo.

Nuestra vida en común, por lo demás, no fue difícil. Dos veces a la semana venía una señora a hacernos la limpieza del departamento y el resto del tiempo cada uno limpiaba lo que ensuciaba, lavaba sus propios platos, hacía la cama, en fin, lo de siempre. Por las noches a veces yo me iba por ahí con Herrera, un muchacho de la cantera que había subido al primer equipo y que terminó siendo titular indiscutible de la selección española, y a veces se nos unía Buba, pero pocas porque a Buba no le gustaba la vida nocturna.

Cuando me quedaba en casa veía la tele y Buba se encerraba en su cuarto y se ponía a escuchar música. Música africana. Al principio las cintas debuta no me resultaban nada agradables. La primera vez que las escuche, al segundo día de estar compartiendo el departamento, incluso me sobresaltaron. Yo estaba viendo un documental sobre el Amazonas, haciendo tiempo para la hora en que iba a empezar una película de Van Damme, cuando de repente sentí como si en la habitación de Buba estuvieran matando al alguien. Pónganse en mi lugar. La situación era extraordinaria, capaz de alterarle los nervios al más valiente. ¿Qué hice? Pues me levanté, estaba de espaldas a la puerta de Buba, y me puse en guardia, claro, hasta que comprendí que aquello era una cinta, que los gritos provenían del radiocasette. Después los ruidos se apagaron, solo se oía algo así como un tambor, y luego los gemidos de una persona, el llanto de una persona, que poco a poco fue subiendo de volumen. Hasta ahí aguanté.

Recuerdo que me acerqué a la puerta, que llamé con los nudillos y que nadie me respondió. En ese momento pensé que las lágrimas y los gemidos eran de Buba y no de la cinta. Pero entonces oí la voz de Buba que me preguntaba qué quería y no supe qué contestarle. Todo resultaba bastante embarazoso. Le dije que bajara el volumen. Se lo dije con una voz que traté con toda mi voluntad de que me saliera normal. Durante un rato Buba se mantuvo en silencio. Después la música (en realidad: el sonido de los tambores, tal vez una especie de flauta también) se apagó y la voz de Buba dijo que se iba a dormir. Buenas noches, dije yo y volví al sillón pero durante un rato estuve viendo el documental sobre los indios del Amazonas sin sonido.

El resto, la cotidianidad, como se suele decir, era apacible. Buba acababa de llegar y aún no había jugado ni un partido como titular. El club, en aquel tiempo, tenía un superávit de jugadores que para qué les voy a contar. Estaba Antoine García, el líbero francés. Estaba Delève, el delantero belga, Neuhuys el defensa central holandés, Jovanovic, delantero yugoslavo, el argentino Percutti y el uruguayo Buzatti, mediocampistas, además de los españoles, entre los que teníamos a cuatro jugadores de la selección nacional. Pero las cosas nos iban mal y después de diez jornadas desastrosas estábamos a mitad de la tabla, más bien tirando para abajo que para arriba.

La verdad, a Buba no sé por qué no lo ficharon. Supongo que lo hicieron para acallar las críticas casa vez más acerbas de nuestros propios aficionados, pero al menos en teoría fue una cagada completa. Lo que todo el mundo esperaba era un fichaje de urgencia para cubrir mi lugar, es decir lo que todo el mundo esperaba era que ficharan a un extremo, no a un mediocampista porque en esa la posición ya estaba Percutti, pero los directivos suelen ser bastante imbéciles en todas partes y cogieron lo primero que tuvieron a mano y entonces apareció Buba. Muchos pensaron que el plan era hacerlo jugar un tiempo con el segundo equipo, un segundo equipo que por aquellas fechas estaba hundido en la Segunda División B, pero el representante de Buba dijo que de eso nada, que el contrato era bien claro al respecto: o Buba jugaba con el primer equipo o no jugaba.

Así que allí estábamos los dos, en nuestro departamento cerca del campo de entrenamiento, él calentando banquillo todos los domingos y yo reponiéndome de mi lesión y sumido en una melancolía que para qué les cuento. Y los dos éramos los más jóvenes, como ya les he dicho, y si no lo he dicho lo digo ahora, aunque sobre eso también se especuló un rato. Yo entonces tenía veintidós años y eso estaba claro. De Buba decían que tenía diecinueve, y por descontado no faltó el periodista gracioso que dijo que nuestros directivos habían sido engañados, que en el país de Buba los certificados de nacimiento eran a la carta, que en realidad Buba no sólo parecía tener más edad sino que, en efecto, la tenía, y que en resumidas cuentas el fichaje había sido un timo.

La verdad es que yo no sabía a qué carta quedarme. En el día a día, por lo demás, vivir con Buba no era nada pesado. A veces, por las noches, se encerraba en su dormitorio y ponía su música de gritos y de gemidos, pero uno a todo se acostumbra. A mí también me gustaba ver la tele con el sonido muy alto, hasta altas horas de la madrugada, y Buba, que yo sepa, nunca se quejó por eso. A l principio la comunicación no era muy fluida, por cuestiones de idioma, y más bien nos comunicábamos con gestos. Pero luego Buba aprendió algo de castellano y algunas mañanas, mientras desayunábamos, incluso hasta hablábamos de películas, que siempre ha sido uno de mis temas favoritos, aunque la verdad es que Buba no era muy conversador y tampoco le interesaba demasiado el cine.

En realidad, ahora que lo pienso, Buba era bastante callado. Y no es que fuera tímido ni que temiera meter la pata, Herrera, que sabía hablar inglés, una vez me dijo que lo que le pasaba era que no tenía nada que decir. El loco Herrera. Qué simpático que era Herrera. Y un buen amigo, además. Cuántas veces salimos todos juntos. Herrera, Pepito Vila, que también era canterano, Buba y yo. Pero Buba siempre en silencio, mirándolo todo como si estuviera y no estuviera, y aunque a veces Herrera lo cogía por su cuenta y se largaba a hablar en inglés con él, un inglés fluido en de Herrera, el negro siempre se iba por las ramas, como si le diera pereza explicar cosas de su infancia y de su patria, menos aún de su familia, al grado de que Herrera estaba convencido de que a Buba algo malo le tenía que haber ocurrido cuando era niño, por su reiterada negativa a referir el más mínimo detalle íntimo, como si hubieran arrasado su aldea, decía Herrera, que era y es de izquierdas, como si hubiera presenciado en vivo y en directo la muerte de sus padres y hermanos y pretendiera borrar de su cabeza todos esos años, algo bastante lógico si las presunciones de Herrera hubieran sido ciertas, pero en realidad, y eso yo siempre lo supe, lo intuí, Herrera se equivocaba, Buba hablaba poco porque él era así, y eso era lo que importaba, más allá de una infancia o adolescencia atroz o agradable: la vida de Buba estaba rodeada de misterio porque Buba era así, eso era todo.

En todo caso lo único cierto es que por aquellas fechas el equipo estaba mal y Herrera y Buba parecían condenados a calentar banquillo hasta el final de la temporada, y yo estaba lesionado y cualquier equipo de provincias era capaz de ganarnos en nuestro propio campo. Fue entonces, cuando peor íbamos, cuando nada parecía capaz de empeorar el hundimiento del club, cuando se lesionó Percutti y el míster no tuvo más remedio que alinear a Buba. Lo recuerdo como si fuera ayer. Teníamos que jugar un sábado y en el entrenamiento del jueves, en un choque fortuito con Palau, un defensa central, Percutti se jodió la rodilla. Así que nuestro entrenador puso a Buba en su lugar en el entrenamiento del viernes y para Herrera y para mí quedó claro que saldría de titular el sábado.

Cuando se lo dijimos, por la tarde, en el hotel en donde nos habían concentrado (pues aunque jugábamos en casa y con un rival en teoría débil el club había decidido que cada partido era de importancia vital), Buba nos miró como si nos calibrara por primera vez y luego se encerró en el lavabo con una excusa cualquiera. Durante un rato Herrera y yo estuvimos viendo la tele y decidiendo a qué hora nos pensábamos arrimar a la timba que Buzatti había montado en su cuarto. Con Buba, por supuesto, no contábamos.

Al poco rato oímos una música salvaje que salía del lavabo A Herrera ya le había contado de los gustos musicales de Buba, de las veces que se encerraba en nuestro departamento con su radiocasette infernal, pero él nunca lo había escuchado en directo.

Durante un rato permanecimos atentos a los gemidos y a los tambores, después Herrera, que francamente era un muchacho culto, dijo que aquello era de un tal Mango no sé cuánto, un músico de Sierra Leona o Liberia, uno de los mayores exponentes de la música étnica, y nos desentendimos del asunto. Entonces la puerta se abrió y Buba salió del baño, se sentó a nuestro lado, en silencio, como si a él también le interesara la tele, y yo le noté un olor un poco raro, un olor a sudor, pero no era sudor, un olor a rancio pero que tampoco resultaba ser un olor a rancio. Olía a humedad, a setas y hongos. Olía raro.

Yo, lo confieso, me puse nervioso y sé que Herrera también se puso nervioso, los dos estábamos nerviosos, los dos teníamos ganas de irnos de allí, de salir corriendo hacia la habitación de Buzatti, en donde seguro íbamos a encontrar a unos seis o siete compañeros jugando a las cartas, al póquer descubierto o al once, un juego civilizado. Pero lo cierto es que ninguno de los dos nos movimos, como si el olor y la presencia de Buba a nuestro lado nos hubiera dejado sin ánimo para nada. No era miedo. No tenía nada que ver con el miedo. Era algo mucho más rápido. Como si el aire que nos rodeara se hubiera condensado y nosotros nos hubiéramos licuado. Bueno, eso fue al menos lo que sentí. Y luego Buba se puso a hablar y nos dijo que necesitaba sangre. La sangre de Herrera y la mía.

Creo que Herrera se rió, no mucho, solo un poquito. Y luego alguien apagó la televisión, no recuerdo quién, tal vez Herrera, tal vez yo. Y Buba dijo que lo podía conseguir, que sólo necesitaba las gotas de sangre y nuestro silencio. ¿Qué es lo que puedes conseguir? dijo Herrera. El partido, dije yo. No sé cómo lo supe, pero lo cierto es que lo supe desde el primer momento. El partido, sí, dijo buba. Y entonces Herrera y yo nos reímos y tal vez nos miramos, Herrera estaba sentado en un sillón y yo a los pies de mi cama y Buba esperaba sentado humildemente en la cabecera de su cama.

Creo que Herrera hizo unas preguntas. Yo también hice un a pregunta. Buba respondió con cifras. Levantó su mano izquierda y nos mostró tres dedos, el medio, el anular y el meñique. Dijo que no perdíamos nada con probar. El pulgar y el índice los tenía cruzados, como si formaran un lazo o una horca en donde un animal diminuto se asfixiaba.

Predijo que Herrera iba a jugar. Habló de responsabilidad con los colores de la camiseta y también habló de oportunidad. Su castellano seguía siendo deficiente.
Lo siguiente que recuerdo es que Buba volvió a entrar en el lavabo y que cuando salió llevaba un vaso y su navaja de afeitar. No nos vamos a pinchar con eso, dijo Herrera. La navaja es buena, dijo Buba. Con tu navaja no, dijo Herrera. ¿Por qué no?, dijo Buba. Porque no nos sale de los cojones, dijo Herrera. ¿O no? Me miraba a mí. No, dije yo. Yo me pincho con mi propia máquina de afeitar. Recuerdo que cuando me levanté para ir al baño las piernas me temblaban. No encontré mi maquinilla, probablemente la había olvidado en el departamento, así que cogí la que el hotel ponía a disposición de los clientes. Herrera aún no había vuelto y Buba parecía dormido, sentado en la cabecera de su cama, aunque cuando cerré la puerta levantó la cabeza y me miró sin decir nada.

Permanecimos en silencio hasta que alguien llamó a la puerta. Fui a abrir. Era Herrera. Nos sentamos los dos en mi cama. Buba se sentó enfrente, en la suya, y sostuvo el vaso en medio de las dos camas. Luego, con un gesto rápido, levantó uno de los dedos de la mano que sostenía el vaso y se hizo un corte limpio. Ahora tú, le dijo a Herrera, que cumplió el trance armado con un pequeño alfiler de corbata, el único objeto punzocortante que había encontrado. Después me tocó mi turno. Cuando quisimos ir al baño a lavarnos las manos Buba nos adelantó. ¡Déjame entrar, Buba!, le grité a través de la puerta. Por única respuesta oímos otra vez la música que unos minutos antes Herrera había calificado de manera un tanto apresurada (o eso me parecía ahora) como música étnica.

Esa noche tardé en irme a dormir. Estuve un rato en la habitación de Buzatti y luego me fui al bar del hotel, en donde ya no quedaba ningún jugador despierto. Pedí un whisky y me lo tomé en una mesa desde la que se apreciaban con nitidez las luces de Barcelona. Al cabo de un rato sentí que alguien se sentaba a mi lado. Me sobresalté. Era el entrenador, que tampoco podía dormir. Me preguntó qué hacía despierto a esas horas. Le dije que estaba nervioso. Pero si tú mañana no juegas, Acevedo, dijo él. Peor todavía, dije yo.

El entrenador miró la ciudad, asintiendo, y se frotó las manos. ¿Qué estás bebiendo?, preguntó. Lo mismo que usted, dije. Ah, vaya, dijo él, eso es bueno para los nervios. Después el entrenador se puso a hablar de su hijo y de su familia, que vivían en Inglaterra, pero sobre todo de su hijo, y luego los dos nos levantamos y dejamos nuestros vasos vacíos en la barra.
Al entrar en mi habitación Buba dormía plácidamente en su cama. Normalmente no hubiera encendido la luz, pero esta vez lo hice. Buba ni se movió. Fui al lavabo: todo estaba en orden. Me puse el pijama y me acosté y apagué la luz. Durante unos minutos estuve escuchando la respiración acompasada de Buba. No recuerdo en qué momento me quedé dormido.

Al día siguiente ganamos por tres a cero. El primer gol lo marcó Herrera. Era el primero que marcaba aquella temporada. Los otros dos los hizo Buba. La prensa deportiva, un poco reticente, hablaba de cambio sustancial en nuestro juego y destacaba el gran partido realizado por Buba. Yo vi el partido. Yo sé lo que realmente ocurrió. En realidad, Buba no jugó bien. El que jugó bien fue Herrera y Delève y Buzatti. La línea medular del equipo. En realidad, Buba estuvo como ausente durante buena parte del partido. Pero marcó dos goles y eso era suficiente.

Ahora tal vez debería decir algo acerca de los goles. El primero (que fue el segundo del encuentro) se produjo tras un córner que sirvió Palau. Buba, en medio del barullo, metió la pierna y marcó. El segundo fue extraño: el equipo rival ya había aceptado la derrota, corría el minuto 85, todos los jugadores estaban cansados, los nuestros probablemente más, el tono del partido era francamente conservador, y entonces alguien le pasó la pelota a Buba, con la esperanza, digo yo, de que la devolviese o la retrasara, pero Buba corrió por su banda, mucho más rápido de lo que había estado en el resto del partido, se acercó a unos cuatro metros del área grande y cuando todos esperaban que centrara soltó un tiro que sorprendió a los dos defensas que tenía delante y al arquero, un tiro con un chanfle como yo no había visto nunca, un disparo endemoniado propio sólo de los jugadores brasileños, que se coló por la escuadra derecha de la portería contraria y que puso a todos los espectadores de pie.

Esa noche, después de celebrar la victoria, hablé con él. Le pregunté por la magia, por el hechizo, por la sangre en el vaso. Buba me miró y se puso serio. Acerca tu oreja, dijo.
Estábamos en una discoteca y apenas nos oíamos. Buba me susurró unas palabras que al principio no entendí. Probablemente yo ya estaba borracho. Luego alejó su boca de mi oreja y me sonrió. Tú pronto podrás marcar goles mejores, dijo. De acuerdo, perfecto, dije yo.

A partir de entonces todo se encarriló. El siguiente partido lo ganamos cuatro a dos, y eso que jugábamos en campo contrario. Herrera marcó un gol de cabeza, Delève uno de penalti, y Buba marcó los otros dos, que fueron rarísimos, o eso me pareció a mí, que conocía la historia y que antes del viaje, al que no fui, participé junto con Herrera en la ceremonia de los dedos cortados y del vaso y de la sangre.

Tres semanas después me convocaron y reaparecí en la segunda parte, en el minuto 75. Jugábamos en la casa del líder y ganamos uno a cero. El gol lo marqué yo en el minuto 88. El pase me lo dio Buba o eso fue lo que pensó todo el mundo, aunque yo tengo algunas dudas. Sólo sé que Buba se escapó por la banda derecha y yo eché a correr por la izquierda. Había cuatro defensas, uno detrás de Buba, dos en el medio y uno a unos tres metros de donde corría yo. Entonces ocurrió algo que aún no sé explicarme.

Los defensas centrales parecieron clavarse en sus posiciones. Yo seguí corriendo con el lateral derecho de ellos pegado a mis talones. Buba se acercó al área con el lateral izquierdo que tampoco se le despegaba. Entonces hizo una finta y centró. Yo me metí en el área sin ninguna posibilidad de darle a la pelota, pero entre que los centrales estaban como despistados o como repentinamente mareados y el efecto rarísimo que cogió el balón, lo cierto es que milagrosamente me vi dentro del área, con la pelota controlada y el portero de ellos que salía y el lateral derecho pegado a mi hombro izquierdo sin saber si hacerme una falta o no, y entonces simplemente chuté y marqué el gol y ganamos.

El domingo siguiente fui titular indiscutible. Y a partir de entonces empecé a marcar más goles que nunca en mi vida. Y Herrera también tuvo una racha goleadora. Y todo el mundo adoraba a Buba. Y también nos adoraban a Herrera y a mí. De la noche a la mañana nos convertimos en los reyes de la ciudad. Todo nos sonreía. El club inició una ascensión imparable. Ganábamos y ganábamos.

Y nuestro rito de la sangre siguió repitiéndose indefectiblemente antes de cada partido. De hecho, a partir de la primera vez, Herrera y yo nos compramos navajas de afeitar parecidas a la que tenía Buba y cada vez que íbamos a jugar fuera lo primero que metíamos en nuestro equipaje eran las navajas, y cuando jugábamos en casa nos reuníamos la noche anterior en nuestro departamento (porque ya no nos concentraban en los partidos como locales) y realizábamos la sesión y Buba recogía su sangre y la nuestra en un vaso y luego se encerraba en el baño y mientras escuchábamos la música que salía de allí Herrera se ponía a hablar de libros o de obras de teatro que había visto y yo me quedaba callado y asentía a todo, hasta que Buba reaparecía y nosotros lo mirábamos como preguntándole si todo estaba en orden y Buba entonces nos sonreía y se metía en la cocina a buscar el estropajo y el cubo de agua y volvía luego al baño, en donde se estaba por lo menos un cuarto de hora arreglándolo todo, y cuando nosotros entrábamos en el baño todo estaba igual que antes, y a veces, cuando me iba con Herrera a una discoteca y Buba no venía (porque a Buba no le gustaban demasiado las discotecas), Herrera se ponía a hablar conmigo y me preguntaba qué creía yo que hacía Buba con nuestra sangre en el baño, porque lo cierto es que cuando Buba desocupaba el baño ya no había rastros de sangre por ningún lado, el vaso que la había contenido estaba reluciente, el suelo limpio, vaya, el baño parecía como cuando venía la señora a hacernos la limpieza, y yo le decía a Herrera que no sabía, que no tenía idea de lo que hacía Buba cuando se encerraba allí, y Herrera me miraba y decía: si yo viviera con él me daría miedo, y yo miraba a Herrera como diciéndole: ¿lo dices en serio o estás de broma?, y Herrera decía: estoy de guasa, Buba es nuestro amigo, gracias a él ahora estoy en la selección, gracias a él nuestro club va a ser campeón, gracias a él la gloria nos sonríe, y eso era verdad.

Por lo demás, yo nunca le tuve miedo a Buba. A veces. Mientras veíamos la tele en nuestro departamento antes de irnos a dormir, me lo quedaba mirando con el rabillo del ojo y pensaba en lo extraño que era todo. Pero no pensaba mucho rato en esto. El fútbol es extraño.

Finalmente aquel año que empezamos tan mal fuimos campeones de Liga y paseamos por el centro de Barcelona entre una multitud enfervorecida y hablamos desde el balcón del ayuntamiento a otra multitud enfervorecida que coreaba nuestros nombres y ofrecimos el título a la virgen de Montserrat, del monasterio de Montserrat, una virgen negra como Buba, esto parece mentira pero es verdad, y dimos entrevistas hasta que ya no pudimos hablar. Las vacaciones las pasé en Chile. Buba se fue a África. Herrera se marchó al Caribe con su novia.

Nos encontramos en la pretemporada, en el centro deportivo del este de Holanda, cerca de una ciudad fea y gris que me hizo tener los peores presentimientos.

Todos estaban allí, menos Buba. No sé qué problema había tenido en su país de origen. Herrera parecía agotado aunque exhibía un bronceado de deportista de élite. Me dijo que había pensado en casarse. Yo le expliqué mis vacaciones en Chile, pero, como ustedes saben, cuando en Europa es verano en Chile es invierno, así que mis vacaciones no habían sido muy lucidas. La familia estaba bien. Poco más. La tardanza de Buba nos intranquilizó. No queríamos reconocerlo, pero estábamos intranquilos. De repente sentimos, tanto Herrera como yo, que sin él estábamos perdidos. Por el contrario, nuestro entrenador contribuyó a quitarle hierro a la impuntualidad de Buba.

Una mañana, después de un vuelo que hizo escalas en Roma y Frankfurt, el negro se reintegró en el equipo. Loa partidos de pretemporada, sin embargo, fueron pésimos. Nos ganó un equipo de la Tercera División holandesa. Empatamos con el equipo de aficionados de la ciudad donde residíamos. Ni Herrera ni yo nos atrevíamos a pedirle a Buba el rito de la sangre, aunque nuestras navajas estaban listas.

De hecho, y esto tardé en comprenderlo, parecía como si tuviéramos miedo de pedirle a Buba un poco de su magia. Por supuesto seguíamos siendo amigos y en alguna ocasión fuimos juntos a una discoteca holandesa, pero de sangre no hablábamos sino de los chismes que circulan en pretemporada, los jugadores que cambiaban de equipo, los nuevos fichajes, la Liga de Campeones que íbamos a jugar ese año, los contratos que se acababan o que tenían que ser mejorados. También hablábamos de películas y de las vacaciones que ya habían terminado y Herrera, sólo Herrera, hablaba de libros, entre otras cosas porque era el único que leía.

Después volvimos a la ciudad y yo volví a encontrarme solo con Buba y con nuestra cotidianidad en aquel departamento enfrente de los campos de entrenamiento, y luego empezó la Liga, en primer partido, y la noche antes apareció Herrera por nuestra casa y encaró la situación. Le dijo a Buba que qué pasaba. ¿No iba a haber magia ese año? Y Buba sonrió y dijo que no era magia. Y Herrera dijo qué coño es entonces. Y Buba se encogió de hombros y dijo que era algo que sólo él entendía. Y luego hizo un gesto como quitándole importancia al asunto. Y Herrera dijo que él quería más, que él creía en Buba, fuera lo que fuera lo que éste hacía. Y Buba dijo que estaba cansado y cuando dijo eso yo lo miré a la cara y no me pareció en modo alguno un tipo de diecinueve o veinte años sino un jugador de más de treinta que ya le ha exigido demasiado a su cuerpo. Y Herrera, contra lo que yo esperaba, aceptó las palabras de Buba con una actitud admirable. Dijo: "pues no se hable más del asunto, os invito a cenar". Así era Herrera. Buen tipo.

De tal manera que salimos a cenar a uno de los mejores restaurantes de la ciudad, y un fotógrafo de prensa que había allí nos hizo una foto, es esa que tengo colgada en el comedor, con Herrera y Buba y yo sonriendo, bien vestidos, delante de una mesa exquisita, si me permiten la expresión (pero es que otra no hay), dispuestos a comernos el mundo aunque en nuestro fuero interno teníamos bastantes dudas (sobre todo Herrera y yo) de que efectivamente fuéramos a comernos nada. Y mientras estuvimos allí no se dijo nada de magia ni de sangre: hablamos de películas, de viajes, pero no de viajes de trabajo sino de viajes de placer, y de poco más.

Y cuando salimos del restaurante, no sin antes haberle firmado autógrafos a los camareros y al cocinero y a los pinches de cocina, nos pusimos a caminar durante un rato por las calles vacías de la ciudad, esa ciudad tan bonita, la ciudad de la sensatez y del sentido común como la llamaban algunos exaltados, pero que también era la ciudad del resplandor en donde uno se sentía bien consigo mismo y para mí ahora es la ciudad de mi juventud, bueno, como decía, nos pusimos a caminar por calles de Barcelona, porque un deportista sabe que después de una cena copiosa lo mejor es estirar las piernas, y entonces, cuando ya llevábamos un rato dando vueltas y viendo los edificios iluminados (obra de grandes arquitectos que Herrera nombraba como si los hubiera conocido personalmente), Buba dijo con una sonrisa más bien triste que si queríamos podíamos volver a repetir la experiencia del año pasado.

Ésa fue la palabra que empleó. Experiencia. Herrera y yo nos quedamos callados. Luego volvimos al parking, nos subimos a mi coche y enfilamos hasta nuestro departamento sin decir una sola palabra. Yo me hice el corte con mi navaja. Herrera empleó un cuchillo de la cocina. Cuando Buba salió del baño nos miró y por primera vez, mientras iba a buscar el estropajo y el cubo de agua a la cocina, no dejó la puerta cerrada. Recuerdo que Herrera se levantó pero acto seguido volvió a sentarse. Luego Buba se encerró en el baño y cuando salió todo estaba como antes. Yo propuse celebrarlo tomándonos un último whisky. Herrera aceptó. Buba dijo que no con la cabeza. Ninguno tenía ganas de hablar, supongo, porque el único que dijo algo fue Buba. Dijo: "esto no es necesario, ya somos ricos". Eso fue todo. Después Herrera y yo nos bebimos nuestros whiskys de un solo trago y nos fuimos todos a dormir.

Al día siguiente empezamos la Liga ganando seis a cero. Buba marcó tres goles, Herrera uno, yo dos. Fue una temporada gloriosa, a mí me parece mentira que la gente se acuerde, porque ya ha pasado mucho tiempo, pero si lo pienso bien, si hago funcionar la memoria, me resulta lógico (perdonen la vanidad) que todavía no haya caído en el olvido la segunda y última temporada que jugué con Buba en Europa. Ustedes vieron los partidos por televisión. Si hubieran vivido en Barcelona se vuelven locos. Ganamos la Liga con más de quince puntos de ventaja y fuimos campeones de Europa sin haber perdido ni un solo partido, sólo el Milán nos empató en San Siro y el Bayern sacó el otro empate en su casa. El resto, puras victorias.

Buba se convirtió en la estrella del momento, goleador en la Liga Española y en la Liga de Campeones, su cotización subió por encima de las nubes. A mitad de temporada su agente intentó renegociar la ficha a más del triple de su monto anual y el club se vio obligado a venderlo a la Juve a principios de la pretemporada siguiente. Herrera también se convirtió en un jugador ambicionado por muchos clubes. Pero como era canterano, es decir casi se había criado en las categorías inferiores de nuestro club, no quiso irse, aunque a mí me consta que tuvo ofertas del Manchester, en donde hubiera ganado más. A mí también me llovieron las ofertas, pero después de dejar marchar a Buba el club no podía darse el lujo de desprenderse de mí y me arreglaron la ficha y me quedé.

Para entonces ya había conocido a una catalana, que no tardaría en ser mi esposa, y yo creo que esto influyó en mi decisión de no marcharme. No me arrepiento de haberlo hecho. Aquella temporada volvimos a ser campeones de la Liga Española, pero en la Liga de Campeones nos enfrentamos en semifinales con el equipo de Buba y fuimos eliminados.

En Italia nos metieron tres a cero y uno de los goles lo marcó Buba, uno de los goles más bonitos que he visto en mi vida, un gol de falta, o de tiro libre para ustedes, muchachos, desde una distancia de más de veinte metros, lo que los brasileños llaman una hoja muerta, una hoja de otoño. Una pelota que parece va a salir y que de repente cae como una hoja muerta, algo que dicen que sabía hacer Didí, algo que yo nunca le había visto hacer a Buba, y recuerdo que después del gol Herrera me miró, yo estaba en la barrera y Herrera estaba detrás marcando a un italiano, y cuando nuestro arquero iba a buscar la pelota al fondo de la portería herrera me miró y se sonrió como diciendo “vaya, vaya”, y yo también me sonreí. Fue el primer gol de los italianos y a partir de ahí Buba se eclipsó. Lo sacaron en el minuto 50. Antes de dejar la cancha nos abrazó a Herrera y a mí. Cuando acabó el partido estuvimos un rato con él en los túneles del vestuario.

En el partido de vuelta, en nuestro campo, los italianos nos empataron a cero. Fue uno de los partidos más raros que he jugado en mi vida. Todo pareció transcurrir como a cámara lenta y al final los italianos nos eliminaron. Pero en líneas generales fue una temporada como para no olvidar. Volvimos a ganar la Liga, a Herrera y a mí nos convocaron para jugar el Mundial con nuestras respectivas selecciones, las noticias que teníamos de Buba eran magníficas. Él también ganó la Liga italiana (el famoso Scudetto) y la Liga de Campeones por segundo año consecutivo. Era el jugador del momento. A veces lo llamábamos por teléfono y hablábamos durante un rato de banalidades.

Poco antes de que nos marcháramos a unas vacaciones que iban a ser más cortas de lo usual (aquel año los internacionales nos concentramos para el Mundial casi sin tiempo para nada), la noticia salió en la primera página de los periódicos deportivos. Buba había muerto en un accidente automovilístico camino del aeropuerto de Turín.

Nos quedamos helados. Poco más es lo que puedo decir. Con la mano en el pecho: nos quedamos helados y ya está. El Mundial fue asqueroso. A Chile la eliminaron en octavos, pero no ganamos ni un solo partido. España ni siquiera pasó a octavos, aunque ellos sí que ganaron un partido. Mi actuación, ustedes se acordarán, fue funesta. Así que mejor no hablar. ¿El país de Buba? No, ellos fueron eliminados en la fase previa por Camerún o Nigeria, no me acuerdo. Buba no hubiera podido ir al Mundial ni vivo ni muerto. Como jugador, quiero decir.

Luego pasó el tiempo y vivieron otras ligas y otros mundiales y otros amigos. En Barcelona permanecí aún seis años. En España, diez. Por supuesto que todavía alcancé a vivir muchas noches de gloria, pero nada es comparable. Me retiré del fútbol jugando en el Colo-Colo, pero ya no de extremo izquierdo, la vida de un extremo izquierdo es corta, sino de mediocampista. Luego me dediqué a mi tienda de deportes. Hubiera podido ser entrenador, hice el curso, pero la verdad es que ya estaba harto. Herrera todavía jugó un par de años más. Luego se retiró en olor de multitudes. Fue internacional más de cien veces (yo sólo lo fui en cuarenta y tres ocasiones) y cuando dejó el fútbol la hinchada de Barcelona le tributó un homenaje como se han visto pocos. Ahora tiene no sé cuántas empresas en su ciudad y la vida, como es obvio, le va bien.

Durante muchos años estuvimos sin vernos. Hasta hace poco, que se hizo un programa de televisión, de esos más bien nostálgicos, sobre el equipo que había ganado por primera vez la Liga de Campeones. A mí me llegó la invitación y aunque ahora ya no me gusta viajar, acepté porque era una ocasión para reunirme con los viejos amigos. La ciudad, qué otra cosa voy a decir, sigue igual de bonita. Nos alojaron en un hotel de primera y mi mujer al poco rato ya había partido a ver a sus familiares y amistades. Yo preferí echarme en la cama y dormir un rato, pero la verdad es que al cabo de un cuarto de hora me di cuenta de que no iba a poder dormir.

Después me vino a buscar un muchacho de la productora y me llevó a los estudios de televisión. En la sala de maquillaje coincidí con Pepito Vila. Estaba completamente calvo y me costó reconocerlo. Después apareció Delève y aquello fue el acabose. Qué viejos estaban todos. La moral me subió un poco cuando, antes de entrar en el plató, ví a Herrera. A él sí que lo hubiera reconocido en cualquier parte. Nos dimos un abrazo y cruzamos una pocas palabras, las suficientes como para que yo supiera que aquella noche, pasara lo que pasara, cenábamos juntos.

El programa fue largo y prolijo. Se habló de la Copa, de lo que había significado para el club, de Buba, de aquel primer año de Buba en Europa, pero también se habló de Buzatti y de Delève, de Palau y Pepito Vila, de mí y sobre todo de Herrera y de su larga carrera deportiva, un ejemplo para la juventud. Éramos siete ex jugadores y tres periodistas y dos aficionados de relumbrón, un actor de cine y una cantante brasileña, que al final resultó ser la más fanática seguidora que yo haya visto jamás. Se llamaba Liza Do Elisa, no creo que fuera su nombre verdadero, pero lo cierto es que cuando el programa se acabó (yo apenas dije cuatro tonterías, sentía un nudo en el estómago) la Liza Do Elisa se vino a cenar con nosotros, con Herrera y conmigo y con Pepito Vila y con uno de los periodistas, no sé, tal vez fuera amiga de este último, el caso es que de pronto me encontré en un restaurante en penumbra cenando con toda esta gente y luego en una discoteca aún más oscura salvo la pista de baile en donde yo estaba bailando unas veces solo y otras veces con la Liza Do Elisa y finalmente, a las tantas de la mañana, en un bar del puerto, bebiéndome un carajillo en una mesa algo sucia en donde sólo estaba Herrera y la cantante brasileña.

No recuerdo quién de los dos sacó el tema. Tal vez la Liza Do Elisa estuviera hablando de magia, puede ser, tal vez Herrera quería hablar de eso y la provocó, magia negra y magia blanca, decía la brasileña, o eso creí entender, y luego se puso a contar historias, hechos reales que le habían sucedido en la infancia o durante su juventud, cuanto tuvo que abrirse un camino en el mundo del espectáculo. Recuerdo que la miré y pensé que era una mujer de armas tomar: hablaba igual, con la misma energía y agresividad que durante el programa de televisión. Le había costado subir y permanecía en guardia, como si en cualquier momento la fueran a atacar. Era una mujer hermosa, de unos treintaicinco años, con una buena delantera. Se notaba que no había tenido una vida fácil. Pero esto no le interesaba a Herrera, lo comprendí en el acto. Herrera quería hablar de magia, de vudú, de ritos candomblé, de negros, en suma. Y la Liza Do Elisa no hizo de rogar.

Así que yo me acabé el carajillo y aguanté mecha y como el tema, sinceramente, me aburría un poco, pedí un whisky y luego otro whisky y cuando ya empezaba a entrar la luz del día por las ventanas del bar Herrera dijo que él tenía una historia parecida a las historias que le había contado Liza Do Elisa y que se la iba a contar a ver qué le parecía a ella. Y entonces yo cerré los ojos, como si tuviera sueño, aunque no tenía nada de sueño, y escuché que Herrera contaba la historia de Buba y de él y mía, pero sin decir que Buba era Buba ni él y yo nosotros sino unos jugadores franceses que había conocido hacía tiempo, y Liza Do Elisa se calló (me parece que era la primera vez que callaba en toda la noche) hasta que Herrera llegó al final, a la muerte de Buba, y sólo entonces Liza Do Elisa abrió la boca y dijo que sí, que eso era posible, y Herrera preguntó por la sangre que los tres jugadores vertían en el vaso y Liza Do Elisa dijo que aquello era parte de la ceremonia, y luego Herrera preguntó por la música que salía del baño en donde se encerraba el negro y Liza Do Elisa dijo que aquello también era parte de la ceremonia, y luego Herrera preguntó por el destino de la sangre que el negro se llevaba al baño y por el estropajo y el cubo de agua con lejía y también quiso saber qué creía Liza Do Elisa que hacía en el baño, y a todas las preguntas la brasileña respondió que aquello era parte de la ceremonia, hasta que Herrera se anduvo enojando y dijo que obviamente todo era parte de la ceremonia pero que él quería saber en qué consistía la ceremonia. Y entonces Liza Do Elisa le dijo que a ella no le levantara la voz, mucho menos si quería follarla, textual, empleó esas palabras, a lo que Herrera respondió con una risotada que me hizo recordar emocionado al Herrera de la Liga de Campeones y de las dos Ligas que ganamos juntos, quiero decir, de las dos que ganamos con Buba y de las cinco que ganamos en total, y después de reírse dijo que no era su intención ofenderla (la Liza Do Elisa se ofendía por cualquier detalle) y repitió la pregunta.

Y entonces la brasileña puso cara de meditar y luego miró a Herrera y me miró a mí (pero a Herrera lo miro con mucha más intensidad) y dijo que a ciencia cierta no lo sabía. Que tal vez bebía la sangre o tal vez la arrojaba al inodoro, que tal vez orinaba o defecaba en la sangre o que tal vez no hacía ninguna de esas cosas, que tal vez se desnudaba y se empapaba con la sangre y después se duchaba, pero que todo eso sólo eran suposiciones. Y luego los tres nos quedamos callados hasta que Liza Do Elisa volvió a abrir la boca para decir que, fuera lo que fuera, lo cierto es que aquel tipo sufría y quería mucho.

Y luego Herrera le preguntó si ella creía que la magia de aquel negro que jugaba en el equipo francés era efectiva. No, dijo Liza Do Elisa. Estaba loco. ¿Cómo iba a ser efectiva? Y Herrera dijo: ¿y por qué sus compañeros empezaron a jugar mejor? Porque eran buenos jugadores, dijo la brasileña. Y entonces yo metí la cuchara y le pregunté qué había querido decir con que sufría mucho, ¿sufrir cómo?, le dije, y ella respondió que con todo el cuerpo y más que con el cuerpo con toda la mente.

- ¿Qué quieres decir, Liza? -dije yo.

- Que estaba loco, -dijo la brasileña.

El bar había bajado la persiana metálica. En una pared distinguí varias fotos de nuestro equipo. La brasileña nos preguntó (no sólo a Herrera, a mí también) si estábamos hablando de Buba. Herrera no movió ni un solo músculo de la cara. Yo tal vez asentí. La Liza Do Elisa se persignó. Me levanté y fui a echar una ojeada a las fotos. Allí estaba nuestro once: Herrera, de pie, con los brazos cruzados, junto a Miquel Serra, el arquero, y Palau, y debajo de ellos, en cuclillas, Buba y yo. Yo estoy sonriendo, como si no me preocupara nada, y Buba está serio y mira directamente a la cámara.

Fui al baño y cuando volví Herrera estaba junto a la barra, pagando, y la brasileña también se había levantado y se alisaba el vestido, un vestido granate muy ajustado, junto a la mesa. Antes de marcharnos el encargado del bar o tal vez era el dueño, el tipo que nos había soportado hasta el amanecer, me pidió que estampara mi firma en otra de las fotos que adornaban la pared. Allí estaba yo solo, era una de las primeras fotos que me tomaron cuando llegué a la ciudad. Le pregunté su nombre. Dijo que se llamaba Narcís. Se la dediqué con afecto.

Ya clareaba cuando salimos. Como en los viejos tiempos, caminamos durante un rato por las calles de Barcelona. Noté sin sorpresa que Herrera llevaba a la brasileña cogida por la cintura. Después nos metimos en un taxi y me acompañaron hasta mi hotel.
(cuento extraído del libro “Putas Asesinas” - Anagrama 2001)

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Contento por mi debut, lo hice bien y por suerte pude lesionar a Francescoli.

(LUIS “Chiqui” CHAVARRÍA, ex futbolista chileno, participó en las Eliminatorias de Francia 1998, concretamente en un partido entre Chile y Uruguay, que finalizó con victoria para Chile por 1 a 0 y en el que lesionó al crack oriental)

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Me castigo jefe, me meto un autogol y pierdo la Copa Libertadores en el último minuto.

(El chupamedias de Espina pidiendo perdón al señor Zañartu una semana después de que Cobreloa perdiera la final de la Libertadores del '82 en el minuto contra Peñarol en "La Oficina" el inolvidable y clásico sketch del célebre programa de humor chileno "Jappening con Ja" de las décadas del ’80 y ’90)

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Brasil y el Mundialito de 1972

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La Copa de la Independencia de Brasil (también denominada "Mundialito" o "Mini-Copa") fue un torneo que se organizó por única vez en conmemoración del Sesquicentenario [150 años] del "Grito de Ipiranga" (Independencia de Brasil) entre los meses de Junio y Julio de 1972 en el mencionado país. En el torneo participaron 20 equipos de todo el mundo y fueron utilizadas 13 sedes.

El torneo estuvo marcado por su carácter federal. Se distribuyeron las sedes de manera tal que en cada sector del país se pueda acudir al estadio de turno. Río de Janeiro, Salvador, Curitiba, Natal, Recife, Maceió, fueron solo algunas de las ciudades que dijeron presente en la competición.

1La Copa fue hecha de esmalte azul, oro y piedras preciosas como rubíes y esmeraldas.

Después de ganar la Copa del Mundo de 1970, el equipo brasileño tuvo un lugar destacado en la política brasileña, vinculado a la "reactivación" de la figura del Presidente Emílio Garrastazu Médici. A este fin se organizó este torneo en donde quince naciones participantes fueron divididas en tres grupos para disputar la serie preliminar del torneo y los vencedores obtendrían el derecho de participar en las semifinales junto con Brasil, Uruguay, Checoslovaquia, Unión Soviética y Escocia.

Grupo 1: Argentina, Colombia, Francia y dos veces en África unida y la CONCACAF (Confederación de la América Central, América del Norte y el Caribe).
Sedes: Aracaju, Salvador y Maceió.

Grupo 2: Portugal, Irlanda del Sur, Ecuador, Chile e Irán.
Sedes: Natal y Recife.

Grupo 3: Bolivia, Yugoslavia, Paraguay, Perú y Venezuela.
Sedes: Curitiba, Campo Grande (por entonces parte del Mato Grosso) y Manaos.

Los primeros de cada grupo diputarían la gran final mientras que los segundos accederían al partido por el tercer puesto y cuarto puesto.

El proyecto brasileño fue muy ambicioso en un principio, pues querían la participación de Alemania Federal, Inglaterra e Italia, ex campeones del mundo. Las negativas de estas Federaciones -tras muchas idas y venidas- obligaron a una modificación en los planes con el ingreso de Checoslovaquia, Unión Soviética y Escocia, como reemplazantes en las semifinales.

Francia y Argentina (dirigida por Juan José Pizzuti) pelearon palmo a palmo el liderato del Grupo 1. La igualdad en cero entre ambos equipos clasificó a los argentinos por mejor diferencia del gol. El combinado de África obtuvo el tercer puesto mientras que Colombia y el conjunto de la CONCACAF quedaron relegados al fondo de la tabla.

Portugal arrolló en el Grupo 2 y ganó sus cuatro partidos de manera cómoda al obtener un asombroso registro de doce goles a favor y solo dos en contra. Los demás equipos poco pudieron hacer ante el poderío ofensivo de Eusebio y compañía. Chile se ubicó en segundo lugar, seguido por Irlanda, Ecuador e Irán, respectivamente.

Por su parte el Grupo 3 presentó un equipo yugoslavo que tuvo una gran performance gracias a su juego ofensivo y de gran calidad técnica. Poco pudieron hacer los países sudamericanos ante el conjunto europeo. Uno de ellos, Venezuela, recibió la mayor paliza del torneo al perder por 10 a 0.

Argentina, Portugal y Yugoslavia fueron entonces los países que acompañaron a los equipos clasificados de antemano. Aún restaba la etapa más emotiva y de mayor caudal futbolístico.

Los ocho equipos de distribuyeron en dos grupos:
Grupo A: Brasil, Escocia, Checoslovaquia y Yugoslavia.
Grupo B: Portugal, Argentina, Uruguay y URSS.

Los primeros de cada grupo diputarían la gran final mientras que los segundos accederían al partido por el tercer puesto y cuarto puesto.>

La campaña de la Selección Argentina

5 victorias, un empate y 2 derrotas dejaron un saldo positivo en esta presentación argentina que tenía como meta fundamental empezar a curar las heridas producidas por la no clasificación al Mundial de México 1970 y como una forma de empezar a sentar las bases de lo que sería su participación en Alemania 74.
Estos fueron los resultados y goleadores:

11/06/72 (Salvador de Bahía) Confederación Africana 0 - Argentina 2 (Fischer y Mastrángelo)
18/06/72 (Salvador de Bahía) Concacaf 0 - Argentina 7 (Bianchi, Mas -2-, Fischer -4-)
22/06/72 (Salvador de Bahía) Colombia 1 - Argentina 4 (Brindisi y Bianchi -3-)
25/06/72 (Salvador de Bahía) Francia 0 - Argentina 0
29/06/72 (Rio de Janeiro) Portugal 3 - Argentina 1 (Brindisi)
02/07/72 (Belo Horizonte) Rusia 0 - Argentina 1 (Pastoriza)
06/07/72 (Porto Alegre) Uruguay 0 - Argentina 1 (Mas)
09/07/72 (Rio de Janeiro) Yugoslavia 4 - Argentina 2 (Brindisi -2-) -partido por el tercer puesto-
Si bien la base del plantel argentino que disputó el Mundialito de Brasil no fue la que participó dos años más tarde en tierra germana, algunos de estos jugadores (Carnevali, Santoro, Wolff, Bargas y Heredia) si estuvieron en la cita mundialista.
Más información sobre la participación argentina en este enlace.

Algunos de los equipos participantes ni siquiera trajeron uniforme, tal fue el caso de Irán, quien olvidó sus uniformes y para ganar la simpatía de la gente local pidió prestadas las camisetas del equipo más popular de Recife -el Santa Cruz Futebol Clube- y con la camiseta tricolor obtuvo los siguientes resultados:

11/06/72 Irán 1-2 Irlanda
14/06/72 Irán 0-3 Portugal
21/06/72 Irán 1-1 Ecuador
25/06/72 Irán 1-2 Chile
2Escenas del partido Irán-Chile

Como no podía de ser de otra manera, Brasil accedió a disputar el partido definitorio ante la poderosa escuadra de Portugal. ¿Podrían los brasileños liberarse del domino portugués tal como sucediera hace 150 años atrás? La historia se volvió a repetir. Un solitario gol de Jairzinho en el imponente Maracaná le dio a Brasil un título que no podía tener otro destino.

3El campeón tuvo una importante base de aquel gran equipo que dejó su estela en el Mundial del 70, entre ellos Gerson, Tostao, Rivelinho y el mencionado Jairzinho. Solo faltaba el gran Pelé, quien se había retirado un año antes del 'scratch'.

4Plantel del Brasil campeón

5Portugal, subcampeón del Mundialito de 1972

Plantel argentino que disputó la Minicopa

Dusan Bajevic (Yugoslavia) con 13 tantos fue el máximo artillero de la Copa seguido del portugués Dinis con cinco conquistas.
La Copa Independencia fue un éxito en todo sentido. Se logró un torneo con equipos de jerarquía, se vivió un clima festivo y de gran armonía, reunió grandes jugadores, se confeccionó un precioso trofeo de oro para el ganador valuado en 25.000 dólares de la época y sobre todo logró unificar a un país extenso como lo es Brasil al designar trece sedes para llevar a cabo los distintos encuentros.

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El Presidente de Brasil, Emilio Garrastazu Médici, entrega a Gerson la “Copa Independencia”.

La campaña de Brasil

Brasil 0 - Checoslovaquia 0



Brasil 3 - Yugoslavia 0


Brasil 1 - Escocia 0



Brasil 1 - Portugal 0 (FINAL)


Fuentes consultadas:
* Wikipedia Brasil
* Blog "Morenacult"
* Portal "No’ gracia a vo"

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Juan “Candonga” Carreño, el recuento del último duro del fútbol chileno.


Antes de firmar un contrato hablaba con los técnicos para que lo dejaran carretear tranquilo. Jugó en 16 clubes y en cada uno deslumbró por su pachorra y coraje.

Fue goleador de Unión Española en la mítica Copa Libertadores del año 94 y suplente obligado de la dupla Sa-Za en las eliminatorias a Francia 98. Luego dio doping positivo por cocaína y noqueó a medio equipo de Osorno en el sur.

Estos son los archivos desclasificados de 'Candonga' Carreño y su revancha en contra de Zamorano y el 'Pelado' Nelson Acosta. Dice que uno se portó como un “cabrón” y que el otro fue un “maricón”.

¿Qué piensas de tus colegas retirados que aparecen en un reality o bailando en la tele?

-Hay gente que no soporta estar fuera del medio. No creo que sea una cuestión de plata o por necesidad. Es una cosa de figuración.

¿Es cierto que también te han invitado a participar en este tipo de programas?

-Sí, pero cuando me dijeron que era para eso hasta ahí no más llegó la conversación. Les corté el teléfono, no pesco esas huevás. Imagínate, después de agarrarme a combos en una cancha con 15 hueones, salir bailando con una polera apretada y lycras negras como John Travolta… ¡Na’ que ver!

Sería ir en contra de la imagen de duro de Candonga.

-Tengo claro lo que soy, tengo hartos defectos pero no soy un payaso. Prefiero ganarme la plata trabajando pero no ir a bailar con patines. Además, uno se da cuenta que lo llevan para hacer el ridículo.

Pero Olmos lo hizo bastante bien…

-Sí, lo hizo bastante bien. En el fondo, Olmos no es un técnico sino un gran bailarín.

¿Y el 'Peineta' Garcés?

-Mira, si te creís un técnico serio, hablai de códigos, de valores, de disciplina y la huevá, no podís andar bailando en la tele. No hueís. O soy o no soy. ¿Tú creís que Arturo Salah iría a un programa así? A Garcés le gusta la foto, que suene el rollo, las luces. Yo lo respeto pero no creo que sea un técnico serio.

¿Cómo es la vida de Candonga hoy?

-Depende… hay días que no me levanto y veo monos con mi hijo todo el día. Otros días me levanto a las 4 de la tarde y me pongo a trabajar hasta las 10 de la noche. Me compré una parcela de siete hectáreas y dos veces a la semana trabajo en una escuela de fútbol en Chimbarongo. De aquí a un par de años pienso construir un complejo deportivo.

Atrás quedó la época del rey de la noche.

-Estoy en otra. La vida me dio otra oportunidad y estoy disfrutando de las cosas sencillas.

¿Te saturó el carrete?

-Es que llegó un momento en que me sentía solo y vacío. Me había alejado de los valores que me había dado mi familia y me encontré en algunos caminos que no tenía que haberlos tomado. Así de simple.

¿Cómo era tu rutina en ese entonces?

-Hay gente que va al cine, otros que salen a comer, otros que van a ver una obra de arte y otros que hacen un asado y se toman una garrafa. A mí me gustaba ir a un pub, tomarme unos whiskys y al otro día ir a entrenar. Santo no era pero tampoco un bohemio.

¿Llegaste alguna vez pasado de copas a entrenar?

-Un par de veces… pero llegaba. Me tomaba un whisky en la mañana, me daba una ducha con agua helada y partía a entrenar. Nunca le hice el quite. Me quedaba trabajando una hora más para botar el alcohol.

¿Tuviste problemas con los técnicos?

-No, porque a ningún técnico le vendí una imagen de santo. Antes de contratarme les explicaba que no se estaban llevando al enviado de Dios, se estaban llevando a Juan Carreño y Juan Carreño tenía tales defectos. En el fondo, les pedía que me criticaran pero después de los partidos.

¿Eras como Romario, que en la cláusula del contrato estipulaba los días de carrete?

-Por supuesto, porque si no no podía rendir. Siempre que llegaba a un acuerdo económico con los dirigentes hablaba con el técnico y le decía que firmaba el contrato pero con la condición de salir lunes y martes y que no se metiera en mi vida.

¿Qué hubieras hecho si hubieras jugado en esta época?

-Tendría que haber agarrado a todos los periodistas del fútbol chileno, hacer una conferencia de prensa y decirles ¿saben? Yo soy así… Para qué les voy a andar con cuentos si después me iban a cachar igual en todos lados. Los jugadores somos normales, igual que todo el mundo.

¿Tenías un grupito con el que salías?

-No, siempre andaba solo en la noche. Nunca traté de salir con ningún compañero para que el día de mañana no me dijeran que andaba sacando a alguien a tomar. Si me pillaban, me pillaban a mí.

¿Por qué te gustaba tanto la noche?

-Porque tenía la presión de ser goleador en los equipos que estaba. ¿Y cuál era mi desahogo? Salir un rato en la noche, dos o tres horas.

¿Cuáles eran tus picadas?

-El Brannigan’s, el barrio Suecia, el Lucas Bar.

¿Era cariñosa la gente cuando te veía en los bares o te echaba la foca?

-Por mi forma de ser y mi estilo de juego muchas personas se identificaban conmigo. Había gente apasionada que se me acercaba y me decía “ídolo” porque le gustaba mi forma de encarar y jugar al fútbol.

¿Te mandaban copetes a la mesa?

-Lógico. Pero nunca tuve una pelea ni hice un show. Me gustaban las mujeres, era soltero y lo veía como algo totalmente natural.

¿Por qué te crucificaron entonces?

-Porque dije la verdad y en este país eso no se perdona. Cuando consumí drogas reconocí ante todo Chile que no necesitaba contramuestras. Cometí un error y hasta el día de hoy quedé marcado como drogadicto. Después dije que me gustaba tomarme unos whiskys en alguna discotheque y me tildaron de borracho cuando me los tomaba delante de todo el mundo. Hay futbolistas que se toman una botella de whisky entera encerrados en su casa.

¿Se aprovecharon de tu honestidad?

-En este país uno tiene que ser gris, ni blanco ni negro, medio matizado para llegar a todos lados. El chaqueteo es gratis.

¿Te sientes arrepentido de algo?

-No, en la vida se puede hacer de todo. Me pegué los mejores carretes, me comí a las mejores minas y me tomé los mejores whiskys, pero al otro día era el primero que estaba entrenando.

EL PERILLA Y LA LEGUA

¿Fuiste amigo de El Perilla?

-Sí, tenía una pareja que era concuñada de él. Una vez lo conocí en una comida y me cayó bien. Ni siquiera sabía quién era. No me interesa andar con alguien por el qué dirán.

¿Sabías el rubro en que se movía?

-No, en ese sentido soy un tipo con altura de miras. No ando con alguien porque es paco o rati. En el fútbol uno conoce a mucha gente. Nunca negué su amistad. A veces salíamos a comer o nos encontrábamos en el Lucas Bar. Tengo buenos recuerdos de él. Le encantaba la noche. En los códigos de su gente era un top ten, pero yo nunca lo ví en nada. Y si hubiese cachado algo tampoco te lo diría. Tengo las pelotas bien puestas.

¿Te invitaba a jugar a La Legua?

-Sí, jugué en algunos beneficios. Lo hice por la amistad que tenía con él y por la gente que me conocía en la población y que le tengo harto respeto.

¿Cómo te trataban los choros?

-La gente me tenía harto cariño. Más de alguna vez fui a un bingo o a un baile como una persona más. A veces se me acercaban y se sentían identificados conmigo. Yo también soy nacido en el pueblo.

¿No tenías miedo que te vincularan con la droga?

-No, mis cosas empezaron por otros lados. Como cualquier persona. Al principio me pegaba un huascazo y era la raja, pero cuando te empieza a agarrar la huevadita es una lucha. Te termina atrapando y te complica la cabeza.

¿Cuánto tiempo estuviste metido en las drogas?

-Unos tres años, del 2001 al 2003. Llega un minuto que la huevá te pide y te gastás plata que no tienes.

¿Cuánto gastaste?

-No gasté plata, gasté millones. La droga me llevó a meterme en negocios con gente que na’ que ver y perder cerca de 30 millones de pesos. Eso es porque andaba arriba de la pelota y no tenía la mente clara.

¿Cómo te metiste en el cuento?

-Moviendo como cualquiera. Primero era una vez a la semana, después dos y así. Y como tenía poder adquisitivo lo hacía. Gracias a Dios ahora puedo contarlo como anécdota.

¿Tuviste un pub en ese tiempo?

-Sí, tuve tres negocios. Pensaba que la iba a llevar. Me creía el rey del mundo pero tenía todos los ingredientes para sucumbir: trago, minas, plata, drogas, fama. Todas las huevás metidas en un mismo restorán.

¿Cómo saliste?

-Gracias a la ayuda de mi mujer, de mi hijo y de mi familia.

¿Te internaste?

-No, pero ganas no me faltaron. En un minuto vi la batalla perdida.

ZAMORANO CABRÓN

¿Te consideras un ídolo políticamente incorrecto?

-Yo no sirvo para ser Zamorano. Voy a nacer de nuevo y voy a seguir siendo Juan Carreño porque no me gusta el doble estándar.

¿Encuentras doble estándar a Zamorano?

-Cuando hablo de ídolos en este país, pienso en otras personas.

¿Por qué?

-Prefiero a Marcelo Salas, lejos. Soy respetuoso de la gente auténtica que da sin decirle a la mano derecha lo que da la mano izquierda. Salas ha demostrado que él es así. Es cosa que preguntes en el sindicato de futbolistas quién es Salas y quién es Zamorano.

¿Por qué nunca enganchaste con Zamorano?

-Fui compañero suyo en la Selección y si no fui al Mundial de Francia fue por su culpa. Él mandaba la Selección Chilena en ese tiempo y decidió llevar a su regalón, que era Neira. Hice el último gol de la clasificación y no me llevaron. Zamorano fue el cabrón de esa eliminatoria.

¿Te sentiste traicionado?

-A mí me pueden dar cualquier explicación, pero el daño que me hicieron en ese minuto no lo midieron. Me pudieron haber dejado cinco meses antes, como dejaron a Valencia y otros, lo hubiera entendido, pero no un día antes de viajar. Además, mi lesión no era tan grave y podía recuperarme a tiempo.

¿Quedar afuera del Mundial marcó un antes y un después en tu carrera?

-Sí, porque tenía 29 años, había jugado dos copas Libertadores, fui 10 años goleador en Primera División y estaba en mi mejor momento de madurez. Creo que me merecía un poquito más de respeto y no me lo dieron.

¿Tienes una conversación pendiente con el 'Pelado' Acosta?

-No, él fue maricón conmigo y con maricones para qué vas a tener conversaciones si ya te cagaron.

Pero con Acosta son vecinos… ¿nunca te lo has topado?

-Ojalá que no me lo tope…

COMBOS EN LA CANCHA

¿Cuántas veces peleaste en el fútbol?

-Una vez y pasé a la historia.

¿Eras malas pulgas?

-No, era un tipo de carácter que no me dejaba pisotear.

¿Como fue el encontrón con Hernán Caputto, el arquero de Osorno?

-En un córner entro por atrás, sin querer lo golpeo y me meto con él para el arco. Le ofrecí la mano para pararlo y me dijo: “con razón te dejaron fuera del Mundial tal por cual”. Ya, perfecto, es normal, pensé.

¿Qué pasó después?

-Hubo otro corner y alguien me aprieta los testículos. Yo lo veo que se ríe y le pego un charchazo a mano abierta. El árbitro me dice “Juanito, te ví” y me voy expulsado. Hasta ahí normal. Una expulsión más en el fútbol. Voy saliendo y Caputto cruza toda la cancha y me empieza a insultar. Tú no podís molestar a un jugador expulsado, es un código básico del fútbol. En el fondo estaba buscando que le pegara. Por lo tanto le dije que si me sacaba la madre de nuevo le cortaba la cabeza.

Casi se la cortaste…

-Es lo que se vio en la tele…

Tumbaste a cuatro en total.

-Bueno, pero si los hueones no me venían a abrazar, no era año nuevo la huevá.

¿Por qué te tenían tantas ganas?

-Hasta que le pegué a Caputto soy culpable y responsable de todo. Pero cuando los otros hueones vienen corriendo y se me tiran encima, lógicamente que me tengo que defender. O pegai o te cagan. En el barrio uno aprende que hay que tirar a matar siempre.

¿Cuánto tiempo te suspendieron?

-Seis meses.

¿Lo encontraste injusto?

-No, lo encontré justo, la media cagaíta, no es para sentirse orgulloso porque yo era ídolo de los niños de Huachipato. Pero la vida es así. Siempre he vivido el fútbol con pasión, mi vida ha sido así y voy a morir así. No soy el primero ni el último que se ha defendido o peleado en una cancha de fútbol.

¿Te da lata haber pasado a la historia por este incidente?

-Lo que pasa es que cuando aturden a un hueón en China ponen mi imagen en la tele. ¿Pero qué pasa si a mí me hubieran aturdido y me paro y me vuelven a aturdir? Hubiera andado para la risa de todos los hueones, ¿o no?

También le aforraste a un brasileño en México.

-Fue en un entrenamiento. Me tiró un túnel y le dije que era una falta de respeto porque éramos compañeros. Me respondió “filio tu padre, filio tu madre, filio tu puta”. Bueno, yo no soy muy bueno para los idiomas pero caché que me quiso hueviar, así que le dije que si lo volvía a hacer le cortaba la cabeza.

¿Y qué pasó?

-Lógicamente me tiró otro túnel, no lo dejé pasar, le metí un guatero y quedó aturdido. Los mexicanos se me vinieron encima, me saqué la polera, pero ninguno quiso pelear conmigo. Si me hubieran pegado hubiera seguido jugando pero se cagaron todos. Después de eso decidí venirme a Chile. Fue el combo más caro de mi carrera porque me vine de México y dejé tirados 600 mil dólares.

Glosario

Aforrar: Agarrar, manotear
Cabrón: Tirano, maltratador, abusador, proxeneta
Cachar: Comprender o entender (de ahí proviene la expresión ¿cachái?)
Cagaita: Macana (‘metida de pata’)
Candonga: Broma, burla, chacota, chanza, chiste
Carrete: Fiesta
Charchazo: Puñetazo
Choro: 1) (fem: Chora) adj Entretenido; 2) En las clases bajas, persona violenta o agresiva; 3) m Mejillón; 4) f Vagina.
Combo: Puñetazo
Echaba la foca: Enojarse con alguien
Guatero: Golpe con puño dado en el estómago
Huascazo: Golpe muy fuerte.
Huevada [Léase: “Huevá ó "Güevá"]: Tontería (informal, no elegante).
Huevón [Léase: “Huevón”, "Güevón" ó “Hueón”, fem: Huevona]: 1) Expresión que se usa como insulto o palabrota; 2) Entre amigos, en confianza, es como decir "amigo".
Paco: Palabra despectiva para señalar a los carabineros (policía chilena)
Polera: Camiseta, playera, remera
Rati: Policía de Investigaciones

(artículo del periodista Claudio Pizarro, publicado en el portal digital The Clinic del 11/07/2008)

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