El escritor argentino Juan Sasturain (1945), es periodista desde hace más de treinta años y actualmente editor de la sección deportes del diario “Página 12” de Buenos Aires. Como narrador ha publicado las novelas “Manual de perdedores I y II” (1985-87); “Arena en los zapatos” (1988); “Parecido S.A.” (1990); “Los dedos de Walt Disney” (1991); “Los sentidos del agua” (1992) -recientemente reeditada- y dos volúmenes de relatos: “Zenitram” (1996) y “La mujer ducha” (2001). Fue guionista de la historieta Perramus -dibujada por Alberto Breccia- publicada durante los años ochenta. Especializado en ciertas formas marginales de la literatura, desde el policial a la historieta, es autor de los ensayos de “El domicilio de la aventura” (1995).
Le gusta el fútbol, escribe regularmente sobre el tema y ha publicado dos libros: las crónicas y reflexiones de “El día del arquero” (1986) y el reciente “Argentina en los Mundiales” (2002) -junto con Daniel Arcucci- mientras tiene en prensa “Wing de metegol” o “¿De qué hablamos cuando hablamos de fútbol?”
¿Cuál son los puntos de contacto que marcarías entre el fútbol y la literatura?
Tanto la práctica del fútbol como el ejercicio de la literatura, llevados a su grado de excelencia y respeto por los medios y posibilidades, pueden (aunque no suelen) alcanzar el grado de la artisticidad: pueden ser un arte, no sólo una actividad reglada por la eficacia o un trabajo marcado por la recompensa. El manejo de la pelota como el del lenguaje -puestos en buenos pies y manos- son un desafío a la creatividad y de ahí, de esa tensión por encontrar una forma original, cada vez única, para resolver dificultades expresivas, puede saltar la belleza. Ambas actividades tienen en común su condición de juego en tanto desafío, actividad en el fondo inmotivada, asunción de un riesgo y entrega personal. Las habilidades que requiere el fútbol (saber golpear una indócil pelota con cualquier parte del cuerpo que no sean las manos) no sirven absolutamente para nada... Para nada que no sea el fútbol. De ahí su equívoca grandeza.
Hay muy buenos escritores que se interesaron en narrar relatos sobre fútbol. Por supuesto, en la Argentina tenemos a Soriano. ¿Qué pasa con los lectores, creés que hay lectores de cuentos de fútbol?
El fútbol, como tema literario, es uno más. Se puede hacer buena literatura o basura con él: hay ejemplos abundantes. No define un género ni una subclase, aunque se puedan hacer antologías con cuentos “de fútbol” que abarquen desde Borges-Bioy a Soriano con variedad de registros e intereses; en ningún caso serán buenos o malos cuentos, más o menos serios, por el tema sino por el tratamiento, ya sea desde adentro o desde afuera del juego. La soleded del corredor de fondo de Alan Sillitoe no es un relato deportivo (Insai izquierdo, de Costantini, que lo reescribe, tampoco), ni Cincuenta de los grandes de Hemingway una historia de boxeadores. Son dos extraordinarios relatos a secas en los que los protagonistas -a diferencia de otros- andan y compiten con otros de pantaloncitos cortos. Escenas de la vida deportiva es un gran cuento de Fontanarrosa -obrita maestra de observación psicológica y de registro coloquial- que trata de un picado; y una historia como la de Campitos está ambientado en el mundo del fútbol pero habla -como siempre sucede- de otras cosas.
Probablemente haya lectores que gusten especialmente de los relatos futboleros y han proliferado últimamente los libros que los reúnen. Hay “especialistas” que sólo escriben historias con esa temática como Corin Tellado escribía novelas “de amor” y Marcial Lafuente Estefanía “de cowboys”. Son oficios; a veces la literatura se cruza por ahí. Obviamente: no hay géneros mayores y menores; ni temas serios y triviales. Hay sí productores de textos y sus consumidores; y escritores y lectores, que son otra cosa.
Desde hace un año estoy siguiendo todas los domingos los programas de fútbol de la Rai. Me parece que hay algo muy interesante en los relatos de esos partidos y que tienen una relación muy directa con la escritura. Estoy pensando en la sobriedad, en la mesura de los relatores italianos. Algo infrecuente para quien transmite partidos en la Argentina. Los relatos aquí son desbordados, los relatores se enfervorizan tanto que desde sus cabinas de transmisión llegan a violentarse oralmente con los jugadores aunque éstos por supuesto, lo ignoren porque están en el campo de juego. ¿Cuáles son los estilos de relato que vos preferís?
El relato futbolero es un fenómeno radial, invento argentino, substituto de la imagen, de la presencia en vivo. Pretende la inmediatez. Un partido de fútbol transmitido/escuchado por radio es un cuento, una historia, un acto de invención dramática con su desarrollo, sus protagonistas, sus apartes, sus énfasis, su tono: es una versión de los hechos, una construcción verbal más o menos veraz o estilizada. A mitad de camino entre la crónica periodística y el relato de ficción, debe retener al oyente -hay diferentes versiones o relatos de un mismo acontecimiento- y el vicario espectador elige la “mirada” (el relator) que más le satisface de acuerdo con sus necesidades. Siempre se trata de una historia que se propone de suspenso pero que puede derivar en comedia o drama. El oyente de fútbol es un receptor muy activo, básicamente interesado en cómo termina una historia en la que está absolutamente jugado partidariamente: buenos y malos, vencedores y vencidos. El relato lo implica sentimentalmente (desea que termine de una u otra manera) y desconfía siempre de la equidistancia de la versión que se le ofrece. Se le pide veracidad y emoción para que substituya la presencia en vivo. El relato televisivo, en términos lógicos, no estaría sujeto a esas reglas pues su función no sería substitutiva sino meramente complementaria, como las voces que acompañan un documental: no explicar lo que se ve sino aportar datos complementarios para su perfecta comprensión. Y así era en origen: la sola mención de los jugadores en el momento de tomar contacto con la pelota agotaba la función del relator. Así eran las transmisiones de Mauro Viale, por ejemplo, durante años, en que sólo la elevación del tono y la velocidad con que se nombraba al jugador indicaba la inminencia del gol.
Desde Araujo-Macaya y en menos medida otros narradores y comentaristas epigonales o no, las voces que se superponen a la imagen han dejado de ser complementarias para convertirse en coprotagonistas e incluso (cuando los partidos son menores, por interés objetivo o malos por su calidad) en las verdaderas estrellas del acontecimiento televisivo. Porque el fútbol es desde hace mucho en la Argentina un hecho mediático, un espectáculo televisivo para el 90 por ciento de la gente. Cada vez va menos gente al fútbol y cada vez más gente lo ve por tevé. Araujo es una estrella de la televisión y un partido relatado/comentado/acotado por él en Fútbol de Primera es, respecto del partido en vivo en la cancha, lo mismo que un video clip elaboradísimo respecto de la versión de ese tema en vivo o en simple disco. Otra cosa no equiparable, manipulada, transformada, enriquecida y distorsionada. No hay vuelta atrás: han inventado otra cosa.
Aparte, además y fundamentalmente, Araujo me resulta particularmente insoportable y prefiero las transmisiones lisas, sin acotaciones sobradoras, supuestamente ingeniosas, arbitrarias exageradas, llenas de muletillas falsamente espontáneas. Pero el fenómeno existe, tiene su indudable entidad.
(entrevista de Ángela Pradelli, Junio de 2002 en el portal “Literaturas”)
Le gusta el fútbol, escribe regularmente sobre el tema y ha publicado dos libros: las crónicas y reflexiones de “El día del arquero” (1986) y el reciente “Argentina en los Mundiales” (2002) -junto con Daniel Arcucci- mientras tiene en prensa “Wing de metegol” o “¿De qué hablamos cuando hablamos de fútbol?”
¿Cuál son los puntos de contacto que marcarías entre el fútbol y la literatura?
Tanto la práctica del fútbol como el ejercicio de la literatura, llevados a su grado de excelencia y respeto por los medios y posibilidades, pueden (aunque no suelen) alcanzar el grado de la artisticidad: pueden ser un arte, no sólo una actividad reglada por la eficacia o un trabajo marcado por la recompensa. El manejo de la pelota como el del lenguaje -puestos en buenos pies y manos- son un desafío a la creatividad y de ahí, de esa tensión por encontrar una forma original, cada vez única, para resolver dificultades expresivas, puede saltar la belleza. Ambas actividades tienen en común su condición de juego en tanto desafío, actividad en el fondo inmotivada, asunción de un riesgo y entrega personal. Las habilidades que requiere el fútbol (saber golpear una indócil pelota con cualquier parte del cuerpo que no sean las manos) no sirven absolutamente para nada... Para nada que no sea el fútbol. De ahí su equívoca grandeza.
Hay muy buenos escritores que se interesaron en narrar relatos sobre fútbol. Por supuesto, en la Argentina tenemos a Soriano. ¿Qué pasa con los lectores, creés que hay lectores de cuentos de fútbol?
El fútbol, como tema literario, es uno más. Se puede hacer buena literatura o basura con él: hay ejemplos abundantes. No define un género ni una subclase, aunque se puedan hacer antologías con cuentos “de fútbol” que abarquen desde Borges-Bioy a Soriano con variedad de registros e intereses; en ningún caso serán buenos o malos cuentos, más o menos serios, por el tema sino por el tratamiento, ya sea desde adentro o desde afuera del juego. La soleded del corredor de fondo de Alan Sillitoe no es un relato deportivo (Insai izquierdo, de Costantini, que lo reescribe, tampoco), ni Cincuenta de los grandes de Hemingway una historia de boxeadores. Son dos extraordinarios relatos a secas en los que los protagonistas -a diferencia de otros- andan y compiten con otros de pantaloncitos cortos. Escenas de la vida deportiva es un gran cuento de Fontanarrosa -obrita maestra de observación psicológica y de registro coloquial- que trata de un picado; y una historia como la de Campitos está ambientado en el mundo del fútbol pero habla -como siempre sucede- de otras cosas.
Probablemente haya lectores que gusten especialmente de los relatos futboleros y han proliferado últimamente los libros que los reúnen. Hay “especialistas” que sólo escriben historias con esa temática como Corin Tellado escribía novelas “de amor” y Marcial Lafuente Estefanía “de cowboys”. Son oficios; a veces la literatura se cruza por ahí. Obviamente: no hay géneros mayores y menores; ni temas serios y triviales. Hay sí productores de textos y sus consumidores; y escritores y lectores, que son otra cosa.
Desde hace un año estoy siguiendo todas los domingos los programas de fútbol de la Rai. Me parece que hay algo muy interesante en los relatos de esos partidos y que tienen una relación muy directa con la escritura. Estoy pensando en la sobriedad, en la mesura de los relatores italianos. Algo infrecuente para quien transmite partidos en la Argentina. Los relatos aquí son desbordados, los relatores se enfervorizan tanto que desde sus cabinas de transmisión llegan a violentarse oralmente con los jugadores aunque éstos por supuesto, lo ignoren porque están en el campo de juego. ¿Cuáles son los estilos de relato que vos preferís?
El relato futbolero es un fenómeno radial, invento argentino, substituto de la imagen, de la presencia en vivo. Pretende la inmediatez. Un partido de fútbol transmitido/escuchado por radio es un cuento, una historia, un acto de invención dramática con su desarrollo, sus protagonistas, sus apartes, sus énfasis, su tono: es una versión de los hechos, una construcción verbal más o menos veraz o estilizada. A mitad de camino entre la crónica periodística y el relato de ficción, debe retener al oyente -hay diferentes versiones o relatos de un mismo acontecimiento- y el vicario espectador elige la “mirada” (el relator) que más le satisface de acuerdo con sus necesidades. Siempre se trata de una historia que se propone de suspenso pero que puede derivar en comedia o drama. El oyente de fútbol es un receptor muy activo, básicamente interesado en cómo termina una historia en la que está absolutamente jugado partidariamente: buenos y malos, vencedores y vencidos. El relato lo implica sentimentalmente (desea que termine de una u otra manera) y desconfía siempre de la equidistancia de la versión que se le ofrece. Se le pide veracidad y emoción para que substituya la presencia en vivo. El relato televisivo, en términos lógicos, no estaría sujeto a esas reglas pues su función no sería substitutiva sino meramente complementaria, como las voces que acompañan un documental: no explicar lo que se ve sino aportar datos complementarios para su perfecta comprensión. Y así era en origen: la sola mención de los jugadores en el momento de tomar contacto con la pelota agotaba la función del relator. Así eran las transmisiones de Mauro Viale, por ejemplo, durante años, en que sólo la elevación del tono y la velocidad con que se nombraba al jugador indicaba la inminencia del gol.
Desde Araujo-Macaya y en menos medida otros narradores y comentaristas epigonales o no, las voces que se superponen a la imagen han dejado de ser complementarias para convertirse en coprotagonistas e incluso (cuando los partidos son menores, por interés objetivo o malos por su calidad) en las verdaderas estrellas del acontecimiento televisivo. Porque el fútbol es desde hace mucho en la Argentina un hecho mediático, un espectáculo televisivo para el 90 por ciento de la gente. Cada vez va menos gente al fútbol y cada vez más gente lo ve por tevé. Araujo es una estrella de la televisión y un partido relatado/comentado/acotado por él en Fútbol de Primera es, respecto del partido en vivo en la cancha, lo mismo que un video clip elaboradísimo respecto de la versión de ese tema en vivo o en simple disco. Otra cosa no equiparable, manipulada, transformada, enriquecida y distorsionada. No hay vuelta atrás: han inventado otra cosa.
Aparte, además y fundamentalmente, Araujo me resulta particularmente insoportable y prefiero las transmisiones lisas, sin acotaciones sobradoras, supuestamente ingeniosas, arbitrarias exageradas, llenas de muletillas falsamente espontáneas. Pero el fenómeno existe, tiene su indudable entidad.
(entrevista de Ángela Pradelli, Junio de 2002 en el portal “Literaturas”)
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