21 de julio de 2009

Beckham (de penalti) - 2ª parte


Fue una pena que el partido no resultara tan intenso como los preparativos. Jugamos bien, sobre todo al principio, pero de alguna forma, parecía que no estaba muy claro cómo iba a acabar el partido. No hubo muchas oportunidades. ¿Dónde estaban las grandes entradas y las confrontaciones? Sinceramente, no se podía haber previsto, pero, transcurridos veinticinco minutos, metimos el primer gol. Saqué un córner por la izquierda y Sol Campbell lo transformó en gol con un remate de cabeza perfecto. Sol siguió corriendo hacia el siguiente banderín de córner para celebrarlo. Yo también me había vuelto loco de alegría, como si lo hubiera marcado yo. Me volví y levanté los brazos en dirección a la afición sueca, que me había estado dando duro. Seguían riéndose, a lo mejor sabían que después les tocaría a ellos.

Marcar es una cosa, pero crear una oportunidad de gol para otro es además una sensación fantástica y, esa noche, me encantó que fuera Sol quien recibiera el balón. Quince años atrás, en la época en que entrenábamos con el Tottenham como juveniles, Sol no marcaba demasiados goles. Durante la prórroga del partido contra Argentina en Francia 98, cuando sólo éramos diez hombres, le habían anulado un gol que, de haber sido aceptado, nos habría hecho ganar el partido. En ese momento, Sol nos había dado un empujón en el Mundial de 2002.

El problema era que a partir de ese instante no nos esforzamos. Íbamos en cabeza, pero éramos cautelosos, estábamos tensos y nos relajamos adelante. Y luego, en la segunda mitad, perdimos la concentración. No conseguíamos conservar el balón. Perdíamos los pases y Suecia no dejaba de presionar. A diferencia del gol que habíamos metido en la primera mitad, el de los suecos era previsible. Habíamos perdido la concentración come equipo en el momento equivocado y les regalamos el empate. Cuando Niclas Alexandersson lanzó al fondo de la red un rápido despeje de Danny Mills, habría resultado fácil culpar al defensa del Leeds del tanto. No creí que fuera culpa suya. Se cometieron muchos mal errores en la jugada que acabó en gol. Tuve el detalle de acercarme a él.

-Venga, Danny. Sigamos.

Un par de minutos más tarde, Sven me sustituyó. Era mi primer partido desde el que jugamos contra el Deportivo en Old Trafford y, a decir verdad, me resentía. Me dolía el pie, pero el problema estaba más relacionado con la forma física en general para el partido. Al principio de la segunda parte estuve pensando: ¿qué me pasa en las piernas? Estoy seguro de que Sven me vio resoplar y supo que teníamos otros partidos que jugar y que para eso habían traído a Kieron Dyer. Aun así, no me alegré de que me sustituyeran. Fue la primera vez que me enfadé por una de las decisiones del señor Eriksson. Al ver el partido desde el banquillo me sentí más frustrado a medida que el juego se encaminaba a acabar en empate.

El marcador, 1 a 1, no era un desastre para el primer partido de un campeonato importante, pero nos sentíamos realmente decepcionados de nuestra actuación. Creo que ése fue el motivo de que no nos acercáramos a dar las gracias a la afición inglesa que se encontraba en el estadio tras el pitido final. Por ese motivo nos criticaron en la prensa al día siguiente y nos acusaron de dar la espalda a nuestros hinchas, lo que no era cierto. Contamos con un respaldo fantástico y creo que los jugadores nos metimos enseguida en los vestuarios porque sentíamos que no habíamos estado a la altura de las circunstancias. De lo que sí nos dimos cuenta todos después fue que fuera cual fuese el motivo, no aplaudir a nuestra afición fue un error. Como capitán, puede que fuera mi responsabilidad llevar la voz cantante, aunque hubiera estado en el banquillo. Los jugadores lo comentamos al día siguiente y nos prometimos a nosotros, así como a la afición, que, en el futuro, nos aseguraríamos de agradecerles que hubieran estado allí, apoyándonos.

De vuelta en los vestuarios, se respiraba cierto aire de desorientación. No recordaba haber visto al equipo de la selección tan hundido. Ni siquiera los masajistas de Inglaterra, Terry Byrne, Steve Slattery y Rod Thornley, consiguieron levantar el ánimo a los jugadores aquella tarde. Fue la primera vez que había visto a Sven intentar cambiar de humor a los jugadores.

-Todavía tenemos muchos partidos importantes por delante. Ni se os ocurra deprimiros por lo que ha ocurrido hoy. No es un problema. Hemos empatado a uno. No hemos perdido, ¿verdad? ¡Venga, hombre! ¿Qué os pasa, chicos?

Yo no había estado de muy buen humor, en parte porque todavía estaba molesto porque el entrenador me había sustituido. No lo esperaba en absoluto. No obstante, escuché a Sven en el vestuario y me di cuenta de que, como capitán, debía hacer todo lo posible por mostrarme positivo. Seguía siendo una tarde bastante aciaga. Todos nos habíamos estado preparando para las finales del Mundial y los jugadores estaban realmente deprimidos por haber dejado escapar nuestro primer partido.

Al día siguiente no tuvimos más remedio que olvidarnos de Suecia. Teníamos cuatro días para prepararnos para lo que sería nuestro partido más importante dentro del grupo. Ahora bien, era un partido que de verdad necesitábamos ganar. Una de las mejores cosas sobre Sven Goran Eriksson como técnico es su capacidad para evaluar lo que necesitan los jugadores en todo momento. Dice lo necesario para que cada uno se mentalice como ha de hacerlo para un partido. Igual de importante es el hecho de que siempre sabe exactamente qué necesitamos desde un punto de vista físico. Entre partido y partido, en una ocasión como la del Mundial, nos hace entrenar duro si es beneficioso para el equipo, pero relaja las sesiones si nuestros cuerpos no están a tono. No nos iba a ‘castigar’ con un programa de ejercicios por no haber jugado bien contra Suecia. Steve McClaren y él nos prepararon con calma para el partido del viernes por la tarde contra Argentina en Sapporo.

Esa semana incluso rompimos un poco con la típica dieta estricta inherente al hecho de estar en un campo de entrenamiento. Debo admitirlo, fue la mejor idea que tuve en todo el verano. En realidad llevábamos lejos de Inglaterra -y de la comida rápida- tres semanas y yo empezaba a echar de menos una hamburguesa con patatas fritas.

Supuse que habría algunos chicos que sentirían lo mismo Hablé con Sven, que creyó que mi idea no nos haría ningún daño, y luego hablé con los cocineros de la selección. El miércoles por la noche bajamos todos a cenar. Las puertas del comedor estaban cerradas y había dos enormes arcos dorados pegados en ellas. Entramos y vimos una montaña de comida para llevar de McDonald's esperándonos: más hamburguesas normales, hamburguesas con queso y patatas fritas de las que uno haya podido ver apiladas en toda su vida. Fue una sorpresa total para los jugadores. Lo devoramos todo, fue como ver a unos niños enloquecidos en una tienda de caramelos. Y funcionó. Volvimos a hacerlo antes del partido contra Dinamarca. A lo mejor, la comida rápida era lo que nos hacía falta para la preparación del partido contra Brasil.

Con la selección, siempre entrenamos mucho basándonos en el equipo rival. Dave Sexton, entrenador del Manchester durante los años setenta, es el encargado de hablarnos de nuestro próximo oponente. Comenta las características de cada uno de los jugadores de un equipo de veintitantos componentes.

A continuación, nos pone un vídeo, el equivalente a esa cámara que filma a los jugadores en los partidos retransmitidos por televisión por cable y que escoge a un jugador en concreto, y lo comenta: “Esto es lo que hace cuando atacan”, “y esto es lo que hace cuando defienden”. Dave explica exactamente lo que cree que deberíamos hacer para contrarrestar a ese jugador en concreto. Es bastante similar a planificar una operación militar. Carlos Queiroz contribuyó con muchas ideas del mismo tipo a nuestra preparación en el Manchester durante mi última temporada en Oíd Trafford.

Esta clase de preparación con los jugadores se practica cada vez más en el fútbol. En la actualidad, da la impresión de que todo el mundo cuenta con la tecnología más avanzada. Por instinto, yo soy más bien de la vieja escuela. A mí lo que me gusta es salir y jugar. Sin embargo, entiendo la importancia de conocer todos los puntos fuertes y flacos de tus oponentes. Una pequeña ventaja es lo que a menudo se necesita para ganar un partido de fútbol de alto nivel.

Huelga decirlo, nos moríamos de impaciencia por jugar contra Argentina. La perspectiva del siguiente partido fue lo que acabó con nuestra depresión después del empate contra Suecia. Admiro en lo más profundo la forma en que los chicos se prepararon para el partido contra los favoritos del Mundial. La confianza en uno mismo es un elemento muy importante en el fútbol y Argentina era uno de los mejores equipos del campeonato. Todos los jugadores ingleses empezaron el partido convencidos de que los íbamos a vencer. Había una convicción mental en todos y cada uno de nosotros, y en el equipo como conjunto. Visto en retrospectiva, ese empate contra Suecia nos había puesto las cosas más fáciles; salimos a jugar el viernes por la noche sabiendo que al final del partido debíamos obtener un resultado positivo.

El partido Inglaterra-Argentina es uno de los grandes encuentros del fútbol. El de Francia 98 había sido increíble. Debido a lo ocurrido en Saint Etienne, la preparación para Sapporo en 2002 fue incluso más intensa. Todo el período anterior al partido se habló de que Inglaterra -y de que el capitán de la selección en particular- buscaba una oportunidad para meter un tanto; los periódicos habían estado hablando de “venganza” y “destino” y de “Beckham” desde que se había producido el empate. La mitad de los jugadores de ambos equipos habían participado en el partido de cuatro años atrás. Por parte de Argentina, entre esos jugadores se encontraba ‘Seba’ Verón, quien, mientras tanto, se había convertido en compañero de equipo del Manchester.

Cada vez que veo fotos de mi expulsión en Francia 98, veo a Seba animando al colegiado a que me saque tarjeta roja. Nunca hablamos en serio sobre ese episodio, al fin y al cabo, no tenía nada que ver con que jugásemos juntos en el Manchester. Pero sí bromeábamos sobre la rivalidad entre nuestros dos países. Los días que salíamos con el equipo siempre incluían un momento en que los jugadores ingleses y yo jaleábamos ¡Ar-gen-ti-na! y él contestaba ¡In-gla-te-rra!. Vi a Seba antes del partido en Sapporo y todo seguía siendo relajado y amigable entre ambos. Él empezó a intentar deprimirme:

-Debes de estar muy cansado, David. Apuesto a que te ha estado doliendo mucho el pie.

-No, descansé al final de la temporada, ¿sabes? Jamás me he sentido en tan buena forma.

Había estado luchando contra los nervios, es lo normal cuando los miedos de cuatro años atrás regresan a tu memoria para atormentarte. No podía evitarlo. Todas las preguntas que me hacían, todas las conversaciones que mantenía con la prensa y con la afición inglesa estaban relacionadas con Simeone, con una tarjeta roja y, en el Mundial, con la oportunidad de poner las cosas en su sitio. Además, seguía preocupado por el metatarso. Me sentía bien, pero no me gustaba el aspecto del campo ni cómo podría afectar la humedad de un estadio cubierto al juego. No acababa de decidirme sobre qué tipo de botas ponerme. Los tacos largos se habrían hundido en el césped, lo que me habría dañado el pie después de noventa minutos, aunque así tuviera mejor tracción. Al final, me decidí por unas de suela flexible.

Hablé con Victoria por teléfono antes de salir hacia el estadio. Se había quedado en casa: Romeo, nuestro segundo hijo, estaba a punto de nacer. Incluso estando en la otra punta del mundo, si había alguien que supiera cómo hacer que me relajase, ésa era Victoria. Le conté cómo me sentía, ella me deseó suerte, por supuesto.

-Tú disfruta. Hazlo lo mejor que puedas. Aquí en Inglaterra, todo el mundo se ha vuelto loco, todos están impacientes.

Estaba intentando pensar en cosas positivas. Incluso hablamos de qué pasaría si marcaba el gol ganador; era mejor pensar en eso que en lo otro: “Si algo fuera mal esta noche, Victoria, no sé si sería capaz de pasar por todo lo que tuve que pasar la otra vez”.

Entonces, cuando estábamos preparándonos para despedirnos, ella dijo en tono lloroso:

-Ahora no vayas a hacer ninguna estupidez, ¿vale?

Yo me reí y la tensión se alivió.

-No sé, ya veré qué tal va. A lo mejor tendría que salir ahí fuera y patear a alguno por los viejos tiempos.

Jamás olvidaré la pasión y la sensación de tener un objetivo que se respiraba en el vestuario antes de salir a enfrentarnos contra Argentina. El ritmo del disco 8701 de Usher retumbaba en nuestras cabezas. Miré a Michael Owen, irradiaba cierto halo, una concentración pura y dura en el trabajo que tenía entre manos. Miré a Rio Ferdinand y a Sol Campbell: sus rostros reflejaban calma, con la expresión inmutable; esa misma intensidad ardía en sus ojos. “Sí señor. ¿Cómo vamos a perder esta noche? Venga, Inglaterra”.

Jamás había oído nuestras voces como esa vez. El eco retumbaba en el túnel mientras nos alineábamos con Argentina; las voces inglesas -las de los jugadores- se oían gritar, rugir y alentarse, como si fuéramos a librar una batalla. Y, desde el saque inicial, eso es precisamente lo que fue. La entrada de Batistuta a Ashley Cole cuando llevábamos más o menos un minuto de partido fue espeluznante.

Si lo hubiera hecho más avanzado el partido lo habrían expulsado. Fue la oportunidad de dejar huella para un gran jugador. Habíamos convenido entre nosotros que no tendríamos ningún miramiento con Argentina, pues ellos tampoco se andarían por las ramas. Desde su punto de vista, esa embestida del número 9 lo decía todo. Aunque rompió un maleficio, sorprendió a todos los presentes en el estadio, tanto a los jugadores como a la afición. No importaba el empate con Suecia. No importaba lo que hubiera ocurrido años atrás. No importaba el pie de Beckham. Ése era el reto, ¿éramos lo bastante fuertes come, para enfrentarnos a él? La atmósfera en el estadio era electrizante. La afición inglesa al completo lo sentía, estoy seguro, todos nuestros jugadores dieron la talla en ese instante “¿enfrentarnos a este reto? Haremos algo mucho mejor”.

Me costó más meterme en el partido que a mis compañeros. Cuando tuve el pie suficientemente caliente para que dejara de darme punzadas de dolor, ya estábamos jugando bastante bien, éramos un equipo distinto al que había luchado con menos fuerza una semana antes. Éramos los mejores en el uno contra uno, Nicky Butt estaba en todas partes, tratando de robar balones, animándonos para que siguiéramos adelante. Incluso cuando íbamos 0-0, ya sentíamos que era nuestra noche. Owen Hargreaves se lesionó muy pronto y Trevor Sinclair lo sustituyó. Cualquier otra noche, eso podía haber afectado a nuestro ritmo.

Cualquier otro jugador que no hubiera sido Trevor podría haber necesitado tiempo para acomodarse al ritmo de un partido de Mundial. Él aprovechó su oportunidad. Empezó a correr hacia el equipo de Argentina, aterrorizando a defensas expertos como Placente y Sorín. Estaba preparado. Era la noche en que se iba a asegurar de que todos esos kilómetros en un 747, cuando había estado dentro y luego fuera del equipo y al final dentro otra vez, habían valido la pena.


(continuará…)

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