23 de marzo de 2008


A principios de Noviembre de 1987, nosotros estábamos concentrados con el Nápoli en el Hotel Brun, de Milán, para jugar contra el Como, y apareció un Mercedes Benz impresionante a buscar a Cóppola. Se lo llevaron a Milano 5, donde tenía su ranchito el propio Berlusconi. Una mansión de ésas de las películas.
Él le dijo a Guillermo que me quería a mí, a toda costa, cuando terminara mi contrato, que había gastado casi cincuenta millones de dólares y todavía no había podido conseguir un puto título. Ni le preguntó cuánto ganaba en el Napoli: ¡él ofrecía el doble para mí!, un departamento en piazza San Babila, la zona más cara de la ciudad, el auto que quisiera -no un Fiat 600, ¿eh?: Lamborghini, Ferrari, Rolls Royce-, cinco años de contrato dentro de la organización de ellos y un lazo con la Fininvest, su empresa de comunicación.
Vaya uno a saber por qué, ¿no?, esas cosas que pasan, pero lo cierto es que mi amigo periodista Gianni Mina tuvo la noticia del encuentro y en Diciembre la publicó en su revista Special... ¡Para qué! El martes a la mañana, todos sabían que el Milán me quería y ofrecía lo que a mí se me ocurriera; y el mismo martes a la noche, Ferlaino aceptó todas las condiciones que le pusimos nosotros y firmamos un nuevo contrato, con el triple de beneficios de lo que pretendíamos al principio.
Eran 5.000.000 de dólares por año, hasta el '93, sin contar los ingresos por publicidades y merchandising, que serían 2.000.000 más cada 365 días... Unos mangos y un regalito, además: el presidente, Ferlaino, se me apareció en casa con una Ferrari F40 negra, ¡era la única que había en el mundo en ese momento! No sé... No sé qué habría pasado con mi carrera si arreglaba finalmente con el Milán; no sé si habría sido distinta, mejor o peor. Pero yo conocía al napolitano y sabía que el napolitano daba la vida por mí... ¡Guay con el que tocaba a Maradona en Italia! Se le iban todos los napolitanos al humo, en Torino, en Milán, en Verona, donde fuera. En realidad, si algo no tenía en aquellos tiempos, era problemas de plata...

(extraído del libro "Yo soy el Diego" de Editorial Planeta)

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