En el último partido de la primera ronda del Mundial de 1978, el 10 de Junio de ese año, debieron enfrentarse Francia (único equipo que utilizó a sus 22 convocados) y Hungría; ambas selecciones ya se encontraban sin chances de pasar a la ronda siguiente del torneo.
Un día antes de disputado el partido, la F.I.F.A. le comunica a la delegación húngara que debido al color rojo de su camiseta y al azul de la de los galos, se podían confundir las mismas en los televisores blanco y negro que predominaban en Argentina por ese entonces, deberían jugar con la camiseta suplente, sin prever que los franceses adoptando la misma postura hacen lo propio y salen al campo de juego, al igual que sus rivales, con la casaca blanca, y como ambos seleccionados estaban convencidos de que estaban haciendo lo correcto, ninguno había llevado las camisetas titulares, por lo cual el árbitro no podía comenzar el partido.
Entonces a los franceses se les ocurre enmendar su error y pedirle prestado un juego de camisetas al club de fútbol que estuviera más cerca del estadio. Como el partido debería disputarse en el estadio mundialista de Mar del Plata, el club Kimberley de dicha ciudad le proporciona sus casacas blancas y verdes a rayas verticales con las que finalmente los franceses vencen por 3 a 1 a Hungría.
Lo más curioso del caso es que en la vestimenta del conjunto galo, los jugadores Dominique Rocheteau y Olivier Rouyer, tenían en sus pantalones los números 7 y 11, mientras que en sus casacas llevaban el 18 y el 20 respectivamente.
Un día antes de disputado el partido, la F.I.F.A. le comunica a la delegación húngara que debido al color rojo de su camiseta y al azul de la de los galos, se podían confundir las mismas en los televisores blanco y negro que predominaban en Argentina por ese entonces, deberían jugar con la camiseta suplente, sin prever que los franceses adoptando la misma postura hacen lo propio y salen al campo de juego, al igual que sus rivales, con la casaca blanca, y como ambos seleccionados estaban convencidos de que estaban haciendo lo correcto, ninguno había llevado las camisetas titulares, por lo cual el árbitro no podía comenzar el partido.
Entonces a los franceses se les ocurre enmendar su error y pedirle prestado un juego de camisetas al club de fútbol que estuviera más cerca del estadio. Como el partido debería disputarse en el estadio mundialista de Mar del Plata, el club Kimberley de dicha ciudad le proporciona sus casacas blancas y verdes a rayas verticales con las que finalmente los franceses vencen por 3 a 1 a Hungría.
Lo más curioso del caso es que en la vestimenta del conjunto galo, los jugadores Dominique Rocheteau y Olivier Rouyer, tenían en sus pantalones los números 7 y 11, mientras que en sus casacas llevaban el 18 y el 20 respectivamente.
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