Hacia Bucarest, el 19 de Septiembre de 1990, emprendió vuelo
una expedición del Atlético de Madrid. En la capital rumana le esperaba la
Politécnica de Timisoara, un rival sin mucho cartel en el Viejo Continente con
el que iba a medirse en la Copa de la UEFA.
Días antes había estallado una revolución en Rumanía que
resultó dramática en todo el país.
La grave situación que padecían los rumanos fue la causa
principal por la que el equipo viajó con dos cocineros que, en un equipaje
especial, cargaron 1.200 kilos de comida, que incluían carne, pescado,
embutidos, botellas de vino y de agua, entre otras viandas.
Al llegar a Timisoara el desánimo cundió en la expedición
atlética, tras comprobar que, prácticamente, era una ciudad fantasma. Uno de
los más afectados por el desolador panorama fue Baltazar María de Morais, el
extraordinario delantero brasileño que jugó dos temporadas en el Atlético de
Madrid.
Después del compartido almuerzo por directivos, técnicos y
jugadores, Baltazar salía tristón del comedor, prácticamente llorando. Al
preguntarle un reducido grupo de periodistas qué le ocurría, el brasileño, con
voz tenue, dijo: “Lo que acabo de presenciar me ha entristecido mucho. La
comida que hemos dejado en los platos la estaban devorando los camareros que
nos habían servido. ¡Esto no tiene nombre!”
(anécdota tomada del excelente libro "Las mejores
anécdotas del Atlético de Madrid" de Luis Miguel González)
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