27 de febrero de 2009


Cuando Diego llegó a Boca en 1981, la conmoción que causó fue extraordinaria. Si vos que me estás leyendo tenés más de 35 años debés acordarte de lo que fue aquello.
El debut fue una fiesta, Diego enloqueció a todos los hinchas y también a los periodistas entre los que estaba como su primer admirador Víctor Hugo Morales. El “uruguayo” tenía debilidad por Diego: cada una de sus jugadas era consecuentemente elogiada por el periodista y así se fue generando una relación entre ellos de respeto mutuo pocas veces visto. Pero se conocían solamente a través del aire, nunca habían estado juntos personalmente. Entonces con la complicidad de unos amigos de Diego, organizamos un partido de fútbol en la casa del Diez.
Nuestro equipo era el “Sport 80”, entre otros, formado por: el “perro” Mena al arco (qué buen tipo, pero qué mal arquero), Fernando Niembro, Adrián Paenza, Roberto Leto, el “Ruso” Ramenzoni, Víctor Hugo (que jugaba de mediocampista zurdo) y yo (25 kilos menos).
En el equipo de Diego, algunos familiares y ex compañeros de Argentinos Juniors, un equipazo. Para jugar el partido pusimos las siguientes condiciones: dos tiempos de 25 minutos cada uno y que Diego tenía que jugar de defensor y no podía pasar la mitad de la cancha (que no era de medidas profesionales, sino para jugar ocho contra ocho). Comenzó el partido y Diego desde la mitad de la cancha sacó un zurdazo impresionante que se coló en el ángulo.
Con el correr de los minutos el partido se hizo parejo y no se modificó el marcador. Pero cuando estaba a punto de finalizar el primer tiempo, Víctor Hugo me tiró una pelota larga, corro apareado con Maradona y cuando entrábamos al área me tiro, sin que Diego me toque, y el árbitro compró y cobró penal. No les puedo ni contar como se puso Diego, se lo quería morfar al juez, que se bancó las protestas y no modificó la decisión. El penal lo pateó Víctor Hugo y con el 1 a 1 terminó el primer tiempo.
Ni los refrescos del entretiempo hicieron que la bronca se le pasara a nuestro anfitrión que, recaliente, cuando empezaba el segundo tiempo dijo: “Así que hacen trampa, entonces yo no juego más de defensor, voy arriba”. Y fue arriba nomás, y el partido terminó 9 a 1. No lo pudimos agarrar ni con la mano, nos pegó un baile inolvidable, ni a las bolitas le gustaba perder. Por suerte después vino el asado, con buen vino y ahí si, les puedo asegurar que con mi actuación ganamos por goleada.

(anécdota del periodista Miguel “Tití” Fernández, tomada de su libro “Secretos (con) partidos”, junto a Marcelo Benedetto y publicado por Ediciones B)

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