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Bela Guttman: "Sin mí, el Benfica no volverá a ganar una final europea"


El entrenador húngaro, que llevó al Benfica a ganar dos Copas de Europa en el arranque de los sesenta, fue despedido por la entidad portuguesa debido a que pidió un aumento de sueldo. El día que se despidió del club lo hizo lanzando una sentencia que en aquel momento fue tomada de forma anecdótica pero que se ha convertido en toda una losa para el Benfica. “Sin mí, el Benfica no volverá a ganar una copa europea”. Desde entonces ha disputado seis finales y las ha perdido. Cinco de Copa de Europa y una de la UEFA.

Guttmann, el trotamundos

Bela Guttman [Budapest, 1900-Viena, 1981] fue un trotamundos como jugador y también lo fue como entrenador. En su etapa como jugador fue un destacado mediocentro húngaro de origen judío que conquistó dos títulos de Liga con el MKT Budapest, jugó con la selección en los Juegos Olímpicos de París de 1924, y marchó al Hakoah Viena. Este equipo austriaco se convirtió en uno de los más importantes de Centroeuropa en la década de los años 20. Su popularidad le llevó a medirse con el West Ham United inglés. El primer partido se disputó en Viena y el resultado fue de empate. Los ingleses se comprometieron a disputar el desempate en Londres. Allí, el Hakoah humilló a los hammers endosándoles un rotundo 0-5. Bela Guttmann siempre fue inquieto. Tras una gira por Estados Unidos se quedó asombrado tras disputar un partido en el New York’s Polo Ground ante 46.000 espectadores. Por ello, y porque buena parte de los clubes eran de propiedad judía, decidió marcharse a la liga estadounidense donde jugó 176 partidos hasta su retirada a la edad de 32 años.

Sus inicios en el banquillo estuvieron ligados al Hakoah Viena. Posteriormente marchó al Enschede holandés (actual Twente) y ganó la Liga. También ganó la Liga húngara en la temporada 1938/39 con el Ujpest. Tras la II Guerra Mundial siguió entrenando en Hungría. Se hizo cargo de las riendas del Kispest Honved, con el que ganó otros dos campeonatos. El Honved era propiedad del padre de Ferenc Puskas, detalle que podría ser anecdótico pero que fue crucial en su trayectoria en la institución. Su marcha se produjo tras un roce con Puskas hijo. Guttmann quiso cambiar a un defensa y Puskas se negó. El cambio no se produjo. Guttmann se había dado cuenta que acaba de perder el respeto de sus jugadores. Se sentó en el banquillo, ojeó una revista hasta la conclusión y presentó la dimisión.

Marchó a Italia. Tras pasar por los banquillos de Pádova y Triestina recaló en el AC Milan en 1953. El camino de Trieste a Milan no lo hizo solo. Se llevó a un prometedor defensa de la Triestina: Cesare Maldini. Se convirtió en uno de los jugadores históricos del club rossonero. Fue el encargado de levantar la primera Copa de Europa de los milanistas en 1963. Pero, sobre todo, fue uno de los mejores defensores de su época. Guttmann tuvo un gran equipo a sus órdenes. Contó con el trío ‘gre-no-li’. Es decir, con los delanteros suecos: Gunnar Gren, Gunnar Nordahl y Nils Liedholm. Los tres formaron parte del combinado nacional que había sido oro olímpico en los Juegos de Londres de 1948. Además, también contó con el uruguayo Juan Alberto Schiaffino. Uno de los autores de goles del llamado ‘maracanazo’. Con este plantel, el Milan ganó el título de 1955. Nordahl fue el máximo goleador del torneo. El sueco actualmente es el segundo máximo goleador de la historia del Scudetto. En 1956 salió por la puerta de atrás del Milan y se despidió de Italia tras entrenar al Vicenza.

Su llegada a Portugal

De Bela Guttmann se dice que fue un gran estratega. La leyenda dice que él fue el inspiró el 4-2-4 con el que Brasil se proclamó campeona en el Mundial de 1958. Se dice que Guttmann durante su etapa en el MTK decidió fortalecer el medio del campo y para ello comenzó a emplear un 4-2-4 que Bukovi y Sebes también empezaron a utilizar. En 1957 Guttmann volvió a dirigir al Honved. El mítico Honved en el que jugaban: Puskas, Czibor, Kocsis, Bozsik, Budai, Lorant y Grosics. Con este 4-2-4 el Honved realizó una gira por Brasil. Allí se enfrentó a varios equipos. El conjunto húngaro maravilló y Guttmann se quedó en Brasil para hacerse cargo del Sao Paulo. Un Sao Paulo al que llevó al título en 1957. En este equipo formaron Dino Sani y Mauro Ramos, que ganaron el Mundial de 1958, y, sobre todo, destacaba la presencia del veterano Zizinho. Él fue el primer centrocampista brasileño que impactó a nivel mundial.

Tras su paso por Brasil, Guttmann puso rumbo a Portugal. En concreto a Oporto. Ganó la Liga con los dragoes. El Benfica se fijó en él y le contrató un año más tarde. Alrededor de este húngaro hay mucha mística y leyenda. Otra de esas leyendas dice que antes de firmar con el Benfica pasó por la barbería. En ella, coincidió con José Bauer, que en ese momento era el técnico del Sao Paulo. A lo largo de la conversación surgió el nombre de un joven mozambiqueño que tenía cautivado a Bauer. Guttmann decidió mandar a un ojeador y Eusebio Ferreira llegó a Lisboa a finales de 1960. Con la pantera negra, Guttmann encontró lo que al Benfica le faltaba para aspirar a la corona continental. De hecho, el primer triunfo europeo de las águilas se remonta a 1960. La irrupción de Eusebio no pudo ser más estrepitosa. En la final del Torneo de París de 1961, el Benfica iba perdiendo 3-0 con el Santos de Pelé y tan sólo habían transcurrido 20 minutos de partido. Guttmann desesperado decidió poner a Eusebio en el campo. El mozambiqueño respondió a la confianza de su entrenador con tres goles que igualaron el partido y que provocaron la reacción de Pelé. El astro brasileño hizo dos goles y su equipo terminó ganando por 6-3. Pero el gran triunfador de la noche fue Eusebio. La crónica de France Football es fiel reflejo de ello: “Eusebio 3, Pelé 2″.

El camino hasta la final de Berna fue relativamente cómodo para el Benfica. Eliminó al Hearts, Ujpest, AGF y Rapid de Viena. Pero el rival en la final iba a ser el todopoderoso FC Barcelona. El conjunto azulgrana había eliminado en primera ronda al Real Madrid, equipo que había ganado las cinco copas de Europa que se habían disputado hasta la fecha. Tenía un conjunto temible encabezado por los húngaros Kubala, Kocsis y Czibor más Evaristo y Luis Suárez. El Barça partía como favorito. Pero no cumplió. Se estrelló con la madera. Hasta cuatro balones acabaron en los postes. El Benfica no pudo contar con Eusebio en la final debido a que no había podido de arreglar el contrato con el club lisboeta. A pesar de ello, las águilas se impusieron por 3-2 en la prórroga.

El título de campeón de Europa lo iba a revalidar en la temporada siguiente. Y lo iba a hacer ante el mismísimo Real Madrid que alcanzó la final y que quería sumar su sexto título en siete ediciones. El conjunto blanco tuvo una difícil eliminatoria de semifinales ante la Juventus. Di Estéfano firmó el tanto del triunfo madridista en Turín. Pero la Juve repitió resultado en Charmartín, infligiendo al Real Madrid la primera derrota europea en casa de su historia. Fue necesario un partido de desempate en París que concluyó con triunfo blanco por 3-1. Si el Real Madrid sufrió en cuartos, el Benfica lo hizo en las semifinales ante el Tottenham Hotspur. 3-1 en Lisboa y derrota por 2-1 en The Lane. La final de Ámsterdam iba a enfrentar a los dos únicos campeones de la competición. Y Guttmann iba a poder contar con Eusebio, que estaba maravillando al continente con el fútbol que tenía en sus botas. Además, Guttmann tenía la posibilidad de tomarse una pequeña revancha con Puskas. El jugador húngaro fue el mejor de los blancos. Firmó tres goles, todos los que hizo el conjunto de Charmartín en aquella tarde. Pero el Benfica hizo cinco, dos de ellos de Eusebio.

Parecía que el Benfica iba a sustituir al Real Madrid en el trono continental. Si los blancos habían dominado la década de los 50 con Di Estéfano como gran abanderado, el Benfica se encomendaba a Eusebio y Guttmann para imponer su tiranía. El Benfica parecía un equipo imbatible. Con un poderío ofensivo notable y con un Eusebio al que ninguna defensa lograba frenar o, al menos, minimizar. Guttmann afrontaba su tercer año en la entidad. El húngaro pensaba que la tercera temporada era la más difícil para un entrenador. Por ello, durante el verano pidió un aumento de sueldo. Las negociaciones entre técnico y directiva no llegaron a buen puerto, hubo mucha tensión y el club decidió cesar Bela Guttmann. Tras el cese, el húngaro profirió la ya cita frase de “sin mí, el Benfica no volverá a ganar una copa europea”. La frase comenzó a tener sus efectos en ese mismo 1962. A finales de año, en la disputa de la Intercontinental que se llevó el Santos de Pelé.

Seis decepciones

Con la derrota en la Intercontinental no se quiso dar mayor importancia a la frase de Guttmann. Normal. Al fin y al cabo, la Intercontinental no era una competición europea y, por supuesto, ¿quién iba a creer esa amenaza cuando se tenía un equipo tan potente?. En 1963 el Benfica alcanzó la final de la Copa de Europa que se iba a disputar en Wembley. El rival era el AC Milan de Nereo Rocco que contaba con Gianni Rivera, Cesare Maldini, Giovanni Trapattoni y José Altafini, que se convirtió en el máximo realizador del torneo con 14 dianas. La final también era el escenario en el que se iban a enfrentar dos de las más grandes figuras futbolísticas del momento: Altafini y Eusebio. Ambos fueron los encargados de inaugurar el marcador. Altafini adelantó al Milan y Eusebio igualó la contienda. Pero Altafini iba a decantar el título con otro gol, logrado a pase de Rivera. En 1964, el Benfica cayó eliminado en primera ronda por el Borussia de Dortmund. Iba a ser un año después cuando las águilas alcanzasen su cuarta final de la máxima competición continental. De nuevo iba a enfrentarse a un conjunto italiano de la ciudad de Milán, pero esta vez su rival iba a ser el Internazionale, que era el vigente campeón de la competición. El Inter acrecentó la leyenda. Los elementos se aliaron con los neroazurri. El Inter jugaba en San Siro. La climatología no acompañó, llovió y el agua impidió que el Benfica practicase su estilo ofensivo. El Inter defendió con orden y rigor y, además, consiguió golpear primero gracias al tanto que Jair logró al filo del descanso. Este gol sirvió a los neroazurri para ganar su segunda y última Copa de Europa hasta la fecha. El Benfica perdía por segunda ocasión aunque firmaba un quinquenio de excepción: cuatro finales con dos títulos. La carrera de Eusebio tocó techo en 1968 y la del Benfica también. La pantera negra fue elegida Balón de Oro por France Football. Fue la primera ocasión en la que se otorgó este premio y el galardón recayó sobre el mejor jugador del momento. El Benfica estaba considerado como el mejor equipo de Europa. Tras eliminar a Gletoran (se deshizo de este rival gracias al valor doble de los goles en campo contrario, primera vez que se utilizó este sistema para decidir una eliminatoria igualada), Saint Etienne, Vasas y Juventus, el Benfica regresó a Wembley. No era un escenario que le traía buenos recuerdos y, además, iba a tener que jugar contra un equipo inglés: el Manchester United de Matt Busby. Un detalle nada anecdótico ya que los diablos rojos no habían conseguido ganar ningún partido fuera de casa durante las eliminatorias previas. En Wembley iban a contar con el apoyo de sus seguidores. Hibernian, Sarajevo, Gornik y Real Madrid fueron sus obstáculos para llegar a Wembley. La final no registró goles hasta la segunda mitad. Bobby Charlton, en el 54’, inauguró el marcador. Jaime Graça igualó minutos después. Se llegó a la prórroga. En ella, Charlton, Best y Kidd hicieron los tantos del United. 4-1. Tercera final perdida para el Benfica.

15 años iba a tardar el Benfica en regresar a una final europea. No fue en la Copa de Europa, sino en la Copa de la UEFA de la temporada 1982/83. El Benfica contaba en el banquillo con la dirección de un entrenador sueco: Sven-Göran Ericksson. Eliminó a Betis, Waasland, Zürich, AS Roma y Universidad de Cracovia. El equipo a batir era el Anderlecht belga. El club belga había ganado dos Recopas, perdido otra, y dos Supercopas de Europa durante la década de los 70. En esa temporada, antes del partido de vuelta de la eliminatoria ante el Oporto, Van Himst relevó a Tomislav Ivic en el banquillo. Se plantó en la final que se disputaba a doble partido. En la ida, el Anderlecht venció por la mínima gracias a un solitario gol del danés Brylle. El Estadio de la Luz registró un gran lleno para la vuelta. El Benfica acariciaba el título a pesar del resultado en contra que traía de Bélgica. Sheu, en el 36’, adelantó a las águilas e igualaba la final, pero el español Lozano, dos mimutos después del tanto portugués, puso el 1-1 con el que iba a finalizar el partido. La Uefa era para el Anderlecht y Bela Guttmann se reía desde su tumba en Viena, en la que descansaba desde hacía dos años.

Un año después de que el Oporto levantase su primera Copa de Europa en la final que le enfrentó al Bayern de Munich, el Benfica tenía la posibilidad de romper la maldición de Guttmann en la quinta final continental que iba a disputar tras la marcha del húngaro. De nuevo era finalista de la Copa de Europa. Stuttgart acogió la final. En ella el Benfica iba a tener que enfrentarse con el PSV Eindhoven de Guus Hiddink. El PSV no enamoró a Europa. Europa estaba del lado del Benfica. Ganó tan sólo tres de los nueve partidos que disputó en la competición. A penas hizo goles. Superó los cuartos de final (Girondins) y la semifinal [Real Madrid] gracias al valor doble de los goles conseguidos fuera de casa y, además, se granjeó la antipatía europea debido a la entrada que Koeman realizó a un jugador francés al que lesionó de gravedad. El PSV contaba con un gran portero bajo palos: Van Breukelen. Además en defensa contaba con el ya citado Koeman y con el belga Gerets, El fútbol en la medular lo creaba el danés Lerby y en las bandas contaba con Vanenburg y Gillhaus. En ataque, el delantero centro era Wim Kieft, El Benfica había eliminado a Partizan, AGF, Anderlecht y Steaua de Bucarest para llegar a la final. El encuentro concluyó 0-0. Se disputó la prórroga y el marcador no se movió. En los penaltis, el PSV acertó con todos mientras que Veloso falló el sexto por parte del Benfica. La maldición estaba más viva que nunca.

La última final que hasta la fecha ha disputado el Benfica fue dos años después de la derrota en Stuttgart. En 1990. El escenario iba a ser el Pratter vienés. Como el Benfica iba a visitar Viena, donde está la tumba de Bela Guttmann, al club se le ocurrió poner punto y final a la maldición. Una delegación lisboeta encabezada por Eusebio hizo una ofrenda floral en la tumba del húngaro y rezó antes de la disputa de la final en la que las águilas iban a volver a verse las caras con el AC Milan. El Milan de Sacchi atemorizaba Europa. Estaba revolucionando el fútbol y ya había ganado una Copa de Europa 12 meses antes en el Camp Nou. El Milan sufrió para llegar a la final. Sobre todo ante el Real Madrid en octavos y ante el Bayern de Munich en semifinales. Derrotó a los alemanes en la prórroga. El camino del Benfica también fue duro y, al igual que el Milan, sufrió en semifinales. El Olympique de Marsella era uno de los conjuntos favoritos para hacerse con el triunfo final. Era el aspirante al trono del Milan, incluso se decía que el único que podía batir al cuadro rossonero. El Olympique cayó en las semifinales ante el Benfica en un polémico encuentro de vuelta que se resolvió gracias a un tanto de Vata. Tampoco se vio una gran final, pero sí se vio a un Benfica gris, sin ideas para abordar al Milan. Rijkaard, en el 68’, marcó el 1-0 definitivo. Esta fue la última vez que el Benfica se asomó a una final continental que perdió como las cinco anteriores que había disputado tras la marcha de Bela Guttmann. De momento, la maldición de Guttmann sigue haciendo efecto a las águilas.


(tomado de la página "Fútbol táctico")

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Stanley Matthews: "Sir wing derecho"


Hubo un tiempo en el que la leyenda artúrica sembraba de épica la Vieja Europa. Cuenta la misma que existió un Rey, unos Caballeros y una Dama. Una época de leyendas míticas. Un tiempo mágico en el que “Excalibur”, prototipo de la “Tizona” de nuestro Cid y de la espada “Cantarina” del Príncipe Valiente, surgió del fondo de las aguas de la mano de la ‘Dama del Lago’ y con Merlín como testigo fue a parar a su nuevo dueño, Arturo, que se casaría con Ginebra y crearía una hermandad caballeresca en torno a la Tabla Redonda. Una nueva estirpe de héroes, caballeros rojos y negros sobre corceles blancos que partieron desde allí en busca del Grial. Y es que hubo un tiempo en el que las leyendas crearon personajes históricos arquetípicos. Un tiempo que llegó hasta nuestros días…

Todo comenzó un uno de Febrero de 1915 en Hanley, un pueblo de Stoke-on-Trent, una ciudad situada en Staffordshire, en la región de Midlands del Oeste, Inglaterra. Una ciudad en la que se hizo popular y se convirtió en héroe local un “Barbero boxeador” llamado Jack Matthews.

Cuenta la historia que aquel día una comadrona satisfecha en un humilde hogar de Hanley se acercó a aquel “Barbero boxeador” y le dijo: “Su esposa ha traído al mundo un wing derecho”.

Excalibur acababa de surgir de las aguas, aunque en este caso lo hacía de una mujer que desde ese momento supo que acababa de traer al mundo un chico especial.

De nombre “Sir Wing”, (desde su primer segundo de vida), fue un chico que creció bajo la estricta educación deportiva de su padre, que pretendió inútilmente que fuera boxeador pero que en buena parte forjó su tremenda fortaleza. Por ello siempre grabó a fuego en su memoria una frase que este le enseñó: “Nunca esperes nada. Nunca des nada por sentado. De esta forma nunca sufrirás una gran decepción”.

Y es que para cumplir nuestros sueños a veces la vida te lleva por caminos insospechados. En el caso de “Sir Wing” para mantener la economía familiar tuvo que trabajar como albañil y ayudar a su padre en la barbería, oficios que compaginaba con el deporte y en especial con el fútbol.

Cuentan que mientras practicaba su oficio de albañil entre paletas, planas y palustres surgía su personalidad de wing y ‘sorteaba’ los sacos de arena con la misma facilidad que se escabullía de sus rivales en el terreno de juego.

Al igual que Los Caballeros de la Mesa Redonda encontraron en Broceliande, un decorado a la medida de su destino, “Sir Wing” encontró en dos clubes el vehículo idóneo para forjar su leyenda: Stoke City y Blackpool.

Tenía quince años cuando el Stoke le acogió en sus filas, un club que comenzó pagándole una libra a la semana pero que sin ser conscientes de ello había sido fundado para que “Sir Wing” jugara en él. Y es que con el paso de los años todos los que le rodearon llegaron a la conclusión de que el Stoke, el Blackpool y el fútbol habían sido creados pensando en la figura de “The Move”, de “Dribling man”.

“Sir Wing” era depositario de las artes mágicas como el mago Merlín, hijo del Diablo y de una mujer mortal, que heredó los poderes de su padre y los puso al servicio del Rey Arturo. En el caso de “The Move” este poseía en sus pies la destreza de su padre con la navaja, la sutileza femenina de su madre y en su corazón la fuerza acerada de los puños de su padre. Cuentan además que sus piernas galopaban a la velocidad de corceles blancos y que estos poderes los puso al servicio del fútbol británico.

De entre sus muchos poderes destacaba una acción por la que se hizo acreedor al apelativo de “The Move”. El futbolista inglés amagaba con la izquierda, un ligero toque y luego un recorte seco, como un latigazo y el defensa, a pie cambiado, sólo podía mirar como se iba con el balón. “Sir Wing” se acercaba al defensa con el balón controlado, el defensa le tapaba la salida y le obligaba a hacer su “movimiento”. Los defensas sabían lo que les iba a hacer, e intentaban inútilmente una y otra vez impedirlo. Lo hacía mil veces y mil veces se iba.

A los dieciocho “Sir Wing” firmó su primer contrato profesional por diez libras semanales con el Stoke y ese mismo año, concretamente un 29 de Septiembre de 1934 se puso por primera vez la armadura de la selección inglesa, en una victoria 4 a 0 en la que hizo su primer gol.

En dos años “los alfareros” como eran conocidos los jugadores del Stoke ascendían a primera división. “The Move” seguía haciendo magia por los condados y estadios del fútbol británico pero una terrible Guerra frenó en seco las andanzas y galopadas de este legendario caballero. “Sir Wing” tuvo que servir como preparador físico en la Royal Air Force.

A la finalización del conflicto “Sir Wing” tenía 31 años y volvió a retomar su leyenda aunque defendiendo los colores de los “tangerines” de Blackpool, que pusieron todo el oro posible (11.000 libras, un cifra récord) para hacerse con los servicios del caballero de Stoke-on-Trent.

Allí sufrió varias decepciones en forma de finales de la FA Cup perdidas, pero llegó aquel 2 de Mayo de 1953 en el que Wembley pareció ser un estadio construido para él, en el que aquella final pareció haberse disputado para él, una fecha en la que el destino se topó de bruces con el genio.

Aquella tarde el Blackpool perdía por 3-1 ante el Bolton Wanderers en la primera mitad y cuando todos pensaban en un nuevo fracaso del genio futbolístico, a dos minutos de la conclusión del choque y con 3 a 2 en el marcador, apareció su imponente y elegante figura para dejar sentados a tres defensas y dar en bandeja en sendas ocasiones los goles a Mortensen (que hizo un hat trick), primero, y Perry después para certificar una épica remontada (4-3) y levantar el primer título de su carrera: la inolvidable FA Cup de 1953 y con 38 años de edad. Aquella final que quedó para la posteridad, fue bautizada con su nombre por la prensa británica.

Aquellas andanzas del caballero de Hanley traspasaron las fronteras del Imperio británico y en 1956, en Francia, una tierra que ha legado al fútbol grandes personajes como Jules Rimet, Henry Delaunay… se creó un trofeo individual a la medida de un genio como él. La revista especializada France Football a través de la iniciativa y la idea de Gabriel Hanot creó el “Balón de oro” al mejor jugador europeo y buscó al jugador idóneo que reuniera todas las cualidades que deben adornar a un genio del fútbol. Y ese jugador no podía ser otro más que “The Move”, al que para nada le pesó el hecho de contar con 41 años de edad puesto que “Corazón de León” seguía rompiendo cinturas en los campos británicos.

El 15 de Mayo de 1957 y a los 42 años de edad se colocó por última vez la armadura inglesa. Y como no podía ser de otra manera, aquellas hazañas del wing derecho que más alto anduvo sobre la tierra inglesa llegaron hasta palacio. La reina Isabel II le nombró “Sir”

Estuvo al servicio de la “Orden de Blackpool” hasta 1961, cuando a los 46 acudió al rescate de sus viejos escuderos del Stoke City, que coqueteaban peligrosamente con el descenso a Tercera División pero que con el espíritu de este notable caballero mantuvo la categoría y al año siguiente (1962) regresó a la Primera División Inglesa. Una año más tarde en 1963, fue nombrado “futbolista del año” por segunda vez (la primera en 1948).

Fueron 34 años de wing derecho, de ala mortal, desde 1931 a 1965, disputó su último partido con 51 años y cinco días, el 28 de Abril de 1965, en el estadio del Stoke, donde una selección de Gran Bretaña y una del “Resto de Europa”, dejaron para el recuerdo en una tarde memorable un 6-4 favorable al “Resto de Europa”.

Cuentan que aquel día en el que ese “abuelo diabólico”, que un día aterrorizó a una leyenda del fútbol como Nilton Santos, dijo adiós, llegaron caballeros desde todos los reinos futbolísticos. Desde Castilla la Nueva llegaron el caballero blanco, Sir Alfredo Di Stéfano y el caballero magyar Sir Ferenc Puskas, a los que acompañó otro caballero magyar Sir Ladislao Kubala y desde el hielo llegó el caballero negro Lev Yashin. Todos ellos para homenajear y honrar a una leyenda, a un caballero llamado “Sir Stanley Matthews” con la orden de caballero del Imperio británico, algo que había demostrado ser durante toda su vida, pero que desde aquel momento le convirtió en el primer jugador en actividad en lograrlo.

(extraordinario artículo tomado del portal "El enganche")

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José Ángel Iribar: el mayor símbolo del Athletic Club de Bilbao


Nacido el 1º de Marzo de 1943, José Ángel Iribar hizo disfrutar durante 18 gloriosas temporadas a los aficionados del Athletic de Bilbao con grandes actuaciones. Es, sin duda, el portero al que todos los jóvenes arqueros que pasan por Lezama admiran y desean superar.

Originario de Zarautz comenzó a jugar al fútbol en la playa y se le bautizó con el mote de "El Txopo", por su estilo bajo palos y su inconfundible figura. Jugó desde joven en las categorías inferiores del Athletic hasta 1962, año en el que pasa a formar parte de la primera plantilla.

Debutó en la Primera división española el 23 de Septiembre de 1962 en el partido Málaga 2-Athletic 0. En la temporada 69-70 consigue el Trofeo Zamora al encajar 20 goles en 30 partidos. Ha jugado un total de 466 partidos en Primera división, convirtiéndose en el jugador del Athletic que más partidos ha disputado.

En 1980 se retira de los terrenos de juego y pasa a entrenar a las categorías inferiores de su club. Con el Bilbao Athletic consiguió el segundo puesto de la Segunda División en la temporada 83-84, el puesto más alto conseguido en la historia del filial. En la temporada 86-87 fue el entrenador de la primera plantilla del Athletic.

Curiosamente cuando jugaba en el Zarautz juvenil, los "ojeadores" de la Real Sociedad acudieron a verle. Era una oportunidad única para Iribar de dar un gran paso en su carrera, pero al bueno de "El Txopo" le pudo la presión. Jugó muy nervioso y la Real, afortunadamente para los aficionados del Athletic desestimó su fichaje y él, descorazonado, recordó después que "en aquel momento, me ví más tornero que nunca", puesto que tenía la sensación de haber dejado pasar el gran tren de su vida. Algo que, como todos sabemos, no fue así.

Tras su paso por el Zarautz ingresó en las filas del Baskonia donde no tardó en llamar la atención de varios equipos de Primera División. El legendario Gaínza se había hecho con sus derechos y tanto Valencia como Zaragoza estaban interesados en hacerse con sus servicios, pero su padre le aconsejó que firmara por el Athletic. El conjunto vasco pagó por él un millón de pesetas en 1962. ¡Una cifra récord para la época!

Llegó al Athletic con la difícil misión de sustituir al querido y legendario Carmelo Cedrún, pero en su primera oportunidad "El Txopo" dejó constancia de que la cantera vasca es la mejor cantera de guardametas y puso el listón muy alto, a la altura de los míticos guardametas de la historia del fútbol. Su debut con la zamarra del Athletic se produjo el 23 de Septiembre de 1962 en Málaga. Su primer partido en San Mamés fue el 30 de Septiembre del mismo año contra el Elche.

Llegó al Athletic con la difícil misión de sustituir al querido y legendario Carmelo Cedrún, pero en su primera oportunidad "El Txopo" dejó constancia de que la cantera vasca es la mejor cantera de guardametas y puso el listón muy alto, a la altura de los míticos guardametas de la historia del fútbol. Su debut con la zamarra del Athletic se produjo el 23 de Septiembre de 1962 en Málaga. Su primer partido en San Mamés fue el 30 de Septiembre del mismo año contra el Elche.

Aparte del histórico triunfo con España en 1964 al ganar la Eurocopa, en la historia de toda leyenda del deporte siempre hay una fecha clave. Titular indiscutible en su club y en la selección. La actuación memorable que abre las puertas de la inmortalidad para Iribar fue el 29 de mayo de 1966. Aquella tarde la historia cambió, el Athletic se jugaba el título de Copa ante el Real Zaragoza en el Santiago Bernabéu.

El conjunto vasco llegaba a la cita diezmado por las lesiones, lo que obligó al técnico "Piru" Gainza a improvisar un once inédito. Enfrente, estaba el Zaragoza y todo apuntaba a que vapulearían a los leones, pero la lógica no contó con el factor Iribar. Los Maños se pasaron los 90 minutos bombardeando la portería defendida por el de Zarautz. El público del Bernabéu presenció un recital de paradas de lo más variado. Iribar volaba entre los tres palos convirtiéndose en un muro casi infranqueable. El Zaragoza se llevó el título al imponerse a su rival por 2-0, pero mientras los maños daban la vuelta con el trofeo...

¡Iribar salía a hombros del estadio madrileño!

Iribar se caracterizaba por vestir una indumentaria muy peculiar de color negro, en honor a su ídolo la legendaria "Araña negra" Lev Yashin, maravilloso portero ruso. Por su semblanza que siempre transmitía serenidad, su imponente altura, grandes habilidades y peculiar vestimenta Iribar rápidamente se convirtió en un ícono de las masas dentro y fuera de Euskadi.

En la temporada 1969-1970 se convirtió en el portero menos goleado de la Liga española y recibió el Trofeo Zamora al recibir tan solo 19 goles en 29 partidos disputados. En su carrera guarda un lugar de privilegio tres momentos con la camiseta del Athletic, las 2 Copas conquistadas, en 1969, ante el Elche, y la otra en 1973, cuando el Athletic se impuso al Castellón. El tercer momento es el de la temporada 1976-1977, cuando el Athletic realizó un extraordinario torneo en Copa UEFA, perdiendo la final ante la Juventus de Turín. En esa misma temporada el Athletic llegó también a la final de Copa, en la que cayó ante el Betis en la tanda de penaltis donde Iribar y Esnaola se batieron en un duelo épico que terminó perdiendo "El Txopo" en muerte súbita. Por estas fechas Iribar llegaba a su partido 49 jugando con la Selección Española todo un récord en su tiempo, superando a la leyenda de Zamora.

Iribar siempre permaneció fiel al Athletic y tiene la increíble marca de vestir la camisa zurigorri en 614 partidos oficiales. ¡Récord que parece inalcanzable hoy en día!

Otra fecha histórica para el guardameta Gipuzkuano fue el 5 de Diciembre de 1976. El Athletic visitaba a la Real Sociedad y los capitanes de ambos equipos, Iribar y Kortabarria respectivamente, salieron al campo de Atotxa sosteniendo la Ikurriña aún ilegalizada por el Franquismo. Probablemente, el derby más emotivo del que se tenga memoria para el pueblo de Euskal Herria.

A finales de la década de los ‘70 cuando la Euskal Selekzioa volvió a la actividad futbolística con jugadores como Villar, Dani, Rojo, Zamora, Satrustegi, Kortabarria, Alexanco, Escalza y Arkonada el capitán del equipo no era nada más y nadie menos que el "Txopo".

Con el paso de los años, Iribar fue el primero que se daba cuenta del peso que debería soportar su próximo sustituto, fuese quien fuese. Por lo que "El Txopo" prefirió pasar su última temporada en activo como suplente. Helmut Senekowistch, técnico de los leones, aseguró que "Iribar es el mejor portero que tengo en la plantilla", pero "el Txopo" había decidido prestarle su último servicio al Athletic como jugador, preparando su sucesión.

Después de su retirada, pasó a engrosar el cuerpo técnico del club vizcaíno. Ascendió el Athletic B a Segunda A y se hizo cargo del primer equipo en la temporada 1986-1987 (la temporada que se tuvo que jugar el play-off del descenso). Iribar desde el banquillo demostró, como ya había hecho sobre el césped, sus conocimientos, su calidad humana y su amor por los colores del Athletic. Hoy en día es el entrenador de la Euskal Selekzioa y representante diplomático del Athletic en cualquier evento en el que le requiera el club.

Fue internacional con la Selección de fútbol de España en 49 ocasiones. Su debut como internacional fue el 8 de Abril de 1964 en el partido Irlanda 0-2 España. Su último partido internacional fue el 24 de Abril de 1976 contra Alemania Federal, con el resultado de 1-1. Fue el portero titular en la Eurocopa de 1964, donde España se coronó campeona.

Con la Selección española disputó la Copa Mundial de Fútbol de Inglaterra de 1966 jugando tres partidos contra Argentina, Suiza y Alemania Federal.

TRAYECTORIA

Jugador
C.D. Baskonia (3ª División) 1961-1962
Athletic Club 1962-1980 (614 partidos)

Entrenador
Categorías inferiores del Athletic Club de Bilbao 1980-1982
Bilbao Athletic 1982-1986
Athletic Club 1986-1987
Selección de fútbol de Euskadi a partir de 1999 y hasta la actualidad

PALMARÉS

Nacionales: 2 Copas del Rey (Como jugador, Athletic 1969 y 1973)
Internacionales: 1 Eurocopa (1964)
Subcampeón de la Copa de la UEFA (Como jugador, Athletic temporada 76-77).
Individuales: 1 Trofeo Zamora (Athletic Club, temporada 69-70).

(tomado de la página "Fútbol táctico")

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Atlanta, el fervor de los bohemios

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Entre mediados del siglo XIX y el comienzo del siglo XX, en cada barrio, en cada cuadra, había un grupo de chicos dispuestos a formar un equipo y darle nombre, color y sello a su ilusión. En el barrio de Monserrat no pasaba nada diferente. La idea venía desde hacía rato. Otra vez, un grupo de adolescentes, algún veinteañero y las ganas de todos: crear un club de fútbol. La cita ocurrió en la casa de Alsina 1119, cerquita de la Avenida de Mayo. Allí se juntaron Héctor Franco, Trifón Piaggio, Juan Escribano, Benigno Larissa y varios entusiastas más. Fue un 12 de Octubre de 1904.

Primera coincidencia: años más adelante les pusieron bohemios y el día de la reunión fundadora los muchachos no encontraron demasiadas comodidades en esa casa y se fueron a una plaza cercana ubicada en la intersección de Buen Orden (hoy Bernardo de Irigoyen) y Concepción (Avenida Independencia).

Allí se votó elegir la casa de Sanz como sede del nuevo club, se decidió aceptar la moción de Fabián Orradre de ponerle Atlanta, en homenaje a las víctimas de un tornado que había devastado la ciudad del mismo nombre en Georgia, Estados Unidos. Nunca confirmada, otra versión indica que algún integrante de la reunión recordó el nombre de un barco que estaba fondeado en el puerto porteño, ubicado a pocas cuadras, y lo mismo sucede con la camiseta. Atlanta siempre tuvo la misma, azul y amarilla a rayas verticales, a propuesta de Emilio Bolinches, quien fuera arquero del equipo en los primeros años.

Sobre el porqué de los colores, en aquella época eran muchos los toldos de los comercios de Buenos Aires que tenían rayas azules y amarillas, lo que habría inspirado a Bolinches.

Lo que no podían conseguir, justamente, era la camiseta pensada, azul y amarilla a rayas verticales. Por ese motivo, salieron a buscar la tela y apenas pudieron llevarse varios metros de lona azul y amarilla de la casa Lage para hacer la ropa futbolera. Claro, ultracalurosas y, cuando se mojaban de sudor, recontra frías. Y empezó la recorrida por Buenos Aires para conseguir cancha propia. La primera fue en Floresta, donde hoy se cruzan Juan Bautista Alberti y la Avenida Escalada. Allí, levantando su primera casilla de madera, debutaron el 29 de Abril de 1906, cuando le ganaron por 3-1 a Estudiantes de Buenos Aires B.

En el libro “La historia de Atlanta”, de Alejandro Domínguez, el investigador explica que "en esa cancha jugaban los domingos, pero al terminar el partido los miembros de la comisión realizaban penosos viajes transportando cada uno los implementos a sus casas. Luego, los muchachos consiguieron que la hermana de Elías Sanz, vecina del lugar, se los guardara. El club tenía en su cancha hasta un baño, un tanque sobre el techo, una flor de una regadera y baldes de agua que traían los domingos a la mañana desde dos cuadras de distancia. Los días de partido se los veía trabajando intensamente, con una pequeña herramienta llamada zapín hacían una suave canaleta que después llenaban con cal mediante una regadera, con objeto de marcar las rayas blancas del rectángulo de juego. Con una pala ancha y una carretilla con tierra emparejaban los desniveles del terreno. Al terminar el partido, ofrecían mate cocido y galletas marineras a los jugadores locales y visitantes".

Pero la cancha se perdió rápido y hubo que mudarse. Primero fue otro terreno en Floresta, que duró muy poco. En 1906 hubo un intento de fusión con el Club Atlético Olivos que no prosperó. Enseguida llegó la reunión con la gente del Club Atlético del Oeste, que había encontrado un terreno en el Parque Chacabuco. Había que elegir un nuevo nombre y otros colores, pero no hubo acuerdo. Sin embargo, y por iniciativa de algún audaz, Atlanta empezó a jugar en la nueva cancha de Caballito Sur. Actuó oficialmente allí desde 1910 hasta 1918, cuando debió abandonar el lugar por disposición municipal. Mientras tanto, la sede social iba cambiando de domicilio, pasando por el Centro, Palermo, Congreso, Once y algunos lugares más. Desalojado del Parque, Atlanta decidió ser local en el campo de juego del Club Banco Nación, otra vez en Floresta, en Carrasco 250, donde actuó entre 1920 y 1921.

Atlanta ya era internacional en 1918, cuando colocó su primer jugador en la Selección Argentina. El defensor Mario Busso jugó contra Uruguay el 25 de Agosto de 1918 en la cancha de Gimnasia, en Palermo. Al fin, en 1922 y después de un peregrinar que llevó al apodo de bohemios, consiguió el predio definitivo de Villa Crespo. Fue en la calle Humboldt, a pocos pasos de la Avenida Corrientes. Atlanta lo inauguró oficialmente empatando 11 con River, el 30 de Julio. El equipo llevaba diez años de competencia importante, porque integraba el grupo de equipos de Primera de la Federación Argentina desde 1912. La cancha se mantuvo hasta 1959, cuando la Comisión Directiva decidió ampliarla y construyó el nuevo estadio, inaugurado el 5 de Junio de 1960 contra Argentinos Juniors.

(tomado del excelente libro de Alejandro Fabri "El nacimiento de una pasión", Capital Intelectual Ediciones)

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Juan Román Riquelme (Argentina)


Aquel 24 de Junio de 1978 era todo expectativa en Argentina por un hecho histórico, al día siguiente la Selección Nacional disputaría la final de la Copa del Mundo contra Holanda en el Monumental de River Plate.

En el humilde hogar de la familia Riquelme en el barrio San Jorge, en la ciudad de San Fernando, a esa expectativa se sumaba la inmensa alegría provocada por el nacimiento de un nuevo hijo: Juan Román.

Poco tiempo pasaría para que aquel niño empezara una amistad que perduraría toda la vida. Su amistad con la pelota. Ésta quedaría en evidencia cuando comenzó a destacarse en los potreros defendiendo al club “La Carpita” de Villa Libertad.

Los inicios en el fútbol

Ese niño, habilidoso por demás, que descollaba en aquellos campeonatos barriales, llegó al conocimiento de ojeadores que buscaban jugadores para clubes de Buenos Aires deseosos de nuevas figuras para sus divisiones inferiores.

Argentinos Juniors fue el afortunado, convenció a Román y trasladó la magia hacia La Paternal. Previamente River Plate y Platense lo habían rechazado.

Comienza como suplente en 9ª División, pero a partir de la 8ª División pasa a jugar de titular como volante central, un puesto en el que empezó a desplegar todo su talento pero que le insumía un gran desgaste físico y en el que se sentía desaprovechado.

Juan Román comienza a hacerse un nombre en el fútbol argentino cuando en el verano de 1996 gana, con la selección argentina Sub-18 dirigida por José Pekerman, la Copa Punta del Este. Ese fue su debut absoluto con la selección juvenil.

Deja Argentinos Juniors, Boca lo espera

Carlos Bilardo, tras ese torneo, sugiere al Presidente de Boca Juniors la compra de varios valores de Argentinos Juniors entre los que se hallaba Juan Román.

Una operación sin precedentes en el fútbol argentino estaba en marcha. Boca adquirió al club de La Paternal los pases de los juveniles Fabricio Coloccini, Pablo Islas, César La Paglia, Carlos Marinelli, Emmanuel Ruiz y Juan Román Riquelme en 800.000 dólares como cifra total por los seis jugadores.

En Primera División debuta el 10 de Noviembre de 1996, en un Boca 2 - Unión (Sta. Fe) 0, dos semanas después, Riquelme marca su primer gol en primera ante Huracán.

En 1997 Román se consagra Campeón Sudamericano y Mundial con la seleccion Sub-20, y comienza la consolidación de este volante ofensivo de lujoso manejo del balón e innata repentización.

Luego de los éxitos conseguidos en la Selección Sub-20, Daniel Passarella lo cita a la Selección Mayor para la última fecha de las Eliminatorias del Mundial Francia 98. El partido se disputó en el estadio de Boca Juniors, y Riquelme, con 19 años, ingresó en los últimos minutos del empate 1-1 frente a la Selección Colombia.

Hacia Mayo de 1998, Pekerman volvió a llamarlo, esta vez para para formar parte del Seleccionado Argentino Sub-21 en el torneo “Esperanzas” de Toulón en Francia. Argentina fue campeón, Riquelme disputó los cinco partidos y fue premiado por los organizadores como el Mejor Jugador del Torneo.

Meses después el club italiano Parma ofreció 14 millones dólares por su pase. Román decidió quedarse en Boca. En 1998, con Héctor “Bambino” Veira como técnico, Román vivió sus peores momentos en Boca. Es con la llegada de Carlos Bianchi cuando se convierte en pieza clave y conductor de Boca Juniors, equipo con el que obtiene el Torneo Apertura de ese año.

Mil novecientos noventa y nueve es el año del despegue. Consigue con Boca el Apertura y Clausura de ese año manteniendo una hegemonía tal que logró la marca de 40 partidos consecutivos sin derrotas, récord absoluto para el Fútbol Argentino.

Marcelo Bielsa, por entonces DT de Argentina, lo convoca para jugar la Copa América a jugarse en Paraguay.

En Noviembre de 1999 Román es elegido como el mejor jugador en su puesto y obtiene el "Balón de Oro" del fútbol argentino.

Alcanza su máximo nivel en Boca en los años 2000 y 2001. Líder absoluto del equipo, conquistó el torneo Apertura 2000, las Copas Libertadores en 2000 y 2001 y derrota al poderoso Real Madrid en la final de la Intercontinental 2000 en un partido memorable jugado en Tokio.

El Barça se interesa en él y se lo lleva a España

Son los dirigentes del FC Barcelona quienes ven en ese argentino a un diamante en bruto y un futuro crack para luchar contra el Real Madrid por la supremacía en la Liga española. Sin embargo, el pase no se realiza y Riquelme permaneció en Boca.

En 2002, Román vive sus peores momentos en Argentina, con el secuestro de su hermano y los continuos choques con el Presidente de Boca Juniors, Mauricio Macri, lo llevan a marcharse a Europa. Fue en Agosto de ese año, cuando el FC Barcelona adquiere su pase a Boca Juniors por unos 12 millones de dólares.

No triunfa en su primer año en Europa, el técnico del club, el holandés Louis Van Gaal, lo relegó al banquillo y no le dio ninguna oportunidad de demostrar su clase, haciéndolo jugar en partidos muy comprometidos para el Barcelona que iban camino de una derrota.

En 2003 la llegada del nuevo técnico, Radomir Antic, supuso todo un vuelco. Riquelme gozó de más minutos en cancha y empezó a liderar al equipo. Hermosas asistencias y bonitos goles demuestran su clase, aunque la delicada situación del equipo lleva al entrenador serbio a relegarlo de nuevo al banquillo, apostando por un fútbol defensivo y resultadista.

Su marcha del Barça

En el verano de 2003, la nueva junta directiva presidida por Joan Laporta y el flamante entrenador, Frank Rijkaard revolucionaron el club con el objetivo de recuperar el nivel deportivo.

El fichaje de Ronaldinho causó un excedente de jugadores extracomunitarios, y el cuerpo técnico decidió ceder a Riquelme al Villarreal por dos temporadas. Allí formó dupla de ataque junto al delantero uruguayo Diego Forlán, demostró su gran calidad y se reveló como uno de los mejores jugadores de la Primera División de España, donde logró el récord de asistencias de gol en 2005.

Ese año, Villarreal logró una épica 3ª posición y decidió comprar el 75% de su pase.

Durante la temporada 2005/06, el Villarreal disputa por primera vez en su historia la Liga de Campeones y su actuación fue sorprendente; llegó a las semifinales tras dejar en el camino a equipos de la talla del Manchester United, Benfica, Glasgow Rangers e Inter de Milán, entre otros, pero en esa instancia quedó eliminado por el Arsenal inglés.

En el partido de vuelta, Román tuvo la oportunidad de lograr el empate a través de un penal cobrado en el último minuto, que los hubiera llevado a la prórroga. Sin embargo el disparo de Riquelme fue contenido por el arquero Lehmann. A pesar de esto la gente jamás le reprochó su fallo.

Regreso a un viejo amor

El presidente de Boca Juniors, Mauricio Macri, ofreció la posibilidad de que el club actúe como mediador en el conflicto que continuaba estancado. Solicita que Riquelme sea cedido hasta el 30 de Junio de 2007 y a la vez pagar su salario (U$S 2.000.000) por ese período.

Tanto la directiva del Villarreal como Riquelme aceptan y el 11 de Febrero fue presentado en conferencia de prensa.

El 17 de Febrero de 2007 reaparece luego de casi cinco años en La Bombonera, que lo recibe con el cariño de siempre. Su vuelta, influenciada por una prolongada inactividad, no fue buena: frente a Rosario Central, Boca apenas empató 1-1.

No obstante, su rendimiento fue creciente. Por la fase de grupos de la Copa Libertadores el equipo tuvo buen juego pero los resultados no fueron los ideales, por lo que llego a la última fecha con la necesidad de marcar al menos 4 goles ante el Club Bolívar en cancha de Vélez (debido a que incidentes el año anterior habían dispuesto la suspensión del estadio).

El equipo marcó 7 goles logrando no solo la clasificación sino evitar viajar al exterior ya que la diferencia de gol le permitía enfrentar a Vélez. En octavos de final de la Copa Libertadores marcó 2 goles (uno olímpico) ante Vélez Sársfield (global 4-3) jugando superlativamente y siendo eje del equipo.

En cuartos, tuvo una descollante actuación ante Libertad de Paraguay de visitante marcando un gol aún estando lesionado (global 3-1). El gol fue el primero del partido cuando mejor se defendía el rival.

En semifinales, Boca superó a Cúcuta de Colombia en un partido que se jugo con una visibilidad casi nula debido a la neblina que había aquel día. Riquelme es decisivo en la final contra Gremio.

Previo al partido, Riquelme comenta que sería su último partido en La Bombonera (al menos en esta etapa) y el desenlace no pudo ser mejor. Nuevamente fue figura, Boca gana 3-0 y es despedido con una ovación por todo el público xeneize.

Otra Libertadores al currículum

El 20 de Junio, en el partido final en Porto Alegre, marcó los dos goles en la victoria 2-0. El resultado global fue 5-0 (récord en finales). Boca lograba su sexta Copa Libertadores y la tercera para Román, goleador del equipo con 8 tantos en 11 encuentros.

Como sucediera en 2001, fue elegido el Mejor Jugador de la Final de la Copa Toyota Libertadores. En solo 123 días desde su retorno, recuperó su mejor nivel y sus actuaciones llevaron al seleccionador argentino, Alfio Basile, a tenerlo en cuenta otra vez para la albiceleste, y lo convoca para la Copa América 2007 de Venezuela. Riquelme, totalmente recuperado anímicamente, aceptó volver a la selección.

En Septiembre, Riquelme retorna al Villarreal, pero durante toda la primera vuelta de la Liga Española estuvo apartado del primer equipo por el entrenador chileno Manuel Pellegrini con quien la relación estaba rota.

Román entrenaba con sus compañeros, pero no disputó ni un sólo minuto. Tras extensas negociaciones, retorna a Boca como traspasado, dejando atrás la pesadilla de sus últimos meses en España y en la actualidad disfruta del presente en Boca Juniors en donde es el conductor indiscutido del equipo.

Aunque es acusado por sus detractores de ser un volante de movimientos lentos, nadie puede dudar de que su cerebro siempre está un segundo adelantado al de los demás jugadores.

Riquelme es talento en estado puro, volante con llegada al arco rival, con gol (más de 90 en su carrera) y un sentimiento como bandera: su profundo amor a Boca Juniors, el club que lo hizo ídolo.

Trayectoria

1996-2002: Boca Juniors
2002-2003: FC Barcelona (España)
2003-2007: Villarreal (España)
2007-2009: Boca Juniors

Palmarés

Títulos obtenidos

Boca Juniors
Campeonato argentino: Apertura 1998, Clausura 1999, Apertura 2000, Apertura 2008 y Apertura 2011
Copas Libertadores: 2000, 2001 y 2007
Copa Intercontinental: 2000
Recopa Sudamericana: 2008

Villareal
Copa Intertoto: 2004

Selección Argentina
Sudamericano Sub-20: en Chile (1997)
Mundial Sub-20: en Malasia (1997)
Copa América: Subcampeón en Venezuela (2007)
Campeón Olímpico: Pekín 2008

Distinciones inviduales

* Revelación “Clarín” en Fútbol de Primera División: 1997
* Revelación “Clarín de Oro” al Mejor Deportista del año: 1997
* Mejor Jugador del Torneo Esperanzas de Toulón: 1998
* Olimpia de Plata al Mejor Jugador Argentino de Fútbol: 2000 y 2001
* Premio Consagración “Clarín de Oro”: 2000
* Mejor Jugador de la Final de la Copa “Toyota Libertadores”: 2001 y 2007
* Premio "Consagración Clarín" en Fútbol de Primera División: 2001
* Jugador con Más Arte (Radio Marca): 2005
* Premio “Don Balón” Mejor Extranjero de la Liga Española: 2005
* Balón de Plata “Copa de Confederaciones”: 2005
* Premio "Consagración Clarín" en Fútbol Extranjero: 2005
* Jugador con mayor cantidad de asistencias en el Mundial 2006
* Premio “Fox Sports” Mejor Jugador Sudamericano: 2007


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Paul Breitner (Alemania)


Paul Breitner nace en Baviera el 5 de Septiembre de 1951. Comenzó su carrera deportiva con 17 años en el SV Kolbermoor. Posteriormente pasa al ESV Freilassing y de ahí es fichado por el Bayern de Munich en 1970 con el que forma parte de un mítico equipo con jugadores como Müller, Beckenbauer, Heynckes, etc.
Con su peinado "afro", su mal genio y sus enfados, Paul Breitner fue conocido como el rebelde del fútbol de Alemania Occidental.
Recordado como uno de los mejores jugadores alemanes de la historia, era un mediocampista y defensor polivalente, muy laborioso de gran versatilidad.
Su rapidez -era considerado un falso puntero- y la potencia de sus disparos lo convirtieron en un "defensor-goleador", Era de esos jugadores que parecían estar en todas partes, un todoterreno con una gran llegada a gol.
Tras ganarlo todo, tanto en su club como en la selección, decide marcharse al Real Madrid donde también consigue dos títulos de liga dejando su sello de su gran versatilidad.
Con la selección alemana ha vivido momentos históricos y sus goles han resultado decisivos para la conquista tanto de la Eurocopa de Naciones de 1972, en la que marcó un gol en semifinales, como en la Copa del Mundo del 74 en la que marcó un golazo en semifinales desde 25 metros a Chile (video, al final del post) y otro en la final contra la selección holandesa. Aquella misma noche, Breitner dimitió por primera vez de la selección nacional, porque los dirigentes estaban todos en el banquete y las mujeres de los campeones mundiales no pudieron entrar.
Pese a sus éxitos, y producto de su fuerte personalidad, entra en conflicto con su compañero, el "Kaiser" Franz Beckenbauer. Además, recibía muchas críticas del entorno deportivo por su espíritu provocador. Entonces decide probar suerte en el Real Madrid. Y su paso por el club merengue no pasó desapercibido: 2 Ligas españolas y una Copa del Generalísimo fueron acumulándose a su palmarés.
Guarda muy gratos recuerdos de su etapa como jugador del Real Madrid, “fue una etapa maravillosa, yo era muy joven cuando llegué a España en 1974”, rememora, “tuve la oportunidad de vivir el cambio hacia la democracia, algo que siempre es inolvidable en una sociedad”. Además, uno de sus hijos es nacido en España.
En Madrid, fiel a sus ideas progresistas, Breitner llamó la atención por su donativo de medio millón de pesetas a unos huelguistas de la fábrica Standard, en los últimos años del franquismo.
Con la misma desfachatez con que desafiaba a los federativos alemanes, reaccionarios hasta la médula, y se declaraba maoísta, Breitner se enfrentaba al agónico franquismo con su donativo a los metalúrgicos madrileños.
En 1977 volvió a Alemania, para jugar una temporada en el modesto Eintracht Brunswick, y en 1978 retorna al Bayern Munich en donde se encuentra con un joven delantero llamado Karl Heinz Rumennigge con el que tiene una gran conjunción formando la popular asociación sobre el césped denominada "Breitnigge" por el periodismo deportivo de su país.
En 1978 en un partido de clasificación contra Grecia, para el Mundial de Argentina ’78, se retira oficialmente de la selección pero regresa en el 82 en el Mundial de España quedando subcampeón.
En España, y aunque perdieron el primer partido (2-1) frente a Argelia, la RFA logró llegar a la final, donde fue desbordada por la Italia de Paolo Rossi (3-1). Breitner tuvo que contentarse con reducir el marcador con un disparo de afuera del área, convirtiéndose de paso en el único jugador, junto a Vavá y Pelé, en haber marcado en finales diferentes de la Copa del Mundo.
Durante el Mundial de 1982, Paul Breitner marcó fuertemente la pauta del comportamiento insolente de los jugadores de la República Federal alemana durante el Mundial, con sus salidas de tono y declaraciones a la Prensa y televisión del estilo de "me importa un carajo", o "eso son gilipolleces".
Tras su retiro, en 1983, se convierte en presidente del Bayern Munich y tras dejar la presidencia se dedica al mundo de la televisión y a representar marcas deportivas.
Ha sido 48 veces internacional con la selección alemana marcando 11 goles. En la Bundesliga ha jugado 285 partidos marcando 93 goles y siendo nombrado mejor jugador de Alemania en la temporada 80/81.
Breitner fue blanco de las críticas por el mal estilo, dentro y fuera del campo, de la selección. No parecía importarle mucho, porque él siempre fue un individualista, acostumbrado a nadar contra la corriente.

Trayectoria

* 1970-1974: Bayern Munich
* 1974-1977: Real Madrid (España)
* 1977-1978: Eintracht Braunschweig
* 1978-1983: Bayern Munich

Palmarés

Torneos Nacionales

* Ligas Alemanas: 1972; 1973; 1974; 1980 y 1981
* Ligas españolas: 1975 y 1976

Torneos internacionales

* Copa de Europa: 1974
* Copa Mundial de Fútbol: 1974
* Eurocopa: 1972


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41 años de gloria


El fútbol profesional en Perú llevaba ya tres años de vida cuando los propietarios británicos de la cervecería Backus y Johnston decidieron vender la firma a capitales peruanos. Cuenta la leyenda que los nuevos dueños se sintieron atraídos por una foto que pendía de una pared. Era un “eleven” que formaba en torno a un “goalkeeper” que tenía en sus manos una pelota de cuero.

Allí mismo, ese 8 de Abril de 1954, nació la idea de fundar un club que representara a la nueva empresa peruana. El principal impulsor fue Don Ricardo Bentín Mujica, quién, desde ese momento, puso en marcha todo su empuje para lograr que ese objetivo fuese realidad. Contó con el aporte de su compañera de toda la vida, Esther Grande de Bentín, a quienes, por aquellos años, se veía concurrir invariablemente al viejo estadio Nacional a sentarse sobre las graderías de madera.

Eran tiempos en que los primeros lugares del torneo peruano se los disputaban Alianza Lima, Universitario de Deportes, Deportivo Municipal y el Atlético Chalaco. Desde el Rímac se estaba gestando el nacimiento de un grande que iba a imponerse a lo largo de los años.

El barrio necesitaba de ese club y los dos propulsores aceleraron los trámites. La Backus tenía un equipo, el Sporting Tabaco, que nunca había logrado un título y que, por aquellos años, estaba en decadencia económica. El matrimonio Bentín buscó terrenos cercanos de la cervecería para que los trabajadores pudieran desarrollar sus actividades deportivas.

El primer paso estaba dado, pero también aparecía el primer choque con la realidad: la Federación Peruana no recibió con beneplácito que el viejo Sporting Tabaco se transformara como pretendía la Backus. Se instaló una polémica pública hasta que finalmente el 13 de Diciembre de 1955, la familia Bentín ganó la pulseada. Nació el Sporting Cristal Backus, primer nombre adoptado en la reunión de la Comisión Directiva. El nombre de Cristal surge a raíz de que éste era el producto más popular de la cervecería.

Con el convenio firmado, el distrito del Rímac veía como comenzaba a florecer un centro de esparcimiento de 137.000 metros cuadrados en el corazón del tradicional barrio Abajo del Puente. Su primera directiva electa estaba integrada por el presidente Blas Loredo Báscones; vicepresidente, Manuel Bentín Sánchez; secretario, Octavio Figueroa Fonseca; tesorero, Jorge Coquis Herrera; vocales, Jesús Espinoza Coronel, Jorge Albertini Delgado, Juan Echevarría y Guillermo Negrón Soyer.

El primer equipo de fútbol conservó los colores del Sporting Tabaco, el celeste elegido por los rimenses. Para el debut en los campeonatos peruanos, se contrató a un técnico extranjero, y así llegó el chileno Luis Tirado con sus valijas cargadas de entrenamientos variados. También era menester reunir otros elementos foráneos en la cancha para juntarlos con los nacionales. La piedra fundamental estaba colocada y se edificó el primer equipo campeón en la historia del nuevo club.

El final de 1956 encontró a la camiseta celeste de la cervecería en lo más alto. El valle donde se fundó la Ciudad de los Reyes -llamado Rímac en lengua de los indios-, festejaba su debut en las mieles del éxito. Hubo festejo allá en la cervecería, en la Alameda de los Descalzos, el agua del río traía noticias de triunfos.

Faustino Delgado, el puntero izquierdo de aquel título, lo hace memoria y recuerda desde sus 71 años (dato de 1996): “Yo fui uno de los que pasó de Tabaco a Cristal, y ese campeonato fue la primera alegría que me dio el fútbol. Me acuerdo el estado físico que teníamos. El chileno Tirado nos dejaba para jugar dos partidos por domingo. Además, nunca repetía los ejercicios. En el equipo había muy buenos jugadores que armaban el juego, como Mosquera, Terry y Zunino. Yo era ligerito y ellos me dejaban solo para definir. Jugué 19 años en este club y cuando me retiré, doña Esther me regaló un carro por mi trayectoria. Fue inolvidable”.

Don Ricardo Bentín Mujica y su esposa Esther Grande comenzaron a ver que sus ideas originales tomaban forma. Su equipo de fútbol era campeón y el club crecía con otras actividades deportivas que iban ganando espacio: boxeo, béisbol, básquetbol, bochas y ping pong, hasta las modernas como fútbol femenino y el tenis. La buena imagen del matrimonio hizo creer a la institución que, de a poco, comenzaba a meterse en la piel de los limeños.

El primer arquero de aquel campeón, Rafael Asca, quizás el más importante de la historia rimense, busca en el baúl de los recuerdos: “Entrenábamos en el Cuerpo de la Guardia Republicana, que nos prestaba las instalaciones mientras se construían las canchas. El Rímac estaba identificado con los colores de Tabaco. Por eso, Cristal siguió con la camiseta celeste. Me retiré a comienzos del ’63 para enseñarle a los arqueros. Pero como a fines de ese año se lesionaron Párraga y Rubiños, el brasileño Didí me pidió que volviera. Estaba a punto de cumplir 39 años y teníamos que jugar el clásico con la “U”. Fue mi último partido y empatamos 2-2”.

Unos años después de la fundación, la institución eliminó el nombre de Backus en señal de independencia económica, ya que se trata de una asociación civil sin fines de lucro, a pesar de que la empresa aporta dinero en el club, pero éste maneja sus propios ingresos.

El fútbol seguía creciendo y el segundo título llegó en 1961. “La institución era un hogar para todos los que estábamos en aquella época de los ’60” -cuenta Alberto Gallardo, junto con Julio César Uribe, los mejores jugadores de la historia de Cristal que surgieron de las inferiores-. “El equipo era uno de los más fuertes, a pesar de que casi no teníamos hinchada. El fútbol profesional sólo se practicaba en Lima, y se jugaba entre sábados y domingos. En el ’61, hicimos una gira por Estados Unidos, China, Europa y África. En total fueron 30 juegos y yo convertí 37 goles. Tenía 20 años. Después fui goleador del ’62 y ’63 hasta que me vendieron al Milán de Césare Maldini, Sandro Mazzola y Gianni Rivera. Más tarde jugué en Palmeiras para retornar luego al Cristal. ¿Quién fue el mejor jugador de este club? Yo, Alberto Gallardo, sin dudas. Claro, si estuve en los Juegos Olímpicos del ’60, el Mundial del ’70, actué en varias Copas Libertadores y fui dos veces el artillero del Perú”.

Actualmente tiene 56 años (al momento de escribirse esta nota Alberto Gallardo aún nos acompañaba, lamentablemente ya no está más con nosotros debido a su fallecimiento en 2002) y entrena las divisiones menores del club, además de ser el técnico de Alcides Vigo, una institución que patrocina Cristal. “Acá hubo un cambio en los últimos años, tiene mejor estructura que cuando yo jugaba”.

La tercera vuelta olímpica llegó en 1968, de la mano de Didí. Don Ricardo Bentín Mujica lo trajo al club a fines de ’67 para que armara el equipo y el brasileño los llevó al éxito. Ramón Mifflin, uno de los puntales de aquella formación hace un repaso: “En esos tiempos ya era el club con mejores posibilidades económicas de Perú. Estaba el matrimonio Bentín, a quienes recuerdo con mucho cariño, que siempre se preocupaban por el jugador. Cristal mantenía un estilo de juego donde prevalecía la parte técnica. El que no tenía buen manejo no podía estar en el equipo. Del título del ’68 recuerdo la final que le ganamos 2-1 al Juan Aurich”. El “Cabezón” Mifflin tiene hoy cincuenta años (dato de 1996).

En el arranque mismo de la década del ’70 llegó el cuarto título, más tarde complementado por el del ’72. Por aquellas épocas, la tradición de la familia Bentín exigía que, antes de los partidos, ellos se acercaran a la concentración del primer equipo, comieran juntos y realizaran una misa en la pequeña capilla que hizo construir doña Esther detrás de uno de los arcos de las canchas de entrenamientos.

Quizás el final de una década gloriosa para el fútbol peruano fue el amague de un ciclo histórico para el Cristal. Se quedó con los campeonatos de 1979 y 1980. No pudo completar el “Tri” porque el Melgar interrumpió su serie en el ’81. Marcos Calderón era el técnico del equipo y habían retornado del exterior nombres que tuvieron su sitio privilegiado en la historia del fútbol incaico: Héctor Chumpitaz, Ramón Quiroga, Percy Rojas, Oswaldo Ramirez, Alfredo Quesada, Juan Carlos Oblitas y Julio César Uribe.

A la alegría de los campeonatos se interpuso la irreparable pérdida de los verdaderos padres del club. En 1975 falleció la señora Esther Grande de Bentín y cuatro años más tarde se fue el ingeniero Ricardo Bentín Mujica. Sus hijos, Ricardo y Cata, eran los encargados de seguir la tradición familiar del club “bajopontino”.

La racha de títulos se extendió en 1983 y 1988, éste último con la vuelta del ídolo, Julio César Uribe, para la parte final del torneo. Lo mejor estaría por llegar cuando el cienasta Franciso Lombardi asumiera como presidente de la Comisión de Fútbol. Su primer acto fue contratar a Juan Carlos Oblitas, un zurdo que sabía de títulos con la celeste en el pecho, a pesar de estar identificado con los colores cremas de Universitario de Deportes.

El “Ciego” armó el equipo con jugadores de experiencia, un plantel que no desbordaba de talento pero que era invulnerable defensivamente. Conclusión: décimo título del Club Sporting Cristal. Oblitas dejó el club para ser el ayudante de Miguel Company en la Selección Peruana, pero retornó a fines de 1993 para armar el equipo tricampeón.

Pero nuevamente el destino se ensañaba con Sporting Cristal. A fines de 1994, una penosa enfermedad se llevó a Ricardo Bentín Grande cuando tenía 45 años. El campeonato Descentralizado de 1995 llevó su nombre y Sporting Cristal se juramentó ganarlo. Era el mejor homenaje que un grupo de jugadores y dirigentes le podían hacer a la memoria de un digno continuador de la obra de sus padres.

Hasta que el 3 de Noviembre de 1996 llegó el decimotercer campeonato a las vitrinas del club Rímac. Ese distrito que fue centro de la vida social y política en el siglo XIX y comienzos del XX. A ése lugar y ésa época de la vieja Lima a la que se refiere Chabuca Granda en su célebre canción “La Flor de la Canela”, cuando describe a un tipo de mujer mulata y bajopontina, que a su esposo derramaba su gracia.

La vida es otra en la mítica Lima por estos tiempos, y el viejo Sporting Tabaco nunca soñó que su sucesor, el Cristal, iba a recorrer tantos caminos de éxitos en el fútbol peruano, hasta dejar de ser el club del Rímac y discutirle cara a cara la supremacía a Universitario y Alianza Lima. Aquella idea del matrimonio Bentín es una realidad. La tradición familiar lo elevó a un sitial de privilegio, como lo habían soñado cuando vieron la foto del “eleven” de Backus colgado en la pared de la cervecería.

(artículo escrito por el periodista peruano Emilio Laferranderie, “El Veco”, en la página oficial del club Sporting Cristal con motivo del 41º aniversario de su fundación)

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El 10 (Ricardo Bochini)


En aquel tiempo, mientras me iba formando como jugador, estaba enamorado de Bochini. Me enamoré terriblemente y confieso que era de Independiente en la Copa Libertadores, a principios de los setenta, cuando estaba por dar el salto de los Cebollitas a la novena, porque ¡Bochini me sedujo tanto! Bochini. y Bertoni. Las paredes que tiraban Bochini y Bertoni eran una cosa que me quedó tan grabada que yo las elegiría como las jugadas maestras de la historia del fútbol.

"No se llama Maradona,
no es Alonso ni Pelé.
Es el maestro Bochini,
el mejor número 10"

(hinchada de Independiente)

Podría abrumarlos con las estadísticas. Decirles, por ejemplo, que Ricardo Enrique Bochini jugó al fútbol durante diecinueve años, siempre para Independiente, y que ganó trece títulos con la camiseta del rojo de Avellaneda. Podría agregar que esa cifra incluye cuatro copas Libertadores de América y dos Intercontinentales y asegurar sin temor a equivocarme que ningún otro jugador en el mundo consiguió jamás un record semejante. Podría empezar con ese golpe de efecto -al fin y al cabo, la suya fue una carrera espectacular-, pero no sería del todo justo. La historia de Bochini no se mide con números: es una historia épica y asombrosa, como todas las que incluyen hazañas y trucos de magia.

Es una sucesión de zagueros despatarrados en el suelo, de extáticos gritos de "¡Ole!", de domingos felices. Es un constante festival de lo inesperado, lo imprevisible, una de las más hermosas historias que puede contar el fútbol argentino. Es, también, el recuerdo de un pibe al que le alegró la vida, un pibe que jamás lo olvidará, que quiere compartir su emoción con los demás y que para eso escribe esta nota.

Las cosas han cambiado. Bochini tiene 46 años. Al cierre de esta edición, Independiente, el Rey de Copas, terminó decimotercero en un campeonato en el que intervienen veinte equipos, aunque sobre el final recompuso un poco su imagen con victorias frente a su clásico rival, Racing Club, y frente al reciente campeón intercontinental Boca Juniors. Los dirigentes lo convocaron para ver si -ahora desde afuera de la cancha- puede ayudar al rojo a recuperar la gloria que cosechó cuando él jugaba. Le dieron dos cargos a la vez: director general del fútbol amateur y asesor del fútbol profesional de Independiente. El Bocha está obsesionado con su nueva misión: por eso me cita en el complejo de Villa Domínico, donde entrenan tanto el primer equipo como las divisiones inferiores del club. Llega cuarenta y cinco minutos tarde: todo el mundo lo saluda, lo palmea, le dice "maestro". Los periodistas que rondan Domínico se acercan a nuestra mesa y lo ametrallan para las radios de Buenos Aires con preguntas sobre el futuro del actual entrenador Osvaldo Piazza -cuando se realizó esta nota, pendía de un hilo: luego comenzó a repuntar-, sobre el estilo de juego del equipo, sobre la manera de salir del pozo. Una vez que lo dejan en paz y se van, yo prefiero hablar de tiempos mejores.

Empezamos por la niñez. Le pido que me cuente cómo era Villa Angus, el barrio de Zárate -una ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires- en el que se crió. Su relato me traslada a la pequeña casa donde vivía la numerosa familia Bochini: papá, mamá, una tía, la abuela y los hermanitos, siete varones y dos nenas. Papá trabajaba todo el día, por contrato, en diferentes fábricas, y hacía changas (trabajos puntuales, encargos breves y específicos) de albañil para sumar unos pesos. La tía trabajaba en un frigorífico de Zárate. Lo bueno de la escuela eran los recreos, porque en el patio se podía jugar con pelotas de trapo. Después, nada. Ricardo dejó en sexto grado y se dedicó a repartir diarios a los quioscos en una bicicleta con portaequipaje especialmente preparada por el padre. Lo bueno del barrio eran los clubes de baby fútbol y los campeonatos. Su primer equipo fue el Estrada Fútbol Club. Su primer título lo ganó con un equipo cuyo nombre ya no recuerda, dirigido por un vecino de la cuadra.

-Se empezó a correr la bola. Todos me iban a ver jugar, todos hablaban de cómo jugaba. Desde chiquito hacía goles gambeteando a tres o cuatro jugadores. Me anoté en el club Belgrano de Zárate. Salí campeón con la sexta y con la quinta. A los 13 años, debuté en la primera y jugué las últimas cuatro fechas del campeonato de la ciudad, mezclado con gente que tenía 28, 30 años. El técnico no me quería poner porque era muy chico, pero la gente me pedía. En ese momento íbamos segundos: entré en el segundo tiempo de un partido, metí dos goles e hice hacer otros dos. Ganamos 4 a 2 y nos pusimos primeros. Después ganamos los tres partidos restantes y salimos campeones.

El técnico de Belgrano, un señor Enricó, comprendió enseguida que el pibe era demasiado bueno para jugar campeonatos de barrio y lo llevó a probarse a Independiente. El niño prodigio viajó en tren, llegó a Avellaneda al mediodía, almorzó frugalmente y se probó a las dos de la tarde. Anduvo bien. Hubo un penal para su equipo: lo pateó él y lo convirtió. Al poco tiempo, le hicieron una prueba más rigurosa: jugó un partido oficial con la Reserva del club. Apenas tenía 15 años. Jugó bien.

Nombre: Ricardo Enrique Bochini
Fecha de nacimiento: 25-01-54
Lugar: Zárate
Puesto: 10
Club: Independiente
División: Séptima
Ídolo: Pelé

En la opinión del técnico Fernando Bello: Gran futuro. Habilidoso, cerebral, goleador. Gran capacidad para jugar sin pelota. Arranca de atrás y llega con potencia para definir. Le pega con las dos piernas. Le falta continuidad y confianza para buscar el juego aéreo.

(Recuérdelo, en revista “El gráfico”, 3 de Noviembre de 1970)

-Hubiera querido que mis padres estuvieran, pero ni siquiera pude avisarles porque en Zárate no había teléfono. Yo vivía en la pensión del club. A veces extrañaba un poco, pero tenía tanta pasión por el fútbol que estaba todo el día pensando en llegar, en triunfar, en ser conocido, en mejorar la situación económica de mis padres. El fútbol era lo único que me podía salvar, porque no sabía hacer otra cosa.
El día de mi debut, entonces, estuve solo. Entré en el segundo tiempo, jugué de delantero y tiré un par de buenos pases, pero perdimos 1 a 0. Tenía 18 años, pero todavía no estaba listo para competir en Primera. Era rápido con la pelota, pero me faltaba fuerza, resistencia. En el Nacional del 72 jugué mi primer clásico con Racing. Fue en la cancha de Boca, bajo un diluvio. Perdimos 2 a 1, pero yo hice mi primer gol: fue una pared con Bulla, que jugaba de 9. Cuando me salió Fillol -el arquero rival- se la tiré contra el palo.

Los hechos se sucedieron vertiginosamente. Lo convocaron para la Selección Juvenil que jugaba un torneo en Cannes. En el Juvenil formó su sociedad creativa con otro chico de Independiente, Daniel Bertoni, el delantero que mejor lo interpretó. Se largaron a tirar paredes como locos. Cada uno adivinaba lo que el otro iba a hacer: Bertoni hacía goles con pases de Bochini; Bochini convertía en goles los pases de Bertoni. En 1973, los dos comenzaron la era de las hazañas. El Bocha entró en el segundo tiempo de la final de la Copa Libertadores contra Colo Colo de Chile, en el estadio Centenario de Uruguay. Independiente ganó 2 a 1 y se consagró campeón.

Yo no sé si Bochini le cambió el alma a este Independiente. Estoy casi convencido de que no. Pero de lo que sí estoy seguro es que le cambió la cara. Que le cambió esa sensación de dureza para querer más la pelota. Que con esa primera maniobra, donde la pidió con atrevimiento y se animó, gambeteando frente a cuatro chilenos, le transmitió al equipo otra dinámica. Más alegre. Más joven.

(Osvaldo Ardizzone en revista “El Gráfico”, 12 de Junio de 1973)

-Esa noche hacía un frío de locos. La cancha estaba llena. Los chilenos trajeron al arriero que les había salvado la vida a los jugadores de rugby uruguayos en la cordillera de los Andes y lo pasearon en andas por toda la cancha. Fueron vivos: así lograron que todos los uruguayos hincharan por Colo Colo. De cualquier manera, la gente no pesó en el campo de juego. Bertoni jugó de titular: yo entré en el segundo tiempo. La primera pelota que recibí fue por derecha, me gambeteé como dos o tres, tiré al arco y pasó rozando el palo. Después, en el tiempo suplementario, pateó Galván, tapó el arquero, yo vine a la carrera, le pifié porque había barro, entró Giachello e hizo el gol que definió el partido. Ganamos 2 a 1. Jugué bastante bien y la gente me empezó a pedir.

La parada siguiente fue aún más dura. El título de América clasificó a Independiente para jugar ante el campeón europeo la Copa Intercontinental, la final más importante que un club de fútbol puede disputar. En 1972, todavía sin Bochini, Independiente había sido derrotado por el poderoso Ajax de Holanda, cuya estrella principal era Johan Cruyff. En 1973, los holandeses repitieron el título europeo, pero no quisieron darle la revancha a Independiente: alegaron que el juego de los argentinos era demasiado brusco para sus piernas del primer mundo. Le pasaron el desafío a la Juventus de Italia, subcampeona de la copa UEFA. El equipo de Turín aceptó el reto, pero con una condición: debía jugarse un solo partido en el estadio Olímpico de Roma. Independiente recogió el guante y, de la mano de Bochini, escribió su página más gloriosa.

-Hacé memoria-, le pido. Saco el casete en donde estoy grabando la entrevista, lo reemplazo por otro con el relato de José María Muñoz. Es ese gol, el más importante de toda su carrera. El Bocha se avergüenza, le incomoda que los demás lo vean escuchando su propio gol. Ya está, ya está, gracias, sacalo si querés, propone antes que Muñoz redondee su relato con el resultado, Independienteeee unoooo, la Juventus cerooooo.

-¿Sabías que la Juve llevaba 10 partidos sin que le hicieran un gol?

-No, no conocía a nadie de la Juventus. Sabía que eran el favorito. Si perdíamos, no pasaba nada. Y si ganábamos. Era una cancha linda, con un pasto hermoso. Yo jugué tranquilo, como si estuviera en Avellaneda. En esa clase de partidos decisivos, podía estar un poco nervioso antes de que empezaran, pero una vez que tocaba la pelota, ya estaba bien. La Juventus era más rápido que nosotros, nos superaron. Tuvieron varias oportunidades de gol, nos pegaron dos o tres tiros en el travesaño, un penal errado. Pero el gol lo hicimos nosotros. Y fue un golazo. Es cierto que los europeos son fuertes, que tienen buena preparación física y todo eso, pero en Roma me di cuenta de que si tenés talento, habilidad y rapidez, podés jugar en cualquier lado.

La obra de arte que asombró a los italianos. El arranque perfecto en sociedad entre Commisso y Balbuena, el toque para Raimondo, el alargue de Perico para Bochini y ahí comienza el gran final. Gran pared entre Bochini y Bertoni, la recibe el Bocha en el área, se tiran a taparlo Zoff y Salvadore, el pibe de Zárate la "empala" con su botín derecho, la levanta con una serenidad y categoría increíbles, y la deposita suavemente en la red por encima del arquero de Juventus. Sensacional. Golazo.

(Julio Algañaraz en revista “El Gráfico”, 4 de Diciembre de 1973)

La llegada a Buenos Aires. Miles de hinchas esperaron y recibieron a los Campeones del Mundo quienes venían desde Italia.
Los campeones del mundo llegaron a Buenos Aires un viernes, descansaron el sábado y el domingo enfrentaron a Racing por el torneo local. La rivalidad entre los dos clubes es tan increíble como pintoresca. Independiente y Racing son de la misma ciudad, Avellaneda, pero además sus respectivos estadios están uno a doscientos metros del otro. Para que se entienda claramente, digamos que la idea de perder con Racing es insoportable para un hincha de Independiente. Y haberle ganado a la Juventus no los autorizaba a perder el clásico. Pues bien: jugaron en la cancha de Racing, Independiente ganó 3 a 1 y dio la vuelta olímpica con las tres copas que había ganado ese año -la Libertadores, la Interamericana y la Intercontinental- en la cancha de su eterno rival. La gran figura del encuentro fue, naturalmente, el héroe que nos ocupa, que participó en los tres goles del Rojo. Es probable que aquella tarde, la hinchada le haya cantado por primera vez.

La historia del Maestro es tan rica que nos permite dar un salto en el tiempo, omitir sus brillantes participaciones en las copas Libertadores de 1974 y de 1975, o en las copas Interamericanas de 1973, 1974 y 1976, todas ellas ganadas por Independiente. Digamos como al pasar que en la semifinal de la Libertadores de 1975, contra Rosario Central de Argentina, hizo un gol eludiendo a cuatro rivales y definiendo entre las piernas del arquero. No vale la pena hablar de ese gol si consideramos que en las semifinales de la Libertadores de 1976, ante Peñarol de Montevideo, eludió a siete jugadores -algunos de ellos dos veces- y definió suavemente, ante el estupor del arquero uruguayo Walter Corvo. ¿Recuerdan el legendario gol de Diego Maradona a los ingleses en el Mundial 86? ¿No se quedaron boquiabiertos? ¿No es el más bonito que han visto en sus vidas? Si es así, no han visto lo suficiente. Aquella tarde en el estadio Azteca, Diego eludió a cinco rivales, dos menos que Bochini ante Peñarol.

-Hice otras jugadas como esa, pero siempre se me iban rozando el palo. Esta vez entró.

-Debe ser muy parecido a la felicidad.

-Qué te parece. Fue la jugada soñada. Hace poco escuché por la radio a un periodista que decía que los jugadores profesionales no se divierten. Es un boludo, yo no sé si alguna vez habrá tocado una pelota. Yo me divertía apenas pisaba la cancha. El jugador se divierte en las prácticas, en los partidos, siempre. No hay nada más lindo que correr, saltar, jugar. Se divierte el que crea fútbol y se divierte el que quita pelotas, porque participar del juego es hermoso. Y si encima tenés la posibilidad de tirar una buena pared, hacer una buena jugada, una buena gambeta, un golazo, y que la gente te ovacione. ¿Qué más querés? Cuando termina el partido, si perdiste, puede ser que te amargues un poco. Pero enseguida te empezás a divertir pensando que el domingo que viene podés tener tu revancha.

Fuera de la cancha, Bochini siempre fue un tipo misterioso. No sabemos mucho acerca de su vida privada, no es mucho lo que él deja entrever. Nunca opinó sobre el Papa ni sobre Fidel Castro, nunca vistió camisas de Versace ni cantó una canción en público. Dicen que en los 70 y en los 80 alguna vedette le hizo perder el sueño. Dicen, pero Bochini, como Bob Dylan, siempre fue muy discreto. A mediados de 1976, súbitamente, dejó de jugar. Se recluyó en su Zárate con su familia, pasaron los meses y comenzó a circular el rumor. "Bochini cree que tiene cáncer pero no tiene nada. Está loco", era la comidilla en el ambiente del fútbol. Pasaron los meses hasta que, así como se había ido, un día volvió. Ha pasado casi un cuarto de siglo y todavía hoy no ofrece una explicación convincente de lo que le ocurrió. Se la guarda.

-No pasó nada. Estaba mal anímicamente, y físicamente muy agotado. Me cansaba mucho en los partidos y me vine a Zárate. Un dirigente, Galano, me visitó y me dijo que tenía todo el apoyo del club, que descansara lo que fuera necesario y que, cuando me sintiera bien, volviera. Así fue. Cuando volví había engordado cuatro o cinco kilos, pero los bajé enseguida.

-¿Y de verdad pensaste que tenías cáncer?

-No, eso era todo mentira. No sé quién lo inventó.

En 1977, Talleres de Córdoba era el equipo sensación del fútbol argentino. Ganaba y daba espectáculo, y además varios de sus jugadores habían sido convocados a la Selección Nacional. El entrenador de Talleres era Roberto Saporiti, ayudante de campo de César Luis Menotti en la Selección. El Mundial 78 iba a disputarse en la Argentina y la provincia de Córdoba estaba designada para ser una de las subsedes del torneo. Para ello, la dictadura estaba erigiendo en esos días un estadio enorme y moderno, a la altura del acontecimiento. Había múltiples razones para suponer que los militares veían con buenos ojos que Talleres saliera campeón por primera vez. Pero en su camino se cruzó Independiente.

Los dos equipos llegaron a la final del Campeonato Nacional 77. El primer partido se jugó en el estadio de Independiente. Empataron 1 a 1. Talleres era el gran favorito para la revancha, porque jugaba en su casa y porque la reglamentación establecía que, en caso de empate en puntos y en diferencia de goles, los goles obtenidos como visitante se computaban dobles. Con empatar 0 a 0, entonces, los cordobeses daban su primera vuelta olímpica.

-Yo supe que el general Luciano Benjamín Menéndez, que entonces era el Gobernador de Córdoba, estaba muy interesado en que Talleres saliera campeón. Y ese partido fue muy raro, muy raro.

El 25 de Enero de 1978, por la noche, el escenario estaba listo para la fiesta. No cabía un alfiler en la cancha de Talleres. Casi todos estaban de azul y blanco: miles de simpatizantes rojos en la cancha, y millones comiéndose las uñas por televisión.

Independiente arrancó mejor, más sereno, más pensante. A los veintinueve minutos, un frentazo del goleador Norberto Outes puso las cosas 1 a 0 para los Rojos. Así terminó el primer tiempo. Bochini estaba jugando bien, pero no era el único. Independiente ganaba con claridad. A los 15 minutos del segundo tiempo, el cordobés Valencia tiró un centro en busca de la cabeza de un compañero. En el camino, la pelota pegó en la mano del defensor rojo Pagnanini. Fue una mano casual. El árbitro Barreiro cobró penal. El delantero de Talleres Cherini lo convirtió. 1 a 1. Los jugadores de Independiente protestaron. No hubo caso. A los 29 minutos del segundo tiempo, un jugador de Talleres tiró otro centro: esta vez encontró la mano de un compañero. El delantero Bocanelli le pegó un puñetazo a la pelota, como en un remate de vóley, y convirtió. No tuvo el disimulo de Maradona en su primer gol a los ingleses, que hay que verlo en cámara lenta para detectar la infracción. No. Esta fue una mano burda, atroz. Barreiro cobró el gol. 2 a 1 para Talleres. Los jugadores de Independiente se sacaron de sus casillas.

-Tengo dos hijos y esto me da vergüenza. Écheme-, dijo el capitán del equipo, Rubén Galván. Barreiro le sacó la tarjeta roja.

-Esto es una usurpación. ¿Por qué no me echa a mí también? -dijo el mediocampista Omar Larrosa. Barreiro le sacó la roja.

El defensor Enzo Trossero le dijo de todo. Barreiro también le sacó la roja. Indignados, los simpatizantes del Rojo gritaban:

Ladrones, ladrones,
Así salen campeones.

El director técnico del equipo, José Omar Pastoriza, deambulaba por el campo de juego tratando vanamente de calmar los ánimos.

-Vámonos, Pato, nos están robando-, le dijo Bochini a Pastoriza. Afortunadamente, Barreiro no lo escuchó.

-Tranquilo, Bocha, tranquilo-, le contestó el entrenador.

Comienza la vuelta. Trossero, Pastoriza y Larrosa explotan de felicidad.
Quedaron ocho contra once. Demasiada ventaja para una final. Fuera de sí, Bochini le tiró un terrible puntapié al defensor cordobés Ocaño. Afortunadamente, Barreiro no le sacó la roja.
Pastoriza intentó lo imposible. Como gol de visitante valía doble, como en Avellaneda habían empatado 1 a 1, si Independiente conseguía el empate salía campeón. Claro que no es fácil remontar el resultado con tres hombres menos. El Pato reemplazó a los delanteros Britez y Magallanes. Se necesitaba con urgencia un socio para Bochini en el campo de juego. Pastoriza hizo ingresar al hábil Mariano Biondi y a Bertoni. Daniel Bertoni estaba en el banco de suplentes casi como un amuleto. Venía de una larga lesión y tenía cinco kilos de más.
Destino de héroe. Bochini festeja eufórico el empate ante Talleres. Fue la máxima hazaña que registra el fútbol argentino.

-A los 84 minutos, Pagnanini me dejó la pelota en el medio de la cancha. Gambeteé a uno, se la toqué a Bertoni, Bertoni se la dio a Biondi, le salió Guibaudo, el arquero de ellos, y Biondi hizo una gambeta larga para sí mismo, levantó la cabeza, me vio y me la tiró. Yo venía a la carrera y, como había dos jugadores de ellos tapando el arco, le pegué bien arriba. Entró ahí nomás, apenas debajo del travesaño. Fue el gol que más grité en toda mi vida. Después aguantamos el resultado hasta que terminó. Cuando dimos la vuelta olímpica, los hinchas de Talleres nos aplaudieron. Nos habíamos ganado el respeto de ellos.

El 25 de Enero de 1978, Ricardo Enrique Bochini cumplió 24 años. Sus compañeros le dedicaron el campeonato.
Era la desesperación, era el drama. Fue la gloria. La gloria que sólo pueden alcanzar los predestinados. Ricardo Enrique Bochini llegó a ella justo el día en que el calendario marcaba su 24 aniversario.

(Destino de héroe. Eduardo Rafael en revista “El Gráfico”, 31 de Enero de 1978)

Recuerdo a un pibe de siete años, desaforado frente a un televisor en blanco y negro. Recuerdo un quilombo de abrazos con los hermanos y con papá, un vaso que se volcó y que no lo importó a nadie, una mamá que dijo Bueno, che, qué exagerados, es un partido de fútbol. Recuerdo, pocos días después, el recibimiento a los campeones en la cancha de Independiente, la vuelta olímpica en casa, los aplausos de la gente. La bandera, el gorro. Y el cantito.

"Eh, chupe, chupe, chupe
No deje de chupar.
El Bocha es lo más grande
del fútbol nacional"

Pobre, pobre Talleres que fue a toparse con Bochini un año y otro. En la semifinal del Nacional del 78, cordobeses y Rojos volvieron a encontrarse. Independiente ganó los dos partidos. En la final le tocó River, con uno de sus equipos más lujosos, integrado por cinco jugadores del plantel campeón del Mundial 78. Empataron 0 a 0 en el estadio de River. Independiente venció 2 a 0 en su cancha y mostró una superioridad abrumadora. Adivinen quién marcó los dos goles.

El Maestro se cansa de bucear en su memoria. Pide que retomemos la charla al día siguiente. Un ex compañero le trajo a su hijo para que lo vea jugar. En pocos minutos, El Bocha vivirá un momento difícil: deberá explicarle a su ex compañero que el muchacho es de madera. Volverá tarde a su casa, apenas con tiempo para ver a su esposa y disfrutar de sus pequeños Ricardo Simón y Manuel Enrique. Me pregunto si alguno de los dos hermanitos llevarán en sus genes la información necesaria para convertirse en los herederos. Que me perdone la madre, pero yo no quiero que salgan abogados como ella. Me pregunto si alguna vez volveremos a estar en trance, gritando:

Bo-Bo-chini
Bo-Bo-chini

La segunda vez que nos encontramos, el Bocha llega una hora tarde. Hablamos durante veinte minutos: luego, simplemente comunica que debe irse. Son las 13 y él promete regresar a las 14, pero no cumple. A las 15 todavía no apareció. Sus designios son inescrutables. Me voy a casa. Si el Maestro cambió de idea y ya no quiere hablar por hoy, habrá que conformarse. Hemos hablado acerca del Independiente del 83-84, un hito en la historia del fútbol argentino.

-Si ese equipo jugara hoy, saldría campeón cinco fechas antes del final del torneo. Fue el mejor equipo de la década, lejos. Si hubiésemos tenido un número 9 éramos invencibles. Vos fijate que el centrodelantero cambiaba siempre y así y todo salimos campeones del mundo...

El Independiente de 1983-84, en realidad, tenía casi el mismo plantel que el de 1982. En el 82 se le escaparon los dos torneos ante el mismo rival, Estudiantes de la Plata. Estudiantes ganó el torneo Metropolitano por dos puntos, y el torneo Nacional por un gol. En 1983, el entrenador Rojo Nito Veiga fue reemplazado por José Omar Pastoriza. En su regreso al club, el Pato consiguió el Metropolitano del 83, la Copa Libertadores de América de 1984 y la Copa Intercontinental de ese mismo año, ante el Liverpool de Inglaterra. Más allá de Bochini, en ese plantel había jugadores de gran jerarquía como Jorge Burruchaga, Ricardo Giusti y Néstor Clausen -luego integrantes de la Selección argentina en el Mundial 86- y el exquisito volante central Claudio Marangoni.

-En el 82 jugábamos igual que en el 83 y en el 84. Tal vez mejor, porque en el torneo del 82 salimos segundos con 52 puntos y en el 83 salimos campeones con 48. Durante esos tres años tuvimos muchos partidos brillantes. Ese es el mejor equipo que integré: tal vez hayan aparecido en la Argentina otros equipos con tanta riqueza técnica como el nuestro, pero seguro que no apareció ninguno que tuviera a la vez una defensa tan sólida. Nos íbamos al ataque muy tranquilos porque confiábamos en nuestros defensores. Yo estaba bien libre, para crear fútbol. Anduve bastante bien. Nos entendíamos a la perfección con Jorge Burruchaga. Nos salían todas.

En nueve de los treinta y seis partidos que Independiente disputó en el Metropolitano de 1983, Bochini fue elegido por la revista El Gráfico como la figura de la cancha. El torneo concluyó con un regalo extra para los simpatizantes Rojos: Independiente se consagró campeón derrotando 2 a 0 a Racing. Como si esto fuera poco, esa misma tarde el eterno rival se despedía de la primera división.

En 1984, los Rojos reconquistaron la Copa Libertadores con un juego de lujo. El Maestro, perfeccionista, no quedó del todo satisfecho.

-Deberíamos haber salido campeones invictos. Perdimos un solo partido, 1 a 0 con Olimpia, en Paraguay, y en ese partido pegamos seis tiros en los palos.

En la revancha con Olimpia, en Avellaneda, Independiente necesitaba ganar para seguir en carrera. No había otra posibilidad: con el empate quedaba afuera. El partido estaba 2 a 2. Una tras otra, las jugadas de gol morían en las manos del arquero paraguayo Ever Almeida. Hasta que, dos minutos antes de que terminara el partido, el genio frotó la lámpara.

Barberón recogió en su campo por derecha, le dejó la pelota a Bochini, apenas pasada la línea central, el Bocha avanzó y la puso como él, como pocos como él saben, por detrás del pique del propio Barberón, que ya avanzaba por la izquierda después de cruzar todo el campo. El puntero se llevó a la rastra a su marcador y metió un centro a media altura para que Bufarini la metiera cerca del palo izquierdo. Fue el tres a dos, fue la victoria, fue el delirio.

(revista “El Gráfico”, 1° de Mayo de 1984)

La primera final de aquella Libertadores, en Brasil ante Gremio de Porto Alegre, no fue transmitida por televisión. Quienes vieron el partido se encargaron de otorgarle contenido mítico, de jactarse orgullosos de haber estado allí. Dicen que la superioridad de Independiente fue tan notable que aquello pareció más un entrenamiento que una final. Dicen que la actuación de Independiente fue tan pero tan brillante que el entonces campeón del mundo se sintió humillado en su propia casa.

-Es verdad. Dominamos el partido desde el principio hasta el final. Ganamos 1 a 0, pero nadie se hubiera quejado si el resultado era 2 o 3 a 0. No parecía una final de América. En la revancha en Avellaneda, los brasileños nos habían tomado tanto miedo que necesitaban ganarnos y vinieron a defenderse, a jugar de contragolpe. Por eso salió un partido trabado, empatamos 0 a 0 y dimos la vuelta olímpica otra vez.

Luego de la segunda entrevista, el ídolo desaparece durante casi una semana. Día tras día lo llamo a su casa y nada. ¿Cómo enojarse con él? Finalmente, después de muchos mensajes en el contestador, después de muchos diálogos con la Primera Dama -su esposa- un día suena el teléfono. Es él. Bochini condescendió a discar mi número y llamarme: ahora tengo mi propio "Teléfono Rojo". Concertamos el horario de la tercera entrevista. Arreglamos para el día siguiente, a las 11 de la mañana. Bochini llega a las 13, algo apurado. No importa. Llegó. Todavía nos quedan su paso por la Selección Nacional, el campeonato del 89 con Independiente, el partido homenaje.

A pesar de semejante curriculum, la Selección argentina le fue esquiva. Pocos meses antes del Mundial 78, César Luis Menotti lo dejó afuera del plantel que disputaría el torneo, al igual que a Diego Armando Maradona. Más allá del título obtenido por el seleccionado, en ambos casos la decisión de Menotti fue disparatada. Sobre todo, si se considera que en el combinado argentino, en el mismo puesto de Bochini y Maradona, Menotti llevó a jugadores de inferior calidad como José Daniel Valencia y Ricardo Julio Villa. En toda su carrera, Bochini disputó 28 encuentros para el seleccionado.

En 1986, Carlos Salvador Bilardo lo incluyó en el plantel que obtuvo el título mundial. Aquel fue el campeonato en el que Diego Maradona tocó el cielo de los futbolistas. ¿Qué hubiera pasado si Maradona y Bochini jugaban juntos? Tal vez aquel gran equipo habría rozado la excelencia. Bochini entró en la semifinal del Mundial 86, faltando cinco minutos para el final del partido con Bélgica. Dice la leyenda que Maradona le dijo:

-Pase, Maestro, lo estábamos esperando.

Le pregunto al Bocha si recuerda aquella bienvenida.

-Algo me dijo Diego, pero no me acuerdo qué. Yo estaba muy concentrado. Argentina ganaba 2 a 0 y yo quería jugar, aunque fueran cinco minutos. Siempre pensé que tenía la capacidad suficiente como para jugar un Mundial, pero bueno, los técnicos pensaron otra cosa.
En esos cinco minutos, Diego y Bochini alcanzaron a juntarse una vez a tocar. En su autobiografía, Maradona sostiene que: "Fue como tirar una pared con Dios"

Sólo le pido a Dios
que Bochini juegue para siempre,
siempre para Independiente
para toda la alegría de la gente

-¿Por qué no te fuiste nunca a Europa?

-Cada vez que me salía del país 10 o 15 días, me costaba mucho adaptarme. Extrañaba. Además estaba muy cómodo en Independiente, un equipo que jugaba partidos importantes, que peleaba el campeonato local, la Copa Libertadores. Estaba más cerca de la Selección: en mi época, los jugadores que estábamos en la Argentina eran más tenidos en cuenta que los que jugaban en Europa. Y además la gente me quería.

A los 35 años, Bochini consiguió su último título. Jugó grandes partidos en el torneo 88-89, especialmente contra los rivales más poderosos: contra Boca, contra San Lorenzo. Independiente se consagró campeón una fecha antes del final. El paladar negro del hincha del Rojo, sin embargo, no valoró en su justa medida aquella conquista.

-Ese equipo era muy bueno, pero no tenía el vuelo del 84. Tal vez no jugábamos brillantemente, pero salíamos a ganar en todas las canchas. A la gente no le gustaba tanto porque lo comparaba con el otro, que tal vez haya sido el mejor de la historia del fútbol argentino. Yo había perdido algo de velocidad, entonces trataba de que la que corriera fuera la pelota.

El 5 de Mayo de 1991, en un partido sin ninguna importancia contra Estudiantes de la Plata, el taponazo brutal de un tal Pablo Erbín lo sacó de la cancha con el tobillo destrozado. Yo hubiera recibido gustoso ese puntapié maldito si Dios me garantizaba a cambio que iba a cumplir con lo único que yo le pedía, que Ricardo Enrique Bochini jugara para siempre, siempre para Independiente, para toda la alegría de la gente.

El 19 de Diciembre de 1991, como tantas otras veces, bajé del tren en la estación Avellaneda, crucé la avenida Pavón, tomé la diagonal, corté camino por entre los monoblocks, saqué mi entrada y subí las interminables escaleras que llevan a la tribuna Cordero. Los ojos llorosos de la gente indicaban que aquella no era una noche como tantas.

Era el partido homenaje. La despedida. El adiós a tanta belleza irrepetible, tan irrepetible como mi adolescencia que se estaba yendo al mismo tiempo que el Bocha. Un equipo de históricos de Independiente -reforzado por estrellas de otros clubes- se enfrentó a los titulares de ese momento. Él jugó un tiempo para cada lado. Durante los últimos cinco minutos del partido lloré desconsolado. Hubo muchos como yo.

-Para mí -confiesa el Maestro- fue doloroso reconocer que no iba a jugar más. Las despedidas son tristes: son mejores los debuts, cuando tenés todo el futuro por delante. Cuando terminó el partido, la gente estaba emocionada. Algunos lloraban, recordaban todo lo que yo les había dado en mis años de jugador. Antes de la despedida, en algún momento se me había cruzado por la cabeza volver. Recién ese día me convencí de que se había terminado el fútbol para mí.

Y dale Bocha, dale Bocha, dale Bo.
Y dale Bocha, dale Bocha, dale Bo.
Porque te quiero
te vengo a ver
aunque esta noche sea la última vez.

Hubo 60 mil personas en la cancha. Todo el mundo pagó su entrada, socio o no socio. Se suponía que la recaudación total era para Bochini: le liquidaron 21 mil populares y cinco mil plateas. La Comisión Directiva del club no supo, no pudo o no quiso explicar quién se había quedado con el dinero de las 19 mil entradas que faltaban. Le pagaron así diecinueve años de magia, trece títulos, 109 goles, cientos de pases gol. Ahora está de nuevo en su casa. Ahora, desde afuera de la cancha, está tratando de aportar su experiencia para que Independiente se reencuentre con su identidad futbolera y su mística ganadora, esa identidad y esa mística que él expresó mejor que nadie. Ahora ese pibe al que tantas veces le alegró la vida está satisfecho. Ha compartido su emoción con los lectores. Les ha contado cómo fue que una vez la felicidad encarnó en un hombre pequeño con muy poco pelo y una camiseta roja con el número 10 en la espalda.

(texto de Daniel Riera, revista “Gatopardo”, Febrero 2001)


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