30 de marzo de 2008

Magia y fetichismo



Las cábalas son comunes al fútbol de todo el mundo y varían de acuerdo con las características culturales de cada pueblo. Las nuestras se cuentan entre las más inocentes, las más ingenuas.
Cruzeiro tenía contratados dos macumberos. Los tenía contratados el presidente del club. Cierta vez que jugamos una final con Palmeiras, los dos estaban en el vestuario. Los disfrazaron de reporteros gráficos. Entraron a la cancha con bolsones, cámaras y flashes. Su misión era pasar por detrás del arco de Palmeiras, ingresar a la cancha y tirar, en el arco, tierra de un cementerio recogida la noche anterior. Lo más gracioso era que los macumberos cobraban el mismo premio por partido ganado que los jugadores.
Yo fui testigo de una historia realmente impresionante que ocurrió con Dirceu Lópes, mi compañero de equipo y de habitación en las concentraciones. Dirceu era el ídolo de la hinchada. Con Cruzeiro, en esa época, peleábamos todos los campeonatos. El día anterior a una de las tantas finales, también contra Palmeiras, amaneció con un terrible dolor en el talón. No podía apoyar el pie. Lo teníamos que alzar. El médico le aplicó inyecciones, calor, masajes, le hizo de todo. Se sentía cada vez peor. Se decidió esperar hasta el día del partido. Probó entonces y no se podía parar. "No puedo jugar", me dijo. Todos le llenaban la cabeza diciéndole que le habían hecho una macumba, que en el último partido entró al vestuario una persona a la que nadie conocía y le hizo un "trabalho".
El mismo día del partido, después del almuerzo, el presidente del club se acercó a Dirceu, le habló en el oído y se lo llevó.
En el templo lo esperaban una macumbera y dos ayudantes. Lo acostaron en una especie de plataforma, se tomaron todos de las manos y se concentraron invocando a los espíritus. La macumbera, de pronto, pegó un salto hacia atrás y cayó sentada, como posesionada. Transpiraba, recurría a los pases mágicos, sacaba polvos extraños, dientes de ajo. Pero a Dirceu le seguía doliendo...
Cuando Dirceu le dijo que igual le dolía puso una palangana debajo del pie dolorido, estrechó la ronda alrededor de Dirceu, pidió a todos que recen con fe, agarró el talón dolorido de Dirceu y le aplicó un tremendo mordiscón. Enseguida escupió un hueso de víbora que, presuntamente, el jugador tenía clavado en su talón. Dicen que es la macumba mayor que se puede hacer. Pero lo cierto es que Dirceu Lópes jugó esa noche y no sintió ese dolor nunca más.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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