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El recordado futbolista y director técnico argentino Luis "Yiyo" Carniglia [1917-2001], de prestigio internacional, en sus recuerdos volcados en una biografía resalta uno de los momentos más amargos por los que atravesó en su larga carrera de entrenador.
Fue cuando era responsable técnico de Milan de Italia que, como campeón de Europa, le tocaba enfrentar en Octubre de 1963 al Santos por la Copa Intercontinental.
En el partido de ida, disputado en Italia, la principal preocupación de Carniglia (en la imagen) era la marca sobre Pelé, el mejor jugador del mundo.
"Yiyo" le dio la responsabilidad a Trapattoni, quien prácticamente anuló a O’Rey. El partido lo ganó Milan 4 a 2. Al conjunto italiano le tocaba viajar a Brasil, para la revancha.
Los entendidos decían que el Milan tenía más de media copa ganada, porque Pelé no iba a poder ser de la partida al haberse desgarrado. Lo cierto es que el 14 de Noviembre de 1963, en el Maracaná de Río de Janeiro, Milan perdió 4 a 2. Un partido que, para los italianos, tuvo un principal protagonista: el árbitro argentino Juan Brozzi, a quien se lo acusó de parcial y de haber recibido regalos de parte de los brasileños.
El tercer partido se disputaría nuevamente en el Maracaná, pero el Milan solicitó cambio de árbitro, lo que la Confederación Sudamericana de fútbol se negó a aceptar.
Fue así que Brozzi, quien aseguraba haberse equivocado en dicho encuentro a favor de Santos, les prometió que no iba a volver a repetir tamaños errores.
Pero esa confianza que le había dado Brozzi a los milaneses se derrumbó. El juez no sólo sancionó en el primer tiempo un penal inexistente a favor del Santos, sino que además, por protestar levemente la sanción, expulsó al capitán del Milan, Cesare Maldini.
Esta fue la síntesis del partido final, del 16 de Noviembre de 1963 ante 120 mil almas.
Santos (1): Gilmar; Ismael, Mauro, Haroldo; Dalmo, Lima y Mengalvio; Dorval, Coutinho, Almir y Pepe.
Milan (0): Balzarini; Maldini, Trapattoni, Pelagalli; Benítez, Trebi, Mora, Lodetti, Altafini, Amarildo y Fortunato.
Gol: a los 31' Gallo (S), de penal
Expulsado: 30' del PT, Cesare Maldini (M)

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La historia de la Copa del Mundo de 1950 tuvo su punto clave en el inolvidable Maracanazo; ese partido definitorio cuando contra todos los pronósticos, Uruguay venció a Brasil por 2 a 1, ganando el torneo.
La desazón de los locales fue indescriptible: el Maracaná estaba colmado por casi 220 mil espectadores.
Más allá de las críticas a sus jugadores, los cañones periodísticos apuntaron hacia el director técnico, Flavio Costa quien, hasta el partido ante Uruguay, era uno de los hombres más elogiados, como estratega. Luego de la derrota final, los hinchas lo querían matar y Flavio debió alejarse del ambiente del fútbol por un tiempo.
De todas formas, con el paso de los años, se le reconocieron sus virtudes y se destacaron algunos de sus preceptos futbolísticos, que colocaba en carteles pegados a las paredes del vestuario. Uno de ellos, decía: "Tú puedes ser el Jesucristo del fútbol, pero si te marca un loco que no te deja dar una patada a la pelota, nunca podrás jugar al fútbol". Otro, señalaba: "Los extremos (wines) son al equipo lo que los brazos al cuerpo humano".
Y también inculcaba: "Las distancias iguales entre los jugadores del mismo equipo mantienen la geometría del cuadro".
Flavio Costa había nacido en Río de Janeiro el 14 de Septiembre de 1906. Quiso seguir la carrera militar, pero se dedicó al fútbol jugando en el Flamengo. Después de varios años con los pantalones cortos, se convirtió en DT dirigiendo al Flamengo, para luego irse al Vasco Da Gama.
De allí pasó a ser técnico de la selección de su país, en una primera etapa desde 1944 hasta 1950. Pese a su fracaso en la Copa del Mundo, cinco años más tarde lo volvieron a llamar, dirigiendo a Brasil entre 1955 a 1957.
Falleció en Río de Janeiro en 1999, a los 93 años de edad.

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Mi corazón en México (Carlos Drummond de Andrade - Brasil)


Mi corazón no juega ni conoce
las artes de jugar.

Late alejado del balón
del estadio que enloquece
al forofo, esclavo de su club.

Vive conmigo, y en mí, mis cuidados.

Hoy, sin embargo, despierto, y he aquí que me extraño:
¿Qué es de mi corazón? Está en México,
voló certero y ni me consultó,
se acomodó, discreto, en un rinconcito
cualquiera, entre banderas tremolantes,
micrófonos, charangas, ovaciones,
y de repente, sin que yo mismo sepa
cómo quedó así, se exacerba,
se vuelve corazón de aficionado,
tuerce, retuerce, se destuerce todo,
grita: ¡Brasil! con furia y con amor.

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Lo que pasa en el Real Madrid ahora no es nuevo. Cuando las cosas no van bien, siempre se echa la culpa a los jugadores extranjeros. A mí me pasó exactamente lo mismo que le sucede ahora a Kaká. Kaká es espectacular y se va a recuperar de esta situación, seguro. Va a triunfar con la camiseta del Real Madrid y va a conseguir muchos éxitos con la selección de Brasil.

(ROBINHO, actual jugador del Santos de Brasil, saliendo en defensa de Kaká, en el diario Marca, tras la eliminación del Madrid de una nueva edición de la Champions League)

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Fue como un regalo de los cielos saber que Leônidas no jugaría. Verdadero artista, malabarista de la pelota, era el jugador que sorprendía a todos


(ALFREDO FONI, zaguero de la selección italiana en el Mundial de 1938)

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El fútbol es un juego muy divertido. Por eso lo practiqué desde niño. Pero gradualmente, a medida que pasaban los años, entendí que también era un gran negocio. Y por eso seguí jugando cuando llegaron los momentos difíciles. Para ganar mucho dinero, para que todos me conozcan. No tengo miedo de decirlo. Sé muy bien que éste es mi tiempo. Ahora yo soy el ídolo. Zico es ídolo. Pero sé también que dentro de un par de años puede que no sea nadie. Por eso trato de aprovechar cada segundo. Vivir intensamente este período, esto me ofrece la vida. Y llenar de millones de cruzeiros mi cuenta bancaria.

(ARTUR ANTUNES COIMBRA “Zico”, ex jugador y entrenador brasileño -1990-)

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El precio de la victoria (Marcos Gómez Juan - España)


En aquel momento supe exactamente lo que significa la palabra soledad. Sabía que todo el mundo estaba pendiente de mi bota izquierda, pero en especial dos países, mi querido Brasil y Nigeria. Apenas fueron cuatro o cinco minutos los que pasaron desde que Nigeria marcó su último penalti, ahora me tocaba a mí tirar el último de la tanda. Un gol significaba el empate, prolongar la agonía de la suerte; un fallo la derrota, mi derrota, mi debacle.

Era consciente de ser el protagonista de un hecho que podía ser histórico, jamás un país africano había conquistado el cetro mundial, nunca antes una selección de aquel continente ganó un mundial de fútbol. El sudor frío mojaba mi frente, el griterío ensordecedor del público estallaba contra mi cabeza martilleándola una y otra vez. Miré a mi alrededor y todo eran gestos hostiles desde la grada, no en vano ellos jugaban en casa; apenas vi muestras de cariño, sólo las de mis compañeros. La portería cada vez era más y más pequeña, el portero más y más grande. Entre tantas muestras hostiles fue difícil escuchar el silbato del árbitro, pero finalmente sonó. Tomé carrera y mi bota golpeó suavemente el balón que comenzó a girar sobre su propio eje gracias a la rosca del golpeo. Resbalé por la humedad del campo y mis ojos quedaron apuntando al césped. Escuché un sonoro golpe y acto seguido una explosión de júbilo, me quedé allí tirado, con el cuerpo helado sin poder reaccionar. Sólo pude llorar cuando mis compañeros se acercaron a consolarme, era un hombre roto, un hombre destrozado. A mi mente vino el poder que tiene un insignificante jugador de fútbol en esos momentos, poder para hacer feliz a uno u otro país, y a mí me había tocado ser el que diera la felicidad a quien en ese momento no deseaba dársela.

Aquella noche no concilié el sueño, pero no por el estruendoso ruido provocado por la alegría de un país, que podía escuchar por mi ventana. Una y otra vez recordé el momento del penalti, repasé mentalmente cada uno de los minutos que transcurrieron hasta el golpeo del balón. Una y otra vez el golpe contra el palo resonaba en mi cabeza recordándome mi fracaso, el fracaso de una estrella de este mundo de lujo llamado fútbol. Seguramente con mi salario podría alimentar a buena parte de las gentes que ahora vitoreaban a sus héroes por las calles adyacentes a mi hotel. La alegría de esas gentes contrastaba con mi tristeza Por un momento una sonrisa ligera se dibujó en mi rostro, involuntariamente había hecho feliz a un país pobre, un país necesitado. Hasta es posible que un continente entero estuviera ahora mismo festejando mi fallo, un continente tocado por la mano de la pobreza y el subdesarrollo; el continente más desafortunado del planeta vivía momentos de felicidad en parte gracias a mí.

Eran las cinco de la mañana cuando, sin saber por qué, me puse a pensar en la noche anterior al partido. Aquella noche de pasión junto a una de las mujeres más bellas con las que había estado en mi vida. Aún no entiendo bien lo que ocurrió, lo fácil que resultó disfrutar de la tersa piel y las dulces caricias de una mujer de ensueño. Recordé el momento en que se acercó a mí después de la cena en el hotel, me tomó por el brazo, se acercó a mi oído y emitió un gemido placentero que hizo que se erizaran todos y cada uno de los pelos de mi cuerpo. Su aroma era intenso, sus labios carnosos rozaron mi oreja y un escalofrío me recorrió desde los pies a la cabeza. Me condujo al ascensor y una vez allí besó apasionadamente mi boca. Estupefacto, contemplaba sus aproximadamente 178 centímetros de mujer de piel tostada por el sol. Sus piernas parecían no terminar nunca, su pelo rizado acariciaba mi cuello en cada uno de sus besos, su lengua jugueteaba con mi oreja, mi cuello, mis labios.

El ascensor paró en mi planta y cogidos de la mano fuimos a mi habitación. Una vez en el cuarto la dulzura de sus besos se convirtió en pura pasión, en deseo irrefrenable, hicimos el amor varias veces; sinceramente había sido la mejor experiencia de mi vida. Cuando desperté a la mañana siguiente ya no estaba en mi cama. Me extrañé al comprobar que mis calzoncillos habían desaparecido, pensé que quizás los hubiera tomado a modo de recuerdo o, quién sabe, quizá como trofeo. Mi peine tampoco estaba en el baño pero no le di mayor importancia.

El reloj marcó las seis de la mañana, el sol comenzaba a entrar por la ventana, un nuevo día estaba a punto de comenzar. Hubiera preferido que aquella noche durara eternamente, los periodistas me acosarían por la mañana, la televisión, los periódicos, otra vez contemplar la cara de mis derrotados compañeros. ¡Dios mío! ¿Pudiera ser que...? ¡Cielos! Súbitamente recordé sin quererlo una vez más el momento del penalti, justo en el momento del golpeo sentí un ligero pinchazo a la altura de la rodilla. ¡Quizás...! ¡Oh, tengo que ir al campo por última vez!

Tardé tres minutos en vestirme y coger un taxi, que arrancó en dirección al estadio tras ofrecerle una buena suma de dinero. Las calles aún estaban repletas de gente festejando la victoria, pero el taxista volaba gracias a la propina. Llegamos al estadio, convencer al vigilante jurado para poder acceder al césped me costó un taco de aquellos billetes malolientes y sucios. Otra vez volvía al escenario de mi fracaso. Al volver a pisar aquella hierba mi cabeza voló, volvieron a mi mente todos los recuerdos, los malos recuerdos de apenas unas horas atrás. Y entre ellos el pinchazo, ¡cómo no había caído antes! Fue un dolor no muy intenso, como si de un calambre se tratara. Corrí hacia el punto de penalti, ese desde el que había estrellado el balón en el palo, que ahora parecía reírse de mí. Miré a la cal que conformaba el redondo punto fatídico y lo que vi me sobresaltó: el punto blanco tenía restos de tizón negro; me arrodillé y pude comprobar que estaba lleno de cenizas. Uno de los trozos no se había llegado a consumir, lo examiné con detenimiento y vi que era un trozo blanco de tela en el que podían leerse dos letras: CK. ¡Cielo santo! Aquella prenda me era muy familiar. ¡No me lo puedo creer! ¡Estúpido! Palpé mi rodilla en busca del punto exacto del extraño dolor que había sentido segundos antes de marrar la pena máxima.

Una vez localizado mis ojos pusieron ante mí la claridad de los sucesos, pude ver perplejo un pequeño agujero muy fino en mi rodilla, como si una aguja la hubiera penetrado. Sin quererlo solté una carcajada, ahora todo tenía sentido, sólo tenía que denunciar los hechos y el cetro mundial volvería con nosotros de vuelta a Brasil, pasaría de ser un villano a ser el héroe nacional. Mi sonrisa se volvió turbia y mi mente oscureció. Durante algo más de diez minutos permanecí sentado en el punto de penalti desde el que horas antes me había sentido morir; ahora mis sentimientos eran contradictorios, alegría y pena se entremezclaban en mi cabeza. Me incorporé con energía, había tomado una decisión y la mantendría hasta el final pasara lo que pasara.

El vuelo procedente de Nigeria tomó tierra según lo previsto en el aeropuerto de Río de Janeiro. Bajé la escalerilla del avión con nerviosismo, recogí la maleta y me dirigí a la puerta de salida con titubeo y desconcierto. Nervios, impaciencia, temor y duda eran algunos de los sentimientos que me invadían ¿Qué me esperaría detrás de aquella puerta? Por fin la puerta se abrió y multitud de periodistas se abalanzaron sobre mí; traté de responder a todas sus preguntas pero casi resultaba utópico. Apenas sin darme cuenta sentí como varias personas se abalanzaban sobre mí y me cubrían de besos. Entre besos y caricias pude ver varias caras conocidas, las caras de mis hijos, mis padres y mis hermanos, mi familia siempre fiel. Al menos ellos siempre me adorarían a pesar de los pesares y es que ¿quién era capaz de robarle la inmensa alegría a un país tan acostumbrado a la tristeza? Al fin y al cabo Brasil volvería a luchar por el mundial dentro de cuatro años y Nigeria, la pobre Nigeria, quién sabe qué será de ella.

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El dribbling consiste en amagar una cosa y hacer otra, pero Garrincha simulaba precisamente lo que terminaría haciendo.

(ARMANDO NOGUEIRA, escritor y periodista deportivo brasileño)

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Eran infernales. Si marcabas a Pelé, Garrincha escapaba y viceversa. Si marcabas a los dos, era Vavá el que anotaba.

(JUST FONTAINE, ex jugador francés, tras jugar frente a Brasil en el Mundial de 1958)

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Dirceu Lopes está entre los jugadores que son considerados grandes estrellas y cracks. En mi opinión estaba en el nivel de Zico, Roberto Dinamita, Tostao y Pelé, entre otros. He jugado con él en Cruzeiro y contra él, pude ver talento, velocidad e inteligencia. A pesar de la falta de altura no tenía miedo y encaraba las defensas con valentía. Un jugador extraordinario.

(BRITO, ex campeón mundial en México 1970, opinando sobre su ex compañero en Cruzeiro)

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¿Me deja dormir? Estas no son horas para bromas.

(ADRIANO, internacional brasileño, en 2000 cuando jugaba por Flamengo, al ser despertado por su madre quien le anoticiaba de su convocatoria a la selección brasileña)

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Mediocampo (Gilberto Gil - Brasil)


Querido amigo Afonsinho
yo continuo aquí mismo
perfeccionando lo imperfecto.

Dando un tiempo, dando una forma,
despreciando la perfección,
que la perfección es una meta
defendida por el arquero
que juega en la selección.

Y yo no soy Pelé ni nada
si algo fuera, yo soy Tostao,
hacer un gol en ese partido
no es fácil, mi hermano.

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Brasil nunca puede faltar a un Mundial, ni Paraguay ir a dos consecutivos.

(JOSÉ LUIS CHILAVERT, ex futbolista paraguayo)

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Llegué aquí a Corinthians para darle un nuevo ánimo a Ronaldo. Para que se concentre más, para que mantenga el peso, para que se divierta cada día más. Yo quiero motivar a Ronaldo a que, quién sabe, podamos regresar juntos a la selección.

(ROBERTO CARLOS, veterano lateral izquierdo brasileño, reciente incorporación del Corinthians brasileño)

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Es más difícil dejar de amar a un club que a una mujer.

(MÁRIO FILHO [1908-1966], periodista brasileño, fundador del “Journal dos Sports”)

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Uno de los grandes árbitros que dio el fútbol argentino es Roberto Goicoechea, quien dirigió, entre 1959 y 1975, un total de 374 partidos de Primera División, y fue el representante argentino en el Mundial de Inglaterra de 1966.
Entre sus recuerdos del arbitraje, decía que en Brasil, se hizo amigo de un colega, Duicidio Vanderlei Boschilia (en la imagen, observando a Pelé), con quien dialogaba mucho acerca de temas de la profesión, en especial de cuando era el momento de sacar la tarjeta amarilla y de cuando comenzar con la roja.
"Un domingo, a Vanderlei le tocó arbitrar en San Pablo -rememoraba Goicoechea- era un partido muy duro. Amonestó a uno, a dos, a tres, a cuatro, a cinco. Hasta que se cansó. Entonces, se acercó al medio de la cancha y les dijo a los capitanes: '¿Ven? Esta es la tarjeta amarilla. No la uso más'. Y ahí nomás, la rompió. No lo podían creer".
En lo personal, Goicoechea contaba que en los años '60 le tocó dirigir Ferro-Estudiantes de La Plata. En Ferro jugaba el temperamental "Chamaco" Rodríguez, y en Estudiantes el inefable Carlos Bilardo: "Apenas se inició el encuentro, Bilardo lo planchó a Rodríguez. El de Ferro lo miró como para matarlo. Al rato, nuevamente Bilardo le dio duro, pero el "Chamaco" no reaccionó. Hasta que vino un córner. Cayeron los dos y Bilardo quedó abajo. Rodríguez sacó una derecha que le dio justo en el ojo a Bilardo, el que inmediatamente se le inflamó. Los eché a los dos. Ahí fue cuando Rodríguez se me acercó y me dijo: 'Está bien, me voy, pero contento. ¿Usted vio cómo le quedó el ojo? ¡Ese no me carga más!"'

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Es maravilloso y especial jugar en un fútbol tan competitivo como el brasileño, que tiene jugadores de excelente nivel, como Adriano. Lo mejor es jugar con y contra los mejores. Adriano es uno de los mejores atacantes del mundo. Voy a disfrutar mucho de este enfrentamiento en Río de Janeiro.
Cuando alguien elige un equipo para jugar al fútbol, no piensa apenas en la propuesta económica. Para mí, es importante pensar también en otras cosas, como, por ejemplo, el nivel de fútbol que se va a jugar, el nivel competitivo que el equipo puede tener y, claro, enfrentar grandes equipos.

(SEBASTIÁN ABREU, delantero uruguayo, flamante incorporación del club Botafogo de Futebol e Regatas de Rio de Janeiro)

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Cafú tiene la edad de mi papá y sigue corriendo.

(DIEGO MARADONA, el 25 de Mayo de 2005 comentando en la cadena ESPN la legendaria final de la Champions League, entre Liverpool-Milan, cuando el brasileño se mandó una corrida de 50 metros y llegó a una pelota casi imposible)

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Estoy orgulloso cuando se habla de Alfredo Di Stéfano porque cuando Pelé fue a jugar a Europa dio asco, mientras que Alfredo jugó bien en todo el mundo.

(DIEGO MARADONA, entrenador de la Selección Argentina, -1996-)

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En 1963 Brasil todavía respiraba el éxito de los Juegos Panamericanos de San Pablo y se preparaba para el Campeonato del Mundo de 1966 en Inglaterra.
Carlos Alberto Torres y Jairzinho habían sido revelaciones en ese Panamericano en el que el scratch se alzó con la medalla de oro, en un momento en que el fútbol brasileño, campeón del mundo en Chile 1962, pasaba por un momento de esplendor.
Pero lo que marcó Mayo de 1963 fue la inolvidable visita del equipo de Madureira a Cuba, donde sería recibido con honor y reverencia por Ernesto “Ché” Guevara, líder de la revolución cubana que llevó a Fidel Castro al poder en 1959 y una figura destacada de su tiempo.
"El contacto con el Che Guevara fue muy amable. Fue amor. Nos visitó en el hotel y asistió a uno de los encuentros en donde distribuyó serpentinas", recuerda Jorge Farah, hincha del Madureira presente en la gira por la isla.
El paso de Madureira por la isla era parte de una gira por América, dos años después que el club se había convertido en el primero en Brasil en hacer un viaje alrededor del mundo. Meses antes, el Che Guevara había recibido en Brasilia, de manos del presidente brasileño, la “Orden de la Cruz del Sur”.
En el mismo período Flamengo, Fluminense y Bangú viajaron de gira a Europa y Bonsucesso armó sus maletas para un amistoso en Guayaquil, Ecuador.
La gira del Madureira, concretada por José Correia da Gama da Silva, que presidió el club durante el período 1959/1960, se inició en Colombia, prosiguiendo luego por Costa Rica, El Salvador y México.
En Cuba, Madureira hizo un total de cinco partidos, ganando todos: el primero por 5 a 2 ante Industriales (campeón local), el segundo por 6 a 1 ante un combinado del Municipio de Morón, de la provincia de Camagüey, el tercero ante una Universidad (11 a 1) y dos presentaciones ante una selección de La Habana (el primero lo ganó por 1 a 0 y 3 a 2 el segundo, el 20 de Mayo de 1963, cuando contó con la presencia en la tribuna oficial del Ché Guevara, por entonces Ministro de Industria cubano.
"Llevaba el uniforme verde oliva del Ejército y después del partido saludó uno por uno a los veintidós jugadores. Parecía un hombre íntegro" recuerda Farah.
En 1963, Cuba llevaba cuatro años bajo el régimen comunista, establecido después del triunfo del Movimiento “26 de Julio”. La delegación brasileña se hospedó en el legendario hotel “Habana Hilton”, un símbolo de la opulencia de América durante la dictadura de Fulgencio Batista y renombrado luego "Cuba Libre" por Fidel Castro.
Después de tantos años, muchos recuerdos se desvanecen, pero Jorge Farah no olvida a Cuba, el Che y la fascinación suscitada por la gente cubana.

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