Lindo Quito de mi vida, es la frase recurrente que pronunciaba el hombre, se llenaba la boca con esta frase, se llenaba la vida entera, tal si hubiera tomado aire nuevo y este aire fuera de un mágico elixir, y este mismo aire le permitiera mantenerse en pie.
Hay apasionamientos tan grandes en los hombres, inexplicables para el resto de los mortales y que de a poco se convierten en formas de vida, la poesía no solo se la escribe desde el papel, no solo se la sangra en el papel, sino que se la hace en la vida, con el cuerpo, con el dolor, con el llanto, con la rabia, y qué mejor si la musa de inspiración es la AKD.
Cuando ganamos nuestra tercera estrella en el 2008 hubo algo que me hizo enteramente feliz, la contemplación de la sonrisa de mi madre que estaba en la casa con el corazón acelerado mirando el partido por TV mientras yo andaba en Latacunga.
Pero más que la sonrisa de mi madre, me hacía feliz otra cosa, ¿hay algo que a un mortal le pueda hacer más feliz?, pues si, la esperanza de que ese hombre que se llenaba la boca y la vida con un “Lindo Quito de mi vida” estuviera presenciando el partido.
Ser hincha del equipo que siempre pierde, es como estar enamorado de esos amores imposibles, de esos que no se concretan y por el hecho de no concretarse gozan de una cierta magia o misticismo, mítico compromiso, cuento sin final. El Quito es un sentimiento y eso no tiene discusión, decía mientras filosofaba ese hombre.
Los años 55, 56 y 57 fueron años gloriosos para la hinchada ferviente del Quito, supongo entre esa hinchada estaba ese niño de 4 años, que de a poco se volvió hombre, niño en cuerpo de hombre, pasión en cuerpo de niño. El tricampeón era indomable en esa época, decía el hombre.
Y es que los amores de la vida de este hombre fueron dos, su madre y su equipo, qué más se puede pedir a Dios que haber contado con los dos amores más bellos, el filial y puro de la madre y ese que rabia en el alma, el amor a la camiseta, el amor a la AKD.
Recuerdo que una vez me desperté sobresaltada, era el hombre que cantaba a voz en cuello, para todo el barrio: “Desde chiquito te vengo a ver, y me persigue la policía no sé hasta cuando me van a joder no me entienden que vos sos mi vida”… desde chiquito… Finalmente siempre somos lo que fuimos de niños.
La vida únicamente es válida por la mayor o menor medida de pasión que pongamos en nuestros actos, recuerdo aquella vez que juntos fuimos a la Cocha a ver al equipo amado, él, desarmado, se había vuelto un fardo de dolores nuevos, pero eso no tenía importancia, su corazón estaba pintado de azul grana, procuraba no desplomarse, el espíritu le sostenía el cuerpo por dentro, ese era el amor que profesaba a su Quito Corazón. Cuando se sometía a su tratamiento de diálisis, su madre, sus tíos y yo rezábamos porque aunque no lo crean, salía radiante si el Quito ganaba, incluso hasta el tío hincha de Liga, rezaba por el Quito, rezaba por este hombre.
Yo aun tiemblo al escuchar esos cánticos de las barras y les contaré un secreto, pues no es blasfemia asegurar que además de haberse ido con la casaca roja y azul por debajo y con traje azul y la corbata roja, también se hubiera ido pronunciando con lo que le quedaba de su voz, Lindo Quito de mi vida., lindo Quito de mi vida.
Mi madre no me dejaría mentir en esto. Ese hombre, de quien les hablo, era mi hermano, el Ing. Ramiro Heredia, quien fue miembro de la directiva del Deportivo Quito, más conocido como Ramiro “Conaie” Heredia en la cultísima barra de la cual formó parte y cuyo nombre consta en la publicación de Patricio Ycaza.
Hay apasionamientos tan grandes en los hombres, inexplicables para el resto de los mortales y que de a poco se convierten en formas de vida, la poesía no solo se la escribe desde el papel, no solo se la sangra en el papel, sino que se la hace en la vida, con el cuerpo, con el dolor, con el llanto, con la rabia, y qué mejor si la musa de inspiración es la AKD.
Cuando ganamos nuestra tercera estrella en el 2008 hubo algo que me hizo enteramente feliz, la contemplación de la sonrisa de mi madre que estaba en la casa con el corazón acelerado mirando el partido por TV mientras yo andaba en Latacunga.
Pero más que la sonrisa de mi madre, me hacía feliz otra cosa, ¿hay algo que a un mortal le pueda hacer más feliz?, pues si, la esperanza de que ese hombre que se llenaba la boca y la vida con un “Lindo Quito de mi vida” estuviera presenciando el partido.
Ser hincha del equipo que siempre pierde, es como estar enamorado de esos amores imposibles, de esos que no se concretan y por el hecho de no concretarse gozan de una cierta magia o misticismo, mítico compromiso, cuento sin final. El Quito es un sentimiento y eso no tiene discusión, decía mientras filosofaba ese hombre.
Los años 55, 56 y 57 fueron años gloriosos para la hinchada ferviente del Quito, supongo entre esa hinchada estaba ese niño de 4 años, que de a poco se volvió hombre, niño en cuerpo de hombre, pasión en cuerpo de niño. El tricampeón era indomable en esa época, decía el hombre.
Y es que los amores de la vida de este hombre fueron dos, su madre y su equipo, qué más se puede pedir a Dios que haber contado con los dos amores más bellos, el filial y puro de la madre y ese que rabia en el alma, el amor a la camiseta, el amor a la AKD.
Recuerdo que una vez me desperté sobresaltada, era el hombre que cantaba a voz en cuello, para todo el barrio: “Desde chiquito te vengo a ver, y me persigue la policía no sé hasta cuando me van a joder no me entienden que vos sos mi vida”… desde chiquito… Finalmente siempre somos lo que fuimos de niños.
La vida únicamente es válida por la mayor o menor medida de pasión que pongamos en nuestros actos, recuerdo aquella vez que juntos fuimos a la Cocha a ver al equipo amado, él, desarmado, se había vuelto un fardo de dolores nuevos, pero eso no tenía importancia, su corazón estaba pintado de azul grana, procuraba no desplomarse, el espíritu le sostenía el cuerpo por dentro, ese era el amor que profesaba a su Quito Corazón. Cuando se sometía a su tratamiento de diálisis, su madre, sus tíos y yo rezábamos porque aunque no lo crean, salía radiante si el Quito ganaba, incluso hasta el tío hincha de Liga, rezaba por el Quito, rezaba por este hombre.
Yo aun tiemblo al escuchar esos cánticos de las barras y les contaré un secreto, pues no es blasfemia asegurar que además de haberse ido con la casaca roja y azul por debajo y con traje azul y la corbata roja, también se hubiera ido pronunciando con lo que le quedaba de su voz, Lindo Quito de mi vida., lindo Quito de mi vida.
Mi madre no me dejaría mentir en esto. Ese hombre, de quien les hablo, era mi hermano, el Ing. Ramiro Heredia, quien fue miembro de la directiva del Deportivo Quito, más conocido como Ramiro “Conaie” Heredia en la cultísima barra de la cual formó parte y cuyo nombre consta en la publicación de Patricio Ycaza.
(Mi agradecimiento a Rocío por este material para compartir con todos ustedes)
1 comentario:
Definitivamente solo se entiende lo que se vive... por acá, por Quito, no somos ni de cerca la hinchada más numerosa... pero me atrevo a decir que la mayoría de nosotros, los hinchas de ese eQuipo que nació en una esquina de barrio, en una plaza del Centro Histórico de Quito, somos de los más apasionados, como aquel hombre del corazón azulgrana...
Pasaron 40 años para volver a salir campeones... todos esos años en los que perdimos campeonatos por unos cuantos dólares o en los que nos robaron más de un título, solo sirvieron para aprender a querer más a ese eQuipo, a ese imaginario de ser hincha del Quito, el más loco, el más creativo... el placero, el taxista... el que no gana campeonatos pero les pinta la cara a los más pintados... hasta que un día hicimos lo que decían nunca iba a pasar: salimos campeones. Ocurre que en Quito, no hay nada más hermoso que ser del Quito.
Publicar un comentario