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Juan Enrique Carreño (Samuel Orellana - Chile)



Dónde estás Candonga,
ahora que trazo estas jugadas, con nostalgia,
retirado en mi casita de Maipú, esta noche sin estrellas,
con lluvia y sin estrellas.

El té ya no es más dulce ni la marraqueta más grande
si no se escucha en todas las radios del país
tu conquista frente a Bolivia:
Musrri para Margas, Margas que centra, aparece Carreño, cabezazo perfecto, gol,
Candonga, gol, clasificamos conchemimadre.

Era el día de tu cumpleaños.

A Francia los boletos.

Te imagino frente a un vaso de cerveza, amigo mío,
recordando el día en que te echaron del Colo.

Comenzaba la peregrinación por cuanto equipo auspiciara tu alegría de vivir,
la sed de meterla adentro, Candonga,
sólo como tú sabías, artillero.

Pero el ’93 hiciste lo tuyo con la Unión en la Libertadores,
el barrio Independencia se vistió de gala para merecerte
y los viejos tripulantes del Winnipeg destaparon su vinillo a lo que
por la madre España,
y por el Coto
y el matador Sánchez,
y a tu salud, valiente hidalgo.

Más tarde vendrían los coscachos:
en Osorno dejaste tres cuerpos en el piso
y a los mexicanos les enseñaste lo que es canela.

Siempre fuiste un duro
dentro y fuera de la cancha.

Por eso los técnicos miedosos
y los jugadores que se repliegan como ratones en su arco
detestaban tu coraje, tus ganas de romper el empate del chileno.

Dónde estabas, Candonga
cuando los brasileños nos humillaron frente al mundo
y los hinchas invocábamos tu nombre
como una cábala desesperada,
Juan Enrique Carreño.

Tú hubieras inflado la red con el puntete implacable
que temían los arqueros y aplaudíamos tus seguidores
o al menos, Candonga, hubieras repartido un par de combos
en el hocico.

Te imagino cansado después de tantas vueltas,
de tantas luchas sin objeto, de club en club,
sabiendo que los dirigentes te cagaron el ‘98
-digamos las cosas por su nombre-
con la condena de un desgarro imaginario,
un desgarro, Candonga, que se iría cumpliendo con el tiempo.

Esta noche sin estrellas, y con lluvia,
retirado en mi casita de Maipú
me acuerdo de tus goles, tu alegría, los años dulces,
el cabezazo precioso en el arco de Bolivia
y sigo gritando gol, gol conchemimadre.

Los triunfadores van a Francia, Candonga,
nosotros, amigo mío, los verdaderos, los de siempre
nos quedamos.


(Un especial agradecimiento a Samuel Orellana (Maipú, Chile, 1978), Licenciado en Filosofía por la Universidad de Chile, quien permitió la publicación en este blog de los poemas pertenecientes al libro "Gol de Oro", editado en el año 2004)

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