Todo eso que viví me llevó a comprender lo que sintieron otros jugadores. Y el drama que no pudieron superar. El “Yaya” Juan José Rodríguez, por ejemplo, sufrió una depresión tan grande que lo llevó a la muerte. Estuvo tres años sin levantarse de la cama. Se dejó morir. Jorge José González, el lateral uruguayo que jugó varios años en Rosario Central y terminó su carrera en Vélez, murió de indefensión, bajo los efectos del alcohol, como Omar Oreste Corbatta, como el brasileño Garrincha. El arquero Alberto Pedro Vivalda se pegó un tiro. El “Chapa” Rubén Suñé (foto) se arrojó desde un séptimo piso y milagrosamente un techo, que encontró en la caída, le salvó la vida.
El futbolista siempre busca una excusa cuando llega el momento de tomar la decisión más difícil de su carrera. La más común es la de afirmar que ya está cansado de tantos entrenamientos, de las concentraciones, de levantarse temprano todos los días. Todo eso es cierto pero esos argumentos los derrumban la andanada de sucesos positivos que barren con todo. Cuando eso se produce, el futbolista vuelve a sentirse bien. Juega. Lo elogian. Siente que está jugando bien y el equipo gana. Ahí se siente el tipo más feliz del mundo. Y es eso lo que uno quiere mantener. Es difícil, muy difícil renunciar a ello.
En la mala, todos sienten deseos de largar, pero enseguida la experiencia los hace ver que esa mala racha es circunstancial y, aunque se encuentren muy deprimidos saben que todo se remedia con unos cuantos resultados favorables. Y cuando eso se alcance, el futbolista volverá a gozar de todos los privilegios que le da la profesión más linda del mundo.
El jugador de fútbol no renuncia nunca a esa sensación irrepetible que le da el hecho de pisar un vestuario, masajearse, ponerse el pantalón, la camiseta, las medias, los botines. Ni siquiera las tensiones previas a un gran partido porque sabe que las va a descargar apenas se ponga la pelota en movimiento. Porque es feliz y se emociona cuando pisa el pasto de la cancha. La del futbolista es la profesión más emocionante.
(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)
El futbolista siempre busca una excusa cuando llega el momento de tomar la decisión más difícil de su carrera. La más común es la de afirmar que ya está cansado de tantos entrenamientos, de las concentraciones, de levantarse temprano todos los días. Todo eso es cierto pero esos argumentos los derrumban la andanada de sucesos positivos que barren con todo. Cuando eso se produce, el futbolista vuelve a sentirse bien. Juega. Lo elogian. Siente que está jugando bien y el equipo gana. Ahí se siente el tipo más feliz del mundo. Y es eso lo que uno quiere mantener. Es difícil, muy difícil renunciar a ello.
En la mala, todos sienten deseos de largar, pero enseguida la experiencia los hace ver que esa mala racha es circunstancial y, aunque se encuentren muy deprimidos saben que todo se remedia con unos cuantos resultados favorables. Y cuando eso se alcance, el futbolista volverá a gozar de todos los privilegios que le da la profesión más linda del mundo.
El jugador de fútbol no renuncia nunca a esa sensación irrepetible que le da el hecho de pisar un vestuario, masajearse, ponerse el pantalón, la camiseta, las medias, los botines. Ni siquiera las tensiones previas a un gran partido porque sabe que las va a descargar apenas se ponga la pelota en movimiento. Porque es feliz y se emociona cuando pisa el pasto de la cancha. La del futbolista es la profesión más emocionante.
(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)
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