La infancia es la única edad feliz de la existencia;
tiene el divino poder de sumergirnos en las ilusiones.
(Guy de Maupassant)
A mi primo Lolo siempre se le ocurrían cosas macabras, como aquel día que encerró al gato de la tía Genoveva en el horno y lo asó vivo, mientras se descostillaba de la risa mirando por el vidrio la patética agonía del animal. Otra vez, le arrancó los ojos al ruiseñor del abuelo Alfredo porque decía que así, ciego, el pájaro iba a cantar mejor. Y una siesta, aburrido, mezcló los peces pequeños con los grandes y éstos se los devoraron en un santiamén. Mi primo Lolo gozaba haciendo maldades. Una noche estábamos jugando a las cabezas en la vereda con una pelota de goma cuando pasó Teté, el mayor de los Larrondo, famoso en el barrio y en la escuela por lo pendenciero. Yo había tenido algunos problemas con él un año antes y en un recreo me empavonó el ojo izquierdo. Mi primo lo sabía. Teté comenzó a desafiarnos y propuso un triangular. A Lolo se le encendieron las pupilas y aceptó. Yo no quería.
-Jueguen ustedes dos y el ganador se enfrenta conmigo- dijo y antes de desaparecer con la excusa de ir al baño, me susurró al oído: “perdé”. No fue necesario ir a menos. Teté me derrotó con gran facilidad y yo disimulé un fastidio que en realidad no tenía.
-¿Y tu primito? ¿Se cagó en las patas tu primito?- canchereó Teté, mirando con ansiedad hacia el interior de mi casa, seguro de sí mismo. Me llevaba dos cabezas, por lo menos y usaba pantalones largos.
-Acá estoy. ¿Con quién juego la final? -preguntó Lolo, reapareciendo lo más campante.
-Conmigo, salame. Mira la pregunta que hacés- respondió con desgano el grandote
-Pechito vale doble- dijo mi primo y empezaron.
La luz del farol de la esquina era escasa. Se veía muy poco, casi nada. Teté se puso dos a cero y festejaba cada punto como si fuera la final del mundo. En eso, Lolo devolvió muy arriba la pelota. Teté la dejó venir un poco, se arqueó en el aire y le metió un tremendo cabezazo:
¡Trock!
Aún resuena en mis oídos el estruendo. El matón cayó pesadamente, desmayado y con la frente abierta de la que escapaba un río de sangre. Lolo se arrimó al cuerpo inerte, sonrió cínicamente y sentenció: “Te gané por abandono, boludo”.
Con la complicidad de la penumbra, mi primo había cambiado la pelota de goma por una bocha, lo cual explicaba aquella breve ausencia y el consejo para que yo perdiera. Fueron tan rápidos y tan perfectos sus movimientos que el otro no adivirtió que en lugar de utilizar la cabeza, Lolo había enviado la pelota (la bocha, bah) con la mano.
-Ven gansa dijo el ganso- murmuró mi primo, guiñándome un ojo.
Teté estuvo tres días internado con conmoción cerebral. Debieron aplicarle, además, once puntos de sutura.
(Un saludo agradecido a Walter por permitirme subir este cuento, extraído del extraordinario libro "Hambre de gol")
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