23 de julio de 2009

Beckham (de penalti) - 4ª parte


Jugamos el partido contra Nigeria deseando ganar. Si acabábamos como cabeza de grupo, eso significaría que seguramente no tendríamos que enfrentarnos a Brasil hasta el final. Y no jugaríamos contra ellos en la clase de condiciones que habíamos tenido que soportar en Osaka. Se había hablado del calor extremo en la preparación del torneo, los partidos que empezaban a media tarde serían difíciles, sobre todo contra los equipos no europeos que estaban acostumbrados a jugar a temperaturas superiores a 35 grados. Sin embargo, ninguno de nosotros se había imaginado lo duro que sería hasta que salimos ese día a calentar. Después de recorrer el campo una vez, los jugadores nos miramos entre sí. “¿Cómo vamos a jugar con este calor?”.

El calor se plantaba delante de tus narices como un muro. No soplaba ni una pizca de viento. El sudor te chorreaba mientras estabas quieto, contemplando las gradas. Cuando hace tanto calor, uno siente claustrofobia. El aire está cargado, te sofoca, te impide respirar. Sabíamos que Nigeria tenía un buen juego, aunque yo no tenía ninguna duda de que los derrotaríamos. Lo único que me preocupaba era que las condiciones consiguieran derrotarnos.

Era un partido que jamás creímos que fuéramos a perder. Sin embargo, a medida que avanzaba, sentíamos que tampoco íbamos a ganar. Noventa minutos de trabajo duro. Conseguimos empatar a cero y continuamos para jugar contra Dinamarca en la siguiente vuelta. No había nada más que decir, los jugadores se sentaron en el vestuario a beber agua, con la garganta casi tan seca que no podían tragar.

El partido en sí es un borrón. Lo que recuerdo bien es la forma en que nos sentimos las horas posteriores, totalmente demolidos tanto física como psicológicamente. Nos hundimos durante los días siguientes. No dudábamos de nosotros, pero éramos conscientes de que, en casa, algunas personas se preguntaban si el partido contra Argentina no habría sido algo excepcional. Acabamos los segundos en el grupo ‘F’ por detrás de Suecia. ¿Era Inglaterra lo suficientemente buena en ese momento para seguir adelante?

Hablar con Victoria y con Brooklyn me ayudó a seguir adelante. Echaba de menos a mi familia. Lo arreglé para mantener una videoconferencia desde la habitación del hotel y pude hablar con Victoria cara a cara; cuando uno tiene una esposa embarazada de siete meses quiere conocer hasta la última nadería de su día a día. Teníamos muchas cosas que decirnos sin necesidad de mencionar los partidos que estaba jugando en Japón. El tiempo que pasaba hablando por teléfono con mi casa era un descanso del fútbol y un descanso de la tensión. Incluso conseguí ver a Brooklyn y hablar con él por videoconferencia; se sentaba y charlaba conmigo o presumía de bici nueva dando vueltas y más vueltas por la habitación.

Tuve un presentimiento sobre el partido contra Dinamarca. Pudo deberse al agotamiento tras el calor de Osaka, pero creí que era algo más que eso. Sabíamos que seguramente tendríamos que enfrentar nos a Brasil si seguíamos adelante; y la gente ya estaba esperándolo, aunque antes teníamos que ganar ese partido. Dinamarca era un equipo bien organizado y físicamente fuerte; casi todos sus futbolistas jugaban en Inglaterra o, como mínimo, lo habían hecho durante sus carreras.

Pensé que podría ocurrir lo mismo que en nuestro partido de grupo contra Suecia, en el que la familiaridad del contrincante con los jugadores de la selección le había hecho un favor a nuestro rival pero a nosotros no nos había ayudado en absoluto. Yo creía en aquella selección. De hecho, creía que en 2002 teníamos la oportunidad de hacer algo que no se había hecho desde 1996. Aunque no estaba seguro de si todos estábamos lo suficientemente centrados para conseguir un marcador a nuestro favor el domingo por la tarde.

Antes del partido, eché un vistazo a mí alrededor y supe que estaba equivocado. Estábamos tan listos para Dinamarca como lo habíamos estado para Argentina. Los rostros de los jugadores y su lenguaje corporal estaban listos, nada de miedo, ni de distracciones, ni de tensión. Todo el mundo estaba concentrado, esperando el saque inicial, más relajado de lo que había visto jamás al equipo de la selección. Niigata era otro estadio nuevo para nosotros, pero parecía que los chicos sólo hubieran necesitado las tardes previas de preparación para sentirse allí como en casa. Un ambiente así entre los jugadores cobra vida por sí solo. Miras al compañero y te da la impresión de que está listo. Al igual que el compañero de equipo que está junto a él. Y tú irradias confianza en ti mismo cuando te miran. Es una energía que recorre el vestuario en los minutos previos al saque inicial. Esa tarde, sabía que estábamos preparados.

Cuando salimos por el túnel al campo, me encontré mirando a los jugadores de Dinamarca en lugar de a mis compañeros de equipo. Por la forma en que caminaban, la forma en que miraban hacia delante y hacia atrás, se podía percibir su nerviosismo. Puede que no fuera exactamente miedo, pero sí algo parecido: no confiaban en sí mismos. Nosotros teníamos ventaja psicológica. Los tipos duros como Thomas Gravesen y Stig Tofting lo estaban haciendo lo mejor que podían, caminando resueltos y gruñendo, como diciendo que estaban listos para la lucha. Ese gesto hacía más evidente que muchos de los otros jugadores daneses no creían tener muchas posibilidades. No fui el único que se dio cuenta. Mientras los demás alentaban, Rio me llamó.

-¿Tú qué opinas? Parecen asustados.

Me parece que habíamos vencido a Dinamarca antes de empezar. Y menos mal que así era, porque fue la única vez en todo el verano en que la lesión me hizo sufrir de verdad durante un partido. Sentía que el pie mejoraba de un día para otro. No obstante, para jugar contra Dinamarca me calcé unas botas con unos tacos especialmente largos. En Niigata llovía, por tanto no me quedaba otra alternativa.

Hasta entonces, gran parte de la incomodidad la había sentido en la punta del metatarso, pero esa noche, sentía el dolor en la planta del pie. Era como si los tacos se clavaran en la lesión cada vez que presionaba el pie contra el suelo para correr o para chutar; cada vez que intentaba girar, la fractura se retorcía.
Sin embargo, el dolor del pie no evitó que disfrutase del partido. Sobre todo los primeros veinte minutos fueron fantásticos. Jugamos como si no nos importase nada en el mundo, ni siquiera en un torneo importante en el que el ganador se lo lleva todo.

Pasados cinco minutos, lancé un córner. Rio lo remató de cabeza, pero nadie estuvo seguro de que fuera él quien había marcado el gol hasta después porque el balón rebotó en el poste y luego en el portero danés. Por último, Emilie Heskey volvió a hundirlo en la red cuando salió rebotado. Incluso pensé en adjudicármelo yo, pero me alegra que las repeticiones de vídeo se lo concedan a Rio. Es un compañero de vestuario genial y en el campo jugó un Mundial fantástico. Entrar en la lista de goleadores era lo mínimo que se merecía ese verano.

Quince minutos después, Michael metió el segundo gol y ya parecía el final del partido. Dinamarca tuvo algunas oportunidades, pero nosotros subimos a su área justo antes del descanso y Emile marcó su gol. El calor nos había agotado jugando contra Nigeria en Osaka. La lluvia era precisamente lo que necesitábamos en Niigata: hizo que el terreno de juego estuviera más rápido, cosa que va muy bien para la forma en que Sven quiere que juegue la selección inglesa. El resultado de 3-0 estuvo bien, era todo lo que podíamos pedir y, además, frente a un equipo que se había clasificado para la segunda fase a costa de Francia. Me habría puesto a saltar como un loco después del partido para celebrar que habíamos pasado los octavos de final, pero el pie me estaba matando.

Cuando el partido estaba a punto de finalizar, me había dado un calambre porque estaba corriendo con la bota torcida hacia un lado para intentar no ejercer tanta presión en la planta del pie. Aun así, el resto de mi cuerpo estaba en mucho mejor estado. Ante Dinamarca me sentí más fuerte de lo que me había sentido desde que me había recuperado de la fractura. Después tuve la satisfacción de saber que mi participación había resultado esencial: había colaborado en los pases previos a los tres goles de Inglaterra.

Así pues, lucharíamos contra Brasil en cuartos de final. Si ganábamos ese partido, ganaríamos la Copa del Mundo. Sé que en Inglaterra la gente estaba empezando a tomárselo muy en serio. Nuestra selección era aspirante al título. En pasados campeonatos, las altas expectativas habían presionado mucho a la selección. Sin embargo, en Japón 2002, nuestra afición no pensaba nada que los demás jugadores o yo mismo no estuviéramos pensando ya. ¿Argentina? Eliminada. ¿Francia, los últimos campeones? Eliminada. ¿Italia? Eliminada. ¿Portugal? Eliminado. ¿Los holandeses? Ni siquiera habían llegado. ¿Quiénes quedaban? Los equipos con un pasado en el Mundial se reducían a dos: Alemania, a quienes habíamos vencido por 5-1 en Munich para llegar a las finales, y Brasil. Estábamos impacientes por que llegara la tarde del viernes en Shizuoka.

Lo único que nos preocupaba era Michael Owen. Fue una no vedad que toda la atención se centrase en torno a su ingle y no en mi pie, a pesar de que no recuerdo que mucha gente, ni siquiera de la concentración de Inglaterra, fuera consciente de lo cerca que es tuvo de perderse el partido contra Brasil. Se enfrentaba a una lesión en la ingle, la clase de lesión que va empeorando cuanto más juegas. En el Liverpool lo habrían hecho descansar durante un par de semanas en la temporada de la Liga, pero Michael era fundamental para la selección inglesa: un jugador de talla mundial que siempre liba lo mejor de sí en las grandes ocasiones. Cualquier equipo del lomeo habría hecho todo lo posible por tenerlo suficientemente recuperado para salir a jugar.

No le teníamos ningún miedo a Brasil. El partido empezaba temprano por la tarde, lo cual significaba que seguramente ellos tendrían ventaja si las condiciones eran parecidas a las que habíamos soportado en el partido contra Nigeria. Entrenamos en el estadio la tarde anterior y estuvo lloviendo a mares. Todos sabíamos que, si eso se repetía al día siguiente, tendríamos una buena oportunidad. En el hotel, más tarde, sentía que tenía que erigir un pequeño santuario para los dioses del tiempo locales antes de irme a dormir, para que lloviera más. No hubo suerte. El viernes por la mañana salté de la cama y descorrí las cortinas de golpe. El sol ya estaba alto sobre el horizonte y presidía un día precioso. Se me cayó el alma a los pies: al final tendríamos que intentarlo de la forma más difícil.

Jamás se me habría ocurrido pensar en el tiempo como excusa. Aceptas lo que te dan y de todas formas sales a jugar como mejor sabes. Aun así, mucha gente había estado diciendo que, si hacía calor, Inglaterra estaría en apuros. Me he preguntado muchas veces desde entonces si se nos había metido eso en la cabeza. A veces basta una pequeña duda para quebrantar la confianza de los jugadores. Antes del partido salimos al campo unos diez minutos, pero luego volvimos a entrar para realizar el calentamiento principal.

Los japoneses nos buscaron un despacho bastante grande para que hiciéramos los estiramientos. No era ni mucho menos lo ideal, y a Michael le estuvieron dando masajes justo hasta antes de salir al campo. Le fue por poco, pero jugó. La gente lo sabe todo acerca de Michael, pero también es más fuerte de lo que cualquiera fuera del vestuario sabrá jamás. Yo también había hecho una sesión con Richard Smith, el masajista, de modo que comprendía exactamente por lo que estaba pasando Michael para asegurarse de que podría empezar el partido. No pensaba perderse a Brasil por nada del mundo.

Empezamos muy bien ese partido de Niigata. Si el calor nos molestaba, no parecía notarse. No dimos opción a que los jugadores brasileños cogieran el menor ritmo. Si se deja que eso pase, un equipo como éste puede tener el partido ganado antes de que hayas empezado a jugar. Sabíamos que teníamos que defender como equipo cuando teníamos el balón. No podíamos dejar que presionaran dos contra uno frente a nuestros jugadores en ningún momento. Cuando teníamos la pelota, el trabajo era bastante sencillo: había que pegarse a ella y correr enseguida hacia su campo, Todo el mundo sabe que a los brasileños les gusta dejar que sus defensas se vayan al ataque realizando un juego abierto. Sabíamos que contábamos con jugadores para frenarlos y contraatacar nosotros. Parecíamos estar completamente concentrados. A pesar de que tuvieron un par de oportunidades -David Seaman tuvo que salvar un tiro a puerta de Roberto Carlos-, no estaba sucediendo nada que nos pudiera preocupar.

“No cometas errores. Espera a que los cometan ellos”. Sólo habían pasado unos veinte minutos cuando Brasil perdió el balón en nuestro tercio del campo. Emile Heskey lo atrapó a medio camino, delante de él, vio a Michael que echaba a correr al otro lado de su defensa. Emile lanzó un pase de unos treinta metros en dirección hacia la esquina del área de penalti de Brasil. Parecía que su defensa central, Lucio, alcanzaría el balón y lo despejaría. No sé si llegó a ver a Michael y le preocupó que pudiera intentar una jugada en solitario, pero el caso es que Lucio dejó de mirar el balón. En lugar de controlarlo, lo dejó botar y alejarse de él de camino a la trayectoria de Michael. Los grandes delanteros nunca se quedan quietos.

Se están moviendo a la espera de su oportunidad antes de que ninguna otra persona vea que está pasando algo. Michael robó el balón y corrió hacia el área. Sabíamos que, con lesión en la ingle o sin ella, a Michael no lo iban a atrapar una vez iniciada la jugada. Y el guardameta, Marcos, puesto que lo habían cogido por sorpresa, no se movió de su sitio hasta que fue demasiado tarde. Michael sólo tuvo que colocarse y engalanar su disparo, que sobrepasó al portero y se coló por la escuadra: 1 a 0. Yo estaba casi a cuarenta metros. Fue como verlo por televisión. “Michael Owen marca para Inglaterra contra Brasil. No puedo creer lo que está pasando. Espero que o estén grabando en vídeo”.

Estaba convencido de que, si lográbamos mantener el 1-0 hasta el descanso, Inglaterra podría ganar el Mundial. Sin embargo, Brasil es un gran equipo. Su mayor o menor capacidad, la saben utilizar con total intrepidez. Estar un gol por detrás no les hizo perder el ritmo en modo alguno. Nada iba a hacer que cambiaran su enfoque del partido. Con cualquier otro equipo que no sea Brasil, si se pone uno en cabeza, espera que eso obligue a sus adversarios a presionar y empezar a arriesgarse. Ellos no, ellos son el mejor equipo del mundo y lo saben. Y, de todas formas, así es como juegan todos los partidos.

Unos cinco minutos antes del final de la primera parte, Roberto Carlos disparó un chute que se desvió. Dave Seaman saltó para atrapar el balón y se lesionó el cuello al caer hacia atrás. No tenía buen aspecto. Era probable que tuviera que abandonar.

Dejé de mirar un momento a Dave y al fisioterapeuta, Gary Lewin. Ronaldo estaba hablando de algo con el árbitro, Ramos Rizo, y entonces se echó a reír y le pasó el brazo por el hombro al colegiado. Parecía que estuviera con unos cuantos amigos disfrutando de una pachanga un miércoles por la tarde en el parque del barrio, sin ninguna preocupación en el mundo. “¿Cómo se puede estar así cuando se va 1-0 en el Mundial? Esto aún no se ha acabado. Esto no se ha acabado ni de lejos”.


(continuará…)

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