Casi todo lo que sé de fútbol se lo debo a lo que me contaba mi viejo, un loco que se sabía de memoria las formaciones de todos los equipos de la Argentina de su época y, como no, era un jugador formidable que fue pasando por muchos de los equipos de mi ciudad e incluso fue tentado por los clásicos rivales de primera A, Rosario Central y Ñuls y los clásicos rivales de Primera B, Argentinos de Rosario y Central Córdoba.
Grande fue mi sorpresa por aquel entonces cuando descubrí que estaba asociado a casi todos los clubes de Rosario (incluso los que no eran específicamente de fútbol). Su explicación fue que él no era fanático de una camiseta sino del fútbol entero.
Así que se iba los sábados a ver a los unos y los domingos a ver a los otros, no se perdía un minuto de pelota y, claro, sabía (y sabe) todo.
Por supuesto que, con el paso del tiempo, le fue sumando a sus anécdotas esa dosis de fantasía necesaria para que se conviertan en leyenda, pero sin alejarlas ni un ápice de la dulzura de las verdades y convengamos en que casi todas eran jugadas que no fueron filmadas y todas, sin excepción, no televisadas. Yo las he ido memorizando y de a poco las saco a relucir. Esta que hace referencia a una gloria del Club Atlético Independiente de Avellaneda, Arsenio Pastor Erico, es una de mis favoritas.
“El paraguayo Erico pegó el brinco y se suspendió en el aire en frente de la pelota, le clavó la mirada bien desde cerquita y estuvo ahí colgando una inmensidad de tiempo. Toda la tribuna (tanto la local como la visitante) estaba muda, inmóvil, estupefacta. Cuando Erico sacudió el cabezazo la pelota salió como una bala, pegó en el travesaño, salió en perpendicular hacia el suelo, rebotó en la línea de cal, volvió a pegar en el travesaño, y otra vez en la línea de cal, y otra vez en el travesaño y así sucesivamente durante unos minutos interminables con el arquero dando manotazos para todos lados, hasta que entró. La tribuna (tanto la local como la visitante) no reaccionó, ni los veintiún jugadores restantes, ni los árbitros; todos quedaron congelados por la magia que conllevan los golazos, tal es así que se escuchó claramente como Erico gritaba el gol con la letra "o" estirada hasta el cansancio y corría como una hormiguita por el pasto verde medio pelado del área chica”.
Mi viejo contaba estas historias acompañando las escenas con la mímica correspondiente y a mi me parecía ver al mismísimo Erico en cámara lenta mucho antes de que naciera la puta televisión.
Grande fue mi sorpresa por aquel entonces cuando descubrí que estaba asociado a casi todos los clubes de Rosario (incluso los que no eran específicamente de fútbol). Su explicación fue que él no era fanático de una camiseta sino del fútbol entero.
Así que se iba los sábados a ver a los unos y los domingos a ver a los otros, no se perdía un minuto de pelota y, claro, sabía (y sabe) todo.
Por supuesto que, con el paso del tiempo, le fue sumando a sus anécdotas esa dosis de fantasía necesaria para que se conviertan en leyenda, pero sin alejarlas ni un ápice de la dulzura de las verdades y convengamos en que casi todas eran jugadas que no fueron filmadas y todas, sin excepción, no televisadas. Yo las he ido memorizando y de a poco las saco a relucir. Esta que hace referencia a una gloria del Club Atlético Independiente de Avellaneda, Arsenio Pastor Erico, es una de mis favoritas.
“El paraguayo Erico pegó el brinco y se suspendió en el aire en frente de la pelota, le clavó la mirada bien desde cerquita y estuvo ahí colgando una inmensidad de tiempo. Toda la tribuna (tanto la local como la visitante) estaba muda, inmóvil, estupefacta. Cuando Erico sacudió el cabezazo la pelota salió como una bala, pegó en el travesaño, salió en perpendicular hacia el suelo, rebotó en la línea de cal, volvió a pegar en el travesaño, y otra vez en la línea de cal, y otra vez en el travesaño y así sucesivamente durante unos minutos interminables con el arquero dando manotazos para todos lados, hasta que entró. La tribuna (tanto la local como la visitante) no reaccionó, ni los veintiún jugadores restantes, ni los árbitros; todos quedaron congelados por la magia que conllevan los golazos, tal es así que se escuchó claramente como Erico gritaba el gol con la letra "o" estirada hasta el cansancio y corría como una hormiguita por el pasto verde medio pelado del área chica”.
Mi viejo contaba estas historias acompañando las escenas con la mímica correspondiente y a mi me parecía ver al mismísimo Erico en cámara lenta mucho antes de que naciera la puta televisión.
Me gustan mucho las historias que relata. Me apasiona el conocer anécdotas de futbolistas grandes de otras décadas, en la que no había los medios de ahora, y por ende no eran tan conocidos.
ResponderEliminarLe animo a que visite mi blog y me deje su impresión.
Cada vez que alguien cita a Cruyff, la cosa queda más exagerada. Recomiendo leer lo que él mismo escribió, que ya casi no se parece en nada con lo que se dice que escribió (y eso que está por escrito, porque es una columna de opinión):
ResponderEliminarhttp://www.elperiodico.com/blogs/blogs/johancruyff/archive/2008/12/15/la-meta-a-n-queda-muy-lejos.aspx
Y recordemos que precisamente Cruyff también era un jugador al que le buscaban mucho los tobillos (otro tema es que fuera un pillo al que sus jugadores no podían engañar porque él había sido monaguillo antes que fraile).