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Es mentira que al arquero lo protegen cuando lo rodean, le generan un problema más; lo complican para que pueda moverse con libertad. A mis defensores siempre les pido que salgan lo más lejos posible de esa zona; últimamente se están viendo centros que se convierten en goles directamente porque hay mucha gente en el medio, nadie toca la pelota y el arquero se queda sin tiempo para reaccionar.

(CARLOS FERNANDO NAVARRO MONTOYA, ex futbolista argentino -2004-)

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Los tres palos son como la cárcel de un arquero, pero yo logré escaparme... aunque de vez en cuando me atrapa un policía y me tira un tiro desde mitad de cancha...

(RENÉ HIGUITA, arquero colombiano)

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El día 6 de Marzo de 1962 se despedía de la afición el portero más emblemático de toda la historia azulgrana: Antoni Ramallets i Simón, más conocido como Ramallets.
Aquel día participaron muchos deportistas que habían compartido vestuario con el mítico portero y las autoridades políticas, tanto nacionales como provinciales.
El Camp Nou se llenó como en las grandes tardes de fútbol y se pactaron dos partidos. El primero entre la Selección de España, compuesta por jugadores ya retirados de la práctica activa del fútbol, y un equipo de "Les Cinc Copes" que finalmente se impondría por 3 a 2. En este partido jugarían:

Barcelona: Velasco, Seguer, Biosca, Calvet (Navarro III), Gonzalvo III, Flotats, Basora, César, Aloy, Moreno (Colino) y Manchón (Rueda).
Selección de España: Eizaguirre (Quique), Alonso (Babot), Parra, Asensi (Navarro I), Pasieguito, Puchades (Alonso), Iriondo (Juncosa), Venancio (Hernández), Zarra (Arcas), Pañizo (Taltavull) y Gaínza.
Goles: 1-0 Gonzalvo, 2-0 Rueda, 3-0 Aloy, 3-1 Pasieguito (p), 3-2 Hernández.

Como colofón hubo un partido que el FC Barcelona ganó al SV Hamburgo por 5 tantos a 1. Las alineaciones fueron las siguientes:

Barcelona: Ramallets (Sadurní), Benítez, Gensana (Rodri), Chicao (Olivella), Segarra (Marañón), Garay (Vergés), Zaballa (Pereda), Evaristo, Martínez, Seminario (Villaverde) y Villaverde (Vicente).
Hamburgo: Schnoor, Krug, Meinke, Jughun, Werner, D. Seeler, Dehn. Neisner, U. Seeler, Dahre y Doerfel.
Goles: Eulogio Martinez, Evaristo (2), Vicente y Verges.

En el intermedio, se le impuso al portero la Medalla al Merito Deportivo. Ramallets, que tenía 38 años, hizo vibrar el Camp Nou con sus intervenciones, especialmente una increíble parada al delantero alemán Uwe Seeler.
Años después, el 11 de Marzo de 2008, recibe un nuevo homenaje cuando recibe la llave de Barcelona de manos del ex Presidente del FC Barcelona, Joan Gaspart.
Ramallets se consagró definitivamente en el Mundial de 1950 que se celebró en Brasil. En este Mundial la selección española obtuvo la mejor clasificación de su historia.
El portero azulgrana era conocido como el "gato de Maracaná" por su gran agilidad y por la extraordinaria actuación que realizó en el estadio brasileño.

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La envidia es el impuesto al éxito, el precio que hay que pagar.

(JOSÉ LUIS CHILAVERT, ex arquero paraguayo, -1997-)

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Este trabajo con remates muy seguidos en forma continua que se realiza con los arqueros produce un acostumbramiento a rechazar la pelota antes que a agarrarla; sería más apropiado que se hagan trabajos con menores repeticiones en los remates para que le den al arquero un mayor tiempo de recuperación y pueda acostumbrarse a agarrar la pelota; porque luego ese hábito se traslada a los partidos.

(RICARDO "El Tigre" GARECA, ex futbolista argentino y actual entrenador de Vélez Sarsfield)

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Nery Pumpido fue el arquero argentino que mayores títulos logró. Defendiendo el arco de River ganó torneos locales, Copa Libertadores y la Intercontinental. En la selección se consagró en el Mundial en México 1986 (también fue subcampeón en Italia 1990).
Junto a los éxitos, Pumpido tuvo serios accidentes como futbolista. Si bien pocos recuerdan que sufrió la fractura de uno de sus brazos durante un partido ante Estudiantes de La Plata, nadie olvida dos hechos puntuales. El que más impacto fue su fractura de tibia y peroné en Italia '90 (frente a la Unión Soviética) al chocar en forma casual con Julio Olarticoechea. Lo sustituyó con singular éxito Sergio Goycochea.
También se recuerda, por lo insólito, el mal momento que sufrió cuando en 1987, en un entrenamiento en River, al saltar a "descolgar" una pelota, uno de sus dedos, en el que llevaba su alianza matrimonial, quedó enganchado en los soportes traseros (de acero) del travesaño, soportes que sirven de sostén para la red.
Casi pierde el dedo, lo salvó una microcirugía y pudo continuar con su campaña futbolística.

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El arquero es la joya de la corona y llegar hasta él debería ser casi imposible; el mayor pecado del fútbol es hacer que el arquero trabaje.

(GEORGE GRAHAM, ex futbolista escocés)

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Por la final de la Copa de Campeones de Europa 1974 se enfrentaron Atlético de Madrid, entrenado por Juan Carlos "Toto" Lorenzo, y el Bayern Munich en el estadio Heysel de Bruselas (Bélgica). Cuando faltaban siete minutos para finalizar el encuentro Luis convirtió para el Atlético y todo pareció liquidado, más aún cuando ya en el último minuto de juego hubo tiro libre para los "colchoneros". Pateó Gárate y lo atajó Sepp Maier, quien sacó con el pie; Cacho Heredia interceptó el balón y lo mandó al lateral. Beckenbauer repuso y le dio la pelota a Schwarzenbeck, zaguero que se destacaba técnicamente por su torpeza; este no supo que hacer con la pelota y como era su costumbre, conciente de sus limitaciones, cerró los ojos y le pegó de puntín para adelante: igualmente le salió un tirito en dirección el arco.
¿Saben dónde estaba el arquero Miguel Reina? ¡Dándole los guantes como recuerdo a un fotógrafo del diario Marca! En 48 horas tenían que jugar el partido desempate.
En el vestuario el presidente del club, Vicente Calderón, (literalmente) por poco se muere. Reina (foto) no apareció ni se lo pudo encontrar por ningún lado. Según parece los árbitros se compadecieron y aceptaron esconderlo en su vestuario.
Bayern Munich venció por 4-0 en el partido desempate, igualmente desistió de jugar la Copa Intercontinental, la cual Atlético de Madrid logró tras vencer a Independiente de Avellaneda.

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“La cancha fue una cadera envuelta en banderas blancas y rojas. Fillol, un mago que sacaba de su galera increíbles palomas de todos colores. Antes de los veinte minutos iniciales, Estudiantes merecía estar tres goles arriba. No tanto por diferencias futbolísticas como por los goles hechos que el arquero de Núñez evitó milagrosamente. Aquí van resumidas esas tres postales para recuerdo. Cinco minutos: Benito se le fue a Comelles, envió el centro de zurda y en la boca del área se zambulló Verón. Fillol iba hacia su poste derecho y el frentazo de la Bruja hacia el otro. Gol. ¡Gol! ¿Gol? Para toda la cancha era eso. Menos para Fillol, que voló hasta su poste derecho y la encerró entre sus diez dedos de oro”.

La crónica del diario “Clarín” aquel partido jugado el 21 de Diciembre de 1975, escrita por el periodista Jorge Ruprecht refleja en tiempo y circunstancia por qué Estudiantes no ganó ese partido ante River, que le hubiera permitido ser campeón del Nacional de ese año. La razón se llamó Ubaldo Matildo Fillol. Sin embargo, de todas esas muestras de invulnerabilidad que tuvo aquella noche en cancha de Vélez, hubo una, la primera, que uno de los mejores arqueros de la historia del fútbol argentino recuerda como excepcional. Incluso para él. “Para mí, ese cabezazo que le tapé a la Bruja Verón fue la atajada de mi carrera. No digo la más importante, porque ahí compite con la que tuve en la final del Mundial 78 ante Holanda. Pero por la forma en que saqué la pelota, por el movimiento y los reflejos, yo no recuerdo una igual”, rememora el “Pato”.
Tan cierto es que ese partido los palos también ayudaron a Fillol (en ellos rebotaron un tiro libre de Galletti y un penal de Carlos López), como que aquella atajada, aquellas atajadas, dejaron a Estudiantes con las manos vacías y algo más. Será por eso que, varios años después, Juan Ramón Verón todavía recuerda esa jugada: “Fue increíble: yo cabeceé entre el penal y el área chica. En ese momento, Fillol no estaba. Había ido a cubrir el primer palo. Y de repente, de la nada, apareció para sacar la pelota. Yo nunca vi algo así, nadie me atajó una pelota de esa manera”, cuenta La Bruja, con mezcla de asombro y resignación.
De todas maneras, jura que jamás felicitó al “Pato” por eso. “¡Qué lo voy a felicitar si nos sacó el campeonato! Con ese gol éramos campeones. Ese día, encima, erramos un penal y nos ganaron 1 a 0. Si entraba mi cabezazo tal vez otra era la historia”, asegura Verón padre.
En definitiva, la última fecha también rompió esa ilusión: Estudiantes ya le había ganado 2 a 0 a Temperley y River, a poco del final, empataba con Central en Rosario 1 a 1. Con ese resultado, el equipo que dirigía un joven Carlos Salvador Bilardo daba la vuelta. Pero sobre la hora, en el minuto 89, la “Pepona” Reinaldi apareció otra vez. Así, los de Núñez festejaron el título.

(tomado del portal digital “Animals”)

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Al legendario arquero Edgardo Norberto Andrada, que apareciera en Rosario Central en los años 60, lo apodaban ‘Gato’, por su agilidad.
Andrada, mundialmente conocido como el arquero del Vasco da Gama cuando Pelé, con la camiseta del Santos, le convirtió su gol Nº 1000 en el estadio Maracaná, tuvo en su año debut, 1960, un resultado catastrófico. Fue cuando, en Avellaneda, Racing le convirtió a Rosario Central ¡11 goles!... con él en el arco. Sin embargo, esa tarde, fue considerado como uno de los mejores jugadores de la cancha. Recordando ese partido, dijo: "Nos tendrían que haber hecho veinticinco goles".
El partido, disputado el 2 de Octubre de 1960, por la 21ª fecha del certamen, arrojó la siguiente síntesis:

Racing (11): Negri; Anido y Murúa; De Vicente, Víctor Rodríguez y Cap; Corbata, Pizzuti, Mansilla, Sosa y Belén.

Rosario Central (3): Andrada; Bautista y Cardoso; Álvarez, Lombardi y Ramos; A. Rodríguez, I. López, Pagani, Castro y F. Rodríguez.

Goles en el primer tiempo: 6m. Sosa (R), 20m. Pizzuti (R), 21 m. Sosa (R), 25m. Lombardi (RC), 27m. Corbatta, de penal (R), 30m. y 37m. A. Rodríguez (RC). (en este tiempo, y con el resultado 4 a 3 a favor del local, Pagani, de la visita, marró un penal).

Goles en el segundo tiempo
: 1 y 14m. Mansilla (R), 11m. Corbatta, de penal (R), 16m. Pizzuti (R), 20m. y 25m. Sosa (R) y 42m. Corbatta, de penal (R).

Árbitro
: Eduardo Velarde

Al final de ese cotejo, el puntero izquierdo de la Academia, Raúl Belén, se retiró a los vestuarios llorando porque no pudo conquistar ni uno solo de los 11 tantos de su equipo.

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Distante, solitario, impasible, el portero famoso es perseguido por las calles por niños en éxtasis. (...) Es el águila solitaria, el hombre misterioso, el último defensor.

(VLADIMIR NABOKOV, recordando a los porteros de su infancia en Rusia en "Habla memoria" -Anagrama-)

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A mediados de la década del 90, el legendario arquero del Barcelona, Andoni Zubizarreta, dejaba paso a sus posibles sucesores. El técnico del equipo catalán de entonces, el holandés Johan Cruyff, se decidió por Carlos Busquets (foto), quien se distinguía por jugar siempre con pantalones largos. A raíz de esa vestimenta, incluso ante intensos calores, se comentaba que los utilizaba para ocultar una profunda cicatriz en una pierna, una tremenda quemadura e, inclusive, que tapaba un tatuaje non sancto.
Pero lo que más distinguía a Busquets, era su inseguridad. Fallaba mucho, como en un partido ante el Racing de Santander, cuando el Barça perdió por 5 a 0.
Lo cierto es que el domingo 12 de Noviembre de 1995, el Barcelona de España enfrentaba al Tenerife, por la Liga española. En la semana previa, Cruyff tenía a todos sus jugadores en perfecto estado físico y podía determinar, con mucha anticipación, el equipo titular.
Claro que no tenía previsto un raro accidente doméstico que le iba a cambiar un poco sus planes. Sucedió que Busquets, mientras estaba en su casa al cuidado de su hijo Aitor, advirtió que al mover abruptamente la mesa, una plancha caliente iba a caer sobre la cabeza del pequeño.
Rápido de reflejos, Busquets tomó la plancha en el aire con ambas manos, evitando que Aitor sufriera un duro golpe. Lo que no pudo evitar fue que sus manos sufrieran quemaduras de segundo grado.
Busquets no pudo jugar y en su reemplazo lo hizo su suplente, Jesús Angoy. Claro que esa versión fue refutada, y la prensa calificó de una mentira piadosa entre Cruyff y Busquets, como para que el arquero tuviera una salida elegante del equipo titular.

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Ruega a Dios que no te meta un gol porque te voy a manchar de por vida.

(CUAUHTÉMOC BLANCO, al arquero del Celaya, 17 de Mayo de 1999. Blanco metió un gol e hizo su famoso festejo de orinar como un perro en la portería rival)

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Los golpes quitan años.

(HUGO ORLANDO GATTI, ex arquero argentino, en alusión a los golpes innecesarios en arqueros propensos a volar cuando la situación no lo requiere)

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Me daban bronca los goles en donde los delanteros le pegaban mal a la pelota porque yo razonaba la jugada y, si le pegaban bien, seguro que las atajaba.

(AMADEO CARRIZO, a juicio de muchos, el mejor arquero argentino de todos los tiempos)

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El gran enemigo del futbolista, no solo del arquero, es la duda; el arquero no puede dudar, se puede equivocar pero no dudar.

(CARLOS FERNANDO NAVARRO MONTOYA, arquero colombiano)

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Discípulos de Goycochea


“¿A que no hay huevos de tirármelo por la izquierda, como el otro día en el Calderón? Se ve que tienes miedo, va a ir por la derecha”. Con estas palabras Julen Lopetegui consiguió intimidar a Salva Ballesta en un Valencia-Rayo Vallecano del 2001 antes de que el sevillano lanzara un penalti. Lo tiró por el centro y el hoy comentarista televisivo se lo paró. Es una de las mil historias en torno a una pena máxima.

En los vértices de la línea imaginaria de once metros que une la línea de fondo y el punto de cal, lanzador y meta intercambian roles. Al cancerbero nadie le mirará con lupa si no ataja el esférico, pero el delantero puede ser recordado por su error. Y si no que se lo pregunten a Djukic o a Trezeguet. A algunos porteros les brilla la mirada en las tandas de cinco. Son los parapenaltis, especie futbolística de moda gracias a la sensacional actuación de ‘Pepe’ Reina en las semifinales de la Champions.

“Los tiempos han cambiado”, asegura Santiago Cañizares, especialista en estas lides. “Ahora tenemos tantos vídeos, analizamos tanto los disparos que puedes volverte loco. 'Suele tirar por la derecha, pero sabe que yo lo sé', piensas. Pese a la proliferación de tecnologías siempre queda lugar para la improvisación y el análisis del momento”.

El portero del Valencia comparte la opinión de otro especialista, Javier Urruticoechea. El que fuera meta de la Real y el Barça dio a los culés una Liga merced a una pena máxima atrapada en la última jornada, consideraba que un penalti lo falla el delantero más que lo para un portero. Cañizares lo ve claro: “Comparto la opinión de Urruti. Existen lugares de la portería a los que no podemos llegar en tan breve espacio de tiempo, pero la psicología es clave y mérito nuestro, cuanto más tiempo pase más se comerá la cabeza el tirador, si el portero tiene fama de atajar penaltis, tiene envergadura y sabe cómo poner nervioso al personal, el lanzamiento está condicionado. Meter gol se convierte en obligación imperiosa. Cada uno tiene su método para meter presión”.

El meta del Villarreal, Sebastián Viera, también conoce la efectividad de las argucias. Cuando el árbitro señala los once metros, el charrúa se hace el loco. Busca una toalla, un bidón, se aparta de la portería Cualquier cosa con tal de que el lanzador tenga que pensar. De los siete lanzamientos en dos años sólo ha encajado uno.

No debe de ser casualidad, porque el parapenaltis de moda, Pepe Reina, también hizo de muralla en el Submarino Amarillo. Detuvo cinco de siete. Según Cañizares es el mejor especialista que nunca ha visto. “Y no soy ventajista, lo pensaba desde hace tiempo. Si te fijas, el primer lanzamiento que atrapa contra el Chelsea es de una calidad sublime. Más allá de adivinar el lado, la estirada es perfecta”.

Reina detuvo tres penaltis al West Ham en la final de Copa del año pasado. Juan Carlos Unzúe le da importancia, pero relativa. “Atrapar el primero es clave. Transmite confianza. Pero nunca daré prioridad a un portero sólo por ser bueno en esta suerte, todo va por rachas. En mi debut, detuve un penalti, y días después, con Osasuna, eliminamos al Barça en la tanda fatídica. Pero en un mismo año me lanzaron doce y paré uno”.

Reina no es el único parapenaltis que ha pasado por los vetustos vestuarios de Anfield Road. Ray Clemence fue uno de los primeros especialistas. El inglés atajó un penalti a Heynckes en una final de la UEFA, entre otras importantes paradas con el balón a once metros.

Grobbelaar y Dudek

La palma se la lleva el excéntrico Bruce Grobbelaar, que llevó a cabo un ritual mítico en la tanda de la final de la Copa de Europa ante la Roma en 1984. Antes de que le lanzaran, comenzó a moverse espasmódicamente, balanceando torpemente las piernas como si hubiese bebido alcohol en cantidades industriales. Graziani se despistó, y el balón apenas rozó el larguero. La imagen de aquella final, volvió a reproducirla Jerzy Dudek, portero de los reds, en la final de Champions de 2005.

Carragher, central y acérrimo seguidor de la leyenda de su equipo, le pidió antes de la tanda que lo imitara. El polaco reeditó la mueca, con menos salero, pero Kaká se la coló. Y es que el brasileño no se asusta ni ante una manada de leones. “Los penaltis están diseñados para jugadores técnicos, pero con el matiz de que deben tener la cabeza muy bien amueblada, o por el contrario, una inconsciencia plena” asegura Unzúe, que ha conseguido que Valdés tenga una estadística de tres penaltis parados de seis, por los dos de diecinueve que llevaba hasta la pasada temporada.

Algunos técnicos no parecen apreciar esta inusual virtud. Toldo llegó a la Euro 2000 por casualidad. Peruzzi renunció, y Buffon se lesionó. En la semifinal contra la anfitriona Holanda recibió seis penaltis, dos en tiempo de juego. Sólo uno entró, durante la tanda. Atajó cuatro.

Sergio Goycochea pasó a la historia por su acierto en Italia 90. Se convirtió en héroe nacional en Argentina, con permiso de Maradona, tras pasar dos rondas por penaltis con cinco penaltis detenidos. Paradójicamente, perdieron la final desde el punto fatídico, pero durante el tiempo reglamentario. “Es el mejor de los parapenaltis que yo he visto”, sentencia Claudio Bravo. Unzúe comparte la opinión, “aunque Buyo y Urruti siempre deben aparecer en la lista”. Dida, Franco y Duckadam completan la nómina.

La próxima final de Champions podría acabar a penaltis. En tres de las últimas siete ediciones se llegó con empate al minuto 120. En la ciudad de los Beatles seguro que firman la igualada, ya saben a quién aferrarse.

De Arconada a Claudio Bravo

Cuando enfrente del lanzador aparece un portero de la magnitud de Arconada no hay lugar para la parsimonia. Su apellido imponía. Por eso no pasaba nada cuando le pitaban un penalti a aquella Real. El título copero de 1987 contra el Atlético se materializó gracias al que detuvo en la tanda final a Quique Ramos.

Sin llegar a ese nivel de importancia, el también realista Claudio Bravo entró en la historia de los penaltis. En la final del Torneo Apertura de Chile, Mayer Candelo lanzó a lo Panenka y el chileno mordió el anzuelo, pero se reincorporó de forma espectacular: “En Chile conseguí parar bastantes, desde que llegué a la Real me han lanzado dos, y aunque no sirva de consuelo, acerté siempre el lado pero sin tapar. Yo como portero me muevo, me escoro a un lado, y me guío por la intuición, aunque veo bastantes vídeos. Cada portero tiene su ritual”. En el Liverpool-Chelsea no lo dudaba. “Sabía que Reina no perdonaría”.

El ex portero realista José Luis González saltó al estrellato tras detener el penalti crucial a Djukic en el último minuto de la última jornada de Liga en el 94.

José Ramón Esnaola, andoaindarra y ex portero realista, también tiene su historia. En la tanda de penaltis de la final de Copa de 1977 entre Betis y Athletic, Esnaola paró tres, pero pasó a la historia por meterle uno decisivo a Iribar. “No había lanzado un penalti en mi vida y no quería hacerlo. Tenía un miedo tremendo. ¿Meterle un gol a Iribar? Tenía en la cabeza a dónde lo iba a tirar y salió bien. Cuando nos cruzamos le pedí perdón”.

Años después, también marcó otro a Arconada. “Fue en mi homenaje, que jugamos Betis y Real en el Villamarín en 1983”.

(artículo publicado en “El diario vasco” Martes, 15 de Mayo de 2007)

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Honorino Landa, el centrodelantero chileno que actuó en las Copas del Mundo de 1962 y 1966, estaba lleno de picardía.
En un partido en el estadio “Santa Laura”, le arrancó la gorra al arquero argentino Arturo “Palitroque” Rodenak (foto), que defendía a Rangers y la escondió bajo su camiseta.
Palitroque lo empezó a perseguir en medio del desconcierto del árbitro Mario Gasc y las risotadas del público. Posteriormente, en Talca, el Nino Landa repitió la gracia en un tiro de esquina y Rodenak lo correteó hasta la mitad de la cancha, con el juez Domingo Santos detrás de ellos. En Junio de 1987, Rodenak fue a los funerales de Landa en Santiago y Alberto Fouillioux, haciendo gala de humor negro, le gritó: “¡Palitroque! ¿viniste a buscar la gorra?”

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Por ahí queda mal que lo diga, pero en mis años en River yo me sentía el mejor de todo el mundo.

(UBALDO FILLOL, ex internacional argentino)

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La soledad del portero (Pablo Malagón - España)


La vida del portero se analiza más en los goles recibidos que en las paradas realizadas. Cada parada es una oportunidad más para la victoria y cada gol es una oportunidad menos. Una parada no cambia nada y un gol lo cambia todo. Una parada es una ovación y un gol es una losa. Para que un portero termine convirtiéndose en héroe debe esperar a una tanda de penaltis.

Y en esas andaba entonces el protagonista de esta historia. Se llamaba Ramón y de primeras, el propio nombre le sonaba tanto a común como lo era su capacidad de salvador. Ramón era un portero normal, con una pizca de instinto para los lanzamientos y un poco de cabeza para la colocación. Nunca había sido un héroe y estaba ante la oportunidad de serlo.

De reserva sin aspiraciones había pasado a titular indiscutible en sólo dos semanas. Dos lesiones y la oportunidad de su vida se abrió ante sus ojos; el primer portero se había roto la mano y él, que hacía tiempo que andaba con el alma rota por la suplencia, se había encontrado cara a cara con el destino. Su última parada había acabado en un rechace a pies de un delantero rival y en un gol sin concesiones. Era posible que el destino hubiese reservado para él una página mucho más gloriosa que la que le podía deportar cualquier parada en cualquier prórroga aun siendo imaginaria.

Cuando los ciento veinte minutos del final de la Copa de Europa llegaron a su fin, inmediatamente supo Ramón que había nacido para vivir aquel instante. Sus primeras paradas bajo el sol de su barrio y sobre la dura piel del asfalto las recordaba ahora como un desafío a igualar. De familia humilde y corazón emprendedor, había decidido ser portero después de ver a Arconada volar para quitarle el polvo a una escuadra y mandar el balón al limbo de las oportunidades perdidas.

Su carrera se dibujaba en altibajos y sus titularidades siempre le habían costado más que cualquier parada. Debutar en la Primera División le llevó veintidós años de su vida y fichar por un equipo de empaque un total de veintiséis. Si sumaba los años que le había costado ganar un título se santiguaba al pensar que había pasado veintiocho años buscando un sueño y que en su búsqueda había dejado atrás una infancia y una juventud restregadas por los suelos de los campos de fútbol.

Y entonces, un año más tarde y con veintinueve años en el carné de identidad y más de un millón de paradas en el currículum, afrontaba la tanda de penaltis más importante de su vida. Era como saberse protagonista y no creer en serlo, porque él, Ramón, portero y trabajador, nunca había querido acumular la gloria de sus paradas ante los ojos del público, si alguna característica que hubiese de convertirse en virtud le adornaba, esa era la humildad, pues para él nunca había habido un jugador sin un equipo, para él no existía un gran portero sin una gran defensa y para él no se podría salir invicto de una tanda de penaltis si no acompañaba la suerte.

La suerte. Él, supersticioso en el límite y soñador frustrado por su propia convicción, siempre había creído en la suerte como factor determinante de la vida. Nunca quiso ver gatos negros en sus paradas ni espejos rotos en sus decisiones, estaba convencido de que tentar a la suerte era tentar al pecado y que guardarse de llorar, las más de las veces, prevenía más de los fracasos que de las victorias. Cuando se encontró con su primera titularidad de verdad, le dio gracias a la vida y se convenció a sí mismo de que le había llegado su momento para demostrarle al mundo si de verdad la suerte estaba con él o si por el contrario, estaba dispuesta a darle la espalda.

Aquella final de la Copa de Europa la había afrontado en plenitud de ganas. Ante cualquier circunstancia, él siempre decidía reír, porque para llorar, como solía decir, siempre había tiempo. A su equipo le había caído en suerte (siempre la suerte revoloteando como una tentación) ser el primero en lanzar en la tanda de penaltis. Cuando vio a su compañero Lucio, con el número cuatro en la espalda, central exquisito y mejor persona, tomar la carrerilla, sintió la total seguridad de que aquel lanzamiento se iba a convertir en el primer punto a favor en la tanda. El gol supuso un alivio y una primera batalla ganada dentro de aquella guerra a diez lanzamientos.

Era su turno. Ramón siempre había afrontado cada penalti como un duelo de miradas. Si mantenía la vista firme y el cuerpo equilibrado, era posible adivinar la dirección del lanzamiento. Si se dejaba vencer por el engaño y por la bravura del lanzador, entonces no le quedaría otra que acudir a la red a recoger la pelota. En los ojos de su rival no percibió más que dudas y aquello acrecentó su ánimo.

Se colocó sobre la línea de portería y bajó los brazos, esperó al silbido del árbitro y siguió esperando el momento decisivo, vio la carrera de su rival y esperó un poco más. El lanzador miró hacia el frente y chutó fuerte. Ramón esperaba un lanzamiento más colocado, se tiró bien en busca del balón pero el rival le había dado altura y lo había ajustado bastante. No llegó. Empate a uno y vuelta a empezar. En sí mismo supo que nadie le iba a culpar si no detenía ningún penalti, pero sus hechuras de héroe en aquellos minutos en los que soñar costaba tan poco como probar a alcanzar la gloria, no se iba a resistir a marcharse de allí sin detener al menos un lanzamiento.

El siguiente jugador de su equipo en lanzar también anotó, por lo que le puso de nuevo en situación de alcanzar la gloria en la punta de sus guantes. Volvió a mirar y volvió a aguantar, pero esta vez tampoco pudo detener el disparo certero de su rival. Si seguían lanzando tan fuerte y ajustado le iba a resultar un ejercicio imposible el de convertirse en héroe de aquella final.

Recogió el balón para entregárselo al portero rival y entonces descubrió en su mirada el mismo miedo que quizá a él también le inundaba el ánimo y aquello le produjo un escalofrío terrible que le recorrió el espinazo como una hoja de navaja helada. Ambos eran rivales y a la vez compañeros porque solamente en aquella mirada había encontrado el eterno secreto de la comprensión y supo que no estaba solo en el mundo. Le compadeció sin darse cuenta de que al hacerlo también se estaba compadeciendo a sí mismo y con ello estaba poniendo su futuro en manos de un destino en el que nunca creyó, porque él solamente creía en la suerte, en los días y en la esperanza.

El siguiente jugador de su equipo en lanzar era Nebinho, era brasileño y era muy bueno. Había cuajado un gran partido y ahora estaba en disposición de rematarlo con un nuevo pasaporte hacia un sueño. Recordó, al tiempo que maldecía su instinto por recordar, aquella frase sentenciadora de su abuelo cada vez que se destapaba la emoción en una tanda de penaltis: “el jugador que hace un gran partido siempre falla su penalti”. Nunca detestó tanto el ejercicio de concederle la razón al bueno de su abuelo. Nebinho puso el balón en las nubes y las ilusiones se desplomaron en el suelo. Por primera vez en toda la final había llegado su turno de verdad.

Imaginó mil veces una estirada y dudó entre jugársela o aguantar. Cuando el miedo te acorrala resulta muy difícil decidirse y cuando Ramón vio la carrera frontal de su rival decidió jugar a las adivinanzas y creyó intuir que el disparo viajaría hacía su izquierda y hacía allá se lanzó, pero la fortuna no quiso sonreírle esta vez y se lamentó por cometer el pecado que tanto odiaba y que era el de tentarle a la suerte. El balón viajó despacio y templado hacia el centro de la portería para hacerse allí un hueco en la red y una extensión en el ánimo de los jugadores rivales.

Perdían. Por primera vez en la noche estaban perdiendo la final. El siguiente lanzamiento resultaba pues, además de crucial, un último motivo para seguir agarrado a un sueño. Ramón siempre había tendido sus valores hacia la confianza y por ello prefería confiar en sus compañeros antes que dudar de ellos. Así, no vaciló un instante a la hora de aclamar en el oído de su amigo Rody las más valiosas palabras de ánimo para convencerle de que aquel lanzamiento iba a ser un gol seguro. Tantas veces debió decirle que era el mejor, que Rody debió de creérselo a pies juntillas pues chutó el penalti hacia el lugar más imposible de detener; la misma escuadra.

De nuevo llegó su turno. Como aquella vez en la que debutó en el equipo infantil de su barrio y le detuvo ocho disparos al delantero rival. Como aquella vez en la que viajó a Moscú para ganarse una semifinal de la Recopa y había vuelto con la memoria fija en cada una de sus paradas. De nuevo, era su turno. La gloria, aquella que le había negado la vida durante tantos años pendía ahora de un hilo en torno a sus decisiones y a su capacidad de lanzarse hacia el balón. Era hora de olvidar Valencia, Málaga y otros tantos estadios en los que había dejado carcajadas y fallos estrepitosos. Nunca había sido un portero genial pero siempre se había negado a quedar como un cantamañanas del área.

Se situó sobre la línea y volvió a bajar los brazos como si de un ritual se tratase. Observó a su rival y se sorprendió de su complexión atlética, jugó de nuevo a adivinar y pensó que le chutaría fuerte y al centro así que debía guardar la compostura si quería ganarse el derecho a seguir soñando con la Copa de Europa. El contrario tomó carrerilla frente a él y Ramón resopló intentando ahuyentar cualquier atisbo de temor dentro de su cuerpo. Siguió observando a su rival y no se inmutó cuando le chutó. El balón salió despedido con una violencia atroz y produjo un sonido hueco cuando chocó violentamente contra el travesaño. Por fin, después de cuatro lanzamientos en contra, había aparecido la suerte. Como bien sabía Ramón, era mejor no tentarla.

Y así quedaron momentáneamente empatados a tres goles y con dos lanzamientos por delante, uno para cada equipo. Humberto Martín Gallego tomó el balón con ambas manos y lo depositó lentamente sobre el círculo de cal que señalaba el punto de lanzamiento de penalti. Ramón sabía que como buen uruguayo, Humberto no iba a entregar la victoria al rival en un mal lanzamiento, no iba a estar dispuesto a hacerlo. Por todo ello, Humberto le pegó suave pero ajustado, lo suficientemente ajustado como para evitar que el portero rival, aún en su magnífica estirada, alcanzase a tocar el balón y salvar así el gol que había subido al marcador y que les había puesto de nuevo por delante en el camino hacia la gloria.

Si alguna vez había estado Ramón convencido de haber alcanzado su turno para casarse con la gloria, no lo podía haber esta nunca como lo estaba entonces. A escasos segundos de él estaba el lanzamiento del décimo penalti de la tanda decisiva de la final de la Copa de Europa y él iba a estar bajo los palos para intentar evitar un gol que podía ponerlos en la tela de una nueva duda. Para ganar había que parar y para parar debía de ser él el héroe que consiguiese acertar una trayectoria y detener un balón que venía vestido de gloria, éxito y fortuna.

Ramón volvió a jugar a las miradas y volvió a concentrar su ánimo en los ojos del delantero rival. Le conocía de sobra pues había jugado durante muchas temporadas en el campeonato de su país y le había lanzado más de un penalti, de los que, por cierto, no había conseguido detener ninguno. Pero no era momento para lamentaciones ni para sonrojos por fracasos anteriores, era momento para parar, ganar y celebrar.

Volvió a pisar la línea de portería y volvió a bajar los brazos, no era por tentar a la suerte en vista del lanzamiento anterior, sino que lo hizo por costumbre y acomodo. El rival era zurdo y solía chutar hacia un lado. Muchas veces lo había hecho por raso y se preguntó Ramón si iba a hacerlo de nuevo esta vez. Lo difícil era adivinar el lado hacia el que iba a lanzar el balón y para hacerlo debía templar sus nervios y saber que aguantar era una cuestión de fe y de éxito total.

En los ojos de su rival detectó miedo y aquello le produjo una crecida en la corriente de sus instintos. Siguió aguantando firme aun cuando el silbato del árbitro ponía parte de sentencia a la final. La carrera fue lenta y el golpeo fue suave, con la izquierda y hacia la izquierda de Ramón.

Ramón aguantó y aguantó y sujetó el viento sobre sus dedos, se lanzó bien y cerró los ojos soñando que paraba el balón. Por eso, cuando sintió el contacto en sus guantes no supo creer si estaba soñando o si había tocado el poste de la portería y no supo si jugar a mirar o decidirse a escuchar. Escuchó, y la algarabía que emitió la grada no dio lugar a equívocos; había campeón de Europa. Abrió los ojos y descubrió el balón cinco metros más allá de la portería, y cuando quiso levantarse el peso de uno de sus compañeros volvió a desplomarle en el suelo. Todos se unieron en una piña fabricando una melé sobre el cuerpo de Ramón, portero de casualidad y, por fin, héroe de una noche de primavera.

Ramón quiso reír y se puso a llorar como un niño. Pensó en las vueltas que da la vida y en lo duro que resulta el oficio de portero; toda la vida jugándose el pan en una estirada y esperando a una tanda de penaltis para conocer si la ruleta de la vida está dispuesta a concederte la suerte y convertirte en un héroe.

(Mi agradecimiento a Pablo por autorizarme a publicar este cuento. Muchas gracias por tu amabilidad Pablo!!)

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