Las cábalas son una institución dentro del ambiente del fútbol. Las respetan hasta los que no creen en ellas. Tiene mucho que ver con el miedo, con esa impotencia que siente el jugador antes de la competencia, con esa tensión nerviosa que le produce saber que algo va a pasar pero no sabe qué. El jugador siente mucho miedo, en esos momentos, pero no miedo físico, a una lesión o a una agresión. Su temor es de otro tipo. Le teme a lo desconocido. Por eso recurre a las cábalas.
Yo las tuve. Simples, inofensivas. Siempre me ataba primero los cordones del botín izquierdo. Cuando entraba a la cancha lo hacía con el pie derecho. Eran tan comunes como las de comer siempre en la misma mesa y con los mismos compañeros, la de ubicarse en el mismo asiento en el micro. Hay jugadores que se persignan al entrar a la cancha. Otros que se agachan, toman una matita de césped con la mano derecha y la besan. Mostaza Merlo venía a la concentración con un sobretodo largo y una bufanda roja cuando ya apretaba la primavera. Cuando River le cortó al Racing de Pizzuti su serie de treinta y nueve partidos invictos, nuestra reacción fue quemarle al Yaya Rodríguez el saco azul que había vestido durante tanto tiempo. Estábamos cansados de ese saco y la cábala ya se había cortado...
El espíritu cabulero aumenta cuando el jugador se hace técnico porque suma las propias a las del equipo. Lo curioso es cómo se mezclan las místicas con las paganas en el afán de encontrar una protección a lo que vendrá. Por las dudas se cree en todo y se mezclan las creencias.
El domingo que tenía que debutar en Cruzeiro, el masajista del equipo me despertó temprano. Muy temprano para lo que era habitual en mí: dormir hasta el mediodía los días de partido. Esa vez me despertó a las siete y media de la mañana:
-¡Vamos gringo que hay que ir a misa! -me dijo.
-¿Qué misa?, déjame dormir -le respondí.
El masajista insistió tanto que me tuve que levantar. Entonces ví como de una camioneta bajaban todo lo necesario para armar un altar. Estaban todos mis compañeros, el cuerpo técnico. No faltaba nadie. En medio de la ceremonia, el cura empezó a mezclar la liturgia con indicaciones tácticas hasta que terminó dándonos una verdadera arenga para ganar el partido, una charla técnica...
La misa terminó con una bendición general de los botines que íbamos a utilizar. Llegó la hora del partido, jugamos y perdimos.
Al domingo siguiente me acerqué al cura y le pregunté qué había pasado. Con una de esas sonrisas cancheras que identifican al mejor porteño me respondió de inmediato:
-Roberto... la bendición no es para un solo partido.
Las cábalas son una prisión de la cual no se sale más, por eso el sentimiento de culpa es tremendo cuando alguien se olvida de una y el equipo pierde. Yo no las niego, total no cuesta nada ponerse primero el botín derecho. Son parte del folklore y le dan material a la prensa. Pero yo nunca les di bola como jugador ni como técnico. Respeto a los creyentes, pero me incomoda pensar que un equipo gana por una cábala, porque hay demasiado pensamiento mágico en el fútbol con el que yo no estoy de acuerdo para nada.
Los éxitos sólo hacen aumentar la superstición.
(extraído del excelente libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)
Desde Ayacucho, Argentina, un humilde homenaje a esa gran protagonista del juego traducido en cuentos, frases y anécdotas.
Sabiamente la definió el viejo maestro Ángel Tulio Zoff, "lo más viejo y a su vez lo más importante del fútbol".
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