17 de agosto de 2009

El fútbol es sagrado (Carlos Penelas - Argentina)


Usted le tiene fe al María Mater Ecclesiae? ¿Es simpatizante, hincha o barra brava de éste equipo? ¿Conoce su historia, la superstición de cada jugador, sus cábalas? ¿Piensa que la Clericus Cup será más trascendente que la Jules Rimet? Alfredo Ves Losada escribió una nota sumamente interesante en torno al fútbol, al Vaticano y el carisma de sus motivaciones. Ese artículo me llevó a escribir éste que seguramente llevará a un poeta, escritor o periodista a escribir otro. Un rosario de palabras jadeantes, votos y sortilegios entre arco y arco, entre el punto del penal y el silbato divino. Ante un tiro libre, ¿usted es capaz de rezar un Ave María?

Pues bien, para muchos la Clericus Cup es llamada en estos días la Champions League de la Santa Sede. Todo nació, según cuenta la leyenda, de la cabeza (no del cabezazo) del cardenal Bertone, Tarsicio. Ningún parentesco con nuestro amado y admirado Bertoni, Daniel. Este cardenal convenció a Benedicto XVI -llamado por las malas lenguas el Beckenbauer de la Iglesia- para organizar un torneo de fútbol. Euforia y esoterismo. Se habló de la vidriera, de sponsor, de evangelización, de fieles, de la actualización. Oficios y comunión de santos. Creo que también de lo ventajoso para luchar contra el aborto, los homosexuales y los anarquistas. Gracias a Dios tuvo el visto bueno de su Santidad. Ergo, el cardenal convocó a dieciséis institutos romanos de formación diocesana. Y proliferaron equipos de fútbol con los seminaristas. El torneo se puso en marcha con jugadores de más de cincuenta nacionalidades. Un milagro: genuflexión y desplazamientos.

El Banco del Espíritu Santo aparentemente no intervino en ninguna publicidad pero colaboró con su mirada celestial. Una de las canchas auxiliares al Oratorio de San Pedro formará parte de la efemeridografía. Otro equipo: el Colegio Tiberino que intentó pasar a cuarto de final en el Grupo A.

Los nombres de los seleccionados son infernales, zigzageantes: Pontificio Seminario Gallito, North American, Pontificio Seminario Romano Maggiore, Universidad Lateranense, Redemptoris Mater -este último un equipo con letanías-. La copa tiene forma de sombrero como los que lucían los seminaristas hasta los 90, con dos botines al pie. Un hallazgo bíblico, un emblema de la globalización. También participa un equipo cuyo nombre nos produce escalofrío: Legionarios de Cristo. Conservadores en el juego, dicen. Cuatro, cuatro, dos, dicen. Sin pecado concebido, dicen.

Hay banco de suplentes, entrenador, director técnico. Los seminaristas de Antioquia, los nigerianos y los colombianos parecen que dan que hablar. En el campo Cardinali Spellman -una leyenda como el Maracaná- es la cancha principal del Oratorio de San Pedro. Al entrar casi todos se persignan, otros besan el césped, ingresan por lo general con el pie derecho. Entran corajudamente. De afuera se escuchan los gritos de aliento, las hinchadas no tiran papelitos pero despliegan rezos, miran al cielo y entonan cánticos que no se parecen a los gregorianos. Códigos.

Se escucha: tocando de primera, distribuyan la pelota, vayan por las puntas, se marca a presión. En el Colegio Marista se hizo una especie de concentración con un almuerzo balanceado: pavo. El cocinero fue el padre Ignacio, Ignatius si usted conoce algo de latín. Hay sobrenombres, motes. Todo con beatitud. Algunos, devotos de la Virgen de Guadalupe, hacen sus pedidos. Mexicanos, qué duda cabe.

Un gol; el jugador levanta el puño derecho. Estatura canónica. Maradona, susurran. Admite, el goleador mira y admite. Pero hay más. Va hasta la platea y lo grita. Las matracas y los redoblantes hacen lo suyo. Está filmado: matracas y redoblantes. Describo, cuento aquello que leí y pude ver. Poco, poco. Y la gente corea, se abraza, se besa, tocan el cielo con las manos. No hay insultos, no hay laicos ni ateos ni desvergonzados. Reina la pulcritud, la pureza y el balón tiene algo espiritual, algo mágico. Impoluto, angelical, asexuado. Ninguna relación con el Mundial de Fútbol Gay que se hizo en Buenos Aires. Acá no hay maricas ni travestis ni onanistas. Ni monaguillos ni prostitutas.

(Estoy seguro que ninguno de ellos vio ‘Sin techo ni ley’ de Agnés Varda, ni ‘Nadie sabe’ de Hirokazu Koreeda. Tal vez me equivoque pero no creo, no creo)

Hay tarjetas amarillas, no por el color de la bandera del Vaticano. Crearon una tarjeta azul, una tarjeta intermedia. Hay spray, ídolos, ritos. También algunos periodistas, devotos, moralizantes. No hay denuncias de proxenetas aunque el nombre de Marcial Maciel da vueltas en el campo de juego y sus alrededores. Silencio de monasterio. Los jugadores son, además, alumnos destacados. Estudian filosofía, teología, bioética. Algunas camisetas llevan el auspicio de Lotto en el pecho. Obediencia debida.

Al finalizar el encuentro se siente el olor a transpiración, no a santidad. No se sabe por qué pero muchos seminaristas brasileños no fueron convocados. En algunos el resentimiento se hizo ver. Culpas, algunos golpes beneméritos. Confesionario y a verlo todo detrás del alambrado. De Darwin no se habla. Ni de Galileo.

Hay fotos en los colegios de los muchachos. Alguien dice: yo no estoy para hacer banco. Aunque parezca mentira algunos les agrada la cumbia villera. Citan a Messi y a Carlitos Tévez. Saben que mañana les espera los abdominales, los piques, las carreras cortas, la elongación. Las duchas son como las de la Roma. Los espera la misa, la música y el reposo. Se juegan dos tiempos de treinta minutos cada uno.

Afuera, en los jardines, se escuchan los grillos. Moralejas eclesiásticas. Que Dios te bendiga, acotan al retirarse. El encargado del bufet les pregunta sobre el resultado, cómo jugaron, cómo están. En el bufet hay un bello crucifijo, grande, detrás de la caja, arriba del mueble de las gaseosas. Sutilezas, panoplias, platerías.

Felizmente, desde el día en que nací, soy de Independiente, de los Diablos Rojos. Como toda mi familia: padres, tíos, hermanos, primos. En la cancha aparece un fana disfrazado de diablo y en la popular una bandera lleva con claridad un número amenazante: 666. Una vez -hace años- pisé ese césped, caminé lo místico. Un proceso de levitación. No hay iglesia que nos ampare, me digo. Tal vez de allí el agnosticismo; de esas banderas rojas, de esa gente voluptuosa, de esos seres indolentes (como yo) que se emocionan en ese templo pagano, ateo, que sólo tienen fe en Lucifer. El de la visera, el de la Cordero, el de la calle Bochini.

(agradezco a Carlos por autorizarme a publicar este cuento y compartirlo con todos ustedes)

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