Estábamos de fiesta en el campo. Estábamos nosotros, los hombres. Y también había mujeres, por supuesto. Hacía calor, pero lo mitigábamos manteniéndonos a la sombra. Había una hamaca.
Todo habría sido normal, si no fuera porque había una pelota de fútbol. Alejandro la miró, la tomó con sus manos y comprobó si estaba bien inflada. Podría estar mejor, pero era aceptable. Lanzó el balón al aire enfrente de sus ojos y cayó al piso amortiguado por su pie derecho.
“Vamos a jugar”, dijo.
Todos lo miramos. Curiosamente, Cynthia (mi Cynthia) respondió “vamos a jugar todos”. Las respuestas afirmativas no se hicieron esperar. Sin embargo, el partido no comenzaba. Todos discutían quién debía jugar para el equipo de quién y comencé a impacientarme.
La pelota estaba en un costado y yo fui a buscarla. Me entretuve haciendo ‘jueguito’ con el pie zurdo hasta que escuché la voz de alguien que decía ¡todos contra todos!
Alejandro no vaciló un momento. Era un hombre de acción. Comenzó a correr hacia mí gritando ¡quítenle la pelota!.
Lo primero que pensé fue ¡no me detendrán!. Enfilé hacia la hamaca, que era el único arco defendido por Roberto. Primero superé a Alejandra pisando la pelota y enganchando para adentro. Ella me entró a destiempo y recibí un golpe en la pantorrilla. Pero no fue suficiente para detenerme. Luego encaré a Cynthia. Tuve que cubrir la pelota con el cuerpo porque, a diferencia de las demás chicas, ella no tenía ningún pudor en tocarme. La dejé atrás con un amague y un movimiento de cintura y ella, en su afán de sujetarme, tocó las partes de mi cuerpo que yo quería que tocara desde hacía tiempo. Pero no sentí nada. Tenía la vista fija en el arco. Luego empecé a tomar velocidad. Una pierna cruzó ante mí, pero adelanté la pelota y esquivé el contacto mediante un saltito. Ya me costaba distinguir a mis rivales, pues estaba rodeado de ellos. Otra pierna cruzó y tocó la pelota, pero yo la recuperé después de tropezar y casi caer.
Y cuando levanté la vista pude ver finalmente el arco. Estaba corriendo, pero todo parecía ocurrir a cámara lenta. Era como ver la repetición de la jugada pero con mis propios ojos y no a través de la televisión. Con el último aliento, crucé el balón al palo derecho de la hamaca con un zurdazo. Roberto estiró el pie para rechazar, pero no pudo evitar que la pelota entrara.
“¡Goool!”, grité alzando el puño.
Todos me miraron incrédulos. Los había superado. Los había dejado en ridículo.
Cynthia se me acercó y me abrazó. Yo suspiré y dije con una sonrisa:
-Ahora vamos a jugar en serio.
Todo habría sido normal, si no fuera porque había una pelota de fútbol. Alejandro la miró, la tomó con sus manos y comprobó si estaba bien inflada. Podría estar mejor, pero era aceptable. Lanzó el balón al aire enfrente de sus ojos y cayó al piso amortiguado por su pie derecho.
“Vamos a jugar”, dijo.
Todos lo miramos. Curiosamente, Cynthia (mi Cynthia) respondió “vamos a jugar todos”. Las respuestas afirmativas no se hicieron esperar. Sin embargo, el partido no comenzaba. Todos discutían quién debía jugar para el equipo de quién y comencé a impacientarme.
La pelota estaba en un costado y yo fui a buscarla. Me entretuve haciendo ‘jueguito’ con el pie zurdo hasta que escuché la voz de alguien que decía ¡todos contra todos!
Alejandro no vaciló un momento. Era un hombre de acción. Comenzó a correr hacia mí gritando ¡quítenle la pelota!.
Lo primero que pensé fue ¡no me detendrán!. Enfilé hacia la hamaca, que era el único arco defendido por Roberto. Primero superé a Alejandra pisando la pelota y enganchando para adentro. Ella me entró a destiempo y recibí un golpe en la pantorrilla. Pero no fue suficiente para detenerme. Luego encaré a Cynthia. Tuve que cubrir la pelota con el cuerpo porque, a diferencia de las demás chicas, ella no tenía ningún pudor en tocarme. La dejé atrás con un amague y un movimiento de cintura y ella, en su afán de sujetarme, tocó las partes de mi cuerpo que yo quería que tocara desde hacía tiempo. Pero no sentí nada. Tenía la vista fija en el arco. Luego empecé a tomar velocidad. Una pierna cruzó ante mí, pero adelanté la pelota y esquivé el contacto mediante un saltito. Ya me costaba distinguir a mis rivales, pues estaba rodeado de ellos. Otra pierna cruzó y tocó la pelota, pero yo la recuperé después de tropezar y casi caer.
Y cuando levanté la vista pude ver finalmente el arco. Estaba corriendo, pero todo parecía ocurrir a cámara lenta. Era como ver la repetición de la jugada pero con mis propios ojos y no a través de la televisión. Con el último aliento, crucé el balón al palo derecho de la hamaca con un zurdazo. Roberto estiró el pie para rechazar, pero no pudo evitar que la pelota entrara.
“¡Goool!”, grité alzando el puño.
Todos me miraron incrédulos. Los había superado. Los había dejado en ridículo.
Cynthia se me acercó y me abrazó. Yo suspiré y dije con una sonrisa:
-Ahora vamos a jugar en serio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario