1 de junio de 2009

El Matador (Walter Saavedra - Argentina)


La memoria es un paraíso desde
donde no podemos ser desterrados

(F. Richter)



Julián dijo que si queríamos ir al baño aprovecháramos ahora porque después no le iba a dar pelota a nadie, que durante noventa minutos no quería ser molestado y que por culpa nuestra tenía que escuchar al Gordo Muñoz en lugar de estar en la cancha como Dios manda.

Yo no tengo ganas de mear. Al contrario: me da miedo. Tanta picana me inflamó todo y cada vez que orino siento como que expulso vidrios molidos. Ayer, sin ir más lejos, me hice en los pantalones cuando estaba en la máquina y me salió sangre.

Sin embargo, la excursión hacia el sanitario es una buena excusa para caminar unos metros y, de paso, sacarnos la capucha un par de minutos. Así que me sumo al grupo y voy. Como siempre, debemos andar con los brazos estirados y las manos apoyadas en los hombros del de adelante, casi como en la escuela. Dejamos pasar primero a Aída Berengher que está embarazada. Después, a Elsa Mendiguren, que anda con el período.

Julián nos apura y advierto en él una excitación similar a la que experimenta cuando nos golpea.

-Si se portan bien y no rompen las bolas, dejo la puerta abierta para que escuchen el partido -dice en un rapto de bondad inusitada-, mientras hace un gran bochinche con algo, que presumo es una matraca.

El que está atrás mío pregunta con la voz algo amariposada y titubeante:

-¿Qué partido?

-Argentina-Holanda, la final del Mundial -respondo yo-.

Cuando me toca el turno e ingreso a ese cubículo hediondo que eufemísticamente Julián denomina baño, me arranco con desesperación la capucha y me bajo el pantalón. Siento que mis ojos luchan por huir de las tinieblas, tratando de acomodarse a la luz natural. Inspecciono mi entrepierna, curioso, buscando las razones de tanto ardor y veo, aun con dificultad, profundas estrías de cascarilla negra, reseca y el pene diminuto, intrascendente, deformado por una inflamación soberbia de la cabeza.

Me miro las manos, flacas, huesudas, temblorosas; me levanto el buzo, la camisa y la remera y noto mi pecho amoratado. Por suerte no hay espejo: difícilmente soportaría verme el rostro desfigurado como lo siento, el pómulo derecho inflado, casi un colgajo de carne. Un haz insuficiente penetra por un respiradero y creo advertir un pedazo de cielo. Me pongo la capucha y salgo.

-Che, zurdito, ¿te crees que me sobra el tiempo a mí? ¿Te estuviste haciendo la del mono?- grita Julián, mientras yo me acomodo al tanteo nuevamente en la fila.

Sé que es 25 de Junio, pues recuerdo que la final estaba prevista para esa fecha. Se lo comento a mis compañeros y ellos se extrañan. Elsa creía que ya estábamos en Agosto; Darío, el profesor de literatura, en Noviembre; Jacobo Varsky en Febrero o Marzo de 1979.

-Y es domingo- digo yo con la certeza de que un partido así sólo puede jugarse en domingo. Esto último parece aniquilar el poco ánimo que de por sí ya tenía el grupo. De vez en cuando, alguien se queja de dolor. Todos estamos muy lastimados. Comienza el partido. Julián sube el volumen de la radio. Entonces me sucede algo extraño: después de cinco meses de encierro y ultrajes, siento que la voz de Muñoz me transporta hacia la libertad. Me veo caminando nuevamente por la costa rumbo a Cabo Corrientes, apretando fuerte la mano helada de Alicia, el viento del mar sublevándonos los cabellos y yo cantándole "Muchacha ojos de papel" con la mirada perdida en el oleaje violento. Y me veo sentado alrededor de la mesa concentrado en un inmenso plato de tallarines que sirve mi vieja, embriagado por el perfume de la salsa bolognesa. Y siento que vuelo de palo a palo como tantas tardes en la cancha de Los Pinares, atrapando un recio tiro libre de Juan Boliche. Y me escucho entonar la marcha con todos los compañeros en la clandestinidad del sindicato, a media voz, desafiando la censura con una obcecación asnal. Y me escucho gritar eufórico un ¡envido! que vale los dos porotos para ganar el desafío de la tarde lluviosa y aburrida en el bar de la Martita.

"Está jugando mejor Argentina. Lleva la pelota Ardiles, toca para Gallego, éste combina con Olguín, que se adelanta en el terreno", se escucha como en una letanía la voz del Gordo, mezclada con los comentarios procaces de Julián.

Yo conozco su rostro. Una de las tantas veces que me hacían el submarino pude verlo. A él no le gustó. Recuerdo que me dijo exaltado: "¿Qué mirás? Este soy yo, si, ¿y?".

Fue la primera y única vez que lo noté desconcertado. Supongo que sintió vulnerada su impunidad. Aún con la respiración entrecortada, casi asfixiado, increíblemente me vinieron a la memoria aquellas palabras de Groucho Marx: "Nunca olvido una cara, pero en tu caso haré una excepción". La carcajada de Julián y los otros llegó con efecto retardado. Creo que desde ese día me trató de otra manera. Cuando me picaneaba ponía el casete Adiós Sui Géneris, grabado en vivo en el Luna Park el 5 de Septiembre de 1975, que yo tenía en el bolsillo de la campera cuando me detuvieron. Me pedía que cantáramos Canción para mi muerte y yo arrancaba:

Hubo un tiempo que fui hermoso
y fui libre de verdad
guardaba todos mis sueños
en castillos de cristal.
Poco a poco fui creciendo
y mis fábulas de amor
se fueron desvaneciendo
como pompas de jabón.


Después, éramos Charly y Nito, a dúo:

Te encontraré una mañana
dentro de mi habitación
y prepararás la cama para dos.


Entonces, aparecía él como solista:

Es larga la carretera
cuando uno mira atrás
vas cruzando las fronteras
sin darte cuenta quizás.
Tómate del pasamanos
porque antes de llegar
se aferraron mil ancianos
pero se fueron igual.



Y luego del estribillo, él seguía:

Quisiera saber tu nombre
tu lugar, tu dirección
y si te han puesto teléfono
también tu numeración.


Y ahí empalmaba yo:

Te suplico que me avises
si me vienes a buscar
no es porque te tenga miedo
solo me quiero arreglar.


Tenemos prohibido hablar entre nosotros, aunque a veces cruzamos algún susurro. Durante todo el día debemos permanecer sentados en el suelo, sin apoyarnos en las paredes, lo que nos resulta un tormento. A mí me duele enormemente la espalda y como en ocasiones las descargas eléctricas son en el ano, resulta penoso guardar la misma posición tantas horas.

"Ataca Holanda, cuidado. René van der Kerkhof combina con Neeskens, no puede marcar Tarantini, cuidado, pica Rep en diagonal, pero anticipa muy bien Passarella".

Somos ocho en un calabozo donde tres serían multitud. El pobre Varsky está muy estropeado: su condición de judío no lo favorece. "Varsky, a Auschwitz", le dicen cada vez que lo sacan para llevarlo al quirófano. Los antisemitas son tan cínicos que lo obligan a realizar el saludo hitleriano. Con una gillette le tatuaron en la frente la cruz gamada. Hace tres días -me contó- lo obligaron a comer jabón. ¿Qué gusto tiene tu mujer?, le preguntaron. Ella también fue detenida.

"Vamos Argentina, vamos muchachos... Cero a cero está la final. Una multitud ha desbordado el estadio Monumental, a orillas del Río de la Plata, demostrando un gran comportamiento. Para que el mundo vea que los argentinos somos derechos y humanos".

Aprovecho que Julián está obsesionado con el partido y me levanto ligeramente la capucha, un pasamontañas negro de lana. Mis compañeros son vagas siluetas desparramadas sobre la breve superficie. Siento que el ojo derecho desapareció bajo la inflamación del pómulo. No hay ventana. Pero descubro un contrabando de luz: viene de la puerta que Julián mantiene abierta. Al rato, la niebla comienza a disiparse. Hubiese preferido seguir entabicado. Aída está sufriendo terriblemente.

Le pregunto para cuándo espera y me contesta que tenía fecha para el 28 de Junio. Se queja de calambres. Elsa soporta a duras penas la situación. Tiene la cabeza cubierta por una funda de almohada y un gran tajo en la pierna izquierda. Me horrorizo: la herida está agusanada.

"Recibe Ardiles, cambia para Luque, ataca Argentina, Luque juega para Kempes, peligro de gol, aguanta Kempes la pelota, peligro de gol, va a tirar, tiró...¡Gol, gol, gol, gol, goooolllll argentino..."

Julián sepulta el grito de Muñoz con su voz. Todos nos alteramos, porque cada vez que nos vienen a buscar para llevarnos a la máquina irrumpen así, con alaridos similares, pero no, esta vez es sólo un grito de gol. Julián pasa por el pasillo corriendo como un poseído, la radio en una mano y un vaso en la otra. Ni cuenta se da que yo no tengo el pasamontañas. Igualmente, me lo coloco. Regresa y nos insulta a todos:

-¿Y ustedes no festejan, bolches de mierda, enemigos de la patria? Estamos ganando la Copa del Mundo. ¡Vamos, Argentina! ¡Qué grande el Matador!

Vuelvo a descubrirme. Elsa se ahoga en sollozos silenciosos, asustada por la reacción
de Julián. Sé que fue violada reiteradamente, incluso una vez contra natura. No creo que tenga más de dieciocho años. Darío anda con un ataque de asma. Respira penosamente y un silbido agudo le sale del pecho. Anoche, después de la paliza, creí que se moría.

"Y se termina el primer tiempo, señoras y señores. Con gol de Mario Alberto Kempes, Argentina le está ganando a Holanda y se está adjudicando por primera vez en la historia la Copa del Mundo".

De los demás no sé nada, ni siquiera sus nombres. Hace poco que están aquí. A uno creo que lo trajeron de Bahía Blanca. Están atados entre sí por una cadena. Tienen los tobillos en carne viva. Me cubro nuevamente la cabeza.

"Veinticinco millones de argentinos jugaremos el mundial..." Julián se acerca a la celda. Está exultante.

-¿Qué te parece, zurdito?- me pregunta sabiendo que soy futbolero.

-Falta mucho todavía- respondo.

-Ya está. Ustedes siempre los mismos pesimistas. Nada está bien, nada. Por eso quieren cambiar el mundo, ¿no? Así les va, también.

-Ellos tienen un gran equipo.

-En el '74 también tenían un gran equipo, mejor que éste y bien que les ganó Alemania. ¿O no?

Julián está contrariado. Se va. El viejo Varsky me dice: "No lo hagás enojar, pibe. Después se la agarra con nosotros y nos amasija".

No hace falta enfadarlo para eso. Anteayer estaba de buen humor y sin embargo me tuvo dos horas, calculo, sobre la parrilla. Me dijo que iban a probar un nuevo método conmigo, que yo tenía ese privilegio. Y entonces me apoyaron un tubo de teléfono que, conectado a 220, me enviaba electricidad a la oreja y a la boca simultáneamente. Además, me pegaron todo el tiempo con una varilla en la planta de los pies y me tiraron un baldazo de agua. Julián es sádico. Disfruta aplicando los peores tormentos. Y los otros lo siguen. Llegué a escuchar algo realmente espantoso que comentaron entre carcajadas: no sé a quién le habían hecho el rectoscopio, que consiste en introducir por el ano un cilindro en el interior del cual colocan una rata. En su afán por escapar, el roedor destroza los órganos.

"Menos de diez minutos para el final. La pelota en poder de René van der Kerkhof, se viene Holanda, a no descuidarse muchachos. Van der Kerkhof mete el centro, cuidado, salta Nanninga, cabecea... Gol... Gol holandés. Casi sobre el cierre del partido Nanninga, que había reemplazado a Rep, marca el empate..."

La voz apagada de Muñoz se desvanece aun más, bajo los gritos de Julián Descontrolado, lanza todo tipo de maldiciones. Elsa entra en pánico. Varsky también Darío se agita. Aída dice que tiene contracciones. Rensenbrink revienta el palo derecho de Fillol. El partido termina.

-¿Estás contento ahora, zurdito de mierda? Vamos al suplementario. Lo teníamos ganado y ahora hay que jugar treinta minutos más. ¿A vos te parece? -me dice Julián-, entrando al calabozo a las patadas. Siento un golpe fuerte en la espalda. Ahora otro en el estómago. Parece danzar a mí alrededor, enloquecido.

"Comienza el primer tiempo del suplementario. Flamean miles de banderas en el estadio Monumental. Vamos, hay que alentar al equipo argentino".

De repente, todos estamos haciendo fuerza por la selección. No es que nos haya invadido el exitismo ni que nos ataque ahora un nacionalismo exacerbado, por otra parte, tan propio de nuestro pueblo. Es un mecanismo de autodefensa: sabemos que si Argentina pierde la final se va a duplicar el castigo. Pienso en el teléfono, en el submarino, en el rectoscopio. En la bronca de Julián y los suyos, sacándose los perros de adentro, haciendo catarsis con nosotros, con nuestros cuerpos lacerados, macerados a puntapiés y puñetazos, quemados, ulcerados, ultrajados.

"Pelota para Bertoni, juega para Kempes, ataca el Matador, elimina uno, peligro de gol, elimina otro, peligro de gol, sale Jongbloed, gol, gol, gol, gol..."

Esta vez, el gol interminable del Gordo Muñoz es para nosotros lo más maravilloso que hemos escuchado en los últimos tiempos. Todos gritamos con él. Y con Julián, que ahora se me tira encima y me abraza y siento su aliento a alcohol y su respiración entrecortada y hasta me parece que llora, sí, Julián llora, se estremece contra mi cuerpo y rodamos por el suelo y choco contra algo, creo que es el vientre inflado de Aída. Y la radio comenta la guapeada de Kempes arrastrando a sus marcadores y se escuchan las voces del Monumental ahogando la de Muñoz que dice que todo el pueblo argentino festeja y es verdad, si nos viera José María, si nos viera, también aquí se festeja...

Estos minutos son perpetuos. Holanda intenta con Jansen, con Willy van der Kerkhof, ya en el segundo tiempo del alargue. Julián le pide a Dios y a todos los santos la hora; nosotros también. Faltan seis minutos.

"Argentina con más resto. Intenta Kempes, la gran figura, toca para Bertoni, se mete en el área, hay un rebote, insisten Kempes y Bertoni, otro rebote, pega en Krol, le queda para Bertoni, ahí está, gol, gol, gol, gol, goooollll argentino..."

Nos desbordamos. Es imposible que Holanda pueda revertir el resultado. Julián escucha los últimos minutos con nosotros. Súbitamente, somos aliados; estamos enrolados en la misma causa.. Increíblemente compartimos esta alegría, claro que por motivos bien diferentes. Si pudiera quitarme el pasamontañas, vería a mi alrededor una verdadera escena fellinesca.

"Argentina Campeón del Mundo... Argentina Campeón del Mundo", repite Muñoz con la última hebra de voz que le queda. Julián parece caminar por las paredes.

-¡Qué impresionante, zurdito, qué final. Somos campeones del mundo, ¡carajo! -y me pasa el brazo por el hombro y me sacude.

-¡Y ese Kempes qué jugador. Él solo ganó el partido. Es una bestia Kempes, es un animal! Y se pone de pie y se va, "dale campeón, dale campeón" y nuevamente nos quedamos solos, mientras escuchamos bocinazos y petardos a lo lejos y la radio repite una y otra vez que "veinticinco millones de argentinos ganaremos el Mundial" y Muñoz cuenta que "Daniel Passarella, el gran capitán argentino, levanta la Copa del Mundo. Se estremece nuevamente el Monumental. Desde los palcos, el excelentísimo señor presidente de la nación, don Jorge Rafael Videla, Junto a otras altas autoridades, celebra esta conquista histórica. La copa va de mano en mano. Allí está Mario Alberto Kempes, el Matador, el gran héroe de la final..."

-Che, zurdito: decidimos con los muchachos que hoy cerramos el quirófano. Vamos a festejar el campeonato. Agradézcanle a Kempes- exclama entre risas Julián.

-Qué contradicción- dice el viejo Varsky.

-¿Por qué?- pregunto yo.

-Porque nos salvó el Matador- responde.

(extraído del libro “Hambre de gol”)

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