Ante los cambios realizados por Blogger, tiempo atrás, y que afectaron la plantilla de este blog hay textos largos que no se mostrarán totalmente. La solución a dicho inconveniente es hacer click en el título del artículo y así se logra que se muestre el resto de la entrada. Muchas gracias y disculpas por la molestia ocasionada.

El síndrome de la abstinencia


Lo peor del fútbol es tener que dejarlo. Esto lo sabe cualquier jugador profesional. No lo piensa ni le preocupa mientras juega. Es más: ve el ocaso como algo lejano que le puede suceder a los demás y de repente, a los treinta y cinco o a los treinta y seis años como en mi caso, se encuentra con una jubilación que no quería y que no importa como le llegó: por una lesión grave, una suspensión larga o por decisión propia.
Cuando jugaba en Brasil, en el Cruzeiro, le escuché a Pelé una reflexión que en ese momento me pareció apropiada y después una mierda. "Prefiero irme cuando me piden que me quede y no quedarme cuando todos me piden que me vaya". Lo mismo me pasó a mí. Dejé de jugar por decisión propia en 1978. Tenía treinta y seis años, pesaba 72 kilos, cuando toda mi carrera la había realizado con 77 kilos. Hasta había dejado un vicio incurable: el cigarrillo.
Recuerdo que cuando el fantasma del retiro comenzó a acosarme le pregunté al preparador físico, el profesor Alberto Álvarez, qué era lo más conveniente en ese momento. Su recomendación fue bajar de peso y entrenar más. Le hice caso. Llegué a los 72 kilos... Pero dejé a los treinta y seis años. Aquella frase de Pelé me seguía dando vueltas en la cabeza.
Cuando tomé la decisión enseguida me di cuenta de que irse así es muy doloroso. Hay que irse cuando lo echan. Cuando uno deja de jugar sabiendo que aún puede hacerlo, la duda posterior puede llegar a convertirse en una obsesión. Es preferible que esas dudas se la saquen el público y la prensa. Puede que sea o parezca muy impiadoso, pero es mucho más saludable.
Hubo jugadores que dejaron la actividad cuando percibieron señales de decadencia dentro de la cancha que a ellos les parecieron muy claras. Mi caso fue distinto. Jugaba mis últimos partidos y seguía haciéndolo muy bien. El paso de los años lo marcaban otras cosas. Por ejemplo cuando volvía de una inactividad larga en los primeros partidos siempre me faltaba medio metro para llegar antes a la pelota.
Hay menos ductilidad y más desgarros, lumbalgia, recuperación lenta, menos facilidad de movimientos... Esas señales van apareciendo cuando se cruzó la barrera de los treinta. Es entonces cuando el síndrome del final de la carrera empieza a instalarse en la cabeza.
Claro que enseguida se despiertan las autodefensas. Entonces es cuando se piensa que trabajando en la semana y cuidándose con más celo ese temor desaparece. Pero es muy probable también que, en esos momentos, empiecen a jugar en contra los factores externos. Esos factores son la opinión del periodismo, alguna declaración poco feliz de un dirigente o la reacción de la hinchada.
La mentalidad argentina es muy proclive a la ironía, al ensañamiento. El argentino tiene una facilidad tremenda para pegar donde más duele. Es hiriente y clava el bisturí con la precisión de un cirujano. "¡Te estás quedando pelado!”, "¡Qué gordo que estás!" Y si la víctima es un futbolista, el bisturí se lo clavan en la edad.
Lo mejor que se puede hacer es procurar despejar los primeros dramas. Todavía resulta imposible madurar la idea pero sí, en cambio, se pueden poner en marcha las primeras prevenciones. Pensar, por ejemplo, en organizar la nueva vida.
Hay que inventarse una nueva filosofía. Aceptar que llegará el instante de rehacer la agenda, de borrar apellidos y teléfonos. Por ahí pasan las primeras preocupaciones. Yo pasaba por lo que llamo la habitación de los recuerdos, aquella donde están guardados las plaquetas, las medallas, los banderines, los regalos y pensaba: tendría que quemar todo. Y lo curioso es que, cuando entraba, me distraía con una plaqueta, la agarraba y la volvía a leer, aunque lo que decía ya lo sabía de memoria. Y esa plaqueta movilizaba un montón de recuerdos y por ahí me pasaba media hora recordando.
Es terrible. Tenía cosas de diez, de quince años atrás y me parecía que las había ganado el último domingo. El gol del Chango Cárdenas al Celtic me parecía que lo había convertido la semana pasada. Cuando me pasaban esas cosas decía que tenía que tirar, que quemar todo para no convertirme en un viejo llorón. Y ahí nacía la idea de rehacer la agenda, de hacer una decantación.
Es obvio que uno nunca se va del todo: queda en el afecto de la gente. Y el periodismo, con el incremento que ha tomado en los últimos tiempos, siempre lo seguirá buscando para evocar algún acontecimiento o para contestar en una encuesta, pero eso es relativo porque la tristeza de no poder jugar más es enorme.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

1 comentario:

Alberto Colombo dijo...

El Mariscal es el mejor 2 que vi en la Argentina y bien pudo seguir en River un par de años mas