El árbitro Justino es inapelable, como todos los árbitros. Aún cuando se equivoca, hay que respetarlo y obedecerlo inmediatamente.
Qué responsabilidad tremenda.
Hoy no es un buen día para él. Su silbato suena a tontas y a locas, lo que desorienta al público y a los jugadores.
En este momento, en lugar de un “saque de esquina”, el árbitro Justino ha ordenado con el silbato un “saque de espina”
-¿Y cómo lo hacemos? -preguntan nuestros atacantes.
-Arréglenselas -dice el árbitro.
Un futbolista debe ceñirse una corona de espinas en el pie para patear la pelota. Apenas la roza, la pelota comienza a perder aire, se arruga y se desinfla: hay que poner otra en el campo.
El juego se reanuda y, durante unos minutos, sin tropiezos. Luego el terrible silbato del señor Justino ordena un castizo. Lamentablemente, esta vez es en contra nuestra.
-¿Querrá decir un castigo, con “g”? -preguntan desesperados nuestros jugadores.
-Lo que he dicho, dicho está -responde Justino-. Yo soy inapelable.
El “castizo” con “z” es un castigo espantoso, porque está compuesto de tres saques de castigo, uno tras otro.
Los jugadores se ponen de rodillas a los pies del árbitro, le besan la camiseta de seda negra, le lustran el silbato.
-¡Por favor, cámbienos la consonante!
-¡Vendido! Toma tu “z” y vete -grita el público.
El público, si sabe, no razona. Al estadio no se va para razonar sino para gritar. Pero el árbitro no se inmuta. La multitud llora a coro y las lágrimas bajan a raudales por las graderías, inundan el campo...
No hay nada que hacer. “El castizo” nos cuesta tres goles. Adiós partido, adiós trofeo. Ciertos errores se pagan caros, especialmente si son errores ajenos.
(tomado de “El libro de los errores”, Espasa-Calpe, Madrid, 1989, pp.29-30)
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El árbitro Justino (Gianni Rodari - Italia)
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