Había una vez, en un país muy lejano, una princesa que era preciosa. Casi todas las princesas de los cuentos se pasaban el día esperando a que llegase un príncipe azul, sentadas en la ventana bordando servilletas o pañuelos y haciendo todo tipo de cosas raras.
Pero nuestra princesa, la princesa Tesa, era distinta a todas las princesas del mundo: ni le gustaba bordar, ni esperaba a un príncipe azul asomada en la ventana de su palacio. ¡Qué aburrimiento!
A ella le gustaba hacer lo que a todos los niños de su edad: correr, jugar, saltar, divertirse con sus amigos y amigas, recorrer el castillo, ir al campo...
También le gustaba dibujar y leer. Desde que había aprendido a leer, todos los días leía un buen rato. Había leído muchos cuentos de princesas, de duendes y de castillos, por eso sabía que las princesas de los cuentos eran un poco raras y les gustaba hacer cosas extrañas. Ella era distinta, era como todos los niños y niñas de su ciudad.
Pero lo que más le gustaba hacer a la princesa Tesa era jugar al fútbol.
Por eso, le llamaban la princesa futbolista, y a ella le gustaba mucho ese nombre.
Jugaba siempre con otros niños y niñas que vivían en castillos de su barrio. Algunos eran príncipes y princesas azules, o verdes, o amarillas, como ella; otros eran niños y niñas normales, ni príncipes, ni princesas, ni nada parecido. Pero a ella le daba lo mismo: se lo pasaba muy bien con todo el mundo.
La princesa Tesa también iba al colegio y allí aprendía a contar: uno, dos, tres, cuatro... y a numerar: primero, segundo, tercero, cuarto... y a sumar: uno más uno dos, dos más uno tres, tres más uno cuatro. Ella siempre sumaba balones.
También aprendió a conocer todas las monedas de su país. Un euro, dos euros, cinco euros, diez euros, veinte euros... Las monedas son de metal y los billetes de papel, pero no de papel normal, no, sino de un papel especial. Con las monedas y los billetes se pueden comprar balones y muchas cosas más.
Pero la princesa Tesa no quería comprar otras cosas, sólo quería comprarse un balón reglamentario. El que utilizaba en sus juegos estaba ya muy viejo y ella era una gran futbolista. Cuando le pasaban el balón, podía meter muchos goles, ¡muchíííísimos goles!, y con un balón oficial seguro que podría meter muchos más. Pero esos balones eran muy caros, y ella casi no tenía dinero.
Sí, sí... ya lo sé. Como Tesa es princesa, tal vez estés pensando que debía tener mucho dinero ¿no? Pero Tesa era una princesa que tenía poco dinero, tan poco que no podía comprarse un balón.
Un día pensó que su padre, el Rey, y su madre, la Reina, tenían más dinero y que tal vez podría pedirles algo prestado y comprarse un balón. También podría pedirles que le comprasen el balón, como un regalo.
Por eso un día le pidió a su padre, el Rey, que le comprara el balón. Pero el Rey, que estaba en su Palacio, le dijo muy serio:
-Tesa, hija mía, cada domingo te doy unas monedas para que las gastes como quieras. Tú siempre te gastas esas monedas en golosinas. ¡Ahorra y podrás comprarte el balón que quieras!
Y es que, eso de que las princesas tenían todo lo que querían eran sólo mentiras de otros cuentos. Las princesas, los príncipes, las niñas y los niños bien educados, nunca pueden tener todo lo que quieren porque, después, no saben lo que cuesta conseguir las cosas y se vuelven tristes, aburridos y protestones.
El Rey del Palacio, que era el padre de Tesa, la princesa, pretendía dar una lección a su hija porque la quería mucho.
Otro día le pidió a su madre, la Reina del Palacio, que le comprase un balón reglamentario, pero la madre -toda una Reina- le dijo lo mismo que su padre:
-¡Ahorra hija mía! Ahorra y tendrás el mejor balón del mundo si tú quieres. Además, te voy a ayudar, para que empieces a ahorrar.
Y entonces, para sorpresa de su hija Tesa la princesa, le regaló un precioso cerdito de barro, que tenía una ranura en el lomo.
-¿Esto qué es? -preguntó Tesa, muy sorprendida.
-Es una hucha -le contestó su madre, la Reina-. Si vas metiendo monedas por esta ranura, ya verás como, en poco tiempo, te puedes comprar un balón reglamentario. En algunos países, como por ejemplo en Alemania, se dice que los cerdos traen suerte, por eso las huchas tienen forma de cerdito.
La princesa Tesa empezó a pensar que su padre, el Rey, y su madre, la Reina, tenían razón, por eso se puso muy contenta con la hucha de la suerte.
Cuando al domingo siguiente, los reyes, sus padres, llamaron a Tesa para darse la propina que le daban cada domingo, Tesa decidió que era el momento de empezar a ahorrar. En lugar de gastar todas las monedas en caramelos y golosinas para toda la semana, como había hecho otras veces, decidió guardar algunas monedas en el cerdito de la suerte que le había regalado su mamá.
-Así podré comprarme el balón que quiero -pensó.
Además, también pensó otros pensamientos, muy, pero que muy positivos: no tenía por qué comprar sólo caramelos y golosinas.
También podría comprar zumos, juguetes, cuentos... Ahora que empezaba a ahorrar podría comprar muchas cosas. El secreto estaba en saber esperar.
Y fueron pasando las semanas en el Palacio del Rey, la Reina y la Princesa. Cada domingo, Tesa guardaba parte de su propina en el interior de su hucha de cerdito y el resto se lo gastaba en cosas muy variadas: caramelos, zumos y otras cosas que compraba en las tiendas de chucherías y de cuentos del Palacio.
El resto del tiempo lo pasaba en el colegio o jugando con sus amigos con la vieja pelota de fútbol.
Ahora sabía, estaba segura, que algún día podría comprar su balón reglamentario. Por eso, para estar preparada, empezó a visitar diferentes tiendas en las que vendían balones. A veces, le acompañaba su hermano mayor; otras, su madre, la Reina, o su padre, el Rey.
Visitó muchas tiendas hasta encontrar el mejor balón, el más bonito y el más barato. Así aprendió que para comprar hay que comparar.
Una mañana, Tesa sintió curiosidad por saber cuántas monedas había ahorrado. Como se había aficionado a guardar monedas en su cerdito de la suerte, ya estaba lleno y no cabía ninguna moneda más. Cuando abrió su hucha y contó las monedas que había dentro, se puso muy contenta. Tenía dinero suficiente para comprar un balón nuevo, el balón que había visto en la tienda mejor de todas las que había visitado.
Pero además, se llevó una gran sorpresa, porque no sólo podría comprar uno, con todo ese dinero podría comprar dos balones.
Entonces se puso a pensar qué podría hacer con dos balones. Y como sucede siempre que piensas mucho, Tesa encontró la solución: se le había ocurrido una gran idea.
Rápidamente, corrió a la feria que se colocaba a las afueras del palacio en la que se podía comprar de todo. Allí estaba también la tienda que vendía los mejores balones, ella lo sabía porque había buscado y comparado antes de decidirse, como debe ser. Se acercó y le pidió al vendedor los dos mejores balones que tuviese.
Por fin tenía ante sus ojos los balones deseados, preciosos balones blancos y negros, hechos de cuero cosido a mano; tenían una pinta fantástica. Contó las monedas que había ahorrado y se las entregó al vendedor.
Él, a cambio, le dio dos balones reglamentarios magníficos. ¡Lo había conseguido!
Al llegar a casa, dejó un balón en su habitación, después se lo enseñaría a sus padres, el Rey y la Reina. Pero antes envolvió muy bien el otro balón y lo llevó a la oficina de correos. Quería enviar ese balón a los niños y niñas más pobres del mundo, tan pobres que ni siquiera podían ahorrar, para que, como ella, pudieran jugar al fútbol con un balón verdadero.
Por la tarde, en el patio del castillo, Tesa jugó por fin con su balón nuevo junto a todos sus amigos y amigas. Era la princesa futbolista más contenta de todas las princesas futbolistas de los cuentos que nunca han existido. Ese balón era suyo, se lo había comprado ahorrando.
Esa tarde metió más de diez goles. Fueron los mejores goles de toda su vida, porque los había metido con un balón que era verdaderamente suyo. Los Reyes dejaron de trabajar durante un rato y bajaron a contemplar el partido de fútbol. ¡Estaban tan orgullosos de su hija!
Los Reyes estaban también muy contentos porque su hija, la princesa Tesa, tenía un gran corazón.
La princesa futbolista en ese instante estaba pensando en comprar una portería nueva. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar?
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