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El día del arquero
(artículo de Ezequiel Fernández Moores publicado el 2 de Abril de 2013 en el suplemento "Cancha llena" del Diario "La Nación")
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(JO SOARES, humorista brasileño)
(BEBETO, ex jugador brasileño, días antes del Mundial USA 1994, dedicando con antelación un título que después obtendría, al recordado piloto)
(ROMARIO, sobre sus cualidades como futbolista)
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(CLARECE LISPECTOR [1920-1977], considerada una de las más importantes escritoras brasileñas del siglo XX)
En Porto Alegre, como local, Gremio venció con un terminante 5 a 0. Pero en la revancha, en San Pablo, el local ganó 5 a 1. Fue así que Gremio siguió en la Libertadores con mucho susto, apenas por un gol de diferencia. Después terminó ganando la Copa de dicha edición.
Por su parte Newell’s Old Boys, en 1992, perdió de manera contundente en Rosario ante San Lorenzo de Almagro: 6 a 0. Pero en la revancha, los “leprosos” derrotaron a los “santos” por 1 a 0. Ambos siguieron a la siguiente fase y en Rosario, Newell’s ganó por 4 a 0, devolviéndole la goleada.
Por último, quedó en la historia un histórico triunfo venezolano en la Libertadores. Fue en 1971, más precisamente el 17 de Febrero, cuando el Fluminense, de Brasil, derrotó a Deportivo Italia, en Venezuela, por 6 a 0. La revancha fue el 3 de Marzo, en el Maracaná, y en la previa, los hinchas cariocas hacían apuestas acerca del número exacto de goles que se llevarían los de Venezuela. Pero Deportivo Italia produjo otro 'Maracanazo', ganando por 1 a 0. Así, queda claro que “los partidos hay que jugarlos”.
(ERMINDO ONEGA [1939-1979], ex internacional argentino, recordando su gol ante Brasil en la Copa de las Naciones 1964)
A la ‘canarinha’ sólo le valía ganar si quería seguir luchando por conquistar su Mundial. Enfrente, una Yugoslavia que había aplastado a México (4-1) y a Suiza (3-0) con Kosta Tomasevic como su principal amenaza en ataque.
Sin embargo, la mala suerte se cebó con Yugoslavia en aquel decisivo partido. Cuando los jugadores se disponían a saltar al césped de Maracaná, Rajko Mitic olvidó agacharse y se golpeó la cabeza con el marco de la puerta del túnel de unos vestuarios que se encontraban en obras. Mitic sufrió una profunda brecha y recibió varios puntos de sutura en la cabeza, por lo que Yugoslavia tuvo que jugar los primeros veinte minutos del partido con un hombre menos ya que por aquel entonces seguía sin haber cambios durante los encuentros.
Cuando Mitic regresó al terreno de juego con un aparatoso vendaje en la cabeza, Brasil ya se había adelantado en el marcador gracias a un gol del ‘Pichichi’ Ademir en el minuto 4. Sin embargo, Mitic no se enteró de que Yugoslavia ya iba perdiendo hasta que se lo comunicaron sus compañeros en el vestuario durante el descanso.
Yugoslavia sufrió un segundo contratiempo durante el partido. El defensa Zlatko Čajkovski recibió el impacto de un naranjazo lanzado desde las pobladas gradas de Maracaná, por lo que jugó bastante mermado toda la segunda parte. En el minuto 68, Zizinho (foto) marcó el definitivo 2-0 y colocó a Brasil en la fase final de su Mundial.
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(GETÚLIO VARGAS, presidente de la República Federativa del Brasil, arengando a la delegación brasileña, finalizada la Copa del Mundo de 1934 que obtuvo la selección 'azzurra')
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Participó de 475 partidos en el Santos, anotando un total de 151 goles, obteniendo 16 títulos y siendo integrante del equipo ganador de la Copa Libertadores de 1962 y 1963. Era veloz, muy hábil y tenía una gran precisión para colocar la pelota donde lo deseaba. Luego, con el paso de los años, lo sucedió Pepe, quien solo tenía un poderoso remate. Tite fue pieza fundamental para que el Santos se consagrara doble campeón paulista en 1955-1956.
Lógicamente, jugó para el seleccionado de su país, ganando la Copa Roca en 1957, contra Argentina. En el primer partido de esa edición de la Copa, disputado en el Maracaná, cuando debutó Pelé (ganó Argentina por 2 a 1, pero luego perdió 2 a 0 en San Pablo) el equipo “verdeamarelho” formó así: Castilho; Paulino y Oreco; Bellini, Jadir y Zito; Maurinho, Luisinho, Mazzola, Del Vecchio, Pelé (que hizo el gol) y Tite.
Tras dejar el fútbol, fue uno de los tantos futbolistas que se dedicó a la música, tocando muy bien la guitarra en bares y clubes nocturnos de su propiedad, en Santos y San Pablo.
Augusto Vieira de Oliveira, quien forma parte de la historia grande del Santos, falleció el 26 de Agosto de 2004, a los 74 años de edad.
Por su parte el brasileño Nilmar es el único goleador que fue máximo artillero de la Sudamericana y de la Copa Libertadores: fueron 5 tantos para Internacional de Porto Alegre, en la Sudamericana de 2008 y 5 conquistas en el Corinthians, en la Libertadores de 2006. Colo Colo, en 2006 marcó 25 goles en 10 partidos. Es el club más goleador de la Sudamericana en una edición. Detrás del equipo chileno, aparece Liga de Quito, que en en 2009 anotó 23 tantos en 10 cotejos.
En cuanto a futbolistas ganadores, el paraguayo Claudio Morel Rodríguez es el único tri campeón de la Copa Sudamericana: campeón con San Lorenzo en 2002 y campeón con Boca en 2004 y 2005. De los equipos campeones, se registra algo singular: mientras el ganador de la Copa en la última edición, la Liga de Quito, ganó sus 5 partidos como local y ninguno como visitante (3 empates y 2 derrotas), Arsenal de Sarandí, que obtuvo el título en 2007, no venció en ninguno de sus compromisos en calidad de local (4 empates y una derrota) pero se mantuvo invicto como visitante (venció en 4 partidos y empató el restante).
(SERGIO NORONHA periodista brasileño, opinando sobre Mario 'Lobo' Zagallo)
(ROMARIO, ex internacional brasileño, en entrevista publicada la semana pasada en "O' Globo")
A propósito de ello, el inolvidable delantero de Peñarol de Montevideo de los años 60 y 70, el ecuatoriano Alberto Spencer, reflejó la imagen que tenía de Pelé en su biografía "El señor Spencer", escrita por Freddy Álava Muentes.
En uno de sus capítulos, recuerda dos anécdotas: "Peñarol y Santos eran, en los años 60, los equipos de moda y se cruzaban por todos lados; cumplía años Alianza Lima y llamaban a ambos cuadros, cumplía años Millonarios y no podían faltar Peñarol y Santos. En un cuadrangular disputado en Santiago de Chile, por esas coincidencias, las dos delegaciones se alojaron en el mismo hotel. La noche previa que jugáramos un partido, nos encontrábamos cenando, cuando alguien levantó la voz: -Ahí vienen los del Santos, no le demos bola porque andan agrandados.
Efectivamente, pasó el grueso del equipo brasileño, ingresando al salón muy en lo suyo, con la vista al frente, mientras nosotros comíamos con naturalidad. El hielo se rompió cuando Pelé, que se había retrasado, se acercó a la mesa, me encaró directamente y me dijo: "Qué tal Spencer, ¿tudo ben?'... Y seguimos conversando, demostrándome que, siendo una super estrella del fútbol mundial, poseía mucha humildad. En otra ocasión, en un amistoso veraniego jugado en el estadio Centenario, Peñarol estaba ganando por cinco goles. En esos momentos, antes de disputar una pelota, Pelé me pidió: 'Spencer, Spencer, avisa a los muchachos que ya parar...'.
El ecuatoriano no atinó más que a sonreír ante la inesperada ocurrencia del, por esos días, doble campeón mundial".
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(PABLO LÓPEZ, periodista español, 'atendiendo' a Robinho en Marca.com -Agosto 2008- y haciendo leña del árbol caído, con quien a fines de ese mes se marcharía del Real Madrid)
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(DARÍO CONCA, estrella del Fluminense respondiendo, el pasado martes 30, sobre si se nacionalizaría brasileño para así poder defender a la 'canarinha' en caso de ser convocado)
Esto se compone (Christian Arias Flórez - Colombia)
-Ya no aguanto más ni a tu papá ni al mío, se me llenó la copa. ¡Ni que fuéramos hermanos! -…o de equipos archienemigos -le dije al abrazarla.
-Mi papá no se cansa de repetir que eres un vago y que solo vives para el fútbol -dijo llorando.
-Sí, me lo ha dicho varias veces; pero ya ves -sonreí-, me gustó cuando dijo que mi sistema solar estaba compuesto por nueve balones.
Se liberó de mis brazos y me precisó con la frialdad de un pitazo final:
-Esto es en serio, mi querido Román. Nos volamos mañana para la capital como habíamos planeado. Este pueblo de chismes me tiene aburrida. Veámonos en la Terminal de buses a las diez en punto.
Llevábamos ya dos años de noviazgo, y Julieta me encantaba, no sólo por su temple sino por su piel vulcanizada, por su cinturita dribleadora y porque me amaba como a gol olímpico. Julieta de por sí era una invitación al gol de contragolpe.
-¿A las diez? -recordé que a esa hora jugaría Brasil contra Italia.
-Sí, primero tengo que ir a la fábrica a sacar unas cosas. ¿No te parece bien la hora? ¿Tienes mucho qué hacer? Ah, ya sé lo que pasa, lindo -me dijo condescendiente-, de seguro mañana también hay partido.
-El partido es lo de menos -le mentí-, me importa más conseguir plata para no pasar afugias de visitante-. El Chupo gana buena plata, ahora voy a buscarlo.
(El Chupo nunca prestaba plata, prefería perderla en apuestas).
Julieta me miró y sentenció:
-Está bien, a las doce. Sin alargues, como tú dices, lindo. Al mediodía nos vemos en la Terminal. De una cosa estoy segura: yo viajo mañana.
Me dio un beso veloz, partió dejándome en un estadio vacío y con el peso de la camiseta a cuestas.
Busqué al Chupo, le pedí plata prestada y me propuso:
-Le apuesto todo lo que tengo a que Brasil no le gana a Italia.
A Brasil le bastaba con el empate pero Italia ya le había ganado a Argentina y estaba agrandada.
-Todos creen que Brasil va a ser campeón por el tremendo equipazo que tienen: Zico, Eder, Junior, Falcao, Sócrates y Toninho Cerezo, y aunque también esté el paquete ese de Serginho. Tampoco creen en nadie desde que le ganaron a la Argentina de Maradona.
Aún así, yo siempre he sido italiano y no voy a voltearme ahora. ¿Se le mide a la apuesta?
Le pedí que me dejara pensarlo en el entretiempo de la almohada; estaban en juego mis ahorros, y el fracaso sería una goleada de local.
Un nuevo día trajo la decisión improntada en mi cabeza: todo o nada. Llamé al Chupo y acordamos ver el partido en mi casa, o mejor, en la casa de mi viejo. Invité también a Carrillo y a Paciencia para que me ayudaran a hacer barra; cosa fácil, en Latinoamérica -salvo el Chupo y los argentinos- todos éramos hinchas de Brasil.
Después de organizar el encuentro, recordé a Julieta, pensé en llamarla a la fábrica para decirle que la amaba y que lo que yo más quería -después del partido- era correr hasta la Terminal para volarnos en el primer bus que aterrizara en tres cuartos de cancha. Pero los preparativos no me dieron pausa.
Hice unas compras, alisté la maleta y preparé una olleta de café porque sería inadecuado el licor a las diez de la mañana de un lunes.
Llegaron los invitados y, como sólo yo estaba en la casa, se instalaron a sus anchas: corrieron los muebles hasta la mejor gradería, se quitaron los zapatos, encendieron los cigarros, le bajaron el volumen al tevé y se lo subieron al radio, y, contrario a mis cálculos, compraron una canasta de cerveza en la tienda. ¡Adiós el café!
-Están calientes, métalas en el congelador -sugirió Paciencia.
El partido iba a empezar y fue el Chupo quien se encargó del ritual del café:
-Apuesto todo lo que tengo en la mano a que Brasil no pasa a la siguiente ronda.
Abrió la mano y dejó ver un fajo de billetes grandes.
-O sea que da el empate -dijo Carrillo-. Yo le voy, ¿cuánto es?
Contamos los billetes. A Carrillo le bailaban los ojitos y salió corriendo hasta su casa por plata, Paciencia lo secundó. Regresaron justo al primer pitazo del árbitro, pero con lo que recogieron y con lo que yo tenía no se llegaba ni al setenta por ciento de su propuesta.
-Dije “Todo lo que tengo en la mano”. Si ustedes no tienen completo, no hay apuesta -precisó el Chupo.
Los tres nos miramos y nos sentamos con la resignación a cuestas.
-¿Tiene miedo? -le dijo Paciencia al Chupo recogiendo los dedos en un solo punto.
-Todo o nada -respondió.
-Es porque sabe que ese billete se pierde -agregó Carrillo.
Estábamos en eso cuando un tipo de camiseta azul (los jugadores contrarios nunca tienen nombre) anotó el primer gol del partido. El Chupo saltó de su silla celebrando a capella. Los demás nos quedamos mirándolo y después volteamos a la pantalla; la imagen no hacía sino repetir lo imposible: gol de Italia.
Silencio total.
Carrillo juntó los restos de fuerzas en piernas, vísceras y brazos, para decir:
-Esto se compone, saquemos cerveza de la nevera. ¡Qué importa que esté caliente!
-Sí, esto se compone -dije recordando a Julieta e imaginando que por ser su última mañana en la fábrica, estaría trabajando de mala gana y cuchicheando con las compañeras.
Fui hasta la nevera con toda la parsimonia del mundo y cuando sacaba las cervezas oí los gritos de mis amigos en la sala:
-¡Gol de Brasil! ¡Sócrates!
Se pararon en los muebles y rompieron un par de cojines en la cabeza del Chupo. Estábamos en la celebración cuando de repente se abrió la puerta de la casa y entró mi viejo.
-¿Aquí qué está pasando?
Llevaba meses sin hablarle desde cuando me encontró retozando con Julieta y me amenazó con la disyuntiva del “santo hogar o la mujer esa”. Aún así, como él era el anfitrión, tuve que responderle:
-Estamos viendo el partido de Brasil…
El viejo repasó el lugar de oriental a occidental, detalló el grupito de desadaptados, las cervezas, los muebles corridos, los cojines dañados, los zapatos regados y las colillas en el cenicero.
Mis amigos disimulaban mirando la pantalla. El ambiente se había enrarecido y el aire parecía empaquetado. Pensé en apagar el tevé y proponer la retirada hasta que el viejo nos sorprendió:
- ¿Y cómo van? Pensé que no iba a llegar a tiempo, casi no me puedo volar del trabajo -dijo al acomodarse en un taburete, olvidando su poltrona preferida, invadida por Carrillo.
-Uno a uno -dijo Paciencia-. Pero el empate nos sirve, hay que meterlo en el congelador y ya.
-Mi'jo Román, tráigame una cerveza -me ordenó.
Obedecí mientras el viejo, Carrillo y Paciencia hacían fuerza por Brasil. El Chupo se aferraba a su ilusión de triunfo e insistió:
-La apuesta sigue en pie.
Todos lo miramos y el viejo preguntó de qué se trataba. Cuando le explicamos, buscó en su cartera el dinero faltante.
-¡Hecho! -dijo Paciencia y justo cuando él acomodaba el último billete encima del tevé, volvió la pesadilla: un tipo de camiseta azul anotó el segundo gol.
-¡Gol de Paolo Rossi! ¡Forza, azzurri! -exclamó el Chupo al pisar nuestras ilusiones.
Miré los billetes encima del tevé y un frío me corrió de sur a norte.
Hubo silencio cuando el Chupo terminó su celebración.
-Esto se compone, saquemos más cerveza. No le hace que esté tibia -propuso Carrillo.
Seguimos concentrados en la pantalla y en el reloj. La cancha se convirtió en el escenario donde se movían los ágiles tricampeones ante unos postes azules que no dejaban pasar la pelota. Cada jugada era la antesala de un gol atragantado.
Y terminó el primer tiempo. Salimos al balcón a mirar las calles vacías del barrio. Un bus pasó raudo como si al chofer le hubiesen contado que se estaba perdiendo el partido. Viendo el bus recordé a Julieta y corrí a llamarla a la fábrica. De mala gana me contaron que había renunciado.
Empezó el segundo tiempo, luego de un descanso eterno. Los brasileños seguían atacando mientras que los azules se defendían estoicamente. Avanzaban los minutos y nada que aparecía el empate. Llegó el minuto veintidós y el Chupo sentenció:
-Ya va la mitad de la segunda mitad… -Esto se compone -recordó Carrillo y sus ojos se fijaron en Junior quien se adentró por la punta izquierda abriendo camino para pasar el balón a Falcao.
-¡Ahí es! -dijo el viejo reclinando el taburete.
Falcao recibió el balón en la medialuna italiana, transitó una diagonal hasta las dieciocho yardas, y pateó justo al pisar el área.
-¡Gol! -gritamos los afligidos. Saltamos, nos abrazamos y botamos por el balcón todo el peso de la derrota. Lavamos al Chupo en cerveza, y el viejo -de la misma emoción- partió el taburete.
-Les dije que esto se componía, menos el taburete -exclamó Carrillo.
- ¿Tiene miedo? -molestó Paciencia al Chupo recogiendo los dedos.
El paroxismo me recordó a Julieta. Me asusté, miré el reloj y calculé que apenas acabara el partido tendría el tiempo suficiente para alcanzarla en la Terminal.
Pero…
Pero sólo seis minutos nos duró la gloria inmarcesible. La realidad se mostraba caprichosa y revivió la pesadilla: un tipo de camiseta azul anotó un tercer gol.
Pensé en colgarme del travesaño. Fue tanta la sorpresa que ni el mismo Chupo celebró el tanto, sencillamente se limitó a decir como si guardara el destino en un bolsillo:
-Yo les advertí.
Después de eso vinieron diecisiete minutos de agonía en los que no dijimos nada.
Algo murió en nosotros cuando el árbitro dio el pitazo de gracia; nos invadió el fantasma del infinito. El Chupo voló hasta el tevé y recogió los billetes.
-Les apuesto a que Italia queda campeón.
Nadie le respondió. Se fue sin despedirse y nosotros caímos inermes; cualquier acción además del mutismo, habría sido inapropiada. El tiempo se congeló en cerveza fría y yo vine a caer en cuenta de que la vida transcurría inexorablemente, sólo horas después cuando Julieta me llamó para decir que ya estaba en la capital, y que por favor, nunca fuera a buscarla.
El viejo -al reparar el taburete- notó mi palidez y dijo:
-No hay nada como el santo hogar… ¿La maleta que alistó es para volarse con la mujer esa?
En la calle ya me pasaron el chisme. Bien pueda se larga.
-En el fútbol hay revancha cada domingo- pensé y miré a los amigos.
-En mi casa se puede quedar unas dos fechas -me ofreció Paciencia.
Carrillo se solidarizó al ver mi cara de desconcierto y pateó un lapidario:
-Esto se compone; demora pero se compone algún día…
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