En el "excusario nacional" de los argentinos se fundaron dos instituciones: "el triunfo moral" y "la mala suerte", que unidas a "la cancha barrosa" y al "referí que nos robó el partido", nos permitieron sobrellevar "con todos los honores" (todos para nosotros, jamás para los otros) una larga serie de frustraciones. Pero hoy, en el auge de la mediocridad, de la indecencia, de la violencia y el más absoluto antifútbol, en todo lo cual somos maestros, venimos a comprobar que, además de seguir siendo unos frustrados como cuando nos resignábamos con los "triunfos morales", lo que justamente se nos ha ido al suelo es la posibilidad de ser en alguna forma triunfadores morales, que en el buen sentido de la expresión es la única base sólida para ser cabalmente triunfadores en la vida y en el deporte. De donde se deduce que si el destino del deporte argentino es el del frecuente "llorón" (tangueros nos llaman en el exterior), hubo un pasado en el que lloramos por no poder triunfar y un presente en el que lloramos por no poder ni tampoco saber moralmente triunfar.
Hoy, aún triunfando, advertimos que todos los días retrocedemos, pese al desesperado empeño de los "medios de comunicación" por mostrar el gran servicio que el deporte le brinda al país al "hacerlo conocer en el exterior". Y por cierto que en esas épocas de triunfos morales fueron muchos más que ahora los hechos positivos que la Argentina produjo deportivamente.
En esta nuestra Argentina cuya mayor crisis es moral. Un industrial del cine sostiene que él es capaz de poner el nombre de la Argentina en la primera plana de todos los diarios del mundo (Armando Bó) ... si lo dejaran mostrar sus pornográficas cintas de celuloide.
Tiene razón.
Las primeras planas de la prensa mundial se obtienen de muchas maneras:
a) siendo un genio;
b) siendo un delincuente;
c) haciendo pornografía;
d) desatando una guerra;
e) muriéndose de hambre;
f) tomándonos a trompis en las canchas de fútbol.
¿Hay acaso algo o alguien que supere a los africanos, a los chinos, con sus milenarias generaciones desnutridas, con sus millones de seres que se mueren por desnutrición... en cuanto a permanencia en la primera plana de todos los diarios del mundo? La acaparan desde Gutemberg hasta ahora.
Y si la sugerencia de acaparar esas primeras planas se concentrara exclusivamente en hechos que puedan enorgullecer a un país -imaginemos al Brasil con sus títulos futbolísticos mundiales-, es obvio recordar que esos orgullos triunfales no tienen absolutamente relación con lo conocido que pueda ser el país en cuestión, sino con lo mejor que se han hecho algunas cosas dentro de ese país, para lo cual no es menester que los extranjeros lo visiten y conozcan. Por lo demás, nunca supe que ante la noticia de lo que ocurre deportivamente de bueno en alguna parte del mundo, salgan corriendo hacia allí los habitantes del resto del Universo.
La noticia que pone en primera plana el nombre de un país, generalmente no es otra cosa que una noticia que pone en conocimiento del mundo a una o varias personas. Los países no son ellas, ni para bien ni para mal. Los países son un inmenso conjunto de personas que ocupan y no ocupan esas planas. Por eso es que ninguna de ellas puede hacer conocer a un país como pretenden hacerlo creer aquellos industriales del patrioterismo para anestesiar mentes de tontos chauvinistas.
Es muy lamentable el descrédito en que está hoy el pregonado "triunfo moral", del que tanto nos hemos tenido que burlar los propios argentinos, según se hiciera con el "triunfo moral" una mentira nacional semejante a esta de poner al país en la primera plana de los diarios del mundo sin importar a través de quién, si de un sabio, de un equipo de fútbol que hace del fútbol una guerra, o de una actriz que explota la industria del cine pornográfico (Isabel Sarli).
Lo moral no es el sinónimo de la excusa chabacana.
Lo moral es el índice de la conducta aportada al resultado material.
Moral no tiene el que llora por no haber sabido ganar.
Moral es la del que sabe ganar porque juega correctamente y mejor. Razón por la que, al perder, no tendrá motivos para llorar. Lo tranquilizará la certeza de que, en una nueva oportunidad, podrá ser tan cabal vencedor como quien antes lo venció.
Todo vencedor que no sea ganador en todo, es un vencedor bastardo.
No hay triunfos de ninguna clase que puedan ser tales sin ser, antes y al mismo tiempo, triunfos morales.
(fragmento del excepcional libro "Burguesía y gangsterismo en el deporte", del periodista argentino Dante Panzeri, publicado en Octubre de 1974)
Desde Ayacucho, Argentina, un humilde homenaje a esa gran protagonista del juego traducido en cuentos, frases y anécdotas.
Sabiamente la definió el viejo maestro Ángel Tulio Zoff, "lo más viejo y a su vez lo más importante del fútbol".
30 de agosto de 2008
El maldito y oprobioso "triunfo moral"
El ex internacional brasileño Jorge Ferreira da Silva, Palhinha (foto), y el futbolista peruano Jean Ferrari se conocieron cuando actuaron por Sporting Cristal en el 2000. Ambos hicieron una gran amistad, que se trasladó más allá del fútbol. El ex jugador de Sao Paulo asistía con frecuencia a la cevichería que Ferrari había instalado en el residencial barrio de San Isidro, en Lima. Palhinha era caserito en el negocio del ex volante de Universitario: asistía a él con su esposa e hija. Pero en el 2001 el ex integrante del Scratch pasó a Alianza Lima y en los duelos ante el cuadro celeste por el torneo doméstico más de una vez tuvo fuertes roces con su amigo Ferrari, quien lo marcaba con mucha rudeza y llegó a decir públicamente, quizá en caliente, que el ex Cruzeiro le corría a la pierna fuerte, que se hacía el lesionado para no jugar partidos importantes y que por eso nunca tuvo éxito en Europa (en Real Mallorca) y en el combinado verdeamarelho. Ese año Alianza Lima fue campeón nacional y los periodistas, cuando se enteraron de que Palhinha no iba a disputar el partido final ante Cienciano en Cusco el 29 de Diciembre, fueron a buscarlo para que responda a los comentarios ofensivos que venían de Ferrari: “No me importa lo que él diga, yo soy campeón de la Copa Libertadores y de la Copa Intercontinental, no tengo que vender pescado para vivir”.
(anécdota extraída del blog "Goal peruano")
29 de agosto de 2008
Los tres también integraron los planteles del seleccionado uruguayo ganador del oro olímpico de 1928 y la Copa del Mundo de 1930. A Silva lo apodaban “Tatita” porque cuando enfrentaba a un adversario abría los brazos y decía mirando a la pelota “¡Venga con Tatita!”, y por lo general la pelota quedaba en su poder...
Fernández era todo temperamento: nunca bajaba los brazos. En el Sudamericano Extra disputado en Lima, en 1935, Uruguay derrotó a la Argentina 3 a 0 y Lorenzo fue un baluarte, surgiendo de su sacrificio al servicio de la Celeste la frase para identificar ese estilo como el de la garra charrúa...
Por su parte Álvaro Gestido era muy técnico y de gran señorío. A lo largo de su trayectoria, jamás fue expulsado...
En sus comienzos, "Tatita" Silva comentaba a los periodistas: “Con Lorenzo Fernández, Gestido y yo, le ponemos una cortina metálica al medio campo”, apodo que quedó grabado a fuego para denominar a esos tres jugadores.
El árbitro que expulsó a Pelé (Alberto Salcedo Ramos - Colombia)
Explosivo, visceral, El Chato Velásquez tenía un sentido singular de la justicia: confiaba más en sus puños que en el silbato. Dice que si pitara de nuevo aquel partido de Colombia contra el Santos, volvería a expulsar a Pelé. Guillermo Velásquez mostró su vocación de juez desde la adolescencia. Cuando sus padres discutían, lo buscaban a él para que decidiera quién tenía la razón. Cuando sus hermanos peleaban, sólo él lograba reconciliarlos. Muy pronto, su capacidad de discernimiento y su sentido de la justicia fueron célebres en la familia. Primos, tíos y otros parientes menos cercanos apelaban a él, porque confiaban en la ecuanimidad de sus sentencias. El Chato, que no cesa de ufanarse de su ecuanimidad, señala que si hoy fuera otra vez el miércoles 17 de Julio de 1968, volvería a expulsar a Pelé.
Guillermo Velásquez, más conocido como El Chato, debe de ser el único árbitro de fútbol del mundo que registra en su hoja de vida por lo menos cinco jugadores noqueados.
Ni Alberto Castronovo, ni Eduardo Luján Manera, ni los otros futbolistas aporreados por él, se enteraron de que su verdugo, antes de ser árbitro profesional, había sido boxeador.
Velásquez sonríe mientras se mira los dos puños apretados. Luego los voltea para donde yo estoy, como para notificarme que en esos gruesos nudillos, pese a sus 69 años, todavía quedan restos de la potencia telúrica del pasado.
A continuación, aclara que él no se hizo respetar por la fuerza -pues no era invencible- sino porque tenía un temperamento sanguíneo que se incendiaba ante el mínimo intento de atropello y un amor propio que le impedía soportar humillaciones. Si tuviera que arbitrar otra vez, volvería a sancionar al saboteador y a castigar al tramposo. Y, sobre todo, no ofrecería la otra mejilla para que el patán le repitiera el golpe, ni pondría el otro ojo para que el cochino le lanzara un segundo escupitajo, ni amonestaría con una simple tarjeta al grosero que le mentara a la madre, sino que se vengaría en el acto de cada agresión.
El Chato estima que la compostura que se les exige a los árbitros es hipócrita y tiene más vínculos con la política que con la ley. Según él, un ser humano que recibe una patada en la yugular y en vez de aparentar cortesía tiene la oportunidad de desquitarse, resulta menos peligroso porque se libera de odios futuros.
“Yo no andaba por las canchas repartiendo coñazos”, explica, “pero cuando había que pegar, pegaba, porque después me iba a matar la angustia de no haber reaccionado como hombre cuando me provocaron. Cuando se tiene un carácter como el mío, responder a las agresiones es una necesidad”.
Le digo a Velásquez que cambiar la justicia por la venganza nos devolvería a la época de las cavernas y añado que si al árbitro le dan un pito y unas tarjetas, es justamente para que no tenga necesidad de utilizar un garrote.
“Así es”, admite El Chato, con una rapidez que me indica que no le estoy diciendo nada que él no haya pensado antes. “Pero fíjese usted que a los futbolistas les dan una pelota para que le peguen patadas y quieren pegarnos es a nosotros”.
Vuelvo a la carga con el argumento de que el día que se apruebe la Ley del Talión en las canchas, tendremos más sangre que goles. Y El Chato repite la misma frase de hace un momento: “Así es”. En seguida, con un movimiento resuelto de las manos, afirma que para evitar ese riesgo hay que pedirle a los futbolistas que reclamen en buenos términos y no con violencia.
-¿Y por qué no les pedimos a los árbitros que no les peguen a los jugadores?
-Bueno, ahí le voy a contestar lo mismo que le contesté a un periodista brasileño, el día que expulsé a Pelé: no es bonito responder a un golpe con otro golpe, pero todavía no he visto la parte del reglamento que diga que los árbitros tenemos que dejarnos pegar.
Más tarde, cuando jugaba fútbol en el Colegio Deogracias Cardona, de su natal Pereira, no asistía con sus compañeros de equipo a la charla técnica de los entretiempos, sino que se iba con el árbitro a analizar el reglamento.
Cuando finalmente reemplazó el balón por el silbato, se liberó del destino gris que le esperaba como futbolista y recuperó el respeto que había conocido como consejero familiar. En ese momento descubrió que la satisfacción del que aplica la ley depende más del poder que ostenta que del bienestar que supuestamente le procura al prójimo. Si la cancha es el universo completo y los jugadores son todas las criaturas posibles, entonces el árbitro, que todo lo ve y todo lo juzga, encarna una autoridad más divina que humana, una presencia omnímoda que gobierna las acciones aunque no nos demos cuenta. Él y sólo él es capaz de detener la carrera del veloz atacante, con un simple movimiento de su mano. Él decide cuándo parar el partido y cuándo reanudarlo, y en ambos casos determina el punto exacto de la tierra en el que hombre y pelota se reencuentran. Ni el que es genio como Maradona ni el que es bravucón como Chilavert tienen licencia para tutearlo: deben dirigirse a él con una cierta reverencia caricaturesca -manos atrás y cabeza agachada- y además están obligados a acatarlo por los siglos de los siglos, aun cuando valide como gol una pelota que pasó a 15 metros del arco. Como a Dios, al árbitro habría que inventárselo si no existiera. Los jugadores lo necesitan para justificar sus pecados y para que él los ayude a ganar el cielo que ellos solos no alcanzarían jamás de los jamases.
Desde el principio, El Chato disfrutó esa sensación de importancia que, según él, les gusta a casi todos sus colegas aunque no lo reconozcan en público. Por eso ahora, mientras sorbe su café, levanta la voz para decirme que no es ningún delito, como afirman algunas personas, que el árbitro sea protagonista. “¿Cómo no va a ser protagonista el juez que condena al matón o que evita una desgracia?”, se pregunta, alzando aún más el tono y adoptando un cierto aire de orador. “Usted debe saber, como periodista, que el problema no es la fama sino la mala fama”.
Estamos sentados en la cafetería del Parque El Salitre. Nuestros vecinos, muchos de ellos jóvenes que no lo conocen, lo miran con insistencia, y él se regodea en su silla comprobando por enésima vez que no nació para pasar desapercibido.
Estimulado por la atención del público, Velásquez enumera sus méritos en voz alta: fue -me dice sin ruborizarse- el árbitro que les abrió las puertas internacionales a sus compañeros colombianos. Participó en la Copa Libertadores entre 1968 y 1982, pitó en cuatro Juegos Olímpicos y fue juez de línea en uno de los partidos más bellos que se hayan disputado jamás, el de Italia contra Alemania en el Mundial del 70.
Después observa que nunca se tomó un trago el día antes de un compromiso, que siempre se entrenó como si cada jornada fuera una final y que cuando se retiró, en Diciembre de 1982, era el árbitro que había pitado el mayor número de partidos en los cuales ganaban los equipos chicos. “Y de visitantes”, añade.
“Lo mejor de todo”, dice ahora, “es que puedo jurar ante el país que nunca me torcí. Cuando me equivoqué, me equivoqué de verdad y no me hice el equivocado. Y no solamente por honesto, sino porque siempre me quise mucho a mí mismo. Mi orgullo no me permitía quedar como un chambón”.
Le pregunto si pegarle a los jugadores, como él lo hizo, fue un defecto o una virtud.
El Chato sonríe, me mira con malicia por encima de su pocillo. Calla.
-Ay, hermano, dejemos eso quieto. No me haga enfermar.
-Por su sonrisa, parece que no se arrepiente.
-Mire: yo no me siento feliz de haber tenido un genio como el que tuve. El temperamento me traicionaba y ese fue mi único error.
Después de unos segundos de silencio, en los que parece apenado, encuentra un argumento que le devuelve la seguridad. “¿Sabe una cosa?”, me dice, con el rostro iluminado. “Ser peleador me sirvió para conservar la pureza. Cuando uno quiere imponer siempre su autoridad, ya sea a las buenas o a las malas, no puede darse el lujo de tener rabo de paja”.
Llegado a este punto, El Chato estima pertinente un par de aclaraciones: cuando le pegó a un jugador fue porque, indefectiblemente, éste le había pegado a él primero. Y en todo caso, aquellas fueron calenturas pasajeras que nunca traspasaron los linderos del estadio. Eso sí: insiste en que para no quedar rumiando odios, era absolutamente necesario que le atizara un porrazo al agresor.
Desde 1957, año de su debut en el torneo profesional, aparecieron los problemas. Alberto Castronovo, jugador del Atlético Nacional, aprovechó un embrollo para darle a Velásquez una patada alevosa en la canilla. Velásquez se retorció en el suelo, durante varios minutos. Cuando se repuso del golpe actuó como si no supiera quién le había pegado. De pronto, en un tiro de esquina, vio, nítida, la oportunidad de desquitarse. Calculó que, por el momento, los espectadores estarían pendientes del jugador que iba a cobrar y se colocó en el área, al lado de Castronovo. A continuación, lo conectó con un derechazo en la barbilla. Castronovo rodó por el pasto pero se levantó en seguida, furioso, y se lió a golpes con el árbitro, en medio de la sorpresa del público. Entonces, varios agentes de la policía entraron en acción, dispuestos a retirar al jugador por la fuerza. “No, señores” , les dijo El Chato, autoritario. “¡Háganme el favor y dejan al caballero en la cancha, que no está expulsado!”.
-¡Pero cómo que no está expulsado, si vimos cómo le pegó a usted!
-¿Y no vieron cómo le pegué yo a él? Si se va Castronovo, me voy yo también. Pero como donde manda árbitro no manda policía, he dispuesto que ni se va él, ni me voy yo.
El Chato guiña un ojo y advierte que la justicia depende más del sentido común de quien la aplica que de simples leyes escritas en un papel. Para ilustrar su teoría, recuerda la vez que Miguel Ángel Converti, atacante de Millonarios, recibió un pase de espaldas al arco, en un clásico contra el Santa Fe. Desde antes de que Converti tomara la pelota, Velásquez había sancionado fuera de lugar. Pero el jugador, que al parecer no escuchó el silbato, llevó el lance hasta sus últimas consecuencias: durmió el balón con el pecho, lo hizo rebotar sobre su muslo izquierdo y luego se suspendió en el aire -cabeza hacia abajo y pies hacia arriba- en una chilena espléndida. El proyectil se clavó en un ángulo imposible de la portería y Converti corrió como loco hacia el banderín de córner, mirando hacia el cielo y zafándose de los compañeros que querían abrazarlo, como si pensara que su virtuosismo lo alejaba de los atletas y lo acercaba a los dioses.
“Si yo hubiera sabido que Converti iba a concluir esa jugada como la concluyó”, dice Velásquez, “no habría pitado el fuera de lugar. Fue la única vez que quise hacerme el equivocado en una cancha y créame que lamento mi acierto como si fuera un error. Es lo que le vengo diciendo: según las normas, yo actué bien, pero no fue justo que yo le robara semejante joya al público. Donde yo valide ese gol, hasta los hinchas del Santa Fe se ponen contentos”.
Le pido a Velásquez que me haga el inventario de los futbolistas a los cuales golpeó y me responde, aparentemente apenado, que “eso no vale la pena”.
-¿Por qué?
-Hombre, porque no fueron tantos. Pero ya que insiste en este punto, diga que una vez le hinché el ojo a Orlando Herrera, del Tolima, porque se propasó conmigo en un reclamo. ¿Y sabe qué pasó en el partido siguiente que me tocó arbitrarle en Ibagué? Que el tipo fue a buscarme a mi camerino y me llevó abrazado hasta la mitad de la cancha. ¿No le parece bonito? Si no me reconocieran sentido de la justicia, no me perdonarían. Yo habré sido brutal, pero soy más humano que muchos de los que se creen mansas palomas, porque pegué puños pero no maté a nadie con el pito.
Ese día, El Santos de Brasil, considerado el mejor equipo del mundo, enfrentaba en un partido amistoso a la selección Colombia que participaría en los Juegos Olímpicos de México.
Muy temprano, Velásquez validó un gol de Colombia en aparente fuera de lugar. Los brasileños se pusieron histéricos y cercaron al árbitro. Uno de ellos, de apellido Lima, fue expulsado. Como se negaba a abandonar la cancha, fue sacado por la Policía. Cuando iba por la pista atlética se les soltó a los agentes, se devolvió al terreno de juego y le asestó una patada a Velásquez. Éste le respondió con un leñazo en el estómago, que generó un amago de gresca.
El partido continuó con muchas tensiones hasta el minuto 35 del primer tiempo, cuando Pelé vio la tarjeta roja por reclamar, de mala manera, un supuesto penal en su contra. En principio lució desconcertado, pero no tardó en aceptar el fallo. Entonces emprendió el retiro de la cancha con un gesto irónico y desafiante, como un monarca que se mofara de la orden de destierro impuesta por su vasallo. “Ese tipo está loco”, repetía Pelé, una y otra vez, ante el cronista de “El Espectador” que lo esperó en la pista atlética.
En ese momento, los jugadores del Santos rodearon al árbitro. “De 28 personas que tenía la delegación brasileña”, recuerda El Chato, “me agredieron 25. Los únicos que no me pegaron fueron el médico, el periodista y Pelé”.
Velásquez se sintió empequeñecido, arruinado, cuando los 60 mil espectadores del estadio El Campín comenzaron a maldecirlo a gritos y a pedir el regreso de Pelé. Después, cuando los directivos de la Federación Colombiana de Fútbol decidieron que volviera el futbolista y se fuera el árbitro -un hecho único en los anales del deporte- se acordó del refrán según el cual la justicia en nuestro país “es para los de ruana” y hasta agradeció que a Pelé no se le hubiera ocurrido asaltar un banco, “porque con seguridad aquí todavía lo estuviéramos aplaudiendo”.
Adolorido más por la humillación pública que por los golpes recibidos, El Chato demandó penalmente a la delegación brasileña. Lo hizo por recomendación de Lisandro Martínez Zúñiga, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, que esa misma noche lo visitó en el camerino para ofrecerle sus servicios como abogado.
Los jugadores del Santos permanecieron en Colombia casi dos días más de lo previsto, retenidos en una comisaría, y al final tuvieron que pagarle a Velásquez 18 mil pesos y ofrecerle excusas por escrito, para poder viajar a su país.
Años después, ya retirado del fútbol, Velásquez buscó la manera de encontrarse con Pelé. Entendía, como siempre, que más allá de las leyes escritas necesitaba un acercamiento humano para quedar en paz y salvo con su conciencia. El rey lo atendió en Miami y hasta lo invitó a almorzar.
Ahora le pregunto a El Chato qué habría sucedido si Pelé le hubiera pegado cuando él lo expulsó, y me pide, muy serio, que por favor no le haga una pregunta tan perversa. “Mire que me voy es a enfermar”, añade.
-Es sólo una suposición, no más que una suposición.
-Bueno, en ese caso, permítame responderle con una pregunta. ¿Usted qué cree que hubiera pasado?
(Un gracias enorme al gran escritor colombiano Alberto Salcedo Ramos por permitirme publicar este cuento y enviarme la foto del protagonista. ¡¡Muchísimas gracias Alberto!!)
28 de agosto de 2008
Alma bostera (Anónimo - Argentina)
tengo una cita especial
a mi equipo del alma
voy a alentar.
Se almuerza y una vez,
finalizado el café,
al Campeón del Mundo
nos vamos a ver.
Adiós vieja,
quedate tranquila y sin miedo,
que nada malo pasará,
a la noche aquí vuelvo.
Me calzo el gorrito bostero,
enciendo la radio,
escuchamos la previa
camino al Estadio.
Alguna risa
por las palabras de Fantino,
o atención a Leto,
analizando el partido.
La Boca histórica,
pintoresca y colorida,
con sus viviendas de chapa
tan conocidas.
Caminito, vuelta de Rocha,
el río y los puentes,
artistas callejeros
y el tango siempre presente.
Como no nombrar
el Museo de Pinturas “Quinquela Martin”,
obras mágicas
que perduran.
Y por sobre todo brilla
gigante y majestuoso,
el templo de la Boca,
mucho más que un coloso.
La gloriosa Bombonera,
del fútbol catedral,
casa del Diego,
y cuna de talentos sin igual.
Se oyen ya los gritos
de guerra y de aliento,
los papelitos comienzan
a volar con el viento.
La Doce hace su entrada
agitando las banderas,
de azul y oro se tiñen
las gradas de la Bombonera.
El bombo y los trapos
se despliegan una vez más,
la hinchada más fiel
que no deja de gritar.
Empiezan los cantos contra River,
las gallinas,
hijos nuestros,
los más amargos de Argentina.
El aliento que aumenta
y de repente la explosión,
sale al campo el equipo
que llevo en el corazón.
Sesenta mil personas
hoy te venimos a ver,
ponga huevos xeneizes
que no podés perder.
Poco importa si juega
Córdoba o Guillermo.
No interesa si vendimos
o no a Palermo.
Porque para el hincha
los colores siempre adelante,
transpirar la camiseta
es lo más importante.
Ay Boquita de mi vida,
Boca de mi alma,
por vos muchas tardes
lloré perdiendo la calma.
Por vos fui capaz
de las cosas más locas,
todo por seguirte,
porque te quiero Boca.
Te alentaré por siempre
de visitante y local,
desde cualquier punto,
platea o popular.
En todas las canchas
donde juguemos
hasta el final del partido
te alentaremos.
Domingo a domingo
se repite la gran fiesta,
y el resultado del encuentro
no me molesta.
Porque te quiero
y nunca te abandonaré
aún en las peores
campañas juro no te dejaré.
Y eternamente agradecido
a mi viejo estoy,
por haberme hecho del más grande,
bostero soy.
A todos lados iré,
festejando y haciendo barullo,
mostrando tus colores,
defendiéndolos con orgullo.
Y hasta la muerte
cantando xeneizes a ganar.
la mitad mas uno,
el pueblo y el carnaval.
Boca, te llevo en el alma
y cada día te quiero más.
Nacido en Santa Fe, comenzó jugando en Unión, para luego destacarse en Rosario Central, debutando en su Primera División en 1932.
Central fue su vidriera para que Racing lo adquiriera en 1936 en lo que se denominó, "el pase del año". En el equipo de Avellaneda se consagró definitivamente, con un juego en donde combinaba habilidad con picardía. Lo apodaban, "El poeta de la zurda", y brilló también en la selección nacional. Debutó en Racing el 3 de Mayo de 1936, por la 5ª fecha del campeonato, enfrentando a Tigre, en el estadio de Platense. Ganó Tigre por 2 a 1.
Son recordadas las anécdotas del Chueco García dentro de un campo de juego, generalmente bromeándole a sus adversarios, como cuando convirtió un verdadero golazo y en vez de gritarlo se puso a raspar el césped con los botines hasta que el defensor contrario le preguntó. "¿Qué hacés?". El Chueco, respondió: "Estoy borrando la jugada, para que no me la copien...".
"El poeta de la zurda" se retiró de Racing, y del fútbol, en 1943, dándole paso a una nueva figura en su puesto: Ezra Sued.
-La gente dice que vos sos puto...
(La pregunta es del Dr. Alfredo Etchandy, periodista deportivo uruguayo, y la directa respuesta es de Fernando "Tajo" Silva, por entonces Presidente de la Mutual de Futbolistas de ese país durante la huelga de 2005)
27 de agosto de 2008
Al lado del 'Mono' Mas había una mujer bajita, medio vieja y muy fea. Como estaba en silencio, el 'Mono' -pensando que ella no entendería- le dijo seriamente cara a cara: ¡Qué horrible sos!
La mujer lo miró y le contestó: "Y vos muy lindo que digamos no sos".
Era la traductora que nos tocaba para la ceremonia. Mas se fue al baño. La fila se deshizo. Estuvimos diez minutos tirados en el suelo de la risa.
(ANTONIO UBALDO RATTÍN, ex jugador argentino, a pocos días de regresar con la Selección argentina del Mundial de Inglaterra 1966, contando esta anécdota del ex jugador de River y del Real Madrid)
26 de agosto de 2008
Los apodos en el fútbol (2ª parte)
El libro de la selva
En el fútbol mundial, el baile de apodos más interesante es el que se produce cada dos años en la Copa Africana de Naciones. Todos los animales de la sabana libran un combate sin tregua para subir a lo más alto del continente. En la primera fila de los aspirantes, es lógico pues encontrar al rey de los animales… Aunque el león cambia de calificativo según su país de origen.
En Camerún, los Leones Indomables reinaron en el fútbol africano de los años 90. En Senegal, los Leones de la Teranga (hospitalidad, en wolof) exportaron su cortesía a los cuartos de final de Corea-Japón 2002. En Marruecos, los Leones del Atlas se enorgullecen de haber sido la primera selección africana que superó la primera ronda de un torneo mundialista. Fue en 1986, en México. Ese éxito inspiró a otro país africano, ya que cuando Zaire se convirtió en la RD del Congo, los Leopardos dejaron paso a los Simbas (leones, en suahili), que esperan rayar también a gran altura en el continente y, por qué no, quedarse con la parte del león…
Hay otro animal que infunde respeto y encarna el poderío. A los Elefantes de Costa de Marfil se les considera los nuevos gigantes de África, mientras que el Syli, un elefante que vive en Guinea, espera ir por el mismo camino. Los Palancas Negras (los antílopes negros) de Angola, por su parte, han demostrado que incluso animales menos robustos pueden sobrevivir en la jungla internacional. ¡Un ejemplo a seguir para las Ardillas de Benín o las Golondrinas de Burundi!
Entre los felinos y los paquidermos, las aves rapaces elevan a las alturas los colores del fútbol africano. De este modo, los Gavilanes de Togo y las Águilas de Cartago tunecinas brillaron en Alemania el verano pasado, y las Súper Águilas de Nigeria o las Águilas de Malí querrán hacer lo mismo en Sudáfrica 2010.
Además de los animales, las referencias históricas son asimismo una fuente de inspiración de los apodos africanos. A los egipcios, vigentes campeones de África, se les llama, lógicamente, los faraones. Y las Black Stars (estrellas negras) de Ghana deben su nombre a la estrella que figura en su bandera nacional, que hace referencia a la naviera "Black Star Line", fundada por el jamaicano Marcus Garvey, un defensor de la unidad africana que esperaba traer a los esclavos de vuelta a su continente de origen.
Impresionante, entrañable o divertido, cada selección nacional se destaca por su apodo. Los Reggae Boyz de Jamaica, los Soca Warriors de Trinidad y Tobago, los Socceroos de Australia o los Guerreros de Taeguk de la República de Corea son sólo algunos ejemplos de su originalidad y diversidad.
Brasil, especialista en la materia, ha producido sin duda tantos apodos como grandes jugadores. Y al César lo que es del César: el que está considerado como el mejor futbolista de todos los tiempos es también el hombre de los mil apodos. Edson Arantes do Nascimento ganó tres Copas Mundiales e inventó los gestos futbolísticos más bonitos dándose a conocer como Pelé, un apelativo que ni el propio genio sabe explicar. Sus primeras hazañas en Suecia 1958 le valieron el apodo de la Perla Negra, pero por el conjunto de su obra, lógicamente, fue elevado a la categoría de O Rei (el Rey).
Su compañero de fatigas en las campañas triunfantes de 1958 y 1962 es el otro gran ídolo del pueblo brasileño. Manoel Francisco dos Santos, alias Garrincha, maravilló a las masas con sus regates desconcertantes. Sus actuaciones con la camiseta de la Seleção le valieron ser rebautizado como la Alegria do povo (la alegría del pueblo).
A imagen de las dos leyendas auriverdes, son muchos los jugadores que se han ganado su apodo gracias a sus proezas sobre el césped. Así, el alemán Franz Beckenbauer conquistó el título supremo como jugador en 1974 y como seleccionador en 1990, dos hazañas que le sirvieron para subir al Olimpo del fútbol nacional con el apelativo de Der Kaiser (el kaiser, -emperador-). En su búsqueda del éxito defendiendo los colores de la Mannschaft y del Bayern de Munich, Kaiser Franz contó con la ayuda de un artillero de lujo. Gerd Müller, autor de 365 goles en 427 partidos de Bundesliga y de 68 dianas en 62 encuentros con la selección, pasó a la historia con el sobrenombre de Der Bomber (el bombardero).
Unos años antes que Torpedo Müller, fue un militar quien se cobraba víctimas en todas las líneas defensivas europeas. Ferenc Puskas, brillante con la camiseta del Honved de Budapest (el club del ejército húngaro), se ganó sus galones de mayor en las fuerzas armadas y el subsiguiente sobrenombre de Comandante Galopante. El astro magiar, fallecido el año pasado, iba a dejar buenos recuerdos y a obtener su apodo correspondiente en los dos clubes donde militó. Con la camiseta blanca del Real Madrid, Pancho Puskas se adjudicaría tres Copas de Europa y el sobrenombre de Cañoncito Pum.
En el apartado de distinciones y títulos de nobleza, debemos citar también a los "reyes" de Inglaterra Eric “The King” Cantoná y King Kenny Dalglish, el Príncipe uruguayo Enzo Francescoli, The Governor (el gobernador) Paul Ince, Il'Imperatore (el emperador) Adriano o Le Président (el presidente) Laurent Blanc.
De animales y hombres
Al igual que con las selecciones nacionales, el reino animal es una fuente de inspiración inagotable en la elección de los motes de los jugadores. Así, en los ocho clubes brasileños cuya camiseta defendió, las "locuras" del brasileño Edmundo le valieron el apodo de O Animal; mientras que su compatriota Julio Baptista se ganó el mote de La Bestia por su potencia desatada con las camisetas del Sevilla y el Real Madrid.
La liga española, dicho sea de paso, pasa por ser un auténtico zoológico. En efecto, El “Pato” Roberto Abbondanzieri defiende la portería del Getafe, mientras que “La Pulga” Lionel Messi, “El Ratón” Ludovic Giuly o el también “Ratón” Roberto Ayala y “El Conejo” Javier Saviola dan vida al ataque del Barcelona.
Siguiendo con España, unos años antes los argentinos Claudio López (El Piojo) y Ariel Ortega (el Burrito) hicieron las delicias de la afición del Valencia, así como Emilio Butragueño (El Buitre) con la del Real Madrid, el argentino Germán “Mono” Burgos con la del Atlético de Madrid o el paraguayo Roberto “Toro” Acuña con la del Zaragoza.
Por desgracia, algunos encuentros curiosos nunca llegaron a producirse, y en ningún momento la Jirafa Jack Charlton se cruzó en el camino de la Araña negra Lev Yashin. Del mismo modo, sería curioso saber quién de entre el Toro nigeriano Daniel Amokachi o el Matador argentino Mario Kempes (apodo que también recibió luego el chileno Marcelo Salas) habría tenido la última palabra…
Como se puede ver con los mencionados Kempes o Messi, a Argentina nunca le han faltado los apelativos originales. Así, El Pájaro Claudio Caniggia voló hasta la final de la Copa Mundial de la FIFA 1990; Gabriel Batistuta se ganó el apodo de Batigol al convertirse en el máximo goleador en la historia de su selección; y Juan Sebastián Verón debe su mote de Brujita no sólo a su magia sobre el rectángulo de juego, sino también a la de su padre, jugador del Estudiantes de la Plata 30 años antes que su hijo y a la sazón apodado la Bruja. Una historia que recuerda sorprendentemente a la del joven prodigio Gonzalo Higuaín, rebautizado como El Pipita por los hinchas de River Plate en homenaje al apodo de su padre, Jorge “El Pipa” Higuaín.
De Pelusa a la Mano de Dios
En la jerarquía de los motes argentinos, la palma se la lleva sin duda Diego Armando Maradona. Y es que el controvertido genio, si bien dio sus primeros pasos en los terrenos de juego ataviado con el poco glorioso apodo de Pelusa (debido a su cabellera abundante y desordenada), muy pronto iba a recibir, merced a su técnica, el de Pibe de Oro. Tras encadenar una gesta tras otra con la camiseta de la Albiceleste y del Nápoles, el campeón mundial en 1986 se convirtió en el único jugador del mundo que tiene también un mote ¡para una parte de su cuerpo!
Efectivamente, su primer gol contra Inglaterra en los cuartos de final de México 1986 le valió a su extremidad superior el apelativo de la Mano de Dios, con gran perjuicio para los aficionados y jugadores ingleses. Sin embargo, unos minutos más tarde, tras culminar una fenomenal cabalgada en eslalon desde su propio campo, Maradona mostró al mundo entero que, además de su mano, su pie izquierdo también tenía algo de divino.
Análogamente, su perfecto manejo del balón, sus geniales regates y su acierto ante la portería contraria le valieron al brasileño Ronaldo el sobrenombre de Il Fenomeno cuando defendía los colores del Inter de Milán. Por lo demás, la precisión de su pierna derecha convirtió al juventino Alessandro Del Piero en Pinturicchio (sobrenombre de un pintor italiano del Renacimiento) a ojos de su presidente, Gianni Agnelli. Un apodo que retomaron después todos los tifosi de la Vecchia Signora. A su vez, el ariete chileno Iván Zamorano impresionó tanto en el Real Madrid y el Sevilla por sus remates de cabeza que se ganó los motes de Bam Bam e Iván el Terrible.
Un apodo difícil de llevar
Algunos futbolistas, más clásicos, han recibido motes en relación a su apariencia física. Así, Fabien Barthez descolló como Fabulous Fab con la camiseta del Manchester United, pero en el corazón de los aficionados franceses quedará para siempre como el Divino Calvo. Por su parte, el italiano Fabrizio Ravanelli, paseó su pelo canoso por los campos de Italia, Francia e Inglaterra, y de ahí sacó el mote de Penna Bianca (pluma blanca); mientras que el español Iván de La Peña debe el apodo de Pequeño Buda a su cabeza rapada.
Los diminutivos también están de moda en las canchas de todo el planeta. Juergen Klinsmann, Michel Platini, Filippo Inzaghi y Ronaldinho (por citar sólo a algunos) se convirtieron en los ídolos de sus aficionados con los sobrenombres respectivos de Klinsi, Platoche, Pippo y Ronnie.
Detrás de cada apodo se esconde un diminutivo entrañable, un rasgo de la personalidad, una particularidad física o una marca de honor. Así, determinados motes prefiguran a sus poseedores con los hombros lo bastante anchos para soportar el peso de la comparación. Es el caso del argentino Hernán Crespo, presentado como el sucesor de Jorge Valdano y apodado Valdanito; mientras que el rumano Gheorghe Hagi fue presentado como el Maradona de los Cárpatos. Unos apodos a veces difíciles de llevar… ¡Y qué decir entonces del brasileño Zico, que tuvo el honor de verse designado como el “Pelé Blanco”!
(tomado del sitio web de la FIFA)
En sus primeros 50 partidos de Copa Libertadores, Peñarol utilizó tan solo 3 guardavallas: Luis Maidana, el "Chiquito" Ladislao Mazurkiewicz (foto) y Fernando Alves.
Allá por la temporada de 1960, Luis Maidana era el titular indiscutido de los "carboneros" montevideanos. Maidana atajó los primeros 29 partidos coperos, y se anticipaba que su récord iba a llegar a un número muy superior. Pero en 1965 tuvo un conflicto con los dirigentes del club y fue separado del plantel, ocupando la valla un muchachito joven y de gran futuro, que se convertiría con el tiempo en uno de los grandes arqueros de la historia del fútbol uruguayo: Mazurkiewicz.
"Mazurca" jugó los siguientes 21 partidos, hasta 1971. Es decir que Peñarol, entre 1960 y 1971 -en ese lapso participó de 11 ediciones, no jugando la Copa de 1964, cuando intervino Nacional de Montevideo- jugaron solo dos arqueros.
En cuanto a Fernando Alves, éste tomó la posta entre 1978 y 1997, atajando en 36 partidos.
Un notable récord de un club que tuvo la suerte de tener no solo arqueros eficaces, sino que también de largo aliento y cariño por la institución carbonera.
(Revista "Don Balón", de España, 29 de Mayo de 2000)
25 de agosto de 2008
Los apodos en el fútbol (1ª parte)
La cuna del fútbol, Inglaterra, también es lógicamente la cuna de los apodos. Desde la elite hasta las divisiones inferiores, no hay equipo que no reciba su mote. Como no podía ser de otra forma, muchos de ellos se refieren al color de la camiseta. Sobre los terrenos de juego ingleses podemos encontrar todo un arco iris: los Reds (rojos) del Liverpool, los Blues (azules) del Chelsea, los Whites (blancos) del Leeds o los Skyblues (celestes) del Coventry.
Otros, más originales, han adoptado nombres de animales también inspirados en sus colores. Así, los jugadores del Newcastle, con su camiseta blanca y negra, reciben el sobrenombre de Magpies (urracas), mientras que los del Watford, con su uniforme amarillo y negro, son los Hornets (avispones) de la Premiership. Como los nombres de animales abundan en los clubes del Reino Unido, a veces asistimos a enfrentamientos zoológicos de lo más simpáticos. Un partido Leicester-Sheffield Wednesday se convierte siempre en una pelea de zorros (foxes) contra búhos (owls), mientras los gatos negros (Black Cats) de Sunderland les sacan las uñas a los lobos (Wolves) de Wolverhampton. Y, como el fútbol es así, resulta que muy a menudo el pez chico se come al grande.
Otros apodos están estrechamente ligados a la historia de la entidad, especialmente en el caso de clubes británicos nacidos en fábricas o empresas. Los dos ejemplos más claros se encuentran en Londres: el nombre Hammers (martillos) que reciben los del West Ham tiene su origen en los talleres de la empresa de construcción naval Thames Iron Works, donde las planchas de metal se manipulaban con ayuda de martillos; el de los Gunners (cañoneros) del Arsenal proviene de la fábrica de armamento, la Royal Arsenal Woolwich, donde trabajaban los obreros que fundaron el equipo a finales del siglo XIX. Hoy en día, en su emblema figura un cañón, y Thierry Henry enciende la mecha cada vez que marca un gol para el club londinense.
Los hinchas del Everton de la ciudad de Liverpool pueden vanagloriarse de poseer el apelativo más "dulce" del fútbol inglés. Los Toffees (como los caramelos) deben su nombre a la tienda de golosinas que se encuentra cerca del estadio de Goodison Park. Según la leyenda, cuando el equipo jugaba en casa, la propietaria de la tienda, la señorita Noblett, regalaba caramelos a los espectadores, que los disfrutaban una vez instalados en las gradas. Para terminar, debemos apuntar que el sobrenombre inglés más conocido en todo mundo, el de los Red Devils (diablos rojos) del Manchester United, se le ocurrió a Matt Busby después de ver en acción al Salford, un equipo de rugby.
Submarinos, colchones y galaxias
Los clubes españoles son más tradicionales en lo que respecta a sus apodos, que principalmente también vienen dictados por la lógica de los colores. Así se comprende fácilmente de dónde viene el nombre del Betis, los Verdiblancos, o el del Villarreal, el Submarino Amarillo. Sin embargo, para descifrar el apelativo del Atlético de Madrid hay que ser un poco más sutil. Conocidos por todo el mundo como los Colchoneros, los madrileños lucen desde siempre los colores blanco y rojo, asociados tradicionalmente en España a las antiguas fundas de colchón.
Otra originalidad de los clubes ibéricos es que, con frecuencia, reciben denominaciones temporales, relacionadas con un periodo determinado de su historia. Por ejemplo, el FC Barcelona es y será siempre el equipo blaugrana, pero las formaciones alineadas por Johan Cruyff en la década de 1990, o por Frank Rijkaard desde 2003, se han ganado el sobrenombre de Dream Team (equipo de ensueño) por la calidad de sus integrantes y su buen juego.
Del mismo modo, el Real Madrid, ganador de nueve Copas de Europa, siempre ha estado asociado al color blanco (Casa Blanca, Merengues), pero la constelación de estrellas fichada bajo la presidencia de Florentino Pérez (Luis Figo, Zinedine Zidane, Ronaldo, Michael Owen, David Beckham, Roberto Carlos, Raúl o Robinho) hizo que los madridistas fueran conocidos en el mundo del fútbol como los Galácticos. Una anécdota que recuerda a la de otro Real, el Real Zaragoza, que durante la década de 1960 cambió durante diez años su apodo de Blanquillos por el de Magníficos, tras sus éxitos en la Copa del Rey (vencedor en 1964 y 1966, finalista en 1963 y 1965) y en la Copa de Ferias, la antecesora de la Copa de la UEFA (campeón en 1964 y finalista en 1966).
A la inversa, el espectáculo ofrecido sobre el césped, o fuera de él, puede acarrear la adjudicación de un apelativo poco deseable. En los años noventa, el Bayern de Munich fue en ocasiones rebautizado como "FC Hollywood", mientras que el juego poco espectacular del Arsenal en la década de los ochenta le valió el triste título de Boring Arsenal (tedioso Arsenal). Pero los dos colosos hicieron olvidar rápidamente estos apodos cargados de ironía.
Sobrenombres elegidos y sobrenombres soportados
A veces, los nombres más originales nacen de las grandes rivalidades. Así, algunos clubes tienen un apelativo reivindicado por su propia afición y otro utilizado por los seguidores de los equipos rivales. Los mejores ejemplos se dan en Argentina donde, según muchos apasionados del fútbol, se disputa el derbi más "caliente" del mundo: River Plate-Boca Juniors. Los incondicionales del River se autodenominan Millonarios, un apodo aparecido en los años treinta cuando el club compró al wing derecho Carlos Desiderio Peucelle en la suma de 10 mil pesos y revolucionó el mercado de pases. Por su parte, los hinchas del Boca se llaman a sí mismos Xeneizes (genoveses) en referencia al origen italiano de los inmigrantes que fundaron el club.
Pero, cuando llega el superclásico de Buenos Aires, los calificativos que se oyen en las tribunas adoptan formas "más calientes". En boca de sus rivales, los Millonarios y los Xeneizes se convierten respectivamente en Gallinas y Bosteros (porque en el lugar donde ahora se levanta cancha de fútbol del club había antiguamente una fábrica de ladrillos, en la que se utilizaba bosta de caballo como materia prima). Ésta es una práctica que caldea los campos de fútbol de todo el país. Por ejemplo, en el derbi de Rosario, entre el Rosario Central y el Newell's Old Boys, los Canallas se enfrentan a los Leprosos…
Sin embargo, en Brasil, los apelativos de los clubes son mucho más amables y, a veces, de tan ingenuos, parecen cursis. O Timão (el equipazo) del Corinthians dedica el fino mote de Bambis a los jugadores de su eterno antagonista, el Tricolor del São Paulo; mientras que las hinchadas rivales llaman Papos (bocazas) a los del Juventude, porque, según dicen, hablan mucho pero hacen poco sobre el terreno de juego.
Actualmente, en todas las competiciones internacionales hay que ser políglota. Y es que, si bien algunos nombres no nos dicen nada, a menudo significan simplemente 'equipo' o 'selección' en el idioma del país. Así, al oír a un locutor narrar las jugadas de un partido entre la Nati y la Reprezentace, aunque no lo sepamos, estamos asistiendo a un ¡Suiza-República Checa! Del mismo modo, el combinado alemán es conocido fuera de sus fronteras como la Nationalmannschaft, Irán brilla en Asia bajo el nombre de Equipo melli (melli quiere decir 'nacional' en persa), y El Salvador se hace llamar en Centroamérica la Selecta.
En Portugal y en Brasil se habla la misma lengua, pero el apodo de la selección difiere un poco. Al haber conquistado los sudamericanos cinco veces la Copa Mundial de la FIFA, el nombre de Seleção no le resulta extraño a nadie. En cuanto a los lusos, a su conjunto se le conoce familiarmente como Selecção das quinas (selección de los cinco escudos de armas que aparecen en la bandera), por el número de escudos que hay en la bandera portuguesa. Eso explica también los Tres Leones de Inglaterra, como referencia al blasón de los reyes de Inglaterra, adornado con tres leones de oro.
Volvamos por un instante a Brasil. El país que ostenta el récord de coronas mundiales también posee el de mayor número de apodos distintos. A los futbolistas brasileños se les llama igualmente Pentacampeões (quíntuples campeones), Canarinhos (canarios), Verdeamarelos (verdeamarillos) o Auriverdes, por los colores de su bandera.
La mayoría de los apodos de las selecciones tienen su origen en los colores de sus camisetas. En Latinoamérica es habitual asistir a duelos entre los Amarillos ecuatorianos, los Albirrojos paraguayos, los Albicelestes argentinos, la Roja chilena, la Blanquirroja peruana, la Verde boliviana o El Tricolor, o simplemente Tri, mexicano.
El azul regio y la naranja mecánica
Pero dos equipos que visten la misma tonalidad no tienen por qué compartir denominación. A España se la conoce como la Furia Roja, los belgas son los Diablos Rojos, y el once venezolano es la Vinotinto, por el color particular de su elástica.
En el arco iris que ofrece el fútbol mundial, el azul es sin duda el más difundido. De la Celeste uruguaya a los Plavi de Serbia, pasando por los Blue Samurais de Japón, es sin duda el moda. Tanto, que en la final de la Copa Mundial de la FIFA Alemania 2006 se enfrentaron los Bleus (azules) con los Azzurri (También azules)… ¡Una final 100% azulada!
El apodo de la selección francesa se explica fácilmente por uno de los colores de su bandera (azul, blanco y rojo), aunque el de Italia -la squadra azzurra (el equipo azul)- es un poco más sutil, ya que en la enseña italiana figuran el verde, el blanco y el rojo. Hasta principios del siglo XX, Italia jugaba con una camiseta blanca. En enero de 1911, frente a Hungría, los transalpinos saltaron al campo con una casaca azul, en honor a los colores de la Casa de Saboya, a la que pertenece la familia real. Aquel día nació la squadra azzurra…
Si reemplazamos "Casa de Saboya" por el nombre de "Van Oranje", asociado a la familia real neerlandesa, tendremos la explicación de las camisetas y del Oranje (naranja) asociado a la selección de Holanda. Pero fue otro rey, esta vez del balón, quien le valió el apodo de Naranja Mecánica, aplicado a Johan Cruyff y a sus compañeros en la Copa Mundial de la FIFA 1974.
De la misma manera, las actuaciones realizadas por la Dinamarca de Michael Laudrup, la Austria de Matthias Sindelar y posteriormente de Hans Krankl o la Croacia de Davor Suker y Zvonimir Boban les valieron respectivamente las denominaciones de Danish Dynamite (dinamita danesa), Wunderteam (equipo fantástico) o Vatreni (el once ardiente).
Estar con mis amigos, viajar, ir a un restaurante, al cine... Cosas muy tranquilas. Me gustaría jugar más al básquet con mis amigos, pero no puedo. Cuando la televisión empezó a transmitir en Francia la NBA, tuve la suerte de descubrir a Michael Jordan y, entonces, es imposible no amar algo así. Es arte. En los Spurs veo jugar a dos argentinos: Oberto y el maestro Ginóbili. Manu hace cosas increíbles con sus manos y es muy buena persona, como Oberto.
¿Y vos? ¿Jugás al básquet?
No, no. Yo intento hacerlo, pero mis manos no responden como mis piernas. Puedo patear, pero es que en mis piernas tengo años de trabajo.
(THIERRY HENRY, futbolista francés, en la revista argentina "Viva" del domingo 27/07/08)
23 de agosto de 2008
Willington Ortiz (Colombia)
Considerado uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol colombiano, Willington Ortiz nació en Tumaco (Nariño) el 26 de Marzo de 1952.
De pequeño, y fiel al mandato del fútbol tumaqueño destaca por su habilidad para proteger el balón y su velocidad, cualidades que hacen que con 17 años, en 1969, integre la selección juvenil de su departamento.
Tiempo más tarde es observado en un amistoso por Jaime Arroyave quien lo lleva a filas del Millonarios.
Millonarios (1971 - 1979)
Previo paso por las divisiones inferiores de esa institución, debuta en el segundo tiempo de un amistoso entre el cuadro embajador y el Internacional de Porto Alegre, Willington sería tenido en cuenta y haría su debut como profesional, nada más y nada menos que anotando el gol del triunfo.
Sus 1.69 metros de estatura, eran compensados y superados por las notables habilidades que poseía. Gambeta, velocidad, precisión, visión del campo y por supuesto el gol, destacaban Willington entre sus compañeros, por ese entonces albiazules.
En Millonarios lograría dos campeonatos locales: 1972 y 1978; el primero de la mano del también reconocido director técnico Gabriel Ochoa Uribe y de Pedro Dellacha en el segundo. Con Millonarios en 1972 tres jugadores se destacaron por su rendimiento e integraron la tripleta goleadora que se conoció como BOM artífice del título: Willington Ortiz, Alejandro Brand y Jaime Morón. Con los Embajadores estaría presente en las Copa Libertadores de América de 1973, 1974, 1976 y 1979.
Deportivo Cali (1980 - 1982)
Para finales del 79, Willington Ortiz dejaría a Millonarios para irse al Deportivo Cali por la suma de 13 millones de pesos, todo un récord para esos tiempos y dejando atrás ofertas de equipos españoles como el Barcelona y Valencia. Ya en la escuadra azucarera, su trayectoria no sería menos importante. En la temporada de 1980, sería el goleador del equipo con 17 tantos.
Su principal figuración vistiendo los colores verde y blanco de Cali, tuvo lugar en el Monumental “Antonio Vespucio Liberti” de Buenos Aires, Argentina. Se jugaba el último partido de la primera fase en la Copa Libertadores de América de 1981, entre el local River Plate y el equipo colombiano, encuentro que terminaría con victoria para la visita por 2-1 con goles de Capiello y Ortiz, siendo este último el de más grata recordación para los espectadores ya que en la jugada, Willington en velocidad y desde el medio campo, supera en velocidad a José Luis Pavoni, elude a Ubaldo Matildo Fillol, (uno de los mejores arqueros del mundo por esos momentos) y define ante el cierre desesperado de Alberto “Conejo” Tarantini.
América de Cali (1982 - 1989)
En 1982 sería el rival de patio del Deportivo Cali, América de Cali, quien se haría a los servicios del jugador. Con los Diablos Rojos fue tetracampeón consecutivo del Torneo Colombiano en los años 1983, 1984, 1985 y 1986 y además finalista de la Copa Libertadores de América en los años de 1985, 1986, 1987, para finalmente terminar su brillante carrera en el año de 1988.
América de Cali le organizo un partido de despedida el 15 de Marzo de 1989; América invitó al club Nacional de Montevideo. Los Diablos Rojos se reforzaron para ese partido con el arquero argentino Hugo Orlando Gatti, Norberto "Beto" Alonso y el uruguayo Jorge "Polilla" Da Silva. El día de su despedida el Alcalde de Cali, Carlos Holmes Trujillo, le entregó al “Viejo Willy” la Medalla al Mérito Deportivo “Alberto Galindo Herrera”.
Selección de Colombia (1972 - 1985)
Integró la Selección Colombia a los Juegos Olímpicos de 1972 en Munich, los equipos de las eliminatorias de los campeonatos mundiales de Alemania, Argentina y España, y los de la Copa América de 1975 y 1979.
Con la Selección de Colombia disputó su último partido el 3 de Noviembre de 1985: Colombia 2 / Paraguay 1, en Cali, partido de Eliminatorias a la Copa del Mundo de 1986 (Willington Ortiz anotó uno de los dos goles, el otro lo marco Sergio "Checho" Angulo). Lamentablemente Willington Ortiz jamás logró exhibir su extraordinaria gambeta en un Mundial.
Willington Ortiz, fue elegido por la Revista “Nuevo Estadio” como el mejor jugador de Colombia durante las décadas del 70 y 80. También recibió propuestas de ir a jugar a Argentina, Europa y en Estados Unidos para jugar en el New York Cosmos.
En 1993 participó en la televisión con un papel secundario en la seria colombiana "De pies a cabeza" donde era instructor de una Escuela de Fútbol.
En Marzo del 2002 se lanzó como candidato al Senado de la República, en representación de “Negritudes” obteniendo tiempo más tarde la banca a la cual se postulaba.
En 2005 presenta en el Senado un Proyecto en donde pide “el reconocimiento al derecho a la propiedad colectiva a las comunidades negras que han ocupado tierras baldías en zonas ribereñas de los ríos” en su permanente defensa de los derechos de los ciudadanos de origen afro-colombiano.
Es considerado por FIFA el mejor futbolista de la historia del Fútbol Profesional Colombiano, integra la lista de la IFFHS - 2006 que contiene los 46 mejores jugadores sudamericanos de la historia.
En síntesis, un excelente puntero derecho, veloz, habilidoso, de pique demoledor, con mucha potencia en los hombros y piernas que dejó siempre muy bien parada la exquisita escuela de toque del fútbol cafetero.
Sin embargo, el libro del periodista Enrique Escande, "La Viruta, con anécdotas del fútbol", dice textualmente en unos de sus párrafos: "No existe documento alguno en el que figure que Gardel era hincha de Racing, y, por el contrarío, hay una entrevista publicada por la revista "La Cancha" (Nº 277), del 16 de Septiembre de 1933, en el que Gardel deja en claro que no tiene ninguna preferencia por un equipo y que, más que el fútbol, a él le gustaban los chuchos (caballos de carrera)".
El autor de la entrevista fue el periodista Julio César Marini, quien ante una pregunta referida al tema de su predilección, el cantante respondió: "Mis simpatías las distribuyo entre todos por igual. Me gusta Racing, Gimnasia, que dicho sea de paso está haciendo una campaña maravillosa, y Boca Juniors". Gimnasia y Esgrima La Plata era puntero del campeonato de ese año durante 27 fechas, con José María Minella como capitán.
Por último, Carlos Gardel, quien tenía como guitarrista y amigo personal a Guillermo Barbieri, (padre de Alfredo Barbierí y abuelo de Carmen Barbieri) acérrimo hincha de Huracán, aclara: "¿Si soy hincha de Huracán?.. A ciencia cierta no se si soy hincha de alguno. Me interesa el desarrollo de los campeonatos, me interesa ver algunos partidos de vez en cuando, pero... Vea, un domingo llegamos a la cancha, nos palpitamos el primer tiempo, pero no pudimos aguantar. Fue más fuerte la pasión por los burros y en un auto, a todo lo que daba, nos fuimos al hipódromo de Palermo".
(THOMAS DOOLEY, centrocampista de Estados Unidos, tras el asesinato del colombiano Andrés Escobar, que marcó un tanto en propia meta en el partido contra el equipo norteamericano en el Mundial de 1994)
22 de agosto de 2008
Maradona en Milán (Ettore Botti - Italia)
Era el crepúsculo del viernes 8 de Junio de 1990. En el aire fijo de mi oficina del diario se respiraba mal. Se sabe que en Milán no hay mar y falta esa brisa que Posillipo te manda hacia la noche. Desde la llanura padana -entre las últimas nieblas de la primavera y las primeras del otoño- llega solamente un lento e irrefrenable hálito caliente. A través de la reja de la ventana, miraba contrariado el panorama: una pared amarillo-gris con un gajo -cinco letras- del logo del banco de enfrente: "Popol". Justamente en el estadio milanés estaba por empezar el partido de inauguración del Mundial italiano, Argentina-Camerún. A mí, napolitano, hincha del Napoli y de Maradona, me hubiera gustado seguirlo, pero en mi habitación el televisor estaba apagado. Todavía tenía trabajo por hacer, y seguí haciéndolo, con creciente desgano, mientras desde los edificios cercanos escuchaba comentarios y grititos de los colegas que estaban ante la TV.
Poco después de las 19 y 15, un alboroto de gritos y vivas. Salí a ver: Camerún había hecho un gol. En la pantalla, un jugador de nombre Omam Biyik corría con los brazos en alto en el campo de San Siro seguido por los compañeros que festejaban. Detrás de un escritorio, Paolo Franzoni, de pie, aplaudía frenéticamente con el rostro morado. "¡Camerún! ¡Camerún!", gritaba.
Extraño. Conocía bien a Franzoni, óptimo compañero, ferviente interista, y sabía que todas las tardes, en la calle entre el diario y el bar, pasando al lado del “quieres comprar”, con los cigarrillos en la mano, susurraba: "Negro sucio, vuélvete a tu casa". Lo decía en voz baja, es cierto, para que no lo escucharan, pero una tarde, acompañándolo al café, yo había captado la frase con claridad.
Me distrajeron los gritos de Carlo Anderlini. Se había subido a un escritorio y se agitaba como un poseído exhibiendo repetidamente un gesto vulgar. ¿Pero cómo? ¿Anderlini, el más tímido y amable, el colega de voz callada y de modos suaves, milanista convicto pero siempre tan medido en las discusiones sobre fútbol? Sí, Anderlini. Estaba allí, golpeándose siempre la mano izquierda sobre el antebrazo derecho y yo lo miraba sin poder entender. Confuso, me acordé de una confidencia recibida dos años atrás, un día en que había llegado al diario con un ojo negro. Todos se burlaban, insinuando que había sido la mujer. Anderlini me llamó aparte, porque soy su amigo, y me habló. Todas las mañanas, dijo, viajando hacia la oficina desde Bérgamo, semáforo tras semáforo, era expuesto a la insistencia de los extracomunitarios que querían lavarle el parabrisas. Pasado un tiempo, me confesó, había tomado una costumbre, casi sin advertirlo, y ahora se avergonzaba de ella. Cuando el marroquí o el senegalés de turno se acercaba al auto preguntando: "¿Lava? ¿Lava?", él respondía con un silbido casi imperceptible: "Sí, pero con la lengua". Después engranaba el motor y se alejaba. Aquella mañana, sin embargo, en un cruce de vía Palmanova se había topado con un nigeriano de oído mejor que el de los otros y se había ganado un puñetazo en el ojo.
El recuerdo de la vieja confidencia no hizo más que acrecentar mi confusión. Estaba asombrado. Sin deseos ya de trabajar, decidí volver a mi casa.
Al llegar a un kilómetro de piazza Duomo, quedé atrapado con el auto en un atascamiento. Después de una hora de espera, bajé. Una columna de extracomunitarios, centenares y centenares, marchaba hacia la plaza levantando banderas rojoamarilloverdes de Camerún y otros paños multicolores del Tercer Mundo para mí desconocidos. Noté que por el lado opuesto, subiendo por vía Manzoni, avanzaba otro cortejo, tan o más numeroso. No eran extracomunitarios, sino milaneses. Muchachos de caras aseadas, viejos con ropas distinguidas, mujeres sonrientes y hasta algún niño "gritón". Tras ellos, muchos jovenzuelos en moto, con cascos oscuros, llegados como halcones desde los centros del hinterland. Peatones y motociclistas hacían ondear banderines rojinegros o negriazules, y también muchos de la Juve. Los dos cortejos confluyeron ante la plaza de la iglesia y, sin mezclarse, ocuparon sus dos declives.
Abriendo las banderas rojoamarillo-verdes reconocí al “quieres comprar” de los cigarrillos en la esquina, al peón del carnicero que de vez en cuando nos llevaba la carne a casa, al lustrabotas que había permitido restaurar este cómodo servicio cerca de piazza Scala después de años de inactividad. Con esfuerzo alcancé el otro lado, esquivando las carreras de las motos, y también allí encontré rostros conocidos. He aquí en medio del gentío al cantinero Procacci, que ofrecía tostadas gustosas y hablaba siempre bien de su ayudante egipcio: lo trataba con tal humanidad que le reservaba un rincón en el garaje de la casa de modo que pudiera dormir sobre un colchón bien puesto debajo del hocico de la "Thema". En la selva de cabezas vi despuntar la melena rubia y bien cuidada de Marta, la amiga de mi mujer que exaltaba en toda ocasión las dotes de la incomparable "colf" filipina: ya la consideraba casi como de la familia, a condición de que tuviera los guantes de plástico cuando bañaba al bebé. Y bajo un enorme casco tuve la seguridad de reconocer al hijo de mi colega Franzoni, montado sobre una Kawasaki 750 supercromada.
Estaba en el medio, sin palabras. Muchas palabras llegaban en cambio a mis oídos, aun muchos gritos. De los negros se alzaba fuerte el coro: "¡Camerún!" "¡Camerún!". Y desde la zona de los milaneses, rebotaba otro: "¡Diego, Diego, que te den por el culo!". Y adelante así, por turno, con tono cada vez más ensordecedor, durante minutos y minutos. Acercándome ora a un frente, ora al otro, capté también subcoros, eslóganes recitados por grupos singulares a media voz: "África es fuerte, y vencerá", silabeaban los rojoamarilloverdes. "Napoli mierda, Napoli cólera", ritmaban los rojinegros y los negriazules. Me alejé casi a la carrera y volví a mi casa sin tomar de nuevo siquiera el auto.
Tenía pocas ganas de comer y casi me peleo con mi mujer, reprochándole que, de medio alemana como es, estas cosas no pudiera comprenderlas. Pero tampoco yo, aunque siguiera irritándome, lograba comprender. ¿Cómo era posible que el gol de Omam Biyik hubiera desencadenado todo aquello? ¿Por qué en la plaza se exaltaban tantos repitiéndose "Napoli mierda, Napoli cólera"? Ante un plato de risotto ya casi frío recorría de nuevo los veinte años aquí vividos. Milán me había parecido a veces hospitalaria, a veces menos, pero nunca hostil. A menudo había escuchado que los milaneses hablaban de Nápoles y de los napolitanos, hasta con gravedad ("¡Qué hermosa ciudad, qué gente simpática, pero qué caos, qué suciedad!"), nunca con aversión. Y en el estadio de San Siro, en las tantas ocasiones en que el equipo azul premaradoniano había llegado para hacerse derrotar por el Milán y el ínter, había escuchado el fatídico coro "¡Al descenso! ¡Al descenso!". Pero, me parecía, más por un rito de tribuna que por un verdadero encarnizamiento.
Y sin embargo en los últimos tiempos algo debía haber sucedido. Mientras trataba de comer por lo menos un pedazo de costilla, me dije que el problema debía ser discernido. Nápoles no tenía nada que ver, no podía tener nada que ver. La culpa de la nueva situación era de Maradona, de sus intemperancias verbales, de sus actitudes que disgustaban, de su indisciplina. Tenía que haber sido él quien desencadenara a tal punto los humores de la plaza. Al final, a decir verdad, me vino a la mente un hecho: seis años atrás, en los días de la compra del campeón argentino, los milaneses se habían ocupado muy poco de Maradona y mucho de Nápoles, diciendo (y escribiendo) que era un escándalo. Una ciudad con tantos problemas, transporte precario y hospitales carecientes, no podía permitirse pagar trece billones por un jugador de fútbol. Pero con el café volví a convencer me. La responsabilidad era justamente de Maradona: antipático, granuja, presumido, insolente, arrogante hasta fastidiar al mundo. Sí, toda culpa suya. Pero no eran temas para discutir con mi mujer. Saludé y me fui a la cama, donde di vueltas por lo menos dos horas antes de quedarme dormido.
De golpe vi caminar con paso ligero a lo largo de las paredes del corso Sempione a un empleado de unos cuarenta años, vestido por grandes tiendas, con rasgos un poco vulgares y un relámpago de psicopatía en los ojos. Me acerqué y miré mejor. Me había equivocado. No era un empleado, y en la mirada no tenía relámpago alguno. Era el líder de la Liga Lombarda, Umberto Bossi. Lo seguí hasta dentro de una puerta y después, sin ser visto, abajo a un sótano. Había una mesa estrecha y larga, hasta larguísima, desmesurada, acaso de más de cien metros, y a los costados estaban sentados, en algunos casos en hilera doble, centenares de personas. El aire era extremadamente nebuloso. Los contornos aparecían esfumados y no podía distinguir los rostros. Me pareció reconocer a alcaldes y consejeros comunales de numerosos partidos, empresarios medios y pequeños de la metalurgia, del mueble, de la tela y de otras cosas; y después, en las segundas hileras, presidentes y jugadores de clubes de fútbol, representantes de clubes de hinchas, periodistas de la prensa y de la televisión, deportivos o no: y aun más, publicistas, dueños de cafés, restauradores y profesores secundarios. Pero apenas estaba en condiciones de identificar a alguno y de descubrir su nombre, todo volvía a ser gris y, aunque apretara mis ojos como un condenado, no era capaz de hacer foco de nuevo sobre la imagen.
Umberto Bossi estaba siempre en la cabecera, delante de un gallardete con la efigie de Alberto da Giussano, pero no hablaba. Su silencio duró largamente, casi media hora. En el ínterin, me pareció entrever sobre el costado izquierdo de la mesa, en un extremo, un gran sobre que pasaba de las manos de un constructor, asignado a los trabajos de una importante calle, a las de un asesor (pero no sé si eran realmente ellos). Y del otro costado, advertí la presencia de un gran industrial (o acaso era el periodista de una TV comercial), que seguía aspirando con la nariz un polvillo colocado dentro de una pequeña caja plateada. Tanto como para engañar la espera.
Finalmente, Bossi habló: "Señores", dijo, "estamos aquí para enfrentar y resolver de una vez por todas la cuestión Maradona. Milán, Lombardía y el Norte no pueden tolerar que una ciudad de miserables y de aprovechadores domine la escena futbolística nacional. Nápoles, lo sabemos, está llena de desocupados, de falsos inválidos y de evasores fiscales, porque allí nadie quiere trabajar y todos son picaros. Nápoles hospeda a rateros y prostitutas en todas las esquinas, tiene hospitales donde uno de nuestros corregionales no se haría curar ni los callos y un tránsito más caótico que Estambul. Me dicen que tiene el mar. Es verdad, pero resulta que el mar está contaminado también él. Y sin embargo, el equipo de una ciudad tal, gracias a Maradona, ha ganado dos scudettos en los últimos cuatro años, mientras el Inter y el Milán, nuestros equipos, solamente han ganado uno".
"No nos ocultemos la verdad", siguió Bossi con voz encabritada. "A Nápoles la mantenemos nosotros, como mantenemos a todo el Sur, y la situación que se ha creado en el campeonato ya no es admisible. Conocemos bien la popularidad y la fuerza propagandística del fútbol. La supremacía dominical que este argentino ha hecho conquistar a la Italia parasitaria provoca un fuerte perjuicio de imagen interior e internacional a la Italia que produce y que paga los impuestos.
Y no es solamente el perjuicio a la imagen", insistió el líder de la Liga. "Hay un peligro que va más profundamente y que puede tener consecuencias todavía más graves: el peligro que las victorias del Napoli constituyen para nuestro modelo. Me dicen que Maradona ni se entrena y que a veces se presenta en el estadio media hora antes del partido. Juega en un equipo mediocre y sin esquemas, los compañeros le dan la pelota y él resuelve. La cosa no va bien. Si los tantos meridionales que viven entre nosotros y después. Dios no lo quiera, también los otros italianos se convencieran de poder alcanzar resultados en la vida y en el trabajo con genio, fantasía e improvisación, terminaría cercenándose la credibilidad del sistema de organización, eficiencia y programación con que hemos vencido siempre.
Pero nosotros -la voz de Bossi era ya un trueno- debemos seguir dominando a la Nación. Por eso, invito a todos a que reaccionen. El único medio eficaz es quitar del medio a este Maradona. Tengo un plan, que les explicaré. Demonicemos a Maradona, todos juntos, todos los días, en los estadios, en las plazas, en los periódicos, en los consejos municipales, en las fábricas, en los bares, en las escuelas. Nosotros podemos y debemos hacerlo. Olvidemos que es el mejor jugador del mundo, porque a nosotros el fútbol no nos interesa. Tomemos sus defectos, aprehendamos sus errores y agigantémoslos en paralelo con los defectos y los errores de Nápoles. Destruyámoslo un poco por vez con esta mezcla explosiva. Les garantizo que no resistirá. También él viene de una tierra de miserables y de aprovechadores, también él es un meridional. Yo los conozco: son gente frágil, sensible al juicio de los otros, lloriquean por la ausencia de la casa lejana, se deprimen, no reaccionan a los eventos. Con el tiempo, estoy seguro, Maradona acentuará sus propios defectos y multiplicará sus propios errores. Cometerá alguna tontería, antes o después; y no me asombraría si empezara a drogarse o a beber. Esto es: se volverá un drogadicto, verán. Hagan lo que les digo y nos liberaremos de él para siempre".
El aplauso estruendoso de la sala me despertó. Volví la cabeza en la almohada y me puse a llorar.
* el autor es periodista, jefe de cronistas del Corriere della Sera, Milán.
Varías de las delegaciones provincianas que han participado en dicho torneo, se han dedicado por razones comerciales a obsequiar antes del comienzo de los partidos a los jugadores rivales con algún producto elaborado en la provincia a la que representaban. Los futbolistas mendocinos esperaban la aparición del cuadro adversario para hacerlo después y entregar a cada jugador una caja conteniendo botellas de vino. Pero los jugadores de Rosario Central esperaban a su vez por razones cabalísticas que salieran los contrarios para hacer su aparición en la cancha.
De tal modo, se asistió al hecho inusual de que ninguno de los dos cuadros deseara aparecer en primer término por diferentes razones, motivando esa actitud una exagerada demora en el comienzo del cotejo ante la incredulidad del árbitro Bossolino, encargado de impartir justicia en ese encuentro, y de los 3.900 espectadores presentes en el estadio de Arroyito.
Al cabo de mucho esperar, salió primero el cuadro rosarino, pero como desagrado por haber tenido que quebrar una costumbre, los jugadores de Central rechazaron el obsequio que les fuera ofrecido por los mendocinos. Un episodio ilustrativo de la fuerza de las cábalas en el fútbol sudamericano, intensificadas a veces por la incapacidad de algunos jugadores.