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"Un futbolista muere dos veces; la primera, cuando deja de jugar".


PAULO ROBERTO FALCÃO 
(ex futbolista brasileño y actual entrenador)

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Hacia Bucarest, el 19 de Septiembre de 1990, emprendió vuelo una expedición del Atlético de Madrid. En la capital rumana le esperaba la Politécnica de Timisoara, un rival sin mucho cartel en el Viejo Continente con el que iba a medirse en la Copa de la UEFA.

Días antes había estallado una revolución en Rumanía que resultó dramática en todo el país.

La grave situación que padecían los rumanos fue la causa principal por la que el equipo viajó con dos cocineros que, en un equipaje especial, cargaron 1.200 kilos de comida, que incluían carne, pescado, embutidos, botellas de vino y de agua, entre otras viandas.

Al llegar a Timisoara el desánimo cundió en la expedición atlética, tras comprobar que, prácticamente, era una ciudad fantasma. Uno de los más afectados por el desolador panorama fue Baltazar María de Morais, el extraordinario delantero brasileño que jugó dos temporadas en el Atlético de Madrid.

Después del compartido almuerzo por directivos, técnicos y jugadores, Baltazar salía tristón del comedor, prácticamente llorando. Al preguntarle un reducido grupo de periodistas qué le ocurría, el brasileño, con voz tenue, dijo: “Lo que acabo de presenciar me ha entristecido mucho. La comida que hemos dejado en los platos la estaban devorando los camareros que nos habían servido. ¡Esto no tiene nombre!”

(anécdota tomada del excelente libro "Las mejores anécdotas del Atlético de Madrid" de Luis Miguel González)

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El día del arquero

“A los penaltys que tan bien parabas
acechado tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto”. 

El poeta español Miguel Hernández jugaba de volante, pero su poema futbolístico más conocido se lo dedicó a un arquero, a “Lolo, portero del Orihuela”. El poeta escribió también el himno del equipo que fundó en Orihuela, su pueblo natal. “Vencedora surgirá / la terrible y colosal Repartiora”. En La Repartiora (así llamada porque todos tenían algo para repartir), Hernández, que tenía unos quince años, era “Barbacha”, porque su juego lento hacía recordar a unos caracoles pequeños. 

Su padre no lo quería ni cura ni escritor y lo obligó a que cuidara las cabras. De poeta pastor de Orihuela y su amigo católico Ramón Sijé (“compañero del alma, compañero”), Hernández, mudado a Madrid, pasó a poeta comunista y miliciano. Cavó trincheras y dio aliento con lecturas a los soldados en el frente. En 1942 tenía apenas 31 años. Murió tuberculoso, hacinado y hambriento en las cárceles franquistas, donde las ratas cagaban en su cabeza. 

Hace unos meses, el Tribunal Constitucional de España rechazó un pedido de la familia, de que se declarara nula la condena a muerte que le había decretado el franquismo en juicio sumarísimo. Los jueces ni siquiera le han permitido ahora reparar su honor. Sí lo hizo Jaén y su nuevo himno en 2013, que llevará la letra de uno de los poemas más célebres que Hernández escribió en plena Guerra Civil española: “Andaluces de Jaén / aceituneros altivos / decidme en el alma: ¿quién / quién levanto los olivos?”.

Lolo Sampedro, el arquero hecho poema por Hernández, muere al chocar contra un poste (“¡Ay fiera! En tu jaulón medio de lino / se eliminó tu vida”). El puesto del arquero fue siempre el más literario del fútbol. Más aún desde que la modernidad renunció a los wines, un puesto de locos, de Garrinchas y Housemans. “Oh Platko, Platko, Platko”, escribió en 1928 Rafael Alberti. El poeta español dedicó una célebre oda al arquero húngaro deBarcelona, Franz Platko, héroe en una final de Copa frente a Real Sociedad, porque volvió al campo con seis puntos de sutura y un vendaje aparatoso, tras recibir una patada brutal en la cabeza. 

El arquero más mítico de la propia España fue “El Divino” Ricardo Zamora, estrella de Real Madrid. Fue detenido por milicianos descontrolados porque, además de atajar, Zamora escribía artículos en el diario católico “Ya”. Zamora casi muere fusilado en la cárcel Modelo de Barcelona. Le salvó la vida, contó alguna vez su hijo, un miliciano que lo reconoció. Se refugió en la embajada argentina, hasta que el torpedero con bandera argentina “Tucumán” lo llevó hasta Francia. Su larga permanencia allí, paradójicamente, enojó luego al franquismo, que sospechó de él a la hora del retorno y hasta llegó a detenerlo algunos días. Quedó un dicho famoso, síntesis de que era garantía de seguridad: “Uno cero y Zamora de portero”. Lo contrario sucedió más de medio siglo después con Luis Miguel Arconada, a quien se le escapó infantilmente una pelota en un tiro libre de Michel Platini que dio un recordado triunfo a Francia en la Eurocopa de 1984. Su error provocó otro dicho célebre: “Ay Dios, ha hecho una Arconada”.

Tremendo error de Luis Miguel Arconada en la final de la Eurocopa de 1984. 
Minuto 57, tiro libre de Michel Platini, Francia 1 - España 0.

Es así. El arquero es el puesto más expuesto del fútbol. De Tarzán se pasa al ridículo. “Una difícil regulación de la autoestima”, me dijo alguna vez un psicólogo que atendió arqueros. Son los únicos que visten distinto y pueden usar las manos. Grandotes y hasta goleadores como José Luis Chilavert o extravertidos como Hugo Gatti o René Higuita, los arqueros suelen ser los futbolistas favoritos de los escritores. “Bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas”, escribió Eduardo Galeano. “La segunda muerte de Barbosa”, tituló un diario el 8 de Abril de 2000, al día siguiente del fallecimiento del primer arquero negro de la selección de Brasil. La primera ‘muerte’ había sido la de su error en el Maracanazo del Mundial 1950. Y eso que todavía no había TV como ahora, de 24 horas sobre 24. Imágenes que repiten y repiten goles, no atajadas. 

Moacir Barbosa comienza a pagar una condena que sería eterna

Cuando los arqueros dominan la escena, es por algún ridículo. Como le sucede hoy mismo al gran Gianluigi Buffon en Italia, señalado por sus errores en la derrota de Juventus ayer 2-0 contra Bayern Münich. La TV, en realidad, suele regodearse ya no ante el simple error humano, sino frente al exceso de confianza, el del superhombre derrumbado por el error infantil. ¿Cuántas veces se exhibieron en estas horas algunas torpezas del hoy encarcelado Pablo Migliore, como la del gol del Racing-Colón en el que sacó rápido, la pelota pegó en la cabeza del ‘Bichi’ Fuertes y se le metió en el arco? “En el puesto de los bobos -solía decir Hugo Gatti- yo soy el más vivo”. “El día del arquero”, sabemos, no es un homenaje; es el día que no llegará nunca.

Albert Camus fue arquero del primer equipo de la Universidad de Argel (R.U.A.). El Premio Nobel de Literatura de 1957 se hizo arquero de niño porque era el puesto en el que las zapatillas le duraban más. Aprendió a moverse siempre a último momento. Hoy no podría hacerlo porque las pelotas, pobres arqueros, son cada vez más livianas y traicioneras. Pero la zapatilla casi intacta evitaba a Camus el reto a latigazos de la abuela. ¡Cómo no citar la frase con la que, más que al fútbol, Camus buscó acaso reivindicar lo mejor del deporte!: “Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Más crítico, en cambio, fue siempre Umberto Eco. Algunos interpretaron que su mirada dura hacia el fútbol se debe a que, de niño, como nunca fue bueno, lo mandaban al arco. Cuando éramos niños, los malos iban al arco, salvo que fueran los dueños de la pelota. Puesto también de los más gordos, el arco dejó las bromas y pasó a ser un drama cuando en 2009 el arquero alemán Robert Enke, que todavía aspiraba a jugar el Mundial de Sudáfrica, se tiró debajo de las vías de un tren. Nueve futbolistas se habían suicidado antes en la Argentina en los últimos años. Cinco de ellos eran arqueros. Ocupaban el puesto más solitario y extremo. “El más ingrato del fútbol”, como lo llamó una vez Amadeo Carrizo.

Amadeo Carrizo cortando un centro con una mano

Hay numerosos ejemplos que se contraponen al supuesto modelo del "arquero bobo". Arqueros que analizan y se convierten en técnicos (habitualmente cautelosos). Arqueros lectores. Y arqueros poetas. Me quedo con Américo Tesorieri, seis veces campeón con Boca de 1919 a 1926, 37 veces selección argentina. Admirador de Quinquela Martín y amigo del Gordo Troilo, “Mérico” decidió escribir “poemas indigestos para matar el tiempo, antes de que el Tiempo me mate a mí”. En “Jonedick” recordó los viejos Boca-River en la isla Demarchi, con sus canchas separadas por un par de cuadras. En “Imploración” pidió a Dios: “¿No podrías darme por unos domingos mi perdida juventud?”. Y en “Ocaso” escribía: “Escuchemos, querida, por radio el partido/ está muy fría la tarde y más frío el olvido”. “U.S.A.” cita a Abraham Lincoln, Walt Whitman, Tomas Edison, Jack Dempsey, Babe Ruth, Bessie Smith y Louis Armstrong, entre otros. Pero el homenaje del poema no es para ellos. “No/ fue solamente porque alumbró mi feliz infancia/ con madre, padre y siete hermanos más/ una humilde lámpara de querosén/ acogedora luz, acariciadora luz, amorosa luz/ Se llamaba “Miller” y era de reluciente níquel/ con palabras enigmáticas, jeroglíficas, incomprensibles/ “Made in USA”/ pequeña lámpara, amiga nuestra/ es por ella mi querencia y deslumbramiento/ ¡Oh, U.S.A.!”

(artículo de Ezequiel Fernández Moores publicado el 2 de Abril de 2013 en el suplemento "Cancha llena" del Diario "La Nación")

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Si todas las personas que dicen haber estado en la final del Mundial 1950 frente a Uruguay realmente hubieran concurrido, el público presente esa tarde en el Maracaná tendría que haber sido de más de un millón de espectadores.

(JO SOARES, humorista brasileño)

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El pueblo brasileño sufre mucho, vamos a salir campeones por ellos y por Ayrton Senna.

(BEBETO, ex jugador brasileño, días antes del Mundial USA 1994, dedicando con antelación un título que después obtendría, al recordado piloto)

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Meninos jogando futebol (Alfredo Volpi - Brasil)

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No veo un sucesor. Pelé solo hubo uno, Maradona también y con seguridad Romario solo habrá uno. En el área soy el mejor, me considero el mejor.

(ROMARIO, sobre sus cualidades como futbolista)

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Tengo que confesar mi culpa secreta: aparte de las veces que he mirado fútbol por televisión, he estado solamente una vez en mi vida en un partido de fútbol, es decir, personalmente. Siento que no tengo derecho a llamarme una hincha del fútbol, que equivale a decir: no soy una buena brasileña.

(CLARECE LISPECTOR [1920-1977], considerada una de las más importantes escritoras brasileñas del siglo XX)

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En partidos de Copa Libertadores hubo resultados muy disímiles en cuanto a los enfrentamientos de ida, de vuelta o revancha. Uno de ellos se produjo en la tercera fase de la edición de 1995, entre los equipos brasileños de Gremio y San Pablo.
En Porto Alegre, como local, Gremio venció con un terminante 5 a 0. Pero en la revancha, en San Pablo, el local ganó 5 a 1. Fue así que Gremio siguió en la Libertadores con mucho susto, apenas por un gol de diferencia. Después terminó ganando la Copa de dicha edición.
Por su parte Newell’s Old Boys, en 1992, perdió de manera contundente en Rosario ante San Lorenzo de Almagro: 6 a 0. Pero en la revancha, los “leprosos” derrotaron a los “santos” por 1 a 0. Ambos siguieron a la siguiente fase y en Rosario, Newell’s ganó por 4 a 0, devolviéndole la goleada.
Por último, quedó en la historia un histórico triunfo venezolano en la Libertadores. Fue en 1971, más precisamente el 17 de Febrero, cuando el Fluminense, de Brasil, derrotó a Deportivo Italia, en Venezuela, por 6 a 0. La revancha fue el 3 de Marzo, en el Maracaná, y en la previa, los hinchas cariocas hacían apuestas acerca del número exacto de goles que se llevarían los de Venezuela. Pero Deportivo Italia produjo otro 'Maracanazo', ganando por 1 a 0. Así, queda claro que “los partidos hay que jugarlos”.

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Había salido a la cancha con un ‘7’ mentiroso en la espalda, porque me tiraba permanentemente al medio. De repente lo busqué a Prospiti, que me devolvió la pared y encaré solito a Gilmar. Se la toqué de derecha al palo zurdo. Salí corriendo como loco, gritando el gol. De repente me paré porque creí que me lo habían anulado. Es que el Pacaembú estaba totalmente en silencio y a pesar de que en el banco argentino todos gritaban, no se oía ni una voz…

(ERMINDO ONEGA [1939-1979], ex internacional argentino, recordando su gol ante Brasil en la Copa de las Naciones 1964)

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Tras empatar de milagro a dos contra Suiza, Hans Peter Friedlander estrelló un balón en el poste en los últimos minutos, Brasil se la jugaba ante Yugoslavia en el tercer y último partido de la primera fase del Mundial de 1950.
A la ‘canarinha’ sólo le valía ganar si quería seguir luchando por conquistar su Mundial. Enfrente, una Yugoslavia que había aplastado a México (4-1) y a Suiza (3-0) con Kosta Tomasevic como su principal amenaza en ataque.
Sin embargo, la mala suerte se cebó con Yugoslavia en aquel decisivo partido. Cuando los jugadores se disponían a saltar al césped de Maracaná, Rajko Mitic olvidó agacharse y se golpeó la cabeza con el marco de la puerta del túnel de unos vestuarios que se encontraban en obras. Mitic sufrió una profunda brecha y recibió varios puntos de sutura en la cabeza, por lo que Yugoslavia tuvo que jugar los primeros veinte minutos del partido con un hombre menos ya que por aquel entonces seguía sin haber cambios durante los encuentros.
Cuando Mitic regresó al terreno de juego con un aparatoso vendaje en la cabeza, Brasil ya se había adelantado en el marcador gracias a un gol del ‘Pichichi’ Ademir en el minuto 4. Sin embargo, Mitic no se enteró de que Yugoslavia ya iba perdiendo hasta que se lo comunicaron sus compañeros en el vestuario durante el descanso.
Yugoslavia sufrió un segundo contratiempo durante el partido. El defensa Zlatko Čajkovski recibió el impacto de un naranjazo lanzado desde las pobladas gradas de Maracaná, por lo que jugó bastante mermado toda la segunda parte. En el minuto 68, Zizinho (foto) marcó el definitivo 2-0 y colocó a Brasil en la fase final de su Mundial.

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El italiano, que se sentía deprimido antes del advenimiento del fascismo, se siente ahora orgulloso de su propia raza. Es ese ejemplo el que debe guiar a los deportistas brasileños.

(GETÚLIO VARGAS, presidente de la República Federativa del Brasil, arengando a la delegación brasileña, finalizada la Copa del Mundo de 1934 que obtuvo la selección 'azzurra')

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Se llamaba Augusto Vieira de Oliveira y lo apodaban Tite. Era un puntero izquierdo que se había convertido en ídolo del Santos de los años 50, antes de la aparición de Pelé. Tite jugó con Pelé y también con Gilmar, Dorval, Mengalvio, Coutinho, Pepe y Zito, entre otras estrellas que hicieron historia en el equipo blanco.
Participó de 475 partidos en el Santos, anotando un total de 151 goles, obteniendo 16 títulos y siendo integrante del equipo ganador de la Copa Libertadores de 1962 y 1963. Era veloz, muy hábil y tenía una gran precisión para colocar la pelota donde lo deseaba. Luego, con el paso de los años, lo sucedió Pepe, quien solo tenía un poderoso remate. Tite fue pieza fundamental para que el Santos se consagrara doble campeón paulista en 1955-1956.
Lógicamente, jugó para el seleccionado de su país, ganando la Copa Roca en 1957, contra Argentina. En el primer partido de esa edición de la Copa, disputado en el Maracaná, cuando debutó Pelé (ganó Argentina por 2 a 1, pero luego perdió 2 a 0 en San Pablo) el equipo “verdeamarelho” formó así: Castilho; Paulino y Oreco; Bellini, Jadir y Zito; Maurinho, Luisinho, Mazzola, Del Vecchio, Pelé (que hizo el gol) y Tite.
Tras dejar el fútbol, fue uno de los tantos futbolistas que se dedicó a la música, tocando muy bien la guitarra en bares y clubes nocturnos de su propiedad, en Santos y San Pablo.
Augusto Vieira de Oliveira, quien forma parte de la historia grande del Santos, falleció el 26 de Agosto de 2004, a los 74 años de edad.

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De las 8 ediciones disputadas de la Copa Sudamericana (2002-2009) se realizaron 496 partidos, convirtiéndose un total de 1.288 goles. Fueron equipos campeones de Argentina. México, Brasil, Perú y Ecuador. En cuanto a futbolistas, el chileno Humberto Suazo mantiene un récord: actuando para Colo Colo anotó 10 tantos, en 2006. Claro que el argentino Bruno Marioni está en lo alto en cuanto a goleador histórico de la Sudamericana, al haber convertido 11, repartido entre los siguientes clubes: Pumas de la UNAM y el Toluca, ambos de México, e Independiente de Avellaneda.
Por su parte el brasileño Nilmar es el único goleador que fue máximo artillero de la Sudamericana y de la Copa Libertadores: fueron 5 tantos para Internacional de Porto Alegre, en la Sudamericana de 2008 y 5 conquistas en el Corinthians, en la Libertadores de 2006. Colo Colo, en 2006 marcó 25 goles en 10 partidos. Es el club más goleador de la Sudamericana en una edición. Detrás del equipo chileno, aparece Liga de Quito, que en en 2009 anotó 23 tantos en 10 cotejos.
En cuanto a futbolistas ganadores, el paraguayo Claudio Morel Rodríguez es el único tri campeón de la Copa Sudamericana: campeón con San Lorenzo en 2002 y campeón con Boca en 2004 y 2005. De los equipos campeones, se registra algo singular: mientras el ganador de la Copa en la última edición, la Liga de Quito, ganó sus 5 partidos como local y ninguno como visitante (3 empates y 2 derrotas), Arsenal de Sarandí, que obtuvo el título en 2007, no venció en ninguno de sus compromisos en calidad de local (4 empates y una derrota) pero se mantuvo invicto como visitante (venció en 4 partidos y empató el restante).

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Zagallo es un patriota, y yo admiro a los patriotas. Patriota es aquel que conduce a su país adelante. Zagallo siempre hizo lo que pudo para llevar a Brasil adelante. Esto demuestra que no esconde ante nadie que es patriota. Él dice con coraje lo que piensa.

(SERGIO NORONHA periodista brasileño, opinando sobre Mario 'Lobo' Zagallo)

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Una vez, después de un partido, tuve que quedarme para la prueba antidopaje, y vino una novia que tenía en la época. Se habían ido todos, sólo quedaba un funcionario en la puerta del vestuario y entonces aprovechamos e hicimos el amor ahí.

(ROMARIO, ex internacional brasileño, en entrevista publicada la semana pasada en "O' Globo")

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La actualidad de Pelé, llevando su mensaje a todo el mundo de que él fue el mejor futbolista de todos los tiempos, contrasta con sus épocas de verdadero esplendor, donde mostraba la humildad de los grandes. Al menos eso parecía.
A propósito de ello, el inolvidable delantero de Peñarol de Montevideo de los años 60 y 70, el ecuatoriano Alberto Spencer, reflejó la imagen que tenía de Pelé en su biografía "El señor Spencer", escrita por Freddy Álava Muentes.
En uno de sus capítulos, recuerda dos anécdotas: "Peñarol y Santos eran, en los años 60, los equipos de moda y se cruzaban por todos lados; cumplía años Alianza Lima y llamaban a ambos cuadros, cumplía años Millonarios y no podían faltar Peñarol y Santos. En un cuadrangular disputado en Santiago de Chile, por esas coincidencias, las dos delegaciones se alojaron en el mismo hotel. La noche previa que jugáramos un partido, nos encontrábamos cenando, cuando alguien levantó la voz: -Ahí vienen los del Santos, no le demos bola porque andan agrandados.
Efectivamente, pasó el grueso del equipo brasileño, ingresando al salón muy en lo suyo, con la vista al frente, mientras nosotros comíamos con naturalidad. El hielo se rompió cuando Pelé, que se había retrasado, se acercó a la mesa, me encaró directamente y me dijo: "Qué tal Spencer, ¿tudo ben?'... Y seguimos conversando, demostrándome que, siendo una super estrella del fútbol mundial, poseía mucha humildad. En otra ocasión, en un amistoso veraniego jugado en el estadio Centenario, Peñarol estaba ganando por cinco goles. En esos momentos, antes de disputar una pelota, Pelé me pidió: 'Spencer, Spencer, avisa a los muchachos que ya parar...'.
El ecuatoriano no atinó más que a sonreír ante la inesperada ocurrencia del, por esos días, doble campeón mundial".

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Pobrecito, se siente maltratado. Claro, como le pagan poco, le cuidan poco y le miman menos. De verdad, pobre Robinho. Pobrecito. Supongo que mal aconsejado, peor asesorado y horriblemente amueblada la parte superior de su cuerpo, se está comportando como un niñato. Como un desagradecido. Como un tipo deleznable.

(PABLO LÓPEZ, periodista español, 'atendiendo' a Robinho en Marca.com -Agosto 2008- y haciendo leña del árbol caído, con quien a fines de ese mes se marcharía del Real Madrid)

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Es claro que porque mi sangre es argentina, siempre soñé con la selección de mi país, pero si un día me llamaran para jugar por la selección brasileña aceptaría, por todo lo que Brasil me dio hasta ahora. Soñar todo el mundo sueña, desde chico quise siempre vestir la camiseta de Argentina, pero sé que un lugar en este Mundial es muy difícil. Nunca fui convocado y he mantenido toda mi concentración en Fluminense. Nuestra rutina en el club es lo que ha sido más importante para mi.

(DARÍO CONCA, estrella del Fluminense respondiendo, el pasado martes 30, sobre si se nacionalizaría brasileño para así poder defender a la 'canarinha' en caso de ser convocado)

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Esto se compone (Christian Arias Flórez - Colombia)


-Ya no aguanto más ni a tu papá ni al mío, se me llenó la copa. ¡Ni que fuéramos hermanos! -…o de equipos archienemigos -le dije al abrazarla.

-Mi papá no se cansa de repetir que eres un vago y que solo vives para el fútbol -dijo llorando.

-Sí, me lo ha dicho varias veces; pero ya ves -sonreí-, me gustó cuando dijo que mi sistema solar estaba compuesto por nueve balones.

Se liberó de mis brazos y me precisó con la frialdad de un pitazo final:

-Esto es en serio, mi querido Román. Nos volamos mañana para la capital como habíamos planeado. Este pueblo de chismes me tiene aburrida. Veámonos en la Terminal de buses a las diez en punto.

Llevábamos ya dos años de noviazgo, y Julieta me encantaba, no sólo por su temple sino por su piel vulcanizada, por su cinturita dribleadora y porque me amaba como a gol olímpico. Julieta de por sí era una invitación al gol de contragolpe.

-¿A las diez? -recordé que a esa hora jugaría Brasil contra Italia.

-Sí, primero tengo que ir a la fábrica a sacar unas cosas. ¿No te parece bien la hora? ¿Tienes mucho qué hacer? Ah, ya sé lo que pasa, lindo -me dijo condescendiente-, de seguro mañana también hay partido.

-El partido es lo de menos -le mentí-, me importa más conseguir plata para no pasar afugias de visitante-. El Chupo gana buena plata, ahora voy a buscarlo.
(El Chupo nunca prestaba plata, prefería perderla en apuestas).

Julieta me miró y sentenció:

-Está bien, a las doce. Sin alargues, como tú dices, lindo. Al mediodía nos vemos en la Terminal. De una cosa estoy segura: yo viajo mañana.

Me dio un beso veloz, partió dejándome en un estadio vacío y con el peso de la camiseta a cuestas.

Busqué al Chupo, le pedí plata prestada y me propuso:

-Le apuesto todo lo que tengo a que Brasil no le gana a Italia.

A Brasil le bastaba con el empate pero Italia ya le había ganado a Argentina y estaba agrandada.

-Todos creen que Brasil va a ser campeón por el tremendo equipazo que tienen: Zico, Eder, Junior, Falcao, Sócrates y Toninho Cerezo, y aunque también esté el paquete ese de Serginho. Tampoco creen en nadie desde que le ganaron a la Argentina de Maradona.

Aún así, yo siempre he sido italiano y no voy a voltearme ahora. ¿Se le mide a la apuesta?

Le pedí que me dejara pensarlo en el entretiempo de la almohada; estaban en juego mis ahorros, y el fracaso sería una goleada de local.

Un nuevo día trajo la decisión improntada en mi cabeza: todo o nada. Llamé al Chupo y acordamos ver el partido en mi casa, o mejor, en la casa de mi viejo. Invité también a Carrillo y a Paciencia para que me ayudaran a hacer barra; cosa fácil, en Latinoamérica -salvo el Chupo y los argentinos- todos éramos hinchas de Brasil.

Después de organizar el encuentro, recordé a Julieta, pensé en llamarla a la fábrica para decirle que la amaba y que lo que yo más quería -después del partido- era correr hasta la Terminal para volarnos en el primer bus que aterrizara en tres cuartos de cancha. Pero los preparativos no me dieron pausa.

Hice unas compras, alisté la maleta y preparé una olleta de café porque sería inadecuado el licor a las diez de la mañana de un lunes.

Llegaron los invitados y, como sólo yo estaba en la casa, se instalaron a sus anchas: corrieron los muebles hasta la mejor gradería, se quitaron los zapatos, encendieron los cigarros, le bajaron el volumen al tevé y se lo subieron al radio, y, contrario a mis cálculos, compraron una canasta de cerveza en la tienda. ¡Adiós el café!

-Están calientes, métalas en el congelador -sugirió Paciencia.

El partido iba a empezar y fue el Chupo quien se encargó del ritual del café:

-Apuesto todo lo que tengo en la mano a que Brasil no pasa a la siguiente ronda.

Abrió la mano y dejó ver un fajo de billetes grandes.

-O sea que da el empate -dijo Carrillo-. Yo le voy, ¿cuánto es?

Contamos los billetes. A Carrillo le bailaban los ojitos y salió corriendo hasta su casa por plata, Paciencia lo secundó. Regresaron justo al primer pitazo del árbitro, pero con lo que recogieron y con lo que yo tenía no se llegaba ni al setenta por ciento de su propuesta.

-Dije “Todo lo que tengo en la mano”. Si ustedes no tienen completo, no hay apuesta -precisó el Chupo.

Los tres nos miramos y nos sentamos con la resignación a cuestas.

-¿Tiene miedo? -le dijo Paciencia al Chupo recogiendo los dedos en un solo punto.

-Todo o nada -respondió.

-Es porque sabe que ese billete se pierde -agregó Carrillo.

Estábamos en eso cuando un tipo de camiseta azul (los jugadores contrarios nunca tienen nombre) anotó el primer gol del partido. El Chupo saltó de su silla celebrando a capella. Los demás nos quedamos mirándolo y después volteamos a la pantalla; la imagen no hacía sino repetir lo imposible: gol de Italia.

Silencio total.

Carrillo juntó los restos de fuerzas en piernas, vísceras y brazos, para decir:

-Esto se compone, saquemos cerveza de la nevera. ¡Qué importa que esté caliente!

-Sí, esto se compone -dije recordando a Julieta e imaginando que por ser su última mañana en la fábrica, estaría trabajando de mala gana y cuchicheando con las compañeras.

Fui hasta la nevera con toda la parsimonia del mundo y cuando sacaba las cervezas oí los gritos de mis amigos en la sala:

-¡Gol de Brasil! ¡Sócrates!

Se pararon en los muebles y rompieron un par de cojines en la cabeza del Chupo. Estábamos en la celebración cuando de repente se abrió la puerta de la casa y entró mi viejo.

-¿Aquí qué está pasando?

Llevaba meses sin hablarle desde cuando me encontró retozando con Julieta y me amenazó con la disyuntiva del “santo hogar o la mujer esa”. Aún así, como él era el anfitrión, tuve que responderle:

-Estamos viendo el partido de Brasil…

El viejo repasó el lugar de oriental a occidental, detalló el grupito de desadaptados, las cervezas, los muebles corridos, los cojines dañados, los zapatos regados y las colillas en el cenicero.

Mis amigos disimulaban mirando la pantalla. El ambiente se había enrarecido y el aire parecía empaquetado. Pensé en apagar el tevé y proponer la retirada hasta que el viejo nos sorprendió:

- ¿Y cómo van? Pensé que no iba a llegar a tiempo, casi no me puedo volar del trabajo -dijo al acomodarse en un taburete, olvidando su poltrona preferida, invadida por Carrillo.

-Uno a uno -dijo Paciencia-. Pero el empate nos sirve, hay que meterlo en el congelador y ya.

-Mi'jo Román, tráigame una cerveza -me ordenó.

Obedecí mientras el viejo, Carrillo y Paciencia hacían fuerza por Brasil. El Chupo se aferraba a su ilusión de triunfo e insistió:

-La apuesta sigue en pie.

Todos lo miramos y el viejo preguntó de qué se trataba. Cuando le explicamos, buscó en su cartera el dinero faltante.

-¡Hecho! -dijo Paciencia y justo cuando él acomodaba el último billete encima del tevé, volvió la pesadilla: un tipo de camiseta azul anotó el segundo gol.

-¡Gol de Paolo Rossi! ¡Forza, azzurri! -exclamó el Chupo al pisar nuestras ilusiones.

Miré los billetes encima del tevé y un frío me corrió de sur a norte.

Hubo silencio cuando el Chupo terminó su celebración.

-Esto se compone, saquemos más cerveza. No le hace que esté tibia -propuso Carrillo.

Seguimos concentrados en la pantalla y en el reloj. La cancha se convirtió en el escenario donde se movían los ágiles tricampeones ante unos postes azules que no dejaban pasar la pelota. Cada jugada era la antesala de un gol atragantado.

Y terminó el primer tiempo. Salimos al balcón a mirar las calles vacías del barrio. Un bus pasó raudo como si al chofer le hubiesen contado que se estaba perdiendo el partido. Viendo el bus recordé a Julieta y corrí a llamarla a la fábrica. De mala gana me contaron que había renunciado.

Empezó el segundo tiempo, luego de un descanso eterno. Los brasileños seguían atacando mientras que los azules se defendían estoicamente. Avanzaban los minutos y nada que aparecía el empate. Llegó el minuto veintidós y el Chupo sentenció:

-Ya va la mitad de la segunda mitad… -Esto se compone -recordó Carrillo y sus ojos se fijaron en Junior quien se adentró por la punta izquierda abriendo camino para pasar el balón a Falcao.

-¡Ahí es! -dijo el viejo reclinando el taburete.

Falcao recibió el balón en la medialuna italiana, transitó una diagonal hasta las dieciocho yardas, y pateó justo al pisar el área.

-¡Gol! -gritamos los afligidos. Saltamos, nos abrazamos y botamos por el balcón todo el peso de la derrota. Lavamos al Chupo en cerveza, y el viejo -de la misma emoción- partió el taburete.

-Les dije que esto se componía, menos el taburete -exclamó Carrillo.

- ¿Tiene miedo? -molestó Paciencia al Chupo recogiendo los dedos.

El paroxismo me recordó a Julieta. Me asusté, miré el reloj y calculé que apenas acabara el partido tendría el tiempo suficiente para alcanzarla en la Terminal.

Pero…

Pero sólo seis minutos nos duró la gloria inmarcesible. La realidad se mostraba caprichosa y revivió la pesadilla: un tipo de camiseta azul anotó un tercer gol.

Pensé en colgarme del travesaño. Fue tanta la sorpresa que ni el mismo Chupo celebró el tanto, sencillamente se limitó a decir como si guardara el destino en un bolsillo:

-Yo les advertí.

Después de eso vinieron diecisiete minutos de agonía en los que no dijimos nada.

Algo murió en nosotros cuando el árbitro dio el pitazo de gracia; nos invadió el fantasma del infinito. El Chupo voló hasta el tevé y recogió los billetes.

-Les apuesto a que Italia queda campeón.

Nadie le respondió. Se fue sin despedirse y nosotros caímos inermes; cualquier acción además del mutismo, habría sido inapropiada. El tiempo se congeló en cerveza fría y yo vine a caer en cuenta de que la vida transcurría inexorablemente, sólo horas después cuando Julieta me llamó para decir que ya estaba en la capital, y que por favor, nunca fuera a buscarla.

El viejo -al reparar el taburete- notó mi palidez y dijo:

-No hay nada como el santo hogar… ¿La maleta que alistó es para volarse con la mujer esa?

En la calle ya me pasaron el chisme. Bien pueda se larga.

-En el fútbol hay revancha cada domingo- pensé y miré a los amigos.

-En mi casa se puede quedar unas dos fechas -me ofreció Paciencia.

Carrillo se solidarizó al ver mi cara de desconcierto y pateó un lapidario:

-Esto se compone; demora pero se compone algún día…

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