Habíamos perdido la cuenta de los días desde que el mal tiempo se había instalado. Las estadísticas decían que fue el abril más lluvioso de los últimos 100 años. El sol empujaba de mala manera a la última nube, y Julián, mi pibe de 3 años, hacía lo mismo conmigo para que vayamos a patear un rato. Salimos con el temor a que la cancha esté ocupada y tuviéramos que postergar las ganas de Julián otra vez. Por suerte, solo encontramos a un chico de más o menos doce años trotando alrededor de la línea de cal, y a una mujer (la madre), que sentada en un tronco que esta ahí a modo de tribuna, no dejaba de observarlo y alentarlo.
La mujer comenzó a prestar atención a cada corrida de Julián que intentaba ponerse de acuerdo con la pelota. Después, se acercó y me preguntó:
- “¿Es su hijo?”
Le contesté que sí. Ella entonces asintió con la cabeza sin dejar de gritar pidiéndole más ritmo al muchachito que seguía dando vueltas alrededor de la cancha.
- “...Yo vengo todas las tardes”, me dice, y se entusiasma, “...a los pibes hay que incentivarlos. Ellos no se dan cuenta, este siempre se queja cuando lo hago correr, pero una está trabajando para que tenga un futuro. ¿Vio lo de Messi? Se salvaron todos, hasta los bisnietos...”
Julián, que había emprendido una veloz corrida con la pelota hacia el arco, daba sus rodillas contra el piso, y gritaba como pidiendo tarjeta amarilla para el pozo que hizo las veces de zaguero central, trabándole el pie de apoyo.
La mujer aprovechó la incidencia para retomar la conversación (en realidad era un monólogo), diciéndome: “...Son cosas del fútbol. Mire, viéndolo como lleva la pelota se nota que el nene tiene condiciones. Hágame caso. Incentívelo. Mi marido ya no me da bolilla. El pobre anda como loco buscando una changa. Por eso yo estoy luchando para que mi hijo no viva las penurias que a nosotros nos tocaron... Él se tiene que salvar”.
De pronto, me vinieron a la cabeza todos los pibes que la rompían en barrio Azcuénaga; el canario, Edgardo, Manzana... Ninguno de ellos siguió jugando al fútbol. Ninguno llegó. Preferí no comentarlo con la señora, y me alejé con la excusa de patear un rato con Julián...
El periodista Julio Marini, escribió una nota en Enero del año 2000 para Clarín, titulada “Tráfico de ilusiones”. Allí, los números son contundentes.
Más de 50.000 chicos entre 6 y 16 años forman parte del tráfico de menores-futbolistas en Italia. El circuito de funcionamiento, dice Marini, es muy simple: “...Cualquier empresario sin escrúpulos, llega a un país que debe reunir tres requisitos: a) Contar con un potencial de niños con condiciones para el fútbol, b) Estos chicos deben carecer de familiares o, en su defecto, tener graves problemas de subsistencia, y c) Tanto los niños como sus padres deben estar dispuestos a dejar partir al “futuro crack”. Así es común que en aldeas de países africanos, favelas brasileñas, pueblos remotos de la Argentina, y en cualquier lugar donde haya bolsones de pobreza, partan cientos de criaturas a cambio de nada. En África se paga por un chico jugador cifras que pueden llegar a 20 dólares. No por el pase del chico. Compran directamente a la criatura. Lo cierto es que muchas veces no lo venden siquiera por 20 dólares. El solo hecho de tener una boca menos que alimentar es parte de pago para esos padres de familia numerosa. Todos quieren encontrar a la nueva esperanza mundial. Si el chico no funciona, no le renuevan el carné de jugador. Si alguien le presta dinero, podrá volver a su casa. Si no, lo más probable es que se quede en Italia, limpiando parabrisas en algún semáforo o mendigando, y algunos según se dice, sin que pueda comprobarse, estarán lejos de una cancha y cerca de un quirófano. Sus órganos se utilizarán para transplantes...”. De esto no se habla, cuando se habla de trabajo infantil.
La mujer increpaba al muchacho señalándole que los penales se patean fuerte y a un palo. Que se tome un segundo para ver si el arquero se mueve... Me pareció verlo cansado, como un veterano que está jugando sus últimos partidos. Le dije a Julián que era hora de ir para casa porque ya se había hecho muy tarde.
Mientras volvíamos, algo embarrados, con las rodillas raspadas y la pelota bajo el brazo, me preguntaba, ¿Dónde se podrá conseguir una buena trompeta?... Después de todo, no estaría nada mal que el nene sea el día de mañana un gran trompetista.
La mujer comenzó a prestar atención a cada corrida de Julián que intentaba ponerse de acuerdo con la pelota. Después, se acercó y me preguntó:
- “¿Es su hijo?”
Le contesté que sí. Ella entonces asintió con la cabeza sin dejar de gritar pidiéndole más ritmo al muchachito que seguía dando vueltas alrededor de la cancha.
- “...Yo vengo todas las tardes”, me dice, y se entusiasma, “...a los pibes hay que incentivarlos. Ellos no se dan cuenta, este siempre se queja cuando lo hago correr, pero una está trabajando para que tenga un futuro. ¿Vio lo de Messi? Se salvaron todos, hasta los bisnietos...”
Julián, que había emprendido una veloz corrida con la pelota hacia el arco, daba sus rodillas contra el piso, y gritaba como pidiendo tarjeta amarilla para el pozo que hizo las veces de zaguero central, trabándole el pie de apoyo.
La mujer aprovechó la incidencia para retomar la conversación (en realidad era un monólogo), diciéndome: “...Son cosas del fútbol. Mire, viéndolo como lleva la pelota se nota que el nene tiene condiciones. Hágame caso. Incentívelo. Mi marido ya no me da bolilla. El pobre anda como loco buscando una changa. Por eso yo estoy luchando para que mi hijo no viva las penurias que a nosotros nos tocaron... Él se tiene que salvar”.
De pronto, me vinieron a la cabeza todos los pibes que la rompían en barrio Azcuénaga; el canario, Edgardo, Manzana... Ninguno de ellos siguió jugando al fútbol. Ninguno llegó. Preferí no comentarlo con la señora, y me alejé con la excusa de patear un rato con Julián...
El periodista Julio Marini, escribió una nota en Enero del año 2000 para Clarín, titulada “Tráfico de ilusiones”. Allí, los números son contundentes.
Más de 50.000 chicos entre 6 y 16 años forman parte del tráfico de menores-futbolistas en Italia. El circuito de funcionamiento, dice Marini, es muy simple: “...Cualquier empresario sin escrúpulos, llega a un país que debe reunir tres requisitos: a) Contar con un potencial de niños con condiciones para el fútbol, b) Estos chicos deben carecer de familiares o, en su defecto, tener graves problemas de subsistencia, y c) Tanto los niños como sus padres deben estar dispuestos a dejar partir al “futuro crack”. Así es común que en aldeas de países africanos, favelas brasileñas, pueblos remotos de la Argentina, y en cualquier lugar donde haya bolsones de pobreza, partan cientos de criaturas a cambio de nada. En África se paga por un chico jugador cifras que pueden llegar a 20 dólares. No por el pase del chico. Compran directamente a la criatura. Lo cierto es que muchas veces no lo venden siquiera por 20 dólares. El solo hecho de tener una boca menos que alimentar es parte de pago para esos padres de familia numerosa. Todos quieren encontrar a la nueva esperanza mundial. Si el chico no funciona, no le renuevan el carné de jugador. Si alguien le presta dinero, podrá volver a su casa. Si no, lo más probable es que se quede en Italia, limpiando parabrisas en algún semáforo o mendigando, y algunos según se dice, sin que pueda comprobarse, estarán lejos de una cancha y cerca de un quirófano. Sus órganos se utilizarán para transplantes...”. De esto no se habla, cuando se habla de trabajo infantil.
La mujer increpaba al muchacho señalándole que los penales se patean fuerte y a un palo. Que se tome un segundo para ver si el arquero se mueve... Me pareció verlo cansado, como un veterano que está jugando sus últimos partidos. Le dije a Julián que era hora de ir para casa porque ya se había hecho muy tarde.
Mientras volvíamos, algo embarrados, con las rodillas raspadas y la pelota bajo el brazo, me preguntaba, ¿Dónde se podrá conseguir una buena trompeta?... Después de todo, no estaría nada mal que el nene sea el día de mañana un gran trompetista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario