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Chilavert


Me enfrento al partido Paraguay-España con el interés añadido de contemplar el comportamiento de Chilavert, un guardameta que prepara los partidos de fútbol como Cassius Clay (o Muhammad Alí, para los amigos) preparaba sus encuentros de boxeo. Alí le comía la moral al adversario prometiéndole convertirle en puré transformable en pienso compuesto para gallinas infelices, y había que ser o muy tiarrón o muy tonto como para subir al cuadrilátero con los congojos en su sitio y medida. Chilavert preparó el partido contra España cebándose en Casillas, al que prometió meterle dos goles sin salir de su propia portería, según la misma magia empleada por Helenio Herrera cuando prometía ganar los partidos sin que su equipo bajara del autocar.
Pero nada más planteado el encuentro, Chilavert abrazó a Casillas y estuvo tan cariñoso con él que yo diría que le estaba cantando un bolero, y Casillas, que es demasiado joven para que un colega le cante boleros al oído, trataba de salir del meloso acoso con la entereza presumible en un portero español y además del Real Madrid. Pero Chilavert siguió con los boleros y le regaló un gol a España y un penalti, y trataba de cantarle otro bolero a Raúl, más avezado en cantables que Casillas y que lo escuchó con la sonrisa plena, desde la seguridad de que Hierro no fallaría y se iba a producir el tres a uno a favor de la selección española. No sólo estuvo Chilavert cariñosísimo con los jugadores españoles, sino que en sus salidas como portero escoba, es un decir, sólo confirmó su propia peligrosidad, una peligrosidad objetiva, tanto por los kilos excesivos como por las estadísticas, donde se demuestra que Chilavert, cuando sale de su territorio étnico, el área, es más un espectáculo que una amenaza.
Consiguió tirar un saque libre contra la portería de Casillas, no mal lanzado pero sí algo lánguido, abolerado diría yo, y el portero español lo paró con discreta suficiencia; tampoco era cuestión de humillar al adversario. Pocos se explicaban por qué el feroz Chilavert se había convertido en el más importante amigo de la selección española, y hubo quien intuyó una operación de imagen de cara al mercado futbolístico español, especialmente el barcelonés, donde Van Gaal es potencial fichador de todos los porteros globalizados, incluso de los que están en fase de liquidación de fin de temporada, dentro de una enigmática operación de coleccionismo de porteros que forma parte de la más inesperada y por ello inteligente estrategia del equipo Gaspart.
No consigo complicidades con este campeonato del mundo matinal y secuestrado por la televisión privada. Menos mal que miles de coreanos, del Actor's Studio local, todos los días consiguen excelentes mimesis de todos los Manolos del Bombo nacionales.

(extraído del excelente libro “Fútbol: una religión en busca de un Dios” de Manuel Vázquez Montalbán, Ed. De Bolsillo)

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