23 de diciembre de 2008

El cartero gana dos veces


El murmullo rompe las voces de la madrugada, y es extraño. Cualquier otra noche, a esa misma hora, el lobby del hotel estaría en silencio, el sonido del vacío, la nada gritando y aullando, pero no. Ahora hay gente, y mucha. Un hombre de traje charlando con otro hombre de traje, dirigentes bajando las escaleras, algunos recién ingresando al hotel. Hace algunas horas, Peñarol le ha ganado 3-1 a Independiente la segunda final de la Libertadores 65, se repuso del 0-1 en Avellaneda con el tanto de Bernao y habrá desempate en Chile. Pero la victoria es sombría, el misterio ronda Montevideo.

Se los acusa a los uruguayos por un desempeño extraño, una velocidad y una voracidad sospechosas. “Corrían como locos, estaban dopadísimos. Tenían una excitación terrible. Se volvieron nadando a sus casas para calmarse un poco”, le revela a Olé Horacio Sande, hijo de Herminio, presidente de Independiente por aquellos años. Y reconoce que él tampoco vio ni leyó la famosa carta.

Los dirigentes uruguayos no tienen tiempo para celebrar la victoria. Andan preocupados. Les dan charla a los de Independiente, buscan convencerlos para que el desempate no se juegue a las 72 horas, como está estipulado, sino dos días más tarde. “Nos presionaban de todos lados. Vinieron el presidente de Peñarol, periodistas, ¡hasta políticos! Y mi viejo que se hacía el sordo. ‘¿Cómo? Sí, sí, jugamos dentro de tres días’, les decía”, cuenta Sande.

Las crónicas del encuentro denuncian la extrañeza: “Peñarol rompió el esquema de Independiente triturándolo con un demoledor esquema físico donde alternaron, con muy llamativa eficacia, las diagonales, los cambios de ritmo y los piques imparables”, resalta el diario El Mundo. Y la frase queda flotando: “Con muy llamativa eficacia”.

Mientras tanto, los uruguayos se defienden y argumentan otros motivos para la postergación. “Se decía que estaba lesionado el Pepe Sasía, y por eso querían demorar el tercer encuentro. En aquella época, la Copa era fuego contra fuego. Se sacaban todo tipo de ventajas. Peñarol fue una locomotora en el segundo partido, es cierto, pero aquel Independiente también tenía sus leyendas”, tira la piedra Jorge Savia, de El Observador, Uruguay, para luego esconder la mano.

Osvaldo Mura, delantero del campeón, desembucha sin dramas: “Parecían incentivados, pero los tuvimos siempre en un área. ¡En la nuestra, ja! Después quisieron demorar la definición, pero nosotros sabíamos que Herminio, un pulpo, un vivo, no lo permitiría”.

El reloj no se detiene y el tercer partido se acerca. El futuro no encuentra una certeza, una conclusión inexpugnable. Enrique Escande, autor de “La viruta”, libro de anécdotas del fútbol argentino, hurga con su pluma, tinta detectivesca, y observa una luz entre tanta sombra, la bruma ensuciando el presente.

Escribe Escande: “Herminio Sande se comunicó con José Epelboim, que por ese entonces formaba parte de la subcomisión de fútbol, y le encargó una misión fundamental. ‘'Mirá, yo no voy a ir a Chile, pero llevale esta carta a Teófilo Salinas -en aquella época vocal de la Confederación Sudamericana de Fútbol- y decile que se ocupe del tema. Sólo eso. Si lo hace, ganamos nuestra segunda Copa’, explicó el presidente del club rojo”.

Salinas recibe el sobre, desenfunda la carta. Será el único testigo de esas letras. La lectura es pausada, atenta. Enigmática.

El tercer partido se juega en Chile y a las 72 horas. Independiente sacude 4-1 a Peñarol (Acevedo, Bernao, Avallay y Mura) y consigue por segunda vez la Libertadores. "Clarín" observa y escribe lo que mil ojos han observado: “No se podía entender cómo un cuadro (por Peñarol) que vence con cifras mayúsculas al mismo rival (..) podía desmejorar tanto de la noche a la mañana”.

Y la historia encontraba su certeza, una conclusión inexpugnable. Epelboim cumplió con lo suyo y Teófilo Salinas, al año elegido presidente de la CSF, cargo en el que se mantendría durante 20 años, se había salido con la suya. Como el Rojo, que defendió la corona. La estridente música del jolgorio no dejó escuchar cuando la sospecha pidió la palabra.

(artículo del periodista Ignacio Fusco, publicado en diario “Olé” del viernes 17 de Septiembre de 2004)

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