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Para jugar al fútbol hay que ser...


VANIDOSO

Sin vanidad es imposible llegar a ser futbolista. La vanidad hace que el jugador se mate por "mostrarle" al público, a los compañeros, al director técnico, a los adversarios, a la prensa, lo bien que juega, lo fuerte, lo guapo, lo cojudo que es. Lo vivo, lo veloz, lo pícaro, lo grande que es.
El jugador se tiene que sentir el mejor del mundo y sus alrededores, por lo menos en su puesto. La vanidad es el motorcito fuera de borda que lo va a hacer trabajar, practicar, cuidar el físico, tratar de aprender algo nuevo todos los días. Ya el hecho de ponerse el colorido disfraz de jugador de fútbol implica una gran dosis de vanidad, pero esa dosis no alcanza cuando entra a la cancha a jugar y a "mostrar" lo bien que lo puede hacer.

• En la expresión está el éxito: muestre su porte de crack

• La vanidad como motor hace campeones

EGOÍSTA

Uno juega para uno. Es como salir a comer con diez amigos; los once comen juntos pero uno come para uno. El egoísmo alimenta el deseo de llegar antes a todos lados. Incluso al vestuario, para las prácticas o los partidos, porque eso permite que el masajista lo atienda primero y no después de haber masajeado a quince compañeros, cuando el pobre tipo está muerto.
Hay que ser el primero en subir al micro o llegar al aeropuerto y elegir el mejor asiento para viajar. El egoísmo hace que el futbolista elija la mejor pelota para las prácticas de técnica individual, la mejor toalla, la mejor mina cuando asiste a una recepción.
El egoísmo es el que lo hace llegar primero a la ventanilla de pago, por las dudas...
Es la virtud que hizo grande a los goleadores en todo el mundo, porque adentro del área nunca le pasaron la pelota a ningún compañero. Ellos siempre piensan en el gol, sin tener en cuenta que a su lado y mejor colocado tal vez haya un compañero. La Argentina fue campeón del mundo en el '86 por el egoísmo de Burruchaga después de una corrida de cincuenta metros cuando piso el área y enfrentó a Schumacher: a su izquierda tenía a Valdano sólo frente al arco y sin arquero, pero prefirió patear y definir él. Por egoísta arriesgó y ganó.
El egoísmo es la virtud más importante en las dos áreas, porque así como hace que el goleador resuelva siempre solo, también hace que el defensor rechace cualquier pelota comprometida, sin pensar en ningún compañero ni siquiera en el arquero. El egoísmo hace que cuando el técnico le da la camiseta de titular no se la quiera dar o prestar más a nadie que pueda quitarle esa titularidad. Con once egoístas que no le dan a nadie la camisa porque se agarran a ella con uñas y dientes se hicieron los grandes equipos.

• El egoísmo es negativo en la vida y positivo en el fútbol

VIOLENTO

Ser violento es imprescindible. El jugador tiene que serlo cuando pretende ganar una pelota dividida, cuando va al choque con un rival. La violencia, sin salir de las reglas del juego, es la que arranca a los aficionados el grito de "¡Huevo, huevo, huevo!".
Es la única virtud que el hincha acepta en lugar de la falta de técnica. Los entrenadores aman a los violentos. Y los jugadores también, siempre que jueguen para su equipo. Y le temen a los que juegan enfrente.
El fútbol es un deporte violento en su esencia. Por eso no se puede ser buen jugador si no se tiene esa dosis siempre necesaria para intervenir en la jugada dividida, para trabar con alma y vida, para llevarse por delante al rival cuando no se puede con fútbol.
En el fútbol, cada pelota se pelea a morir y para quedarse con ella hace falta violencia. Jorge Brown, patriarca de Alumni a comienzos de siglo, declaraba en 1921: "El fútbol no es un sport de salón ni nada parecido. Es un juego violento y fuerte en el que se ponen a prueba la resistencia física y la musculatura de los jugadores". Yo pienso lo mismo. El fútbol es un deporte violento, nadie lo puede evitar, ni las nuevas reglas, ni la prevención, ni la educación, ni los predicadores de la no violencia. Nadie la evitará. La repudio fuera del luego y la acepto y justifico dentro de él porque si no, sería jugar a otro deporte. Porque hay una estética de la violencia y, en buena medida, el fútbol debe su gran belleza a ella.

• La violencia dentro del campo de juego es una necesidad; afuera, una barbaridad

MENTIROSO

El jugador debe mentir permanentemente cuando le preguntan la razón del éxito o una derrota. No tiene que decir nunca cuál es su mejor virtud ni su mayor defecto. El que lo dice pasa a ser previsible y, por lo tanto, vulnerable y controlable. Si un jugador es sincero y confiesa públicamente que su equipo tiene un arma mortífera en el contraataque, es muy probable que en el siguiente partido no pueda ponerla en práctica porque el rival ya está avisado. Es más, es posible que en ese partido el que juegue el contraataque sea el rival. A los medios de comunicación hay que utilizarlos para que los demás lean lo que le conviene al jugador que lo dice. Mintiendo sacará ventajas, porque el fútbol es el arte del engaño.

• Mienta, que en el fútbol no es pecado

MALO

Hay que ser malo para ser bueno jugando al fútbol. Pele le aconsejó a Maradona que sea malo para defenderse de la maldad de los contrarios. Lo hizo en una conferencia que dio en 1979 en el hotel Sheraton de Buenos Aires. Pelé tenía la maldad incorporada a su bagaje técnico. Así como podía hacer, en un segundo, una genialidad con la pelota, podía esperar a un rival treinta minutos, un mes o un año para darle el "vuelto".
Pelé fracturó a un montón de defensores que entraron liviano a disputarle una pelota y que le habían pegado antes. Lo comprobé jugando contra él. Entre nosotros el respeto era recíproco, pero yo tenía que estar muy atento cuando entraba en fricción con él para disputar una pelota dividida.
El jugador tiene que ser malo para que el contrario no le robe el pan, la gloria y el honor. El pan, porque el jugador se puede quedar sin club, que es quedarse sin laburo, si por ser bueno el equipo pierde.
En una jugada se puede ir todo a la mierda. El esfuerzo de un año de todo un plantel que se mató entrenando y bancando adversidades o todo el sacrificio que hizo en su vida para llegar a jugar ese partido, esa final de copa que lo va a consagrar definitivamente y cuando llega ese momento, por blando lo pierde todo.
No se trata de lesionar al rival. Se trata de ser duro para chocar, para trabar. Hay que ser malo para hacer el cuarto gol cuando el equipo está ganando 3 a 0 y el rival está muerto. Hay que ser malo, porque si alguien pierde el cuarto gol por cancherear, lo más probable es que se agrande el rival y el equipo termine perdiendo ese partido 4 a 3.
Juan José Pizzuti tenía una frase bárbara para estos casos. Decía: "Cuando el rival está en el suelo, písenle la cabeza". Lo decía poniendo como ejemplo al boxeador que estaba groggy y contra las cuerdas. Ahí no había que dejarlo escapar.
Reconozco que el paso del tiempo me hizo cada vez más malo. Aprendí a simular que intentaba ayudar a levantar del suelo a un rival y en realidad lo que estaba haciendo era tomarlo de una oreja y tirarlo para arriba. O pegarle un pelotazo en los huevos con toda intención cuando al atacante contrario se le adelantaba la pelota o saltar en las áreas con los codos levantados para no perder en el salto, pero también para que el rival se morfara el codazo en la cara. O tirarle la pelota encima al rival que está a dos metros y, antes de que se acomode para jugarla, hacer un pique corto hacia él, trabarle pelota y tobillos y desparramarlo tirándole el "camión" encima. O dejarlo que llegue un segundo antes a la pelota para cruzarlo y mandarlo con pelota, pasto y todo contra el alambrado. Estas fueron algunas de las maldades habituales que hacía.
Perfecto Rodríguez, que fue un wing de Chacarita Juniors en la década del '60, decía que tenía un compañero (Roberto Moreno) tan fuerte para jugar que "te pasaba la pelota con contrario y todo".

• Hay que ser malo para defender la gloria y el honor, porque en condiciones técnicas, físicas y tácticas iguales, gana el más malo. Y no hay cosa que humille, que desaliente, que caliente, que desvalorice más que perder porque el rival fue más malo que uno. Al jugador malo lo van a buscar todos los técnicos. Lo van a querer los compañeros y lo van a respetar todos los contrarios


Cuando quise ser bueno, perdí

Una sola vez fui bueno y perdí. Fue en el último clásico contra Boca que jugué con la camiseta de River. Llegó el Chino Benítez a la puerta del área con la pelota y todavía no me explico por qué no lo reventé. Tal vez porque era el Chino, que lo conocía de Racing cuando él era un pibe. No sé. Lo cierto es que fui sólo a la pelota, en vez de ir a las dos cosas: a la pelota y al hombre. Y eso que conocía la ortodoxia a la perfección. En situaciones como esa hay que trabar la pelota y a la vez chocarlo con el cuerpo. Esa vez me equivoqué: el Chino pasó y fue gol. Nunca me perdoné esa boludez.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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