13 de julio de 2009

Maradona merengue (Leonardo Enríquez Gabeiras - España)


Las deudas del alma no se acaban nunca de pagar, Maradona y algunos de nosotros lo sabemos muy bien.

Lo de Di Stéfano fue como el primer amor, algo inolvidable pero difuminado por el tiempo y la experiencia. Pero ver a Maradona vestido de blanco, como una conjunción planetaria o un eclipse total de sol, hubiera causado trastornos permanentes en la afición, todo hubiera sido diferente.

Las Copas de Europa hubieran llegado antes, porque a Míchel y a los demás no les hubiera quedado más remedio que meter pierna y recibir balonazo, so pena de sufrir la media sonrisa de Diego. La combinación del poderío macarra argentino y la temerosa hidalguía española de la Quinta parece una poción mágica insuperable, y aquellos recuerdos borrosos de la infancia se hubieran convertido en realidad y gloria mucho tiempo antes.

Con Valdano y Butragueño a su vera, Maradona tendría ahora mejores modales, y sin renunciar a llevar la camiseta del Che a modo de ropa interior, ahora sería un discreto izquierdista en el Madrid, como Del Bosque o Breitner, e incluso se permitiría alguna licencia poética en las entrevistas, como mandan sus genes porteños.

Si Maradona hubiera gambeteado en Chamartín, quizá Mirtita habría venido antes a España, atraída por algo más concreto que aquello que le hizo venir, y ahora tendría, además de la albiceleste con el 10, otro fetiche aún más excitante. Si El Pibe hubiera venido aquí, es posible que Nachito nunca hubiera devuelto el carné de socio, y así probablemente habría cruzado alguna mirada de complicidad en la grada con aquella rubia argentina en el descanso de algún derby.

Las pasiones mutuas nunca realizadas siempre acaban en catástrofe, se convierten en terribles termitas que taladran el corazón de forma irreversible.

Que no vuelva a ocurrir.

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