El entrenamiento es agotador. Levantarme todos los días a las seis de la mañana no es de lo más agradable, pero una vez que estoy en movimiento me visto y me calzo los botines, comienza a dar vueltas en mi cabeza la idea de que pronto estaré en el campito y comenzarán las gambetas, los pases cortos, la llegada y correr. Para luego tenerla entre las piernas que esperan, y soltarla nuevamente y que otro se apodere de ella hasta que arisca vuelva a escapar. Aquí está otra vez.
Estoy delirando. Esto me pasa cada vez que voy a entrenar. ¡Cuánta pasión despierta la redonda!...
Suena el teléfono, es Amilcar nuestro entrenador, que me pide si puedo adelantarme media horita, así aprovechamos mejor el día, hombre con una voluntad de hierro y que a la hora de hacer que se le obedezca, no sabe de contemplaciones, es duro y exigente y el plantel obedece sin cuestionamientos.
De todas maneras, debo reconocer que gracias a su eficacia conformamos un equipo ejemplar y con el mayor número de goles obtenidos hasta el momento. Dentro de la cancha se despliega ritmo, contundencia ofensiva y juego brillante, todo a un tiempo.
Dejo mi desayuno y salgo corriendo sin pensar que estoy compartiendo esa hora de la mañana con la persona que amo y que me mira pero no dice una palabra. Bueno, tendrá que entender.
Esta vez vamos por el título y no podemos ni debemos fallar. Por nuestros seres queridos en primer lugar, que han tenido que soportar malhumor, ausencia y todo lo que trae aparejado un deporte tan prometedor y popular como el fútbol y sobre todo para no defraudar a la hinchada que nos apoya y nos sigue a morir.
A partir de la semana próxima, debemos prepararnos para la concentración. Poca comida, buen dormir y nada de sexo.
¡Nada de sexo! Y esto es serio, muy serio.
Cuando me casé lo hice pensando en entregarme a la persona amada en cuerpo y alma, ahora va tener sólo mi alma. ¿Lo soportará? ¿Será el amor más fuerte que todo lo demás? ¿Me acompañará en este largo viaje que hoy ocupa un lugar tan importante en mi vida? Todas estas preguntas encontrarán su respuesta esta noche, cuando sin más dilación mantenga la charla que por miedo fui posponiendo. Sí, miedo a que la incomprensión, el egoísmo y la duda tomen al amor de mi vida por sorpresa y me obligue a elegir. Sé que puede suceder pero tengo que intentarlo.
-Tenemos que hablar.
-¿Te parece?... Ya se me olvidó cómo se hace con vos. Hace tanto tiempo que…
-Por favor, no quiero discutir, sólo quiero que sepas que la semana próxima tengo que concentrarme y desde esta noche no vamos a tener sexo.
-¿Qué no vamos a qué?... - un grito desaforado acompañó la pregunta.
-Te pido que entiendas, no es un partido cualquiera, es la final y…
-Qué entienda. Esto sí que es gracioso.
-Por favor, no te rías así, me das miedo.
-¡Pero cómo no me voy a reír! Dejaste de limpiar la casa y entendí, dejaste de cocinar y entendí, dejaste de planchar mi ropa y de atenderme y entendí y ahora me pedís que entienda que no vamos a tener sexo. Querida yo me casé con una mujer, quedate con la final y tu amada pelota, pero acá el macho soy yo y las tengo bien puestas. Adío.
Estoy delirando. Esto me pasa cada vez que voy a entrenar. ¡Cuánta pasión despierta la redonda!...
Suena el teléfono, es Amilcar nuestro entrenador, que me pide si puedo adelantarme media horita, así aprovechamos mejor el día, hombre con una voluntad de hierro y que a la hora de hacer que se le obedezca, no sabe de contemplaciones, es duro y exigente y el plantel obedece sin cuestionamientos.
De todas maneras, debo reconocer que gracias a su eficacia conformamos un equipo ejemplar y con el mayor número de goles obtenidos hasta el momento. Dentro de la cancha se despliega ritmo, contundencia ofensiva y juego brillante, todo a un tiempo.
Dejo mi desayuno y salgo corriendo sin pensar que estoy compartiendo esa hora de la mañana con la persona que amo y que me mira pero no dice una palabra. Bueno, tendrá que entender.
Esta vez vamos por el título y no podemos ni debemos fallar. Por nuestros seres queridos en primer lugar, que han tenido que soportar malhumor, ausencia y todo lo que trae aparejado un deporte tan prometedor y popular como el fútbol y sobre todo para no defraudar a la hinchada que nos apoya y nos sigue a morir.
A partir de la semana próxima, debemos prepararnos para la concentración. Poca comida, buen dormir y nada de sexo.
¡Nada de sexo! Y esto es serio, muy serio.
Cuando me casé lo hice pensando en entregarme a la persona amada en cuerpo y alma, ahora va tener sólo mi alma. ¿Lo soportará? ¿Será el amor más fuerte que todo lo demás? ¿Me acompañará en este largo viaje que hoy ocupa un lugar tan importante en mi vida? Todas estas preguntas encontrarán su respuesta esta noche, cuando sin más dilación mantenga la charla que por miedo fui posponiendo. Sí, miedo a que la incomprensión, el egoísmo y la duda tomen al amor de mi vida por sorpresa y me obligue a elegir. Sé que puede suceder pero tengo que intentarlo.
-Tenemos que hablar.
-¿Te parece?... Ya se me olvidó cómo se hace con vos. Hace tanto tiempo que…
-Por favor, no quiero discutir, sólo quiero que sepas que la semana próxima tengo que concentrarme y desde esta noche no vamos a tener sexo.
-¿Qué no vamos a qué?... - un grito desaforado acompañó la pregunta.
-Te pido que entiendas, no es un partido cualquiera, es la final y…
-Qué entienda. Esto sí que es gracioso.
-Por favor, no te rías así, me das miedo.
-¡Pero cómo no me voy a reír! Dejaste de limpiar la casa y entendí, dejaste de cocinar y entendí, dejaste de planchar mi ropa y de atenderme y entendí y ahora me pedís que entienda que no vamos a tener sexo. Querida yo me casé con una mujer, quedate con la final y tu amada pelota, pero acá el macho soy yo y las tengo bien puestas. Adío.
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