"Por la última fecha del Campeonato de Primera División, en cancha de Banfield se enfrentaron el local y San Lorenzo. Ganó Banfield tres a uno y culminó así una buena campaña en el torneo", publicó un diario el 8 de Noviembre de 1942. Y en aquella tarde, Pablito había sido levantado en brazos por su padre al festejar un gol y la imagen con camisetas verdes y blancas lo acompañaría siempre.
El episodio había acontecido en 1942 y por los cincuenta Pablo supo merodear los vestuarios del estadio tras una prueba futbolística que nunca consiguió, quizá porque ya los jugadores llegaban de lejos. Luego, se fueron cambiando sus vocaciones y él empezó a cuestionar las mismas alegrías que de chico agigantaba en su corazón.
'El fútbol sirve al Poder', solía repetir, aunque una vez vendiendo libros por alguna provincia y ser invitado a pelotear con otros viajantes, disfrutó al vestir ocasionalmente la casaca de sus amores. Verde y blanca a franjas verticales.
En los años del setenta algo lacerante le aconteció a Pablo: unos tipos con capuchas de pesquisar escritos rompieron su casa en la alta noche, violaron a su mujer y en una dependencia embanderada lo torturaron a gusto. Pero eso no se agregaría a ninguna reseña deportiva ni tampoco que una semana más tarde, en una madrugada lo tiraron desde un auto con su existencia rota, donde apenas latentes guardaría sus evocaciones de infancia. Así que llegando los años del ochenta Pablo se encontró viviendo en España donde unos imprevisibles amigos en Sevilla lo instaban a compartir agasajos y tabernas; y hasta en un luminoso 12 de Octubre él, que ya no consentía el atavismo de la muerte gratuita, vomitó en la plaza de La Maestranza cuando el diestro Rafael de Luca, que esa tarde saliera por la Puerta del Príncipe, faenaba su segundo toro.
Lo mismo y sin saberlo ni la dueña del apartamento que rentaba en la calle La María, cada domingo Pablo solía irse de paseo luego del mediodía y regresaba al crepúsculo. Y entonces sólo, con la mirada sin convicción se recostaba en el sillón de su lectura o recordaba, sencillamente, y en algún abismo volvió a ver la alegría de su viejo con él en brazos al festejar un gol, al vasco Lángara colorado de furia pateando aquella pelota gigantesca y al negro Silveyra corriendo jorobeta contra la línea, igual que una gallina. Toda su vida reducida a esos pocos fotogramas de aquel Banfield tres San Lorenzo uno, cuando al salir de la cancha su padre, con su sombrero rancho y aquella sonrisa gardeliana y grandota, le preguntó '¿te gustó?', él dijo 'sí, mucho', y el viejo agregó 'ojalá siempre te acuerdes'.
Hasta que a mediados del noventa, en un soledoso atardecer de un domingo en Sevilla, Pablo sintió en el pecho un dolor profundo y definitivo; y al entrar los vecinos a su habitación, alguien observó una camiseta fútbol era desplegada bajo su cuerpo y comentó apenas:
-Del Betis, verde y blanco a franjas verticales.
(un gracias enorme a Eduardo por el envío de este relato para ser compartido con todos ustedes)
El episodio había acontecido en 1942 y por los cincuenta Pablo supo merodear los vestuarios del estadio tras una prueba futbolística que nunca consiguió, quizá porque ya los jugadores llegaban de lejos. Luego, se fueron cambiando sus vocaciones y él empezó a cuestionar las mismas alegrías que de chico agigantaba en su corazón.
'El fútbol sirve al Poder', solía repetir, aunque una vez vendiendo libros por alguna provincia y ser invitado a pelotear con otros viajantes, disfrutó al vestir ocasionalmente la casaca de sus amores. Verde y blanca a franjas verticales.
En los años del setenta algo lacerante le aconteció a Pablo: unos tipos con capuchas de pesquisar escritos rompieron su casa en la alta noche, violaron a su mujer y en una dependencia embanderada lo torturaron a gusto. Pero eso no se agregaría a ninguna reseña deportiva ni tampoco que una semana más tarde, en una madrugada lo tiraron desde un auto con su existencia rota, donde apenas latentes guardaría sus evocaciones de infancia. Así que llegando los años del ochenta Pablo se encontró viviendo en España donde unos imprevisibles amigos en Sevilla lo instaban a compartir agasajos y tabernas; y hasta en un luminoso 12 de Octubre él, que ya no consentía el atavismo de la muerte gratuita, vomitó en la plaza de La Maestranza cuando el diestro Rafael de Luca, que esa tarde saliera por la Puerta del Príncipe, faenaba su segundo toro.
Lo mismo y sin saberlo ni la dueña del apartamento que rentaba en la calle La María, cada domingo Pablo solía irse de paseo luego del mediodía y regresaba al crepúsculo. Y entonces sólo, con la mirada sin convicción se recostaba en el sillón de su lectura o recordaba, sencillamente, y en algún abismo volvió a ver la alegría de su viejo con él en brazos al festejar un gol, al vasco Lángara colorado de furia pateando aquella pelota gigantesca y al negro Silveyra corriendo jorobeta contra la línea, igual que una gallina. Toda su vida reducida a esos pocos fotogramas de aquel Banfield tres San Lorenzo uno, cuando al salir de la cancha su padre, con su sombrero rancho y aquella sonrisa gardeliana y grandota, le preguntó '¿te gustó?', él dijo 'sí, mucho', y el viejo agregó 'ojalá siempre te acuerdes'.
Hasta que a mediados del noventa, en un soledoso atardecer de un domingo en Sevilla, Pablo sintió en el pecho un dolor profundo y definitivo; y al entrar los vecinos a su habitación, alguien observó una camiseta fútbol era desplegada bajo su cuerpo y comentó apenas:
-Del Betis, verde y blanco a franjas verticales.
(un gracias enorme a Eduardo por el envío de este relato para ser compartido con todos ustedes)
1 comentario:
Excelente cuento de un narrador nacional, popular y de lujo. Elena.
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